Trust ©

De FlorenciaTom

867K 47.9K 9.6K

Alia Mcgregor fue expulsada de la escuela que está localizada en Oregon, Estados Unidos. ¿Motivos? Problemas... Mai multe

Prólogo.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Trust: Vídeo presentación.
Capítulo 3.
Trust: Vídeo presentación II
Capítulo 4.
Trust: Video presentacion III
Capítulo 5
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
PRÓXIMAMENTE: Distrust
Capítulo 10.
Capítulo 11 (Parte 1).
Capítulo 11 (Parte 2)
Capítulo 12.
Capítulo 14.
Capítulo 15(parte 1)
Capítulo 15 (Parte 2).
Capítulo 16.
Se viene...
Agradecimientos y Distrust.
Distrust.
PRÓLOGO DE DISTRUST
Trailer de la Saga Trust.
HISTORIA COMPLETA
A la mierda la gente
Trust NUEVA VERSION

Capítulo 13.

23.5K 1.6K 424
De FlorenciaTom


Megumi y yo llegamos a la residencia de los Bartons en un silencio compartido. La idea de entablar una conversación no me resultaba atractiva, y Megumi, por su parte, parecía estar sumida en sus propios pensamientos. El imponente portón blanco, con las iniciales doradas "FB" que proclamaban la pertenencia a la Familia Bartons, resaltaba de manera peculiar en la entrada.

Con naturalidad, Megumi pulsó un botón de tono amarillento y habló a través del pequeño micrófono para que las majestuosas puertas se abrieran, cediendo ante nosotras. Al hacerlo, se reveló un extenso jardín que se desplegaba ante nuestros ojos. Mi tía, notando mi asombro, colocó su dedo índice bajo mi mentón, instándome a cerrar la boca que se había abierto ante la magnificencia del parque. Árboles con hojas otoñales decoraban el paisaje, y la tentación de correr a casa en busca de mi vestido blanco se hizo presente.

El sol resplandecía, y los pájaros cantaban sin cesar, como si hubieran sido contratados para dar la bienvenida a los visitantes. Una brisa suave acariciaba mi piel, y un leve escalofrío recorrió mi ser. A lo lejos, se alzaba la imponente mansión de los Bartons, destacando con su color de mármol brillante. Ventanas, puertas y flores la rodeaban, creando la impresión de un lugar habitado con amor por los detalles. Desconocía cuántas personas residían en esa casa, pero estaba segura de que a los miembros de la familia les encantaban las decoraciones minuciosas.


Megumi caminaba a mi lado, sonriendo como si mi reacción le alegrara.

—Es bellísimo, ¿verdad? — preguntó ella al verme tan asombrada por el paisaje.

—Si así es el jardín, no quiero imaginarme lo que será dentro de la casa — murmuré con los labios deslizados a un costado.

Subimos las anchas escaleras de la entrada, y mi tía golpeó con delicadeza la puerta de cristal. A los pocos segundos, la puerta se abrió.

Una mujer vestida con un elegante vestido negro, de piernas largas y cabello castaño, nos recibió en la entrada. Sus labios vibraban con un intenso color rojo sangre, y sus ojos estaban cubiertos por unos anteojos negros de sol. Antes de que ingresáramos al inmenso vestíbulo, me echó un breve vistazo de arriba a abajo.

—Tú debes ser... — la señora masculló, haciendo memoria — ¡Ah, sí!, Alie.

—Alia — corregí, en seco.

—Oh, perdona mi torpeza. Un gusto, soy la señora Bartons — la mujer me tendió la mano, y esperó a que la estrechara. Vacilando un instante, le apretujé la mano con delicadeza. Vuelve la mirada hacia mi tia—. Megumi, necesito que limpies la habitación de Christian —le ordenó de manera inmediata, sin siquiera saludarla.

—Por supuesto, señora —Megumi hizo un gesto con la cabeza en dirección a su jefa, y la observé con rudeza.

¿Por qué se dejaba humillar de esa manera?

—¿Alia? —la voz de Christian invadió el vestíbulo, y las tres volteamos nuestras cabezas hacia las escaleras.

Christian descendía las escaleras con una postura firme, sus hombros rectos y una camisa a cuadros en blanco y negro que realzaba su figura. Los jeans azules, un tanto holgados, colgaban con desenfado, y su cabello despeinado le otorgaba un aire despreocupado. Desde la distancia, no podía evitar notar su atractivo natural.

La respiración se me entrecortó al contemplar su figura.

—Hola — dije con un murmullo apenas audible.

—Mamá, voy a ir a montar al establo, ¿has visto a papá? — preguntó él, acercándose a nosotras pero especificamente enfocando sus ojos en mí.

Su madre lo mira un momento y luego nota que él me está viendo

—Creo que está tomando una taza de café en el jardín — respondió ella con tono despectivo.

—Bien — asintió él con la cabeza— ¿Qué te trae por aquí, Alia?

Antes de que pudiera responder, su madre me interrumpió bruscamente.

—La niña y su tía vienen a limpiar — le explicó su madre con impaciencia y dirigió una mirada de reproche a Megumi.

—Alia si luego tienes tiempo podemos ir a cabalgar —me ofreció Christian, y me encogí de hombros como respuesta, totalmente avergonzada por su acercamiento.

El disgusto de su mamá me estaba irradiando en la cara. Carajo, esa señora empezaba a irritarme a mí también.

—Ven, Alia —me llamó Megumi tras agarrarme de la mano.

Por poco me sacaba a rastras de la casa.

Le sonreí a Christian como disculpa, y él me devolvió el gesto de manera compasiva.

Cada detalle del vestíbulo monumental pedía a gritos mi atención. Los sillones individuales de terciopelo blanco eran lo suficientemente tentadores como para sentarme en ellos. Las baldosas blancas brillaban tanto que podía ver mi tenue reflejo en ellas. El ambiente era tan espeluznante como elegante; no pasaría una noche aquí, incluso si me ofrecieran un millón de dólares. 

El jardin era hermoso y la casa tambien, pero el ambiente simplemente lo opacaba.


Megumi y yo ascendimos con rapidez por las escaleras de mangos dorados, cuyos peldaños resplandecían como si estuvieran bañados en luz líquida. La prisa se apoderaba de nosotras, pues era evidente que la señora Bartons no toleraba dilaciones en las tareas domésticas.

—No estés mucho tiempo con Christian —me advirtió Megumi con una nota de preocupación en su voz mientras alcanzábamos la cima.

—¿Por qué? —pregunté, alarmada por su tono cauteloso.

—Los chicos Bartons no son de confianza. Son pretensiosos. Sus padres los han educado con otros valores.

—¿Chicos? ¿Los Bartons tienen más hijos? —no pude evitar que mi voz aumentara una octava ante la sorpresa.

—Claro que sí. Son tres. Christian es el mayor, la del medio se llama Nora y el más pequeño se llama Scott — explicó Megumi con cierta determinación de admiración.

Procuré agendarme los nombres, archivándolos en algún rincón de mi memoria para futuras referencias.

Al llegar al final de las escaleras, nos encontramos con un extenso pasillo que se dividía en tres partes aún más largas. Optamos por el primer pasillo, y Megumi se detuvo frente a la primera puerta.

—Aquí están las cosas de limpieza, ayúdame a sacar las escobas —me ordenó con autoridad, y nos sumergimos en la tarea de preparar el arsenal de limpieza necesario para enfrentar la imponente mansión de los Bartons.

Megumi y yo reunimos las herramientas de limpieza necesarias: cubetas, escobas y diversos productos de higiene. Una vez equipadas, nos dirigimos hacia el final del primer pasillo, donde accedimos a la habitación que, por intuición, asociábamos con la pertenencia a Christian.

Megumi, con una destreza que indicaba su conocimiento del terreno, se encaminó hacia la ventana cubierta por elegantes cortinas y las deslizó hacia los costados. La habitación se inundó con la luz diurna, momentáneamente deslumbrándome. Cuando mis ojos se ajustaron a la claridad, pude apreciar con detalle el entorno.

La cama era enorme, despeinada y adornada con ropa usada de forma despreocupada, era el epicentro visual de la habitación. Estanterías exhibían trofeos de competiciones diversas, mientras cuadros de caballos conferían un aire ecuestre a las blancas paredes. Un escritorio, testigo de intensa actividad, sostenía pilas de hojas diseminadas, y un imponente mueble sugería la posibilidad de ocultar secretos al estilo de Narnia. Como toque final, varias raquetas de tenis, suspendidas por varillas en la pared, añadían un elemento deportivo a la ecléctica composición de la habitación de Christian.

—Vamos Alia, que no tenemos mucho tiempo — insistió mi tía, sacándome de mis pensamientos.

Mientras que yo me ocupaba de limpiar el escritorio, Megumi se encargaba de ordenar la ropa de la cama.

—¿Cómo son los hijos de los Bartons? —le pregunté, curiosa.

—El dinero mueve sus actitudes — musitó ella, con sequedad.

—¿Cómo es Nora? 

Habia algo en ese nombre no me agradaba y no sabia por qué razón. Ese nombre me resultaba familiar.

—Es una linda chica. Tiene el cabello largo y negro, es alta y muy bonita. Tiene tu misma edad si no me equivoco. Pero lo que no me gusta de ella es que es muy...competitiva.

—¿Competitiva?

¡Amaba las competencias! Y mucho más si consistía en competir con chicas pesadas. Si fuera por mí, las ahorcaría una por una hasta cortar sus hermosas cabezas y terminar colgándolas en las paredes del ático.

—Cuando quiere algo lo consigue. No importa los obstáculos...simplemente con un chasquido de dedos y ya —contestó.

Sus simples palabras encendieron el foco de las ideas de mi cabeza.

—Megumi, hazte a un lado — la obligué, y ella me miró sin comprenderme.

Con lo que estaba a punto de hacer, cambiaría la habitación de sucia a reluciente.

—¡Vamos, Megumi! ¡Apártate! — insistí, exasperante.

— Alia... dime que no es lo que estoy pensando — sus ojos se abrieron de manera de reproche y yo sonreí, traviesa.

— Bueno, si prefieres quedarte allí parada, es tu decisión — dije encogiéndome de hombros.

Elevé mis manos y cerré mis ojos, imaginándome cómo sería si la ropa estuviera doblada y guardada en el ropero.

— Oh no, por favor, Alia. Alguien podría entrar y verte — dijo Megumi temerosa y por poco entraba en pánico.

Chasqueé los dedos con rapidez y al instante el cerrojo se insertó en la puerta. Abrí los ojos lentamente y la ropa estaba flotando en el aire, con fluidez. Megumi observaba hipnotizada las prendas que volaban en la mismísima nada. Para alargar un poco más el espectáculo que ella estaba mirando complacida, comencé hacer girar la ropa, transformándola en un torbellino de remeras, bóxers y pantalones de diversos colores. Con un simple movimiento de mis muñecas, la ropa comenzó a volar en dirección al placard de manera ordenada y prolija. Cuando estas se encontraban ya dentro del ropero, junté mis manos para crear un aplauso seco, y las puertas del ropero se cerraron. Volví la vista hacia Megumi y ella se encontraba plasmada y asombrada.

La melancolia me invadió una vez más. Megumi miraba maravillada lo que estaba haciendo, disfrutando del espectaculo que le estaba brindando.

Si mi madre tan sólo se hubiera tomado la molestia de mirarme con aquellos ojos...

—Las cosas son más fáciles así ¿no tia?

—¿Quieres venir más seguido aquí para limpiar? —bromeó ella.


Tras concluir la limpieza meticulosa del pasillo y de varias habitaciones, Megumi y yo decidimos bajar hacia el vestíbulo. El ambiente parecía más ligero, impregnado con el aroma de la pulcritud que dejábamos tras de nosotros. Al llegar a la mitad de la escalera, nos encontramos con una joven de cabello negro azabache que se interpuso en nuestro camino con una sonrisa cálida y acogedora.

Me detuve por un momento, inspeccionando su aspecto con detenimiento. Su pelo largo enmarcaba delicadamente su rostro, y llevaba un vestido floreado que desprendía una sensación de frescura y vitalidad. Sus zapatos blancos de tacón le conferían una elegancia natural, y un flequillo recto ocultaba ligeramente sus cejas, añadiendo un toque de misterio a su apariencia. Sin embargo, lo que realmente resaltaba eran sus preciosos ojos azules, que brillaban con una chispa de curiosidad y amabilidad.

Esa mirada fue dirigida hacia mi tía, porque en cuanto me vio a mí, sus ojos se ensombrecieron.

—Buenas tardes, señora Collins —dijo la "deslumbrante" joven con amabilidad.

Habia algo en ella...

—¿Cómo estás, Nora? —preguntó Megumi algo inquieta por su presencia.

Algo que me generaba mala espina. Algo que me decia que la empuje y que caiga rodando por las escaleras...

—Muy bien, hoy iré a pasear con un chico que me ha estado volviendo loca desde ya hace tiempo —gimió de alegría y luego se volvió hacia mí, recorriendo lentamente mi cuerpo con la mirada.

Lo hizo de forma despectiva, aunque supo disimularlo luego con una sonrisa. Con que a estos valores se referia Megumi. 

La miré sin expresión en mi rostro; las típicas niñatas como ella no merecían ni siquiera un gesto amable. Tampoco me ahorré la molestia de sonreírle.

No me habia hecho nada pero honestamente tenia la necesidad de empujarla. Me picaba las manos.

—¿Quién es el afortunado? —mi tía agregó para romper la tensión que había entre Nora y yo.

—Su nombre es Thomas Meflix —respondió ella, clavando sus ojos en mí.


Sentí una oleada de calor y furia cuando sus enormes labios lo nombraron. No es posible que esté hablando de mi Thomas...

Tengo la mala costumbre de que los impulsos me dominen. Creo que está relacionado con que nunca pude enfrentarme a mi madre del todo, y ahora ando por el mundo desquitándome con aquello que pretende joderme la vida.

Y la que me estaba jodiendo la vida ahora era Nora Bartons.

—No sabía que mi novio estaba repartiendo invitaciones para una cita con él —me oí decir, y el rostro de la chica se volvió como el de un papel.

Pestañeó un par de veces, procesando lo que acababa de decirle.

—¿Eres su novia? —preguntó sin ocultar su espanto.

—Sí —mentí.

La joven, sin decir más nada, corrió rápidamente hacia el piso de arriba, empujándome con el hombro. Yo no sabía si reír o llorar. O simplemente... la segunda opción.

— ¿Por qué hiciste eso? —preguntó Megumi agarrándome del brazo con fuerza.

—Porque Thomas ahora es mio—mascullé con rabia, y ya me sentía decepcionada de él.

Estaba tan jodidamente obsesionada con él que mi intención de marcar territorio era palpable. La furia, la posesión y el miedo se mezclaban en un cóctel explosivo dentro de mí.

¿De dónde la conocía? ¿Él la había invitado a salir? Santo Dios, quería vomitar y los mareos aumentaban cada vez más.

Mientras Nora Bartons corría escaleras arriba, dejándonos atónitas en el vestíbulo, me aferré al pasamanos de la escalera, sintiendo cómo la realidad giraba a mi alrededor. La traición se instalaba como un nudo en mi garganta, y la pregunta martilleaba mi mente: ¿Thomas estaba jugando conmigo?

La mirada desconcertada de Megumi me recordó que no estaba sola en este caos. Su agarre firme en mi brazo transmitía tanto consuelo como preocupación.

—Nadie es de nadie, Alia, ya te he dicho que no te quiero ver con chicos mayores que tú —murmuró Megumi entre dientes.

—Esto es más fuerte que yo. Thomas y yo tenemos algo. —liberé mi brazo de su agarre y la fulminé con la mirada.

Ella ni nadie podían impedirme ver a Thomas. Nos sostuvimos la mirada unos instantes, y la señora Bartons apareció en la escena con una sonrisa falsa. Su presencia añadía más presión al ya tenso ambiente. No queria ver a nadie. Era insoportable incluso su presencia.

Queria largarme de esta casa.

—¿Hay algún problema, chicas? —preguntó la señora Bartons con una expresión de superioridad.

—No, señora Bartons, solo una pequeña confusión que estamos resolviendo con mi sobrina—intervino Megumi con una deferencia forzada.

—Me alegra escuchar eso. No queremos problemas en nuestra casa, ¿verdad? —dijo la señora Bartons con un tono que insinuaba más de lo que decía.

Asentimos en silencio, aunque la tensión persistía en el aire. Megumi me lanzó una mirada de advertencia, pero mi determinación no flaqueó.

—Bien, sigan con lo suyo. Tenemos invitados y no quiero que mi hijo mayor se preocupe por asuntos triviales —ordenó la señora Bartons antes de alejarse con elegancia.

Me quedé parada en el vestíbulo, sintiendo el peso de las expectativas y las restricciones que se imponían sobre mí. La atmósfera de la mansión Barton parecía cerrarse en torno a cada movimiento, como si las paredes mismas contuvieran las reglas no escritas que debía seguir.

Nos ocupamos de limpiar la sala, y claramente, no pude utilizar mis habilidades para terminar todo en cuestión de minutos. La señora Bartons merodeaba cada tanto, observando lo que hacíamos e incluso, tenía la impresión de que examinaba los objetos de valor con más detalle, como si temiera que pudiéramos llevarnos algo.

Megumi y yo trabajamos en silencio, sintiendo la tensión que pesaba sobre nosotros. La señora Bartons no se despegaba, y cada rincón que limpiábamos parecía ser inspeccionado por sus ojos escrutadores. La mansión, que antes me parecía elegante y acogedora, ahora se presentaba como un laberinto de reglas no dichas y expectativas sofocantes.

A medida que avanzábamos en nuestra tarea, me di cuenta de que esta visita iba a ser más complicada de lo que imaginaba. La señora Bartons no solo esperaba que limpiáramos, sino que lo hiciéramos bajo su escrutinio constante. Era como si estuviera evaluando cada movimiento, cada gesto, como si buscará alguna razón para desconfiar de nosotras.

La sensación de ser observada constantemente comenzaba a minar mi paciencia, pero me obligué a mantener la calma. 

De Christian no supe más nada. Supuse que la invitación a cabalgar había sido por compromiso o para decir algo. Tampoco pensé demasiado en él porque mi cabeza estaba centrada en saber cómo mierda se conocían Nora y Thomas.

—Voy al baño —le aviso a Megumi— ¿Dónde está?

—Mi baño está en la segunda planta —me responde mientras pasa el plumero por los muebles.

Me resultó extraño no ver ningún cuadro familiar.

—¿El baño de empleados está en la segunda planta?

—Trabajo aquí hace años, Alia. Creo que me he ganado tener un baño en la segunda planta.

—Lo que deberían hacer es subirte el sueldo, no premiarte con un baño. —comenté con sarcasmo mientras me dirigía a las escaleras.

Subí con rapidez, evitando encontrarme con la señora Bartons u otros miembros de la familia. No quería más observaciones ni preguntas incómodas.

Al llegar a la segunda planta, busqué el baño de Megumi. Las habitaciones eran impecables, pero algo me llamó la atención: no vi ningún cuadro familiar. Era como si la vida de los Bartons estuviera cuidadosamente oculta tras las puertas cerradas.

Encontré el baño, y al cerrar la puerta detrás de mí, suspiré con alivio. Mi mente estaba llena de preguntas sobre Thomas y Nora, y necesitaba un momento para procesar todo. El silencio del baño me envolvió, permitiéndome concentrarme en mis pensamientos mientras el agua corría en el lavabo.

No quería pensar que él estaba jugueteando a dos puntas, pero no me dejaba opción que hacerlo. Me topé con el reflejo en el espejo y me observé. Mis ojos claros se veían cristalinos, tristes. No, triste no era la palabra. Lo que me pasaba era que estaba desilusionada.

Nunca se me cruzó por la cabeza que Thomas era esa clase de chicos que solo se divertían un momento contigo y luego te corrían la cara. La imagen de Nora, hablando emocionada sobre su "cita" con Thomas, se repetía una y otra vez en mi mente, como un eco constante de traición.

El agua corría en el lavabo, y mientras me enjuagaba la cara, intentaba lavar también la amargura que se acumulaba en mi interior. Había creído en algo más, en la posibilidad de algo genuino y especial con Thomas. Ahora, me enfrentaba a la cruda realidad de que podía haber sido solo una distracción para él.

Tomé una profunda bocanada de aire y decidí que no permitiría que esta situación definiera mi estancia en la mansión de los Bartons. Salí del baño con determinación, dispuesta a enfrentar lo que fuera necesario y a no dejarme afectar más por las apariencias engañosas. 

Pero esa intención de mantenerme fuerte se vio hecha añicos cuando vi a Nora detrás de la puerta, apoyada en la pared del pasillo. Estaba cruzada de brazos, observándome fijamente con esos faroles que tenía de ojos, como si intentara verme el alma. Tenía un cigarrillo consumiéndose en sus dedos. Le dio una calada, frunciendo sus labios carnosos, y expulsó el humo en mi dirección, aunque no me llegó al rostro de casualidad.

Su presencia era como una sombra amenazante, y su sonrisa burlona confirmaba que sabía que me había descubierto en un momento de vulnerabilidad. Mis pensamientos se agolparon, y sentí que la confianza que intentaba reconstruir se desvanecía rápidamente.

—¿Qué pasa, Alia? ¿Problemas con tu galán Thomas? —preguntó Nora.

No respondí. En lugar de eso, mantuve la mirada fija en ella, intentando proyectar una indiferencia que no sentía en absoluto.

—Oh, vamos, no te hagas la superada, que esto nos ha jodido el día a las dos. Todos sabemos cómo funcionan las cosas aquí —continuó Nora, dando otra calada al cigarrillo—. Pareces ser una buena chica que se gana la vida trabajando y...

—Lo único que estás buscando es que te parta la cara de un puñetazo, amiga —me eché a reír tras menear la cabeza—. ¿Quieres retroceder mil siglos y pelearnos por un chico? O tienes la opción fácil de largarte por donde viniste.

Nora dio un paso hacia mí tras volver a fumar de su cigarrillo una vez más.

—Recuerda que la que tiene los tenis embarrados en mi casa que cuesta más que tu vida eres tú —escrutó—. Así que ubícate antes de que te saque a ti y a tu tía a patadas. Que ya bastante puta fue refregandole el culo a mi padre en cuanto mamá se iba.

Listo. Esta tipa me ha buscado y me ha encontrado.

Me abalanzo sobre ella y la tomo del cuello, estampandola contra la pared. Mis manos apretaban el cuello de Nora mientras sus ojos intentaban enviar una mezcla de sorpresa y miedo. El humo del cigarrillo que sostenía se dispersó en el aire, creando una especie de halo irreal alrededor de nosotros. Nora forcejeaba intentando liberarse, pero mi agarre era firme. La pared fría estaba a solo centímetros de su espalda, y no parecía tan segura y altiva como antes.

—Nora Bartons —digo su nombre con un rencor que me ciega. Le arrebato el cigarrillo de los dedos y, a pesar de que ha dejado marcado su labial rosado en él, decido de todas maneras darle una calada—. Fumas mentolado —saboreo—. ¿No tenías algo más fuerte, cariño? —aprieto aún más su cuello; su rostro empieza a tornarse de otro color mientras intenta arañarme para que la suelte—. Antes de que se te vuelva a pasar por la cabeza dirigirme la palabra, piensa en la facilidad que tengo de asesinarte, enterrarte y que la histérica de tu madre te llore. Y si quieres retroceder mil siglos y pelearte por un chico, está bien, lo haremos, te lo acepto. Aquí están mis condiciones —acerco mis labios a su oreja—. Si te veo merodeando cerca de Thomas, te mato.

Aún sujetándola del cuello, la lanzo al suelo causando un sonido en seco y le tiro el cigarrillo que pega contra su frente. Está agitada, mirándome como si fuera un monstruo. Sus ojos sobresaltados, sus labios entreabiertos y su palidez, mientras intenta recobrar el aliento y tose como una condenada, me recuerda a la imbécil de Blis. Lo que me enerva aún más.

Mientras tanto, mi pulso seguía acelerado, una sinfonía de adrenalina que resonaba en mis oídos. El humo del cigarrillo que yacía en el suelo se mezclaba con el tenso silencio, creando una atmósfera enrarecida.

—Ahora las cosas funcionan de otra forma, no te olvides de eso—le enseño el dedo del medio y me largo a la planta baja.



*** 


—Tu jefa es insoportable—Acoté mientras nos ibamos con Megumi a su casa.

—Alia de esa señora comemos. 

—Que coma esta.

—¡Alia!—me da un golpecito en la coronilla de la cabeza mientras me rio.

Estábamos a mitad del jardín cuando los árboles empezaron a zarandearse con una fuerza desconcertante. El cielo, que antes era un azul sereno, se transformó en un negro tenebroso, y las hojas otoñales danzaban en el aire impulsadas por un viento furioso. De repente, un frío penetrante me envolvió, y mi cuerpo se debilitó rápidamente. Una sensación de entumecimiento se apoderó de mí, como si mis extremidades se volvieran de plomo.

— ¿Alia?

La voz de Megumi sonó lejana, como si el viento se la llevara consigo.

Mis piernas cedieron, incapaces de sostenerme, y caí de rodillas sobre el camino de piedras blancas. Apoyé una mano temblorosa en una de las piedras para evitar que mi cuerpo se desplomara por completo. La debilidad que experimentaba me resultaba extrañamente familiar, como si un recuerdo antiguo se agitara en las profundidades de mi mente. Ya había vivido esto antes.

Megumi intentó levantarme, pero sus manos no tenían la fuerza suficiente.

— ¡Alia! ¿Qué te pasa? — exclamó, colocándose a mi lado y levantando mi mentón para examinar mi rostro.

Yo permanecía en un estado de shock. Mi respiración se volvía cada vez más dolorosa, y sentía un ardor punzante en todo el cuerpo.

Esto... la debilidad... Christian. Recordé cuando él me encontró en la choza, y caí de rodillas como si fuera magia...

— ¡Christian! — grité sin aliento, y la falta de aire secaba mi garganta.

Las lágrimas brotaron de la desesperación. Mis piernas parecían acalambradas, y mi cuerpo estaba ardiendo. La cabeza me dolía tanto que...

— ¡Ayuda! — gritó Megumi, pero su voz se perdía en el silbido del viento.

De repente, unos pasos rápidos se acercaron, y supuse que alguien venía en mi auxilio.

— ¡Mierda! — exclamó Christian, y unas manos me levantaron del suelo.

Mis piernas dejaron de sentirse acalambradas, y el dolor de cabeza desapareció cuando mi cuerpo entró en contacto con su pecho.

— ¡Bájame! — grité con voz ronca y endemoniada.

Nuestros ojos se encontraron, y pude ver la sorpresa en su expresión.

— Megumi, ve a casa — le ordené, sin apartar la mirada de Christian.

— Alia...

— ¡Vete a casa! — le ordené, elevando la voz, y se fue sin insistir.

Ella, más que nadie, sabía que si me sucedía algo, me defendería sola y sin ayuda.

Cuando Megumi estuvo a una distancia en la que no podía escucharnos, Christian me bajó, y yo lo fulminé con la mirada.

— ¿Fuiste tú? — Más que una pregunta, era una acusación.

— ¿Qué? — Preguntó incrédulo.

— Primero fue en la choza, cuando mágicamente caí de rodillas frente a tus pies, y ahora, de nuevo aquí, en tu casa — Parecía una locura acusarlo de algo que quizá no era cierto, pero los síntomas eran idénticos cuando estaba en la choza.

Christian parecía confundido, y con frustración comenzó a pasarse las manos por el cabello, irritado. Paró sus manos de inmediato, como si hubiera recordado algo, y miró hacia atrás en dirección a su casa.

—Nora —entonces dijo.

¿Qué tenía que ver ella con todo esto?

—Lo siento, tengo que irme —soltó, indeciso y se echó a correr hacia la mansión. 



Eran las ocho de la noche, y me encontraba encerrada en el ático para poder ordenar mis ideas de una vez por todas.

Thomas y Nora tenían algo, por más que intentara negármelo a mí misma. ¿Acaso él estuvo saliendo a mis espaldas con ella? Esa idea me aterraba. No era posible que después de tantas cosas que habíamos pasado, me hubiera fallado de esa manera absurda. Esa presumida tendría que pagar tarde o temprano por su intento de acercamiento hacia mi héroe, o quizás... Thomas era el que se aproximaba a ella. Me abrí de brazos y me dejé caer boca arriba sobre la cama, contemplando el cielo nublado que amenazaba con una tormenta y grandes granizos. Por primera vez, sentía celos de alguien, y podía palpar el odio creciendo hacia Nora. Ella era la chica más bonita que había visto, y no me sorprendería que Thomas se hubiera fijado en ella. Los dos hacían una magnífica pareja... ¿qué demonios estaba pensando?

Cerré los ojos un momento, quedandome dormida.

Me encontraba en un bosque primaveral con un hermoso vestido rojo largo y brillante. 

El cielo estaba gris, pero no prometía una lluvia torrencial. 

Mi cabello caía sobre mis pechos como una cascada, y mis hombros no se encontraban tensos. 

Las flores le daban vida al bosque con sus colores diversos; los picaflores volaban alrededor de ellas, y yo contemplaba el paisaje hipnotizada. Caminaba por el camino de flores azules, amarillas y rosas blancas. Con mucho cuidado de no pincharme con una de sus espinas, tomé una rosa y miré su delicado color. El nombre de Thomas apareció en mi mente al instante. Deslicé uno de mis dedos hacia una de las afiladas espinas y pinché mi piel con ella. No sentí dolor, sino deseo de que mi sangre comenzara a fluir. Cuando me percaté de que la sangre salió, comencé a pintar la rosa con el dedo. Lo blanco iba desapareciendo, y el rojo fuego se apoderaba de ella.

— Las rosas tienen que ser rojas... — murmuré bajito.

Rápidamente me desperté sobresaltada en las penumbras de la oscuridad del ático. 

Mi teléfono no paraba de sonar con el ringtone del grupo Linkin Park, y sin tener otra alternativa para que este aguardara silencio, me levanté arrastrando mis pies hacia el escritorio. 

La pantalla marcaba un número desconocido. Intenté verificar en mi memoria si ese número me resultaba algo familiar, pero no tenía ningún contacto que terminara en seis dos seis. Deslicé la llave del táctil y atendí.

— Y después de tanto tiempo, pude conseguir tu número — Una voz masculina se escuchó al otro lado del teléfono, y el bello de mi nuca se erizó al oírlo.

— ¿Quién eres? — Balbuceé envuelta en una marea de confusiones.

— Antes de decirte quién soy, prefiero que escuches lo que te voy a decir. Eres lo más precioso que había visto en mi vida; tus ojos me han cautivado, y no dejo de soñar con tu cabello rojizo. 

— ¡¿Quién eres?!

— Vamos, nena, no te preocupes, no te haré daño. Simplemente quería escuchar tu voz otra vez —ronroneó él, y yo me quedé helada con el teléfono pegado a mi oreja con el miedo que transmitía esa voz.

No era Thomas ni tampoco Christian... sino...

—¿Jack?









Continuă lectura

O să-ți placă și

30.3K 1.1K 32
Les vengo a informar que si demoró en publicar más capítulos es por falta de ideas o porque estoy ocupada y si no les gusta el ship por favor no haga...
16.4M 816K 54
Alice es una chica, ¿cómo decirlo? muy insegura. Es la típica chica buena, con un trabajo (casi mediocre), amigos y una vida sencilla. Todo iba bien...
5.7K 560 8
Una historiadora viaja a la Antigua Roma, víctima de los planes de una banshee, y es obligada a encontrar un bastón mágico si desea regresar. Kendra...
3.9K 188 23
Es una novela llena de desgracias para nuestro protagonista. Él en el principio, se enamora de una chica llamada Kisvet, pero después las cosas se co...