Incandescente [BL]

By SoyEliezer_

198 36 3

George sufre el peor mes de su vida, y todo empeora cuando su farol comienza a tornarse rosa. More

Dedicatoria ♪
1 ♪
2 ♪

3 ♪

23 6 0
By SoyEliezer_

3. En el que se toman de las manos.

Marcos Collins no tenía tanta suerte como algunos, vivía en la zona menos beneficiada del Condado de los Faroles y su familia tenía tan pocos ingresos que el estado le brindaba una ayuda económica mensual. Su madre murió el día que él nació, no sabía mucho de ella, además de que era tan hermosa cómo un farol y tan delicada como su luz, o al menos eso decía su padre; quien era un aspirante político que había gastado todo su dinero en campañas electorales que nunca dieron frutos, se pasaba todo el día en su despacho escribiendo entrañable y a veces exagerados discursos para venideros eventos sociales a los que nunca se le invitaba, tenía espíritu pero no agallas, por eso nunca había llegado a ningún lugar. Quizás por ello Marcos evitaba mirarle, porque si algo despreciaba era a aquellos que eran incapaces de luchar por sus sueños, además, le atemorizaba ver su reflejo en el suyo, descubrir en sus ojos que sería como él.

Desde pequeño notó que no encajaba en aquella sociedad oscura, no era su lugar, quería verlo todo con claridad, así que empezó a observar los pequeños detalles y a guardarlos en sus recuerdos, con su farol de incandescente luz azul iluminaba todo a su paso y le llamaban “raro” porque sin previo aviso alumbraba los rostros de los demás niños o incluso adultos para analizarlos y luego alejarse sin decir ni una palabra. No comprendían lo que hacía, nadie dedujo que Marcos tenía un plan y una especie de habilidad, era un observador. Si no encajaba en aquel mundo, entonces él iba a crear uno donde sí encajase, o al menos uno que si pudiese admirar sin limitación alguna. Sólo necesitaba cerrar los ojos e imaginar, tener sueños donde nada era oscuro y todos se veían a los rostros, y se reconocían, no habían faroles y podía ver los árboles en su totalidad, grandes y salvajes y llenos de ramas deshojadas y frutos y flores, habían tantos colores como aire y ya nadie sentía temor de salir a las calles, y se saludaban al cruzarse y a veces hasta coqueteaban de una calle a la otra. Había tanta cercanía que no quedaba lugar para la frialdad, para las penumbras.

Ese mundo perfecto dando vueltas en la cabeza de un niño comenzó a desvanecerse y los giros divertidos y extraños cesaron, no había suficiente tiempo para soñar. Un día llegó un trabajador social y dijo que alguien debía trabajar en aquella casa o de lo contrario serían exiliados, su padre titubeó así que él se ofreció, tenía 8 años y empezó a trabajar en la industria luminaria. Las tareas que le encomendaban no eran difíciles pero tampoco fáciles para alguien de su edad y estatura, pero con el paso de los días se ganó el afecto de sus compañeros de trabajo, quienes le cuidaban y le orientaban para que no saliese lastimado e hiciera sus labores de forma correcta. Trabajaba de 07:00 a 12:00 y comenzaba clases de 12:30 a 18:00, no tenía mucho tiempo para jugar al mundo perfecto.

Luego descubrió un sentimiento, la esperanza, y no dejó de sonreír en un mes, porque aquello le brindaba la seguridad de que podía cambiar algo y sorpresivamente no era el mundo, era su vida y su futuro. Ahorró dinero y pagó la matrícula en un colegio de niños beneficiados que le brindaría más oportunidades, y él estaba dispuesto a batallar para aprovechar cada una de ellas. Vió clases de música,  desarrollo industrial y su favorita, deportes. Era tan bueno en el fútbol que consiguió una beca para el segundo mejor colegio del condado, aún así, ese sentimiento volvió y notó que estaba nadando contra la corriente y que no importaba lo resistente que era o lo inteligente o capaz, en algún momento iba a ser arrastrado al lugar donde pertenecía, a ningún lugar.

—¿A dónde iremos? —preguntó George, ya estaba algo cansado, pero no iba a permitirse confesarlo.

No estaba seguro de cuanto tiempo habían caminado pero era consciente de que se habían alejado lo suficiente de su casa, de Sally y su madre. Se preguntaba si ellas ya habrían notado su ausencia, si habían salido a buscarle o le esperaban ansiosas sentadas en el sillón.

—Primero a mi casa —contestó Marcos, sin dejar de andar. Su farol resplandecía al frente del oscuro camino—, debes tener hambre así que prepararás algo de comida para los dos.

George no discutió al respecto, sin embargo, en su rostro se dibujó una sombra de disgusto que Marcos notó de inmediato.

—Solo bromeo —rió el pelinegro, mirándole de reojo—. No te preocupes, yo cocinaré.

George no dijo nada, aquello estaba completamente fuera de su interés, y lo menos que deseaba era sucumbir ante el extraño sentido del humor de Marcos.

—¿A donde iremos luego? —cuestionó al rato, no le gustaba aquel sentimiento de incertidumbre que comenzaba a rondar su cabeza.

—Saldremos del condado —respondió Marcos.

A George le inquietó la tranquilidad con la que su acompañante había dicho tal cosa, como si aquello fuese común y no un delito gravísimo que podría llevar a la ejecución a quienes lo cometían. Esperó a que este sonriera y diera señal que se trataba de otro estúpido chiste, pero no dió ni un atisbo. No estaba bromeando.

—¿Estás hablando en serio? —se detuvo de inmediato y alzó su farol hacía Marcos, quién le miraba con total serenidad—. ¿Qué mierdas estás diciendo? Eso es imposible, además de que estaríamos infringiendo la ley no sabemos que hay más allá de la frontera, puede ser peligroso.

—Lo es, es peligroso —accedió el muchacho, con una sonrisa afilada—, de la misma forma en que es peligroso que te quedes aquí. No hay diferencia alguna, Bernett.

George analizó las palabras de Marcos y aunque odiaba admitirlo, tenía razón. Tenía un farol rosado, estar allí ya era un peligro latente, quizás él era el verdadero peligro. Empezaba a considerarse cómo un error, y paso tras paso por las calles oscuras había construido en su mente la idea de que todo estaba mal en él. Y se desagradaba, le asqueaba sentirse diferente a los demás chicos.

Destructivamente empezaba a diferenciarse, analizando cada mínimo detalle que lo hacía distinto. Desde la forma en que respiraba hasta la forma en que movía sus manos cuando hablaba.

—¿Qué tienes en mente, Collins?

Marcos se ruborizó un poco, sus pómulos se alzaron y sus hoyuelos se hicieron evidente. Aquello le había gustado mucho, por primera vez George le había llamado por su apellido. Y era tonto y algo extraño, incluso él no lo entendía del todo, pero se sentía increíblemente bien.

—He escuchado y leído un par de cosas —murmuró, sin dejar de lado su sonrisa. Aquellos pensamientos extraños acechaban su mente—, hay una especie de sociedad pequeña a las afueras del condado y...

—¿Hablas de los exiliados? —le interrumpió George, algo exaltado, pero sin alzar mucho la voz. Aquello era un tema delicado.

La luz rosada del farol de George titubeó dejando en evidencia el caos de sentimientos que abrumaban al muchacho. Siempre había sido muy correcto, en casa, en el colegio, en sus conversaciones y aunque en su mente a veces nacían pensamientos inadecuados él se esforzaba por hacer que se esfumaran.

—Sí, aunque en líneas generales no son exiliados —puntualizó Marcos, quién parecía tener siempre una respuesta idónea para contraponerse a sus ideales moralistas—, ellos se marcharon por voluntad propia.

—Y no se les permitió regresar —repuso George, nada calmado—, y jamás lo permitirán porque fueron E-XI-LI-A-DOS.

Dicho tema le alteraba demasiado, le hacía recordar algo que siempre había intentando olvidar. Le recordaba a Hunter, su mejor amigo de niño, un exiliado más.

—Como sea, el punto es que ellos podrán ayudarte —sentenció Marcos—. No es un secreto que algunos de ellos saben cosas.

George le miró interrogante, su nariz se arrugó un poco.

—Sí, cosas, tú sabes —siguió Marcos, el castaño negó contrariado—, ese tipo de cosas... Brujería, George, brujería.

—¡Rayos, baja la voz! —regañó George, mirando hacía todas las direcciones oscuras en busca de un ápice de luz—. Podrían escucharnos, Marcos.

En el condado de los Faroles estaba prohibido hablar de actos prohibidos, porque según hablarlo incitaba a realizarlos, algo que en teoría podría ser cierto. A aquellos que se les acusaba de proliferar tales informaciones impuras se les castigaba de forma severa.

—Tú me hiciste hablar —se defendió Marcos—, cuando dije “cosas” tú debías saber a qué me refería.

George respiró hondo, aquello era absurdo.

—Discúlpame —murmuró con sarcasmo, volteando la mirada—, no sabía que sólo había un tipo de “cosas”.

Marcos suspiró agotado, aquella conversación no les estaba llevando a ningún lugar y tenía hambre, además pronto comenzaría a trabajar la industria luminaria y sería más difícil andar por las calles.

—En fin, sigamos andando —dijo, dió un par de pasos y al notar que George no le seguía volteó hacía él—. ¿Ahora qué pasa? ¿Acaso quieres que te cargue?

—No, no pienso ir —el castaño se cruzó de brazos.

Marcos no pareció preocuparse, una sonrisa se dibujó en su rostro y volvió a acercarse a él de forma relajada.

—Ah, es eso ¿entonces que harás? —cuestionó, afilando una sonrisa de forma provocadora—. ¿Le preguntarás al Magisterium? Porque siendo honesto, eso es una pésima idea, te ejecutarán sin siquiera cuestionarse el porqué ocurrió algo así y no te conozco mucho pero tengo la sensación de que estás hambriento de respuestas.

George no se intimidó ante sus palabras pero si titubeó un poco porque no tenía una respuesta coherente, no tenía un plan tan elaborado. Ni siquiera tenía claro lo que iba a hacer en un inicio, si no le hubiese encontrado.

—No lo sé, sólo tenía planeado huir —contestó, un poco avergonzado de sí mismo—, internarme en el bosque y morir en la oscuridad, devorado por alguna bestia o deshidratado.

Ahora que lo murmuraba caía en cuenta de lo infantil que parecía su plan, estaba esperando que Marcos soltara un par de carcajadas burlándose de él, sin embargo; el pelinegro se quedó en silencio, quizás buscándole la profundidad a aquel plan tan mediocre.

—Bueno, debo confesarlo, ese es un gran plan —no tuvo que ser evidentemente sarcástico, no había tal necesidad—. Entonces, ¿vamos hacía los exiliados o hacía el bosque?

—Dije “tenía planeado” ya no es el plan —aclaró—. Ahora quiero respuestas y alternativas para que mi farol regrese a su color original. Veamos a los exiliados.

—Sabia decisión, Bernett —marcos sonrió y siguió andando—, pero primero a mi casa.

—¿Falta mucho para llegar? —Cuestionó George, siguiéndole.

Marcos alzó un poco sus hombros y respondió:

—Un poco.

—¿Por qué vives tan lejos?

—Porque vivo lejos —contestó, sin darle mucha importancia—. Pudiésemos ir a la casa de un compañero de trabajo que está mucho más cerca, pero está de vacaciones y no ha regresado aún.

George asintió sin prestar mucha atención, entonces sucedió, fué como si un suiche hubiese sido activado, como un tenue “shhh” al final de la calle.

Los altos y sencillos faroles estratégicamente distribuidos por las calles del condado parpadearon un par de veces antes de encenderse por completo, disipando con desgana las penumbras que azotaban los días. Aquello significaba una cosa: La industria luminaria comenzaba su labor y con ello todos comenzarían un nuevo día.

Casi simultáneamente todas las puertas de las casas se abrieron y salieron por ellas todo tipo de personas, de todas las edades y de diferentes profesiones y sexos, unos solos y otros en familia o pareja, pero cada uno ejerciendo el rol que le correspondía ante la sociedad, cargando en su mano izquierda un farol que emitía luz azul o rosa, dependiendo de su género. Sin mirar a los lados, sin sonrisas en sus rostros, ensimismados en pensamientos distantes que nunca poseían conclusiones, con el farol al frente como guía hacía el penumbroso destino al que fielmente se dirigían, sin preguntar, sin chistar, muchas veces sin ser siquiera un poco de ellos mismos.

George se había detenido, su farol titilaba y no dejaba de moverse en aquella mano temblorosa que amenazaba con dejarle caer. Collins le miró de inmediato, no podía dejarle así pero nada de lo que dijese le ayudaría, el castaño estaba congelado del temor, encogido a la incertidumbre de si sería o no descubierto.

Tenía que hacer algo. Cualquier cosa.

—Tómame de la mano —murmuró, casi en un susurro.

—¿Qué? —George volteó a mirarle, sin levantar mucho el rostro.

El chico no estaba seguro de lo que había escuchado, su mundo daba vueltas y no sabía de dónde venía esa sensación pero sentía que en cualquier momento caería al suelo, o peor, iba a vomitar y llamaría la atención de todos.

—¡Carajos! Tómame de la mano y caminemos como si nada —George no accedió, así que Marcos arbitrariamente tomó su mano para enlazarla a la suya y casi le arrastró para seguir andando—. Mantén la mirada baja y si no vas a fingir una voz más frágil y agraciada limítate al silencio.

Analizó con dificultad lo que le imponía Marcos y tuvo un atisbo de lo que este intentaba hacer.

—¿Qué estás haciendo? —cuestionó, fingiendo una voz aguda que parecía más un chillido afónico.

Marcos soltó un par de carcajadas y George en respuesta le apretó la mano con tanta fuerza que creyó reventaría sus nudillos. No dejaron de andar.

—Lo siento —se disculpó el pelinegro—, es que me pareció muy gracioso.

—Gracioso el...

—Eh, no, no. Nada de malas palabras, cariño —se acercó y sin soltar su mano le dió una especie de medio abrazo para susurrar cerca de su oído—: Nadie sospechará de una hermosa pareja de ferviente relación que camina por las calles tomados de la mano en su día libre.

Dió un beso en su oído y George sintió que una especie de corriente recorría su columna, pero no dijo nada, no reaccionó, sólo aceptó en silencio el papel que le correspondía en aquel plan. No tenía opciones, además debía admitirlo, era una excelente jugada.

Ambos siguieron su camino sin inconveniente alguno, George agradeció que los habitantes del Condado de los faroles no fuesen tan cercanos unos a otros, apenas y se miraban de reojos y seguían su camino, sin saludar ni cotillear ni nada. Cruzaron un par de calles y aunque apenas fué un murmullo de una carcajada él no tuvo duda alguna, Violet, su exnovia, la chica que una tarde llegó y destruyó su corazón con un frívolo adiós venía caminando por la misma acera. Marcos presionó la mano de George poniéndole sobre aviso, pero no hacía falta.

—Vaya, vaya, miren a quién tenemos por acá —murmuró con gracia la pelirroja.

George miró el farol rosa que ella traía en su mano izquierda y su corazón se desbocó, se leía con facilidad su nombre, quizás de la misma forma en la que ella podría leer el suyo. Disimuladamente volteó con torpeza su farol, acto que no pasó desapercibido ante sus ojos de serpiente. Ella le miró con una media sonrisa, con diversión y curiosidad, quizás con crueldad. Le emocionaba ver a personas reducidas, encogidas a nada, miserables o torpes, mirando al suelo con falta de autoestima o personalidad, porque le hacía sentirse poderosa, superior.

—Carajos, que emoción cruzarse contigo —vosciferó Marcos, en un intento fallido de robar su atención.

Violet se encontraba observando minuciosamente a George, como depredador que espera pacientemente para atacar sin piedad a su presa. Su mirada brilló, un montón de pensamientos divertidos se cruzaban con malicia por su mente y cosquilleaban su lengua pidiendo permiso para salir. Aquella chica le parecía extremadamente extraña, pero no extraña de rara, era más bien graciosa y amorfa, como una especie de atracción de circo que asqueaba pero a la vez generaba tanto morbo que satisfacía verle.

Poseía hombros anchos, eso no iba a disimularlo ni porque se colocase la sudadera más ancha del Condado, y sus brazos eran largos pero no delicados, y no parecía ni haber un ápice de busto sobresaliente, pero quizás tanta tela le ocultaba, era alta como una jirafa y aunque no podía estar segura asumía que era gorda. Sonrió ante la idea de que parecía una mujer ogro de esos cuentos que solía escuchar en la escuela.

—Eh, ella es tu...

—Sí, es mi novia —le atajó el pelinegro—, y sólo para aclarar es sordomuda y detesta el contacto visual.

—Vaya, eso es bastante triste y miserable —soltó un par de carcajadas—. Aunque no deja de ser sumamente divertido.

Marcos quedó absorto, no comprendía cual era la gracia que Violet encontraba en aquello. No le sorprendía en lo absoluto, ya anteriormente había escuchado sobre ella, también había vivido en carne propia la crueldad que poseía. La malicia se atisbaba en sus ojos, y no comprendía por qué pero la luz de su farol resplandecía menos cuando estaba cerca de ella.

—Ahorita es un alivio o de lo contrario hubiese escuchado eso —puntualizó de forma incómoda, la mirada de la pelirroja le irritaba de manera formidable—. Violet, espero tengas buen día.

Marcos pretendía seguir su camino pero Violet le atajó.

—Y yo deseo profundamente
que mueras, acabaste con mi relación así que sería justo, ¿no? Así le llamarían la viuda amorfa —sonrió con fastidio, echándole una última mirada de arriba abajo a ambos para seguir su camino sin mirar atrás.

Esperó a que Violet estuviese lejos y exclamó con bastante asombro:

—¡Mierda! Sí que es pesada esa pelirroja.

George ignoró su comentario, levantó un poco la vista y le miró. Quería soltarle de la mano, pero el agarre de Marcos era fuerte.

—¿A qué se refiere con eso de que acabaste con su relación? —preguntó sin rodeos.

—¿Acabaron su relación? —Marcos hundió sus cejas.

—Sí, así es, pero, ¿qué tienes que ver tú con eso?

Marcos alzó los hombros, fingiendo que no tenía ni idea de lo que se refería la chica.

—Eso mismo me pregunto —dijo—. Violet, siempre habla con metáforas, debes saberlo.

George respiró hondo, deseaba acabar con el tema. No era tonto, sabía que Marcos se estaba mintiendo, sin embargo; aquello era desgastante y doloroso. Hablar de Violet, recordarla, cruzarse con ella, era violentamente doloroso.

—No habla con metáforas, sólo nadie entiende lo que dice —puntualizó, empezando a andar nuevamente—, yo sí le entendía o al menos eso creí.

Marcos no dijo nada, era consciente de que aquel tema de conversación no le parecía agradable a George así que apretó aún más fuerte la mano del castaño y caminó más deprisa, casi corriendo, con la intención de llevarlo a cuesta.

Por un instante George se molestó un poco porque se sentía arrastrado y se quejó pero Marcos no le prestó atención. Luego sintió la cálida brisa y le recibió con una tenue sonrisa, entonces tuvo un pensamiento que consideró ridículo. Aquella no podía ser la primera vez que disfrutaba del suave viento acariciando su rostro. Era raro, nunca había pensado en ello, y ahora que lo analizaba bien se cuestionaba el porqué, ¿por que justo en ese momento se fijaba en algo tan simple? ¿Por qué cuando estaba camino a un lugar que desconocía con un farol rosado en su mano derecha y con los dedos de la mano libre entrelazados a los de Marcos?

Volteó a mirarle y no prestó atención a nada más, observó su oscuro cabello cayendo en discordia sobre su rostro y la parte baja de su cuello, su nariz acorde que tenía cierta prominencia en el tabique que resultaba tan atractiva y su mandíbula delgada. El joven giró su cuello en su dirección y George no apartó la vista, correspondió a su mirada de sorpresa y, ¿temor?

—George, la capucha —balbuceó el pelinegro.

George al escucharle comprendió de inmediato porque tanta preocupación en su mirada, no tuvo que cerciorarse porque era evidente que el viento le había quitado la capucha y su rostro estaba al descubierto. Se soltó de la mano de Marcos y observó su alrededor, un par de personas le miraban atentos, paralizados en las aceras mientras intentaban descubrir que estaba pasando.

Y en medio del silencio surgieron varios murmullos:

—¿Venían tomados de la mano? —preguntó alguien.

—Sí, ¿son dos chicos verdad? —respondieron al otro lado.

Más personas se acercaban a observar lo que estaba ocurriendo.

—¿Por qué trae un farol rosado?

—¿Lo robaría? O peor, ¿es suyo?

George asustado se colocó nuevamente la capucha cuando escuchó que alguien vociferó:

—¡Detengan a esos dos jóvenes! El Magisterium debe encargarse de esto.

—Marcos, ¿qué hacemos? —preguntó. La adrenalina recorría su cuerpo fervientemente.

Marcos no titubeó ni por un instante.

—Somos deportistas, así que hagamos lo único que sabemos hacer mejor: Correr.

CONTINUARÁ

Continue Reading

You'll Also Like

57.9K 1.8K 39
Mi vida es una auténtica mierda. O eso pensaba, eso pensaba antes de conocer a ese chico.... En cuanto lo ví... Afirmé que mi vida era una mierda.Per...
3.9M 224K 105
Libro uno de la Duología [Dominantes] Damon. Un hombre frío, amante de los retos, calculador... decidido. Se adentra en un mundo desconocido, donde l...
32.9K 1.3K 22
¿Que pasaría si te sintieras completamente atraída por la prima de tu nueva compañera de trabajo? Descubre la historia de Chiara una artista emergent...
49.3K 4.5K 23
Becky llega a la Universidad con su novia friend Y le toca sentarse con freen Qué es una chica interosexual Y tiene fama De usar a las chicas pero po...