El novio VOG del alfa (Virgen...

By MilMoonAn

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Objetivo: Ser heterosexual Obstáculo: Un alfa de metro noventa. Suficiente tenía con ser catalogado como: Fr... More

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By MilMoonAn

Sé que puedo con esto, solo debía acercarme a la sala donde Franco y la niña. Iría y les diría: Tengo una enfermedad incurable y muy contagiosa por lo que necesito irme de acá. Por el bien de ustedes. Sí, ya sé que quieren que me quede, yo también me encariñé con su hogar falto de cariño y cuyo dueño me da miedo y ganas al mismo tiempo, pero es lo que debe ser.

Tan difícil no era. Bajé las escalera arrastrando mis maletas. No tenía mucho en ellas, ni siquiera había hecho el esfuerzo de desempacarlas en primer lugar. Iba a ser sutil, pero las ruedas chocaron contra la madera y el sonido fue tan fuerte que ambos pares de ojos voltearon a verme al mismo tiempo. Ojos dorados pasaron de mí a mi equipaje unos largos segundos hasta que Franco suspiró. Sabía que él sabía que esto pasaría algún día. No estaba hecho para lo que sea que él quisiera.

—Sube a tu cuarto —le ordenó a su hija y yo quise hacerme más pequeño cuando el tono duro de voz heló mi sangre.

Cielo asintió y sin reproches obedeció como siempre solía hacerlo. Sin embargo, cuando estuvo a mi lado su mirada llena de tristeza me partió el alma. Claro que quería quedarme por ella, era un trozo de cielo como su nombre decía. Pero si Valery abría la boca estaba seguro que me odiaría.

—¿Y bien? ¿Algo que decirme, Kwami? —preguntó Franco.

—No eres tú, soy yo.

Franco sabía bien como molestarme y ponerme nervioso al mismo tiempo. Porque con solo decir mi nombre yo estaba por gritarle, pero cuando se acercó a mí con pasos lentos y suaves yo solo supe retroceder mientras sentía que mi rostro hervía. Quería aplicarme el mismo juego que yo. Se suponía que solo a él le afectaban los roces. Yo debía ser fuerte.

Vamos Kwami tú puedes, velocidad, soy veloz.

Estaba recordanado todo una película infantil cuando finalmente Franco se detuvo frente mío. De cerca era mucho más intimidante, sus ojos dorados encapotados calaban el alma de cualquiera. La cicatriz que cubría toda la parte izquierda de su perfil lo hacía notar como alguien peligroso.

Ambos podíamos jugar el mismo juego. Sabía que a él lo desarmaba mi toque, la electricidad que nacía del roce le aterraba, creía yo y por eso extendí mi mano hasta ponerla en su pecho. Su corazón latía, fuerte, como el galope de un caballo. Observé mi palma con un tanto de envidia y quise acercarme un poco más.

El golpe fuerte de un objeto cayendo al suelo hizo que todo se fuera a la mierda. Franco se separó de golpe y corrió escaleras arriba. Pude ver por una fracción de segundo su piel bronceada hacerse pálida por el susto. No pasó mucho para que los guardias de la puerta entraran y siguieran a su líder. Todos se veían asustados y apurados ni siquiera se habían percatado de mi presencia. Valery fue la última en entrar. Ella me observó unos segundos y de su bolsillo sacó unas llaves y las dejó en la mesa de la cocina antes de seguir a sus compañeros.

No se podía confundir la orden. Quería que me fuera.

Tomé mi maleta y las llaves del auto. Presioné la alarma para saber el lugar en el que estaba y una vez lo escuché cerca empecé a caminar. Varios pueblerinos estaban rodeando la casa, asustados e intrigados por lo que ocurría. Nadie se percató en que salí por el jardín. Guardé mi valija en los asientos traseros y me senté en el asiento del piloto. El motor rugió cuando fue encendido y yo puse las dos manos en el volante. Tenía licencia de conducir.

Sin embargo, no podía hacerlo.

El sudor bañó mi frente y la respiración se me hizo corta. El aire no entraba en mis pulmones por tanto que golpeara el pecho. Mis ojos estaban bajo mucha presión, sentía que la cabeza iba a estallarme. De pronto escuché cada sonido de la casa, de los pasos que daban y de la gente que rodeaba el jardín. Escuchaba hasta un pitido agudo perforando mis sentidos. Mis manos apretaron el volante con fuerza, más de la necesaria hasta volver mi piel blanca.

Observé a mi alrededor, me necesitaba sereno.

—¿Dónde estoy? Solo menciona las cosas que te rodean —me ordené a mí mismo. Necesitaba mis sentidos tranquilos como antes—. Estoy en un auto plateado. Es una camioneta. Tiene una abolladura en la parte delantera. El volante es plateado y tiene gamuza en la parte posterior.

Giré mi cabeza hasta la pared de aquel garaje.

—Hay una bicicleta rosada pequeña. Luce como nueva. Hay dos masetas con plantas muertas. La pared es de madera y hay un cuadro de un auto en la pared. Mierda.

El auto era azul.

Cubrí mi rostro con ambas manos y pronto mis uñas recortadas rasguñaban en lo que podían mi cara. Sentía el ardor de la rasmilladura, pero la necesidad que tenían mis manos por lastimar, romper o quebrar algo hicieron que golpeara mi nuca contra el asiento. Una y otra vez hasta sentir un dolor instalarse en un costado de mi nuca.

No ahora. Me necesitaba cuerdo ahora, para irme. Obligué a mis manos a volver al volante y vi pequeños rastros de sangre en mis yemas.

Odiaba eso.

—¿Qué hay a tu alrededor? —volví a preguntarme— Frente a mí hay un camino de asfalto. A unos cuantos metros hay árboles. Son pinos ¿A qué huele el ambiente? A tierra húmeda y a mucha vegetación. El ambiente es pesado. Frente a mí, también hay una línea amarilla y unos botines pisan tal franja. Es Franco.

La puerta de auto se abrió de golpe y estaba tan aferrado al volante que no pudo sacarme de golpe. Entonces hizo que girara mi rostro hacia el suyo y levantó las manos para tocar las heridas en mi frente.

—Te odio tanto —dije.

Porque si no hubiera sido por él seguiría en mi casa, en mi trabajo y en mi rutina. Sin Franco no tendría que salir de un pueblo que ni conocía. Sin él nunca tendría que haber hecho estallar mi cabeza con ese miedo. No habría vuelto al pasado. Sin Franco seguiría siendo el hombre feliz y no ese manojo de nervios que quería destrozar todo a su paso y gritar tan fuerte como podía.

—Lo sé —Franco se acercó a mi rostro y luego me abrazó con fuerza, la presión no fue tanta como la que yo le hice, porque mis brazos en momentos como ese siempre sentían la necesidad de apretar lo que sea, romper e incluso herir. — Lo sé.

No pude hacer mucho para cuando me alzó. Me llevó hasta su habitación y se recostó junto a mí en su cama. Acomodó mi cabeza sobre su pecho y pude escuchar los latidos de su corazón. Eran pausados y tranquilos. Me perdí un rato entre el sonido combinado con su suave y casi imperceptible respiración.

El movimiento de mis pulmones se sincronizaron con el toque de su corazón y un suspiró advirtió que había terminado. No quise soltarlo, me aterraba volver a lo mismo una vez que perdiera el contacto con el sonido tranquilizador. Así que me quedé en esa posición durante un largo rato, viendo los árboles desde la ventana y cómo algunos pájaros volaban hacia sus nidos.

—Me estaba olvidando del gato.

La risa de Franco interrumpió todo. Nunca lo había escuchado reír. Eran como golpeteos que subían desde su pecho. No quiso perder el detalle así que me incorporé de inmediato apoyándose en aquellos fuertes hombros. Su pulcras mejillas se rompieron con arrugas por la sonrisa dejando ver hilera de blancos y perfectos dientes. Sus colmillos estaban más desarrollados que cualquier humano y el tamaño de sus ojos se redujo a la mitad por el empuje de sus mejillas.

Su manzana de adán subía y bajaba en cada risa y yo ladee la cabeza pensando en porqué ese hombre tan apuesto no sonreía así seguido.

Sus dos manos se cerraron en mi cintura y yo, asustado bajé la vista a ellos notando la misma anterior situación. El choque eléctrico lo despertaba en más de mi maneras. Sonreí y quise armarme de valor para aquello. Porque aquella parte de su cuerpo es la que más me llamaba la atención. Fui rápido, bajé y dejé un beso en su manzana de Adán.

El me observaba con los ojos abiertos y yo le seguí el gesto.

—Mira la hora, ya es tiempo de ir al baño —agregué intentanto alejarme.

Su agarre estaba hecho de acerco. No pude moverme ni un milímetro.

—Ya déjame ir, licenciado.

Volvió a soltar una risa suave y yo una vez más me quedé observándole.

—Lo lamento tanto —dijo él y yo entrecerré los ojos buscando la parte de la conversación que me había perdido—. En serio lamento que hayas tenido que dejar todo, pero solo no puedo dejarte ir.

Franco se sentó en el borde de la cama y yo todavía no podía separarme de él. De pronto ya estaba sentado en su regazo. La diferencia de altura volvió a ser notoria por lo que elevé la mirada para así hacer contacto visual. Él repitió mi anterior acto y bajó hasta dejar un beso en mi cuello, en el mismo lugar que yo. Sin embargo, el roce de él era un poco más húmedo. Sentí su lengua rozando mi piel y juro que di un salto por el susto.

Cuando se separó me observaba con una sonrisa.

Al parecer había desbloqueado una nueva emoción en él.

Fue denigrante que me alzara con una mano y salieramos de la habitación. Yo tenía las piernas sueltas, pero por el terror a caer aprisioné su cuello con mis brazos. Cuando entramos en la habitación de la niña y todos los demás centinelas voltearon a vernos solo pude ocultar mi verguenza en uno de sus hombros.

—¿Cómo esta? —escuché que Franco preguntaba. Yo no veía nada.

—Creo que cambiará esta noche, señor. Debe enseñarle antes de la luna nueva. —La única voz femenina era de Valery.

—Bien, lo mejor es llevarla al bosque.

—Señor, si gusta puede dejar al humano.

—No me molesta en absoluto —Franco se inclinó y en la mano libre que tenía cargó a Cielo y ella sonrió al verme saludándome con su pequeña manita. Yo respondí el gesto.

¿Alguna vez han visto en las películas de los ochenta a la mujer de barrio fino con su perrito Chihuahua en la bolsa?

Yo era el perrito.

Así me sentía. En todo el recorrido de la casa al bosque Franco no nos soltó, ni a su hija ni a mí. Pude escuchar los murmullos de la gente, pero no los vi, claro que escondí mi rostro. Estaba seguro que en ese lugar nadie me conocía, pero no importaba, seguía sintiéndome mal al ser cargado y con tal facilidad, como si fuera un accesorio. ¿Así se sentía Nero en la cabeza de Asta todo el tiempo? No creo a ella le agradaba, a mí, quizá. No me quejaba del hecho de la flojera que me daba caminar.

Cuando llegamos al bosque Cielo fue la única en saltar de los brazos de su padre y corretear entre los árboles. Yo me aferré mucho más a aquel cuerpo. Porque bajo nuestro había pasto demasiado alto que podría guardar animales peligrosos como serpientes o incluso peor. Bichos.

—Por mucho que me agrade tenerte de este modo necesitaré mis dos brazos —soltó Franco y otra vez su tono era serio lo que me hizo más sencillo alejarme.

Su rostro había vuelto a ser el mismo inexpresivo de siempre.

Se sentía suave el suelo bajo mis pies. Mayormente la única maleza que veía estaba bien recortada. En ese lugar la naturaleza se había dejado estar. Podía escuchar diferentes clases de bichos saltando por el lugar y juré que vi una serpiente deslizarse por ahí.

—Si piensas en otra cosa no da tanto miedo —susurró Cielo a mi lado.

Ella tenía la hierva hasta la cintura. Temblé ante la sensación y le tomé la mano por si algo se la llevaba dentro del pasto. Empecé a tararear.

—Yo quisiera —empecé a cantar, en cuanto sentí un roce en una de mis piernas— que supieras, cuanto extraño tu presencia aquí.

Franco me observó con una ceja levantada y yo le fruncí la nariz haciéndo un movimiento de cabeza, retándole a que me dijera algo. Soltó un bufido y siguió avanzando.

—Yo te atrapo, tu me atrapas para siempre.

Cielo me observaba desde abajo con sus ojos llenos de brillo. Los niños eran fáciles de entretener, en cierto punto. Nuestros pasos se hicieron más rápidos intentando alcanzar a Franco que ni siquiera volteaba a vernos. Yo  ya estaba buscando algo con que lanzarle a la cabeza, sin dejar de cantar claro.

—Sukarito —llamó Franco y yo abrí los ojos grandes antes de verle. Sabía el ánime, quizá se haya confundido de vocales, pero era algo. Quise sonreírle, pero no lo creí correcto así que fingí no escucharle observando el bosque—. ¿Quieres dejar de ser tan adorable y acercarte?

Podría haberme ofendido, pero no. Lo obedecí, porque a su lado el pasto no estaba tan crecido.

—Hoy es luna nueva por lo que será el primer cambio de Cielo.

Solo éramos tres, pero sentía que Franco estaba hablando con todo su pueblo. Bajé la vista hasta Cielo que sostenía mi mano con fuerza e intentaba ocultarse tras mis piernas. Me dio demasiada ternura por lo que palmeo su cabeza sin dejar de escuchar lo que sea que Franco estaba soltando al aire.

—Es su primer paso como alfa, por lo tanto en cuanto veamos sus ojos rojos sabremos que está destinada a gobernar.

Eso sí ya no le entendí, pero daba igual, solo debía ser un cambio. Igual que los nenes humanos cambiaban de dientes. No sería nada anormal para ellos por lo que me incliné hasta estar a la altura de la pequeña y le di un abrazo, evitando que quisiera llorar, pero logrando lo contrario.

—Serás la líder de todo un pueblo, no seas tan débil —dijo Franco a modo de regaño y Cielo asintió alejándose de mí.

—Es una niña —reclamé.

—Será una alfa.

—Sigue siendo una niña.

—No discutas ahora.

—Le aterra esto y no creo...

—Eres hermoso y te obedecería en cualquier otra ocasión, pero de esto no sabes nada.

¿Me había ofendido?

—¿Fue una ofensa? —Fruncí el ceño y respiré para calmarme, no se trataba de mí—. Podrías al menos tratarla más bonito.

Franco se quedó observándome unos segundos antes de bajar la vista a su hija y él también se inclinó hasta ponerse de cuclillas y extender la mano, llamándola. Cielo, más confiada se acercó a su padre.

—Sé que es aterrador el primer cambio —Franco abrazó a su hija y yo me quedé a observarlos—, pero cuando esto termine te sentirás como alguien nueva. Serás mucho más fuerte e incluso podrás correr más rápido que todos tus amigos.

—¿Como papá?

—Sí —Franco le sonrió y puso uno de los cabellos de la niña tras su pequeña oreja—. Como papá.

Cuando Cielo asintió, Franco se separó de ella y empezó a sacarse la camisa. Claro que me di la vuelta escuchando su bufido.

—Cuando sea lobo no corras, Kwami —yo asentí de inmediato—. La adrenalina de una presa como tú podría ser peligrosa.

—Espero que eso tampoco haya sido una ofensa.

—Nunca te ofendería —hubo un corto silencio y escuché a Cielo reír un poco.

Yo voltee, pero me cubrí los ojos.

—Cada uno de nosotros tenemos una conexión con la naturaleza, incluso los humanos, pero tú y yo podemos exteriorizar tal conexión.

—En nuestra forma animal —completó Cielo.

—Sí, es como dejar que la naturaleza tome control de tu cuerpo y ella lo hace transformándote en uno de sus hijos.

—¿Qué tipo de lobo seré? ¿Qué color de lobo era mamá?

—Si heredaste mi lobo tu pelaje será negro. —Era obvio que Franco no conocía al lobo de la madre de Cielo, todavía no comprendía las leyes. —Ya será luna nueva. Solo piensa en ti como lobo. Lo demás solo será tu cuerpo obedeciendo.

Escuché el sonido de crujidos de huesos y se me hizo familiar, pero no quería quitar las manos de mis ojos. No era seguro.

Un resoplido sacudió mi cabello y sentí la respiración de algo grande frente a mí. Cuando aparté las manos volví a encontrarme a ese lobo negro que me había salvado una vez. Sin embargo, mis ojos no evitaron bajar la vista hasta sus filosos dientes. Su rostro y el mío estaban en la misma altura, era un gran animal que si quisiera me devoraría en dos bocados.

Mis pies retrocedieron y vi un resplandor en su mirada, una emoción peligrosa. Decidí que haría caso a sus anteriores palabras. No debía correr.

—Un gusto volver a verte, licenciado —indiqué mientras alzaba la mano para acariciar su duro pelaje.

Bufó una vez más y luego se puso a mi lado para sentarse en sus cuartos traseros y ambos nos quedamos unos minutos viendo a la pequeña intentando descifrar el cambio.

La luna nueva ya estaba oscureciendo el ambiente. Algunos lobos aullaron y Franco les siguió. El ambiente se tiñó de familiaridad y Cielo sonrió mirando las estrellas aullando en forma humana.

El crujido de un hueso inició el cambio. Cielo me observó asustada y con lágrimas en los ojos. Cuando quise correr a ayudarla el hocico de Franco se cerró con suavidad en mi mano.

Debía hacerlo sola.

Asentí. Comprendí que nadie debía ayudarla en ese momento, ella sola debía ver el camino.

Observar aquel primer cambio fue doloroso. La pequeña gritó llamando a su padre. Se hizo un bolillo en el suelo y de pronto surgió una pata y después otra hasta descubrir a una pequeña loba de pelaje negro como su padre.

Cando se puso de pie se tambaleó un poco y tardó algunos minutos en aprender a dominar cada pata hasta que de salto llegó hasta su padre quien le dio una suave mordida en el cuello. Yo sonreí, sin saber porqué me sentía conmovido.

El susto de varias patas acercarse me hizo saltar. De pronto una manada de lobos empezó a salir del bosque y a correr en todas las direcciones. Franco saltó alrededor de su hija y esta de inmediato se unió a tal fiesta. Yo estaba por sentarme en el suelo cuando Franco inclinó la cabeza frente a mí y después se dio la vuelta mostrándome su lomo.

Fue la locura más grande que nunca pensé hacer.

Nunca me arrepentiría de subir al lomo de ese lobo negro. Además, cuando saltó para empezar a correr la adrenalina que sentí fue increíble. Pronto estábamos con los demás lobos jugando a atraparse.

Me sentí vivo.

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