No acercarse a Darek

By MonstruaMayor01

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Meredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla... More

Personajes
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Adelanto
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Carta recibida por Darek
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Adelanto
Conociendo a Darek
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
¿Crees en los monstruos?
Adelanto
Capítulo 24
Capítulo 25
Adelanto
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Dae
Capítulo 30
La chica
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Piano, sangre y amor
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Adelanto
Capítulo 38
Un pasado marcado
Capítulo 39
Ese «te quiero»
Capítulo 40
Capítulo 42
NOTA
El cerezo
Capítulo 43
Capítulo 44
Ajedrecista
El villano
Capítulo 45
Antes de todo
Capítulo 46
Capítulo 47
Ella
Capítulo 48
Capítulo 49
Steiner

Capítulo 41

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By MonstruaMayor01

Una vez papá dijo que soy demasiado sensible, que cualquier cosa es capaz de meterse tan adentro de mí que me termina por desbaratar. Ese día no recibí un abrazo de él, aún y cuando hizo todo un monólogo de lo patética que soy por permitir que las emociones tomen el control de mi vida. Es por esto que no espero que Darek se conmueva al observar cómo las lágrimas caen y me empapan las mejillas.

Sí, papá tiene razón, soy tan sensible que estoy llorando solo por el hecho de mirar a los ojos a una persona que parece no querer merecer nada de este mundo más que sufrimiento, aunque para mí merece sanar y que esos ojos brillen de tanta felicidad.

El nudo que se aprieta en la garganta me impide hablar, así que lo único que me queda por hacer es sollozar. Estoy tan avergonzada de no poder reprimir lo que siento que agacho la cabeza. Es aquí que lo siento romper la distancia que nos separa y antes de poder levantar la vista, sus brazos me arropan, atrayéndome a su pecho. El bolso que me cuelga en la espalda no es un impedimento para que sus manos se escurran por mi cintura y terminen presionadas contra mi espalda baja.

—Llora, llora las veces que sean necesarias. Mi pecho va a estar aquí para consolarte las veces que lo necesites.

Sus palabras me transmiten una comprensión, que hasta ahora, no había tenido conmigo misma. Y es que no debería avergonzarme por lo que soy, por lo fuerte que puedo llegar a sentir. Nada en mí está mal y es entre los brazos del chico más frío que conozco qué logro entenderlo, porque con él no he tenido que fingir y no se ha ido, sigue aquí, sosteniéndome.

Las lágrimas se continúan deslizando, pero ya no son lágrimas con rastros de vergüenza, sino de aceptación. Hundo el rostro en el hueco de su pecho, dejando que la fragancia que emana su cuerpo se funda en mi olfato y sin verlo venir, cierro los ojos.

Los demás podrán decir lo que quieran, pero estoy segura de que Darek podría poner fin a las guerras más sangrientas de la historia. Le ha puesto fin a las que llevaba años librando en mi interior, con solo abrazarme ha juntado piezas de mi alma que ni siquiera sabía que estaban sueltas. Así que para mí no es alguien malo, para mí se ha convertido en el hogar que antes no había tenido.

El llanto va disminuyendo al igual que lo hacen los sollozos. Darek no me suelta, hasta que por fin, levanto la cara y lo miro a los ojos. Él ya me mira.

—Soy una llorona —digo en un puchero.

Una breve sonrisa crispa en sus labios y para ocultarla, los humedece con la lengua.

—Solo un poco.

Me vuelvo a recostar en su pecho y así me quedo por un buen rato.

Los minutos pasan y entiendo que es hora de poner en marcha la búsqueda que nos ha traído hasta el interior de la habitación de mamá. Por esta razón me limpio cualquier rastro de tristeza del rostro y con la barbilla en alto empiezo con la exploración en las cuatro paredes que nos acogen.

—¿Qué es lo que estamos buscando? —investiga Darek, parado al pie de la cama y barriendo el lugar con sus pupilas. —No tengo idea de qué hago aquí.

Me arrodillo al lado de la abertura de la cama para luego deslizar las manos debajo, palpando la textura polvorienta del suelo en busca de algo que se sienta fuera de lugar.

—Yo tampoco sé muy bien lo que buscamos —admito sacando la cabeza desde abajo de la cama y enderezando la postura. —Abajo de la cama no hay nada.

—Necesito que me digas algo.

—¿Sí?

—¿Lo que estamos buscando es importante?

«¿Lo es?», dudo.

Para mí es muy importante, pero ¿para mamá lo es?

—Sí —respondo al fin.

—Entonces no lo vas a encontrar debajo de la cama.

Me pongo de pie, y como es normal en mí, las piernas me vacilan un poco antes de recuperar sus fuerzas. Ya incorporada por completo camino al armario donde mamá suele guardar sus vestidos.

—Tampoco vas a encontrar nada ahí —asegura Darek, observando detenidamente el entorno que nos envuelve.

Volteo a verlo.

—¿Dónde busco entonces?

—En el escritorio no vas a conseguir nada. En la estantería tampoco. —Mientras habla va moviendo la mirada por cada lugar que nombra —. En los cajones de la mesa no hay nada. —Tras decir esto último, un destello de intuición se enciende en sus ojos. Se pone a caminar al baúl ubicado a un rincón del cuarto. —Esto esconde algo.

Arrugo la nariz.

—No creo que haya algo adentro.

—Adentro no, pero algo esconde. No es normal que un baúl esté tan apartado de la cama.

Él siempre parece ir un paso adelante, capaz de ver más allá de lo que tiene enfrente.

Personalmente, no le habría dado importancia al baúl, aunque ahora que él lo menciona sí se me ha hecho raro que mamá nunca haya movido esa caja. En varias oportunidades ha cambiado de lugar la cama, armario, estanterías, pero nunca ese baúl.

Con suma cautela, Darek rodea el baúl. Estoy tan atrapada por la atmósfera misteriosa que de pronto nos abarca que mis piernas tienen vida propia al conducirme a su cercanía.

—Quizás hay que revisarlo —propongo.

Niega.

—Adentro no hay nada. —Se queda en silencio por unos segundos que para mí se sienten como pesadas horas, entonces, entorna los ojos hacia los míos y agrega: —Estoy seguro de que detrás de este baúl hay algo.

La forma en la que me mira es una clara advertencia de que si movemos el baúl no va a haber vuelta atrás. Mi cuerpo entero se hace presa de un sentimiento agridulce. Por un lado, impaciente por saber si de verdad hay algo atrás de ese cajón de madera. Por otro, asustada de que lo que pueda conseguir allí sea una verdad tan terrible que me acabe por herir con una estocada, a la que, no estoy preparada para recibir.

—Está bien, vemos qué hay —mi voz reacciona antes de que lo haga mi razón.

Por un momento los ojos de Darek se oscurecen, entreabre los labios como si quisiera negarse a mi petición, aunque al final decide quedarse callado.

Ambos nos encargamos de apartar el pesado bulto y en cuanto lo hacemos todo dentro de mí se revuelve con tal violencia que me quedo pasmada en el lugar.

Efectivamente, el baúl llevaba acuesta un secreto. En la parte inferior de la pared sobresale un pedazo de manera, es como si fuera una puerta pequeña, no de más de treinta centímetros.

Sin despegar los ojos de esa madera, la garganta se me aprieta, la boca me queda seca, candelilla parece incrustárseme en el pecho y un temblor involuntario me sacude el cuerpo.

—Meredith —Darek me llama.

No lo volteo a ver.

—Darek, por favor, no te vayas.

No tengo idea de lo que encontraré del otro lado de la madera que cubre la abertura en la pared, lo único que sí tengo presente es que no quiero estar sola al descubrirlo.

Logro notar como él inclina la cabeza hacia adelante, sin necesidad de palabras, me hace saber que está aquí, que no se va a ir.

Al dar un paso más cerca de la verdad, siento mi espalda siendo recorrida por un estremecimiento, que por un instante, me hace dudar de seguir. Sin embargo, me trago todos los miedos que he venido almacenado por años y avanzo hasta que mis rodillas tocan el piso mientras con la mano halo la madera.

Asomo la cabeza por el hueco en la pared mientras mis incesantes pupilas son abrazadas por lo que hay dentro. Una caja. Pequeña. Marrón. Que me paraliza la respiración en el acto.

Al alargar las manos a la caja estas me tiemblan, mas no titubeo al tomar la madera entre mis manos y la levanto hasta que casi me toca el pecho, ese mimo que no para de saltar por los impactos de los latidos del corazón que contiene.

Ya con la caja entre mis manos, evalúo cada detalle de ella. Es pequeña, casi del tamaño de un libro, con bordes de madera oscura pulida que contrasta con los pocos diseños dorados que la adornan. Aunque eso no es lo que acapara toda mi atención, lo que sí lo hace es el candado de combinación que está firmemente cerrado.

Paso saliva antes de ladear la cabeza por encima del hombro.

—Puedes ayudarme a abrirlo —más que una pregunta es una súplica la que le lanzo a Darek —, por favor.

Tal vez esté loca por pedirle algo así, después de todo estaría invadiendo la privacidad de mamá.

Hay un extenso silencio por parte de él.

—Puedo abrirlo.

Alzo el cuerpo con la caja descansando en mis palmas y se la entrego a él. Él la recibe no sin antes dedicarme una larga mirada, en respuesta asiento con la cabeza.

Guía sus pasos al escritorio de mamá, donde hace espacio para apoyar la caja y ya con esto listo sus ágiles manos se ponen encima de candado. Tratando de no ser una distracción, me acomodo a un costado del escritorio y veo lo que hace.

Con una mano tira del arco del condado al mismo tiempo que con la otra mueve las ruedas de los números. Se concentra tanto en lo que hace que yo soy contagiada por eso, sin ser capaz de despegar los ojos de cada giro que hacen sus dedos.

No pasan ni tres minutos cuando al parecer ya tiene tres de los dígitos que componen la combinación.

«Solo falta uno», me digo una y otra vez.

Y entonces, con un último giro, el candado suelta un suave sonido, casi inaudible, pero para mí es como escuchar una explosión. Se ha abierto. Darek ha abierto el candado.

Quedando sin aliento, busco los ojos del chico que sostiene el candado ya abierto. Sin necesidad de que se lo pida, echa su cuerpo hacia atrás y me da espacio para que sea yo la que abra la caja.

Sin dudarlo empujo mis piernas hasta ubicarme frente a la caja y es con un suspiro que termino de apartar el candado y descubro lo que hay dentro.

Lo primero que veo es el sobre de una carta, su superficie desgastada por el paso del tiempo, pero las palabras grabadas en el papel se leen aún:

Para: Mercedes

De: Shannon

Es una carta enviada a mamá, pero ¿quién es Shannon?

Como puedo, agarro el sobre, extraigo la carta dentro de él y desdoblo los pliegues del folio con cuidado, temiendo que se desvanezca al tacto. Tan pronto el papel queda expuesto delante de mis ojos, empiezo a leer:

"Ya no hay nada que hacer, Mer. No puedo resistir más esta vida, por eso quiero dejarte lo único que me queda.

Cuida bien de ella, sabes que la llamé Meredith por ti, así que ámala tanto como lo hago yo.

Mis dedos, adheridos al papel, tiemblan. Y sin saber cómo, logro acabar de leer la última frase escrita en esa caligrafía apresurada:

Sé que sabrás entenderme. Adiós".

La habitación de un instante para otro parece dar vuelta a mi alrededor, cada mueble, fotografía y objeto se tiñen con las palabras que danzan antes mis ojos. La respiración se me hace pesada, cada inhalación es como tragar pesadas piedras.

Doblo el papel y aún aturdida por lo que acabo de leer, me pongo a buscar en la caja. Si lo que hay dentro me va a matar que lo haga de una vez.

La yema de los dedos me rozan con una piedra con una belleza inusual, su superficie lisa refleja la luz de la bombilla que proyecta la lámpara pegada al techo, destellando en tonos azules profundos y verde marino. Casi como si una parte del cielo y el océano estuvieran atrapados en su interior. La sostengo en la palma de la mano para luego dejarla a un lado y seguir escarbando en el pasado de la mujer que he considerado mi madre desde que tengo uso de razón.

Lo próximo que cogen mis manos temerosas es un manojo de fotografías. La primera en mostrarse frente a mí fue tomada con gracia en una era pasada. La acerco con cuidado, sintiendo el roce del papel grueso entre los dedos.

En la foto se miran dos chicas, una al lado de la otra. Reconozco el rostro de mi madre congelado en el tiempo, la sonrisa que le llena los labios es amplia y genuina, una felicidad que ahora no tiene. A su lado, una chica con el cabello salvajemente hermoso, ni liso ni rizado, más bien hecho un perfecto desastre, el color de su piel es tan sonrosada como la mía. Sus ojos negros brillan con una luz que se me hace familiar mientras sus labios son el lienzo en el que se pinta la felicidad pura.

Deslizo la foto para dar paso a la que le sigue. Las mismas dos chicas, ahora con sus brazos entrelazados mientras la chica desconocida deja un beso en la mejilla de mamá.

Con cada imagen, la narrativa de mi vida parece estarse reescribiendo. Sin embargo, la última foto me detiene la marcha del corazón: las dos, mi madre y la chica están abrazadas, sus rostros iluminados por el sol del atardecer. Y es aquí que soy impactada por una realidad que me deja vibrando. La chica que acompaña a mamá en cada fotografía podría ser yo, es tan parecida a mí que es como si un espejo me estuviese apuntando.

Todo queda bastante claro: la mujer que por años he considerado mi madre, no lo es. 

No resisto más. Me quiebro en mil pedazos.

Las fotos se me resbalan de las manos, aterrizando en el piso. Siento como si millones espinas de hielos se me estuvieran enterrando en el pecho y los ojos se me llenan de crueles lágrimas que no tardan en derramarse, no como un tranquilo mar, sino como uno embravecido que arrasa con todo a su paso.

Las piernas me flaquean y al estar por registrar el impacto contra el suelo, unas manos me sujetan con fuerza. Estoy en tal shock que había olvidado que Darek me acompaña, solo lo recuerdo cuando impide que caiga. Lo vuelvo a ver sin poder recuperar la nitidez de la vista. Soy lágrimas.

—No soy su hija —susurro antes de romper en llanto —no-no soy su... hija.

Quiero correr, escapar de esta verdad. Es movida por este sentimiento que busco zafarme de las manos de Darek.

—Meredith...

—¡Suéltame!

He perdido la cabeza.

Pero cuando estoy segura de que él me soltará, no lo hace. Sus brazos me rodean aún y cuando lo empujo.

—Mere...

—¡Suéltame! ¡Vete! —exijo sin aliento, llorando desconsolada.

La firmeza de sus manos me atraen a su pecho y muy calmado responde:

—No, no esperes que te deje sola ahora.

Cierro las manos en puños y fuera de mí empiezo a golpearlo. Cada impacto es un recordatorio silencioso de que la mujer que me enseñó a caminar, hablar y amar no es mi mamá.

—No... no es mi mamá —las palabras me salen entrecortadas por el dolor que me ahoga. Darek no me suelta ni un solo momento —, no es mi mamá —repito ya sin fuerza y dejándome vencer por el llanto, me estrecho contra su pecho.

Mamá es la única persona que me ha herido de mil maneras y no puedo dejar de amar, porque sí, a pesar de haberme ocultado algo tan grande como esto, mi amor hacia ella sigue intacto, la sigo amando con cada fibra de mi ser.

◇◆◇

—¿Qué vas a hacer? —me pregunta Darek ya del otro lado de la puerta.

—Voy a hablar con ella.

Después de haberme consolado por varios minutos, él ha entendido que lo mejor que puede hacer ahora es dejar que enfrente el pasado que no sabía que vengo arrastrando. Fue muy directo al decirme que se iría y yo no he hecho nada más que aceptar su decisión.

Se acomoda la tira del bolso en el hombro.

—No soy mucho de estar pendiente al teléfono, pero si necesitas algo puedes llamarme.

Hago un esfuerzo por sonreír, aunque esa mueca termina en un eco de mi tristeza.

—Está bien —acepto. Él asiente con la cabeza. Sin decir nada más me da la espalda y empieza a caminar con dirección al carro que lo espera, pero un impulso me hace llamarlo: —¡Darek!

Se para en seco y se gira para verme.

—¿Qué pasó con lo de Gris?

Me humedezco los labios y no sé cómo, pero consigue que sonría.

—Gracias. Por todo.

En ese "todo" le quiero agradecer por quedarse, por ser mi amigo, por ayudarme, por no juzgarme, por acompañarme, pero sobre todo, por abrazarme cuando nadie más lo había hecho.

No me responde nada, lo que hace es mirarme por unos fugaces segundos y una diminuta sonrisa aparece en sus comisuras.

Luego, se gira, reanudando la caminata que estaba haciendo antes de ser interrumpida por mi llamado.

—Gris, gracias por no dejarme sola —susurro muy bajo, una frase solo dicha para mí. 

◇◆◇◆◇

Hoy la actualización es doble. En un ratito subo el siguiente capítulo.

Atentas. 👀

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