Donde el sol se esconde

By AmaliaReed

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A veces no sabemos cuáles son nuestros sueños, hasta que se aparecen frente a nosotros. Esto es lo que le ocu... More

Sinopsis
Prefacio
Capítulo 1. Colapso en Copenhague
Capítulo 2: Desde otro punto de vista
Capítulo 4 - Déjalo atrás
Capítulo 5. Reflexiones en Hamburgo
Capítulo 6. Error de cálculo
Capítulo 7. Impulsos en Ámsterdam
Capítulo 8. Historia vacía
Capítulo 9. Tormenta en París
Capítulo 10. Correr hacia el mar
Capítulo 11. Encuentros en Siena
Capítulo 12. Otra vida
Capítulo 13. Despedida en Madrid
Capítulo 14. Empezar de cero
Epílogo

Capítulo 3. Confesiones en Malmö

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By AmaliaReed

Iker me esperaba fuera de la estación, con la espalda apoyada en la pared y su enorme mochila de viaje a los pies. En ese momento me pareció un chico normal, nada interesante. Pero cuando grité su nombre para llamar su atención, levantó la cabeza y me sonrió de una manera que me hizo detenerme por un momento en medio de mi avance.

Un ciclista tocó su campanilla llamando mi atención. Me moví rápido para no ser arrollada por una de las tantas bicicletas que circulaban por la ciudad, y caminé un poco más lento hacia la estación.

—Tus pies te permitieron venir —bromeó, mirando las zapatillas más cómodas que pude encontrar entre mis dos maletas—. ¿Te sientes bien?

—Sí. Una noche de descanso hace milagros.

Levantó su mochila del suelo y la acomodó en su espalda sin dejar de sonreír.

Luego de comprar nuestros tickets, nos subimos al tren correspondiente, que durante el recorrido de 90 minutos, cruzaría el océano y nos llevaría hasta Malmö.

—¿Quieres comer algo? —ofreció, mientras dejaba su mochila en la parte superior del tren, donde otros pasajeros hacían lo mismo—. Tenemos un largo recorrido por delante.

—¿Por qué traes tu bolso? Dijiste que sería un viaje corto.

—Mañana partiré hacia Hamburgo, no tenía sentido quedarme en el hostal si me iba temprano. Cuando volvamos dormiré en un B&B, es más barato.

—Ya veo —dije, aunque para mí no tenía ningún sentido. Prefería gastar un poco más y no estar acarreando mis maletas hacia todos lados.

—¿Quieres comer algo? —insistió, al no responder su pregunta anterior. Negué con la cabeza.

El tren no llevaba demasiados pasajeros, lo que nos permitía ocupar un espacio de 4 asientos separados por una mesa pequeña, donde Iker se sentó frente a mí.

—Así que... ¿Me contarás algún día que te trajo aquí? —preguntó, alzando una ceja.

—El diario de mi madre, ya te lo dije.

—Sí, eso ya me lo contaste. —Ladeó la cabeza, como si me mirara desde otro ángulo—. Lo que quiero saber es porque decidiste hacerlo ahora.

—Yo... iba a mudarme. Se supone que a esta hora ya debería estar casada, pero de un momento a otro... no lo sé. Supongo que enloquecí.

Miré mi mano, ahora sin ningún anillo de compromiso que me delatara. Sin embargo, una tenue línea blanca mostraba que algo estuvo allí.

—¿Y por qué Copenhague?

Me cubrí el rostro con las manos, intentando ocultar como el calor había teñido mis mejillas.

—Te vas a reír.

—Seguramente, pero igual quiero saber.

Tomé aire para tranquilizar la risa nerviosa que amenazaba con escapar y centré todo mi esfuerzo en decir las siguientes palabras:

—Yo... llegué a Copenhague porque fue el primer vuelo que vi disponible —confesé, avergonzada—. Estaba en el aeropuerto ese día para tomar un avión hacia México y mudarme con mi futuro esposo.

—Vaya. No me esperaba eso.

—Mientras ordenaba mis cosas decidiendo que me llevaría y que dejaría atrás, encontré el diario de mi madre. Vi sus fotografías, sus historias. Las notas que fue escribiendo y todos los sueños que faltaron por cumplir y yo... sentí que no había hecho nada relevante con mi vida. Solo me dediqué a esforzarme por ser la perfecta estudiante, la perfecta novia, conseguir el trabajo perfecto y tener la casa perfecta. No he cometido un solo error en mi vida y por un momento..., solo por una vez quería saber que se sentía hacer algo equivocado. Cerrar los ojos sin cuestionar y luego mirar hacia atrás y decidir si fue un error o no.

Tomé aire de golpe, luego de soltar todo lo que llevaba atascado en la garganta desde que me subí a ese avión hace dos días. Iker me miraba perplejo, con el rostro sereno, pero como si hiciera grandes esfuerzos por no reírse.

—Lo siento. Tenía muchas cosas en la cabeza —me disculpé.

—¿De qué país dijiste que eras?

—De Chile. ¿Por qué?

—Entiendo. Fueron demasiadas palabras en pocos segundos —bromeó, quitándole seriedad a mi confesión.

Compartimos una carcajada que me hizo sentir más ligera. Como si, al soltar todos esos pensamientos de golpe, hubiese liberado algo de culpa con cada palabra.

—Y supongo que tú eres de España.

—Así es. ¿Cómo lo supiste? —dijo con sarcasmo, marcando más su acento.

—Porque tu nombre es Vasco, ¿no?

—¿Buscaste mi nombre en internet? —preguntó, divertido.

—No... yo... buscaba...

Iker volvió a reír en una amplia carcajada antes de girar su rostro hacia la ventana del tren y observar el paisaje que recorríamos.

Miré cómo apoyaba su frente en el cristal y admiraba el exterior con aire soñador. Me pregunté qué pasaba por su mente en esos momentos que parecía tan perdido. Miraba las cosas con nostalgia, como si una fotografía no fuera suficiente y necesitaba grabar este momento en su cabeza, porque sería la única forma de recordarlo tal y como es.

Levanté mi teléfono y capturé ese instante en una foto. Tal como él había hecho conmigo, tenía una expresión digna de retratar.

—¿Y qué haremos en Malmö? —quise saber

—¿Quieres hacer algo en especial? —Se apartó de la ventanilla y miró su teléfono.

—Que bueno que lo preguntas. —Saqué la libreta que cargaba en mi bolso de mano y la abrí en la hoja donde estuve tomando notas el día de ayer—. Investigué un poco anoche, y aunque Malmö es una ciudad muy urbanizada, hay unos cuantos lugares que podemos visitar.

—Despacio...

—Primero...

Le recité en detalle todos los sitios turísticos, los precios, horarios y actividades. Luego le propuse el mejor itinerario para visitar: Paseo en bote, visitar el castillo de Malmö, fotografiar el ayuntamiento, recorrer Södergatan y almorzar en Lilla Torg. Luego visitar el museo marítimo, caminar por las calles del casco antiguo y finalmente, ver el atardecer en el puente Øresund y regresar a Copenhague.

—Tengo todo planeado —terminé, orgullosa.

—Eh, sí... —Se rascó tras la oreja algo inseguro—. Tengo una contrapropuesta: qué tal si llegamos allá, rentamos unas bicicletas y solo vamos donde nos lleve el viento.

—¿Qué diablos significa «donde nos lleve el viento»?

Iker dejó caer su cabeza en el asiento, implorando paciencia antes de continuar.

—Escucha... ¿Por qué quieres ir a todos esos lugares?

—Son los lugares imprescindibles que visitar.

—¿Según quién?

—Según internet —dije, convencida—. Se supone que es la recopilación de cientos de turistas que han viajado a Malmö y dan sus recomendaciones para que no perdamos el tiempo en buscar qué visitar.

—¿Y si no tuvieras internet?

—Pero lo tenemos, no tiene sentido preguntarse esas cosas —me defendí, tan terca como siempre. Dejé la libreta sobre la mesa, mientras sacaba mi celular para mostrarle lo que había encontrado—. Esto nos ayudará a optimizar nuestro viaje, visitar más lugares y disfrutar de esta aventura.

Iker ladeó la cabeza y me estudió con esa forma que tenía de mirarme, que con el tiempo, entendería que era lo que trataba de encontrar.

Me distraje cuando en el exterior el nivel del suelo empezó a ascender, como si nos metiéramos en alguna especie de túnel.

—¿Qué está pasando?

—El tren va por el camino que está bajo el mar. ¿No encontraste eso en tu investigación de internet? —preguntó, burlón.

—¿Cómo que por debajo del mar?

—Espera. No tienes claustrofobia o algo así, ¿no?

Y en ese instante, el tren quedó un segundo en completa oscuridad antes que se encendieran las luces interiores. Por la ventana, solo se veía un manchón negro a toda velocidad.

—Que horrible vista.

—Debiste aprovecharla cuando pudiste —dijo Iker.

Hice un mohín y alargué mi mano para tomar mi libreta y repasar mi itinerario, pero sobre la mesa, ahora no había nada.

—¿Dónde está? —pregunté, mirando alrededor.

—¿El qué?

—¡Mi libreta! ¡La dejé justo aquí!

—Quizás la guardaste.

Mi bolso era pequeño, pero, aun así, saqué todas las cosas del interior hasta vaciarlo por completo.

—No está —me quejé, guardando todo de forma desordenada. Miré por debajo de la mesa y los asientos.

—Quizás... ¿Se cayó? —Iker revisó bajo sus pies—. ¿Es el diario de tu madre?

—No. Solo es una libreta donde anoto mis ideas y planes.

—Ah, bueno. Te compras otra y ya.

Me crucé de brazos, frustrada. Bajo el túnel no llegaba señal de internet, así que no podía rehacer mi itinerario. Tendría que esperar hasta llegar a Suecia y ahí buscar otra vez.

Malmö es una ciudad impresionante. Es de ese tipo de lugares que solo ves en las películas de ciencia ficción, donde la sociedad está altamente desarrollada y todo funciona a la perfección. Al menos eso era lo que yo lograba ver desde mi limitada perspectiva.

De alguna manera, Iker me convenció para rentar unas bicicletas y así no sobrecargar mis adoloridos pies y recorrer más rápido los lugares. Me limité a seguirlo, avanzando por calles empresariales y otras más turísticas. Nos tomamos fotografías en cada sitio que nos encontrábamos y al final del día, de alguna manera, recorrimos todos los lugares que yo sugerí, pero no como lo había planificado. Incluso nos dio tiempo de visitar un museo de comida repugnante del que casi salí vomitando, mientras Iker se reía a carcajadas de mí. Ahora que lo pienso, fue el primer día en mucho tiempo en el que solo pensaba en divertirme y no en lo que tendríamos que hacer después.

Al final de la tarde, nos acercamos a un mirador, donde muchos turistas se acomodaban para ver la puesta de sol en el puente Øresund. Había espacio suficiente, el problema, es que en esta época del año faltaban muchas horas para el atardecer.

—¿Estás seguro de que los trenes pasan toda la noche? —pregunté, revisando los horarios en internet.

—Seguro —murmuró, absorto en la puesta de sol.

—¿Y si no es así? Quizás deberíamos buscar un lugar donde alojarnos, solo por si acaso. No quisiera quedarme vagando por las calles de Malmö por muy lindo que sea todo.

—Tranquila, Sam. Ya investigué y el sistema público funciona las 24 horas. —Rodeó mi antebrazo con su mano, acercándome un poco más a su lado. Dejé el celular y me concentré en él. En cómo sus ojos mostraban el color que tanto me había costado identificar.

—Tienes los ojos verdes —susurré. Giró su rostro para mirarme, extrañado—. Digo... no los había notado.

—Sí. Y tú los tienes marrones —señaló, con una sonrisa—. Almendrados. Muy bonitos.

—¿Qué?

—Creí que jugábamos a decir obviedades.

No agregó nada más y continuó observando el atardecer. Miré la hora en el teléfono, pensando que podríamos haber visitado algún otro lugar y, aun así, nos daría tiempo de llegar a ver el atardecer.

—¿Por qué decidiste hacer este viaje? —pregunté, luego de unos minutos de aburrimiento—. Yo te conté mi historia. Te toca a ti.

—Ya te dije, turismo.

—Vamos... debes tener algo interesante que decir.

Iker suspiró y se giró dándole la espalda a la puesta de sol, apoyándose en la baranda del mirador.

—Me ofrecieron un gran empleo, Uno de esos donde te sientas tras un enorme escritorio y todo el mundo trabaja para ti. Prometí que me lo pensaría luego de unas vacaciones y aquí estoy, pensándolo.

—¿Qué tienes que pensar? ¡Es una gran oportunidad!

—Sí, lo es. Pero quizás no es para mí.

—¿Por qué? —exclamé, desconcertada—. Todo el mundo quiere que lo asciendan lo suficiente para vivir cómodamente.

—Puede ser, pero no era algo que esperaba, así que pedí un mes para pensarlo. No quería lidiar con la presión de mi familia, así que tomé mis cosas y me fui.

—Si quieres mi opinión, deberías aceptarlo. Algo así no ocurre todos los días.

—Sí, lo sé —respondió con un suspiro.

—¿Y hace cuanto fue eso? —quise saber, interesada—. Me refiero, ¿cuándo empezó este viaje?

—Hace... dos días. Tomé el primer vuelo disponible —respondió, con una sonrisa traviesa—. ¿Quieres seguir esperando la puesta de sol o prefieres volver?

—Creí que nunca lo dirías.

Y sin más demora, tomamos el tren de regreso a Copenhague. Al llegar, Iker me acompañó hasta mi hotel, con una sonrisa de nostalgia.

—Supongo que este es el adiós —murmuró, acomodando su mochila en la espalda, frente a las puertas de mi hotel—. Gracias por estos días. Me gustó conocerte, Sam.

—¡Ah! Sí, yo, bueno... —Me removí inquieta en el lugar, tratando en vano de acomodar mi cabello tras la oreja—. Estaba pensando que tal vez podría acompañarte. Si no te molesta.

Me sostuvo la mirada, como si esperara que dijera algo más, me riera o tal vez solo estaba pensando en lo que acababa de decir. Después de un segundo que duró una eternidad, al fin salieron sus palabras.

—¿Acompañarme? ¿A mí? ¿Por Europa? —preguntó, perplejo—. ¿Por qué?

—Pareces saber lo que haces y por desgracia para mí y para todo el género femenino, es más seguro que una chica joven como yo, viaje acompañada. Y por ahora eres al único que conozco.

Se llevó una mano a la barbilla, evaluando mi propuesta mientras me miraba de pies a cabeza.

—Si quieres, claro —añadí, nerviosa—. Es decir... solo es una idea. Pero como ayer dijiste que irías a Hamburgo y una de las metas de mi madre es en Alemania, me parece bien que vayamos juntos si vamos al mismo lugar.

Iker seguía en silencio, entornando los ojos, estudiando cada palabra que salía de mi boca.

—Olvida mi propuesta. Tal vez quieres viajar solo.

Ya estaba por marcharme corriendo por la vergüenza, cuando sus labios se curvaron en una sonrisa amplia, que me hizo tomar aire de golpe.

—Aceptaré que vengas conmigo, Sam. Pero con una condición —propuso, levantando su dedo índice.

—Bien. Me parece un trato justo. ¿Cuál?

—Tendrás que hacer todo lo que yo te diga.

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Al parecer estoy en condiciones de actualizar esta historia todos los domingos. Al menos durante marzo. Seguramente en abril haré dos actualizaciones semanales para cumplir con el objetivo final.

Gracias por acompañarme en esta nueva aventura.

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