DAZZLING #PGP2024

By ivanquiroga9

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Embárcate en un emocionante viaje a través las peripecias de cinco felinos con vidas diferentes, pero con un... More

DEDICATORIA
NOTA DEL AUTOR
SETENTA Y TRES
01 CACERÍA
02 CAUTIVERIO
03 L10N
04 NACIMIENTO
05 LOTE SETENTA Y TRES
06 EN LA NOCHE MAS OSCURA
07 ESCAPE
08 EL DOLOR DE UNA MADRE
09 EL MAESTRO Y LA APRENDIZ

10 CUESTA ABAJO

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By ivanquiroga9

En los fríos túneles de metal, Setenta y Tres y Lion caminan presurosos. El único sonido que se deja escuchar es el rítmico palpitar de los corazones agitados de los fugitivos, y un leve pero seco golpeteo que se escapa de las patas de los animales al tocar el suelo.

El roedor, más descansado y repuesto de sus lesiones, lidera al pequeño contingente. De vez en cuando, levanta su nariz para olfatear tanto el peligro que los acecha como el camino que los llevará a la salida. Al mismo tiempo, la pequeña trata de imitar a su improvisado maestro para practicar en ese arte.

Después de unos minutos de caminar en silencio, Lion se detiene de repente. Un ligero viento se deja sentir en su rostro, esa es la señal que estaba esperando para poder continuar con la siguiente parte de su huida: el camino hacia abajo.

—Pequeña, estamos cerca de la parte más difícil —se dirige a su compañera—. A partir de ahora iremos hacia abajo y el camino para un animal de tu tamaño y con tan poca experiencia puede resultar complicado.

Setenta y Tres observa a su guía con sus ojos llenos de seguridad y escucha atenta cada palabra que se le dice. Sabe que cada indicación que el ratón le da es de suma importancia no solo para escapar del lugar, sino para toda su vida. Cada aprendizaje nuevo marcará sus decisiones y la forma en cómo afrontar futuros problemas.

—¿Sientes ese viento? —continúa Lion mientras la gata asiente con la cabeza—. Proviene del cubo del elevador. En este edificio solo hay dos formas de bajar o subir, una son las escaleras, por las cuales no podemos caminar debido al peligro que implica, y la otra es por el elevador, el cual también tiene sus complicaciones. Una vez que lleguemos al lugar exacto, te darás cuenta a lo que me refiero.

Al terminar estas palabras, Lion da la indicación de continuar el camino. Con cada paso que dan, el viento se siente con mayor intensidad, provocando en el corazón de la gata una nueva sensación. Siente que una parte de su cuerpo se desprende de ella y comienza a vagar por los rincones del lugar. Esa sensación de tranquilidad la hace detenerse por unos instantes para poder disfrutarla mejor. Cierra los ojos y deja que su alma vuele libre por el lugar, mientras el viento forma susurros de libertad que encuentran refugio en sus orejas y la hacen sonreír.

Lion continúa caminando hasta que se percata de que su acompañante se ha quedado atrás. Preocupado, voltea con la intención de darle una reprimenda a la cachorra, pero al ver su rostro sonríe. En silencio, disfruta la escena, recordando que ella jamás en su corta vida sintió el viento en su rostro, y esa sensación es nueva. Decide dejarla disfrutar un poco más, pero tras unos segundos la interrumpe.

—¡Niña! —levanta la voz—. Deja de soñar, no tenemos tiempo —ordena el ratón, obligando a Setenta y Tres a salir de su trance.

—Perdón —agrega la gata, bajando las orejas en modo de disculpa.

Ante la tierna expresión de la acompañante, Lion solo acierta a sonreír de nuevo—. Está bien, no tienes por qué sentirte mal. Entiendo que mucho de esto es nuevo para ti. Por ahora, disfrútalo un poco, porque cuando te acostumbres perderá su magia.

El tramo al cubo del elevador es corto y pronto consiguen llegar al final del ducto. A pesar de que no es el mismo lugar por donde hace poco el ratón se lanzó de forma desesperada para evitar el cruel destino que Ámbar le tenía preparado, el simple recuerdo de la escena causa que un viento frío surque por toda su espalda, provocando un notorio temblor en su diminuto cuerpo, de tal modo, que incluso la gata, al notar el inconsciente movimiento, se preocupa.

—¿Pasa algo, Lion?

—No, nada pequeña, malos recuerdos, solo eso —responde el roedor con voz temblorosa mientras le indica a la gata que se aproxime más a la orilla del precipicio—. ¿Ves eso? —señala hacia un ducto inferior, en la parte baja del cubo—. Ese es nuestro primer destino. Si tu madre estuviera con nosotros, no dudo que de un salto pasaría contigo mientras yo camino por los tubos de la pared. Pero en la situación actual, tenemos dos opciones y ninguna es muy alentadora: la primera es esperar el elevador y saltar en su techo con la esperanza de que nos deje en nuestro destino. Sin embargo, no tenemos tiempo para eso con Ámbar persiguiéndonos. Solo implica más riesgo. La otra opción es que ambos crucemos por los tubos. Para mí no hay mucho problema, soy pequeño y el espacio es bueno para que pase. El problema lo tendrás tú. Eres muy grande para el camino tan angosto. Deberás tener mucho cuidado con cada paso, ya que si caes, dudo que sobrevivas. La última vez que caí en este lugar tuve suerte, pero no creo que sea algo que pase dos veces.

Ambos se miran en silencio y así inician la siguiente parte del camino. Primero comienza Lion, da un pequeño brinco hacia el tubo más grueso que sobresale de la pared, el cual lanza un pequeño chirrido como si de una queja se tratase. Una vez que el ratón siente que el camino es seguro, le da una señal a la gata para que le siga. Setenta y Tres con inseguridad extiende una de sus patas para posarla en el tubo. Con lentitud, se recarga en el oxidado metal que conforme siente el peso de la gata hace sonar de nuevo su lastimero quejido con mayor intensidad, hasta que por fin la primera extremidad queda firme en la improvisada saliente. Una vez segura del proceder, continúa su labor hasta que por fin consigue tener todo su cuerpo sobre el tubo. Con ambos animales sobre el estrecho e inclinado camino, es hora de dirigir sus pasos rumbo al ducto indicado. A diferencia del ratón, la gata debe ser muy cuidadosa, ya que de vez en cuando, al dar algún paso, el tubo rechina o se tambalea, provocando cierta inseguridad en la pequeña.

—Entre menos dudes, podrás pasar más rápido —trata de darle seguridad Lion a Setenta y Tres, aunque él mismo teme que algo pueda salir mal—. Mira, más adelante hay un pequeño hueco donde podrás relajarte un poco. Solo debes mantenerte firme —agrega el roedor con voz temblorosa a pesar de tratar de mantener la calma.

La pequeña, en silencio, asiente leve con la cabeza. El temor de hacer un movimiento en falso y terminar en el fondo de ese precipicio la obliga a limitar sus movimientos y pensamientos. Con pasos lentos, logra por fin llegar al tan ansiado descanso. Setenta y Tres, lanza un largo suspiro de alivio y se relaja un poco mientras es animada por el ratón.

—Falta poco para llegar al siguiente piso, pequeña. De verdad eres muy valiente, una digna hija de Garra Afilada —dice Lion, lleno de admiración.

La gata sonríe y tras esas palabras se levanta con nuevos bríos, poniéndose en marcha. El resto del tramo lo pasa con menos dificultad.

—Creo que ya estoy entendiendo cómo bajar por este lugar —dice con aires de victoria Setenta y Tres al posar sus patas delanteras en el nuevo ducto.

—Me alegra. Ahora que ya sabes andar por los tubos, el resto del camino será más rápido —agrega Lion en tono de aliento y con una mirada de aprobación, como si de un padre se tratara—. Entonces es hora de seguir adelante.

Durante la segunda parte del camino, los animales no tienen problemas para bajar, por lo que pronto llegan al siguiente ducto. Setenta y Tres antes de continuar, decide mirar por la orilla y nota que el piso ya no está tan lejos.

—¡Mira, Lion! Creo que incluso de un brinco podría llegar al suelo.

Lion, ante el comentario de la gata, se asoma para descubrir que en efecto se ve lo que parece el final del cubo del elevador e incluso la gata no se equivoca. De un brinco podría llegar, aunque si no lo hace bien corre el riesgo de lastimarse. Pero contrario a lo que piensa su acompañante, este no es el suelo, es el techo del elevador, convirtiéndose en un posible obstáculo para los fugitivos.

—Ese no es el piso, es el techo del elevador y si no se mueve de allí puede convertirse en un estorbo para nosotros. Pero, por otro lado, si en vez de brincar al fondo lo haces a los cables que lo sostienen, el tramo no sería mucho y podrías aguantar la bajada. Aunque si eso se mueve hacia arriba, lo más seguro es que estemos perdidos.

—¿Y entonces, lo intentamos? —responde llena de ánimo la cachorra mientras adopta una posición de salto—. Sube a mi espalda rápido.

Sin decir más, el ratón sube al lomo de la gata y está, sin dar aviso, salta a los cables. Pero gracias a su tamaño, pronto comienza a perder altura, situación que preocupa a su tripulante. Aunque la pequeña, llena de confianza, alarga un poco más sus patas delanteras y apenas logra sostener el cable más cercano del elevador, al cual se aferra con toda su fuerza hasta que lo abraza con sus cuatro extremidades. 

De forma repentina tras bajar un poco por el cable se escucha el rechinido de los engranes del elevador, marcando el inicio de su ascenso. Con el sonido, el corazón de Lion comienza a latir con fuerza mientras observa cómo el elevador comienza a moverse y poco a poco el cable del que están sujetos los comienza a llevar hacia arriba. Una oleada de pánico lo recorre cuando observa cómo el ducto de aire al que necesitan llegar comienza a desaparecer. La gata, que ha estado ocupada aferrándose al cable, también percibe el cambio en la dirección, intenta acelerar el paso, pero por mucho esfuerzo que pone para bajar, la velocidad de subida es mayor y su rostro refleja una mezcla de sorpresa y preocupación.

—¡Subimos, perderemos el ducto! —exclama Lion, luchando por mantener la calma—. Necesitamos encontrar una solución rápida.

Setenta y Tres asiente, mientras su mente trabaja a toda velocidad para idear un plan que los ayude a salir de este nuevo aprieto. 

No muy lejos de los prófugos, la reptante Ámbar por fin llega al cubo del elevador y, al divisar a los fugitivos emite un silbido de satisfacción mientras contempla cómo sus presas se acercan a ella sin necesidad de esfuerzo.

El tiempo apremia. Lion observa desesperado su entorno en busca de una salida. Entonces, una idea se forma en su mente.

—¡Los cables! —exclama—. Si logramos saltar al cable que baja, podríamos alcanzar el ducto de aire antes de que sea demasiado tarde.

Setenta y Tres, no dice nada, dispuesta a seguir el plan de su compañero. Juntos, se preparan para el arriesgado salto. El elevador sigue ascendiendo lento, alejando su objetivo. Con determinación en sus ojos, Lion y Setenta y Tres se lanzan de nuevo, agarrándose con fuerza al cable que va en sentido contrario, tan rápido como puede y ayudada por el mecanismo del elevador avanza rápido el techo del elevador.

Ámbar, desde la orilla del ducto, observa el movimiento de los fugitivos y como ahora se alejan de su alcance. Con furia y frustración, se lanza en su persecución, mira los tubos y comienza a deslizarse por ellos en un intento desesperado por alcanzarlos.

Ahora, Setenta y Tres debe ser muy ágil para saltar del cable ya que se aproxima demasiado rápido a la polea que mueve toda la maquinaria por lo que si no es precisa en su salto final corre el riesgo de ser aplastada. No tiene tiempo de dudar, salta tan pronto como está segura de alcanzar sin problemas el techo del elevador provocando un sonoro retumbar, en cuanto pisa firme corre tan rápido como sus pequeñas patas se lo permiten mientras el hueco que les permitirá escapar ya casi desaparece. Cada paso cuenta hasta que logra alcanzar su meta en el momento en que solo queda suficiente espacio para entrar.

Exhausta, cae al interior del ducto y se arrastra para ponerse a salvo. Ambos respiran agitados, pero aliviados de haber evitado el peligro inminente, mientras observan cómo la pared del aparato sube dejando el último tramo del camino libre. Sus cansados rostros se iluminan con una sonrisa de felicidad al estar tan cerca de la libertad.

Justo cuando Setenta y Tres y Lion creen que están a salvo, y el sonido metálico poco a poco se aleja de ellos, un siseo malévolo que hace que se les hiele la sangre. Con el corazón en un puño, se dan cuenta de que su silenciosa perseguidora está cada vez más cerca. La plana cabeza de Ámbar, se deja ver entre los tubos y los observa con su ahora único ojo amarillo lleno de malicia. Sus fauces se abren en una sonrisa siniestra mientras se desliza hacia ellos con movimientos calculados. 

Próximamente:  LA LUZ DE LIBERTAD.


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