Berli
Dos semanas evitando las llamadas de Alex, siempre a la misma hora. A pesar que prometió darme espacio nunca ha dejado de llamar a casa de mis padres.
Deja mensajes de voz cada día que no he tenido valor de escuchar. La graduación es mañana y no me veo iendo ahí en un sillón de ruedas.
Sí antes mi cuerpo ya era suficiente para llenarme de inseguridades por momentos; ahora mismo veía todos mis sueños en picada.
Las palabras del doctor de daño en la médula espinal y rehabilitación se repetían en mi cabeza como una mantra castigadora. Así como los dolores que implican las curas de las quemaduras, la escallola en una de mis piernas.
Mi rutina en casa de mis padres se basa en dormir, despertar, conectarme en las redes sociales como una acosadora en el perfil de Alex, ignorarlo, no pensar en él. No mirarme en el espejo. Ignorar los constantes intentos de Tara por animarme y las conversaciones que quiere entablar mi madre sobre el matrimonio con Alex.
Miles de preguntas silenciosas mueren en mi cabeza, todas basadas en sí no puedo volver a caminar. Si no siento jamás mis piernas como antes.
Entonces es como un puño que me aprieta el corazón y me impide respirar así como las pesadillas. Cierro la puerta para que nadie me escuche gritar. Y ni si quiera dejo entrar a mi madre cuando la despierto en las madrugadas con mis pesadillas.
Reconozco que estoy en un bucle pero no sé cómo salir y no sé si quiero salir, sí tan solo no hubiera salido esa noche. Quizas hasta el chófer de Alex estaría vivo.
- Cariño, Tara vino a verte- la voz de mi madre resuena desde la planta baja y siento los pasos en la escalera. Pero aún así no me muevo. Y me quedo mirando el sillón de ruedas a mi lado.
Lo odio tanto y las odio más a ellas. Miro a mis piernas y las golpeo en un ataque de ire mientras las lágrimas se precipitan.
- Berli, cariño abre- ambas golpean la madera.
- No quiero ver a nadie- grito en respuesta y se escucha silencio, casi me siento bien y a la vez vacía porque está ves no insistieran. Pero luego escucho la voz de Tara.
- Berlí, escuchame bien porque está vez no pienso moverme de tú puerta y ya tú decidirás si quieres hacerle eso a una mujer embarazada- hace una pausa y continúa- Llevas días encerrada en tú propio caparazón de miseria y Dios sabe que me ha costado mucho no sacarte de las orejas de esa burbuja de culpa contra ti y el mundo.- espeta enojada y por un momento me saca una sonrisa con lágrimas porque extrañaba ese lado gruñón de mi amiga.
- Solo te digo una cosa, la vida sigue y mientras tu estás aquí lamentándote y haciendo sufrir a los que de verdad le importas el Universo continúa girando. Mañana es el día que las dos hemos soñado desde que empezamos esa Universidad y me quito el nombre si no te llevo a rastras. Así que tienes cinco minutos para abrirme la puerta antes que le pida al vecino de al lado y a su brigada que derrumbe ese pedazo de madera y me devuelva a mi amiga.-
Ante mi silencio comienza a contar y se que es muy capaz de traer a quien sea y cumplir su promesa por lo que antes que llegue al cinco estoy girando la llave para tenerla frente a mí. Mi madre está justo detrás con los ojos aguados y mi amiga se agacha envolviendome en sus brazos.
- Te extrañe- susurra y está llorando como yo.
- Yo también loca- río y ella lo hace también- ¿En serio pensabas traer al vecino?
- Por supuesto, ya me conoces- me guiña un ojo y ambas nos adentramos en mi habitación mientras mi madre promete darnos espacio y traernos una merienda.
- ¿Cómo estás?- pregunta ya más sería con mis manos en las suyas, sentada en mi cama y yo frente a ella.
- Como crees adaptandome a mi nueva vida de discapacitada.- bajo la cabeza cerrando los ojos pero Tara me obliga a mirarla.
- Eres hermosa Berli y tienes personas que te aman por quien eres, no por tú portada. Esto aquí es más importante - señala hacia mi cabeza y mi corazón - Siempre te lo he dicho y siempre te lo diré. Y siempre me tendrás a mí, a tú familia y a Alex ..
- No quiero hablar de él- la interrumpo.
- Está bien como quieras- suspira rendida y cambiamos la conversación.
Tara me cuenta las nuevas novedades con relación al bebé, sus consultas y debatimos el posible sexo del mismo. Así como miramos fotos de apartamentos juntas y posibles casas. Después de mi accidente mis padres la ayudaron a salir de la mansión para un alquiler cerca de nuestra casa, lo cual explica sus idas y venidas constantes.
Mamá nos trae el almuerzo y vemos una peli juntas, casi se siente como antes, en paz yo y Tara contra el mundo como en los viejos tiempos.
Le termino prometiendo ir a la ceremonia de la graduación mañana aunque en la noche comienzo a arrepentirme cuando nuevamente tengo pesadillas.
Está vez están Ashley y los de la Universidad burlándose de mí.
"A parte de gorda, discapacitada"
"No puedes ser peor"
"Eres un asco"
Continúan con sus voces en mi cabeza.
"Asesina"
"Tú lo mataste"
Me acusan y viene a mi el recuerdo de la cara del chófer de Álex.
"No, déjenme"-
"Yo no lo hice"
- Nooooo- grito abriendo mis párpados y mi madre me tranquiliza.
- Todo está bien cariño, solo fue un mal sueño. Duerme- acaricia mi pelo y duerme a mi lado.
Me siento mal por ella y por papá. Pero se siente bien que estén aquí.
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Tara se aparece a la hora acordada en mi casa con vestidos para ambas y maquillaje así como zapatos. He de admitir que mi vestido es súper lindo. De esas telas que no puedes dejar de tocar ya que es seda. Pero a la vez siento que es un desperdicio en mi estado actual.
- No creo que deba ir Tara- susurra y ella frunce el ceño.
- Me lo prometiste, así que olvida decir que no. No quiero excusas.
Entre ella y mi madre se la arreglan para vestirme y hacerme un elegante peinado así como el maquillaje. Cuando terminan y me miro en el espejo una parte de mi se emociona porque me veo hermosa en realidad, la tela color champagne acaricia mi piel haciendo un perfecto contraste, así como el leve maquillaje y los rizos que enmarcan mi rostro. Lo malo es la silla de ruedas.
- Ya estamos listas - ríe Tara dando vueltas con un vestido azúl. Se ve preciosa con su barriguita y reluciente; y sé que cuando su hermanastro la vea se va a arrastrar de la lindo.
Bajamos por el ascensor de madera que tenemos en la casa, el cual mi padre mando a arreglar una vez salí del hospital y nos espera afuera de la casa una limosina blanca súper grande que me hace abrir los ojos.
- ¿Qué es esto?
- Una limosina- mi amiga responde lo obvio poniendo los ojos en blanco.
- Pero cómo- miro a mis padres buscando una respuesta pero ambos permanecen en silencio y es papá el que habla está vez.
.- Estás preciosa mi niña. Quiero que te diviertas en este día y dejes de pensar mucho. Se feliz Berli que es todo lo que nos importa a tú madre y a mí. No importa como seas, siempre se tú. Sé que no hemos sido los mejores, pero no dudes ni por un segundo que eres nuestra niña- me abraza con los ojos nublados y mamá nos abraza a los dos.
- Gracias papá, yo también los amo.
Tara se une también al abrazo de oso. Y todos reímos.
Más tarde estamos en marcha hacia la Universidad, ese lugar de tantos recuerdos. Tara y yo vamos en silencio, con las manos unidas en todo el viaje. Y una parte de mi quiere correr a casa cuando nos vamos acercando y tengo miedo que se haga realidad mi pesadilla.
- ¿Estás lista?- pregunta mi amiga cuando el auto se detiene frente a las puertas y no se qué responder por lo que ella me da un apretón de manos reconfortante.
- Estoy aqui- susurra dándome las fuerzas que necesito para asentir.
- Lo sé.
Entre ella y el chófer me bajan de la limosina ayudandome a acomodarme en el sillón de ruedas. Para comenzar a avanzar, con mariposas recientes en mi estómago, cuando nos adentramos en el pasillo con alfombra roja que va havia el teatro. No hay nadie por lo que nos sé si somos las primeras, y mis ojos se aplian cuando comienza una galería con mis fotos en cada pared, cuadros de todos los tamaños.
- Esto es...- comienzo a hablar con el corazón a mil viéndome en todos lados.
Las fotos de la revista, una tras otra. Incluso imágenes mías riendo despreocupadamente en la Universidad. Estando seria, incluso haciendo gestos con mi cara. No sé cuando se tomaron estas fotos, y no sé si sentirme molesta o fascinada.
Justo cuando llegamos a la entrada de dobles puertas, nos absorve la oscuridad y un reflector va directo hacia mí, al igual que numerosos aplausos de un Teatro lleno. No sé dónde mirar.
Hasta llegar a él, Alex Hamilton en medio de todo el auditorio que me sonríe.
Y sé en ese instante que extrañe esa sonrisa mucho más de lo que creía, cuando mis ojos se niegan a dejarla ir.