MY DANGEROUS PASSION. (En Edi...

By AnneLeblanc_

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«He conocido la perdición en aquella piel y encontrado la salvación al reflejarme en esos ojos». - Anne Lebl... More

Sinopsis 🌹
Prefacio. 🌹
Prólogo 🌹
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62.🌹 Parte II.
62.🌹 Parte III.
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64 🌹 Parte II.

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By AnneLeblanc_

Parte I.

"Esa es la cosa sobre las mejores amigas. Como hermanas y madres, pueden sacarte de quicio, hacerte llorar y romperte el corazón, pero al final, cuando las cosas se ponen difíciles, están ahí, haciéndote reír incluso en tus horas más oscuras." ― Kristin Hannah, Firefly Lane

Canción Sugerida: Count On Me – Bruno Mars.

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Cinco días antes.

Matthew.

Mi energía fluye en la cancha, contagiando a mis mejores amigos, quienes parecen elevar su juego para igualar mi ritmo frenético. Descargo todo lo que he estado sintiendo en el único lugar seguro que tengo desde que mi padre nos colocó a todos en esta posición. Me deslizo con agilidad, observando cómo Elías supera con precisión la defensa de Roy y me entrega el balón rápidamente. Sin dudar, me desplazo a toda velocidad y, con un tiro certero, el balón atraviesa el aire y encuentra la red, desencadenando los gritos emocionados de mis compañeros.

—¡Sigue presionándolos, Valderrama! —me indica el entrenador, quien se encuentra al costado de las gradas, incapaz de disimular su satisfacción—. ¡La mente en el juego!

Le lanzo el balón a Elías, mientras escucho la risa de Finn a mi lado. —"Get'cha head in the game" —canturrea, en su mejor intento por imitar a Troy.

Elías ejecuta un hábil cambio de dirección al recibir el balón y se desliza con destreza entre los defensores rivales. Captando su intención, corto hacia el aro, buscando liberarme de mi marcador, Roy. Al identificar la oportunidad, Elías realiza un pase certero, el balón se desliza hacia mí. La defensa contraria reacciona velozmente para cerrar cualquier brecha.

Preparo un intento de mate. No obstante, Roy me intercepta de manera enérgica, obstruyendo mi camino y provocando una colisión inevitable que me hace golpear el suelo con fuerza. Mis compañeros acuden rápidamente y el sonido del silbato del entrenador corta la acción.

El pelirrojo, de pie a mi lado, me dirige una mirada arrogante. — ¿Pensabas que te daría ventaja por lástima, Valderrama? —inquiere, extendiéndome la mano.

Respondo con un firme golpe a su mano, mirándolo desafiante. —¿De qué hablas, Dupont? —le digo, esbozando una sonrisa ladina—. No necesito ventaja para vencerte.

Me pongo de pie de un salto, sosteniendo el balón. —No pretendo echarle sal a la herida, Valderrama —explicó, con expresión desenfadada —. Supongo que debes estar tan o más avergonzado que tu padre. En tu lugar, tampoco exhibiría mi rostro en público después de haber presentado a una sucia lesbiana como su madre.

—Cierra la boca, Roy —advierte Elías.

—Esta vez fuiste demasiado lejos, Dupont —interviene Finn, posando una mano en mi hombro para sostenerme, consciente de la ira crepitante en mi interior.

Escucho el llamado del entrenador, pero hago caso omiso, manteniendo mi mirada fija en Roy. —Estoy siendo solidario, Lindström —se jacta, con una sonrisa burlesca—. Estaría devastado si la mujer a quien consideraba mi madre terminara siendo una promiscua e infiel, convirtiendo a mi padre en el hazmerreír del país. Pero ¿Qué podemos esperar de esas desviadas? —dice, acercándose lentamente a mí—. A la primera oportunidad, le abren las piernas a cualquiera.

A toda velocidad, sin previo aviso, el balón escapa de mis manos con fuerza y colisiona directamente contra el rostro de Roy, resonando un nítido "Crac" mientras la sangre brota de su nariz en un flujo constante. Mi rabia, en ese momento, alcanza un punto de ebullición tan elevado que no dudo en lanzarme hacia él, rematando con un par de golpes directos a el ojo izquierdo y la mandíbula, mientras el pelirrojo, de manera patética, intenta cubrirse con los brazos para protegerse.

Lo sujeto de la camisa con una mano, mirándolo fijamente. —Ella es mi madre. Mi madre — recalco mis palabras —. Si vuelves a mencionarla de forma despectiva — musito, tomando su rostro por la mandíbula y ejerciendo una presión implacable con mi mano libre —, aunque sea para hacer una ligera alusión a su existencia... — mis puños hacen contacto con el rostro ensangrentado de Roy una vez más —. Te juro que este pequeño percance no será más que una agradable caricia.

En una milésima de segundo unas manos fuertes me sostienen con determinación, evitando que continúe. —¿Qué demonios crees que haces, muchacho? —brama el entrenador, logrando que me separe del pelirrojo —. ¡Ven conmigo a los vestuarios, ahora! —ordena, su voz resonando con desaprobación.

—Entrenador, Roy... —trata de intervenir Elías, pero el hombre le lanza una mirada tan fría que lo hace cerrar la boca al instante.

—O'Connor, ya que estás tan participativo, ayuda a Eugene a llevar a la enfermería al señor Dupont —le ordena, sin decir nada más, y se encamina hacia los vestuarios, conmigo siguiéndole los pasos.

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Sé que estoy metido en un buen lío cuando escucho el sonido de unos tacones repiqueteando en la habitación contigua, seguido por la voz de mi hermana. Reconozco ese tono ausente y siniestro que adopta cuando está furiosa, lo que me hace encoger en mi asiento justo después de dos golpes distintivos en la puerta antes de que entre.

La directora Hawkins se levanta. —Señorita Valderrama, gracias por venir. Por favor, tome asiento.

Inmediatamente percibo la mirada de Annabelle sobre mí, escudriñándome de arriba a abajo como un rayo láser. —¿Te encuentras bien, Matt? —expresa finalmente.

Las manos comienzan a sudarme y siento una opresión en el pecho antes de responder. —Perfectamente.

Al parecer, mi hermana intuye la gravedad del problema en la mirada de Hawkins, ya que la Annabelle parlanchina ha quedado en el olvido, dando paso a la Annabelle distante y cerrada. —¿Qué ocurrió? — cuestiona, con una serenidad mortal y devoradora de almas, la misma que suele tener cuando está realmente furiosa —. Su asistente me comunicó que era un asunto urgente.

En cuanto la directora comienza a explicarle a Annabelle lo sucedido en la cancha, mi corazón martillea dentro de mi pecho con tanta fuerza que siento que voy a desmayarme. No obstante, el gesto imperturbable de mi hermana me provoca escalofríos. Ella es el vivo reflejo de la serenidad, pero sé que es una fachada, la calma antes de la tormenta. A este paso, podría estar planeando cómo asesinarme o enviarme a un internado en Timbuktú.

Las palabras "agresión" y "rota" provocan que la mandíbula de Annabelle se tense y la vena de su frente comience a pronunciarse. Un silencio cargado se instala en la habitación antes de que la directora Hawkins continúe explicando las medidas disciplinarias. Pero nada es peor que el momento en el que veo los puños de Annabelle cerrarse justo cuando menciona una suspensión de dos semanas, una semana extra de trabajo comunitario y sesiones de consejería para poder continuar en el equipo de baloncesto.

Observo cómo el rostro de Annabelle se gira en mi dirección y su mirada, desprovista de cualquier tipo de emoción, me asusta. —Ann — intento hablar. Pero lo único que consigo es que vuelva su mirada hacia la directora.

—Durante años, Matthew ha sido un estudiante ejemplar. Sin embargo, en el último mes, le ha faltado al respeto a sus docentes y ha tenido altercados físicos con un par de estudiantes, situaciones que hemos decidido pasar por alto por su propio bienestar. A pesar de esto, no podemos seguir tolerando su comportamiento.

—Por supuesto — zanjó en un tono monótono —. Quisiera que me responda algo, directora Hawkins.

—Claro, adelante.

—¿En algún momento le preguntó usted a Matthew por qué agredió al chico? — indagó con un gesto imperturbable.

—No de manera explícita. Pero Matthew se mantuvo en silencio, sin proporcionar alguna explicación clara para su comportamiento. Estamos dispuestos a escuchar su versión de los hechos, pero hasta ahora, no hemos recibido ninguna justificación convincente de sus acciones —se apresura a responder la directora, manteniendo su actitud profesional.

—Así que decidió que lo suspendería durante dos semanas sin saber qué lo llevó a actuar de esa manera —concluye mi hermana —. De acuerdo — sentencia, poniéndose de pie.

Hawkins también se levanta de su asiento, mostrando una expresión entre desconcierto y temor. —Señorita Valderrama —comienza, perdiendo un poco de seguridad —. Si hay algo que este sucediendo en casa de lo que debamos tener conocimiento para poder ayudar a Matthew, por favor, infórmenos.

—Si no le importa, es momento de que me lleve a Matthew a casa — dice Annabelle, lanzándome una mirada que me hace ponerme de pie como un rayo para seguirla —. Espero en su correo todo lo relacionado a sus clases. No quiero que se retrase en sus materias.

—Por supuesto — la directora abre la boca e intenta balbucear algo, pero la determinación de mi hermana hace que le siga la corriente, sin rechistar.

«K.O, Mellie». Pienso.

Contengo la risa con todas mis fuerzas para evitar que Annabelle cambie de objetivo y termine por usar su superpoder para aniquilarme a mí en lugar de a la directora Hawkins, aunque no sin antes darle un guiño amistoso para luego seguir a Annabelle por el pasillo.

Caminamos juntos hasta la salida, todo bajo la mirada atenta de algunos estudiantes y profesores entrometidos que, sin disimulo, babean alrededor de mi hermana. Es molesto ser testigo de las miradas lascivas y los comentarios malintencionados de los demás.

Antes de llegar a la puerta trasera que conecta con el estacionamiento, me percato de que Jair está de pie junto a la puerta, luciendo un traje oscuro y un aspecto que grita guardaespaldas por todas partes. —¿Qué hace aquí? — pregunto.

Annabelle no responde. Continúa caminando hasta que abandonamos el edificio junto a Jair, quien nos guía hasta la camioneta. Al percatarme de que se trata de la Range Rover Sentinel, siento cierta inquietud. Me resulta extraño que mi hermana esté siendo tan precavida con su seguridad, desde la presencia de Jair actuando como guardaespaldas hasta la camioneta blindada. Me pregunto si algo puede estar sucediendo, pero no me atrevo a expresarle mis dudas.

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Los fotógrafos se pusieron de pie en cuanto vieron la camioneta acercándose a la mansión, en un intento por capturar cualquier cosa de nuestra vida privada. Activaron sus flashes segadores y se acercaron demasiado a las ventanas, hostigándonos. Rodé los ojos, fastidiado por el hecho de saber que buscan respuestas debido a la actitud ridícula e inmadura de mi padre. Sus constantes llamados de atención para que mamá lo viera terminaron convirtiéndonos a todos en un espectáculo.

Cuando Jair estaciona el auto y sale de él, Annabelle se detiene y me mira fijamente por primera vez. —Solo tengo dos preguntas.

—¿Cuáles son? —respondo.

—¿Qué fue lo que realmente sucedió? y ¿Por qué? —es todo lo que dice.

—No tengo una excusa.

—Entonces, decidiste deliberadamente romperle la nariz a uno de tus compañeros —resume, endureciendo su expresión—. Estoy de acuerdo en que no existe excusa para lo que hiciste, pero ciertamente espero una explicación mejor que esa; o por lo menos, una razón de peso para que actúes de esa manera.

—No. No deliberadamente.

—¿Entonces? — insiste.

—No quiero decírtelo porque no creo que le vayas a dar la importancia que merece.

La culpa me embargó en el preciso momento en que pronuncié esas palabras. Su expresión decayó y pude ver el dolor reflejado en su mirada, haciéndome sentir un completo idiota. Annabelle siempre ha sido una hermana excepcional que, sin importar las circunstancias, ha estado para protegerme. Lo dejó claro cuando la directora asumió que mi comportamiento fue un simple acto de rebeldía que debía castigar.

—Lo siento, Ann. No quise... —traté de disculparme, pero en ese momento mis ojos se llenaron de lágrimas—. Lo siento tanto.

—No cometas el error de creer que tu enojo pasa desapercibido para quienes te rodeamos. Eres un sol radiante y, de repente, has caído en una apatía que nubló por completo ese brillo de genuino cuidado y preocupación que tanto te caracteriza —argumentó, sin siquiera espabilar—. Es desolador ver cómo tu hermano se convierte en esta versión tormentosa y ensimismada sin poder hacer nada para detenerlo. Así que dime, ¿Qué puedo hacer para ayudarte?

—Tráela de regreso.

Su mirada se ensombrece, se pasa las manos por el cabello en señal de desesperación y me doy cuenta de que volví a equivocarme. A ella debe estarle doliendo más que a nadie — No puedes forzar a alguien a permanecer, Matthew, especialmente cuando esa persona tiene deseos de marcharse.

Estoy a punto de decir algo, pero mi voz se queda atrapada y siento cómo el corazón me late fuerte en el pecho. Todas mis emociones se salen de control y Annabelle se acerca para abrazarme con suavidad. —Puedes decírmelo, cariño —me asegura—. No voy a juzgarte.

—Papá la odia por haberlo dejado. Tengo miedo de odiarla también —explico, sintiendo las lágrimas mojar mis mejillas—. No quiero hacerlo. Ella es mi madre —le repito lo mismo que le dije a Roy— y la amo.

—Entonces no lo hagas, mi pequeño amor —susurra con tanto cariño y delicadeza que me recuerda a los días previos a la muerte de mamá—. No tienes por qué seguir los pasos de tu padre; él tomó sus propias decisiones y tú debes tomar las tuyas. Las razones por las que se fue no tienen nada que ver contigo. Ella te ama profundamente y nunca dejará de hacerlo.

—¿Crees que volveremos a verla? —le pregunto.

—No lo sé. Podría intentar que hables con ella, pero solo si ella así lo desea —me hace saber.

Me recuesto sobre su pecho, escuchando el latido errático de su corazón. En ese momento, levanto la mirada para encontrarme con sus ojos verdes opacos y entristecidos. —También la extrañas —no es una pregunta.

—¿Roy es el chico del concurso de karaoke? —me pregunta, cambiando de tema.

—Ese mismo —le respondo sin separarme de ella. Su olor me tranquiliza, y me decido a contarle lo que realmente pasó en la cancha—. Todo iba bien, llevábamos la delantera en la práctica y no pudo aguantarlo. Comenzó a decir que no me daría la delantera por lástima y de inmediato supe que se refería al escándalo del divorcio. Pero, no contento con eso, empezó a hablar de ella como si la conociera, a faltarle el respeto, y vi todo rojo. No recuerdo en qué momento me lancé sobre él, pero sí recuerdo lo bien que se sintió golpear su maldito rostro.

—¿Habló mal de ella?

—Todos hablan sobre el divorcio cuando creen que no los escucho. Murmuran cosas sobre papá y su comportamiento, lo compadecen y la atacan, pero nadie se había atrevido a decirme nada a la cara —expliqué, separándome de ella levemente para mirarla a los ojos—. No habría reaccionado de esa manera si ese imbécil no hubiese insultado a mamá.

Vi el rostro de Annabelle contraerse de rabia. —¿Se atrevió a insultarla?

—La llamó promiscua y luego soltó algo como que qué se podía esperar de esas desviadas, refiriéndose a la relación que tiene con la escritora —le comento, advirtiendo la vena de su frente sobresalir—. Además, sugirió que... —me pasé las manos por el rostro, sintiendo resquicios de rabia en mi sistema—, no lo mencionaré por respeto.

La miro detenidamente, percatándome de su expresión tensa. Noto que se contiene para no decir algo que la ponga en evidencia, pero sus emociones son tan evidentes como la luz del día. No puede mentirme ni mentirse a sí misma; el que hablen de mi madre de esa manera la enfurece. Sus ojos se oscurecieron, tomando ese tono verde opaco que suele tener cuando algo malo está por venir. Tiene las cejas contraídas y fruncidas, acentuando la vena de su frente. Desde aquí, percibo su cerebro maquinando a toda velocidad. —Es mejor que vayamos adentro— dice, antes de abrir la puerta del auto bruscamente e inhalar hondo para buscar serenarse.

Ella espera pacientemente a que me baje del auto, desordenando mi cabello para después otorgarme un beso en la coronilla. —Estás castigado —espeta, sin alejarse.

—Pero...

—Quiero que confíes en mí y en las decisiones que estoy a punto de tomar.

En ese momento, su teléfono suena, haciendo que lo saque del bolsillo interno de su elegante blazer. —Boyd —responde, posando una mano en mi hombro para caminar a mi lado; al escuchar lo que le dicen, se detiene bruscamente—. Dile a Adams que se haga cargo e infórmame de todo lo que pase —ordena, en un tono que no da pie para réplicas, y tapa la bocina antes de dirigirse a mí—. ¿Alguien grabó lo que sucedió? —me pregunta.

—No lo creo. Era una práctica cerrada y pasó de repente, en medio del entrenamiento.

—De acuerdo —es todo lo que dice antes de volver a su conversación e instarme a caminar hacia el interior de la casa—. Necesito toda tu atención, ¿Estás sola? —cuestiona, mientras teclea a toda velocidad y espera una respuesta afirmativa antes de continuar—. Comunícate al número que acabo de enviarte y exige que se programe una cita para una reunión virtual con la junta directiva de la escuela de Matthew. En caso de que se nieguen, prepara los papeles para su traslado las primeras semanas de noviembre —la miro, perplejo por lo que acaba de decir—. Además, necesito que filtres la noticia de su suspensión por medio de uno de los nuestros, que no tergiverse los hechos y que nos ayude a controlar la narrativa. Te enviaré los detalles por correo. Después quiero que te contactes con la asistente personal de Evelyn Wakefield; su contacto está en mi agenda electrónica. Dile que quiero realizar una entrevista la próxima semana, tendrá carta blanca para preguntarme lo que quiera, a excepción de uno o dos temas que no estoy dispuesta a comentar. Asimismo, dile que mi única condición es que mencione la suspensión de Matthew.

Annabelle da algunos detalles más a su asistente, inmersa en su conversación. Sin darse cuenta, alguien aparece de la nada y la derriba con un perfecto O Goshi, levantándola con la cadera y proyectándola hacia atrás, haciéndola caer de espaldas al suelo. —Todavía mantienes la guardia baja, Bashful —se burla la mujer a su lado, otorgándole una sonrisa divertida.

Mi sorpresa es palpable al ver a mi hermana en el suelo. La chica, orgullosa, le tiende la mano para ayudarla a levantarse. Sin embargo, en un giro fluido, Annabelle aprovecha el impulso de la mano extendida y desencadena un astuto Sumi Gaeshi. Se desliza hábilmente debajo de la mano de la chica, posiciona su pierna estratégicamente y, con un movimiento sincronizado, inclina su cuerpo y gira hacia un lado. En cuestión de segundos, su contrincante se ve desequilibrada y ambas terminan en el suelo, con Annabelle en control. Mi hermana, entre risas, agrega: —Deberías trabajar en ese equilibrio, soldado Grumpy.

Por un instante, puedo ver a mi hermana transformarse en la chica de diecisiete años que solía ser. Despreocupada por arrugar su costoso traje de diseñador y manteniendo su postura erguida. La sonrisa de felicidad genuina plasmada en su rostro antes de lanzarse a los brazos de la mujer a su lado es inigualable.

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Londres, Inglaterra.

Presente.

Carla.

El ambiente se siente denso e incómodo. Hope no le quita la mirada de encima a Demetria y cuando volteo a verla, noto que está mordiéndose el labio inferior por enésima vez desde que salimos de casa. De esa manera, me acerco para acariciarle el rostro con suavidad y consigo que esta de un respingo en su asiento. —¿Qué sucede, petite? —le pregunto en voz baja, hablando en francés para que se sienta libre de hablar.

—No es nada —murmura, dándome una sonrisa que parece más una mueca molesta.

Hope, quien se encuentra junto a nosotras en la parte de atrás de la camioneta, le pone una mano en el muslo para que se tranquilice. —Estaremos a tu lado todo el tiempo.

Veo a Demetria tragar saliva con una expresión que roza la histeria. Ahora que lo pienso, parece más pálida de lo habitual. Cualquier rastro de seguridad ha desaparecido por completo, adoptando una postura encorvada e incómoda que la hace lucir pequeña y asustada. —Ven aquí —le pido, rodeándole la cintura con el brazo para atraerla a mi regazo.

—Voy a arruinarte el vestido —me advierte con timidez.

—No me importa en lo más mínimo, pequeña —le quito importancia, acariciando su mejilla con suavidad —. Solo quiero que me digas qué ocurre para que pueda arreglarlo.

Demetria se inclinó para recostarse sobre mi hombro, permitiéndome consolarla. No sabía a ciencia cierta qué le sucedía, pero permanecí inmóvil a su lado, con la mirada fija en el camino que se extendía por las carreteras serpenteantes, bordeadas por árboles que ahora mostraban hojas en tonos ocres y dorados debido a la llegada del otoño.

—No la invité a la boda —confesó de repente, tan rápido que apenas pude entender lo que decía—. La última vez que hablé con mi abuela, sonaba tan molesta porque olvidé enviarle la invitación que pensé que no volvería a dirigirme la palabra. A pesar de lo sucedido con mis padres, nuestra relación siempre fue estrecha, pero ahora creo que me odia y no sé qué decirle cuando se entere de que estoy saliendo contigo... otra vez.

Ahora comprendo por qué su rostro cambió repentinamente en el momento en que Hope nos informó que su tía nos había invitado a una cena familiar, insistiendo en que tanto los hermanos Dumont, como yo, estuviéramos presentes. —¿Te preocupa lo que piense de nosotras? — indago, queriendo saber lo que pasa por su mente.

—Un poco. Aunque mi abuela nunca ha emitido comentarios despectivos sobre mi orientación sexual, técnicamente aún estoy casada y ella sigue siendo un tanto conservadora.

—Creo que estás pensando demasiado en la razón por la cual tu abuela nos invitó a cenar —le doy mi opinión, sin pretender invalidar la suya—. Es probable que solo quiera aprovechar el hecho de que estás viviendo en Londres para acercarse a ti nuevamente y, de paso, conocer a las personas que te rodean, pequeña —la aliento.

Ante mis palabras, percibo cómo su cuerpo se relaja lentamente y se acurruca contra el mío. —Eres como mi centro de gravedad, siempre ahí para mantenerme conectada a la tierra cuando siento que mis pies empiezan a despegar.

Deposito un beso en su frente, permitiéndome disfrutar de este momento.

—Puedes tomar una siesta si prefieres; calculo que todavía faltan unos cuarenta minutos para llegar a Bourton-on-the-Hill.

—¿No te incomodo? —pregunta con voz somnolienta.

—Jamás —respondo, acariciando su cabello con parsimonia para incitarla a descansar. Pronto siento su respiración regularizarse por completo.

Me concedo este momento, un instante donde todavía puedo sostenerla entre mis brazos, donde la quiero y ella me quiere de vuelta. Quiero absorberlo todo, cada sensación y detalle.

Trato de mantenerme serena, mostrarme neutra e incluso parecer despreocupada por la forma en que llegó a casa esa mañana, justo después de desaparecer. No obstante, empiezo a creer que lo que sucedió ese día fue mucho más importante de lo que quiero admitir. A pesar de que ella ha estado más cerca de mí, la he sentido más lejos que nunca. Parece esforzarse por actuar con normalidad e incluso insistió en acompañarme a Edimburgo el fin de semana. Sin embargo, no puedo seguir engañándome así; puedo identificarlo como a un viejo amigo... el miedo reptando por mi garganta.

Demetria sigue sumida en un sueño profundo cuando llegamos a Cotswolds. Brandon, quien ha sido el único de sus hermanos que ha podido asistir, conversa con Hope acerca de la idea de comprar una casa en los alrededores de Gloucestershire, a lo que su hermana ríe y comenta: —¿Acaso quieres convertirte en su tío? —le pregunta.

—Te recuerdo que eras tú quien tenía un pequeño crush con su tía en la universidad —contraataca su hermano, provocando que suelte una carcajada.

Los Dumont siempre saben cómo y dónde apuntar; su relación es tan estrecha que resulta entretenido verlos interactuar. —¿Su tía no está casada? —intervengo, curiosa.

—La mayor lo está, casada con un dios griego al que nadie podría hacerle competencia —admite Brandon, consiguiendo que arquee las cejas—. ¿Qué? Hasta yo puedo admitir que es atractivo —se defiende sin dejar de sonreír.

—No tenía idea de que fueran dos tías por parte de su padre —comento, pensando si en algún momento pudo haberlo mencionado y lo pasé por alto—. ¿Es muy joven? —les pregunto.

En ese momento, los ojos de Hope adquieren un brillo intenso y sonríe con todo su rostro, haciendo que se le marquen las arrugas alrededor de los ojos. —Solo un par de años mayor que nosotras. Ella es... —contiene el aliento y suspira de forma soñadora, haciéndome reír—. Increíble.

—Al parecer, todavía tienes un crush con ella —le digo, a lo que ella responde encogiéndose de hombros.

—Es posible. Fue la primera mujer que miré de manera diferente.

—Ya veo. La primera no se olvida, marca un antes y un después.

—¿Recuerdas a la tuya? —inquiere Brandon, observándome con cuidado.

—Por supuesto —respondo, desviando la mirada en dirección hacia la mujer que yace en mi regazo—. Sería imposible no hacerlo.

Escucho un pequeño chillido ahogado y giro para encontrarme con la expresión sorprendida de Hope, quien captó de inmediato mi gesto. —¿Fue ella? ¿Dev fue tu primera mujer? —me pregunta.

—Así es.

—¿Cómo fue? —inquiere Brandon, inclinándose hacia adelante para escucharme con atención.

—Es factible que Demetria les haya contado acerca de lo nuestro. Pero no creo que alcanzara a dimensionar lo importante que fue para mí aquellos meses que pasamos juntas en Francia —les hago saber, rememorando con cariño esa época—. Habían transcurrido aproximadamente tres meses desde mi divorcio, no tenía trabajo, y mi familia, preocupada por mi salud mental tras esa relación, inconscientemente empezaba a sofocarme con su atención excesiva. Me sentía como una presa en mi propia casa, así que decidí contactar a una editora interesada en mi trabajo y le dije que me iría de viaje para comenzar a escribir mi libro; ella me animó a enviarle el manuscrito en cuanto lo tuviera.

—Puedo imaginarlo, tu hermana es de armas tomar.

Sonrío, recordando la forma en que Julia irrumpió en mi departamento para obligarme a comer y bañarme tras el divorcio. Estaba tan devastada que no conseguía reunir fuerzas para moverme de la cama. —Era la única que podía acercarse a mí en ese entonces —les confieso —. Fue muy difícil para Pablo y Álvaro comprender que mi primer instinto, al sentir una presencia masculina, era esconderme debido al miedo. Pero la situación más complicada fue para mi padre, quien se parecía un poco a él.

Brandon abre mucho los ojos, comprendiendo la implicación de mis palabras. —Tu esposo... Él era... —trata de decirlo, pero es incapaz —. No tienes por qué contárnoslo si no quieres, Carla. Lo siento.

—Era un abusador. He estado en terapia desde el momento en el que me separé de él, y ya no me cuesta reconocerme como una mujer víctima de violencia doméstica.

—¿Fue entonces que la conociste? ¿Luego de pasar por esa relación abusiva? —me cuestiona Hope.

Asiento con la cabeza. —Viajé por Europa en un intento por sanar mis heridas y retratarlas con fidelidad en mi libro. Planeaba ir a Rocamadour, pero tomé una ruta equivocada y terminé en Conques. Ese día llovía, así que entré en una pequeña cafetería y me senté junto a la ventana; fue ahí cuando la vi.

—Estaban destinadas a encontrarse. ¡Tan romántico! —comentó Brandon, como una colegiala emocionada por una novela.

—¿Cómo te hizo sentir? ¿Fue difícil para ti? —pregunta Hope, adoptando el papel de terapeuta.

—Con ella, todo era sencillo —admito, apretujando su pequeño cuerpo contra el mío—. Tenía la capacidad de apaciguar mi mente y de callar la culpa que sentía por haber permitido que él me hiriera de esa manera. Era joven, pero tan perspicaz e inteligente que se volvió fácil hablar con ella, al mismo tiempo que su dulzura me hizo encariñarme al punto de querer quedarme a su lado o llevarla conmigo a donde fuera.

—Te enamoraste de ella —afirma su mejor amiga.

—No lo entendí hasta el momento en que me senté a revisar el manuscrito. Lo que comenzó siendo el relato de una mujer desconsolada que atravesaba la peor época de su vida, se convirtió en una historia de momentos divertidos junto a una chica que la hizo sentir viva de nuevo. Ella me revivió, me enseñó a ser autosuficiente, a creer en mí, y me impulsó a convertirme en lo que soy hoy.

—También la ayudaste a sanar —comenta Hope.

—Ella me lo confesó, justo antes de separarnos. Me dijo que por primera vez había experimentado lo que se sentía confiar plenamente en alguien a quien quieres. Estar segura de que esa persona siente tanto por ti que sería incapaz de lastimarte.

—¿Y aun así te fuiste? —soltó Brandon, incrédulo.

Agacho la mirada, avergonzada ante el peso de mis decisiones. —Nos encontrábamos en una burbuja, y sabía que en algún momento tendría que explotar. Prefería que fuera bajo mis propios términos. Debía poner mi vida en orden si quería que mi pequeña formara parte de ella.

—Arriesgaste demasiado; pudiste perderla para siempre cuando se casó con alguien más.

—Es cierto. Fui imprudente y permití que se marchara —admito, mirándola fijamente—, pero esta vez no pienso hacerlo. La primera vez tomé el camino equivocado y la encontré. La segunda, elegí seguirla. Sé quién es y estoy dispuesta a aceptarla en su totalidad.

—Señora, estamos próximas a llegar —escuchamos la voz del chofer a través del intercomunicador.

Doy el tema por terminado y me volteo para observar a Demetria; tiene los labios entreabiertos, las pestañas le caen como abanicos sobre las mejillas perladas de pecas imperceptibles debido al maquillaje que lleva, y su tez pálida y cremosa está casi inmaculada. Me permito un contacto más y le acaricio la mejilla con el pulgar antes de llamarla. —Petite —susurro, dándole un par de caricias suaves—, despierta.

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Demetria se retoca el maquillaje mientras observo por la ventana la majestuosa mansión de fondo, que se destaca como una joya de la campiña inglesa con una arquitectura atemporal que emana tradición aristocrática. Me siento en una novela de Julia Quinn a medida que avanzamos por un camino de guijarros rodeado de árboles y setos, siendo testigo de la opulencia de su familia.

Al traspasar un puente de piedra precioso que cuelga sobre un arroyo, el chofer se detiene frente a la entrada principal, donde un par de valets esperan a cada lado de la camioneta para abrir las puertas y extendernos su mano para ayudarnos a salir. —Este lugar es impresionante —confieso cuando Demetria se encuentra a mi lado.

—A decir verdad, siempre me ha parecido un tanto excéntrico, pero si quieres, puedo llevarte a dar un paseo por los alrededores en cuanto acabe la cena, corazón —se ofrece mi novia.

—Te tomo la palabra.

Demetria deposita un beso en mi mejilla antes de entrelazar sus dedos con los míos y guiarme dentro, seguidas por los Dumont. A medida que atravesamos el umbral, somos recibidos por un vestíbulo que exuda elegancia. El suelo de mármol pulido refleja la luz de las lámparas colgantes, iluminando cada rincón de la estancia.

Contrario a mis expectativas, la decoración se revela como minimalista y contemporánea, creando un fascinante contraste con la atmosfera tradicional que envuelve la casa. Las paredes exhiben obras de arte modernas, que coexisten de manera armoniosa con retratos familiares de épocas pasadas. Detalles delicados, como jarrones de porcelana con formas geométricas y tapices bordados con patrones clásicos reinterpretados, añaden vida a cada rincón del vestíbulo por el que transitamos antes de dirigirnos a la sala de estar.

En la sala, el bullicio de la conversación cesa en cuanto se percatan de nuestra presencia. Los presentes se ponen de pie para recibirnos, y Demetria me dirige una mirada inundada de pánico antes de que una mujer de unos setenta años se acerque a nosotras. —¡Al fin llegaste, Ma Chérie! —la saluda en un tono suave y maternal, antes de envolverla en un cálido abrazo.

—Hola nana.

—Te extrañé mucho, cariño —le dice en un perfecto francés, repartiéndole besos cariñosos en las mejillas mientras intercambian unas palabras.

Contemplo el momento, enternecida por su cálida bienvenida. En ese instante, la mujer dirige su mirada hacia mí y me obsequia una amplia sonrisa. Su elegancia es innegable; va impecable, con un vestido y zapatos a juego. —Nana, permíteme presentarte a Carla Montero. Carla, esta es mi abuela, Paige Turner.

La mujer me extiende la mano sin soltar a su nieta. —Encantada de conocerte —murmura.

Aprieto su mano con firmeza, a lo que ella responde con una sonrisa. —Igualmente, señora.

—Llámame Paige —responde, haciendo que Demetria la observa con asombro —. Cuéntame, Carla —dice, acercándose para tomarme del brazo y caminar junto a mí —. ¿Cómo conociste a Ma Coccinelle? —pregunta, incapaz de ocultar su curiosidad.

—La conocí en un pequeño pueblo al suroeste de Francia, mientras hacía un recorrido por Europa—le respondo en francés, notando como su mirada se ilumina en reconocimiento.

—Ah, así que eres tú. La chica con la que Ma Coccinelle quedó encantada en Conques, ¿no es así? —me cuestiona.

Le doy una sonrisa de afirmación. —Recorrimos gran parte de Francia durante el verano, antes de que tuviese que regresar a España para publicar mi libro.

—Lo recuerdo. Ella me habló de ti durante días y como tenía que regresar a UK, le animé para que se aventurara a seguirte en tu viaje —me confiesa con complicidad —. ¿Cuál fue tu destino favorito? —esta vez se dirige a su nieta, quien se mantiene a nuestro lado.

—Gargantas del Verdon, sin lugar a duda —responde, dándome una mirada que me causa escalofríos.

Ese lugar en particular tiene recuerdos... Interesantes.

En ese momento, una mujer toma a Demetria entre sus brazos y la eleva del suelo con gran facilidad, haciéndola girar por los aires mientras mi novia se ríe a carcajadas. —Erin, bájala, vas a marearla —le ordena Paige a la otra mujer.

Al notar que ambas la ignoran, Paige rueda los ojos y me dirige una mirada afable. —Discúlpame un momento, querida —se excusa antes de retirarse, y observo cómo se acerca a Hope para saludarla con tanto cariño como a su nieta.

Cuando la mujer deposita a Demetria en el suelo, la rodea con un brazo en señal de camaradería, y ambas se acercan a mí. —¿No eres muy mayor para ella? —me pregunta en cuanto me ve—. ¿Cuántos años tienes? —insiste.

Abro la boca para responder, pero Demetria suelta una carcajada incómoda antes de propiciarle un codazo en el abdomen. —¡Compórtate, tía Erin! —refunfuña mi novia.

—Tengo treinta —comento, extendiendo mi mano para presentarme—. Es un gusto conocerte al fin. He oído hablar mucho de ti, Erin.

La mujer aparenta tener la misma edad que Demetria. Es un par de centímetros más alta que yo, incluso llevando tacones, y posee una figura esbelta que le confiere una presencia imponente. Viste un elegante traje femenino en color azul navy, destacando su piel pálida y sus penetrantes ojos marrones. Es, sin lugar a dudas, una completa belleza. En definitiva, esta es la tía que Hope mencionó en el auto, su crush de la infancia.

Ella aprieta la mandíbula y cuando creo que va a dejarme con la mano estirada, me otorga una sonrisa socarrona. —También me da gusto conocer a la mujer por la cual mi sobrina ha estado generando tanto revuelo—murmura, dándome un apretón firme y confiado —. Debo decir que ella tiene un gusto exquisito, eres más atractiva en persona.

Después de una charla animada con Erin sobre libros, esta me presentó a su hermana mayor, Grace, quien irradiaba una madurez igualmente atractiva. Más tarde, Demetria insistió en que conociera al resto de su familia y me presentó a Elliot. Lo encontré sentado en una mesa, inmerso en una partida de ajedrez con su hija mayor. El apodado dios griego tampoco se quedaba atrás; un hombre de metro ochenta con una mandíbula cuadrada, cabello castaño y profundos ojos azules que añadían a su atractivo.

Finalmente, estaban los dos hijos pequeños de Grace, a quienes Demetria cariñosamente apodó los galácticos, ya que ambos llevaban nombres de constelaciones: Cassiopeia y Leo. La atmósfera familiar se envolvía en una mezcla de conversaciones animadas y risas, algo muy diferente a lo que había imaginado al tratarse de una familia que representaba la opulencia en el Reino Unido.

Demetria se acerca para rodearme con sus brazos y obsequiarme una de esas sonrisas que me desarma. —¿Estás divirtiéndote?

—Mucho —admite, depositando un beso en mi mejilla antes de separarse —. Vamos, la abuela quiere que pasemos al comedor.

Paige se sienta a la cabeza, seguida por sus dos hijas del lado derecho y su nieta al lado izquierdo. Me siento junto a Demetria seguida por los Dumont. Para entonces, Hope no puede apartar la mirada de Erin y le doy una sonrisa cómplice. —Disimula un poco —le pido, observando como esta tiene la vista enfocada en su teléfono celular.

—Es preciosa.

—Lo es. Pero créeme cuando te digo que no quieres involucrarte con alguien que está obsesionada con Juego de Tronos — le digo para fastidiarla.

—Mamá, la tía Erin está usando el teléfono en la mesa —se queja Cassie.

Grace observa a su hermana con una expresión risueña, antes de que esta suelte el teléfono y le saque la lengua a su sobrina, haciendo que Leo se ría de forma escandalosa. La alegría se ve interrumpida cuando ingresan en la habitación un pequeño grupo de cinco personas, cada uno con dos platos para servir la mesa.

En ese momento caigo en la cuenta de que estoy cenando tranquilamente con las propietarias de la multinacional más grande del sector legal en el Reino Unido. Después de la Monarquía, es probable que sean las dueñas de todo el país. La cena transcurre entre charlas amenas, aunque el chef presenta cada plato como si estuviera sirviendo a la Reina Isabel en persona.

Cuando llega el postre, un exquisito soufflé de chocolate caliente con acompañamiento de helado de vainilla bourbon, se me hace agua la boca. Degusto una cucharada con deleite, mientras Paige y Demetria mantienen una animada conversación sobre Dallas y su nuevo embarazo.

Estoy a punto de terminar, cuando escucho a Paige preguntarle acerca de su madre y Demetria suelta los cubiertos de forma abrupta, captando la atención de los demás. —Está bien —murmura, soltando un suspiro cansado —. ¿Podemos no hacer esto hoy, por favor?

🌹🌹🌹

Miami, Florida.

Dianna.

—¿Cómo dices? —me cuestiona ella, un tanto histérica.

—Creo que se ha escapado de casa —murmuro, consciente de que el chico puede estar escuchando del otro lado de la puerta.

—Él jamás haría algo así —insiste —. ¿O sí? —me pregunta, sin poder ocultar su preocupación.

—Manejó hasta aquí bajo la lluvia en su bicicleta —le doy detalles —. A esta hora debería estar en la escuela, por lo que algo malo tuvo que haber sucedido.

—¿Está ahí contigo? —indaga mi hija, sonando cada vez más angustiada.

—Le pedí que se diera una ducha caliente para evitar que se resfriara, llegó escurriendo agua.

—No lo entiendo, él nunca se había comportado de esa forma.

Me acaricio la sien, en un intento por mitigar el dolor de cabeza que ha comenzado a escalar con una velocidad vertiginosa. —¡Abre los ojos de una buena vez, Demetria! —la riño, incapaz de contener mi temperamento.

—¿Qué quieres decir con eso? —espeta, a la defensiva.

—Vino hasta aquí porque quiere contactarse contigo.

—¿Él te lo dijo? —su tono se vuelve ronco y dolido.

—No hace falta, cariño —suelto, irritada por su comportamiento tan poco empático —. Tienes que comenzar a ver más allá de tu propio dolor y caer en la cuenta del daño que le hiciste a esa familia. Permitiste que ese chico, quien perdió a su madre cuando era tan solo un niño, te llamara madre y luego decidiste darle la espalda e irte, sin siquiera darle una explicación. Es lógico que quiera respuestas.

Antes de que ella pueda darme una respuesta, la puerta de mi habitación se abre y el chico aparece confirmando mis sospechas. Sigue empapado, tiene los ojos rojizos como si estuviera a punto de echarse a llorar.

—Abuela, yo quisiera... —susurra, en un tono dócil —. ¿Me permites hablar con ella? —me pregunta, de forma tan educada y gentil que siento mi garganta arder cuando un enorme nudo se forma allí.

—¿Es él? —me pregunta mi hija, del otro lado de la línea.

—Sí, está aquí conmigo —le aviso.

—Ponlo en altavoz.

Hago lo que pide en piloto automático. —Cariño mío —lo saluda, en un tono tan dulce y maternal que me toma desprevenida.

—Mamá —suspira él, aliviado y las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas.

—¿Estás bien, mi rayo de sol? —le pregunta, con genuina preocupación filtrándose por su voz.

—Te extraño, mamá —confiesa, con la voz acuosa debido a las lágrimas.

—También yo, amor —le responde, sin un ápice de duda —. Cada minuto de cada día. Quisiera haber hecho las cosas de una mejor manera, pero fui egoísta y te lastimé. ¿Podrías perdonarme? —inquiere.

Matthew niega con la cabeza en desacuerdo, inhalando con fuerza por la nariz. —Tenías que librarte de él, mamá —le muestra su apoyo, restándole importancia —. No podías quedarte más tiempo a su lado o te habría lastimado.

Demetria suspira, conteniendo un pequeño sollozo. —No. Por favor, no me justifiques, Matthew —le pide, y puedo escuchar como lucha por mantenerse serena —. Tu padre nunca me lastimó, al menos no de la manera en la que piensas. Fui yo quien lo dejó.

El chico suspira. —No eres la villana del cuento, eres mi madre —afirma, cariñoso —. Eso no cambiará, independientemente de las decisiones que hayas tomado en tu vida o de la persona con quien hayas elegido compartirla.

—Quiero que tengamos una conversación honesta sobre lo que sucedió, hay mucho que quiero que entiendas. Necesito ser honesta contigo y que no tergiverses las cosas debido al comportamiento reciente de tu padre.

—¿Lo sabes?

—Sí —es todo lo que dice al respecto.

—Sin embargo, por ahora necesito que me digas qué está pasando contigo, ¿No deberías estar en la escuela?

—Eh...—lo veo jugar con una hebra de su suéter —. Sí.

—¿Sucedió algo? —insiste.

—¿Recuerdas el chico pelirrojo del concurso?

—Pequitas, el nomag repulsivo —responde, a lo que Matthew no ríe.

Su mirada cavila en mi dirección antes de fijar sus ojos en el teléfono. —Lerompílanariz—responde a toda velocidad, sin que pueda entenderle ni una palabra.

—¿Qué?

Lo veo morderse la cara interna de las mejillas, justo como hace su hermana. —Le rompí la nariz —susurra en un tono avergonzado.

—¡Hiciste qué! —le reprocha mi hija en un tono severo.

—¡Intenté advertirle! —se defiende, permitiéndome ver rastros de su molestia —. Por semanas quise que se detuviera, pero no dejaba de lanzar comentarios ofensivos y colmó mi paciencia.

—¿Comentarios ofensivos? —indaga mi hija, en un tono glacial —. ¿Te estaba molestando? ¿Te hizo algo? —persistió, sin darle tregua.

El chico suelta una carcajada despreocupada, mirándome con alegría. —Suenas igual a ella —confiesa, rascándose la nuca.

Demetria se queda en silencio un momento antes de continuar. —Respóndeme, cariño. Dijiste que hacía comentarios ofensivos.

—Si te digo, ¿Me prometes que no vas a molestarte? —duda.

—Depende.

—La prensa ha estado buscando culpables —admite, mirándose los pies —. Papá ha salido en primera plana en algunas ocasiones. Sin embargo, la mayoría de las revistas...

—¿Hablan sobre mí? —le ayuda ella.

—Así es. Hablan sobre ti y no son amables.

—No debes prestarle atención a eso.

—No he leído ninguna —reconoce, balanceándose adelante y hacia atrás —. Pero mis compañeros sí lo han hecho. Todos hablan de eso en la escuela, aunque ninguno se atreve a decírmelo a la cara.

Oh, no... oh, no. ¿Ha estado peleándose por ella?

—¿Lo hiciste para defenderme?

—Eres mi madre —resuelve el chico, sin dudar —. Enfrentaría a cualquiera que trate de denigrarte.

—La violencia es el camino que usan los ignorantes para hacerse escuchar. Eres mi hijo y te amo. No considero que seas ignorante, así que no actúes como tal. Evita tomar las mismas decisiones que aquellos que crecen en un entorno que promueve la crítica, el señalamiento y el odio. Es posible que ese pobre chico solo repita las palabras despectivas que escucha en casa, amor.

Sus palabras calientan mi pecho, haciéndome sentir orgullosa por la forma en la que educa y ayuda a su hijo. Aunque no quise verlo antes, realmente Demetria considera a este chico su hijo y lo ama como tal.

En ese momento escucho dos golpes sutiles en la puerta de mi habitación y me asomo para ver de quién se trata. —Lamento molestarla, señora —es Lily, mi ama de llaves.

—¿Ella está aquí? —cuestiono, a lo que ella asiente —. Dile que nos dé unos minutos.

🌹🌹🌹

Acepto que Matthew comparta unos minutos más con mi hija antes de enviarlo directo a ducha. Su semblante muestra palidez, ojeras y evidente cansancio, así que solicito a Lily que le prepare una infusión para que pueda descansar. Al despedirse, escucho cómo le pide a mi hija su nuevo número de teléfono para mantenerse en contacto, a lo que ella responde con entusiasmo y un tono contagioso, proporcionándoselo y asegurándole que estará atenta a sus llamadas. Durante la conversación, comparte sus horarios de trabajo y le aconseja tener en cuenta la diferencia horaria entre Londres y Miami.

En la cama, dejo doblada una sudadera de chándal y una de las camisetas anchas que suelo usar para dormir, pensando que él podría ponérselas. Salgo de la habitación y, al descender por las escaleras, me encuentro con Annabelle dando vueltas como un depredador enjaulado en la sala de estar. A su lado, hay una desconocida que observa por la ventana.

—Annabelle —la llamo.

Su mirada se desliza sobre mí, y noto la pequeña chispa de alivio en sus ojos. —¿Está bien? —pregunta, acercándose a mí.

Le sonrío con suavidad. —Desacelera un poco, querida —le pido, notando una intensidad que no había visto en ella antes. Sus ojos lucen salvajes, enojados y, al mismo tiempo, paralizados por el miedo —. Matthew está bien. ¿Me escuchas? —afirmo, logrando que suelte un suspiro de satisfacción.

Aunque Matthew muestra signos de cansancio y abatimiento, Annabelle es la personificación misma de la aflicción. Con una fatiga casi dolorosa, parece a punto de desplomarse frente a mí. La desconocida parece leer mi mente, ya que instantáneamente está a su lado, poniéndole una mano en el hombro de manera afectuosa e íntima. —Temí lo peor. No suele salir solo y no respondía el teléfono. Creí que estaba en su cuarto y, cuando no lo encontré, me llené de pánico —explica—. Gracias por enviarme ese mensaje; Grumpy estaba a punto de contactar a uno de sus amigos policías para que barran las calles en su búsqueda.

Arqueo la ceja, un tanto descolocada por sus palabras. —¿Grumpy?

La mujer a su lado suelta una risa despreocupada, a lo que Annabelle cae en la cuenta de lo que acaba de decir. —Lo lamento, estaba tan preocupada que me presenté en tu casa como una maniaca exigiendo respuestas y olvidé por completo mis modales —suspira, apartándose para darme una visión más amplia de la mujer a su lado—. Ella es Alana. Alana, te presento a Dianna Hart, la madre de Demetria.

Me veo obligada a alzar la mirada para encontrarme con sus ojos, de un verde profundo y enigmático, tan similares y al mismo tiempo distintos a los de Annabelle. —Alana Strafford, a sus órdenes, ma'am —se presenta, con un acento delicioso en su pronunciación.

—No tienes que ser tan formal, Grumpy.

—Educada —corrige con un tono severo.

—Puedes llamarme Dianna —le sugiero, provocando una sonrisa ladina que genera un nudo en mi garganta—. No debes ser mucho mayor que mi hija.

—Tenemos la misma edad —confiesa Annabelle.

—Nunca la habías mencionado.

—Alana es militar; su trabajo la mantiene fuera por largos periodos, así que no había tenido la oportunidad de presentártela en el último año.

—Esa definitivamente no es una respuesta —se queja la mujer, dándole una mirada arrogante.

—¿Militar? ¿A qué grupo perteneces? —inquiero, dirigiéndome a ella.

—Soy parte de los Navy SEAL's, ma'am —al notar mi incomodidad, ella suspira—. Dianna —se corrige, lo cual provoca una sonrisa en mi rostro.

Ahora comprendo la fuente de esa postura erguida tan precisa, así como la precisión en su lenguaje corporal y la impecabilidad de su vestimenta. Su presencia emana elegancia y cautivación. No solo es la dueña de una belleza que rivaliza con la de Annabelle, sino que la despliega de manera sutil pero impactante. Tanto Annabelle como Alana se asemejan notablemente, como dos gotas de agua físicamente, aunque de una manera sorprendentemente única. Su piel, de una palidez notable, contrasta con el tono azabache de su cabello, elegantemente recogido en un peinado delicado que enmarca un rostro con pómulos suavemente contorneados y una mandíbula finamente esculpida.

Al notar que la he estado observando más de lo debido, me aclaro la garganta para retomar la conversación. —Reanudando el tema, debo decir que Matthew se encuentra en perfecto estado. Aunque su estado de ánimo por otra parte...

—Es por ella, ¿verdad? —me cuestiona.

—Es comprensible que busque respuestas, Annabelle.

Ella se pone rígida, enfocándose en mí sin vacilar en lo más mínimo. —Nadie lo sabe mejor que yo. A pesar de eso, podría haber salido lastimado.

Bashful —murmura Alana, provocando que ambas volvamos la cabeza hacia ella para luego dirigir nuestra mirada al chico que se encuentra en el umbral de la sala de estar.

Annabelle se vuelve hacia él con una mirada intensa mientras se acerca con determinación en un par de zancadas. La expresión de temor en el rostro de Matthew es evidente, pero mi respiración queda atrapada en mi garganta al presenciar cómo Annabelle lo rodea con los brazos, expresando un amor tan profundo que me conmueve de ternura.

—Nunca más vuelvas a hacer algo así —le ruega, con la voz ronca.

Los ojos de Matthew se abren sorprendidos, atrapados entre la vergüenza y el temor. —¿No... No estás enfadada? —le escucho preguntar.

Annabelle se aparta ligeramente para acariciar suavemente su cabello, que está más largo y ondulado desde la última vez que lo vi, asegurándose de transmitirle todo el cariño que siente por él. —Estoy furiosa —confiesa—. Pero lo estoy porque no creíste que podías acudir a mí para contarme cómo te sentías y tuviste que atravesar la ciudad en busca de respuestas.

—Lo siento, Ann. Quería hablar con mamá y no lastimarte más en el proceso —se explica, sorprendiéndonos a ambas.

—¿Por qué me lastimarías por eso? —pregunta, con un gesto que roza el pánico.

—Sabes por qué.

—Matthew, ¿qué sucede? —y por primera vez, escucho algo además de angustia en su voz. ¿Qué es? ¿Miedo?

Trago, intentando resolver si debo intervenir o no. —No es nada —resuelve, sin siquiera mirarla.

—¿No confías en mí? —susurra ella.

—¿Qué? —contesta, sus ojos ampliándose en alarma —. ¿Cómo puedes creer que eso sea posible?

—Eh, déjame ver —reacciona ella, frunciendo el ceño —. Escapaste de casa. Preferiste venir hasta aquí en medio de una tarde lluviosa en lugar de preguntarme si podía ayudarte a contactarla como te sugerí.

—Ni siquiera puedes decir su nombre, Annabelle —le reprocha.

Arqueo las cejas, empezando a descifrar la situación. Esta percepción se acentúa con las respuestas que proporcionó a Demetria durante la llamada telefónica. La decisión de Matthew de venir hasta aquí para evitar herir a su hermana añade otro matiz. Sus ojos se desvían hacia mí por un breve instante, y es evidente, tan claro como el agua, que él está al tanto de la verdad.

—Suficiente —interviene Alana, acercándose a Annabelle para mantenerla estable. Al asegurarse de que está bien, fija su vista en Matthew y veo cómo tensa la mandíbula con fuerza —. Sin importar cuáles fueron tus razones para presentarte aquí, actuaste de manera impulsiva e irresponsable. La casa está asediada por periodistas y alguien pudo aprovechar tu pequeño escape para poner en tela de juicio el cuidado que te brinda tu hermana. Pudiste salir lastimado, sin mencionar que tu hermana estuvo trepando las paredes durante horas de preocupación. ¿Comprendes bien? —dice, utilizando un tono autoritario pero calmado para dirigirse a él.

El chico la observa anonadado. —Lo siento, no quise... No pensé.

—Exacto, no pensaste —recalca la soldado, observándolo con frialdad —. Entiendo lo que se siente cuando tu familia parece estar cayéndose a pedazos, sin embargo, eso no te excusa de comportarte de esta manera. ¿Estás molesto? Háblalo. ¿Necesitas ayuda? Háblalo. Pero no te atrevas a pensar ni por un segundo que tu hermana no cruzaría cualquier límite para cuidar de ti, como lo ha hecho siempre. Ella no es el enemigo aquí.

Annabelle permanece imperturbable a su lado, como si estuviera acostumbrada a escuchar la firmeza en su voz. La mujer emana una presencia fuerte y sólida, aunque no inspira temor, sino un profundo respeto. El chico, más que molesto, parece impresionado.

—Admito que tienes razón, estuvo mal.

Alana se inclina hacia adelante para sostener su mirada; incluso con la imponente estatura que ahora tiene Matthew, ella lo supera con una facilidad asombrosa.

—Es honorable que reconozcas tus errores, buachaill —asegura marcando su acento, sonriendo con cariño —. Ahora dame cincuenta y agradece que tu hermana no me permita torturar niños malcriados.

Aquellas palabras provocan una suave risa en Annabelle, a lo que Alana responde con una sonrisa orgullosa. —Sa saol seo, stóirín —pronuncia en voz alta, en un idioma que desconozco.

Annabelle se acerca para unir su frente con la de Alana. —Agus sa saol eile, álainn.

Creo que es la primera vez que veo a Annabelle tan cómoda con alguien que no sea mi hija o un miembro de su familia. —Ellas son así todo el tiempo —comenta Matthew, observándolas divertido —. Nunca entiendo lo que están diciendo.

—¿Qué idioma es ese? —pregunto, curiosa.

—Irlandés. Alana se crió en Dublín.

Como si hubiese sido invocada, Alana se vuelve hacia Matthew con una expresión severa. —No estaba bromeando hace un momento. Dame cincuenta o seré más rigurosa la próxima vez.

Matthew, en un intento de buscar ayuda, dirige la mirada hacia su hermana, pero esta simplemente encoge los hombros como diciendo: "Es tu problema ahora".

—Si quieres, puedes hacerlo en el patio, querido —comento.

—¡Abuela! —me reprocha, cruzándose de brazos.

Alana me dedica una mirada apreciativa que hace que me estremezca. —Te lo agradezco, Dianna —su acento es tan pronunciado que la hace sonar autoritaria y dulce a la vez—. Ya la escuchaste.

Esto va a ser interesante, pienso mientras los acompaño al patio trasero y observo cómo Alana le explica a Matthew cómo hacer burpees.

Aunque el entorno sugiere calma y Matthew se divierte mientras Alana cuenta cada repetición con precisión militar, noto el rostro lívido de Annabelle. Su expresión ausente y el abrazo a sí misma revelan un estado de ánimo preocupante. —¿Annabelle?

Ella gira hacia mí su rostro y puedo percibir el miedo reflejado en su mirada. —Dime que no es lo que creo que es —suplica, al borde de la desesperación.

—Puedo mentirte si así lo prefieres.

Suelta un jadeo, deslizando su mano por su cabello. —¿Cómo?

—Puedes preguntárselo, Annabelle.

—Fuimos muy cuidadosas —me asegura —. Siempre estuve atenta y...

—Son tu familia, te conocen mejor que nadie.

—¡No! —sus hombros tiemblan, evidenciando el peso de la angustia, y puedo ver las lágrimas brotar al instante. Su semblante refleja el tormento que la embarga, el temor a la percepción que Matthew pueda tener de ella—. Aunque Nina podría haberlo aceptado, temo que él me odiará en cuanto comprenda que fui yo quien desgarró su familia perfecta. Va a entender que fue por mi culpa que tuvo que separarse de su madre.

—Te estás dejando llevar por el pánico, querida —le advierto, acercándome y abrazándola con delicadeza —. Matthew no te culpa por nada y es tiempo de que también dejes de culparte por las decisiones de otros.

—¡Tú puedes! —escucho la voz autoritaria de Alana y alzo la mirada para observar a Matthew esforzarse por lograrlo.

Desearía que mi hija estuviera aquí en este momento, para que presenciara el dolor que su decisión está causándole a esta pobre mujer. Annabelle no es una víctima ni mucho menos, pero tampoco la considero una perpetradora que merezca ser tratada como una enemiga. Demetria actuó impulsivamente y no le brindó la oportunidad de confesarse, de expresar la verdad.

Hay algo en mi intuición que sugiere que si se tomara el tiempo de escucharla, con el tiempo las cosas volverían a su estado natural y ambas recuperarían el equilibrio. Demetria puede engañarse tanto como quiera, pero estoy segura de que esta bruma de felicidad que experimentaba con la escritora no era más que una gran fachada para sepultar el dolor abismal que trataba de ocultar. Esa rendición, esa eterna devoción que transmitían sus ojos, no es algo que pudiera borrarse con facilidad.

¿Ella tiene conocimiento de lo negativa que Annabelle es respecto a sí misma? ¿Entiende todo lo que ha atravesado desde que se fue? Dudo que tenga una idea del espectro en el que se ha convertido la mujer a la que ama. Siguiendo su ejemplo, Annabelle se ha enmascarado para mostrarle a Demetria que es feliz, incluso en medio de su ausencia.

Son un par de necias, están sufriendo en silencio y su reunión está tomando más tiempo del necesario. Pensé que solo bastaría con un par de semanas para que mi hija pusiera en orden sus emociones y regresara para resolver las cosas con Annabelle. Sin embargo, no anticipé que Carla aparecería en Londres y la convencería de que estaba mejor dejando atrás todo lo que la atormentaba, o en mis términos, escapando de sí misma y de sus propias emociones.

Me alejo de Annabelle para secar sus lágrimas y le lanzo una mirada severa. —Tienes que ser honesta con él.

—No sé cómo explicarle lo que sucedió. Con Nina todo es más sencillo; ella prácticamente me leyó la mente y me arrancó las palabras.

—Hazlo de la misma manera en que lo hiciste conmigo. Solo dile tu verdad y deja que sea él quien decida cómo proceder.

—Me da miedo —confiesa.

—Al final, terminará siendo verdad lo que dijiste.

Ella levanta la mirada para observarme, arqueando la ceja con confusión. —¿A qué te refieres?

—A eso de que somos algo así como... amigas —digo, rodando los ojos, y finalmente la veo sonreír —. De una forma u otra, siempre acabamos consolándonos.

Annabelle suelta una carcajada que me tranquiliza. "Eso es, sigue sonriendo", pienso para mis adentros. —Me gusta.

—Eres tan empalagosa.

—¿Esa es tu forma de decir que también te gusta?

Vuelvo a rodar los ojos. —Te cortaré la lengua si se lo dices a alguien.

—Gracias, D.

—¿Quieres que esté a tu lado cuando lo confrontes?

—¿Harías eso por mí?

A estas alturas, resultaría un tanto absurdo negar lo evidente: le he tomado cariño a esta chica. Es tozuda y determinada, pero se ha convertido en una presencia reconfortante en mi vida. Independientemente de lo que sucedió entre ella y mi hija, continúa tratándome como si fuera parte de su familia, velando por mi bienestar y visitándome ocasionalmente con algún dulce para merendar o algún gesto amable. Además, ha sido una gran motivadora para que inicie mi nueva empresa, ofreciéndose incluso como mi primera socia mientras me establezco.

Entonces, cuando se para frente a mí y me pregunta si estaré allí para sostenerla mientras enfrenta uno de sus mayores miedos, lo único que puedo responderle es: —Por supuesto.

Aunque en realidad, lo que quise decir es: Incondicionalmente. Jamás te dejaría pasar por eso sola. Esto es lo que hubiera deseado que mis hijas me dijeran cuando su padre falleció, a pesar del resentimiento que sentían hacia mí. 

¡Feliz año nuevo, lectores!

Decidí adelantar la publicación de este capítulo, el cual se dividirá en varias partes, porque hoy es el cumpleaños de una de mis personas, de esas que me hacen sonreír cuando todo parece estar perdido. No es fácil encontrar personas que escuchen notas de voz de ocho minutos, por eso y mil cosas más... Este capítulo es para vos. Feliz cumpleaños, my dearest... Susie. 

¿Cómo les pareció el capítulo?

Este capítulo fue un poco más suave a lo que les tengo acostumbrados, pero quería que pudieran apreciar un poco más la dinámica familiar de Annabelle y conocer lo que ha estado viviendo en las últimas semanas sin Demetria. 

Hablemos de lo épico que fue ese momento en el que Matthew defendió a su mamá. 

Les confieso que es un poco extraño narrar esta faceta suya, porque Matthew para mí es un golden retriever, siempre con este estado de ánimo efervescente y contagioso que hace que todos a su alrededor sean felices. Como dicen mis chicas: Un rayo de sol. De todas maneras, no olviden que está en una fase preadolescente bastante compleja, ya que su padre está en rehabilitación y su madre se acaba de ir sin darle ninguna explicación. Así que a veces puede parecer contradictorio e incómodo. 

¿A ustedes qué les pareció? ¿Se lo esperaban?

Pasando a temas más alegres, ¿Qué les pareció el amor de mi vida, A.K.A Grumpy con un O Goshi perfecto? 

Les tengo que confesar que he estado esperando este momento por un largo tiempo. Alana es de mis personajes favoritos y contraria a Annabelle, tiene una personalidad más fuerte y reservada, sin ser hostil. Solo esperen a conocer su sentido del humor negro y su temperamento. Me encanta. Es como narrar a un gato negro y un golden retriever juntos.

Aquí les dejo para que contemplen a mi diosa. 

En este capítulo en particular se mencionan varios términos que quizá pueden llegar a confundirles, así que les daré una pequeña descripción aquí:

Tanto el O Goshi como el Sumi Gaeshi, son técnicas de judo y artes marciales. 

Bashful es tímido. 

Y Grumpy es gruñón o mal humorado. 

Petite en algunas ocasiones lo he mencionado, pero para quienes todavía no lo sepan es "Pequeña" en francés. 

Ma Chérie: Mi querida. 

Ma Coccinelle: Mi mariquita. 

Buachaill  que es como Alana llama a Matthew en irlandés, queriendo decir: chico.

ma'am que significa señora o señorita. 

Finalmente, está la frase que se dice Annabelle y Alana:

Sa saol seo, stóirín. (En esta vida, cariño). 

Agus sa saol eile, álainn. (Y en la siguiente, hermosa).

¿Les gustó conocer un poco más de la familia de Demetria? 

Carla estaba tan sorprendida que apenas podía creer que la abuela de Demetria no fuese algo así:

Sino algo más como: 

Además de que pudieron conocer un poco más de Carla, de Hope y pronto conocerán un poco más del pasado de Demetria. 

Pero no nos olvidemos del crush de Hope. La mujer que la tuvo babeando el suelo durante toda la cena. Si tan solo a Erin le gustasen menores, tendríamos una pareja de ensueño:

Ah y el "dios griego" de Brandon:

Y por último, pero no menos importante, esta ese momento entre Demetria y Matthew que me hace doler el corazón. Él la ama tanto que podría perdonarle lo que fuera:

Pese a que Demetria ha afirmado anteriormente que no quiere tener hijos, actúa como una madre comprensiva y amorosa con Matthew. Ella lo ama, lo quiere proteger y se ha dado cuenta de que fue egoísta con él al no despedirse como debía: 

No se olviden votar, comentar muchísimo (he leído todos sus increíbles comentarios y se los agradezco mucho, por la espera y por el apoyo). Seguirme en redes, en especial en twitter para chismear. 

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