You are loving | Rebirth

By PapasConChedd4r

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Retorcí mis extremidades por ti. Empujándome, amándome, tirando de mi, aplastándome. Los huesos se rompen, la... More

El contorsionista
Pedazo de pastel
Piel de azúcar
Vainilla
Algodón
Mientras me alejas
Glaseado
Realidad
Cumpleaños
Nombre
La ciudad
Una llamada
Olvidar
Alejarse
Rencor
La última vez
Conocer tu alma
No te vayas
Tu elección
En nombre del amor
El rey de la Lujuria
Muñeca de circo
La luz de tu corazón
No estoy roto
La feria de las vanidades
El gigante durmiente
Verosika side B
Angustia en el Paraíso
Demandando excelencia
Por siempre
Fórmula
A casa luego del rehab ((forzado))
Cada segundo cuenta
Pros y contras
Limpiando sangre
No sé si soy una buena persona
Deberíamos hacer drogas (no)
Esto ciertamente luce como "el momento"
Al menos soy amado (aunque yo me odie)

Canción de cuna

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By PapasConChedd4r

La música de la reunión se cortó abruptamente cuando se escuchó el sonido de los chorros de vino cayendo al suelo. Stella volcó toda la cantidad de líquido de su copa sobre la cabeza de Stolas, arrojó el cristal al suelo y apretó sus dientes en señal de que estaba muriendo de rabia al verlo allí.

Ambos estaban en el medio de la sala, rodeados por muchos hombres y mujeres de la alta clase que bebían con mucha tranquilidad y hablaban en voz baja. La fiesta se estaba llevando a cabo con éxito hasta ese preciso momento.

Stolas no se inmutó, no cambió su expresión carente de emociones al mirar a Stella. Él mantuvo a su huevo entre sus brazos, el cual era envuelto entre unas mantas de colores cálidos, y la observó sin ningún tipo de rencor invadiendo su ser. A pesar de que estaba empapado en vino y ella solo quería avergonzarlo frente a la realeza, se mantuvo inerte y firme sin retroceder.

—¡Mereces más que esta vergüenza! ¡Ya lárgate del salón! —Stella señaló las compuertas de salida con un rostro iracundo— ¿Y por qué traes al huevo contigo?!

—Tienes que incubarlo —le respondió Stolas sin querer armar un alboroto, se lo dijo en voz baja y con una paciencia envidiable—. No lo has hecho desde que nació.

Algunos demonios pudieron escucharlo, empezaron a girar hacia Stella y a dirigirle algunas miradas de indignación ya que si lo que decía Stolas era verdad, era una madre irresponsable y terrible. La mujer frunció el ceño con su ira creciendo a cada segundo, decidió contestar fuerte y claro para que el resto del salón la escuchara y los dichos de Stolas no se volvieran un rumor que la pudiera perjudicar.

—Claro que lo he hecho, ¡lo hago horas por día! ¡No busques más problemas aquí, ni siquiera estabas invitado a esta fiesta! —volvió a echarlo y, al ver que Stolas no estaba dispuesto a marcharse de allí hasta que tomara responsabilidad del huevo, decidió sujetarlo de la muñeca y arrastrarlo fuera del salón junto con ella.

Ambos atravesaron las puertas, la reunión se ejecutaba en el piso más bajo de su palacio y, a pesar de eso, Stella no quería volver a presentar a Stolas porque él no se esforzaba en disimular que ambos no se llevaban bien. No hablaba, no fingía y no sonreía ante sus conexiones. Aún así, él decidió llegar allí con su huevo y recriminarle estupideces solo para dejarla en ridículo frente a todos.

Una vez solos, le habló desde la sensatez. Ella solo buscaba que no se comportara de esa manera porque solo los perjudicaría como matrimonio y como parte de los Goetia.

—Stolas, te dije que dejes al huevo en la incubadora —remarcó Stella con hartazgo—. Déjalo allí y ya deja de humillarme, hay gente muy importante aquí. Ya vete, es en serio.

—No. No me iré —Stolas marcó su territorio porque esa seguía siendo su mansión y él seguía siendo parte de ese matrimonio por muy falso que fuera—. Eres su madre y tienes que incubar a nuestra hija al menos una vez al día. Si no lo haces, puede morir.

Stolas estaba cansado de que ella jamás tomara esa clase de responsabilidad. Siempre le echaba en cara que tuvo que colocar el huevo y que fue un gran esfuerzo que le arruinó el cuerpo, que el proceso fue asqueroso y doloroso. Y lo entendía, sabía que no fue fácil para ambos. Pero, aún así, como su progenitora, como su madre, necesitaba pasar tiempo con su huevo porque requería una especial atención de la hembra de la relación. De amor maternal, de calor maternal.

Ella solo se iba de la mansión o se preocupaba de sus apariencias en otras fiestas y reuniones antes de preocuparse por incubar a su hija. La enfrentó en público para que le diera gravedad a la situación, porque sino jamás le hacía caso.

—No va a morir, mierda —le reclamó la mujer con absoluta indignación—. Para eso existe la maldita incubadora.

—Tiene que recibir el calor real de su progenitora al menos unas horas al día, no el calor de una máquina. Sabes que es así —volvió a replicarle su marido con más preocupación, quería ser escuchado por ella al menos una sola vez—. No dejaré que muera y no me importa venir a reclamarte esto en cualquier maldita fiesta en la que estés.

—¿Por qué vienes a hacerme esto? ¿No te es suficiente todo lo que hago por nosotros? —Stella, en ese punto de las cosas, solo creía que Stolas quería arruinarle la vida y lo único que podía controlar entre ellos—. Al menos debemos mantener nuestro status, al menos quiero que algo de nuestro linaje sea real.

Todo lo que tuvieron que soportar en ese matrimonio arreglado fue duro y aberrante. No se llevaban bien, no se toleraban y no había ni un gramo de satisfacción cuando estaban juntos, solo una apariencia falsa para las fotos. Stella era egoísta y lo sabía, pero no quería que Stolas arruinara la única mierda que la hacía pensar que su vida no era tan desgraciada. Y ese algo era su reputación y la riqueza que mantenían juntos, al igual que su buena imagen, la cual Stolas se empeñaba en destrozar con acciones estúpidas como esa.

—No voy a dejarme extorsionar por un búho de mierda que ni siquiera puede cogerme bien —la mujer le dijo aquello con todo ese odio acumulado que no podía descargar en nadie, y que siempre terminaba escupiéndole a su marido—. Ese huevo es un milagro, un puto milagro que realicé yo sola porque ni siquiera me miraste.

Tenía mucho resentimiento por dentro. Sabía que no era deseada como mujer y que Stolas la quería lejos, que desde que se conocieron todo fue frío y protocolar. Y la sensación de jamás poder ser satisfecha al menos en el sexo la hacía sentir una frustración terrible.

Estaba encadenada a un hombre que nunca le brindaría placer por el resto de su vida. Y lo mínimo que podía hacer para descargar todos esos sentimientos malos era decírselo en la cara y recordarle que no sería el único infeliz de por vida en ese matrimonio.

—No voy a incubarlo, mételo en la jodida incubadora. O hazlo tú mismo como una ridícula enfermera o sirvienta —Stella entrecerró sus ojos crueles y sin sentimientos de empatía hacia él, luego formó una expresión de desagrado al observar ese rostro lamentable y afectado en su esposo—. Esa cara que pones al mirarme... eres realmente horrible y me das asco.

Se volteó, volvió a entrar a la fiesta y dejó a Stolas en su lugar, de pie y abandonado.

El príncipe sostuvo al huevo entre sus brazos con firmeza para brindarle su propio calor. Reflexionó por escasos segundos esas palabras hirientes que su esposa nunca se cansaba de repetir, sabiendo que probablemente tenía razón al decir que era horrible y era un hombre que daba asco por no poder satisfacerla o fingir que le gustaba estar con una mujer.

Suspiró sin dejarse afectar tanto. Pero jamás pensó en rendirse. Volvería a intentarlo día tras día, hasta que Stella se decidiera en incubar a su bebé. Mientras tanto, él iba a proporcionarle todo su calor aunque fuera un búho macho.

Caminó por el pasillo decorado con cuadros con pinturas de su matrimonio, su padre y familiares de ambos. Sonrió al tener al huevo contra su pecho, no le importó estar empapado en vino, su hija seguía seca, calentita y segura contra sus plumas y eso era lo único importante.

—Nunca te dejaré sola —le habló a su bebé, porque estaba seguro de que podía oírlo desde adentró de esas frágiles paredes, y mantuvo una sonrisa tranquila en su rostro—. Tu mamá a veces es un poco cruel, pero no será así contigo. Ella te amará mucho y sé que será dulce cuando rompas tu cascarón.

En realidad, Stolas le mentía a su futura hija, Octavia. Sabía que estaba mintiendo, porque Stella era una mala mujer, más bien un monstruo que abusaba de él en muchas formas en cada oportunidad que podía.

Pero no quería que supiera eso, quería que Octavia amara a su madre, porque tal vez Stella le mostraría solo a ella una versión diferente. No quería que sintiera odio por su esposa o por nadie, nunca querría que tuviera sentimientos amargos en su corazón ni que fuera envenenada por dolor.

—Ella es buena en el fondo, eso quiero creer. A veces simplemente no sabemos cómo lidiar con nuestras cosas de adultos —le explicó al momento de llegar a su habitación.

Stolas recostó el huevo sobre las sábanas por unos momentos. Decidió secarse, cambiarse de ropa para colocarse un ligero pijama y acomodarse al lado de su bebé. Abrazó al huevo cuando lo tuvo a su costado, ambos se cubrieron con las mantas de invierno y comenzaron a unificar su calor.

Stolas eligió incubar a Octavia, porque su madre no quería hacerlo. Todos los días, desde que ella la dio a luz, ponía excusas y ya no quería ser una madre desde el comienzo. Era doloroso y era injusto para su bebé. El príncipe esperaba a su hija de una manera opuesta, soñando con ilusión cada día con el rostro de la niña, preguntándose si sería tan hermosa como imaginaba o incluso más.

La verdad era que la existencia de Octavia era lo único que lo hacía sentir feliz, que le daba fuerzas para seguir adelante, que lo hacía sentir que su vida tenía un propósito. La abrazó y la mantuvo entre su pecho y vientre, acurrucándose y ululando por el instinto protector que poseía como padre.

—Nosotros... te tuvimos por obligación, Octavia. Fue una obligación —le confesó a su bebé con algo de angustia—. Pero no será una obligación criarte para mí, será un placer. Podré preocuparme por ti y cuidarte.

Empezó a sonreír con más entusiasmo al imaginar un futuro como padre, al sentir que podría hacerlo y cumplir con cada sueño que él jamás podría concretar.

Tal vez Stolas nació en un lugar equivocado, en una familia fría que no lo quería y entre demonios que lo dejaban de lado por tener un carácter diferente y sensible. Quizá él no estaba destinado a ser feliz, probablemente nunca sentiría nada similar a alegría o placer al estar condenado a vivir en un matrimonio con una mujer abusiva y con familiares distantes y desagradables.

Sin embargo, no condenaría a Octavia a que sintiera lo mismo que él sentía todos los días desde que tenía memoria. Haría que su vida fuera diferente a la que él tuvo que atravesar desde que era un niño. Le daría alegría, compañía y todo el amor que merecía sin lugar a dudas. Se encargaría de que fuera una niña sana y que fuera feliz, soportaría a Stella y a todo el mundo con tal de que así fuera.

—Nunca hubo alguien que se interese por mis gustos o mis hobbies, todos siempre creían que era raro. Las personas siempre se alejaron de mi, no soy como ellos quieren —le relató con toda la intención de que la bebé pudiera escucharlo desde adentro de su cascarón—. No quiero que sientas eso, nunca. Jamás voy a hacerte sentir que no eres interesante, que no vales la pena o que estás sola —le afirmó como si fuera una promesa, manteniendo a su precioso tesoro entre sus brazos—. Voy a pasar tiempo contigo, voy a jugar contigo y voy a preocuparme por tus intereses y conocerte. Hablaremos todo el tiempo. Te contaré historias fascinantes y te enseñaré todas las constelaciones que existen.

Entonces, Stolas entendió que Octavia era la única motivación que tenía en ese presente. No quiso llorar por eso, por lo triste que eran todos sus días, por la cantidad de pastillas que necesitaba para no sumergirse en pensamientos oscuros y fatalistas.

Quiso contenerlo, mostrarle a su hija que podía ser fuerte. Y decidió que eso haría incluso cuando ella estuviera fuera del huevo, mostrarle siempre su mejor versión.

—Al menos así quería que fuera mi padre —susurró al momento de acariciar el huevo con su pico, y cerrando sus ojos con sueño. Se mimetizaba con los latidos del embrión, de verdad lo incubaba por sí mismo y sentía que podía entenderlo. Era muy placentero, íntimo y hermoso.

—Mañana volveré a pedirle a tu mamá que intente incubarte. No sabe de lo que se pierde. Es genial pasar tiempo contigo —sonrió con ternura al escuchar las pulsaciones de Via—. Tal vez yo no sea una hembra y no sea lo mismo, pero no te dejaré morir y te daré todo mi calor y mi compañía mientras pueda.

Sintió tanto confort al sentirse parte de ese proceso que no pudo evitar ser invadido por una gran cantidad de sueño. Mientras seguía ululando, reposó la superficie de su pico sobre el cascarón y cerró sus ojos dejándose vencer.

—Te amo, Octavia... Contigo, jamás volveré a sentirme solo.

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