"Los caídos" cuarto libro de...

By VeronicaAFS

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Cuarta parte de la saga "Todos mis demonios". Eliza se enfrente a una nueva realidad que superará todas sus e... More

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios".
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios". Capítulo 2
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios" cap. 3
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios". Capítulo 4.
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis dmeonios". Capítulo 5.
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios" cap. 6
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios", capítulo 7.
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios", capitulo 8.
"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios", cap. 9
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"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios". Cap. 19
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"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios"
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios".
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios", cap. 25.
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios".
"Los caídos", libro 4 de la saga "Todos mis demonios" ca. 27
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"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios", cap. 42
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"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios", capítulo 44
"Los caídos" libro 4 de la saga "Todos mis demonios".

"Los caídos" cuarto libro de la saga "Todos mis demonios" cap. 11

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11.     Los caídos.

Alcancé a César cuando iba remontando los escalones de piedra en los que desembocaba el frío y húmedo corredor y lo seguí por la plana superior haciéndome eco de su silencio. Al echar un vistazo a mí alrededor me percaté de que el cuarto en el que había estado se encontraba en gran parte bajo el nivel de la tierra, salvo aquella ventanita cuya forma y ubicación, apuntaba al cielo impidiendo la vista de nada más. Por las ventanas delante de las cuales pasamos rumbo a la cocina, me percaté de que nos encontrábamos en un lugar algo elevado, alrededor del cual, después de un amplio patio adoquinado, se alzaba un bosque denso y oscuro.

- Es por aquí- indicó César apuntando la primer puerta a nuestra izquierda. La abrió para mí y me cedió el paso. Pese a que era de noche, la cocina se encontraba invadida por una luz plateada que hacía brillar los ceramios blancos de las paredes y las baldosas graníticas del piso.

La cocina era enorme, algo antigua sin embargo bien preparada para atender a las necesidades de un centenar de comensales. Anafes, varios hornos, amplias mesadas. Pilas de cacerolas, sartenes, platos y vasos; tres heladeras tanto más modernas y un freezer blanco del tamaño de una un auto pequeño.

Olía a ajo y a levadura.

Todo a lo largo de la amplia cocina, discurría una mesa de unos seis o siete metros de largo. No llegué a contarlas pero arriesgo que la rodeaban unas treinta sillas o algo así.

Al final de la cocina, en la pared, había un pasa platos, y junto a este, una puerta de doble hoja, más allá un enorme refectorio vacío, equipado con el mismo tipo de mesas y sillas que la que había aquí. Junto a la puerta un carro en el que se apilaban bandejas vacías.

César entró y cerró la puerta.

Mi anfitrión encendió las luces.

- Toma asiento donde gustes- pasó junto a mí y siguió de largo, yo me había quedado parada en el espacio entre la mesa y unas cajas de madera apiladas contra la pared-. Debe haber sobrado algo de la cena- murmuró más para sí que para mí, mientras caminaba rumbo a la heladera-. Puedo calentártela en el microondas-. Abrió la heladera y espió dentro-. Sí, no es nada del otro mundo. Servirá para sacarnos del apuro-. Metió un brazo dentro del refrigerador-. Es pasta-. Sacó una fuente de metal, cubierta con papel film-. Es una fuente de energía instantánea; te vendrá muy bien.

Cerró la heladera y caminó hasta la mesada en la que se encontraba uno de los tres microondas. Dejó la fuente sobre esta y fue a buscar un plato-. Vamos, siéntate- insistió mientras tomaba un tenedor, un chuchillo y una cuchara de un cajón en el que estaban acomodados decenas de cubiertos-. No voy a pensar que eres débil simplemente por aceptar la comida que te ofrezco-. Sus labios insinuaron una sonrisa, se dio la vuelta y comenzó a servir pasta en el plato hondo que tomara del final de una inestable torre-. Es todo lo contrario, si te alimento es porque sé que eso te tranquilizará. Sé que también te hará más fuerte, pero confío que eres inteligente y centrada, y que no te lanzaras a partirme el cuello cuando tu hombro sane. Además, creo que eres una persona de honor, y como esta noche te salvamos la vida, no acabarás con la mía, no al menos hasta que te cuente todo lo que sé- ahora sonrió con ganas-. Bromeaba, no creo que vayas a matarme, sé que no eres de ese tipo de demonios.

- ¿Cómo está tan seguro?

- Porque sé mucho sobre ti, ya te lo dije.

- ¿Cómo es que sabe tanto sobre mí?

- Porque nuestra organización lleva un tiempo siguiendo tus pasos.

- Es decir que han estado espiándome.

- Es una forma de decirlo, sí; si bien, no es lo único que hemos estado haciendo- apuntó con un dedo en alto-. En cierto modo, también velábamos por ti, por tu seguridad.

La confesión me dejó muda.

- ¿Cuánto tiempo llevan sabiendo de mí?

- Básicamente…- metió el plato lleno a rebosar en el microondas y lo encendió.

- ¿Básicamente…?- lo apuré.

- Desde que naciste.

- ¿Cómo?- solté entrecortada, es que me atraganté con saliva.

- Bueno, en realidad desde un poco después, es que por aquel entonces la organización no tenía la certeza de la paternidad de tu verdadero progenitor.

- Tiene que ser broma.

- No, no lo es. Nosotros procuramos no perder de vista a tu padre. Es un tanto difícil seguirle el rastro, simplemente nos focalizamos en estar al tanto de lo que hace.

- ¿Quién demonios son ustedes? ¿Va a contármelo de una buena vez, sí o no?

- ¿Te está subiendo la temperatura?

- ¡¿Qué?!- chillé furiosa. Sí, claro que me estaba subiendo la temperatura. Saber que un grupo de humanos había estado espiando cada día de mi vida me enfurecía, y lo peor del caso es que esta gente sabía desde mucho antes que yo, quién era mi verdadero padre.

- Inspira hondo y procura relajarte. Si te concentras en tu respiración tendrás algo en que focalizar tu atención en vez de en esa ira que comienzas a sentir hacia mí-. Pasó junto al borde de la mesa y apartó la silla del extremo, la cual quedaba de frente al microondas dentro del cual giraba mi plato de pasta con salsa de tomate-. No soy un experto en demonios, mi área es otra, pero llevo tanto tiempo en esto que he aprendido mucho, siéntate y haz lo que acabo de indicarte, ya verás como la temperatura baja sola.

Se me escapó un gruñido.

- No continuaremos con nuestra charla hasta que te calmes, no es buena idea. Estoy al tanto de lo que eres capaz de hacer y no pienso arriesgarme más de lo necesario.

Los ojos castaños del hombre se fijaron en mí.

- Toma asiento, por favor.

Medio a regañadientes, accedí a hacer lo que él me pedía.

- Es una suerte que todavía respires. Muchos siquiera recuerdan cómo hacerlo, y ayudarlos a calmarse, se vuelve una tarea terriblemente complicada.

Iba a preguntar en la compañía de cuantos demonios alterados había estado antes cuando la campanilla del microondas se hizo oír.

- La cena está lista- entonó César al tiempo que me daba la espalda para dirigirse dirección al microondas.

Entonces, al tiempo que se abría la puerta del microondas, se abrió la puerta detrás de mí y algo en el ambiente cambió rotundamente.

Al instante sentí que se me cerraban el pecho y la garganta, y como si un par de alas negras se cerrasen sobre mí. Se me nubló la vista, me dio frío y sentí que volvía a desmayarme.

Alarmada porque esto mismo me había sucedido un par de horas atrás. Me levanté de la silla. Tenía las rodillas flojas. Los músculos mal respondían al comando de mi cerebro.

- César- entonó una voz de seda que se metió dentro de mi cerebro confundiendo mis pensamientos-. Te quedaste con hambre- bromeó la voz. Si te levantas a plena madrugada a comer no habrá entrenamiento que te ayude a mantener la línea. Otra vez te saldrá panza y…

La divertida voz se cortó en cuanto me di la vuelta.

Mis ojos se cruzaron con un par de ojos marrones que de repente, al verme, se abrieron de par en par alzando hasta mitad de su frente un par de espesas cejas castaño oscuro.

El hombre frente a mí, dejó caer el vaso que cargaba en un par de manos fuertes y grandes. Tenía el cabello igual de oscuro, enrulado y largo recogido en un nudo detrás de la nuca; una piel algo olivácea que de seguro, debía tomar un hermoso color cobrizo al sol y unos rasgos agradables y dulcemente perfectos. Así a las apuradas, llena de miedo y con el corazón latiendo a mil kilómetros por hora le calculé debía tener unos veinticinco años como mucho.

Sobre su musculoso pecho y amplios hombros, lucía una remera negra de mangas cortas sin más decoración o detalle que un simple cuello redondo. Su atuendo lo completaban un par de jeans azules muy gastados y algo agujereados. Iba descalzo y por eso ahora sus pies estaban rodeados de peligrosos trozos de cristal transparente.

El aire que se había quedado congelado en esa primera fracción de segundo de nuestro encuentro, quedó cortado por el sonido de algo que podía definirse como un gran trozo de cuero curtido al ser azotado igual que un látigo.

Pero no fue ni un látigo, ni un trozo de cuero lo que sonó.

Mientras de los labios de César brotaba el nombre “Gabriel”, un par de alas de una envergadura que me fue imposible de precisar, brotaron por detrás dela espalda del recién llegado. De un blanco nacarado, relucientes, de apariencia delicada y al mismo tiempo, poderosa; se extendieron sobre su cabeza y luego a los costados del cuerpo. La cocina de llenó de una luminiscencia opalescente. Parpadeé ante el impacto de semejante visión.

Los ojos del tal Gabriel se llenaron de un brillo amarillo verdoso que me atravesó e hizo recular. Me llevé por delante las sillas y caí sobre estás. Presa de pánico que no había experimentado nunca antes, me arrastré por el piso hasta que la pared se interpuso en mi camino. No sentí vergüenza de agazaparme en aquel rincón, el pavor que me producían aquellas alas lo gobernaba todo, incluso mi instinto de supervivencia. Ya se me había presentado más de una ocasión en la que hubiese podido atacarlo y sin embargo, el reflejo no surgió.

El recién llegado se me vino encima, sus alas ya me cubrían cuando un grito atronó el aire.

- ¡No, Gabriel, no! ¡Es ella, es ella! ¡No lo hagas, detente!

Las alas se apartaron de mí, justo cuando comenzaba a sentir que las fuerzas me abandonaban. Era una sensación igual a ser rasgada en dos.

El par de alas blancas de un material indescriptiblemente etéreo, que podía ser entre un sólido y un gas al mismo tiempo, se replegó sobre la espalda del hombre joven, cuyo rostro aún continuaba siendo una máscara de ira imposible de contener.

Esta noche no sería algo fácil de digerir. Apenas si terminaba de asimilar que la puerta del cuarto en la que me encerraron, se negó a abrirse para mí.

- ¡¿Qué hace ella aquí?! ¡Quedamos en que permanecería en su cuarto hasta mañana! César, te dije que esta noche tenía que ocuparme del padre Lucio.

- Está bien, Gabriel, no pasa nada.

- ¡Sí que pasa! ¡Hay un demonio en nuestra cocina!

- Calma, Gabriel. Iba a destrozar su cuarto. Despertó y se encontró encerrada.

- Sí, porque convenimos juntos, que allí se quedaría hasta que decidiésemos…

- Necesita comer- soltó César interrumpiéndolo.

- Y yo necesitaba algo de paz para ocuparme del padre Lucio- despotricó escudriñándome con aquellos impactantes ojos que aún conservaban ese color fosforescente y brillante que le daba el aspecto de hombre radioactivo o algo así, quizá de extraterrestre.

- Tranquilo Gabriel, de verdad que no pasa nada. ¿Quién está con él ahora?

El aludido irguió los hombros, los extremos de sus alas vibraron, aquel gesto me recordó al de un perro que se sacude para quitarse el agua de encima, solo que me dio la sensación de que su intención era quitarse de encima algo más que un poco de agua, cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos, lucían un color más normal que aquel extraño reflejo verdoso dorado.

- Natalia- contesto con una voz un par de octavas más alta que aquella con la que hablara antes.

Reparé en que el rostro de Cesar se ensombrecía. - ¿Le ha llegado la hora?

No me lo explicaron y probablemente aquello no me incumbía en lo más mínimo, así y todo, me di cuenta de que hablaban de la agonía de una persona cercana a ellos.

El tal Gabriel negó con la cabeza.  Retrocedió sobre sus pasos y pasó por encima del vaso roto. - Pidió más leche tibia…, eso venía a buscar-. Se agachó delante de las astillas de cristal y pasó la mano derecha todo por encima de éstas, a unos cinco centímetros de distancia. Las astillas siguieron el movimiento su mano igual que si fuesen astillas de metal y su mano un imán. Juntó ambas manos sobre el montón y en un parpadeo, el vaso volvía a estar en pie, entero igual que si nada le hubiese sucedido.

Alguien va a tener que darme un buen pellizco para demostrarme que no es un sueño- pensé.

La palabra me vino sola a la cabeza y acto seguido, se escapó por mis labios sin que pudiese hacer nada para retenerla dentro de mi boca.

- Ángel.

Gabriel se volvió hacia mí lentamente. Sus rasgados ojos castaños se transformaron en una línea, en la mira laser de un potente arma de última generación. Esbozó una sonrisa y en su mueca detecté algo de malicia. - Arcángel- me corrigió sin mala intención utilizando su mansa voz de seda de un primer momento-. No lo había notado antes, eres muy parecida a tu padre.

Gabriel estiró las rodillas levantando consigo el vaso. Al pasar junto a la mesa, lo depositó sobre ésta y luego caminó hasta mí (en ningún momento perdí de vista sus alas, es que eran hipnóticas...increíbles, maravillosas y yo todavía no podía terminar de creer que fuesen reales, que él fuese real). El arcángel se detuvo frente a mis pies y me tendió una mano-. Solo para que quede claro, toma nota que puedo acabar contigo antes de que siquiera te des cuenta de lo que me he movido-. Volvió a ofrecerme su mano sin embargo yo no le correspondí, no porque no quisiese estrechar su mano, nada se me antojaba más que tocarlo para comprobar si era real, el caso es que simplemente me fue imposible moverme-. César tiene razón, debes comer, la herida de tu hombro vuelve a sangrar.

No tengo ni la menor idea de cómo es que lo supo, yo sentí la sangre correr por mi espalda un segundo después de que él mencionase el hecho.

Movió los dedos de su mano llamándome.

Con miedo, moví mi brazo derecho y muy lentamente, posé mi mano sobre la suya.

La experiencia de tocarlo fue como tener la oportunidad de tocar la paz y la serenidad materializadas, como palpar el cielo, similar a perderte en algo en extremo bueno, suave y delicado.

Me aferré de sus dedos y entre su piel y la mía sentí un chisporroteo de energía que un momento más tarde se extendía por todo mi brazo y luego, me rodeaba por la línea de los hombros, hasta llegar a la herida. Allí se detuvo la energía, que pronto se transformó en una calidez reparadora. La sangre paro de manar.

Con su ayuda me puse en pie y, una vez arriba, me fue imposible soltarlo, simplemente no quería hacerlo. Me negaba a separarme de él. El miedo se había ido y mis instintos continuaban escondidos en algún profundo rincón de mi ser, lo que ponderaba en este momento dentro de mi cerebro, era su imagen, el tacto de su piel, el movimiento de sus pupilas recorriendo mi imagen. Sin querer me encontré a mí misma acariciando la piel del dorso de su mano con las yemas de mis dedos

Para mi vergüenza, fue él, quien quitó mi mano de alrededor de la suya.

- Soy Gabriel.

- Eliza- balbuceé. La lengua me patinaba

- Sí-dijo y retrocedió-. Si puedes tú solo con esto…

- Sí, sí puedo- se apuró a afirmar César.

- ¿Y Pavel, dónde se metió?

- Se asustó un poco, ya regresará, la ansiedad pudo con él.

- Bien, regresaré en cuanto pueda. ¿Seguro que no quieres que envíe a alguien más?

Negó con la cabeza al tiempo que parpadeaba lentamente, enseñándole una sonrisa masa.

- Claro, tú sabes lo que haces.

- Fuiste tú quien me enseñó lo que sé.

- Fuiste tú un alumno aplicado- canturreó Gabriel metiendo dentro de la pileta el vaso que trajera en las manos, tomó uno limpio, fue hasta la heladera y lo llenó de leche. En el más completo silencio mientras yo lo seguía con la vista otra vez, entibió la leche en el microondas y luego nos dejó. Antes de salir me lanzó una mirada que, no comprendo a razón de que, me llegó directo al corazón. En ese instante, sus alas simplemente desaparecieron.

Un ángel- me dije a mi misma dentro de mi cabeza-. Gabriel, el arcángel Gabriel. Julián iba a caerse de espaldas cuando le contase que era cierto, que existían los ángeles.

Caí sobre la silla sin poder controlar el peso de mi propio cuerpo.

César plantó delante de mí un humeante plato de pasta y lo acompañó con una servilleta y cubiertos.

Me ofreció queso rallado y sin esperar una respuesta, fue por éste a la heladera. También sacó una jarra de agua, con la cual luego llenó un vaso.

- Come- entonó al sentarse frente a mí.

Acabé vaciando el plato con una desesperación que me roía el alma. Me sentí mejor al terminar, y de ser por mí, le hubiese pasado la lengua al plato, la comida me supo exquisita y reconfortante. Contuve esas ganas para no empeorar el espectáculo dado al devorar la pasta en menos de cinco minutos; por alguna razón, no deseaba que el hombre que tenía frente a mí, me creyese una bestia salvaje en todos los aspectos; al menos tenía que demostrar algo de civilización en mis modales a la mesa.

- ¿Puedo servirte más?- ofreció levantando la cabeza de encima de la mano en la que la tenía apoyada. Desde allí me observó con fascinación mientras yo comía.

- No, gracias- aparté el plato de mí-. Estaba muy sabroso pero creo que ya estoy bien, es suficiente. Muchas gracias.

-  De nada, pero…¿Segura? No sientas vergüenza, tampoco es que sea la primera vez que veo a uno de ustedes comer.

- ¿Acaso compartió muchas veces, su mesa con demonios?

- No, no realmente…es que te sorprendería la cantidad de veces que me he topado con demonios en restaurantes.

- ¿Bromea?

- No, es cierto.

- ¿Tengo que entender que usted es capaz de identificarnos entre la multitud?

- No precisamente. Existen personas que lo logran, no soy no de esos, simplemente me han enseñado a reconocer ciertas detalles que ayudan a detectar a algunos demonios escondidos debajo de una máscara de normalidad. Como sea, muchas veces la verdadera identidad de la mayoría de los tuyos, se me escapa. La demonología no es lo mío, yo soy angelólogo. Digamos que he dedicado mi vida a estudiar al otro bando. Lo que sé de ustedes son cosas que en su mayoría aprendí porque se relacionan con mi campo de investigación.

- ¿Angelólogo? En mi vida escuché hablar de algo semejante.

- Hasta hace un par de años nunca habías oído hablar de los demonios.

- Eso es lo que son todos aquí- tragué saliva-, a eso se dedican- por encima de mi hombro espié en dirección a la puerta, hasta ahora no había sido capaz de quitármelo de la mente-, él…

- Mejor empecemos por el principio- Cesar me sonrió-. La perplejidad tomó cuenta de tu rostro. Este mundo es más complejo de lo que suponías ¿no?

Asentí.

- Bien, con tus propios ojos comprobaste que el otro bando existe. La angelología soporta sutiles variaciones de una religión a otra. Básicamente el modo de expresar aquello que existe de una sola forma, es el modo en que cada pueblo ha intentado explicar aquello que para la mayoría de los humanos no pasa de algo muy parecido a un cuento de hadas, de simple mitología o de historias basadas en una fe que se profesa a ciegas. Solamente unos pocos tenemos acceso a la verdad y por desgracia, tenemos prohibido contar esa verdad-. Inspiró hondo y prosiguió-. Existen los demonios, existen los ángeles…

- También los arcángeles- apostillé.

- Así es, Gabriel es uno de ellos, uno de los únicos tres que han existido desde el mismísimo comienzo. Gabriel, Rafael y…

- Miguel, quién enfrento a mi padre cuando él se reveló. ¿Es eso cierto?- inquirí completamente incrédula.

- Sí, en resumidas cuentas así es la historia.

- No puedo creer que sea cierto. Es…es…

- Todo en esta vida tiene una contrapartida, así se logra mantener el balance, el mundo no existiría si la historia estuviese desbalanceada. Miguel es el jefe del ejército celestial.  Rafael es básicamente un protector. Gabriel es el mensajero, él es el nexo entre nosotros y origen. A mi modo de verlo, Gabriel es el más accesible de los tres, con el pasar de los milenios ha forjado una relación con los humanos que ninguno de los otros dos tiene. Gabriel vive entre nosotros la mayor parte del tiempo.

- Y los otros qué, viven en el cielo; ¿o debo llamarlo Paraíso? ¿Dice que tiene pruebas de que el cielo y Dios existen?

- No, absolutamente ninguna, solamente sé de lo que mis ojos han podido ver a lo largo de mi carrera; el resto es pura fe. Todos los ángeles tienen absolutamente prohibido revelar nada de lo que pudiese o no, haber más allá de lo que podríamos llamar, este plano de existencia. Por ponerlo de algún modo ellos tienen como premisa dejar que la humanidad elija libremente en qué creer. Es una especie de prueba- sonrió-. Sería mucho más sencillo que todos creyésemos en Dios si tuviésemos pruebas de su existencia, no te parece. La fe no solamente ayuda al hombre a mantenerse en pie, sino que lo hace más fuerte y por ende, también fortalece el sistema…el balance.

- Eso suena un tanto…- no hallé la palabra correcta-. ¿Sádico?

- Admito que por momentos puede parecer un método algo cruel. “Cree en mí aunque yo no te de una sola prueba fehaciente de nada”. Sí, no es fácil. Pero no es un completo abandono, Eliza, ellos están aquí, Gabriel no es más que la punta visible del isberg para ti. Por cada uno de ustedes hay uno de ellos-. Enderezó la espalda-. Arcángeles, principados, potestades, dominaciones, virtudes, tronos, querubines, serafines, ángeles… No estamos solos. Tu padre no es el único que cuenta con un ejército organizado.

- Nosotros no somos un ejército- repliqué enojada. Esto sin duda no era una guerra, no al menos en los términos en los que él la planteaba según me parecía.

César dio n largo parpadeo. - Nuestra vida es una lucha constante para mantener el balance y procurar el bienestar de la humanidad.

- En resumidas cuentas, somos enemigos-. Entoné al caer en cuenta de cómo iba la historia.

- Sí, lo somos- admitió viéndome a los ojos. Apartó la mirada y continuó-. Nosotros procuramos salvar almas, ustedes, enviarlas al infierno.

- ¿Van a matarme, es eso? Para eso me trajeron aquí.

- Te salvamos de quienes te atacaron.

- Sí, para matarme ustedes.

Negó con la cabeza. - Eran ellos los que querían matarte, o al menos eso aparentaba, no nosotros.

- No le entiendo.

- Nosotros todavía tampoco lo comprendemos demasiado bien, solamente sabemos que “los caídos” están tras de ti. No tenemos idea de por qué, o para qué exactamente.

- ¿Los caídos?

- En realidad sus hijos, los Nefilim, pero creemos que ellos también están involucrados.

- ¿Qué?

- Los hijos de los hijos de Dios. Hijos de ángeles que cayeron en la tentación con mujeres humanas.

- ¿Qué?- esto sobrepasaba cualquier límite para mí; ¿hijos de ángeles con mujeres humanas? ¿Acaso me golpeé la cabeza y perdí la razón?

- Te explicaré. Según la mayoría de las creencias los Ángeles Caídos son todos aquellos ángeles expulsados del cielo como castigo por desobedecer o rebelarse contra Dios. Las Sagradas Escrituras nos dicen también que un ángel caído tendrá que vagar por la tierra hasta el día del juicio final cuando serán desterrados y enviados al infierno. El ángel caído más conocido es Lucifer.

Sí, mi padre- acoté yo mentalmente.

- Se supone que cuando Dios creó a los ángeles- prosiguió César-, los dotó de entendimiento y libertad; esto hizo que algunos ángeles comenzaran a cuestionar y alejarse de Dios, conforme se iban alejando se iban formando las jerarquías angelicales, de las que ya te hablaré en profundidad luego. Algunos se alejaron tanto de su esencia que se convirtieron en humanos ya que con el pasar de los siglos, fueron perdiendo sus cualidades angelicales. Otros, los que se apartaron totalmente de su camino, cayeron al infierno. Una tercera parte, quedó vagando en un estadio intermedio, a ellos se les conoce como los caídos de Dios o ángeles caídos. Estos ángeles que cayeron por lujuria son conocidos como los Grigori, un grupo selecto de doscientos ángeles que bajaron a la tierra para ayudar a los arcángeles en la creación del Edén. Cuando los Grigori llegaron y conocieron a las hijas de los hombres, se enamoraron de ellas; bueno, eso último dicho de un modo romántico.

- Entiendo.

- Los Nefilim, los que te atacaron esta noche, son el producto de la unión entre esos ángeles caídos, los Grigori, y mujeres humanas. Mitad humanos, mitad ángeles. En apariencia se ven como cualquier otro mortal sin embargo no lo son. Tiene una fuerza descomunal, su expectativa de vida sobrepasa la de cualquier ser humano entre tres y cuatro veces, usualmente llegan a vivir unos trescientos años o más. No se enferman y no son susceptibles a las demás cosas que pueden acabar con la vida de un ser humano común y corriente. Esto es: las armas comunes no los dañan, pueden sobrevivir sin problemas a accidentes, caídas y demás. Tienen poderes, en su mayoría son capaces de influir en el pensamiento de las personas, muchos de ellos poseen la capacidad de controlar los distintos elementos de la naturaleza. Suelen ser un tanto engreídos y orgullosos, están bien adiestrados y son implacables. No sienten remordimiento alguno, maltratan sin piedad y su interés por la raza humana no sobrepasa el nivel del deseo carnal. Pese a que son mitad humanos, odian a la humanidad y siguen un lineamiento bastante básico; lo que ellos siempre han deseado es purificar su propia raza y convertirse en lo que eran sus padres. Anhelan volver a ser ángeles- sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco-, no del mismo modo en que fueron creados, sino más bien como una raza que se merece adueñarse de la tierra y hacer uso de sus fuerzas y poderes sin límites algunos.

- Lejos de las órdenes de Dios- acoté comprendiendo por cual camino corría la historia.

- Lo captaste a la perfección. Quieren purificar su especie, volver a ser solamente Grigori- negó con la cabeza- pero no desean volver a estar bajo el mando de Dios, o por lo menos eso han dado a entender.

- ¿Qué tengo que ver yo con ellos? ¿Por qué me atacaron?- eso sí que se escapaba a mi entendimiento, e incluso a mi imaginación. No comprendía qué tenía que ver yo con esa historia.

- No lo sé- admitió César luego de tamborilear los dedos sobre la mesa-. Para los Grigori, y sus hijos los Nefilim, absolutamente todos los que no pertenezcan a sus líneas, son el enemigo. Nosotros los humanos, los ángeles y ustedes los demonios.

- Aún así no me queda claro.

- Tampoco está claro para nosotros, Eliza, por eso te trajimos aquí.

- Por eso todavía no me matan- acoté.

César me miró torcido.

- No es que vayamos por ahí acabando con todos los demonios con los que nos cruzamos, no funciona así, no somos un grupo de mercenarios.

- ¿A no, y qué es lo que se supone que hacen aquí?

- Ya te lo dije, nosotros simplemente ayudamos a los ángeles a mantener el balance. Si un demonio, un Nefilim, un Grigori o quien sea, intenta alterarlo, se las verá con nosotros.

- ¿Qué me atacasen alteraba el balance?

- Así es.

- ¿Por qué?

- Porque todavía no tenemos nada contra ti, no has hecho nada, de modo que no podemos culparte de nada.

- Pero si hiciese algo…

- Ya tenemos suficiente con esto, no pienso adelantarme a lo podría o no suceder.

Nos quedamos un momento en silencio, yo meditando sobre este lugar, sobre sus habitantes. Por la quietud reinante, parecía que nos encontrábamos en el medio del campo o al menos, en una parte alejada de la ciudad, quizá en las afueras, en un barrio muy tranquilo, probablemente rodeados de mucho verde, de un pequeño bosque, en una propiedad inmensa. Tan inmensa que la cantidad de gente que albergaba este lugar, precisaba de tres microondas, dos heladeras, una despensa enorme y un comedor con espacio para un centenar de personas…un ejército, uno bien organizado y probablemente también muy bien instruido, después de todo, ellos sabían de nosotros, de lo que somos, de lo que nos hace fuertes y de aquello que nos debilita. Y no solamente eso, esta gente también conocía otras verdades que se nos escapaban, verdades tales como la existencia de los ángeles y la presencia de un arcángel en particular, sobre la tierra; e incluso, que aquellas cosas mestizas iban por ahí intentado acabar con la humanidad o algo así. Una fuerte opresión encogió mi corazón, ellos seguían a mi padre, estaban al tanto de la mayoría de sus movimientos; si podían con él, lo más probable es que nosotros, simples demonios, no significásemos ningún problema mayor. Gabriel lo había dicho, podía matarme con suma facilidad si quería. Pensé en Vicente y se me hizo un nudo en la garganta, lo peor que podía pasarle a mi mundo es que le sucediese algo malo. En respuesta a tan horrible expectativa, se me puso la piel de gallina, frente a aquel arcángel que podía hacer yo si tuviese que defenderlo.

Llené el vaso y me bebí toda el agua de un tirón procurando bajar el nudo hasta mis entrañas. No hubo caso, la sensación de ahogo persistió.

Una punzada de dolor sobre mi hombro me recordó que acababa de aprender que era vulnerable a algo más que el fuego.

- Por cierto- comencé a decir emergiendo del mutismo en el que cayera un par de minutos atrás-, con qué me atacaron, por una de esas casualidades serías capaz de explicarme porqué mi herida no cierra aún.

- Sí, claro. Como te mencioné antes, las armas convencionales no hacen más que herir a los Nefilim y a los Grigori superficialmente y tan solo por un par de segundos, al igual que pasa con ustedes. La daga que Pavel clavó en tu hombro, sin querer, fue confeccionada con un material capaz de acabar con la vida de esas criaturas. Es lo único que los hiere de verdad, con lo único que podemos matarlos.

Instintivamente palpé mi hombro herido preguntándome si se curaría.

- No te preocupes, no es letal para ustedes- me aseguró adivinando en mi gesto, mi pensamiento-, sí tardará en sanar un poco más que cualquier otra herida, pero eso es todo. A más tardar en un día o dos volverás a estar como nueva. Ni siquiera te dejará una marca. ¡Ah, Pavel, ya comenzaba a preocuparme por ti!- exclamó César levantándose de su silla.

Me di la vuelta para ver entrar al muchacho rubio de camisa celeste y alzacuello blanco.

Al verlo me pareció todavía más joven que la primera vez que lo vi. Tenía acné en la frente y la sombra de su barba era un moteado dorado que tardaría probablemente un par de años en ser una barba de verdad. Además de eso, detrás de sus ojos adiviné una ingenuidad digna de algo demasiado inocente, de alguien que apenas si se asoma a la vida.

El joven cerró la puerta y caminó tímidamente hasta nosotros mientras que con manos nerviosas acomodaba el cuello de su camisa, por el gesto que hizo con las manos y los músculos de la garganta, me dio la impresión de que en este momento, el alzacuello lo ahorcaba.

- Lo siento, César, te fallé- entonó en un castellano pausado copado hasta en el último sonido por un acento muy marcado.

- Nada de eso Pavel, la primera vez no es fácil para nadie- le dijo César con despreocupación.

El muchacho movió los ojos y me miró fijo, el resto de su cuerpo tieso parecía clavado al suelo junto a la cabecera de la mesa; se quedó así un tiempo tal que comencé a sentirme como un león de zoológico. ¿Acaso esperaba que alguien me lanzase un trozo de carne cruda para ver como la roía con los dientes en el más salvaje de los actos? Sin duda para ese muchacho yo era algo mucho peor que un león, los leones solamente matan para alimentarse, o como mucho, para defenderse, pero no por simple placer, y evidentemente, lo que el chico creía era que nosotros los demonios, nos divertíamos saliendo a cazar humanos. Faltaba que me dijese, tal como se culpaba a las brujas de la época de la inquisición, de comer bebés.

- Pavel, lo que haces es de mala educación.

El muchacho dio un respingo.

- ¿Tú también perteneces a la iglesia católica?- le pregunté a César, ignorando al muchacho, que pese a que éste acababa de reprenderlo por quedarse viéndome embobado, continuaba observándome lleno de curiosidad y miedo.

- No, no para nada. En nuestras filas encontrarás personas que profesan distintas religiones y otras, como yo, que no creen en mucho más de lo que ven. Ver para creer- sonrió-. Creo que yo no superé aquella “sádica prueba” de la que hablamos. Lo mío es la ciencia, la investigación, lo que puede traducirse en una hipótesis, lo que genere una explicación lógica comprobable. Datos empíricos, eso es lo que yo necesito. Soy médico, genetista para ser más exactos. En fin, mi seguridad se acaba con Gabriel, en él pierdo el camino.

- Nada de esto tiene lógica alguna. Dígame, ¿por cuánto tiempo van a permitir que viva? ¿Hasta cuándo?

La puerta volvió a abrirse interrumpiéndonos.

Mis dos acompañantes se volvieron en esa dirección; los imité.

Gabriel se encontraba otra vez entre nosotros, al verlo, sentí una tristeza tan profunda que me entraron ganas de llorar sin saber por qué.

El limbo se implantó entre nosotros por un tiempo que fui incapaz de calcular, el cual duró hasta que César hablo.

- Lo lamento- dijo en un tono de voz que no superaba el volumen del susurro del correr de las páginas de un libro.

- Está bien- Gabriel empujó la puerta, la cual no llegó a cerrarse del todo, solamente quedó entornada. De corredor no llegó sonido alguno, sino una calma completa, plena.

- Su sufrimiento terminó- continuó diciendo a medida que alzaba la cabeza-. Ahora descansa-. El final de la frase la dijo mirándome a mí, con lo cual tuve la impresión de que además de pensar en eso obvio de lo que hablaban, que un hombre, el tal padre Lucio, acababa de fallecer, rondaba algo más por su cabeza, ese algo que en este instante se encontraba justo frente a él: yo.

Al fijarme en esos ojos tan humanos, me costó creer que fuese un ángel. Por sus alas temblé de miedo, y en este instante, su presencia mantenía acelerado mi pulso.

Todavía en pie, Pavel juntó las manos, bajó la cabeza y rezó por el alma del padre Lucio.

- No hay tiempo para llorarlo- continuó diciendo el ángel, lanzando al olvido mis ojos y mi imagen. Dio la media vuelta y fue hasta la heladera-, él más que nada, deseaba que continuásemos con nuestro trabajo. En estos últimos días repetía una y otra vez, que su convalecencia demoraba nuestro trabajo. Lo que él quería era que siguiésemos adelante, que llegásemos al fondo del asunto.

- Podemos tomarnos un par de horas para meditar sobre aquello que nos dejó, Gabriel.

El arcángel no hizo caso de la empatía que pretendía transmitirle Cesar. Su mandíbula se endureció, debía estar apretando los dientes, y con ella, también se transformó en piedra su rostro.

- Un gran vacío- abrió la heladera y sacó una botella de agua- eso es lo que nos dejó. Lo conocía desde hace sesenta años, César. Lucio ha sido uno de los mejores amigos que he tenido jamás.

- Lo sé.

Pavel acabó su oración. Alzó la cabeza. - Hoy será uno de los día más extraños; algunos creerán que es el último día, pero no lo es. Otros dirán que nos será imposible reponernos, sin embargo lo lograremos. Nada tendrá sentido por un tiempo y no haremos más que recordar este momento una y otra vez con dolor y cólera. Pasará- afirmó mirando solamente a Gabriel-, así como él encontró la paz, nosotros también la hallaremos. El sol saldrá, la vida volverá a rodar, y en tu secreto, Gabriel, todos nos reconstruiremos para continuar con la misión que nuestro padre nos ha dado.

Me sentí invadiendo un momento extremadamente privado; yo sobraba aquí.

Gabriel, en un idioma que yo nunca había escuchado antes, le dijo algo a Pavel; el muchacho le contestó y luego fue a sentarse junto a César.

- Ubaldo se está ocupando de todo.

Mientras Gabriel hablaba, contemplé su espalda a la procura de descubrir por dónde habían emergido sus alas, su remera negra semejaba ser tan consistente y real como mi chaqueta de cuero.

- Claro- convino César. Por la mueca en su rostro adiviné que Gabriel no era el único que sentía la muerte del padre Lucio.

- Lo enterraremos en la mañana.

- Bien.

Gabriel abrió la botella, y en vez de utilizar el vaso que acababa de sacar de la alacena, bebió en largo sorbo directo del pico. Lo noté confundido, como si hubiese olvidado que perdido sobre la mesada de granito, había dejado un vaso.

Cuando bajó la cabeza, me di cuenta de que por su rostro, rodaban brillantes lágrimas, un mar; las que se apuró en secar con el dorso de la mano en cuanto reparó en que yo lo veía. Sin más preámbulos, regresó hasta la mesa, levantó la silla que yo había tirado cuando él apareció por primera vez y se acomodó a mi lado.

Antes de hablar, volvió a beber. - Entonces…- giró el rostro y me enfrentó- …con que eres su hija- me espetó con un tono virulento radicalmente opuesto al que usara para hablar de hombre que acababa de fallecer.

Qué contestar a eso.

- Tienes sus mismos ojos…

Me estremecí, no por completo de un modo desagradable. Resultaba tan extraño tenerlo a mi lado, no simplemente porque aún no terminaba de créeme lo que era, sino porque él desprendía algo imposible de poner en palabras. De su cuerpo torneado con lo que con un pensamiento muy humano, podía describirse como horas y horas de gimnasio (lo más probable es que simplemente hubiese sido creado así y punto ¿cierto? ¡Ni idea, en este momento no sabía qué pensar sobre él!), y, a través de sus ojos también, emanaba una energía sin par. Una especie de aura luminosa palpable que me hacía sentir pequeña e insignificante, completamente expuesta a él y a sus designios. Sin duda tenía razón, podría matarme sin que yo siquiera me diese cuenta de que aquello estaba sucediendo, sin que atinase a defenderme.

- …sin embargo en el fondo- continuó diciendo mientras su bravuconería anterior se diluía en litros y litros de pureza-, tu mirada no es la misma que la suya. Me intriga descubrir a qué se debe eso.

- A que yo no soy mi padre- repliqué sin pensarlo dos veces-. Somos dos personas diferentes.

Gabriel torció la boca en una mueca que implicaba que discrepaba de mi opinión. - El fruto no suele caer muy lejos del árbol que le dio la vida.

- Según entiendo, mi padre es hijo de tu padre y mira en lo que ha dado eso. ¡Yo no soy él!-chillé. Esta charla comenzaba a hartarme.

- ¿Por qué te seguían?- disparó volviendo a alzar un escudo de frialdad entre ambos.

Tantas idas y venidas terminarían por descontrolarme. Procurando que César no se diese cuenta de lo que hacía, me concentré en mi respiración para intentar controlar los calores que iban y venían ofuscándome.

- No tengo ni la menor idea- respondí con un rechinar de dientes. Todavía continuó siendo un demonio muy impulsivo y cuesta no reaccionar. Bueno, al menos ahora volvía a reaccionar y él no me bloqueaba por completo, lo cual, significaba un cambio tranquilizador-. Yo siquiera sabía que los de tu tipo eran reales, mucho menos que cosas semejantes deambulaban por la tierra. ¡¿Cómo se supone que debía siquiera especular con que esos híbridos mitad humanos mitad ángeles, pudiesen querer algo de mí, y mucho menos matarme?!

En vez de responderme, Gabriel movió la cabeza y miró a César.

- Procuré ponerla al corriente de algunas cosas- explicó, aclarando así, las palabras pronunciadas por mí, recién.

- Es probable que quieran algo de su padre.

- Es una opción, no me sorprendería del todo saber que así es- convino César-. Sin embargo dudo que él acceda a negociar siquiera; él no es de ese tipo que negocia nada. Negociar es entregar parte del poder y él nunca haría eso, va en contra de todo lo que es.

- Puede que fuese así hasta ahora-. Puntualizó Gabriel y después me miró de reojo-, es posible que los Nefilim encontrasen algo por lo que él realmente quisiese negociar.

- ¿Qué podrían querer ellos de él?- lanzó Pavel participando en la discusión por primera vez-. ¿Aliarse?

- No tengo idea-. César sacudió la cabeza-. Estos son tiempos extraños.

- ¿De verdad creen que Eleazar estaría dispuesto a ceder algo por mí? Es obvio que ustedes no lo conocen, muy bien. Nuestra relación no es precisamente la relación padre-hija más amorosa que puedan encontrar.

- El amor no tiene nada que ver aquí, demonio- escupió Gabriel dirigiéndose a mí.

Pronunció esa última palabra con tanto asco que se me heló la sangre.

Me usaba como válvula de escape para así liberar el dolor de una muerte reciente o simplemente de verdad me odiaba por ser yo, lo que soy. Su confusa actitud hacía mí me impedía determinar exactamente de qué iba en dentro de la organización (¿pacifista o liquidador de demonios?)

- ¿A quién intentas engañar?- me traspasó con la mirada.

- ¿Qué?

- Por favor, si todos sabemos que tu padre no te engendró a la espera de formar una familia. No somos estúpidos, ustedes los demonios no son capaces de sentir nada más que amor propio. Son criaturas egoístas. De verdad esperas que me trague esa pantomima de que te sientes herida y abandonada porque él no apareció en tu vida hasta hace poco, porque jamás se responsabilizó de su paternidad. Es insultante que nos creas tan ingenuos.

Apreté los dientes y luego solté: - es obvio que ustedes saben tan poco de nosotros como nosotros de ustedes. Y mucho menos de mí, aunque siguiesen mi vida desde que tragué mi primera bocanada de aire- inspiré profundo y continué-. Mi padre no se rebajaría a nada por mí, lo dijiste muy bien, él no me quiere, nada le impidió torturarme cuando así lo quiso, y me figuro que absolutamente nada se interpondrá en su camino si por alguna razón, un día se dispone a acabar con mi existencia. Por otro lado, sí somos capaces de amar y de sentir muchas otras cosas. Es obvio que ni todo lo malo es tan malo, ni todo lo bueno tan bueno. Para ser un ángel tienes una lengua viperina bastante larga. Qué te diferencia de mí, si sin siquiera conocerme, sin saber nada de mí vida, de buenas a primeras, has amenazado con matarte y no paras de hablar mal de mí. El odio parece no ser propiedad exclusiva de los demonios, ni el amor, de los ángeles. ¿Me equivoco? No eres el único que ama, el único que sufre, que extraña o que llora; nosotros tenemos eso también. Tengo una familia, un esposo, seres queridos…personas que en este momento podrían estar corriendo peligro a causa de esos engendros que me atacaron hace unas horas…¿y qué hacen ustedes en vez de darme una explicación clara sobre lo que sucede aquí?, me insultan y me amenazan-. Me puse de pie-. Si no tienen más nada que decirme, me largo-. Fulminé a Gabriel con la mirada-. No soy egoísta, no hay nada que yo desee más en este momento, que salir de aquí e ir a proteger a los míos.

Ante el silencio que obtuve por respuesta, di la media vuelta. No llegué a dar ni un paso.

Gabriel me frenó asiéndome por la muñeca izquierda. - No puedes salir de aquí.

- Por qué, vas a matarme si lo intento- le espeté de peor modo que pude representar, para así demostrarle que no tenía pensado soportar su maltrato. Acompañando mis palabras, di un tirón con mi brazo. A pesar de la fuerza que empleé no logré deshacerme de él.

- No, pero ellos lo harán- lanzó ciñendo sus dedos alrededor de mi carne. El apretón me ardió todavía más.

- Me importa un cuerno. Si esos Nefilim son como tú, lo más probable es que intenten algo en contra de los míos para hacerme salir de aquí y no pienso consentir eso. No voy a darles el gusto, y mucho menos a ti. No sé lo que quieren, ni me importa lo que quieran ustedes, o siquiera mi padre. Mi familia está primero.

- Te equivocas.

- Suéltame.

- No, lo lamento mucho. Disculpa el modo grosero en que me comporté antes, pero como sea, no podemos permitir que salgas.

- ¿Por qué no? No les he hecho nada.

- Por lo visto no comprendes las verdaderas dimensiones de lo sucedido.

Lo miré con displicencia.

- Nadie en su sano juicio se metería contigo de no ser que tuviese una razón muy fuerte. Hasta que no sepamos cual es esa razón…

- ¡Ni sueñen con que voy a quedarme aquí! Eso no sucederá, ¡ni en un millón de años!

- Tenemos gente apostada en la puerta de tu casa- comenzó a decir César al ponerse en pie-. También enviamos de los nuestros a las puertas de la propiedad de ese otro grupo.

- ¿Los Salleses?

César me contestó que sí con la cabeza.

- Nuestra misión comenzó hace seis meses. Sabemos de ti hace tiempo, pero nunca antes nos habíamos visto en la obligación de seguirte o custodiarte tan de cerca. Estuvimos pendientes de ti un tiempo, cuando cambiaste, necesitábamos asegurarnos de qué camino tomarías. Como entendimos que no eras un problema significativo, lo dejamos estar. Todo cambió cuando los Nefilim aparecieron en escena, que fuesen tras tus pasos nos preocupó. No era normal, no esperábamos nada semejante; esto no tiene ningún precedente-. César se mordió la comisura del labio-. Nos complicaste mucho la vida con todos tus viajes. Un par de veces en Praga te perdimos la pista. Eres demasiado escurridiza-. En sus labios asomó una sonrisa conciliadora.

Su intento por tranquilizar los ánimos no llegó a Gabriel, si mi muñeca hubiese sido mi cuello, ya me habría estrangulado.

Apartándome de lo físico, los cables se conectaron dentro de mi cabeza en un proceso completamente involuntario, y entonces, di con algo, o al menos, con la posibilidad de llegar a algo. - Fui atacada en Praga- solté.

- Lo sabemos- reveló César.

- ¿Fueron ellos?

- No estamos seguros- me contestó Gabriel adelantándose a César. Sus dedos por fin me soltaron-. Hay algo más.

- ¿Más?- inquirí desviando la vista de la piel enrojecida de mi muñeca, a sus ojos. Gabriel miró mi mano y luego habló.

- Demonios. Hemos tenido que lidiar con ellos también.

- ¿De qué hablas?

- Además de los Nefilim te ronda un grupo de demonios. Todavía no logramos averiguar quiénes son o qué quieren, tampoco quien los envía. Creemos que podría ser una facción disidente que pretende revelarse contra tu padre o algo así.

- Entiendo lo que implica que puedan ser una facción disidente-. Llevé mi muñeca dolorida hasta mi pecho, y allí la cubrí con la mano a esperar que las magulladuras curasen en los próximos segundos-. O sea que no saben nada de nada- murmuré concientizándome de lo desastrosa de la situación.

- Es lamentable, pero sí, es más o menos así- reconoció César-. Solamente tenemos muchas dudas y un par de hipótesis.

- ¿Cuáles son esas hipótesis?

- Que no eres simplemente uno más de los hijos que tu padre ha traído a este mundo.

La respuesta de Gabriel me hizo pensar en cosas que mi padre me había dicho, cosas que insinuó…“Eres especial, lo sé desde el primer día”, “hija, tus poderes son superiores, eres capaz de lo inimaginable…”,  “eres mi hija, y los frutos nunca caen demasiado lejos del árbol”, “¡no podría experimentar más orgullo del que siento ahora!”. Eso último lo soltó el día que le conté que tomaría a Anežka como aprendiz, y que sus poderes aparentaban ser algo especial. Los celos de Salvador; las ganas de Ciro de compartir su experiencia conmigo, la cantidad de veces que mi padre me invitó a vivir a su lado, a seguirlo de cerca. Los miedos que suscitó mi cambio en todos los que saben o tiene experiencia en demonios con grandes poderes…Todo este condenado revuelo…

- No incurrimos en un error en apuntar a eso, sabes que existe una gran chance de que sea cierto.

Mi mente se había disparado en demasiadas direcciones y, muchas de ellas entrecruzaban, es por eso que me costó encontrar una respuesta a eso que Gabriel acababa de decirme. No tenía con qué replicar. Las mentiras no se acaban, los secretos parecen no terminar jamás. De repente, continuar viviendo sin llegar al fondo del asunto, semejaba una misión imposible. No lo lograría, comprendí que si no me hacía de la verdad, lo más probable es que muriese a manos de un ángel, o tal vez de otro demonio, y lo más triste de todo- me estremecí- es que cabía la posibilidad, de que aunque sabiendo la verdad, mi destino fuese igualmente ese mismo, la muerte. Quizá nunca debí existir…¿era eso?, algo que jamás debió vivir.

Necesité que la tierra me tragase, desee poder volver a dormir para así olvidarme de todo el asunto. Que bueno sería regresar a aquellos días en que solamente podía pensar en pasar el resto de mi existencia junto a Vicente. ¿Qué opinaría él de todo esto cuando se lo contase? ¿Qué iba a ser de nosotros, de nuestro amor?

Me sentí terriblemente sola.

- Tanto da si es así, como si no- dije-. Soy libre de hacer lo que quiera, no le debo a mi padre obediencia alguna, siquiera como mi progenitor, él  no tiene derecho a exigirme nada. Cuando entregué mi alma lo hice por la vida de alguien más. Eleazar me explicó que como yo me había sacrificado por…

Gabriel me interrumpió al alzar las manos. Resopló. - ¡Otra vez con ese nombre! El muy cobarde siquiera tiene lo que se necesita para presentarse como lo que es, ¡como quien es!

- Gabriel, por favor.

- Todavía no comprendo por qué es que continuamos soportándolo.

- No me lo preguntes a mí- soltó Cesar con ironía al tiempo que meneaba la cabeza-. Ese no es nuestro problema ahora.

- Él fue y siempre será nuestro principal problema.

- ¿Es que no oíste lo que ella dijo? Si fue así, él no puede obligarla a hacer nada en su favor. Directamente no cuenta, es igual que si ella no existiese, no puede imponerle ninguna orden. Ella no tiene por qué acatar sus designios. Es libre.

Eso mismo me dijo Eleazar luego de salvarme de Salvador “eres libre”.

- Por más que sea especial, por más que su intención haya sido crear un arma perfecta, la mano derecha que siempre ha deseado, ella ya no le sirve de nada.

- Me parece que se van demasiado lejos con sus hipótesis- me apuré a decir; el asunto se ponía cada vez más retorcido.

- Tu padre no da puntada sin hilo. Sea como sea, siempre serás su hija. Puedes renegar de ello, pero no puedes cambiarlo. Nada puede cambiar eso.

Por poco me desnuco al volverme para enfrentar a Gabriel, su empeño en juntarnos a mi padre y a mí en cada una de las frases que entonaba, me sacaba de quicio.

- Pues conmigo se le reventó el hilván. No importa si lo amenazan con matarme o lo que sea, yo ya no soy de él, no le interesará salvarme-. Y entonces al decirlo recordé que sin titubear, había accedido a quitarme de encima a los demonios que me atacaron en Praga (si es que no eran otra cosa; a esta altura yo había perdido toda seguridad). ¿Qué se traía Eleazar entre manos? O es que aquello simplemente había sido el gesto de un padre. ¿Podía o debía esperar algo semejante de él? ¿El Diablo podía ser simplemente mi padre y nada más, sin esperar algo a cambio?

- Lo conozco, él lleva absolutamente todas sus batallas hasta el final. No se rinde, y mientras tú estés con vida, la guerra continua.

- ¡De qué guerra hablas! Esto no tiene ningún sentido-. Tenía la sensación de que la cabeza me iba a estallar.

- De la guerra que se inició con el principio de los tiempos. Tu padre jamás aceptó tener que recibir órdenes, ser el segundo de nadie, él siempre quiso ser él líder, ser el primero, y como solo no lo consiguió, lleva milenios intentando encontrar quien…

- ¡¿Es broma?!- chille cortándolo-. Ustedes deben haber visto demasiadas películas de terror o algo así. No soy el condenado anticristo ni nada. Por favor, esto parece una broma de mal gusto. Todos ustedes están locos. ¿De qué me hablan, del fin del mundo, del apocalipsis? Es ridículo. Completa y absolutamente ridículo. La humanidad no necesita de mi padre para destruir todo lo que toca, o incluso a sí misma. Es una tontería. ¡¿César, no dijiste que eras un hombre de ciencia?! No puedo creer que secundes una cosa así. ¡Por favor, no puedo creer a dónde vine a parar, todos ustedes están locos de remate!

- No, no estamos locos- Gabriel se plantó ante mí firme, con las manos en la cintura de sus pantalones de jean-. Simplemente no podemos permitirnos descartar ninguna posibilidad.

- No tengo porqué seguir soportando nada más de ninguno de ustedes. Arcángel, científico, o padre de la iglesia católica, es evidente que sean lo que sean, les hace falta algo de mundo. Asomen la nariz allí afuera- fuera de mí, apunté hacia una de las ventanas por la que se veía la noche-. Esa es la realidad, no las locas historias que unos hombres inventaron para asustar a los demás y así obligarlos a llevar una vida supuestamente recta y en orden. Perdón César, no pretendo fáltale el respeto a nadie, pero esto es una tontería.

- No si tu padre tiene un plan.

- ¿Un plan para quedarse con el mundo?

- No sería el único. Tenemos razones para creer que los Nefilim están decididos a acabar con la humanidad de una vez por todas. Ellos pueden estar mal de la cabeza, sin embargo es demasiado sospechoso que lo que ellos traman, tanto como lo que tu padre podría estar tramando, te involucra a ti.

- Permíteme discrepar, Gabriel, no soy el ombligo del mundo, no todo gira a mi alrededor.

- Díselo tú a ellos.

Le dediqué mi mejor cara de perro.

- Hasta que no sepamos qué es lo que pretenden los Nefilim de ti, te protegernos y nos ocuparemos también de evitar que intenten nada contra tu grupo, para así forzarte a salir.

- De verdad, no pienso quedarme aquí. Además, lo más probable es que Eleazar ya se haya ocupado de poner a esas criaturas en su lugar.

- No si le conviene que continúen haciendo lo que están haciendo.

- César, no dijiste que mi padre jamás negociaría con ellos.

- No hablo de negociar, sino de manipular, sin que ellos lo sepan, permitiéndoles creer que tiene algo con lo cual entrar en el juego. Puede que les haya ofrecido lo que ellos deseaban ver, lo que necesitaban para lanzarse definitivamente.

- Y qué ganaría él con eso, digo, sobre todo si por una razón que todos los aquí presentes desconocemos, los Nefilim además, tratan de matarme y según ustedes él me quiere para conquistar el mundo o algo así.

- No lo sabemos- admitió César.

- ¿Soy la única aquí que se da cuenta de que todo esto es demasiado retorcido para ser cierto?

- Como dijo Gabriel-comenzó a entonar Pavel poniéndose de pie- tenemos que explorar todas las posibilidades.

- Todas, incluida una en la que tú podrías ser principal protagonista.

Pisando fuerte, me paré firme frente a Gabriel. - ¿Qué insinúas?

- Qué bien podrías ser tú la que está detrás de todo esto, que quizá negociaste algo con ellos, que salió mal y que tal vez lo de esta noche fue un intento de venganza.

- Es la primera vez en la vida que veo a esas cosas- estallé-. ¿No tienes forma de saberlo? Si me has estado siguiendo, y los han seguido a ellos, deberían saberlo. Además, es que no tienes ningún poder oculto- aquello último se me escapó luego de pensar en Lucas y en su capacidad de leer lamente. ¿Tendrían los ángeles armas similares a las nuestras?

- Los demonios son maestros en el arte de engañar, de modo que no me extrañaría que sospechando que te seguíamos, hubieses urdido un plan para llevar acabo esto sin que nos diésemos cuenta. Es más, por desgracia en más de una ocasión, en estos últimos meses, te perdimos de vista. Y no, no puedo leer tu mente, sé que algunos de ustedes pueden hacer eso y mucho más. Yo solamente puedo ver lo que hay en el alma de cada persona, pero tú ya no eres una persona, eres una pared de concreto y no puedo mirar atreves de ti.

- No miento, no sabía nada de ellos, ni nada de ustedes. Lo que sea que quieran de mí, nunca se preocuparon por ponerme al corriente. Y tampoco mi padre. No escondo nada, simplemente no tengo ni la menor idea de lo sucede, estoy tan perdida como ustedes, suponiendo que sea cierto que ustedes no saben nada más que lo que me han contado, claro está.

Fui espectadora de primera fila para ver el rostro de Gabriel adquirir un tinte rojo morado.

- Será una noche muy larga-. Canturreó César.

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