El baile de las mariposas

Von NMC2000

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"Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte" 💜 Mehr

Sinopsis 💜
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV

Capítulo I

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Von NMC2000

Cuando Astraea se escabulle al mercado, tiene la desagradable sensación de ser observada por algo que sus ojos no logran percibir. Camina despacio por las calles pavimentadas mientras se deleita con el ambiente. A su lado las tiendas improvisadas se alzan en diferentes puestos de comida, telas, especias y baratijas, el techo de seda cae suavemente a los lados al tiempo que los cubre el sol de mediodía. El murmullo de las conversaciones se desplaza por el lugar.

Es verano, de modo que el calor de la congregación hace que ella se ahogue un poco más bajo el disfraz de muchacho que lleva puesto. Apenas atisba el final de la calle, que conduce a la plaza del pueblo, apura el paso.

El presentimiento de ser vigilada crece y algo dentro de la chica le advierte que no baje la guardia.

Una vez que cruza la plaza de la ciudad, se calma. El lugar es espacioso y de una forma circular, rodeado de casas de ladrillos de dos niveles, chimeneas humeantes y una estatua de mármol en el centro. Se trata de un hombre, un rey. Malakai es su nombre y solo pensarlo hace que el vello del brazo de Astraea se erice.

—El carruaje está por allí, mi lady —escucha a un mozo decirle a su señora una vez que pasan a su lado.

Astraea echa andar con las piernas flojas. Al lado de un edificio, el cristal refleja mi rostro pálido y de súbito una sombra tenebrosa aparece reflejada y ella decide que su pequeña aventura llegó a su fin; pero lo olvida de inmediato al notar una gran multitud en donde se supone que debe estar la solitaria senda que tiene que atravesar.

—¿Qué ocurre? —pregunta a una elfina, cuyo arrugado rostro solo mostraba consternación.

—El ettin trajo a un humano de las minas —responde y enseguida aprieta manto que le cubre los hombros, aterrorizada.

Astraea se abre camino entre las personas que se reúnen alrededor. A medida que avanza, alcanza a oír chillidos escandalizados, voces temerosas y oraciones que no comprende, pero que destilan desconcierto. Finalmente, apenas llega al frente, ella descubre la razón de tal escándalo.

Ewogon es un reino occidental, de modo que sigue las antiquísimas leyes de la monarquía; el rey es la cabeza del país, su palabra es la ley y aquel que no obedezca tendrá un castigo peor que la muerte misma.

En el centro yace un humano crucificado, la sangre cae por la madera y empapa los pavimentos al pie de la cruz, jadea desconsolado mientras los clavos en las palmas de sus manos presionan su piel. Los cuervos vuelan alrededor, otros picotean la carne del hombre. Una especie de sombra cubre el lugar, el sol no llega hasta allí y es como si quisiera mostrar la crueldad del asunto.

Hay dos ettin a cada lado, gigantes de dos cabezas cubiertos de una piel grisácea y armaduras, de una de las manos les colgaba un gran mazo, el cual usaron para quebrar las rodillas del humano.

La chica se estremezco una vez sucede y solo logra volver en sí en el momento que alguien golpea su hombro.

—Vámonos de este lugar, mi lady —el mozo de antes toma del brazo a su señora y regresa sobre sus pasos.

Astraea toma la sugerencia para sí misma también. A su espalda otra ola de gemidos arremete y en esa ocasión camina más rápido. Los cuervos graznan y los nubarrones grises empieza a cubrir el cielo azul, un mal presagio si alguien le pregunta. Finas gotas de lluvia caen después de que se esconde en una de las carretas que se dirigen al valle, el conductor echa las riendas y los caballos avanzaba a ritmo de galope.

Ella mira una última vez el pueblo, en un parpadeo la tormenta se torna espesa y le impide definir los contornos de los edificios y las calles, no obstante, en un parpadeo aprecia una nube negra que desciende en picado hacia el lugar de la crucifixión y comprende que el humano por fin ha muerto y que los cuervos bajan a darse un festín con sus entrañas.

La hacienda Anteros se alza en una colina que Astraea no tarda en notar, al pie de la diminuta montaña hay campos de fresas frescas que sus hermanas y ella suelen recoger algunas veces, en el otro extremo comienza los límites de unas pequeñas casas de ladrillos, las cuales usan los esclavos humanos que trabajan en los campos y en la gran mansión.

Estaba prohibido dirigirse a ellos, pero luego de lo que fue testigo en la plaza una clase de inquietud despertó. Desde que tiene memoria los humanos son los esclavos de Ewogon, existen para servir a los elfos, ese es su único propósito. Ahora Astraea se pregunta cómo inició todo aquello. Cuando era pequeña la gobernanta les habló de una gran guerra y a partir de entonces los humanos les sirven. Nunca supo nada más de esa guerra, era una mujer y a las mujeres no se nos permite saber más de que lo es necesario. Como elfina de alta cuna tuvo la gracia de aprender a leer y escribir al igual que sus hermanas, más aquellas sin un apellido tienen que apañárselas.

Una vez que la carreta aminora el paso, Astraea salta de ella en el fango. Entra con sigilo dentro de la hacienda al tiempo que observa los alrededores para no ser descubierta y sube por unos escalones que conducen al patio. Ya en la cumbre, Astraea ve como el sol se filtra entre los nubarrones y sus rayos dorados bañan las fresas, las mariposas violetas se posan en las delicadas ramas.

Su madre es quien la descubre en su intento de llegar a salvo a su dormitorio.

—¿Dónde estabas? —dice y echa un vistazo a su atuendo—. ¡Otra vez vestida de hombre! ¡Qué barbaridad!

—Es irritante pasar todo el día tejiendo o tocando el piano. Quería divertirme un poco.

—¿Qué clase de diversión encontraras con plebeyos? —inquiere—. Solo mírate, si alguien te hubiera descubierto... —sacude la cabeza—. No quiero imaginar la clase de vergüenza y deshonor. ¡Piensa en lo que dirán de tu padre! Trabajó muy duro para ser notado por el rey y recibir su generosidad.

—¿Qué clase de generosidad es esa? —pregunta ella, dudosa. Hay rumores que corren por todo Ewogon, chismorreos molestos a los oídos de la familia real.

—Pues —su madre divaga durante un rato, pero no llega a responder porque alguien toca la puerta principal.

La criada humana corre abrir. Cecilia Anteros hace un gesto de desagrado, pues desde un tiempo no quiere tener mujeres esclavas en la casa. Ella se acomoda los mechones sueltos, le da una mirada de advertencia a su hija para que no la siga y marcha rumbo a la entrada. La puerta se abre con un chirrido y enseguida se cierra.

—Vuelve a la cocina—le ordena a la sirvienta con voz seca y luego regresa con su hija—. Un mensaje del rey.

La noticia, para su sorpresa, le resulta desagradable.

—¿Qué querrá?

—Tu padre nos contará en el momento que le sea oportuno, por ahora la dejaré en su estudio. Ve a cambiarte de ropa y dirígete al salón, tus hermanas esperan ahí.

Cecilia acaricia la mejilla de su hija y camina con porte elegante hasta que se pierde en un corredor.

La mansión es un gran edificio de dos niveles, de largos corredores, paredes blancas y tejas como techo; los muebles son antiguos, pero aún se mantienen atractivos; el piso es de manera y cruje mientras se camina; los ventanales ovales dan una perfecta vista a las montañas verdes, al valle y a los campos de uva que se alzan mucho más allá.

Astraea alcanza a escuchar las ollas borboteantes desde la cocina. Dobla en un recodo y haces de luces blancas entran por una ventana que está enfocada al fondo, al lado hay una puerta abierta y de ella el ruido de voces y risas aparece.

Ella entra y toma asiento en el mueble más cercano. Su madre se halla a un lado de Cordelia al tiempo que está última da unas delicadas puntadas a un telar. Julieta, la menor de las tres hermanas trata tocar el arpa.

—Su padre llegará un poco tarde el día de hoy —informa su madre y examina el rostro de cada una—. Visita a su viejo amigo, lord Abbott. Parece ser que tiene planes para una de ustedes.

Astraea mira nerviosa a Cordelia y luego a Julieta. Paul Anteros no tuvo hijos varones, solo hijas. Al ser Cordelia la primogénita debe de buscar marido primero y ambos progenitores se encuentran algo preocupados de que ningún pretendiente se presentara en la puerta al pedir su mano.

—Los hijos de lord Abbott son un buen prospecto —agrega—. Estoy segura de que pronto vendrán a la mansión. Cordelia, ese día debes estar impecable.

—Sí, madre.

—La hija de Lord Lacker es más joven que tú y yace postrada en una cama a punto de tener un vástago. Paul también tiene otro amigo que vive en el pueblo, creo que se llama Walker Stone. Su hijo inicio en el oficio de banquero. Es de tu edad, Astraea.

Ella chasquea la lengua solo de imaginarlo. Conoce Tom Stone. Él y su padre de vez en cuando visitan la hacienda, Astraea escuchaba sus conversaciones a escondidas y su única opinión acerca de Tom es que lo que tiene de guapo lo carecía de cerebro.

—¿Qué tal si no me agrada? —pregunta.

—Tendrán tiempo para agradarse.

No le emociona la idea de casarme. Sabía lo que le esperaba en el matrimonio, Astraea es testigo de ello gracias a la unión de sus padres. Apenas tiene dieciocho y algo muy en el fondo de la chica espera que un milagro suceda, no sabe que, sin embargo, al pensar en que su tiempo se acaba, se siente afligida. Sus opciones son escasas como elfina; acepto el destino que le proponga su padre o terminar deshonrada.

—¿Qué hay de mí? —inquiere Julieta.

Cecilia lo piensa.

—Todavía eres muy joven. Paul esperará un poco más.

Su padre volvió durante la cena. Le encarga su túnica a una criada y se acomoda en la cabecera de la mesa. Mientras Astraea se sirve la sopa nota su madre mira a su padre con gesto reprobatorio, no es la primera vez que se percata de esto y se pregunta qué ocurre. Cordelia a su lado también se da cuenta y enseguida baja la mirada a su plato.

La mesa se suma en el silencio, salvo por el ruido de los cubiertos. Cecilia se dirige a Paul y Astraea agudiza el oído. No se les permite hablar cuando un hombre está presente sin su autorización, pues significa que la mujer está en la misma posición que él. Él le da permiso con un gesto vago de las manos.

—Esta mañana vino un mensajero con una carta del rey.

Su padre se limpia la boca con una servilleta.

—Debe ser una invitación.

—¿Una invitación? —exclama Astraea y su madre entorna sus ojos furiosos en ella.

El patriarca tampoco ignora el insulto, pero no dice nada, solo se limita a reprochar a su esposa en silencio.

—Mientras permanecía en la mansión de los Abbott, Thomas me comentó que el rey Malakai dará un banquete en honor a su reinado. Invitó a varias familias de Ewogon. Es una ocasión muy especial.

—Entonces debemos sentirnos alagados al ser considerados para la ocasión.

—Busca ajuares nuevos para tus hijas. Sus fiestas suelen ser muy sofisticadas.

—Todo el mundo sabe el motivo detrás de esos banquetes —dice Astraea. El cuerpo le tiembla debido a la ira. Por el rabillo del ojo ve a Cordelia negar con la cabeza—. ¿Celebrar el reinado de Malakai o tal vez ofrecer una nueva amante al rey?

Su padre golpea duramente la mesa. Él observa a su hija con la cara roja, una vena sobresale de su frente y su bigote parece que perderá cada pelo. Sus hermanas se sobresaltan y su madre lleva la mano a su pecho, como si sufriera de un ataque.

—¡Qué insolente eres! —exclama y después le grita más fuerte a mi madre. —¿Así es como educas a tus hijas, Cecilia? ¿Acaso les enseñas a estar al mismo nivel que nosotros?

—Por supuesto que no, Paul —su la voz tiembla—. Siempre respeto las reglas.

Cordelia me suplica con la mirada a Astraea que guarde silencio y no empeore las cosas. Su madre agacha la cabeza, débil e indefensa. Su padre vuelve la vista a ella; el enojo persiste en su rostro, no obstante, vuelve a hablar con tranquilidad.

—Ve a tu dormitorio, Astraea. Esta noche dormirás sin cenar.

Ella se pongo de pie y tira a la mesa la servilleta de su regazo de mala gana. Después abandono el comedor al tiempo que su estómago gruñe.

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