No acercarse a Darek

By MonstruaMayor01

435K 52.4K 10.1K

Meredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Adelanto
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Carta recibida por Darek
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Adelanto
Conociendo a Darek
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
¿Crees en los monstruos?
Adelanto
Capítulo 24
Capítulo 25
Adelanto
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Dae
Capítulo 30
La chica
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Piano, sangre y amor
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Adelanto
Capítulo 38
Un pasado marcado
Capítulo 39
Ese «te quiero»
Capítulo 41
Capítulo 42
NOTA
El cerezo
Capítulo 43
Capítulo 44
Ajedrecista
El villano
Capítulo 45
Antes de todo
Capítulo 46
Capítulo 47
Ella
Capítulo 48

Capítulo 40

6.8K 974 256
By MonstruaMayor01

—Joel y Harold también recibieron cartas —informa Éber. Tras develar esto, pasea su mirada por los rostros de cada uno de nosotros. —Los dos son peones.

—¿Y qué con eso? —inquiere Harold, el cual está sentado a horcajadas en una de las sillas del salón de Artes.

Joel, por su parte, con el dedo medio empuja el puente de las gafas que lo ayudan a ver mejor mientras con extrañeza mira a su alrededor.

—¿Por qué hay tanta gente aquí?

Roxana aparta la mirada de la pantalla de su teléfono para clavarla en el chico que acaba de hablar.

—También te trajeron engañado —ironiza con un toque de diversión.

Él le devuelve la mirada.

—Tengo que ir a la biblioteca, así que dejen de perder el tiempo.

Raquel, con las piernas encima de las de Roxana, se humedece los labios antes de hablar.

—Joel, eres tan nerd que me prende.

Su comentario me hace contener una risa.

—Dios, esto es un castigo —gruñe Isaac.

Como ya es común, todos los que estamos involucrados en esto de las cartas nos reunimos en el salón de Artes. Hoy hemos escogido la hora de almuerzo para poder hablar. Éber antes de entrar dijo que sabía quiénes eran dos de las piezas que restan por conocer; ya sabemos que estas son Harold y Joel. Ahora solo faltan dos.

Lo curioso de conocer que ellos dos son parte de esto es que ambos son demasiado diferentes. Harold siendo capitán del equipo de baloncesto que de vez en cuanto representa a la preparatoria en torneos amistosos fuera del pueblo. Joel, en cambio, siempre inmerso en su propio mundo, viviendo más en las bibliotecas de los alrededores que en su propia casa. Los dos son chicos muy simpáticos si hablamos del físico, aunque si hablamos de personalidad, la de Harold es mucho más llamativa.

Harold cruza los brazos por encima del respaldo de la silla.

—Éber, ¿para qué me dijiste que viniera?

—Para que sepas que estás metido en una partida de ajedrez maldita —Isaac se adelanta a responder.

Guiando la vista a Isaac, Harold arruga el ceño.

—Eso no me dice nada.

—Escúchenme, todos los que estamos aquí recibimos cartas como las que ustedes recibieron —empieza a explicar Éber, ganándose la atención de todos —, cada carta con una pieza de ajedrez y con una especie de nota. Hemos descubierto que quizás seamos un equipo de la partida y...—Sacude la cabeza —, la persona que envió las cartas sea parte del otro equipo.

El rostro de Joel se contrae, al principio en una mueca suspicaz, luego, al distinguir la seriedad en el semblante de las personas que los rodeamos, le gana el desconcierto.

—¿Cada uno de ustedes recibió una carta como la que recibí yo? —cuestiona, incrédulo.

Asentimos en conjunto. Tanto Harold como Joel se asombran al presenciar como cada uno, a excepción de Darek, afirma con la cabeza.

—Esto tiene que ser una maldita broma —sisea Harold.

—¿Qué mierda quieres decir con que el que mandó las cartas es parte del otro equipo? —pregunta Joel, dirigiendo todo su interés a Éber —¿Quién fue el que las mandó?

Éber inhala.

—Joel, si supiera quién las mandó no estaría aquí.

Se hace un breve silencio que es interrumpido por Harold.

—Necesito que me expliquen bien de lo que están hablando.

Un sonoro suspiro por parte de Isaac le sigue a sus palabras.

—Un enfermo mental decidió que sería divertido crear una partida de ajedrez con personas reales, así que, envió cartas misteriosas a cada integrante que eligió y gracias a su siniestro jueguito Leticia está muerta y Rachel probablemente recuperándose del secuestro que sufrió. Lo peor no es eso, lo peor es que tú y yo somos parte de esta puta partida y por eso debemos descubrir qué carajo quiere el desquiciado detrás de todo esto. ¿Te quedó claro ahora o quieres que te haga un dibujo para explicarlo?

La explicación que da Isaac es directa, tal vez es por eso que la piel se me pone de gallina.

Se toman un buen rato para procesar la información. Harold parece ensimismado en sus propios pensamientos, mientras que la cara de Joel sigue impregnada de dudas sin responder.

—¿Quién es el rey? —Joel es el que habla al cabo de medio minuto.

—Steiner —Adán habla por primera vez en todo el rato que llevamos aquí.

De forma automática Darek es acaparado por las pupilas de todos en el salón. Pero él, lejos de incomodarse por ser el centro de atención, mantiene su porte desafiante, con la espalda recta y los hombros erguidos, al tiempo que el pelo le cae en mechones rebeldes por toda la frente, enmarcando los ojos de ese color peculiar que parecen taladrar el alma de quien los mira.

—En el ajedrez la pieza más importante es la del rey —recalca Joel —. ¿Por qué tú eres el rey, Steiner?

—Seguro porque soy mucho más interesante que tú —escupe para después afincar la vista en Joel, quien le sostiene la mirada.

—Steiner, deja de hacerte el chistosito y explica por qué te eligieron para ser la pieza más importante.

—No es un chiste, es la verdad, y te aseguro que si tuviera la respuesta a esa pregunta hace rato me hubiera ido de aquí.

Darek continúa con esa personalidad suya tan marcada, aunque ayer aceptó que acariciara su cicatriz, escucho como un "te quiero" se me escapó de los labios, y aunque no me respondió nada, su silencio me hizo entender que muy en el fondo siente, al menos, una pizca de aprecio por mí.

—Eso no es lo importante aquí —interviene Éber.

—Claro que es crucial —replica Joel —, porque si el rey es eliminado la partida termina para todos.

Rebeca da un resoplido.

—¿En serio?

Isaac se cubre los ojos con una mano, negando.

—Vamos a perder, eso es seguro —murmura lo suficientemente alto para escucharlo.

Roxana comparte una mirada con Rebeca.

—Yo tampoco sabía que si el rey es eliminado la partida termina, ¿es verdad?

Isaac está por darle un paro cardiaco, lo sé porque de forma abrupta pega la espalda en el respaldo de la silla que ocupa, acto seguido arrastra las manos por toda su cara y finalmente se agarra la cabeza.

—¿Cómo no van a saber eso? Eso lo sabe hasta un niño de primaria.

—Pues, nosotras no —contesta Rebeca poniendo mala cara.

—¡Basta! —vocifera Éber, moviendo la vista de Isaac a Rebeca. —Los que no sepan de ajedrez busquen en internet y los que sabemos deberíamos saber también que este juego se gana en equipo y con estrategias.

—Pues el equipo que nos tocó no es el más estratégico que digamos —se queja Isaac.

—Isaac, si no tienes nada bueno para aportar es mejor que te calles —cometa Adán.

Harold alza su cuerpo de la silla, recoge el bolso que al entrar dejó en el piso y da un par de pasos hacia Éber, frenando a más o menos un metro de distancia de él. Antes de pronunciar palabra, aprieta la mandíbula.

—Keller, esto es estúpido.

—Estúpida va a verse tu cara cuando recibas una segunda carta —la potente voz de Darek llena toda la estancia. Harold se vuelve para mirarlo. —Esto es mucho más oscuro de lo que pensábamos. El día que la policía me sacó de clases fue porque encontraron una única nota en el teléfono de Leticia. ¿Saben que decía la nota? Mi nombre.

Alison, sentada a su lado, lo mira directo al rostro y podría jurar que lo que acaba de decir le eriza la piel, no solo por miedo, sino por lo ronca que se le oye la voz a Darek.

Joel se levanta de golpe.

—Entonces tú eres el causante de todo esto.

Él echa la cabeza un poco hacia atrás al mismo tiempo que respira hondo.

—Dame un argumento sólido que explique por qué ahora estaría sentado aquí si yo tuviera algo que ver.

Joel abre la boca, queriendo darle una respuesta contundente, al no encontrarla, sella los labios y se rasca la nuca.

—Quizás esto tenga que ver con tu familia, Steiner —añade Isaac —. Todos en este pueblo sabemos que no son una familia normal. Por ejemplo, no se sabe por qué tienes esa cicatriz. —Le apunta el cuello con el dedo, justo esa parte de su piel que ha llenado de tatuajes, dando la impresión de querer ocultar la marca en su cuerpo. —Dinos, ¿cómo te la hiciste?

No pasa ni un solo segundo cuando la atmósfera se tensa. Fijo mis ojos en el rostro de Darek, él parece inexpresivo, a pesar de ello sus ojos comienzan a oscurecerse, como si una nube siniestra se deslizara sobre ellos.

—¿Quieres saber como me la hice?

La valentía que habita en el cuerpo de Isaac lo abandona en cuanto la voz de Darek adopta un tono escalofriante, tanto que una energía vibrante a su alrededor enciende las alarmas.

—Sí... dinos —no sé cómo, pero logra contestar.

—Me la hice en el infierno porque de ahí vengo y si vuelves a mencionar algo referente a temas que no te competen, el que terminará ardiendo junto a Satanás serás tú.

El cómo habla me hace remover en la silla.

—Chicos... ya recibí una segunda carta —digo, queriendo que esta conversación tome otro rumbo.

—¿Cuándo la recibiste? —salta a preguntar Rebecca.

Roxana se le une enseguida:

—¿Qué decía?

He logrado mi cometido: ahora todos ensartan sus pupilas en mí. No tengo la capacidad que tiene Darek para aguantar el peso de tantos ojos mirándome, es por ellos que trago saliva y acomodo las manos a mis costados, afianzando los dedos en los bordes de la guarnición de la silla.

—La recibí hace dos días —comienzo —, y ella decía que debía visitar a mi vecina.

Alison ríe, incrédula.

—¿Solo eso? ¿Quién rayos es tu vecina?

—Es la mujer que se dice que perdió a su hijo hace años.

Todos en el salón hacen completo mutis.

—¿La loca del pueblo es tu vecina? —cuestiona Joel tras unos momentos.

Así es conocida la señora Irma. Ahora que me detengo a pensarlo, ese apodo es demasiado cruel.

—Se llama Irma.

—Como sea que se llame, ¿es cierto que perdió a su hijo?

Asiento.

—Sí, pero ella sigue esperándolo.

—Desapareció hace más de veintiocho años, es una locura que lo siga esperando —recalca Harold.

—¿Cómo sabes eso? —investiga Éber.

—Mi padre estudió con ese chico en el año en que desapareció y hace poco me contó que fue imposible dar con su paradero.

La mirada de Éber se afila, dejando ver que una teoría se está abriendo paso en su mente. Es como si internamente estuviera uniendo las piezas de un rompecabezas y al tenerlas todas juntas su cuerpo entero cobra vida con vigor. Se inclina hacia adelante, dando un paso hacia mi dirección.

—¡Eso es! La anciana es la de las cartas. Seguramente todo esto tiene que ver con la desaparición de su hijo.

Lo que dice podría tener algo de coherencia si no fuera por el hecho de que esa señora a duras penas puede dar un par de pasos, además de eso cómo se explicaría que las primeras cartas aparecieron en nuestros casilleros. Ella no pudo ser quien las dejó.

—Es una anciana que pocas veces sale de su casa —cometa Abril a mi lado, poniendo sobre la mesa justo lo que estoy pensando —. Yo estoy segura de que la persona tras esto estudia en nuestro salón o está tan cerca que la estamos pasando desapercibida.

Éber reflexiona por unos segundos.

—Podrías tener razón, Cuatro.

—Incluso esa persona puede estar aquí ahora mismo —agrega Alison.

Joel se pasa los dedos por los mechones de pelo castaño oscuro le cubren la frente.

—Si lo ponen a votación, yo voto por Steiner.

—Igual yo —Isaac se suma a lo que dice Joel.

Adán levanta la mano con la palma abierta.

—Yo también.

—¡Ay! Ya dejen de culpar a Darek —reprocha Roxana y no tarda en ser todo ojos para Darek. —Si es el rey y es una pieza tan importante en el juego, en vez de acusarlo hay que protegerlo. Así que ofrezco mi casa para que se quede conmigo mientras resolvemos lo de las cartas.

Raquel no alcanza a reprimir la risa que se le termina escabullendo de los labios.

—Qué forma más original de decir que te lo quieres comer.

—Solo estoy dando soluciones —responde ella sin quitarle el ojo de encima al chico que ni la voltea a ver. —Steiner, mi casa está disponible para que te quedes el tiempo que quieras.

La curiosidad me pica, llevándome a buscar con la vista a Darek. Él se toma su tiempo para cruzar mirada con Roxana y al hacerlo no le responde con una sonrisa o un intento de mueca, solo con seriedad.

—Antes preferiría quedarme en la calle.

Alison sofoca la risa que le nace desde las profundidades de la garganta, ganándose la atención de Darek que la mira por encima del hombro y es desde mi lugar, al otro lado del salón, que capturo la forma en la que sus labios se tuercen en una sonrisa... ¿coqueta? Esa simple mueca es suficiente para encender la chispa de curiosidad en cualquiera. Pero en mí, despierta algo diferente.

La vehemencia con la que reacciona mi corazón ante tal escena me sorprende tanto que me veo obligada a aferrarme a los bordes de la silla, buscando contener la avalancha que me irrumpe en el pecho.

«¿¡Qué rayos, Meredith!?», me reprocho a mí misma «¿Estás celosa?»

Roxana no es la chica que le gusta. No al darle tal respuesta. Sin embargo, la manera en la que contempla a Alison deja una gran dura en mí.

Roxana, lejos de detenerse, incluso cuando él ha dejado todo muy claro, le sonríe con un ápice de picardía.

—Siempre has sido un misterio y a mí me encantan los misterios.

Él rompe el contacto visual que sostiene con Alison, para seguidamente ponerse de pie.

—Tengo que irme —declara.

—Voy a crear un grupo de WhatsApp, necesito tu número —expresa Éber.

—Meredith tiene mi número, ella te lo dará.

Y sin pronunciar ni una palabra más abandona el salón.

—Que Dios lo guíe —musita Roxana apenas Darek desaparece por la puerta —, pero a mi cama.

Raquel se ríe.

Hago un esfuerzo por concentrarme en lo que sucede a mi alrededor con la finalidad de disimular la gran incomodidad que me ha causado verlo sonriéndole a Alison de un modo tan seductor, mas es en vano. El cómo la miró y le sonrió se me queda grabado en las retinas.

Lo que resta de reunión Éber se encarga de crear el grupo de WhatsApp en el que agrega los contactos de todos y quedamos en hablar todo lo referente de las cartas por ahí. Ya para este punto varios se han marchado del salón, siendo Isaac el último en salir. Dentro los únicos que quedamos somos Éber, Abril y yo.

—¿Te pasa algo, Mer?

Se preocupa Abril, advirtiendo lo metida que estoy en mis propios pensamientos. Y es que, no he parado de cuestionarme el motivo de los celos que de pronto se despertaron en mí.

Muevo la mirada hacia ella y poniendo la mejor sonrisa que me es posible, niego.

—Todo está bien. Tú eres la que tiene cosas por contarme. —Me giro hasta que mis rodillas tocan las suyas. —¿Cómo te fue ayer con Damien?

Vislumbro el brillo que va iluminando su par de pupilas.

—Fue... maravilloso —contesta, emocionada.

Éber se hunde en la silla ubicada a mi otro costado.

—No fue para tanto, Cuatro —contradice él —, la verdad es que yo no lo vi emocionado.

Abril le arroja una mirada de pocos amigos.

—Silencio, imbécil.

Él ríe.

—La verdad duele.

Abril le saca el dedo del medio y regresa a mirarme a mí.

—No le hagas caso, Mer. La cita fue todo lo que imaginé. Él me escuchó, se interesó por los temas que hablé y... —la voz cada vez se le oye más entusiasmada —acarició a cada gato que se paseaba por nuestra mesa.

Se mira realmente feliz, tanto así que con solo observarla algo dentro de mí se conmueve.

—¿Entonces le gustan los gatos?

Afirma con la cabeza.

—Sí, y dijo que quería volverme a ver.

Éber parece ahogarse con su propia saliva, puesto que empieza a toser. Tal es el escándalo que hace que me vuelvo a su dirección para asegurarme de que no vaya a visitar a San Pedro.

—¿Qué? —dice al aclararse la garganta.

Abril le sonríe victoriosa.

—Como escuchaste: Damien quiere salir conmigo por segunda vez.

—No me dijiste eso ayer.

Se encoge de hombros.

—No tenía porqué hacerlo.

Él se inclina hacia adelante, de este modo la abarca por completo con la mirada.

—Abril, ¿en serio te gusta Damien?

Hay una vacilación por parte de ella.

—Es atractivo.

—¿Te gusta o no? —insiste Éber.

—Sí.

Él entonces se queda callado. Baja los hombros y muy lentamente va enderezando la espalda.

—Pues, qué malos gustos tienes —es lo que termina diciendo.

—Vete al carajo.

—Mer, ¿qué te dijo la vieja loca? —inquiere Éber, dejando de lado el dilema de Abril.

Me muerdo el interior de la mejilla en cuanto entiendo que hoy debo corroborar si es cierto lo que insinuó esa mujer ayer. En lo que ha transcurrido de día he estado en una extraña negación con respecto a esto, y por más que deseo seguir hundida en ella, ya es hora de aceptar que está en mis manos escarbar en el pasado de mamá.

—Hoy voy a tratar de averiguar algo de lo que habló esa mujer. Prometo contarles todo después.

—Si quieres te podemos ayudar a averiguar —se ofrece Abril.

Darek aceptó ayudarme, al hacerlo alardeo de poder descubrir cualquier secreto, así que, confío en que podrá hacerlo.

—No es necesario, chicos.

Éber suspira.

—Solo trata de mantenerte viva, todavía no me he reído lo suficiente de tus caídas.

Imbécil de mierda.

—¿Sabes que eres un pésimo amigo? —la cantidad de ironía que carga esa pregunta me deja expuesta.

Me pasa el brazo por el hombro, estrujando mi cachete con el suyo.

—Mer, sabes que soy lo mejor que te ha pasado.

No soy capaz de evitarlo. Me rio.

—Eres un idiota, eso eres.

Si existe una curita para la vida, la mía son ellos porque a su lado la vida me pesa menos.

◇◆◇

Darek frena la marcha de sus pasos, remolina el cuerpo y contempla la fachada de mi casa.

—¿Quieres secuestrarme?

Todavía no le he dicho que es lo que quiero que me ayude a descubrir; lo que ya debe suponer es que sea lo que sea se encuentra encerrado dentro de las paredes de la casa que he considerado como mi hogar.

—No te dejarías secuestrar por mí —le sigo la corriente, parándome a su lado.

Extiende ambas manos delante de su cuerpo y con las muñecas juntas se inclina hacia mí.

—Si deseas puedes amarrarme, juro no quejarme.

Le miro las manos y luego la cara. Tiene el pelo revuelto, la mirada tan intensa como siempre y en sus labios juguetea una media sonrisa. Me da miedo lo atractivo que se me hace verlo bajo la luz natural de la tarde.

—Eso no es muy Gris de tu parte.

Baja las manos para acto seguido volver a mirar mi casa.

—¿Qué es lo que quieres averiguar?

Durante todo el día no he encontrado las palabras adecuadas, no sé cómo explicarle que busco saber si la única persona que he sentido que me ha amado resulta que en realidad no lo ha hecho en absoluto, o sí, ya ni sé.

Sigo sin poder responder eso.

En vez de responder a su pregunta, hago otra:

—¿Si escondieras algo en tu casa, lo esconderías en tu habitación o en tu oficina?

No se para a pensar su respuesta, contesta de inmediato.

—En mi habitación. Las habitaciones son santuarios de secretos.

Escucharlo despierta nuevas interrogantes en mí:

«¿Cómo será su habitación?

¿Qué clase de secretos esconderá en ella?»

Desecho esas preguntas al sacudir la cabeza.

«Concéntrate, Meredith»

Entonces hay que ir a la habitación de mamá.

—Entremos.

Me pongo a caminar a la puerta. Percibo la mirada de él enterrarse en mi espalda y subir hasta mi nuca.

—¿Me llevarás a tu habitación otra vez?

Lo llamo con la mano.

—¡Sígueme y ya!

—Ojalá hoy si esté acomodada —cometa antes de lanzarse a seguirme.

Tan pronto cruzo el umbral de la entrada, pesco a Darek de la mano y sin darle tiempo de protestar, lo arrastro por el pasillo que conduce a la habitación de mamá. Sé que para él resulta casi inaudito que estemos caminando de la mano, pero no puedo arriesgarme a que mamá lo vea.

Mientras lo guío siento que sus dedos se aprietan alrededor de los míos. Un leve gesto, casi imperceptible, que provoca que el corazón me tamborilee en el pecho como un pájaro enjaulado.

De pronto, la quietud del pasillo se vuelve ensordecedora. Aun así seguimos avanzando hasta que llegamos a la puerta del cuarto de mamá y le suelto la mano.

—No es tu habitación.

Tengo la respiración tan agitada como el corazón. Y su voz en lugar de calmarme, me enciende las mejillas.

—No me digas —digo, intentando de que no detecte lo que ha provocado el roce de sus dedos contra los míos. No soy capaz de sostenerle la mirada, por esa razón giro la manija y empujo la puerta. —Entra.

—No me gusta recibir órdenes —declara —, me gusta darlas.

Me atrevo a mirarlo a los ojos y en ellos, por un fugaz instante, alcanzo a vislumbrar un destello de malicia que aviva un extraño calor en mi interior.

Darek me está volviendo loca.

Separo los labios sin saber muy bien lo que voy a contestar cuando él decide atravesar el umbral de la puerta ya abierta y dejarme aquí, con el corazón a un paso de salírseme disparado por la boca.

Tomando una inhalación me adentro en la pieza.

La habitación de mamá siempre se encuentra impregnada con su aroma, un cruce entre papel viejo, alcohol y un toque de lavanda. Mis ojos se pasean por todo el lugar: una pila de documentos en el escritorio a un rincón, el armario abierto de par en par, la cama a medio hacer y... la mesita de noche.

Todo lo demás queda en segundo plano. En la jodida mesita de noche están puestos los antidepresivos que usa mamá, al lado de los frascos se observa un vaso vacío y a la par una botella de alguna bebida alcohólica a medio tomar que ahora mismo no consigo reconocer. El pecho se me comprime al mismo tiempo que doy un paso al frente con el impulso de esconder todo lo que hay sobre la madera antes de que Darek vea esa realidad de la que no he hablado con nadie.

Me basta con voltearlo a ver para entender que ya no hay nada que hacer. Sus ojos perspicaces y penetrantes ya han detectado el desastre que hay sobre la mesa.

El aire en mis fosas nasales se torna denso, casi asfixiante. La vergüenza e impotencia me atan la lengua, dejándome incapaz de articular palabra alguna.

Darek es el que se mueve por la habitación. Se acerca a la mesita de noche y sin despegar sus ojos de los frascos, coge uno. Examina con detenimiento las etiquetas de cada envase y yo siento ahogarme.

—Mamá... —me escucho a mí misma hablar con voz ausente, temblorosa —, ella ha pasado por...

La voz se me corta cuando él levanta la vista y me mira directo a los ojos. Sus pupilas no reflejan reproches ni juicios, en ellas solo observo comprensión, una que me desbarata las costuras del alma.

—No tienes que explicar nada. Sé para qué son.

Sin esperarlo, los ojos se me humedecen. No solo por el hecho de que él está conociendo una parte de mi vida de la que no suelo hablar, sino también porque, sin necesidad de decirlo, entiendo que esos medicamentos también forman parte de su vida y eso me golpea el pecho

—Lo siento —es lo que me sale decir.

Deja en la mesa el frasco que sostiene en la mano.

—¿Por qué te estás disculpando? No eres culpable de nada.

Me muerdo el labio inferior y la barbilla me tiembla.

—Darek, lo siento porque nadie merece pasar por eso y siento mucho que tú...

—Meredith, no eres culpable de mis trastornos—insiste. De a poco la expresión le cambia a una de reproche, pero no hacia mí, más bien hacia el mundo que lo rodea —. Tú no generaste ningún trauma en mí. Todos los generé yo mismo.

Él se siente culpable y no es justo, no es justo que cargue con algo tan pesado como lo es la culpa.

Sin verse afectado por la magnitud de lo que dice, da un par de pasos, frenando a escasos centímetros de mi cuerpo y entonces sonríe débilmente, no lo hace con humor ni con ironía, es un gesto que refleja memorias, que parece, odia recordar.

—Darek...

—Tampoco eres culpable de lo que le pasa a tu madre.

Mierda.

Yo soy la que debería estar dándole palabras que lo hagan sentir un poco mejor y no lo hago. Los recuerdos de mamá me inundan la mente, la lucha que lleva con sus propios demonios y la manera en que esos oscuros abismos ha tallado hondos surcos en mi propia existencia.

—Lo siento —repito —, así no sea mi culpa, lo siento.

Se queda callado por unos instantes.

—Eres demasiado rosita para este mundo, que, en el mejor de los casos, es tan gris como el color de mi pelo.

—¿Y eso está mal?

—No, porque ves cosas buenas hasta en la persona más gris en la faz de la tierra.

Se está refiriendo así mismo, lo sé por el modo que me mira, casi diciendo: «no hay nada bueno en mí y tú sigues insistiendo en que sí lo hay»

El corazón se me oprime.

—Darek, tampoco eres culpable de tus traumas.

La emoción me rebasa. Una lágrima me palpita en el borde de las pestañas y antes de poder contenerla, ella resbala. Darek sigue todo el recorrido que hace la gota y antes de que se derrame, sube el pulgar hasta mi mejilla y la aparta.

—Eres tan rosita que estás derramando lágrimas por alguien que no las merece.

Es tan duro consigo mismo que el llanto fluye de mis ojos como un grifo que se ha roto y ya no tiene reparo. 

◇◆◇◆◇

NOTA DE AUTORA:

AAAAAAH, esté capítulo ha sido una montaña rusa.

Holiiss, grises, que bueno estar aquí un viernes más. Los viernes se han convertido en mis días favoritos solo porque podemos descubrir más cosas de esta historia.

Cuéntenme. ¿Qué les pareció este capítulo? ¿Cuál fue su parte favorita?

He leído que varias de ustedes me piden que actualice dos veces a la semana, es por eso que se me ocurrió hacer una dinámica, la cual consiste en que si este capítulo llega a 600 votos de aquí al próximo viernes la actualización será doble.

¡VAMOS, GENTE, TODXS A VOTAR Y COMENTAR!

Sin más, me despido. Tomen agua, duerman bien y no olviden sonreír. 🩶

Mi Instagram: (enderyarmao)

Continue Reading

You'll Also Like

770K 42.2K 47
LIBRO DOS DE LA SAGA ÁMAME. Ginger odia a Eros desde el momento en el que él la dejo y le pidió que se deshiciera de su hijo, han pasado dos años y E...
6.7K 734 38
Esta es una historia que ha sido escrita a través de los siglos en Txard y ha tenido más de mil versiones: Poemas, historias, canciones, obras de tea...
542K 55.1K 41
Amelia ha descubierto la verdad: su madre y su abuela tuvieron que huir de la Atlántida; su propio padre murió para que ellas tuvieran una oportunida...
87.6K 9.4K 58
-¿Tú que quieres? -Morir, ¿y tú? -Que no mueras. ~~ #280 Historia corta 11/05/2020