EL MAR TE ESCUCHA (I)

By JamesA_L

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Hay que tener cuidado, decían los ancianos, de lo que esconde el mar con recelo y que por ello inunda las ciu... More

EPÍGRAFE
PEQUEÑO CORAZÓN
TRAICIONERO
DEBIL
OJOS Y CORAZONES
CAJA DE PANDORA
OLAS PELIGROSAS
ZIGOR Y ÉL
¿POR QUÉ NO LO CONTÓ?
EL DIOS DEL AVERNO
FALACIAS
ALGO DE PAPEL
EL DIOS OSCURO
SUEÑOS QUE PARECEN REALES
QUE ESCONDES, ÁNGEL OSCURO
¿QUÉ ME DICES?
FALSO
NO TE QUIERO CERCA
¿QUÉ DESEA ZIGOR?
EL PASADO
LOS PRIMEROS PECADOS
LA ESTOY ESPERANDO
MUY CERCA
ÉL SUELE ARDER
AQUÍ HACE FRÍO
HUELE A PAZ
CRISTAL
CRISTAL Y HIERRO
POBRE DIOS
FINAL

EL INFIERNO LLEVA SU NOMBRE

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By JamesA_L


Zigor nunca había tenido una novia, nadie a quien llevar al baile de graduación o quien lo esperara en casa mientras le contaba cómo le había ido en su fabuloso día. No. Nunca tuvo eso. Él estaba siendo lo menos egoísta para que ninguna mujer pasara por lo que Laura pasó, el enamorarse de un Brais y luego ver a tus hijos de aquel amor ser preparados para una guerra sin final, él no podía hacer eso a ninguna mujer, así que se había encargado de no relacionarse de esa manera con nadie.

Su abuelo en el último año había estado sobre él, pidiéndole un nieto ya, porque el tiempo corría y él se estaba tardando, era su obligación, había jurado obedecer cada regla, ¿por qué ahora todo parecía tan difícil?

Debía estar con una mujer de las que vendía su alma y su cuerpo, ofrecerle una suma de dinero, embarazarlas y luego cuidar de ellas hasta que tuvieran al bebé, y luego a la mujer le depositaria mensualmente para que se cuidara. Cuando entregaba al bebé, firmaría los papeles donde cedía los derechos del niño y luego solo él debía cuidarlo.

¿Él podría?

Había evitado a toda costa cometer un error, y lo había hecho en los últimos años, hasta esa noche cuando despertó en la habitación de un hotel de mal aspecto, con un olor fuerte a sexo junto con cigarrillo. Se levantó viendo su ropa regada, él estaba desnudo, así que como pudo se cambió mientras su cabeza daba vueltas, aun mareado, ¿tanto tomó ayer? No recordaba haber pasado de la copa diez, y él siempre había tenido bastante control con las bebidas alcohólicas, ¿entonces como no se acordaba?

Miró alrededor y luego sacó su billetera, revisó pacientemente rogando para no encontrar la envoltura y maldijo al hallarla ahí, tan impecable.

— ¡Maldición! —gritó sabiendo que no había usado protección. Trató de recordar el aspecto de la mujer, todo sobre esa noche, pero no había recuerdos, eran habitaciones en blanco.

Se puso los zapatos y salió, viendo que el aspecto del lugar era incluso peor afuera, avanzó con cuidado, revisó si había cámaras, pero con las justas y tenían luz, ahora él venía a pedir cámaras. Cuando llegó al primer piso encontró al dueño, fumando un cigarrillo barato, traspirando como un animal y teniendo una cerveza a su lado.

— ¡Mi amigo! ¿Qué tal el servicio? —Zigor le lanzó una feroz mirada y el tipo borró la sonrisa que llevaba en el rostro, dejó de fumar y lo vio.

— ¿Tienes cámaras de seguridad? ¿Quién pagó? ¿Cuál era el aspecto de la mujer? —Al ver que el hombre se quedaba callado, Zigor golpeó la mesa con fuerza y el tipo gordo saltó, tartamudeando.

—Yo, no, aquí no hay cámaras de seguridad y se pagó en efectivo —el tipo sacó con rapidez el cuaderno donde tenía apuntado los ingresos, firma y a veces lo que retenían de los que entraban al hotel—. Ella era hermosa, tenía el cabello largo y un vestido corto, no puedo recordarla, ayer fue un día bastante movido, señor.

— ¿Qué dejó ella?

—Una tarjeta, señor —el viejo con los dedos temblorosos le entregó una pequeña carta. Zigor la tomó y la leyó con rapidez.

"Voy un paso adelante tuyo, Castigo, ¿vas acercarte?"

¿Quién diablo era esa mujer?

Ni siquiera agradeció, se puso el saco encima y salió en busca de un taxi, al ver que la gente lo miraba por cómo iba vestido, torció la boca. De su bar que quedaba en el centro, había terminado en el lugar más pobre de la isla, oliendo a cigarrillito y con la cabeza siendo un nido de pájaros.

Cuando logró tomar un taxi, volvió a leer la nota, la forma en la que lo llamó, era la manera en la que lo hacía la mujer de los sueños, de esa manera. Castigo. Una hora después se encontraba en su edificio, subió y de las primeras cosas que hizo fue bañarse, cambiarse y tirar la ropa. ¿Cómo pudo ser tan irresponsable?

Maldijo cuando salió y se miró al espejo, tenía varios chupetones en el cuerpo, más en el cuello, arañazos en la espalda, a medida que tocaba las marcas, fue envuelto por recuerdos. Jadeo cuando se vio en la habitación besando una espalda, pasando sus labios, mordiendo y luego quedando justo en el trasero.

Fue hasta su mesa de noche donde encontró sus pastillas antidepresivas y una que otra botella de alcohol, aunque no debería hacer esa mezcla, muy poco le importó. Tomó una de las tantas y con un sorbo del licor.

No solo ser un Brais era un infierno.

Vivir con ellos lo era, ser torturado para ser un guerrero perfecto te volvía mierda, y debías compartirlo de un modo, y el suyo era con aquellas pastillas.

Cuando su celular sonó, lo llevó a su oído y saludo con poco interés, mientras buscaba alguna crema que pudiera cubrir las marcas.

— ¿Zigor? —La voz de Uriel hizo eco y el mayor de los rubios apretó los labios— ¿Hijo estás ahí?

— ¿Qué ocurre?

—Necesito que vengas al museo, te estamos esperando.

— ¿Estamos? Suena a cantidad.

—Por favor date prisa, te espero.

El anciano cortó y el muchacho resopló, se cambió, cubrió cada marca en su cuello hasta que ninguna quedó a plena vista. Salió con la misma, colocándose unos lentes y en el camino tomando pastillas para el dolor de cabeza y malestar.

Cuando llegó al museo, subió directo a la oficina de su abuelo, encontrándoselo acompañado, riendo y compartiendo anécdotas que para los demás eran graciosa. Cuando lo vieron dejaron de sonreír, intimidados por el rubio que se movía por la habitación que parecía ser suya.

—Lamento si te hice venir en tu día de descanso, pero esto no puede esperar —Uriel palmeteando su hombre compartiendo sonrisas con los otros hombres—. Tampoco era una noticia que espera ser contada mañana.

—No te estoy entendiendo. ¿Qué sucede?

—Zigor, hay dos cosas que debes hablar con tu abuelo, así que luego te buscaremos —los abogados y amigos de su abuelo salieron de la habitación, Zigor miró a Uriel que sostenía una flecha con una sonrisa en la boca.

—Sabes, a tu edad ya estaba Héctor grande, ¿Qué esperas?

— ¿Nuevamente con ese tema? ¿Vas a cansarte en algún momento?

— ¡No me hables de esa manera, Zigor!

— ¿Y por qué no lo haría? ¡Por Dios, pides respeto, viejo infeliz!

— ¡Zigor! —el viejo llegó dando zancadas hasta el rubio pero éste fue más rápido y se puso de pie pasándolo por dos cabezas por lo menos o más, el viejo apretó los labios furioso por la falta de respeto de su nieto.

—No soy Enzo, no voy a caer en tus juegos mentales y mucho menos voy a permitir que hagas de mí un maldito muñeco. ¿Qué diablos te pasa?

— ¡Te he criado, merezco un poco de respeto!

—El respeto lo perdiste cuando yo era un mocoso —siseó el rubio enfurecido—. Estoy aquí, frente a todos te digo abuelo, te guardo un respeto único que una rata como tú no merece. ¿Qué más quieres?

— Estás una obligación de dar un nieto y pasaste la edad máxima, tres años desde entonces. —Masculló en anciano—. ¿A caso no eres lo suficiente hombre?

—Estoy esperando pacientemente que todo aquel mal que hayas hechos se te regrese, desde un buen lugar observaré el panorama.

— ¿Crees que llegará? —Uriel sonrió y Zigor quiso borrarle esa maldita sonrisa de la cara.

— ¿Tú crees que no? Por cierto, menos de un mes queda para que cumplas treinta y cinco —susurró sonriendo fríamente—. ¿Sabes qué significa eso?

—Has esperado pacientemente esto, maldito perro infeliz ¿no? Los cuervos sacan los ojos, siempre lo supe.

—Ni bien tome le poder voy hacer de tu vida un infierno como la hiciste conmigo —escupió poniéndose de pie—. Hey, pero deberías estar orgulloso; ¿no me enseñaste a vengarme de mis enemigos?

Le sonrió y salió de ahí escuchando su nombre ser gritado, la gente que andaba cerca miraba en su dirección pero él era el mismo diablo mientras salía de la habitación de su asesino, del demonio que aún lo visitaba en pesadillas.

Estaba contando los días, desde que Uriel cumplió los treinta y cuatro años lo hizo, su padre no tomaba el poder por ser hijo, tenía que ser el nieto, en este caso el mayor: Zigor Brais, o mejor conocido como el castigo. Porque eso sería para su abuelo, su castigo personal y se arrepentiría de todo lo que hizo con él, con sus hermanos y con todo niño inocente que se cruzó por su delante. 

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