SIENNA CARUSO ©

By alegcl

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Libro II de la saga "Tentación Italiana". Teniente Sienna Caruso. Hija del mafioso más temido de la Sacra Cor... More

PRÓLOGO
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By alegcl

SIENNA

Desperté con una leve resaca. Tener que ver ese día al capitán me provocaba un incremento de dolor en la cabeza y un revoltijo muy molesto en el estómago. Lo más sensato sería decir que me encontraba fatal, pero no lo más inteligente. Mis amigas aún no sabían nada, aunque pensaba contárselo esa misma mañana. Cogí el teléfono móvil viendo una llamada perdida de mi padre y otra de Francesco. El muy idiota aún me llamaba como si nada, por muy cortante que pareciese. Vi un mensaje suyo al desbloquear el móvil diciéndome que tenía una sorpresa para mí. No sabía muy bien qué esperar de esa sorpresa pero en ese momento era el menor de mis problemas. Deduje que Bianca estaría con su novio en la habitación, un problema si les pillaban, pero regla que todo el mundo rompía.

Una vez avisé a mis amigas por mensaje de texto, me levanté y me puse el uniforme. Esa vez elegí unos pantalones cargo de color beige y no con estampado militar, como solía hacer. Cogí una camiseta de manga corta de color negro y me coloqué los cinturones con armas. Me puse una coleta alta, un poco de rímel para resaltar las pestañas, corrector en las ojeras y colonia por mi cuello y muñecas. Me miré al espejo después de lavarme los dientes, intentando poner mi mejor cara. En mi mente aún guardaba el recuerdo de ver a Killian coquetear con la camarera de ayer y desaparecer con ella minutos antes de haberme besado. Inconscientemente, llevé mi mis deseos a mis labios, recordando ese beso...

Unos golpes en la puerta hicieron que me asustase estrepitosamente. Salí del baño y abrí la puerta con rapidez, apartándome para dejar pasar a mis amigas. Ambas con cara de preocupación, se giraron hacia mí.

—¿Cuál es la urgencia? —Preguntó Bianca.

—¿Se quema algo? ¿Te has hecho daño? ¿Voy a por el extintor? —Fiorella hablaba tan rápido que solo pude reírme—. ¿Se puede saber qué demonios pasa? ¡Dijiste que era una urgencia!

Me senté en la cama, invitándolas a hacer lo mismo. Se miraron entre ellas confundidas, para luego sentarse a mi lado. Cerré los ojos, cogí aire y lo solté de golpe.

—He besado al capitán Vólkov.

No abrí los ojos. Un silencio se instaló en la habitación y me preocupe de que les hubiese dado un infarto o un ataque al corazón. Abrí un ojo muy lentamente arrugando la nariz mientras continuaba con el otro, observando a mis amigas. Una tenía la boca abierta y la otra una sonrisa ladeada.

—Bueno, ¿decid algo no? —Pregunté moviendo la pierna nerviosa.

—¡Santa madre de todos los hombres! —Gritó Fiorella levantándose de la cama con las manos en la boca. Me escandalicé un poco mientras Bianca se partía de risa.

—¡Chicas! —Exclamé en voz baja—. No tiene ninguna gracia.

Me senté de nuevo en la cama con expresión afligida.

—¿No era lo que querías? —Preguntó Bianca relajándose mientras secaba algunas lágrimas que había dejado caer.

—Yo nunca dije eso.

—Quizá tu boca no, pero tu cara sí. —Dijo Fiorella—. Vamos, está claro que os gustáis mutuamente. Solo hay que ver cómo os miráis.

Me rasqué la cabeza apoyando el codo en mi pierna. ¿Tenía razón Fiorella? No quería hacerme ilusiones tan rápido, no. Acababa de salir de una relación en la que el que pensaba que era el amor de mi vida me había puesto los cuernos descaradamente con mi mejor amiga. O la que era mi mejor amiga, la cual no se había puesto en contacto conmigo ni un solo día.

—¿Podemos ir a la cafetería? —Pregunté levantándome de la cama y cogiendo las llaves de mi apartamento.

—Claro. —Dijo Bianca—. Además tengo un hambre como para comerme hasta un elefante.

—¡Ay! Me encanta esa película... —Respondió Fiorella juntando sus manos y mirando al techo con una sonrisa risueña.

Yo las miraba con la boca entreabierta y una ceja en alto, como si tuvieran un tercer ojo en la frente. Sacudí la cabeza poniéndome en pie, cogiendo mi móvil y dirigiéndome a la puerta. La abrí haciéndoles un gesto para que salieran delante de mí para poder cerrar con llave. Ambas salieron riéndose al no querer hablar más del tema.

—Jade te va a sacar los ojos como se entere... —Canturreó Bianca mientras caminábamos por el pasillo. No dejé de mirar al frente mientras llegábamos al ascensor. Fiorella a mi izquierda pulsó el botón.

—Lo sé, Bianca. Y por eso no debe enterarse absolutamente nadie.

Las tres entramos en el ascensor, y cuando se iba a cerrar la puerta un pie la frenó. Una rubia con gafas de sol entró y se puso a nuestro lado.

—Buenos días, Jade. —Saludó Bianca mirándome con una sonrisa. Entrecerré los ojos hacia ella, advirtiendo de que no hiciera nada. La chica no contestó, se limitó a mirar el móvil.

—No suelo saludar a la plebe. —Contestó una vez se abrieron las puertas. Todas nos miramos con una sonrisa y los ojos abiertos. Salimos detrás de ella, y entonces Fiorella habló.

—Disculpe nuestra intromisión —comentó Fiorella a sus espaldas, haciendo que se girase hacia nosotras—, majestad.

Hizo una reverencia provocando que Bianca y yo casi nos cayésemos al suelo de la risa. Ella se dio la vuelta con muy mala cara y la cabeza en alto, entrando directamente en la cafetería. Nosotras entramos después, aún riéndonos de la escena de Jade. Cogimos el desayuno y nos sentamos en una mesa frente a la ventana. Ese día hacía buen tiempo y nos pusimos en la parte que más sol daba. Cada vez entraba más gente por la puerta, así que me puse de espaldas a ella para no ver quien entraba. Prefería desayunar a gusto y sin tener que preocuparme por ver o no a cierto capitán.

—Está entrando. —Dijo Bianca—. Y está mirando hacia aquí.

—El coronel ha entrado detrás suyo. —Añadió Fiorella—. Y también ha mirado.

—Ya lo he visto... —Contestó Bianca con resentimiento.

Tanto Bianca como yo nos enfocamos en el café que teníamos delante. Fiorella nos miraba divertida. Sabía perfectamente que el capullo que estaba en la barra con el coronel me estaba evitando. Si se pensaba que no había visto cómo la camarera había salido detrás de él estaba muy equivocado. Noté unos ojos clavados en mi nuca, pero no era nada intenso, algo que me descolocó por completo. Me giré hacia atrás comprobando que Killian hablaba con Gladis, la encargada de la cafetería. Me volví un poco más hacia atrás y vi a Enzo Reíd mirándome fijamente con una sonrisa de medio lado. Cuando me guiñó un ojo, sonreí negando con la cabeza por la insistencia de ese chico. Al volver a mirar hacia la barra de la cafetería, unos ojos grises me observaban como si quisieran atravesarme el alma.

Me volví hacia mis amigas. De pronto, vi una cabellera rubia dirigirse directamente hacia dónde estaba el capitán, el cual hablaba amablemente con Gladis. Entonces, él se levantó antes de que Jade pudiese llegar hasta él. No sé muy bien qué le dijo ella, pero una punzada en el estómago me atravesó cuando la rubia gritó al capitán hecha una furia.

—¡La besaste!

Toda la cafetería se quedó en silencio. Me vi obligada a mirar al capitán con miedo, confusión y un poco de rabia. Si decía la verdad, nuestra primera misión y por consiguiente nuestra primera opinión sobre nosotros al consejo se convertiría en cenizas. Según nuestras antiguas centrales, éramos los mejores. Si allí nos comportábamos como animales en celo y adolescentes con las hormonas alteradas... entonces nos veríamos completamente arruinados. Nadie dijo absolutamente nada, y por un segundo la mirada del capitán se conectó con la mía. Pero lo que dijo Jade después consiguió que, tanto mis amigas como yo, pudiésemos respirar con tranquilidad.

—¡La camarera! ¡La besaste!

Entonces otra punzada atravesó mi cuerpo. Esa no fue precisamente al estómago, sino que me cortó directamente el aire de los pulmones. El capitán miró hacia la puerta, para luego volverse hacia Jade. Me giré hacia el desayuno para no tener que volver a mirar al capitán. Notaba los ojos de mis amigas sobre mí, con lástima.

—No la besé, Cooper. —Respondí nombrándola de nuevo por su apellido. Tampoco había dicho ninguna mentira—. Me la follé. Es muy diferente.

Por poco no me atraganté con el café. Cogí rápidamente una servilleta, tapando mi boca para no montar otro espectáculo, aunque el que estaba haciendo Jade era digno de un Oscar. Todos estaban pendientes de lo que pasaría después de lo que había soltado el capitán, pero solo escuché pasos que desaparecieron por la puerta. Cerré los ojos, rascándome la frente y mirando hacia el campo de entrenamiento. De pronto, la voz del general Blaze nos hizo levantarnos rápidamente para acudir a la reunión con el coronel. Bianca y Fiorella no dijeron nada, solo me siguieron en silencio por el pasillo. Un mensaje en mi móvil me hizo frenar en seco. Francesco me había dado los buenos días, cosa que no hacía desde que me había mudado al continente americano. Fruncí el ceño, sin querer abrir el mensaje y guardando el móvil en el bolsillo de mi pantalón que había al lado de la rodilla.

Cuando entramos en la sala, el coronel no estaba solo. Killian estaba de perfil, frente a la silla. Yo debía ponerme a su lado al pertenecer a la misma tropa, era lo último que quería pero no me quedaba otro remedio. Choqué sin darme cuenta con su brazo, haciendo que fijase mi vista en la mesa sin querer mirarlo directamente a los ojos. Mi cabeza comenzó a reproducir el beso de anoche una y otra vez. La manera en la que agarraba mis hombros y mis caderas, la forma en la que su boca se amoldaba a la mía, su pecho contra el mío, nuestras respiraciones entremezcladas...

—Que no hayas dormido por estar follando no es mi problema, Jones.

Esa frase me hizo volver en mí. Sabía que el coronel era un tipo arrogante, directo, mujeriego y bastante capullo. Pero su contestación hacia Liam, el novio de Bianca, fue un absoluto disparate. El capitán quiso levantarse de la silla, lleno de ira y rencor hacia el hombre que no dejaba la cabeza de su novia tranquila. Bianca pudo frenarlo antes de que se desatase la guerra de Troya delante de todos nosotros, aunque no era para menos. El coronel lo único que hacía era provocar a ambos e intentar sabotear su relación.

—Os he reunido aquí para que en estos seis días que quedan os pongáis las pilas. —Comenzó a decir el coronel—. Veo esfuerzo pero no el suficiente como para llevar a cabo una misión tan importante. La tropa del capitán Vólkov será la que practique tiro el día de hoy. A partir de este momento cada tropa tendrá un día asignado para la sala de tiro, hay que estar preparados para cualquier cosa.

—¿Cuales serán los horarios y papeles asignados, coronel? —Me atreví a preguntar con un poco de temblor en mi voz. El capitán a mi lado se tensó al escucharme.

—Como os comenté, tú y tu capitán seréis un matrimonio de alto prestigio que establecerá lazos con el sospechoso. El objetivo no es matarlo, es traerlo e interrogarlo. Si se niega a hablar, entonces ahí tomaremos las medidas necesarias.

—¿Y si pide un abogado? —Preguntó Enzo.

—Se lo daremos. Sea el que sea tiene derecho a ello. Excepto los líderes de las mafias, por supuesto.

—¿Por qué ellos no? —Pregunté. El coronel me miró con los ojos entrecerrados, y ni siquiera sabía por qué.

—Porque no lo necesitan. Son tan astutos que jamás han estado en algo parecido a la cárcel o una comisaría.

—¿Se sabe algo del líder italiano? —Preguntó entonces Vólkov. El coronel me miró con una mueca y luego negó con la cabeza.

—Dicho esto, establézcanos los horarios de una vez. —Comenzó a caminar hacia la pizarra. Dibujó un edificio, el hotel con casino al que deberíamos infiltrarnos—. Vólkov y Caruso. A las diez y media de la noche entraréis por la puerta grande como Alexander y Olivia Harrington.

Ambos asentimos mirando el mapa conceptual.

—El resto se infiltrará a las once y cuarto. Les dejaremos entablar una conversación animada con el sospechoso y conseguiréis cautivarle con vuestras propuestas. Debéis darle a entender que queréis ampliar vuestros ingresos gracias a actividades como los juegos. —Explicó el coronel—. Tenemos que estar atentos por si el líder de la mafia rusa decide hacer acto de presencia, aunque es muy difícil. Es un hombre muy escurridizo que manda hacer cualquier cosa a otros para no tener que cargar con el muerto.

—¿Entonces la mafia no estará dentro en ningún momento? —Preguntó una voz que aún no se había dado a relucir. Miré al capitán de la tropa de Jade con el ceño fruncido. ¿Por qué le importaba tanto la mafia?

—Esperemos que no. De todas formas, no me extrañaría que el Don de la mafia italiana fuese allí. Siempre hemos tenido muchos problemas para encontrar su identidad. Al parecer tiene a la central de Italia pendiendo de un hilo, ni siquiera creo que nos digan la verdad. —Dijo el coronel.

—Coronel, ¿está diciendo que la central de Italia encubre al Don de la mafia por miedo? —Me atreví a preguntarle, notando la mirada de Killian atravesándome la nuca.

—Algo así. Quizá podamos realizar investigaciones más adelante. —Contestó el coronel mirándome directamente—. Podríamos ponernos en contacto con gente importante de toda Italia, por ejemplo su padre.

Tragué hondo. Meter a mi padre en investigaciones sobre la mafia no me gustaba nada. Y si mis sospechas eran ciertas... El coronel me miraba con los ojos entrecerrados y algo me decía que él sabía mucho más que yo sobre mi propio padre.

—Continuemos. —Concluyó el tema el coronel—. Como ya os he dicho, dudo mucho que Vitali Vólkov nos honre con su presencia. Aunque si es así debemos estar alerta, llevamos muchos años detrás de él y jamás hemos conseguido atraparlo.

—¿No es irónico que tenga usted el mismo apellido que el mafioso, capitán?

Todos nos giramos hacia el mismo lado. La teniente Cooper, prefería interrumpir con estupideces a atender las indicaciones del coronel. Supuse que lo único que quería era molestar al capitán por sus celos enfermizos. No mentiría en que, cada vez que mi mente reproducía la conversación en la cafetería, un dolor me atravesaba el pecho como un puñal. Decidí bajar la cara y no mirar la expresión del hombre que tenía a mi lado.

—Hay mucha gente en Rusia, Jade. —Respondió su capitán al mando—. Dudo mucho que el líder de la mafia rusa tenga descendencia alguna. Está muy ocupado con sus negocios ilegales.

De repente, Killian se levantó con lo que supuse muy mala cara. Puso sus manos a su espalda y miró al coronel pidiéndole permiso para hablar. Nuestro superior se lo concedió, haciendo que mirase a Jade fijamente.

—Mis padres se llamaban Dmitry Vólkov y Ekaterina Vólkova. Campesinos humildes y con muy poco dinero, pero aún así me lo intentaban dar todo. Yo era su prioridad, como padres quería lo mejor para su único hijo. Por desgracia, un fin de semana me dejaron con mis difuntos abuelos por un viaje de, supuestamente, negocios. —Conseguí elevar mi mirada hacia él. Observé su mandíbula tensa con esa barba que le hacía aún más atractivo de lo que ya era—. Murieron en el trayecto, arrollados brutalmente por un borracho que conducía un camión a más de ciento cincuenta kilómetros por hora. Nunca hicieron justicia por ellos. ¿Quieres saber alguna cosa más sobre mi pasado o vas a cerrar la boca de una puta vez?

Miré al coronel, el cual sonreía de lado por las ultimas palabras de mi capitán al mando. Jade bajó la mirada a su regazo molesta, desviándola después hacia la ventana sin querer hacer contacto visual con nadie.

—Bien. Me he comunicado con la central italiana estos días y nos han concedido un permiso especial. Uno de sus soldados vendrá a ayudarnos en este operativo. Según dicen, tiene bastante experiencia de misiones anteriores y realizadas con éxito. Además posee contactos en Nevada que pueden servirnos en la entrada y salida del hotel.

Todos nos quedamos en silencio, a la vez que un escalofrío recorría mi columna vertebral. El mensaje de Francesco, el soldado de la central de Italia aquí... Cuando lo vi entrar por la puerta, con ese aire de superioridad, mirándome fijamente como si yo fuera lo único bueno en su vida, guiñándome de ojo haciendo que el capitán a mi lado tensase todos sus músculos, supe que estaba en problemas. Le miré de reojo, su expresión tranquila era de lo más contradictoria.

—El capitán Francesco Vettori, de la central de Roma. Líder de la tropa número cuatro. Teniente jefe anterior, Sienna Caruso.

Todos nos quedamos en silencio. El rubio de ojos marrones con sonrisa encantadora y pelo rizado sobre la frente me miraba con todo el amor que podía mirar a alguien. Aunque, en ese caso, era la mentira más grande del mundo. El coronel nos hizo un gesto a Killian y a mí para que nos levantásemos y fuésemos a saludar y a presentar al capitán. Fui yo la primera en ponerme en pie, cuando pase por el lado del capitán, él se puso en pie y viniendo detrás de mí. Me puse frente a Francesco, notando como Killian se ubicaba detrás de mí. En cuanto noté como su pierna se rozaba contra mi trasero, un dolor insoportable se instaló en mi estómago, dándome ganas de vomitar. No sabía si era por la situación o por la resaca, pero el desayuno estaba empezando a subir por mi garganta.

—Capitán Vettori. —Conseguí articular—. Es un placer volver a verle.

Extendí mi mano para darle un apretón de manos. No sé si por fortuna o por desgracia, Francesco sonrió de lado y cogió mi mano para plantar un casto beso en el dorso, haciendo que abriese los ojos como platos mirando a mis amigas. Noté el suspiro fuerte y lleno de ira del capitán a mi espalda. Éste también extendió su brazo hacia él para darle un apretón de manos a mi ex. En cuanto noté su entrepierna contra mi trasero miré a mis amigas con los ojos abiertos como platos, al igual que ellas a mí. Al parecer, Francesco ni siquiera se dio cuenta.

—Capitán Killian Vólkov, líder de la tropa número tres junto con la teniente jefe Sienna Caruso. —Mi nombre salió de su boca con una lentitud satisfactoria para mis oídos, o eso me pareció a mí. Por el rabillo del ojo vi como me miraba mientras lo pronunciaba. Aún seguía con su cuerpo pegado al mío, y el ciego de mi ex ni se percataba de ello—. Un placer.

—El placer es mío, capitán. —Respondió Francesco con una sonrisa—. Espero que la teniente se esté portando bien.

Miré a mis amigas de nuevo, estupefacta por lo que había dicho. ¿Qué se pensaba que era? ¿Un perro? Carraspeé llamando la atención de ambos. La coleta me dejaba ver de reojo la expresión divertida de Killian y la inocente de Francesco. El coronel comenzó a hablar antes de que pudiera defender mi postura.

—El capitán Vólkov y la teniente Caruso se infiltrarán en un hotel de Las Vegas como un matrimonio de alto prestigio. —Francesco puso mala cara al escuchar la palabra "matrimonio", mirándome con una mueca. Puse los ojos en blanco ante su expresión, menudo hipócrita—. Usted, capitán Vettori, será un pilar fundamental. Se infiltrará como camarero privado en el hotel. Serás el que sirva única y exclusivamente a la mesa en la que estará Mason Blackwell.

—Entendido. —Respondió Francesco—. ¿Y ellos dos qué harán?

—Engañarle, por supuesto. —Concluyó el coronel cruzándose de brazos—. Deberán sacar toda la información posible. Llevaréis todos un micrófono y un auricular escondidos. Usted, Vettori, deberá estar dentro del hotel a las seis de la tarde y comenzar su turno como si fuera uno más. El objetivo es que vigile bien el perímetro y tenga conocimiento de las entradas y salidas de todo el lugar, así como de lo que vaya ocurriendo dentro. A las diez, poco antes de que entre "el matrimonio", servirás a la mesa de Blackwell.

Vettori asintió con la cabeza antes de lanzarle una mirada a Killian cargada de veneno. Sabía perfectamente que, aunque fuese un operativo, no le hacía ni pizca de gracia tener que estar pendiente de que el hombre que interpretaría el papel de "marido" tocase a su novia más de la cuenta. Aún así, Francesco siempre había sido un capitán profesional y respetado por muchos. No haría nada que pusiera la misión en peligro... ¿o sí?

—Ahora todos a sus puestos. —Concluyó el coronel—. La tropa de Vólkov irá a la sala de tiro avanzado. Usted les acompañará, capitán Vettori. Disponemos de la mejor tecnología de simulación con objetivos móviles y diversos escenarios realistas.

Miré de reojo a Francesco, observando su sonrisa ladeada producto de saber que estaría conmigo casi todo el día. Mi cabreo aumentaba por momentos, no solo por la presencia de mi supuesto novio, sino por la desfachatez y la osadía que había tenido Killian al presentarse como si nada, como si no hubiera posado su erección contra mi culo delante de Francesco.

—La tropa de Jones... —Continuó el coronel mirando al capitán con desdén y superioridad. La cara de mi amiga fue de todo menos agradable hacia el hombre, cosa que a él no se le pasó desapercibida. Incluso pude ver una expresión divertida por parte de nuestro superior—. Irá a la pista de obstáculos. Yo supervisaré el entrenamiento, capitán, así que espero que usted, su teniente y su tropa lo hagan como es debido.

Comprobé que Liam quería hablar, pero calló en cuanto se dio cuenta de que lo único que quería el coronel era hacerlo explotar. Bianca no tenía muy buena cara, notaba su respiración agitada. No sabía si estaba enfadada, nerviosa o con unas ganas inmensas de llorar. Bajó el rostro cuando el coronel se la quedó mirando durante unos segundos.

—Tropa número cinco. —Dijo dirigiéndose a su respectivo líder—. Capitán Ivanov, usted irá a la sala de simulación táctica. Utilizarán la realidad virtual de última generación para recrear situaciones de combate y crisis para prácticas tácticas de equipo, toma de decisiones bajo presión y coordinación en tiempo real.

Francesco se encontraba con los brazos cruzados al lado del coronel. Hice el amago de ir a sentarme a mi sitio, pero una mano firme, grande y masculina me sujetó del brazo impidiendo que pudiera moverme. Por desgracia, mi antiguo capitán sí se dio cuenta entonces del gesto de mi actual líder, poniendo muy mala cara al respecto.

—La tropa de Reid se dedicará a practicar en el centro de entrenamiento médico de combate. Quiero que estéis preparados para cualquier altercado, nunca se sabe cuándo recibes una bala y mucho menos una que pueda matarte en el acto. Además, deberíais saber técnicas de evacuación, tanto de soldados como de transeúntes y personas inocentes.

El coronel hablaba, y hablaba, y no dejaba de dar órdenes. Pero en lo único en lo que podía concentrarme yo era en el beso que Killian y yo nos habíamos dado la otra noche y del cual no podríamos hablar en ningún momento por múltiples razones. La primera y más importante, Francesco estaba aquí.

—Por último, la tropa del capitán Blake Moore se encargará hoy de ponerse a prueba en la sala de estrategia y planificación. Pensarán, meditarán y calcularán las medidas, distancias, horarios, armamento... todo aquello necesario para tener claro nuestro objetivo principal: salir todos vivos y traer al cabrón de Blackwell a la sala de interrogatorios.

Todos asentimos. Había notado que Francesco se había acercado un poco a mí, pero yo no me moví ni un milímetro, aunque por dentro quería salir corriendo. El cinismo, la mentira y la desfachatez que ese hombre había provocado me ponía los pelos de punta y me hacía apretar los puños en un intento de contener mis ganas de darle un golpe en la cara. No entendía como era capaz de venir a Estados Unidos como si nada, como si fuera el mejor novio del mundo, que venía a ver a su amada, como si no se hubiera acostado con otra. Otra a la que yo le había contado mis secretos más oscuros, mis penurias y lamentos. El dolor de cabeza incrementaba cada vez que pesaba en el tiempo que debía pasar con ese ser, y con el hombre que había besado la noche anterior.

—Todos a sus entrenamientos. Queda menos de una semana para el operativo.

La orden del coronel nos hizo movernos a la velocidad del rayo. Bianca, por otra parte, se tomaba su tiempo para recoger algunas cosas y papeles que tenía en su sitio, diciéndole a su novio que se adelantase. El coronel no la miraba, todo lo contrario. Apuntaba cosas en la pizarra como si ella no estuviera allí. Fiorella y yo nos miramos extrañadas y entonces nos giramos a nuestra amiga, que nos hizo un gesto con la cabeza para que nos fuéramos tranquilas. Salimos de allí y la sala se vació, exceptuando a Bianca y el coronel. Me despedí de Fiorella en el pasillo, colocándome al lado de mi capitán, que caminaba firme con mi ex a su otro lado. Éste último se asomó, dedicándome una sonrisa encantadora que en otros tiempos habría funcionado, pero que ahora solo me provocaba náuseas. Mi capitán, por su parte, se limitó a poner los ojos en blanco ante tal situación. Menudo capullo.

Entramos a la sala avanzada de tiro, donde una vez Killian me apuntó a la cabeza y donde tuve mis primeros pensamientos más impuros con él. Sacudí la cabeza, concentrándome en la tropa que ya estaba alineada y lista para practicar. Nos dedicaron el debido saludo militar.

—¡Buenos días, mi capitán! —Dijeron refiriéndose a Killian—. ¡Buenos días mi teniente!

—Les presento al capitán Francesco Vettori. —Comencé a decir—. Viene de la central de Italia y era mi antiguo capitán. Estratega, líder y francotirador, uno de los mejores de hecho.

—¡Buenos días, capitán Vettori! —Respondió la tropa firme. El aludido asintió con la cabeza con una sonrisa.

Francesco me miró con orgullo mientras Killian respiraba cada vez más fuerte. Temía que en cualquier momento pudiera explotar y contarle todo a Francesco por puro despecho,

—A sus puestos.

La voz de Killian tronó por todo el lugar. Incluso a mí me puso los pelos de punta. Me coloqué en uno de los lugares más estratégicos, la tropa a mis lados, y los capitanes a mi espalda. La presencia de ambos me ponía cada vez más nerviosa, por lo que intenté por todos los medios concentrarme en el arma que tenía en las manos. Uno, dos, tres, cuatro, hasta cinco disparos y ninguno de ellos dio en el blanco. Miré a mi derecha y de reojo pude ver la expresión ruda y cabreada de Killian al ver que no daba ni una. Disparé otras seis veces y el único lugar al que daba era a los hombros, brazos o incluso a la pared de detrás del maniquí. Entonces, noté un cuerpo pegado a mi espalda, unos brazos que me sujetaban el arma a la vez que la tenía en mis manos. Unos brazos fuertes rodearon los míos.

—La mira el medio. —Dijo la voz que conocía tan bien—. Tus ojos en el objetivo, piernas tensas, cuerpo relajado, brazos firmes.

Entonces, disparé otras tres veces, tres disparos en el blanco. Me giré hacia Francesco, el cual sonreía satisfecho con la ayuda que me había brindado. Killian no estaba por ninguna parte, ni siquiera con algún soldado de la tropa. No le veía por ningún lado. Dejé los cascos, la gafas y el arma en la mesa mientras salía de la sala un tanto abrumada. Empecé a hiperventilar, tocando mi pecho que cada vez dolía más y apoyándome en la pared para no caerme. Cuando estaba a punto de tocar el suelo, unos brazos rodearon mi cintura sujetándome contra algo duro. Al levantar la vista y ver los ojos grises que no abandonaban mi mente supe que estaba perdida. Le intenté apartar, pero él era mucho más fuerte. Miré a todos lados temiendo que en cualquier momento apareciera alguien, o incluso Francesco, y nos viera en un momento tan... ni siquiera sabía cómo definir el momento.

—Estoy bien, ya puedes soltarme. —Dije poniendo la mano en su pecho, intentando apartarlo de nuevo—. He dicho que estoy bien.

—No te creo. —Espetó sin soltarme—. Ni esto ni la actitud que tienes hacia tu ex.

—No es mi ex... aún. —Respondí con nerviosismo.

—Bien, hazle creer que aún sigues enamorada de él cuando en realidad lo estás de mí.

Dicho esto, me soltó, poniendo sus manos en la nuca y frotándose la cara con rabia y frustración.

—¿Quién ha dicho que esté enamorada de ti?

Me miró de nuevo, esa vez con una clara confusión en el rostro. Nunca le había visto así, tan vulnerable, tan... humano.

—No sé ni por qué cojones sigo aquí. —Dijo dispuesto a marcharse, pero le sujeté de brazo antes de que lo hiciera—. Suéltame.

Su petición se asemejó más a una orden, pero debía saber la razón por la que se comportaba así.

—¿Qué soy para ti? —Pregunté. No obtuve respuesta, así que volví a repetir la pregunta—. Killian, ¿qué soy para ti?

—Mi teniente. —Respondió alzando el mentón.

Solté su brazo, dispuesta a irme. Ya lo había dejado claro, entre nosotros no podría haber otra cosa que una relación estrictamente profesional. En cuanto di dos pasos, una mano me agarró del brazo y unos labios se estamparon contra los míos con desesperación. Su lengua bailaba en mi boca a un ritmo exquisito, sus manos sujetaban mi cara con fuerza, como si en cualquier momento fuese a desaparecer. Me estampó contra la pared, como un animal en celo, presionando su cuerpo contra el mío y sintiendo la erección contra mi abdomen bajo. Mi interior estaba que echaba fuego cuando comenzó a besar mi cuello con fiereza, y gracias a la coleta alta que tenía había mucho más acceso para él. Le cogí la cara con mis manos para volver a besarlo. Sus labios comenzaban a ser como una droga para mí, una droga de la que no me importaba ser una adicta. Pero entonces, algo cambio. Su mirada me transmitía mil y una sensaciones, algunas buenas, otras muy malas.

—No puedo. —Sentenció mirando al suelo y luego a mis ojos. Acaricié su rostro para darle a entender que tenía mi apoyo, porque estaba claro que había algo que lo atormentaba.

—No huyas más... —Le pedí en un intento de hacerle razonar sobre los sentimientos de ambos.

—No intentes entrar en el infierno, Sienna. No es buena idea. —Su mirada me transmitía incluso miedo, miedo de que algo malo pasase—. Podrías incluso morir.

—Sé que nunca dejarías que eso pasase.

Entonces, su rostro pasó de la incertidumbre a la rabia. Me impresionó tanto que, aún con la pared a mi espalda, intenté alejarme de él. Era como una bestia. Se dio cuenta, pues suavizó un poco el rostro. Acarició mi mejilla sin previo aviso y vi como su corazón estaba dividido.

—¿Por qué me lo pones tan difícil, lyubov (amor)?

Y sin decir nada por mi parte, me soltó y se fue. Tenía la cabeza hecha un lío. Primero me besaba en la fiesta, luego aparecía Francesco de la nada, y ahora me besaba otra vez y luego se largaba llamándome qué sé yo en ruso. Él sí me estaba complicando la vida, pero si así iban a ser las cosas, si quería huir y no reconocer lo que se suponía que sentía por mí, entonces así sería.

Decía que yo quería entrar en el infierno. Lo que él no sabía era que trataba con el mismísimo diablo en persona.

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