VUELVE A CASA POR NAVIDAD

By EmilioJBernal

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Ezequiel acaba de salir de la cárcel y pretende beberse y esnifarse el tiempo perdido... More

Parte 1 Sin Título

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By EmilioJBernal

Aquí huele a mierda.

No es de extrañar, se han cagado en el suelo, junto al lavabo. Bueno, sí, he de admitirlo, he sido yo. Aun me chorrea algo de caldillo entre las piernas, cosas que pasan cuando llevas un buen pedal encima.

No pongas mala cara, sé que piensas que soy un cerdo, pero te dejo claro desde ya que tus juicios me los paso por el forro de los cojones. Ahora mira hacia otro lado que voy a meterme un loncho que no se lo salta ni un canguro.

Nieva, blanca Navidad.

Salgo del servicio y el bar me parece menos patético. Le pido un sol y sombra al camarero que, a pesar de la cara de imbécil que tiene, muestra unas dotes exquisitas en el desempeño de su labor. Bien mirado tampoco es ningún mérito, no hay que ser Einstein para mezclar un poco de anís con otro poco de Brandy en una copa. Total, que es lo que parece; un desgraciado que hace tiempo que por perder, perdió hasta la compañía de sus pelos. Son divagaciones mías mientras pienso en lo que me disfrutaría rompiéndole todos los dientes. En cierto modo me veo reflejado en él. Y eso no me gusta.

Noto que quiere decirme algo y no se atreve. Todas las miradas de los parroquianos están centradas en mi aunque oscilan hacia él a modo de reproche. Les incomoda mi presencia. Esas cosas se notan, y más cuando uno viste un albornoz rojo con capucha, va descalzo y huele a mierda. No sé que esperan de un hombre que salió del talego hace tres días después de pagar diez años y con ganas de vivir a tope, de recuperar el tiempo perdido.

Le digo al calvo que le va a pagar su puta madre y me voy pensando que lo mejor será pasar un rato por casa.

Beben y beben los peces en el río.

Ni el dueño, ni los clientes del bar han tenido cojones de recriminarme nada.

La noche se presenta fría y seca, tanto que me lloran los ojos. Tan fría y seca que invita a beber. Por un instante pienso en volver al interior del bar, pero decido que quizás no sea buena idea. Lo mejor será seguir con el plan inicial; pasar por casa.

Queda lejos, pero no tanto si atravieso el parque municipal; colorido y lleno de vida al amparo del sol, nido de alimañas nocturnas (como putas y maricones) con el permiso de la luna.

Creo que estoy de suerte. Un grupo de jóvenes hacen botellón a las puertas del recinto.

—Oh, oh, oh... soy el jodido espíritu de la puta Navidad, chavales... y me vais a servir un copazo —me presento intentando aparentar que mis palabras no son una orden.

Se trata de un grupo de tres chicas (a partir de ahora las llamaré: Putita 1, Putita 2 y Putita 3) acompañadas por un Mulo de metro noventa con una camiseta tan ajustada que llora por no petar y las mangas tan apretadas que dudo que llegue al final de la noche sin que tengan que amputarle los brazos. Presume de peinadito moderno y cejas depiladas al extremo de que parecen pintadas. No entiendo esa moda de cuidarse hasta el punto de perder todo rastro de virilidad. El caso es que seguro que los tres chochos que tiene a su alrededor están empapados y rugientes por su sola presencia.

—Vienes un poco sobrado, ¿no, nano? —me dice el Mulo con con los humos un tanto subidos. Le doblo en edad y piensa que su juventud y sus músculos le dan licencia para sobrarse conmigo.

—¿Nano? No entiendo esa jerga moderna —miento— ¿Qué tal si, en vez de un copazo, me das la botella entera?

—¿Y qué tal si me das un lametón en la punta de la polla? —saca pecho ante sus amigas— Largo de aquí, viejo.

—Rafa, déjalo —le aconseja Putita 1 mientras las otras dos tiran de él intentando evitar el conflicto.

—Por favor, señor, no queremos problemas —interviene Putita 2 que, a pesar del frío, viste unos de esos tejanos extremadamente cortos. Uno de esos que hacen imposible la contención de las cachas del culo.

—Apestas a mierda —observa Putita 3 con su aire de poligonera.

El Mulo se zafa con facilidad de la contención de sus fulanas y me planta cara diciéndome que como se me ocurra tocar sus cosas, me parte la cara. Todo eso con su peculiar argot:

—Nano, toca la priva y te escalicho el careto de un sopapo.

Mientras él habla, he tratado de arrastrar con mi mano la mayor cantidad de mierda de la que estaba secándose en mi entrepierna, aprovechando el agujero que hay en uno de los bolsillos del albornoz. Miro a Putita 3, a penas a medio metro de mi e, ignorando las palabras del Mulo, restriego mi mano por la cara de la chica.

—Creo que ahora tenemos algo en común, guapetona —le guiño un ojo.

Un vómito espontáneo es su única respuesta. Vómito que cae sobre el escote de Putita 1, la cual, comienza a dar arcadas. Putita 2 sale corriendo. Los tobillos le bailan como si fueran de goma sobre los tacones de aguja. Toda esta situación me resulta bastante cómica hasta que el Mulo descarga una coz contra mi cara y caigo a plomo. El guantazo parte en dos mi ceja derecha. Aunque estoy algo aturdido, veo como el Mulo tira su vaso. Aunque es de cristal, no se rompe al golpear el suelo. Quiere aprovechar su ventaja al estar yo tirado y por eso se prepara para lanzarme una patada. Le agarro el pie logrando que pierda el equilibrio con tan mala suerte que pisa el vaso con su pie de apoyo. Al romperse el vaso, un trozo de cristal atraviesa la suela de las zapatillas hundiéndose en la planta del pie.

Ahora no es tan chulo. Llora como una nena, trata de sacarse el cristal pero, al menor roce, cede en su intento y se retuerce de dolor. Paso a su lado, le escupo y le dedico unas palabras mientras me agencio la botella de ron.

—Gracias, nano. Feliz Navidad.

El camino que lleva a Belén.

Casi un litro de ron y medio pollo más tarde, me encuentro medio tumbado en la fuente de San Nicolás, situada en el corazón del parque. Desde aquí veo a lo lejos las luces amarillas de la ambulancia jugueteando con las azules de la policía allá donde quedó tirado el Mulo.

En la oscuridad y el silencio del recinto, no puedo evitar sentirme solo en un día tan señalado como éste. No veo a Belén desde que le acaricié la cara por última vez. Ni siquiera vino al juicio en el que terminé sentenciado. Hubo quien dijo que, en el caso de haber venido, tampoco podría haberme mirado a la cara debido a que la inflamación le impedía abrir los ojos.

Varios policías se adentran en el parque acompañados por una de las Putitas. No logro ver bien cual de ellas. Diría por sus torpes andares que es Putita 2.

Será mejor largarme lo antes posible. No estoy dispuesto a pasar la Nochebuena solo. Puede que Belén se alegre de verme. Vive cerca de aquí. Incluso puede que me tenga preparado un plato de sopa bien caliente.

Cambio de rumbo, ya iré a casa en otro momento.

Pom! Pom! Quién es? El viejo cagón.

La muy puta podría haberme hecho caso cuando compramos el piso. Llego al octavo piso al límite de la asfixia. Ocho pisos sin ascensor, un camino aderezado con el sonido de panderetas y botellas de Anís del Mono. Ya estoy en le descansillo de tres puertas, frente a la puerta "8-P". En realidad "8-B", muchas fueron las veces que quiso que le arreglara la letra rota cuando aún compartíamos techo. Pero pasé de ella el mismo número de veces. Mujeres, siempre tocando los cojones: "Arregla esto, baja la basura, no dejes los pelos en el lavabo, pasa la escobilla después de cagar..." Pero ninguna te dice: "Cariño, hoy no puede ser porque tengo la regla, pero no te preocupes que te la chupo".

Como iba diciendo, estoy frente a la puerta. Antes de llamar me acicalo un poco. Al tocarme la cara recuerdo que la tengo llena de coágulos de sangre. Vierto en mis manos el poco ron que quedaba en la botella y lo uso para enjuagarme.

(TOC, TOC, TOC...)

La puerta se abre tras unos segundos. No es Belén quien la abre, sino un tío con cara de besugo. Fruñe el ceño en cuanto me ve. No le doy tiempo a reaccionar. Rompo la botella vacía en su cabeza. No sé quien es, pero si sé que no me gusta ver extraños en mi casa. Bueno, la que fue mi casa.

—José, ¿quién es?¿Estás bien, José?¿Cariño?

Reconocería esa voz donde fuese. Es Belén. Eh, espera, ¿ha dicho cariño? Este tirillas que tengo a mis pies resulta se su nuevo cariño. Más fuerte tendría que haberle dado, veo que aún respira y todo. Reacciono antes de que ella salga, descubra el pastel en mitad del rellano y alerte con sus gritos a todo el vecindario.

Me encanta comprobar que todavía soy capaz de sorprender a Belén después de tantos años. Su cara lo dice todo cuando me ve entrar sosteniendo a su cariño y poniéndole un trozo de cristal roto en el cuello. Con ella, sentados a la mesa, hay un viejo y una vieja.

—¿Qué haces tú aquí? Y, ¿qué le has hecho a José? —grita Belén aterrada mientras trata de alcanzar el teléfono.

—Suelte a mi hijo, por favor —suplica la vieja.

—Hola Belén, ¿no te alegras de verme? Veo que me esperabas, ¿no es así? —digo señalando una silla vacía en la mesa que sería el lugar que ocupaba José antes de venir a abrir la puerta— Por cierto, si haces alguna llamada le rebano el cuello a este gilipollas.

—Por favor, Ezequiel, no hagas tonterías. Se llama José —me reprocha ofendida.

—Entonces, por una regla de tres, esos dos deben ser la mula y el buey.

—Por favor, señor, suéltelo, soy su padre. No le haga daño —interviene el viejo.

Sobre la mesa hay un gran pavo cocinado al horno que despide un aroma exquisito. Hace que se me remuevan las tripas.

—Sentaos a la mesa... ¡Ya!

Todos me obedecen al momento. Belén ha soltado el teléfono y también cumple mi orden. Intercambio el trozo de cristal por el cuchillo de trinchar que hay en la mesa. Por último, siento a José en su lugar. Desmayado como está, utiliza su plato vacío como almohada. Yo me quedo de pie, presidiendo.

—En primer lugar os pediré que depositéis aquí dentro todos los objetos que llevéis encima; móviles, bolsos, cámaras fotográficas, lo que sea... Todo —les ofrezco una panera que me he encargado de vaciar previamente.

Una vez acaban, lo tiro todo hacia el recibidor. Agarro una jarra de agua de la mesa y derramo el líquido sobre la cabeza de José.

—Quiero que todos disfrutemos de la fiesta —le digo cuando vuelve en sí— Esa puta que tienes a tu lado, José, fue mi esposa no hace tanto. Parece que ahora te la follas tú, ¿cierto?

Me hace gestos que no logro descifrar entre temblores. La vieja se pone la servilleta en la cara avergonzada por mi lenguaje soez.

—Señora, no se alarme tanto, que para tener un hijo, he aquí la muestra —corroboro estrellando la cara de José contra el plato—, hubo un día en que su conejo, ahora ya pavo, tuvo que ponerse juguetón. Debió notar un cosquilleo, un ardor interno que le hizo desear la polla de su marido. Fue entonces cuando se abrió de patas. Fue entonces cuando su marido comenzó a bombear con su endurecido enano cabezón. Tal que así —cojo el pavo asado entre mis manos y, sacándome la polla, se la empiezo a meter por el mismo lugar por el que le metieron el relleno— Embistió y embistió disfrutando de la humedad de la caverna. De la calidez de su sexo. Hasta derramar la leche en su coño hambriento.

Tras varios espasmos, aderezo un poco más el relleno. Llevo tal colocón que no he aguantado más de un minuto. Suelto de nuevo el pavo en la mesa y les digo que se sirvan, pero he quedado tan débil tras el orgasmo que Belén aprovecha para clavarme un tenedor el hombro. Caigo junto al balcón. Mientras me levanto, mi ex destroza una silla contra mi espalda y hace que me precipite al vacío.

Y se le atrancó. Y por señas pedía la bota porque le faltaba la respiración.

Algunos vecinos del bloque e incluso algunos del bloque de enfrente se asoman a las ventanas alarmados. Trato de gritar en busca de ayuda pero nadie parece fijarse en mi. Al caer se me enrolló la cuerda del tendedero alrededor del cuello. Me estoy ahogando. Un hombre vestido con un albornoz rojo ahorcado en un octavo piso y a nadie parece extrañarle.

Pronto me doy cuenta lo ridículo de la situación. Justo cuando la vida se me escapa.

Es navidad, a la gente le encanta decorar sus balcones.

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