Donde el sol se esconde

By AmaliaReed

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A veces no sabemos cuáles son nuestros sueños, hasta que se aparecen frente a nosotros. Esto es lo que le ocu... More

Sinopsis
Prefacio
Capítulo 1. Colapso en Copenhague
Capítulo 2: Desde otro punto de vista
Capítulo 3. Confesiones en Malmö
Capítulo 4 - Déjalo atrás
Capítulo 6. Error de cálculo
Capítulo 7. Impulsos en Ámsterdam
Capítulo 8. Historia vacía
Capítulo 9. Tormenta en París
Capítulo 10. Correr hacia el mar
Capítulo 11. Encuentros en Siena
Capítulo 12. Otra vida
Capítulo 13. Despedida en Madrid
Capítulo 14. Empezar de cero
Epílogo

Capítulo 5. Reflexiones en Hamburgo

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By AmaliaReed

Quería matarlo.

Si hubiese tenido la libertad de cometer un asesinato sin ningún tipo de consecuencias legales ni morales, Iker ya no estaría en este mundo.

Pero mientras yo fantaseaba, él caminaba delante de mí, fotografiándolo todo con una enorme sonrisa en la cara.

Acomodé mi mochila en la espalda, y tomé aire para alcanzarlo, sudando como una condenada puerca bajo el sol de Hamburgo.

—¿Por qué teníamos que traer nuestras mochilas a cuestas? —pregunté, molesta.

—Porque no sabremos dónde estaremos cuando anochezca.

—Déjame decirte que para eso sirve la planificación que tanto odias,

Se rio e ignoró mis quejas, igual como lo había hecho las últimas 3 horas.

El día anterior, rentamos un vehículo y recorrimos la ciudad desde temprano. Conocimos a un grupo de amigos holandeses, con quienes quedamos en un bar cercano a nuestro hostal y bebimos hasta la madrugada.

Volvimos a eso de las 3 de la mañana donde no supe del mundo en cuanto puse la cabeza en la almohada.

Al menos hasta que me desperté de un sobresalto con los sonidos de golpes en la puerta que provenían del exterior. Iker llamaba usando mi nombre completo con voz de fastidio. Eran las 7 de la mañana, habíamos dormido con suerte unas 4 horas y él ya estaba duchado y vestido.

A penas me dio tiempo de preparar mis cosas y cambiarme de ropa, así que para no dejar mi cabello hecho un desastre, lo até en una coleta baja y sujeté mi flequillo con el pañuelo amarillo de mi madre a modo de diadema. Desayunamos en el hostal, y luego tomamos nuestras cosas, y después de preguntar dónde iríamos, mi compañero me irritó repitiendo «Donde nos lleve el viento»

—Mira esa linda cafetería —dije, tomándolo de la camiseta y apuntando a un local con unas mesas en el exterior, que me quedé viendo con ilusión—. ¿No se te antoja un jugo natural?

Iker me observó de pies a cabeza. Hizo unas muecas, decidiendo mentalmente si era una buena idea detenernos o eso nos retrasaría a donde sea que tuviese planeado ir.

—Ok...

Cambiamos el rumbo y esperamos en una esquina para cruzar hasta la cafetería. Fue ahí cuando un vehículo se detuvo y nos tocó la bocina con insistencia.

—¡Hey! —saludó alguien desde el interior.

A Iker le tomó medio segundo reconocerlos. A mí un poco más. Eran los mochileros de la noche anterior. Gritaron unas frases en inglés del que logré entender solo algunas cosas. Algo sobre una playa.

—¿Qué dicen? —pregunté.

—Van a un camping cerca del Río Elba. Un lugar que parece un balneario. Nos invitan a ir con ellos. ¿Te gustaría?

—Lo que sea por dejar de caminar un rato.

Me subí a la furgoneta, incluso antes que él, de pura emoción de darle un descanso a mis pies. La parte trasera del vehículo estaba desprovista de asientos y el grupo se acomodaba entre cuerpos, cojines y equipaje. Incluyendo al conductor y su copiloto, en total éramos 8 personas, 3 mujeres y 5 hombres.

Estreché manos a todos, que me devolvían el saludo con sendas sonrisas. Me ofrecieron galletas, botellas de agua y algo que olía sospechosamente a alcohol.

Iker se sentó a mi lado, dejando su mochila en su espalda como soporte, y pasó su brazo por encima de mis hombros, acercándome a él. Me sorprendió el gesto, pero él parecía relajado, como si estar tan pegado a su cuerpo en un caluroso vehículo lleno de desconocidos fuera lo más normal del mundo.

El viaje duró unos 30 minutos, en el que hablamos un rato y luego pasamos el tiempo en un improvisado karaoke con canciones que por suerte eran conocidas a nivel internacional.

Llegamos a la entrada del camping, un lugar de ensueño, donde la arena y el bosque de enormes árboles se mezclaban en un ambiente natural de lo más paradisiaco.

Bajamos todas nuestras pertenencias y dejamos la furgoneta estacionada fuera del recinto. Por lo que entendí, los precios eran más elevados para las autocaravanas u otros vehículos, por lo que decidimos entrar a pie.

Mientras nuestros nuevos acompañantes preguntaban los precios de entrada y alojamiento, una duda importante llegó de golpe.

—Iker, ¿cómo vamos a dormir aquí? —pregunté, acercándome a su lado.

—¿No es obvio? En tiendas. —Apuntó hacia la playa.

—No, idiota. Me refiero a que yo no tengo carpa. Quizás debería ver algún alojamiento —analicé, acercándome a la lista de precios que estaba en alemán e inglés—. Tienen cabañas disponibles.

—Pero yo sí tengo —dijo, girando su torso para mostrarme su mochila, donde en la parte baja colgaba una carpa atada a las correas.

—¿Y eso qué significa? ¿Pretendes que duerma contigo? —bromeé.

—Así como lo veo yo, puedes dormir con cualquiera de nosotros.

Sus ojos mostraron una chispa de diversión, mirando a los dos chicos que nos observaban y murmuraban en voz baja. Eran dos de nuestros acompañantes, que nos saludaron con sonrisas amplias.

—Pues así como lo veo yo, estarás muy ocupado con la pelirroja para tener un espacio en tu carpa —rebatí.

Iker me observó un momento, antes de seguir mi mirada, y ver como la pelirroja que no dejaba de acomodar sus pechos todo el tiempo, se lo comía con los ojos.

—No nos preocupemos por eso ahora, Sam. Que sea un problema del futuro.

Petra y Gerard, quienes estaban hablando con el recepcionista, se acercaron al grupo y dieron algunas instrucciones. Yo miraba de uno a otro y luego a Iker, quien les respondía e intervenía por ambos. Hablaban demasiado rápido como para usar mi teléfono y seguir la conversación. Después de algo que pareció un debate, Iker sacó unos billetes y se los entregó a la pareja, que volvió a la caseta a pagar.

Nos pusimos en marcha siguiendo al guía que nos llevaba hacia nuestro lugar designado.

—¿Qué pasó? —quise saber.

—Estaban preguntándose si debían reservar 3 o 4 espacios. Te cobran por cada tienda que se instala.

—¿Y qué decidieron?

—Que serían 4 tiendas —respondió, con una sonrisa.

Nos pasamos parte de la mañana organizando nuestros espacios y armando las carpas. Los chicos se acostumbraron a mi falta de habilidad comunicativa y empezaron a darme instrucciones en palabras sencillas y monosílabos que se hacían más fácil de entender. El uso de gestos y adivinanzas me ayudó a tener más confianza y no sentirme tan dependiente de Iker para comunicarme con los demás.

Entre todos cocinamos junto a un fuego improvisado y almorzamos sentados en la arena. Durante la tarde nos cambiamos a bañadores y nos mojamos en el río mientras el sol aún brillaba en el cielo.

No hicieron falta palabras, ni gestos, ni teléfonos. Con disfrutar y reír, tuve lo necesario para pasar un buen rato.

—Pareces adaptarte bien —Iker llegó a mi lado luego de salir del río, sacudiendo su cabello llenándome de gotas de agua.

No quise mirarlo más de la cuenta, pero era imposible no hacerlo.

Solo vestido con su bañador, dejaba a la vista su torso desnudo, delgado pero con lo justo y necesario marcado en todo su cuerpo. Tenía la piel ligeramente bronceada, y muchos lunares que lo decoraban, aumentando su atractivo.

Se dejó caer a mi lado junto a una toalla, con la espalda hacia el sol. Apoyó su cabeza en los brazos cruzados y cerró los ojos.

—¿Ya te cansaste? —me burlé, al ver como su cuerpo subía y bajaba tratando de recuperar el aliento—. Eso sí que es raro de ver.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó, sin abrir los ojos.

—Dibujaba. O al menos eso intentaba, los paisajes no son mi fuerte.

—Déjame ver. —Inspeccionó el diario de mi madre, sin tocarlo para no mojarlo. Lo observó durante unos momentos y luego me miró a los ojos—. Está muy bueno, no dejes de hacerlo.

Su cumplido me llenó de orgullo y algo cálido se alojó en mi pecho. Nunca le había mostrado mis dibujos a nadie que no fuera de mi familia y solo con atreverme a intentarlo, era un gran paso para mí.

Salí de la carpa de Iker, luego de cambiarme de ropa y ponerme algo más abrigado para la fría noche que empezaba a caer. El cielo despejado y lleno de estrellas, no evitaba que la brisa intensa que corría, bajara la sensación térmica unos cuantos grados.

—¡Hey, Sam! —gritó Ruud, uno de los chicos del grupo. Estaban todos junto a una fogata que habían encendido, compartiendo con otros desconocidos del camping.

Ruud me invitó a sentarme con él, haciéndose a un lado para dejarme espacio. Junto a él se encontraba Robin, la pelirroja tetona que se le pegaba a Iker, enganchándolo de un brazo.

You look beautiful! —dijo Petra, cuando me senté entre ella y Ruud. Me tocó el cabello con una sonrisa amistosa.

Me sorprendió entender lo que me decían, y más poder comprenderlo en mi mente y saber que me estaban haciendo un halago.

—Gra... digo... Thank you —murmuré, cohibida.

Tomé un mechón de mi cabello y lo enredé entre mis dedos. Iker me observaba desde su sitio, con una sonrisa traviesa en su rostro. Se llevó una lata de cerveza a los labios y dejó de mirarme, para concentrarse en la pelirroja.

Después de unas horas de intentar hablar con los chicos, hice a un lado mi vergüenza y asumí mi falta de habilidades, así que saqué mi móvil y empecé a hablar con los demás de la forma que estaba acostumbrada. Esto causó gracia en algunos, pero después de reírse y sorprenderse de mi sistema, se acostumbraron lo suficiente y me permitió conocerlos un poco más.

Petra y Gerard eran novios desde hace 5 años, Ruud, el chico que estaba junto a mí, era el hermano de Gerard. Robin, era la mejor amiga de Petra y juntos planearon este viaje durante sus vacaciones, con Joost y Eric, compañeros de universidad de Petra.

Mientras la noche avanzaba, las cosas con Ruud empezaron a ponerse más íntimas. Su mano descansaba en mi cintura, y su rostro a mi hombro cada vez que intervenía para interrumpir a su hermano con alguna tontería que los hacía reír.

Iker y Robin desaparecieron sin que me diera cuenta, y aunque intenté no prestar atención, era inevitable no mirar sobre mi hombro o por la playa para buscarlo. Lo más probable es que estuviera en alguna de las tiendas tirándose a esa chica.

Minutos después, me dejé arrastrar por Ruud, que me llevó hasta la orilla del río para buscar más intimidad. Nos comunicamos con frases pequeñas, mientras nos enseñábamos palabras en holandés y español mutuamente.

Ruud era bastante guapo; cabello rubio, ojos azul claro y mandíbula ancha. Sus labios eran gruesos y suaves, pero cuando los acercó, el nerviosismo invadió mi cuerpo y moví mi rostro justo antes que pudiera alcanzar mi boca.

—Lo siento —murmuré—. I'm sorry...

Él negó con la cabeza quitándole importancia. Podría haberle explicado mi situación, excusarme y no dejar las cosas como estaban. Pero nada de eso fue necesario. No era más que una aventura y no se necesitaban palabras para comprender eso.

Al rato, Ruud dijo algo que no entendí, pero me sonrió con amabilidad y se despidió, antes de caminar de regreso a las tiendas. Lo dejé marchar y me quedé un rato largo oyendo el sonido del río, hasta que unos pasos en la arena llamaron mi atención.

—Te estaba buscando —dijo Iker, sentándose a mi lado—. Creí que estarías... ya sabes.

—No soy de ese tipo —respondí, ofendida—. Estuve a punto de casarme. ¿Lo olvidaste?

—Claro que no lo olvidé.

Se quedó en silencio, mirando hacia el cielo estrellado. Suspiró, de esa manera que tenía siempre de sentir las cosas cuando las observaba en detalle.

Intenté comprenderlo, y traté de descifrar si en el cielo lograba ver algo más que puntos luminosos en la noche. Por un momento lo hice. Vi el pasado, la eternidad, la inmensidad de lo que es todo y nada a la vez.

—Te queda bien —interrumpió la voz de Iker a mis descontrolados pensamientos. Jaló un mechón de mi cabello, enredándolo en su dedo.

—Ufff, en este lugar no se puede usar la plancha. Tuve que dejarlo así contra mi voluntad.

—Te ves bien —murmuró. Su mano se deslizó suavemente, acomodando el mechón detrás de mi oreja—. Te ves muy bien.

Otra ola de nerviosismo arremetió en mi pecho. Me removí un poco y cambié el tema con rapidez.

—¿Y tú? Te perdiste varias horas con Robin —bromeé.

Iker se acomodó en la arena, cruzando los brazos tras su cabeza.

—Es una chica interesante, y bastante divertida.

—¿Y? —insistí, para que me contara más de lo que había pasado—. ¿Dónde estaban? Eres todo un pillo...

Le di un codazo, que lo hizo reír. Pero no fue una sonrisa sincera, más bien fue algo tensa y forzada.

—Nada de eso. No pasó nada.

—¿Por qué no? Parecía muy interesada —insistí, divertida.

—Porque si seguimos viajando con ellos, es mejor que las cosas se mantengan así. No me gusta complicar las cosas.

—¿Y un beso puede hacerlo?

Me miró, con un gesto arrogante.

—Un beso siempre lo complica todo.

Me reí, un poco nerviosa por la intensidad de sus palabras. Pero en el fondo tenía razón. Lo que no esperaba es que esa declaración nos afectaría ambos, y antes de terminar este viaje, un beso, lo complicaría todo. 

____________________

No tengo idea como lo haré para terminar esta historia en tan pocas palabras, cuando las cosas recién empiezan a moverse un poquito. 

Pero tengo plena confianza que lo lograré, manteniendo la tensión de estos pillos durante el resto de la historia. Perdón, es que me gusta el slow burn.

¡Deséenme suerte para la próxima ronda!! 🤗

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