INMORAL

By Donfilosofo1210

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La historia de un amor trágico. Un hombre se encontrará amando a la mujer de su hermano, e incapacitado de to... More

DEMONIOS

EL TRISTE DEBER SER

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By Donfilosofo1210

- ¿Tienes clases hoy? –habla una mujer desnuda, en medio de sabanas grises y con el sol despuntando a través de la ventana. En verdad, un día maravilloso.

- No. Tengo otras cosas que hacer. Lo siento, no podré ir a dejarte.

- No te preocupes, puedo coger taxi.

Esteban procede a vestirse con el ceño fruncido. Ella lo observa extrañada.

- ¿Te pasa algo?

- No, no. Sólo... estoy cansado. Anoche fue salvaje, mi amor -ella sonríe pícaramente y con ayuda de sus piernas baja toda la cobija revelando su tersa piel bañada por el dorado del sol. Una imagen simplemente hermosa.

- Lo siento, mi amor, estoy atrasado.

- ¿A dónde vas?

- Tengo una entrevista de trabajo.

- ¿Vas a renunciar?

- No, eh, digo, hay que tener opciones, ¿no crees?

- ¿Vendrás esta noche?

- Yo te llamo. Chau.

- Adiós -en efecto, Esteban no parece tener los deseos de volver a su regazo.

Los demonios tienen su cabida en la oscuridad, en la clandestinidad de un intransitado callejón y en las sombras que ocultan y confunden. Una llama se prende. La hierba vuelve a ser quemada. El color de sus llamas, el color del fuego se funde y se confunde con el color de su cabello, el color de su espíritu.

- Ahí está. Ahí está -se dice Esteban a sí mismo como para hacerse caer en cuenta de que todo aquello es real. No confusión de un demonio controlándole. Es Dios operando la realidad a su favor. Ella avanza hacia él.

- ¡Esteban!

- Elena. Te ves hermosa.

- Es el vestido. Hoy tengo un almuerzo en la universidad.

- Pues entonces hay que buscar un lugar que se adapte a tu vestimenta, ¿no te parece?

- No tiene que ser algo demasiado refinado, jaja.

- Pues sé de un lugar perfecto para quienes gustan de las carnes y los sabores fuertes.

- Cualquier restaurante estaría bien, Esteban.

- Conozco un lugar con una Tabla Parrillera que te mueres. Son nuevos, pero tienen unas salsas y unos vinos.

- Jajaja, mis debilidades.

- Lo sé -aquellas dos silabas, en un tono medianamente serio, en contraposición al histrionismo anterior, implanta en la charla una situación realmente particular. Sólo ese simple "lo sé" supone tal intimidad que ambos sienten en sus mismísimas células el recuerdo de un pasado irresuelto, un "fin" con una incógnita después. El silencio reina algunos minutos, mientras caminan hacia el restaurante, y el mísero Esteban intenta de algún modo encontrar una excusa para hablar, y Elena una excusa para marcharse. La situación la compromete a realidades con las que no sabe si desea volver a relacionarse. Pero si bien ambas excusas se mantienen en el aire durante algunos minutos, ninguno se mueve de su posición. Ninguno hace nada por contrariar el destino que ambos comienzan a construir. Nadie da un paso atrás. En cambio, siguen, a paso confuso, irregular, pero con el destino ya trazado. El libre albedrio está siendo expresado. De ello, no quepa duda alguna.

- Parece que va a llover -dijo ella, pretendiendo no sentirse incomoda.

- No... no, creo. Luego más de día ya sale el sol, pero pasa también que es muy temprano -ah, Esteban, representando en sus palabras sobre las cosas, cosas que realmente las tiene bien dentro en el alma. ¿No es el lenguaje, aparte de un espejo de las cosas, también un espejo del alma misma?

- ¿Estamos lejos? -intenta sonar incomoda. Después de todo, no le debe nada a aquel hombre.

- No, no, aquí es.

- Ahh, ya veo.

En verdad, el ambiente se acopla a su vestimenta. Unas paredes de madera y piedra sientan el precedente: están ambos implicados inequívocamente en una cita. Hermano y cuñada. Un escenario comprometedor, dirían algunos. Delicioso, los inmorales... mientras no se trate de sus propias esposas, claro. Jajaja.

- ¿Qué hacemos aquí? –pregunta Elena, ya delatando con evidente incomodidad sus dudas sobre la reunión y sus fines.

- Pues... vamos a comer -jajaja... eh, lo siento.

- Sabes a lo que me refiero.

- Sólo... sentémonos, ¿de acuerdo?

Dubitativa, con un pie en el deber y otro en el pecado, decide finalmente sentarse. Observa a Esteban con una mirada inquisidora, penetrante.

- ¿Te agrada este lugar?

- No está mal. ¿Aquí traes a tus citas románticas?

- No, pues... eh, a veces.

- Dudo que vengas a tomar cervezas con tus amigos a un lugar como este.

- Sólo quería tener un momento especial contigo.

- ¿Tu cuñada?

- No siempre lo fuiste.

- Jajaja, eres un imbécil. Los dos años que pasamos juntos, dos veces me trajiste a lugares como estos. Ambas en mi cumpleaños. Todo eran discotecas y karaokes. Pero estas cenas...

- Igual lo disfrutaste –ella se sonríe. Un extraño zumbido inquieta su cabeza. Es una mezcla de excitación y nostalgia.

- No diré que no. Pero ahora estoy en otra etapa de mi vida. Y lo sabes.

Esteban cae súbitamente en un silencio profundo del que parece no poder salir. Sus ojos, inexpresivos, observan los rasgos faciales de Elena con extrañeza, como si no la conociera, o como si un intempestivo cambio en su rostro hubiera tornado sus facciones en otras completamente distintas. Es como estar con una mujer extraña, un cuerpo conocido al mando de un espíritu ajeno, irreconocible. Incluso su estancia en aquel lugar le pareció extraordinaria, como un sueño del que anhelaba ansiosamente despertar.

- ¿Estas bien?

- Sí, sí, yo, eh, lo siento. Me... me sentí... Lo lamento. Si... si te quieres marchar, puedes...

Justo en aquel momento, sonriente, aparece intempestivo el camarero a su costado y les dice.

- Aquí tienen la carta, bienvenidos.

- Muchas gracias -dice Elena, sorprendentemente alegre-. Pues no tenemos que irnos todavía. Mientras sepas comportarte -pero esa sonrisa, esa maldita sonrisa que lanza al espíritu de Esteban acaba por destruirlo; a su espíritu que no a su cuerpo porque la sutilidad de una fémina es cual velo de fantasma, cual paso de paloma, imperceptible, sereno. La crueldad de una mujer indecisa y excitada sonríe en los más profundos rincones del inexperto corazón de Elena.

- Elige lo que quieras.

- Jaja, y pensar que una vez me hiciste dividir la cuenta. Eres increíble.

- ¿Es que no puedo rectificar lo que alguna vez hice mal?

- Deja de hablar. Deja de hablar -exclama Elena visiblemente indignada.

- Lo lamento.

- No puedo creerlo. Entiendo que a un amigo le quieras quitar una novia si es tan hermosa como yo, pero ¿tú hermano? ¿No te da vergüenza?

- Por amor uno es capaz de pasar las peores vergüenzas. Ahora me doy cuenta de eso.

- Ahora... ahora, maldita sea -Elena agarra su bolso y amenaza con irse. Aunque sus deseos le dictan decisiones que hacen estremecer su cuerpo entero.

- Por favor, Elena, escúchame. No... no te vayas.

Elena lo observa, aterida como si tuviera ante ella una visión espectral.

- Si no quieres que te vuelva a decir nada está bien, ¿de acuerdo? No lo haré. Sólo, déjame escuchar tu voz nada más un poco. Cuéntame sobre tus viajes a la montaña, tus clases de literatura, por favor. Sólo déjame sentir que estás aquí. Es tanto hace que...

- Ya, ya, basta, basta. Mierda, cuánto odio tu voz - ¿no es extraño que cuando el amor resulta no correspondido o indebido, tornase inmediatamente en odio?

- Lo lamento.

- ¿Cómo sabes lo de la montaña? ¿Te lo contó Leonardo? -fugazmente, como para no ser observada, Elena retira una imprudente lagrima que cae por su mejilla.

- Dijo que no es muy fanático de esas aventuras.

- Jaja, ni que lo digas. A mí no me pareció una experiencia tan mala. Pasar sólo aquí en la ciudad, atrapada entre edificios, gente hipócrita y tantos carros, taaaantooos carros, en verdad me fastidia. Quiero salir de aquí, sentirme libre en un lugar sin senderos, sin nada más que naturaleza, pureza. ¿Me entiendes?

- Es por eso que estoy aquí. Porque entiendo tú espíritu... quizá demasiado bien.

- Jajaja, ya quisieras. Si lo conocieras no estaríamos en estas y otra seria la situación.

- O quizá ni siquiera tú misma te conoces a ti.

- Jajaja, ¿fuiste al psicólogo o al cura después de que rompimos? Porque suenas todo... místico, jaja.

- Soy un hombre de muchas lecturas como sabes.

- En verdad había olvidado lo labioso que eres. ¿Sigues rodando de cama en cama?

- No soy labioso. Simplemente me gusta expresarme con sinceridad, pero también con... eh, color, ¡eh! Me gusta mantener una expresividad colorida, jaja.

- Labioso. Así se le dice. ¿Empezaste ya tu novela?

- Me hace falta algo para estar listo.

- Ahhh, ¿me estás usando como musa y no me lo dijiste? Jajaja, pues espero que al menos me pongas en los créditos, ¿eh?

- Podrías ser la protagonista.

- Já -se sonríe de forma preciosa durante no más de medio segundo, después, su rostro se torna gris, taciturno, como si una sombra de nostalgia la hubiera arrastrado a la más profunda melancolía. Mira hacia afuera como pérdida en algo que realmente no está allí donde mira. Por el contrario, está mirando dentro de sí misma.

- No debería hacer esto. Pero bien sabes que deber y deseo nunca son lo mismo.

- Lo dices tú que eres un inmoral.

- No me digas que siempre has hecho las cosas por deber con gusto.

- No siempre. Pero siempre he hecho mis deberes porque van dirigidos a un fin que sí me gusta. No vivo en momentos como tú. Deberías madurar un poco, ¿eh? Vas ya para la treintena y sigues con mentalidad de quinceañero.

- Podrá parecerte infantil, pero necesito esto. Cada maldito día al despertar me acuerdo de tu nombre. Al irme a dormir, vuelve tu nombre a mí. No lo aguanto más.

- Tú te largaste. Tú elegiste esto. Decidiste marcharte después de que yo te entregué todo de mí. Me peleé con mis papás para estar contigo, para salir contigo. Dos años de mi vida por ti, para que me acabes diciendo que "debes encontrarte a ti mismo". Y así, de la nada, puf. Nada. ¿Cómo mierda quieres que me sienta ahora mismo con todo esto que me dices?

- Soy un estúpido. Lo sé. Ni siquiera yo entiendo qué hago aquí. Por qué te digo esto. Bueno, sé para qué. Pero... tengo miedo, tanto miedo como tú. Pero ya no quiero seguir así. Tengo que expresarlo. Si quieres, míralo así: tienes mi corazón en tus manos. Haz lo que quieras.

Por una asombrosa coincidencia, llega en aquel instante la parrilla que ordenaron, con chuletas, salchichas, pollo y demás maravillas. Elena lanza una risita tonta, dado que, tras recibir el corazón de Esteban en sus manos, ahora tenía frente a sí toda clase de órganos para devorarlos. Nuevamente, la crueldad de su mujer interior lanzó una carcajada que hizo rezumbar su espíritu.

- No sólo mi espíritu tienes en tus manos. Mira esta chuleta, jajaja -menciona Esteban.

Elena borra su sonrisa de inmediato. En efecto, parece que Esteban la conoce mejor de lo que cree. Eso la neutraliza por completo. Su desdén hacia el hombre frente a ella crece paralelamente al amor que nuevamente comienza a germinar. Quizá sí es el indicado para ella. Quizá la conexión de sus espíritus es todavía más fuerte que aquella fundada con Leonardo. Quizá y en verdad el destino fraguó sus almas en un mismo horno, del que finalmente acabaron separándose por la ilusión de separación. Quizá en verdad lo infinito había puesto frente a ella, para la eternidad, a ese cuerpo finito frente a ella, de ojos rasgados y cabellos ensortijados. Pero si así era, ¿por qué entonces la dejó en un principio? ¿Por qué abandonó todo aquello por lo que ella había luchado tanto? ¿Por qué la obligó a superar el amor que tenía hacia él, para ahora venir a querer recuperarlo? ¿Qué clase de juego demoniaco estaba jugando el destino contra ella? ¿O es que acaso todos sus pensares y deliberares no eran sino producto de un imbécil que no sabía decidirse?

- Nunca estaremos juntos otra vez -su rostro es sereno. No enojado. No triste. Serio. Como una máscara. Sin expresión humana alguna.

- Leonardo siempre fue mejor que yo. No sabía que además de todo eso, la vida sería mejor con él.

- No, no, no, Esteban, la vida nada, no es la vida. Eres tú. Tú eres el que ocasiona esto. Tú eres el que decide ser lo peor de sí mismo. Nadie te obliga a ser como eres. Nadie te obliga a pasar de cama en cama sin lugar donde fijarte. Nadie, no es la vida la que hizo exitoso a tu hermano. Fue su esfuerzo, su capacidad para sobreponerse a las distracciones y elegir ser algo más. Algo grande, algo fuerte. Tú no sabes lo que es eso porque para ti lo grande son las tetas y el culo y lo fuerte el puño. Eres un desastre. Mientras no cambies esa mentalidad de niño, seguirás sufriendo por tus indecisiones, tus jueguitos tontos y tu propia estupidez. Nadie está detrás de ti guiándote. Eres tú el que se mete solito al precipicio.

Esteban siente recorrer dentro de sí un río helado, glacial de vergüenza. Como un relámpago en la noche de su modorra aquellas palabras resuenan en el interior de su alma. Nada lo ha preparado para aquello. Después de todo quizá tiene razón. Pero se niega a aceptarlo. Le duele. Le duele saber que su propio fracaso no es obra de la vida ni de nadie más que sí mismo. Es su propia esencia la que acaba por conducirlo a la desgracia. Ve frente a sí la comida y siente repudio. ¿Quién es sino un miserable desolado frente a los ojos de quien ama? Claro, intenta hacerle ver lujos y galas por el momento, pero, ¿puede acaso darle la casa que Leonardo estaba dispuesto a comprar para ambos? ¿Puede darle un carro para ella sola como lo había hecho? ¿Qué carajo son carnes y pollos asados en comparación a una vida estable y placentera? Debilidad, debilidad, debilidad. Hosca palabra. Hosco significado. El pobre Esteban, se quiere morir.

Por el contrario, las iras encienden el hambre de Elena, quien ni corta ni perezosa comienza a devorar el festín que habían colocado frente a ella.

- ¿Tú no vas a comer? -pregunta.

- No, eh, no tengo tanta hambre.

- Pues me puedo llevar lo que sobre si quieres.

- Cla... claro -reducido a un imbécil. Así se siente. Como un niño de diez años juzgado por los inquisidores ojos de una mujer adulta, seria, verdaderamente "adulta". Desea escapar, así que huye al baño lo más pronto que puede.

- No te vas a largar para dejarme pagar esto...

- Necesito lavarme la cara.

Con pasos erráticos y siguiendo una trayectoria indeterminada, consigue llegar al baño en donde la visión de su propio reflejo, enciende en él una todavía más agónica vergüenza. Acude inmediatamente a los cubículos en donde se refugia como de una guerra, la guerra de la vida.

Debe salir en algún momento. Observar su reflejo y, con él, la representación misma de la traición y la maldad, la miseria y la deslealtad. En otros tiempos, piensa, probablemente lo habrían decapitado. En definitiva, nada más fácil en estas épocas modernas que escupir a la familia tradicional.

Sale, y al ver su reflejo lo acepta con horror. Al principio, mirarse a sí mismo a los ojos le genera incomodidad. Una horrible sensación de desasosiego, como un mal pronto a asomarse lo colma de pies a cabeza. Sin embargo, consciente de su existencia y de su propia realidad, acaba por diluir su malestar e inconformidad en un vago sentimiento de realismo puro y duro, más bien un pesimismo, dirían algunos. Aunque es gracias a esta aceptación de su propia realidad mediante un fatídico pesimismo el que, paradójicamente, lo conduce a la conclusión de esta épica jornada. "Vivimos, o morimos. Pero de esta nadie sale indiferente", reflexiona. Se lava la cara con entusiasmo al tiempo que tararea "Hip to be Square", soundtrack de su película favorita. "You might think I'm crazy, but I don't even care because I can tell what's going on. It's hip to be square". Puede que, tal vez, uniendo todas las piezas, no sorprenda que una naturaleza semejante sea capaz de las acciones que comete. Después de todo: cada quien obra según su naturaleza propia. ¿Determinismo? ¿Dónde?

- Por el amor de Dios, Esteban, come algo. Vayas a desmayarte después dando clases.

- Ya no me importa nada.

- Pues come entonces.

Sobriamente, Esteban calcula sus intenciones y las mediciones en función de las cuales debe operar uno u otro comportamiento. Sin embargo, por más claridad que ve en sus pensamientos e ideas; la oscuridad amenaza con envolverlo al instante en que su mirada lo embriaga con el brillo de sus ojazos, al instante en que lanza algún comentario gracioso y ella se ríe. Son simplemente goces que no puede evitar. Buscarlos es para él un deleite que no implica deber alguno. No tiene que calcular ningún escenario, ningún tema, preparar un guion, nada. Todo fluye como el discurso de un río.

Finalizada la parrillada, ambos amantes inconscientes se retiran entre risas y confianzas que aparecen más cercanas al romanticismo de una pareja que a la simpatía entre familiares. Quizá es la imprudencia, la comida, la belleza del lugar, elementos que contribuyen a distraerlos de sus deberes y responsabilidades. Por un momento, ambos olvidan que allí afuera existe una persona que es prometido de la una, y hermano del otro. Sin embargo, una vez que ambos salen a la intemperie y dejan que la brisa del aire acaricie sus rostros, recuerdan cual bofetada en la cara que ambos responden a una realidad más allá de la individual. Un mundo social al que deben y que les exige. La desnudez de Adán y Eva se hizo presente en la vergüenza de aquellas dos tristes criaturas. Sin embargo, como antes se dijo: cada quién responde según su propia naturaleza.

Elena cae presa de una angustia verdaderamente delirante. Imagina mil escenarios capaces de ofrecer la imagen de aquel momento como un error dentro de su vida en pareja. Pero no tarda en desaparecer la visión de un Leonardo decepcionado, al momento en que siente intempestivamente unos labios sobre los suyos. Es algo tan repentino que instintivamente retrocede y presa del horror abofetea a Esteban. Pero al mismo tiempo, tan pronto lo ve frente a sí, triste, vulnerable, sin esperanza alguna dentro de sí, el mundo acaba por silenciarse ante el ruido que sus dos almas producen al gritarse entre sí en una realidad moral que los acalla, obligándolos a mantenerse en silencio, obligándolos a no salirse de sus límites. Es entonces que la libertad, en su sentido más pleno y puro, esto es, la mismísima individualidad, el deseo hecho sustancia: acaba por vencer toda suerte de deber y culpa. Ambos juntos de la mano se lanzan, como desde un risco alto, muy alto, hacia el deseo sin intermediarios, como un salto de fe, un salto suicida.

Esteban siente sus labios furtivamente sobre los suyos. Es al principio un contacto leve, inmóvil, como el beso de un muerto, frío e insensible. Posa su mano sobre la cintura delgada de su amante y con ello, el fuego vital retorna al cuerpo de ambos. El candor de sus labios activa su movimiento y como quien se deja llevar por las olas del mar para ser finalmente ahogado en su grandeza, Elena y Esteban se dejan llevar por el pasado, en la lejanía de unas memorias perdidas que, con aquel dulce y pequeño acto, se vuelven realidad, vivida y ardiente realidad.

Pero como el moribundo en sus últimos alientos de vida, Elena siente en su pecho el dolor de un algo incomprensible, un algo que en el pleno sentimiento resulta, durante unos segundos, como el fantasma de una terrible fatiga sobre sí, como el cielo oscuro posándose sobre una jornada que prometía ser esplendida. Es, pues, el deber en su sentido más vulgar, el deber como imposición. Es Leonardo, es el anillo en su mano, su promesa de amor y el presente exigiéndole cuentas y ella, como quien despierta de un sueño horripilante, se sobresalta y esquiva aquel beso como si de un veneno se tratara. Sin decir más nada, sale corriendo de allí. Esteban, perplejo y dominado por la ilusión de que todo aquello no es más que un sueño; repara en que Ella se ha marchado. No tiene opción. No hay otra salida. No es posible ir a otra dirección y ser indiferente. Es su vida misma la que se marcha.

- No puedes dejarme así.

- Tienes que entenderlo, Esteban. Ahora no -decidida, sin un brillo del más mínimo cariño en sus ojos, Elena se suelta de su mano con violencia y nada más puede observar Esteban en sus ojos que ira, rencor, odio. En efecto, está muerto.

Después de aquello los recuerdos proceden a tornarse difusos porque las acciones resultan demasiado novedosas. Como si el mundo mismo hubiera cambiado a otro completamente opuesto. Como si el más mínimo color no tuviera el mismo significado que antes. Es un nuevo mundo descubierto: el dolor, el más cruel y absoluto dolor. Va primero a sus compañeros de bebida ordinarios. Cuenta con ellos para menguar sus penas en el licor. De todas formas, ya todos están ahogados en la ebriedad de Baco y el delirio de Dionisio. Frecuentes de bares, frecuentes de borracheras, nada conocen que no sea menguar cualquier sufrimiento, cualquier invención y excusa, con los sabrosos elixires delirantes. A partir de su ingesta las imágenes se vuelven más claras que nunca en el momento: es la Verdad la que susurra al oído como si de nuestra propia madre se tratara. No hay nada que no pueda hacerse en aquel estado. Los rostros de mujeres comienzan a proliferarse a medida que las llamadas a Elena son rechazadas para finalmente ser rotundamente bloqueadas. Infestado por el odio de la no correspondencia, Esteban intenta olvidar sus besos en otros labios, creyendo que por besar muchos labios será capaz de olvidar la esencia de aquel Uno.

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