La Leyenda Áurea

By Kia020

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Esa noche, Xylia nunca olvidaría esa noche, en la que los habitantes del bosque salieron a celebrar sus ritua... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capitulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 20
Capítulo 25
Capítulo 21
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 22
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 49 (Anuncio)
Capítulo 50 (Nuevo Anuncio)
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61 (Especial)
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68

Capítulo 48

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By Kia020

Azael 

Una semana había pasado desde aquel indeseado incidente. Una semana cargada de crispación social, más cuando esa misma semana era semana de recogida de impuestos en todo el basto reino. Las grandes ciudades de este reino, se encargaban de recoger los impuesto de las pequeñas aldeas situadas en los lugares más recónditos del territorio. Es así como cinco grandes ciudades, entre ellas la ciudadela, mi querida capital y antiguamente nombrada Owyn, también estaban Xandath, Kistyon, Mana'o y Uxigar. Todas ellas estaban lideradas por un Lord o una Lady, que se encargaban de transmitir mis ordenanzas. A parte de las ciudades, habían muchos territorios sin edificaciones que también contaban con Lores, los cuales no tenían ningún cargo político ni judicial pero formaban simplemente de la nobleza, de las grandes familias del Subsuelo. 

Es así como estos cinco lores trajeron consigo el recaudo de los impuestos, todos y cada uno del oro y de la plata requerido. No éramos muy estrictos con el pago ya que si no podías pagarlo, debías se ofrecerte para trabajos públicos como viene siendo trabajar en los campos, limpiar las calles de las ciudades o formar parte de los equipos constructivos de los nuevos edificios. O incluso, trabajar en las minas. Eran trabajos pesado y duros pero eran el mejor reemplazo a aquellos que no conseguían solventar sus problemas económicos.

Se sabe muy bien en todo el reino, que desde mi era como monarca, no ha habido tanta pobreza ni bancarrota pero si que es cierto que todo ha sido fruto de una mano dura  sin escrúpulos. Lo cierto es que aún así, las cuentas están bien y que la población vive en marcos que poco a poco se están mejorando. Las industrias han evolucionado mucho y lo mejor está por llegar.

Pero son días tensos en los que la gente se revoluciona y se manifiesta en contra de los impuestos, a pesar que es lo mejor que podría haberles ofrecido y no como el que se hacía llamar mi padre. Ese hombre era cruel y mataba a los que no pagaban o a los que criticaban las gestiones. Sin embargo, yo cambié leyes y las mejoré para que entre nuestro territorio no hubiesen hostilidades.

Aún así las cosas no iban como debían de ir. El incremento de ataques a la frontera, la amenaza de la Bruja Roja y los "infiltrados" estaban saturando al reino. Todos los líderes de batallón se les había sido asignado una misión, todos y cada uno de ellos habían aceptado sin pensarlo porque ellos protegían el reino. Mientras que yo, tuve que quedarme y solventar cada uno de los problemas económicos y los constantes dolores de cabeza.

En toda la semana prescindí de ver a Xylia. No quise preocuparla ni contarle la situación de mierda que estábamos viviendo porque esa maldita bruja quería volver al Subsuelo pero no lograría conquistarnos porque con sudor, sangre y lágrimas defenderíamos nuestra patria y nuestro honor. Y aunque, no quería meter a Xylia en esto, a pesar de que ella el principal objetivo de la Bruja Roja, además de ser la persona más importante de la batalla, no quería contarle nada, no quería decirla la verdad. Era un peso que no debía cargar ella sola, así que  lo mejor era que lo cargara yo solo.

«¿Cómo me había vuelto tan blando?»

Ella era mi punto débil y eso lo sabía la Bruja Roja, no por la profecía sino por lo que los dioses decidieron hacer con nuestras vidas, entrelazándolas para complicar nuestra existencia, sufrir e intentar vivir para contarlo.

Hace quinientos años atrás...

Fui engañado por sus encantos, dejé caer la férrea barrera que siempre estaba situada entre mis sentimientos y la realidad. Quedé como un rey no digno de gobernar, casi dejé que se convirtiera en mi mujer, incluso pensé que ella era mi destinada. Sus ojos brillaban cuando me miraba, su sonrisa era preciosa y su cuerpo radiante pero debajo de esa falsa apariencia se encontraba la Bruja Roja, quién casi ganó la batalla por la corona de no ser que Keegan y Draven me hicieran despertar de ese encantamiento a base de golpes infundidos por las sombras. Incluso mi poder fue debilitado por palabrería, conseguido adentrarse en mi corazón hasta que me destruyó quedando como un inepto. 

«Te quiero, Azael»

Todas sus promesas y sus bellas palabras dedicadas a un joven rey, que fueron más que elogios, lo convirtieron en su siervo. Y después de darme cuenta en lo que casi provoqué, me prometí a mi mismo que nunca más sucumbiría a los reclamos de mi corazón. Me odié por haberme creído sus palabras pero todo cambiaría.Es por eso que desde ese mismo día hasta la eternidad, no dejaría llevarme por el destinatado. Ninguna mujer se convertiría en mi pareja pero si que disfrutaría del placer sexual. 

La Bruja Roja me dejó malherido a nivel interno, no confiaba en nadie más que no fueran los miembro de mi Corte, los cuales lucharon con puños y dientes, al igual que yo, para echar a la antigua Corte, llena de estúpidos señores que tan solo estaban ahí por puro placer y poder. Pero eso se acabó, porque con mi Corte y con el nuevo renacer de mi ser, el rey del Subsuelo no se amedrentaría ante nada ni ante nadie porque sería el monarca más frío, sin corazón y sin escrúpulos que el Subsuelo haya tenido desde su creación.

Hace dieciocho años...

—No es posible —murmuré observando a la Oráculo mientras sostenía unos antiguos papiros dorados.

—Los dioses te temen y temen lo que puedas hacer con tu poder, al igual que a la Bruja Roja, porque bien sabes que una guerra llegará, Monarca del Subsuelo. Por eso, una niña ha nacido teniendo en su sangre, la sangre de la Estirpe Real y el Don de la Luz, su nombre es Xylia Sylvam y ella deberá decantarse ante la protección del mundo o su destrucción.

—¿Y esto qué tiene que ver conmigo? Si tanto miedo me tienen los dioses, que vengan aquí abajo y se enfrenten contra mi, en vez de entregar su poder a un estúpida humana. 

Los dioses son idiotas y los humanos, débiles. Nadie podría ganarme, ni incluso esa pobre humana con el poder de los dioses.

La Oráculo se quedó callada y tan solo decidió dar unos cuantos pasos hacia mí, bueno ella no caminaba sino que daba pasos en el aire porque era etérea, su esencia podría desvanecerse en cualquier momento. Pero su alma siempre debería adueñarse de otro cuerpo porque su sabiduría nunca debía desaparecer.

—Su destino ya está escrito y tu formas parte de él, los dioses te han entrelazado con ella y vuestras almas deberán de ser complementadas. 

—Y una mierda —espeté yo con ira. —Si esa humana es mi destinada, la mataré.

No podrás hacerlo porque ella formará parte de la guerra, enviada para salvar el mundo del poder de la Bruja Roja ya que sus sellos empiezan a debilitarse y solo a tu lado, podréis ganar la guerra y vencerla. 

—Puedo ganar esta guerra solo, porque los feéricos oscuros fuimos quienes las echamos del Subsuelo y si mis antepasados lo lograron, yo también.

—Recuerda que ellas vivieron anteriormente en Askania y fueron desterradas por la Diosa Madre.

Bufé indignado. 

—La Leyenda Áurea ha nacido y aunque no quieras aceptarlo, tu formas parte de ella.

—¿Alguien más, a parte de mí, sabe sobre la profecía?

La Oráculo asintió levemente.

—Dos papiros han sido enviados, uno a mí y el otro a la Bruja Roja.

—¿Porqué? —pregunté indignado. —Ellos saben que la Bruja Roja puede matarlos si captura a la humana y que si ella gana, el mundo se convertiría en una destrucción completa.

—No soy yo quién decide el mundo, ni los dioses tampoco pero esa niña, cuando cumpla los dieciocho y haga el ritual de la Danza de la Luz, reclamará su poder.

—¿A qué te refieres, Oráculo?

—A que si la reclamas antes de que haga el ritual, y no dejas que la capture la Bruja Roja, ella no habrá despertado su poder y tu podrás hacer que esté en tu bando.

Entendí lo que la Oráculo quería decirme pero habían muchas preguntas y todo esto era demasiado incierto.

—¿Los dioses están de acuerdo con esto? —la Oráculo me miró enigmática y entonces, caí en mis absurdas palabras. — Pero qué estoy diciendo, a la mierda los dioses, si ellos quieren comprometerme yo también. Esa humana cuando cumpla los dieciocho será reclamada por la Corona Negra y deberá servirme.

Observé a la Oráculo. La reunión había finalizado, no necesitaba saber nada más. Tenía la intención de irme pero sus palabras me frenaron.

—Recuerda bien mis palabras, ella será más importante de lo que crees.

La miré despreocupado. Me importaba una mierda esa humana y sobre todo, que los dioses me la hubiesen destinado, porque ya me prometí hacía muchos años atrás que nunca más me dejaría encandilar por una mujer.

Debía de contarle la verdad a Xylia, no tan solo por quién era sino para prepararla para lo que se avecinaba. Una guerra vendría y si las palabras de la Oráculo eran ciertas, ella era la única que podría pararlo. Sonreí débilmente al recordar mis palabras de odio hacia Xylia, sabiendo que ahora se había convertido en la persona que más quería proteger. Supe que ella era mi destinada cuando entró en la sala del trono con las tres cabezas de Jabag, malherida pero con una mirada desafiante y determinada. Ella era valiente, inteligente y hábil. Una humana que había conseguido robarme el corazón y que nada me interpondría en dar mi vida por ella. 

Cuando la Oráculo me hizo saber la profecía, tan solo conté la parte de la humana prodigiosa y la guerra, no la de que se trataba de mi destinada. No se lo conté ni a mi círculo más intimo,  Keegan, Draven y Malentha. Por dieciocho años guardé ese secreto y desde que supe sobre Xylia Sylvam, la observé a través de mis sombras. La vi crecer y convertirse en una mujercita poderosa. Pero no acepté mis verdaderos sentimientos hasta que no la traje al Subsuelo, simplemente la repudiaba por ser humana. Y ahora, la protegería con mi poder hasta que este se extinguiera.

Sentado en la silla de mi escritorio, recordé todos aquellos momentos hasta que alguien llamó a la puerta.

—Adelante.

Entonces, dejé pasar a la persona que reclamaba mi presencia tratándose de Cyno.

—Señor, me han llegado los informes sobre el incidente. 

Con una leve señal, di paso a qué prosiguiera.

—Los informes redactan que la noche anterior cuando preparaban el reparto, dos machos nuevos se encargaron de organizar el que iba directo a palacio. Y tras haberlos interrogado, descubrieron que se trataban de simples peones en la red de los infiltrados.

—¿Se sabe algo más? 

—Si, recibieron órdenes de una mujer que supuestamente está infiltrada en el palacio. 

Alcé la mirada, abriendo los ojos con impacto. Alguien dentro de este palacio, ha traicionado a la Corona y al Subsuelo.

—Con que se trata de una traidora -escupí con una sonrisa maliciosa, llena de sarcasmo. 

—¿Hacemos interrogar a todas las mujeres que habitan en el palacio?

—No —negué rotundamente. —La traidora sabrá a la perfección que está acorralada y que la única opción que le queda es escapar, así que vamos a incrementar el número de guardias reales en todas las entradas del castillo y de la muralla, dentro del palacio también deben aumentar el numero de soldados. —miré a Cyno lleno de rabia—. Esa hembra no debe escapar. 

—Comprendido, Señor.

—Pues ya sabes lo que debes hacer.

Con mis palabras, finalmente el capitán de la guardia acabó marchándose con nuevas órdenes. Y yo, decidido a no dejarme llevar por la cólera de haber sido traicionado, les ordené a mis sombras que me dejaran ver a Xylia y para mi sorpresa, se encontraba en uno de los patios internos del castillo. Y al estar todo ya nevado, ella iba completamente abrigada para el frío pero aún así, se veía radiante mientras jugaba con el voltea en su forma salvaje y grande, quién corría alrededor de Xylia. El invierno había llegado y el solsticio de invierno estaba muy cerca pero este año, las celebraciones quedarían suspendidas. No era época de bailes ni de ceremonias aunque muy probablemente prepararía algo privado para Xylia, solo para que viera alguna de nuestras tradiciones. 

Aún así, me quedaban algunos días para pensar en algo con el que sorprenderla ya que por ahora debía de mantenerme centrado en mis dominios y mantenerlo protegido. Dejé que esa visión se borrase y se desvaneciera, ya que quería hablar con Keegan a través de ellas.

Informame sobre la situación de la red de infiltrados.

En un principio, Keegan mandó un equipo a investigar pero después de todo lo ocurrido, le mandé yo mismo a que se encargara de averiguar y exterminarla de una vez por todas aunque eso significase cabrear a los lores del reino. Necesitábamos mantener cero conexión con el Páramo, ya que bien sabía que esas brujas se lucraban de él más de lo que me podría imaginar.

Finalmente tras unos minutos, Keegan contestó.

Acabamos de interceptar uno de los carros que los infiltrados usaban para esclavizar y vender humanos, entre ellos habían dos infiltrados.

¿Bien, en qué parte de la ciudad estáis?

—En la zona oeste, cerca de la mansión Fedin.

—¿Es uno de ellos?

—Aún no lo sabemos pero lo que si sé, es que un hijo de puta violador, y no es porque ahora que está Xylia con nosotros me den pena los humanos sino es que desde afuera de la mansión se escuchan los chillidos de las pobres niñas y niños seguido de los insultos del Lord.

—Keegan consigue alguna prueba que demuestre que ese lord ha incumplido con las reglas del reino, porque ni niñas ni niños ni ancianos deben esclavizarse y ese maldito pederasta está consiguiendo cabar sobre su propia tumba. Si podemos enviarlo a la horca, podremos matarlo y antes de eso interrogarlo.

—Está bien, te iré informando.

Suspiré sabiendo que el reino estaba en un caos y más cuando estaban empezando a perder el respeto hacia mí figura creyéndose de que no me enteraría de sus actos. Una cosa sabía, y es que si Keegan se proponía algo, no paraba hasta conseguirlo. Y si se trataban de injusticias aún más.

Esperaba los informes de los demás líderes, bueno de Ilyra no, ella había recibido la orden de quedarse en palacio, no por su embarazo, cosa que Draven si me pidió, pero era mejor que la mejor curandera de reino aguardase en el palacio para cuando se la necesitase. Los demás si que partieron, aunque Malentha como mano derecha fue enviada a Xandath, la ciudad más cercana a la frontera vertical que se mantenía entre el Subsuelo y el Páramo, a partir de las Skollage. Era la más expuesta a la guerra y la cual se convertiría en nuestro próximo hogar en un futuro próximo. No había tiempo para reprimirse o sentirse triste por saber que al final la guerra nos llamaría y que si, al final, mi esencia, la Muertes, nos reclamaba al fin, deberíamos acudir a ella.

Sabía que saldríamos victoriosos, habíamos librados miles de batallas contra las hordas de asyhe, o contra los escrupulosos monstruosos enviados por la Bruja Roja, pero nada podría compararse con lo que se avecinaba. Miré al cielo, ya no oscuro, sino grisáceo casi blanco, la única época en la que el cielo del Subsuelo no se veía oscuro, debido al duro invierno y a la luz de las Tres Lunas a través de la nieve. Esa luz nutría nuestros cuerpos, enviados por las Tres Lunas. Suspiré, no podiendo parar de pensar en las nuevas estrategias y planes que rondaban mi mente. Nos estábamos preparando una guerra, en la que la principal baza era Xylia. Me odiaba tanto por esto, por saber que ella era importante en esta guerra. Daría lo que fuera por ocupar su lugar y hacerle saber a esa maldita bruja que nunca podría ponerle un dedo encima a mi mujer, porque si lo hacía le cortaría la mano con la que la tocase.

Sin embargo, había que protegerla y por eso varios guardias estaban escoltándola día y noche cuando yo no podía observarla o estar con ella. Porque lo cierto era que no sólo había un infiltrado sino que debían de haber más. Iban en mi contra, me habían traicionado y mi única respuesta había sido mantener esa tradicional y letal calma que me caracterizaba en estas mismas situaciones. Me sentía traicionado, si, pero llegaría un momento en el que los tendría de rodillas delante de mí suplicando por sus tristes vidas y lo único que recibirían de mi sería la muerte.

A todo el mundo, se le olvidaba con quién estaban tratando, con el mismísimo Rey del Subsuelo, el señor más poderoso de la eternidad y que aunque reservaba mi poder para ocasiones críticas, no me importaría gastarlo para hacerles saber a los que pensaban en traicionarme y a la Bruja Roja, que estaba preparado para hacerlos sucumbir ante la Oscuridad.

Me levanté de la cómoda silla en la que tantas horas había pasado sentado y me acerqué al gran ventanal. Observé la ciudadela, la antigua Owyn, iba a proteger mi reino a toda costa y a sus gentes, con dientes y sangre. Ellos me debían su lealtad y yo a ellos, protección.

Estaba decidido, Xylia sería informada de su gran papel en esta historia divina después del Solsticio de Invierno. Dejaría que disfrutara de la tranquilidad y de su estabilidad emocional unos cuantos días más, después, ya me encargaría de darle la peor noticia que nunca antes le hayan dado. Me odiaría y me repudiaría, si, y aceptaría las consecuencias. A cambio yo la protegería durante todo el tiempo que pudiese y si ella me lo permitiese intentaríamos conseguir despertar su poder. Eso sería caótico y el mundo temblaría cuando eso pasara, los dioses lo decidieron así y yo como un igual a ellos, haría lo que me placiera más. Así que si una de las formas era estar a su lado en las sombras, después de que no me quisiese ver probablemente, lo haría sin importarlo. Porque mi alma se quejaba por estar tan cerca y tan lejos de su otra mitad pero no podía forzar las cosas, Xylia era humana, una muy joven, y a pesar de todo ella no podía comprender lo que significaba un destinatado. Así que a mi pesar, estaría dolorido hasta que ella decidiese unir su alma con la mía y si no, lo estaría eternamente.




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