Figura y Color | larry stylin...

liliumpumilum tarafından

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Harry entendía. Siempre lo supo. El ganaba más de esas relaciones que los otros, porque aunque diera hasta qu... Daha Fazla

Porque aproveché mi oportunidad
Porque quería saber cómo se sentía

Por interés académico. O algo así.

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liliumpumilum tarafından

No sabía ni el nombre. Sabía de su postura firme y de sus labios rosados como chupetín de fresa, y de su mirada azul y tormentosa que se enredaba con las palabras de sus libros. No sabía la edad, ni la familia, mucho menos la dirección; pero sabía de su obsesión con historias trágicas y su voz a veces aguda cuando atendía el teléfono diciendo:

─HolaSabía sobre todo como ponía los ojos en blanco, como apretaba los labios, unos segundos antes de decir─: Ok, ok ─Y salir disparado de la biblioteca.

Sabía cómo juntaba los libros apilándolos unos sobre otros, alineando los bordes, antes de llevarlos con la recepcionista. Conocía de memoria el movimiento de hombros con el que acomodaba la mochila, y los pasos largos, retumbando contra el suelo.

No sabía quién era la persona del otro lado del teléfono, ni qué era lo que lo hacía sonreír. Pero sabía que no importara cuánto intentaba convencerse de lo contrario. Cada sábado estaba allí, sentado a unas mesas de distancia, dibujándolo; fantaseando escenarios en los que pudiera conocerlo, que siempre empezaban con un "hola" o un "¿qué estás leyendo?".

Lo había visto por primera vez hacía unos meses. Harry acababa de pelearse con uno de sus amantes y no quería volver a su casa hasta que se le fueran las ganas de llorar.

Afuera llovía ─con pesadez, gotas gordas como las lágrimas de estudio ghibli─ y la biblioteca se le abría inmensa, blanca, pulcra ante él.

Hacía años que no terminaba un libro. Había dejado de leer el mismo día que había empezado a estudiar. Un poco porque no tenía dinero para libros nuevos, otro poco porque los apuntes le comían cualquier intención que tenía de quedarse callado y quietito frente a un libro. Ese día Harry decidió que estarse quieto quizá le haría sentir mejor. Estaba cansado.

Nunca había sido un chico energético. En la escuela era conocido como el que nunca iba a las fiestas y bostezaba por los pasillos desde las 9 hasta las 3, el que hablaba lento y pausado, y que no muchas veces lograba concentrarse lo suficiente para escuchar todo lo que le decían. Le llamaban soberbio, tímido, aburrido. Para Harry, los aburridos eran los otros.

Una tía había visto sus bocetos una tarde que había pasado a por té, y esa misma noche, Anne y él veían programas de carreras de arte en internet.

La gente en su escuela de Arte no era aburrida. No tanto al menos. Tenían opiniones y cosas interesantes que decir, lloraban mirando cuadros e iban a obras de teatro de locales under de ciudades vecinas. Tenían secretos y rasgos que se mostraban en sus trazos sobre el papel, en el modo en el que hilaban sus pensamientos.

Él había intentado absorber algo de eso por el sabor de sus lenguas y del sudor de sus cuellos. Era en vano. Por más que intentara mimetizarse con ellos, por más que besara y amara y leyera y dibujara, ellos nunca parecían mirarlo del mismo modo.

Ese primer sábado había despertado desnudo y solo en una cama que no era suya. En el comedor, su amante (el de los fines de semana) lo esperaba con una taza de café y un montón de estupideces por decir. Harry recordaba mirar los trazos de Frida Kahlo en su camiseta mientras él balbuceaba que las cosas iban muy rápido y que necesitaba desacelerar un poco. Desacelerar un poco significaba no verse más, al parecer, y Harry insultó por lo bajo, porque podríahaber esperado hasta el domingo, así no tendría que aguantar hasta dos días para meterse en otra cama (el amante de los días de semana no llegaba hasta el lunes de la casa de sus padres, varios kilómetros al norte).

Harry se había metido en la biblioteca y había llorado hasta que se acabaron las lágrimas. Cuando levantó la cabeza el chico de mirada azul seguía tan indiferente como antes, pasando las hojas con lentitud. Harry sacó su cuaderno allí mismo y empezó a dibujar. El lápiz siguiendo la lineas de su rostro, garabateando la escena, desde la mesa y los libros hasta las mariposas invisibles que dormían en su cabello.

Cuando el teléfono sonó, al chico los ojos se le iluminaron y alternando sonrisitas con suspiros se había ido.

Ese día Harry no lloró más, y en cambio pasó el resto de la tarde intentando terminar su dibujo. El domingo se le escurrió de los dedos, entretenidos con acrílicos y pinceles, con cucharas y frasquitos y platos de loza blanca en la que no lograba armar el color exacto ─un poco crema, un poco dorado─ de la piel del chico.

El lunes volvió a desahogar la ansiedad en la cama.

Besó, lamió, mordió, suspiró, rasguño, susurró. Las horas pasaron deprisa, entre el humo y la risa (como dice la canción) y parecía mentira que al día siguiente estaría llorando otra vez, sin lugar a donde ir más que a su casa, sin amantes en los que distraer sus penas.

El amante de los días de semana era, por supuesto, más difícil de superar. Lo había conocido en la facultad y seguía viéndolo allí, bromeando y riendo como si le diera igual.

Harry entendía. Siempre lo supo. El ganaba más de esas relaciones que los otros, porque aunque diera hasta que no le quedara nada, la verdad es que nada de lo suyo tenía valor. Y realmente le dolía admitirlo, que quizá era más interesante que los chicos de su escuela, pero definitivamente era más aburrido que los de su facultad.

Los días hasta el viernes se sucedieron y Harry todavía lloraba. Intentaba distraerse estudiando, viendo películas, tomando café en los parques, pero no fue hasta el sábado a la mañana que descubrió la única cosa que lograba despejarlo.

Estaba limpiando su cuarto ─porque eso es lo que haces cuando tus amantes de semana y fin de semana cortan contigo con tres días de diferencia─ cuando encontró arrugado detrás del escritorio el boceto del chico de la biblioteca.

Recordaba haber pasado una tarde entera intentando pintarlo pero sin poder encontrar el color, y frustrado y enojado lo había tirado a un rincón. Fue una idea quizá tonta, pero logró sacarlo de su casa.

Con los lápices especiales y sus hojas de dibujo en la mochila, partió a la biblioteca.

El chico estaba allí, otra vez. Ese día leía Dostoievski. Cuando Harry dibujó las mariposas sobre su cabello las imaginó verdes musgo, y las paredes y los libros se le hicieron amarillas y azules a sus ojos.

x

No podía creer lo que veía. No podía creer que una noche que había empezado tan mal terminara tan bien. Porque Harry no quería salir, no esa semana (no después del fiasco de la exposición frustrada de arte), pero sus amigas habían insistido con argumentos del tipo "¿Hace cuánto que no follas? Necesitas una buena noche para atraer las buenas energías".

Harry no creía en eso de las energías, pero, oye, no le vendría mal una buena cama en la que distraerse un poco.

El problema había sido que la fiesta a la que querían llevarlo era en otra ciudad, y entre el viaje y buscar el auto, ese sábado no había podido pasar por la biblioteca. Era frustrante, estaba seguro de que ese día finalmente podría terminar su dibujo.

Así que estaba un poco enojado cuando llegó a la fiesta, molesto con sus amigas y con el dueño de la galería y el organizador del evento y con el mundo que no le daba un respiro. Así que buscó la barra, pidió un trago, y empezó a beber.

Iba por el quinto, al menos, cuando lo vio.

Con su pelo desordenado y sentado en el regazo de un moreno tomando cerveza. Si sintió algo así como celos se perdió en la vorágine de sensaciones, en su musculosa gris que lo dejó sin aliento, en su sonrisa blanca y su barba de tres días. Tenía las mismas pestañas, y la misma mirada azul turbulento, pero también tenía tatuajes que Harry jamás imaginó estarían debajo de su sueter. Cuando bebía sus gestos eran más suaves y caminaba quebrando la cadera y no con pasos bruscos y firmes.

Para cuando el chico salió por segunda vez al patio, Harry había bebido tres tragos más y eso le dio el coraje para ir detrás de él.

El chico era petisito ahora que estaba parado frente a él, pero altanero y un poquitín escalofriante. Harry temía que si lo ofendía la diferencia de altura no impediría que lo destrozara a golpes.

─¿Necesitas algo? ─dijo arqueando las cejas y con un cigarrillo encendido humeando en sus dedos.

Harry abrió la boca para responder y en seguida se le pusieron los cachetes rojos como el trago en su mano. El chico sonrió y dio una nueva pitada al cigarro, expectante.

─Es que... Sé que no me conoces pero yo a ti sí ─dijo. Las mejillas le hervían en ese momento─. Te he visto y me gustas mucho y nunca te hablo porque te veo leyendo y no quiero molestarte ─continuó. El chico frunció el ceño mientras lo escuchaba, pero no dijo ni una palabra. A Harry lo animó un poco haber sobrevivido tantos segundos sin ligar ni un cachetazo─. No sé cuál es tu historia con los chicos, si te gustan o no, pero sé que te gusta Faulkner y yo adoro Faulkner, y sé que llevas tus propios libros a la biblioteca, y que usas marcadores en vez de doblar las esquinas, y sé que cuando terminas un libro te quedas quieto como intentando absorberlo y... No sé qué intento lograr... Es que me gustas, nada más, y estaba deseando que a lo mejor yo podría gustarte también.

El chico miró al suelo al darle la última pitada al cigarro. Cuando sus ojos azules se encontraron con los de Harry, sonreía, y se humedeció los labios antes de caminar hacia él. Sus piernas eran anchas y cortitas y sus pasos suaves y húmedos(Harry pensó que si tuviera que pintarlos, sus pasos serían púrpuras).

El cigarro tocó el cemento y un instante después él lo pisó con sus zapatillas de lona. Después tomó a Harry por la nuca, enredó los dedos en sus rulos para acercarlo a su boca y besarlo.

Beso marrón y rojo con gusto a gin, a tabaco y a chicle. Beso húmedo y violento como un torrente de sangre. Beso caliente quemándole a Harry los labios y la lengua.

Harry quería cerrar los ojos pero quería también verle tan de cerca esas pestañas infinitas.

El chico tomó a Harry por la cintura y lo acercó a su cuerpo, chocando la pelvis contra la suya, refregándose. Harry dejó caer el vaso de plástico y se imaginó el rojo escurriéndose entre las baldozas, brillante como la piel del chico.

Buscó la cintura del muchacho, recorrió su piel dorada con las yemas de sus dedos, hasta encontrar índice con índice en su espalda.

Entonces, el beso se acabó ─repentinamente como se enciende y apaga un fósforo.

¿Cuál es tu nombre? ─Preguntó el chico.

─Harry ─titubeó en respuesta.

─Harry ─repitió, y dio un paso atrás todavía sonriendo tan altaneramente como al principio─. Mi nombre es Louis ─dijo─, y el chico que buscas se llama William. Es mi hermano.

x

Harry estaba confundido, al día siguiente. Un poco por la cama desconocida ─un rubio, de cara de ángel y lunares por todo el cuerpo─ pero sobre todo porque todavía le latía el beso de Louis en los labios, junto a una especie de vergüenza por haber sido tan ingenuo de creerle. No sabía si se llamaba Louis o William o de ninguna de las dos formas. Sólo sabía que lo habían besado de un modo en el que jamás lo habían besado antes y después lo habían dejado para ir al regazo de un moreno a seguir bebiendo.

Había cruzado miradas con él varias veces en la noche, levantado el vaso para brindar a la distancia y luego hundirse en los labios y el cuello del moreno otra vez. En cierto punto Harry se había sentido demasiado estúpido, y había decidido ahogar las penas en el primer rubio que le sonrió.

Ahora estaba allí, desnudo y con resaca en una cama que no era la suya, contando los lunares en la espalda de su amante.

Qué lástima que era de otra ciudad, pensó Harry, realmente necesitaba un amante de los fines de semana.

Minutos después esperaba el interurbano mientras escuchaba daft punk, y tarareaba get lucky sin realmente recordar la letra.

Aunque quería evitarlo seguía pensando en el beso. Le molestaba que le haya gustado tanto, que aunque hubiese besado al rubio después el sabor que persistía era el del gin y el tabaco.

Cuando se subió al bus empezó a garabatear en su cuaderno líneas con su lapicera. Líneas que no eran Louis pero se parecían a sus pestañas.

Al llegar a su casa sacó el boceto de la biblioteca, el último, el del sábado pasado, e intentó pintarlo. Esta vez consiguió el dorado de su piel, y las sombras bajo sus ojos, y los reflejos en su cabello, pero no encajaba, no; no del todo.

Intentó convencerse de no hacerlo, de ir a esa obra el sábado a la que irían los chicos de la facultad. Pero su amante de los días de semana estaría allí, y después de tantos dibujos frustrados necesitaba terminar uno: hacer algo bien.

No le vendría mal algo así como una explicación tampoco.

Almorzó con su mamá e inventó algo de un trabajo práctico que tenía que entregar el miércoles para irse temprano. Guardó apuntes, el cuaderno, y los lápices en su mochila y Gemma lo dejaba en la biblioteca veinte minutos antes de las dos.

Louis estaba sentado ahí, todavía trabado con su novela de Dostoievski.

Harry respiró hondo antes de acercarse a él. Dejó la mochila en seco sobre la mesa, ganando su atención y una mirada de reproche, pero nada más. Nada más. Ni una sonrisa o un gesto incómodo, nada que le siguiera al "shh" y los ojos en blanco.

Harry se sentó, ahora más confundido que antes.

Louis ─¿o William?─ volvió a su libro, sin detenerse en la mirada atónita de Harry.

Se sintió un poco estúpido, dándose cuenta recién ahora de que era imposible que esa postura firme fuera la misma relajada del sábado pasado en la fiesta, que fuera el mismo este chico que el de la sonrisa altanera. El parecido era inmenso, de todas formas. Si eran hermanos eran gemelos idénticos, de eso no había duda.

Harry buscó en su mochila desesperado, los bocetos garabateados del fin de semana. Los acomodó en el escritorio haciendo un poco de más de ruido. Los ojos azules se fijaron en él otra vez, antes de suspirar resignado. Harry notó que en sus bocetos había rojo y naranja y púrpura, pero que frente suyo había sólo verde, y azul y celeste.

De golpe se sintió aún más estúpido que antes, porque quizá el chico del sábado no le había mentido, pero lo había engañado, le había robado un beso que no era suyo, que era del chico allí en frente que refunfuñaba cada vez que Harry hacía ruido.

Y ahora más que nunca quería besarlo a él, a William o fulano, o como fuera su nombre. Al chico al que dibujaba hasta al hartazgo, al que leía todos los sábados en la biblioteca.

Estaba a punto de hablarle cuando la puerta de la biblioteca se abrió retumbando.

─¡Will! ─llamó alguien. Harry reconoció la voz en seguida.

─¿Qué estás haciendo aquí? ─susurró Will, con una expresión casi angustiada en el rostro.

─Es que ya nos vamos a Doncaster y vine a buscarte.

─¿Puedes dejar de gritar? Dios... ─protestó y aunque parecía molesto las esquinas de sus labios dibujaron una sonrisa, tímida pero sincera─.¿Lo ves? Por eso te pido que me llames por teléfono ─dijo.

Louis no prestó atención a lo último. Estaba parado allí palmeando su espalda y mirando la biblioteca, buscando con la mirada algo que Harry sabía muy bien qué era. Registró todo el lugar y recién al final su mirada se cruzó con la de Harry, otra vez, después de una semana.

Sonrió.

Dios. Harry no podía creer que los hubiese confundido, y es que sus rostros eran idénticos, pero sus gestostandistintos. La sonrisa de Will era tímida, disimulada; la de Louis abierta, desafiante.

¡Harry! ─dijo fingiendo sorpresa. Él no pudo evitar devolverle la sonrisa─. Will, Will ─insistió llamando a su hermano por el hombro.

Will miró a Louis y luego siguió el gesto de su mano hasta encontrarse con Harry.

─Él es Harry, un amigo ─dijo.

─¿Amigo tuyo? No me sorprende ─comentó (quizá haciendo referencia a lo ruidoso que había sido al llegar a la biblioteca) y volvió a lo suyo, eso de alinear los libros por los bordes antes de devolverles a su mochila.

Louis hizo un gesto, un poco exagerado y, dios santo, tan confuso... Porque, ¿por qué querría Louis presentarlos? ¿Por qué le interesaría después del beso de la otra vez?

Harry aún así le siguió la corriente y extendió la mano, presentándose:

─Mucho gusto, ¿Will?

El chico miró la mano, luego a su hermano, luego la mano otra vez. Le ofreció un saludo firme, estrecho.

─Mucho gusto ─dijo sin prestarle más atención. En seguida volvió la mirada a Louis─, ¿vamos?

─¿Qué? ¡No! ─se apresuró a interrumpirlo. Harry estaba ahí parado sin decir nada, sin saber qué hacer. Louis le hacía gestos para que intervenga, pero él no entendía por qué─. Recién me encuentro con Harry, quiero ponerme al día... Han sido tantos... Años ─balbuceó.

Will puso los ojos en blanco y apoyó los libros otra vez sobre la mesa.

─¿No pueden hacer eso afuera? Y me avisas cuando tengamos que irnos, Lou. Esto no es un parque, es...

—Una biblioteca ─completó el gemelo─. Tienes razón, además, nos veremos en la fiesta de Liam, la semana que viene, ¿verdad Harry?

Asintió incapaz de decir ni una palabra, y los vio partir, a Louis con su andar suave y curvo y a Will con sus pasos largos y bruscos. Intentó no pensar en que Will se había ido balbuceando que no iría a esa fiesta, o en que Louis casi que le rogaba para que fuera. Intentó no pensar en lo extraño que había sido ese día, lo bizarro de la situación entera. Tenía algo más importante en lo que pensar, tenía que adivinar quién demonios era Liam.

x

Liam era un estudiante de música que vivía en la casa que le había heredado su abuela en Doncaster hacía unos meses. Harry se enteró de la fiesta el jueves por la noche, cuando la novia de su mejor amiga la pasó a buscar después del taller de figura y color. Al parecer sus fiestas eran buenas, y siempre había pequeños espectáculos —música en el sótano, teatro en la habitación de huéspedes.

No le resultó difícil encontrar con quién ir, pero sí qué ponerse. Es que Harry adoraba el ambiente artístico pero no encajaba en lo absoluto. Siempre se compraba camisetas estampadas con cuadros famosos, sueltas y claras, con cuellos hasta el pecho y mangas pesadas. Las compraba pero terminaba usando sus jeans y sus camisetas de siempre, porque se sentían un poco más como él.

La cuestión era que ser como él no lo había precisamente ayudado en su vida amorosa. Él, así como era, no era interesante, no cautivabaa sus amantes y realmente quería cambiar eso.

Se puso unos jeans ajustados (que le resultaron más cómodos de los que creía) y una remara estampada con el autorretato de Van Gogh, una pulsera tejida en la mano derecha y el brazo de los tatuajes desnudo para que los viera todo el mundo. Se echó el cabello atrás y se cepilló los dientes por veinte minutos antes de salir.

La casona de Liam quedaba, por suerte, en las afueras de Doncaster. Dos pisos de solemne estilo inglés, puertas anchas, madera hasta en los picaportes.

La música electrónica desentonaba con el lugar, pero las luces de todos colores hacían la transición un poco más simple.

Harry se encontró con Louis en un habitación alumbrada por relámpagos rosados. Sus ojos azules se veían violetas allí. Le quedaba bien.

—¡Viniste! —lo saludó y lo abrazó por los hombros mientras lo acercaba a la barra.

Un rubio lamentablemente familiar lo recibió.

—¡No me digas que tú eres el Harry que está enamorado de nuestro pequeño Will! —dijo, y continuó bromeando sobre que sería un buen amante además de un gran besador ("Y puedo dar fé", insinuó guiñando el ojo).

Sobre tragos, esa noche, Louis y Niall le contaron todo sobre Will: que era serio, pero amable, que adoraba sus libros pero no se entendía con las personas, que Louis podía prácticamente sentirla frustración sexual de su hermano, pero que era difícil ayudarlo porque no era un chico que tendiera a caer bien.

—Cuando te escuché hablar de él, pensé: "he aquí alguien al que le agradan todas las cosas que el resto de las personas no soportan" y decidí que te daría una mano —le explicó.

Debieron ser los tragos, porque no había modo en el que, sobrio, estuviera de acuerdo. Con nada más que un par de palmadas en la espalda y un vaso de cuba libre —aparentemente lo único que bebería Will— partió a la soledad de la fiesta a intentar encontrarlo.

Deambuló por los pasillos y las habitaciones de la planta baja, se entretuvo en el sótano, escuchando a la banda indie que sonaba horrible. Cuando subió al primer piso se cruzó al moreno en la escalera —el que estaba con Louis en el sillón en la fiesta anterior— y se ganó un par de miradas curiosas al asomarse en cada puerta.

Habitaciones naranjas, azules, rojas. Harry debió adivinar que Will estaría en esa gran puerta de madera de la que escurría luz verde. Quizá lo sabía. Quizá lo postergó porque tenía miedo. de que saliera mal.

Es que Niall y Louis dijeron que Will era difícil. Que era genial y muy divertido una vez que lograbas conocerlo, pero muy difícil. No era del tipo que te recibiría con una sonrisa, que te daría conversación, que se reiría de tus chistes aunque fueran horribles. Era del tipo que simplemente se iría si estaba aburrido, o te pediría por favor que te calles un poco si interrumpías sus pensamientos.

Miedo, sobre todo, porque Harry lo había deseado tanto tiempo que no quería arruinarlo. Había fantaseado tantas veces con esa charla que si salía mal (como habían salido todas sus relaciones hasta el momento) se sumiría en la más profunda depresión.

Abrió las pesadas puertas de madera haciendo demasiado ruido.

El chico que espiaba la biblioteca se giró molesto ante el sonido. En el sillón una pareja se besaba casi desesperadamente —parecían a punto de desnudarse ahí mismo.

Harry caminó hacia la biblioteca, con el cuba libre temblándole en la mano.

—¿Necesitas algo? —preguntó William cuando se paró a su lado. Harry sonrió, por el deja vú.

—¿Quieres? —le preguntó, ofreciéndole el vaso.

—No, gracias —respondió. Su rostro denotaba molestia, pesadez.

Harry bebió un sorbo para hacer algo, porque el silencio lo mataba.

Will continuó mirando la biblioteca, hojeando los libros cuyos lomos llamaban su atención, incapaz siquiera de prestarle atención a Harry.

No le molestaba, no tanto; tenía la oportunidad de estar cerca suyo, de mirarlo pasar las yemas por los libros, y cómo se iluminaban sus ojos cuando algo le llamaba la atención.

Cuando Will eligió uno, y caminó hacia el sillón, enfrente de la pareja que todavía se besaba apasionadamente, Harry lo siguió como un perrito faldero. Con el vaso olvidado en la biblioteca y ante el silencio de Will que dejaba oír la saliva y el chupeteo, Harry no pudo controlarse de mirar a la parejita.

El chico le acariciaba las piernas a la chica, subía por los muslos debajo de la pollera mientras la besaba con tanto deseo y humedad que era contagioso. Harry se estaba poniendo duro y eso que no era del tipo al que lo encendía lo hétero.

—Estás babeando —dijo Will cerrando el libro de golpe—, me molesta.

Harry cerró la boca y tragó saliva, sorprendido. Will lo miraba fijamente, como si esperara por lo menos unas disculpas.

—Podrías irte a otro sillón, hay uno desocupado ahí. —Señaló con la cabeza.

—Quiero quedarme aquí —se apresuró a responder Harry—. Quiero quedarme contigo.

—Creo que me confundes con Louis —dijo frunciendo el ceño.

—No... Me quiero quedar contigo —le explicó. Sintió las mejillas enrojecer, pero antes de que se le ocurriera algún tipo de excusas, Will le había pedido que trate de no babear y había vuelto a su libro.

Harry no podía creer lo que pasaba, no podía entender que estuviera con el chico de la biblioteca, tan cerca, viéndolo leer. Y esta vez era él, no era Louis de gestos suaves y sonrisa abierta, era Will que pasaba las hojas decidido, que se ponía aún más serio (si eso era posible) al leer.

Sintió la urgencia de dibujar, le trepó por las piernas como un millón de hormiguitas. No negras y con patas, verdes y luminosas, como las pestañas de Will.

Se levantó del sillón y buscó en la habitación hojas y lápices. Tenía que encontrar algo al menos, estaban en un estudio al fin de cuentas.

Encontró un anotador y una lapicera, y volvió al sillón con eso y el vaso de cuba libre. Acercó la mesita de café y se arrinconó contra una esquina del sillón, ganando recién en ese momento una mirada de William.

—Voy a dibujarte —le explicó, pero Will todavía lo miraba con reproche—. No haré ruido —le prometió, y el chico volvió la mirada a su libro.

Lo dibujó no una, sino seis veces. Con la postura firme y con los pies sobre la mesita de café cuando se hartó. Lo dibujó con la mirada fija y joven y casi al final esperaba a esos bostezos que llegaban cada cinco minutos para dibujar ese momento.

La parejita del sillón había desaparecido hacía media hora, y el vaso de cuba libre estaba casi vacío.

Will terminó un capítulo de su libro y lo cerró, marcándolo con el índice. Bostezó y empezó a mirar alrededor, detrás y a los costados de Harry, buscando algo.

Un marcador. Le hizo cosquillas a Harry que sin conocerlo ni un poco supiera ese detalle tan mínimo.

Hacía rato que había dejado la libreta y la lapicera. En la mano sólo tenía el vaso vacío y los dibujos enrollados. Sacó el primero que había hecho. Lo dobló dos o tres veces hasta lograr un rectángulo del tamaño apropiado y se lo dio, sin decir nada.

Will dudó un momento antes de tomarlo. Lo puso entre las hojas de su libro, le regaló un "gracias" y una especie de reverencia, y se fue.

Harry se quedó sentado solo en el sillón que ahora parecía tan grande, viendo el verde desaparecer con William de la habitación. Repitiendo los bostezos que debía haberle contagiado el otro, refregándose los ojos mientras intentaba adivinar si lo que sentía era alegría o tristeza.

Estaba quedándose dormido cuando la puerta se abrió otra vez. La música fuerte se filtró adentro junto con el violeta y Louis.

—¿Cómo te fue? —le preguntó antes de sentarse a su lado en el sillón—. Los vi. Hablando.

Harry bostezó otra vez antes de responder.

—Estuvo bien. Creo —dijo y se encogió de hombros.

—¿Le dijiste?

—¿Qué?

—¡Que te gusta!

Harry sonrió con cierta tristeza —¡ese era el sentimiento opaco que lo apagaba! No se lo había dicho— y sólo respondió negando con la cabeza.

Louis suspiró, fue entonces que notó lo nervioso que estaba antes, lo firme de su postura. Lo notó porque después del suspiro estaba hecho un bollito de curvas y suavidad, y cuando habló luego se volvió gestual y brillante. Harry quiso preguntarle si él y su hermano medían lo mismo, porque en serio parecía diminuto a su lado, pero temía que si lo hacía Louis se pondría escalofriante.

En cambio le preguntó otra cosa que quería saber, que todavía no entendía.

—¿Por qué me besaste?

Louis parecía sorprendido, como si no estuviera acostumbrado a ser el interrogado.

—¿Qué?

—La otra noche. Cuando te conocí. Cuando pensé que eras Will. Me besaste...

—¡Oh! Sí. Lo siento, no debí hacerlo. Verás, tengo esta teoría de que Will nunca ha besado a nadie, y quería asegurarme de que besaras bien —Harry frunció el ceño. No era estúpido. Sabía que Louis le mentía—. Así que... por interés académico, o algo así.

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