No acercarse a Darek

By MonstruaMayor01

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Meredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla... More

Personajes
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Adelanto
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Carta recibida por Darek
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Adelanto
Conociendo a Darek
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
¿Crees en los monstruos?
Adelanto
Capítulo 24
Capítulo 25
Adelanto
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Dae
Capítulo 30
La chica
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Piano, sangre y amor
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Adelanto
Un pasado marcado
Capítulo 39
Ese «te quiero»
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
NOTA
El cerezo
Capítulo 43
Capítulo 44
Ajedrecista
El villano
Capítulo 45
Antes de todo
Capítulo 46
Capítulo 47
Ella
Capítulo 48
Capítulo 49

Capítulo 38

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By MonstruaMayor01

Los labios de Darek saben a menta y a nicotina, jamás imaginé que tal combinación fuera tan exquisita, de lo único que estoy segura en este instante es que no quiero dejar de probarlos. Siendo gobernada por mis impulsos, deslizo las manos por su pecho hasta que lo tomo del rostro, la firmeza de su mandíbula queda debajo de mi tacto, encendiendo una chispa en mí, una que me hace querer más.

Profundizo el beso, correspondiendo a la necesidad que ambos estamos experimentando. Mis labios se mueven con los suyos en una danza sensual, explorando cada rincón, cada curva, cada milímetro de su boca y él hace lo mismo, claro que sus movimientos son mucho más expertos que los míos, eso me hace desear que el tiempo se detenga y que solo podamos vivir este momento por el resto de nuestras vidas. En cuanto siento sus manos abandonar mi cintura, subir por mi espalda para luego agarrarme del cuello con una caricia ardiente, me presiono más contra él. Mis dedos llegan a su nuca y sin ganas de dejar que esto termine, abro la boca mientras su lengua se adueña de mí. La piel de sus dedos se presiona con cuidado sobre mi cuello y es aquí cuando un travieso jadeo se escabulle de mis labios. Debajo de mi vientre se concentra un calor que me hace sentir que las piernas me tiemblan, por ello me sostengo de él, por un segundo nuestros labios se separan y es aquí que abro los ojos. El sonido de su respiración acelerada se filtra en mi oído, resonando como un tambor tribal.

—Mer... Meredith —pronuncia mi nombre con ese tono ronco de su voz, ligado con la falta de aliento.

Mierda, se oye tan sexy.

No reacciono de inmediato, debo aguardar un momento para así recuperar la respiración, la cordura, la razón y todos mis sentidos que han sido nublados por un manto de deseo que me ha hecho lanzarme a los labios de Darek como si mi vida dependiera de ello. Entonces, caigo en cuenta de lo que he hecho, de lo que hemos hecho.

De golpe me aparto de él, el rubor me sube a las mejillas, las palabras quedan atascadas en mi garganta.

—Esto... yo... no...

Se me olvida como rayos debo hablar, articulado recortadas sílabas que no van a ningún lado.

—Fue mi culpa —replica él y retrocede un paso.

En sus ojos me consigo con el reflejo de un torbellino de emociones, deseo, confusión, culpa, esa misma culpa que enseguida arde en mi interior. Una ola de lucidez me abofetea con la cruda realidad: ya hay una chica que le interesa, aun así, yo permití que esto fuera más allá.

Lucho para encontrar la forma de expresarme, tras inhalar dos veces creo conseguirla.

—¿Po-por qué lo hiciste?

Tensa la mandíbula.

—Meredith... esto ha sido mi culpa.

Una voz en mi interior me anuncia que me prepare, no sé muy bien para qué, pero seguro me quebrará justo como antes ha pasado. Ahora soy yo la que da un paso atrás, de repente la distancia entre los dos se vuelve insalvable.

El vértigo que nunca antes había experimentado se me instala en la boca del estómago mientras el piso bajo mis pies parece hundirse. Me está diciendo que ha sido su culpa, o sea, que para él ese beso no tuvo que ocurrir.

—¿Por qué? —insisto.

—Me dejé llevar.

¿Eso es lo que va a decir? En serio, esa será su estúpida excusa para hacer como si esto nunca ocurrió. Juro que quiero entenderlo, saber por qué actúa de esta manera, al final no lo consigo.

En una fracción de segundo me planteo la posibilidad de ser yo la chica de la que me habló sentados en la banca, de la que habló en la fiesta y por la que dijo que haría algo lindo. Sin embargo, la forma en la que me mira derriba esa posibilidad.

—¿Soy la chica de la que estás enamorado?

A veces el corazón es insistente; sabiendo que se romperá se empeña en alargar su agonía. Mi corazón sigue teniendo la esperanza de que me dirá que sí, y eso solo me hace pensar que él no es el único en querer recibir esa respuesta, yo también quiero.

El inminente impacto me sacude. El semblante de Darek se deforma en una mueca que entiendo enseguida. En el lapso de tiempo que me sostiene la mirada, lo comprendo todo: no soy yo.

—Meredith, lo siento.

Su respuesta me lo confirma.

El frío de la noche no solo me toca la piel, sino que se abre paso en mi pecho. De pronto, lágrimas pugna en mis ojos, pero las reprimo con fiereza. No me voy a permitir llorar frente a él. El orgullo que queda en mi interior no deja que ni una sola lágrima resbale, aunque para mis adentro siento como si una mano invisible me apretara el corazón con fuerza.

Me limito a asentir, en un gesto mecánico, a la vez que hago un esfuerzo sobrehumano para sonreír

—Tengo que irme.

Aparto la vista de sus ojos, incapaz de continuar sosteniéndole la mirada. Sin decir ni una sola palabra más, le doy la espalda y me empiezo a alejar. En cada paso que doy espero escuchar su voz que busca detenerme, eso no ocurre.

No tengo idea de donde mis piernas sacan fuerzas para llegar a la puerta, mas lo hacen. En cuanto me adentro a la casa un tambaleo me obliga a sujetarme de la perilla, las paredes a mi alrededor se convierten en un laberinto de colores que se difumina ante mis ojos al tiempo que un agudo zumbido resuena en mis oídos y en él se oye la voz de Darek:

«Meredith, lo siento»

¿Qué es lo que siente? Quizás que haya sido tan ingenua de pensar que yo sería la chica que provoca que sus pupilas se iluminen cuando ni siquiera puedo lograr que mis propios padres me vean con ojos de amor. O tal vez por haber pensado que era bueno conmigo porque podría importarle de otra manera, incluso sabiendo que la persona que ha sido más cruel conmigo misma he sido yo. O simplemente se disculpó conmigo porque soy tan patética que no le quedó otra opción que sentir compasión.

Al fin dos gotas saladas me tiemblan en los párpados antes de hacer un doloroso recorrido por mis mejillas, ellas llevan arrastrando una nueva desilusión.

◇◆◇

Entiendo si ya no me consideras un amigo.

Y si lo que quieres es que me aleje de ti, es lo que haré.

Lo único que necesito es que me digas qué es lo que quieres.

El gris de Darek.

La floja luz que proyecta la pantalla del móvil me da en la cara, leyendo una vez más los mensajes que envío Darek, mi pulgar se mueve en la conversación. Ayer, cuando esos mensajes entraron no supe qué responder. Ahora, tampoco lo sé.

Con el dedo hago un corto recorrido hasta el botón que apaga la pantalla, pinchándolo. Dando un suspiro, meto el celular en el bolsillo trasero de mi jeans para luego remolinar mi cuerpo y mirarme en el espejo de mi habitación. Contemplo mi propia imagen, ojeras, dos mechones de cabello que salen de la media coleta que he intentado hacerme me enmarcan el rostro y el acné volviendo a brotar, eso es lo único que veo.

«¿Eso es lo que quiero? ¿Quiero que Darek se aleje?», las preguntas me persiguen como una jauría de lobos y me siento atrapada en un callejón sin salida.

Tengo que ser sincera y confesar que la sola idea de que Darek se aleje de mí me satura con un vacío tenaz, pero al tiempo, entiendo que si sigo cerca de él esto que estoy sintiendo se hará más grande.

Sacudo la cabeza y me encamino a la cama, alargo la mano hasta la tira del bolso que descansa en el colchón, seguidamente me ajusto ambas tiras en los hombros y sin poder prolongar el tiempo, cruzo la puerta. Debo llegar a la parada, sea como sea me toca enfrentar la vida, pese a que en mi interior tiemblo.

A medida que mis pasos se encaminan a la parada, mi mente va formulando las posibles respuestas que le daré a Darek, aunque ninguna de las que me planteo llega a expresar lo que en realidad siento, y la verdad es que ni yo misma entiendo lo que siento. Estoy jodida.

En cuanto arribo a la parada echo un corto vistazo a mi alrededor, ya hay varios estudiantes esperando, eso me hace pensar que he llegado a un minuto de que el autobús se estacione, parece que tengo razón, ya que no transcurren ni dos minutos cuando tengo enfrente el largo vehículo.

Espero mi turno para subir, ya arriba me apresuro a hundirme en mi respectivo lugar y entonces el corazón se me empieza a acelerar. Darek está a un par de paradas de sentarse justo a mi lado y no tengo idea de cómo actuar o qué decir.

Dentro del autobús se alzan voces, todas metidas en distintas conversaciones, mas yo no las oigo a ninguna y me quedo absorta en mis adentros. Supongo que el tiempo ha pasado mucho más veloz de lo que creo, puesto que sentir el peso de alguien sentándose a mi par me trae de vuelta a la realidad. No me muevo, se me olvida como hacerlo. Su peculiar aroma me impregna las fosas nasales y basta con eso para dejarme prisionera en el sitio.

—Hola.

Me saluda, es la primera vez que lo hace por voluntad propia.

—Hola —respondo todavía sin ser capaz de voltearlo a ver.

Tarda un segundo exacto en centrar los ojos en mí, lo noto de reojo, aunque tiene la mirada tan potente que incluso podría detectar a miles de kilómetros de distancia.

—No me gusta darle rodeos a las cosas. Quiero decirte que lo lamento por... confundirte, todo esto ha sido mi culpa —manifiesta al cabo de unos segundos. El tono de voz recio que usa me hace enderezar los hombros a la vez que afianzo las manos en la tela de la mochila que llevo en el regazo. Entonces, sin darle tregua al tiempo, suelta la siguiente pregunta: —¿Meredith, quieres que me aleje de ti?

Mi frecuencia cardiaca de un instante a otro se fusiona con la intensidad de la mirada que me ensarta, de las palabras que acaba de expulsar de la boca y de como se percibe tan seguro. Mientras tanto yo, sigo sin poder darle la cara.

No contesto, no lo hago por una simple razón: lo quiero cerca de mí.

Trago saliva con dificultad, hasta llego a creer que es arena lo que me pasa por la garganta y no líquido. Pero contra todo pronóstico no tengo de otra que toparme con el ámbar de sus ojos, me resulta imposible no advertir que hoy hay algo diferente en ellos, tal vez... ¿tristeza?

Con nuestros ojos conectados entiendo lo que antes era complejo. Lo que me han enseñado Abril y Ébe toma posesión de todo lo que estoy a punto de expresar.

—Cuando dije que quería que fuéramos amigos lo dije en serio... —hago una pausa, en el proceso me obligo a aspirar una bocanada de aire, ya que si no lo hago los pulmones me fallarán y terminaré desmayada —, Darek, los amigos no se van, las parejas lo hacen, los amantes lo hacen, los familiares lo hacen, pero los amigos no, y tú y yo antes que pasara lo de ayer éramos amigos. —Sin querer esbozo una sonrisa diminuta. —Y hoy sigo siendo tu amiga.

En mis momentos más oscuros he tenido de apoyo a Abril y a Éber, cada uno con sus distintas maneras de querer, pero ambos sabiendo como sostenerme cuando siento que me caigo a pedazos. Darek también lo ha hecho, lo hizo cuando en la banca del parque no preguntó el motivo por el que el llanto me empapaba el rostro, en vez de eso aguardo conmigo en silencio hasta que entendió que la tormenta ya había pasado, también lo hizo esa noche que me ofreció un abrazo cuando se nota lo difícil que es para él siquiera recibir uno y fue él el que creyó que mis manos podrían darle vida a algo esa tarde que me enseñó a plantar tulipanes. Un beso no va a hacer que olvidé todo eso. Darek es mi amigo y quiero que lo siga siendo.

Él no me responde. Se queda callado, no sé muy bien por qué, pero no hace el intento de ni siquiera separar los labios, solamente me mira, lo hace queriendo ver más allá.

—Pero... lo del beso...

—Haré como que eso pasó —lo interrumpo —, al final, los dos nos dejamos llevar por el momento y... fue solo eso, un momento.

«Un momento que quise que fuera eterno», claro que no agrego eso y lo único que me queda hacer es mostrarle una sonrisa, con la que trato, además de esconder el revoltijo de sensaciones que me sacuden el pecho.

—Lo siento por no haber aprendido antes lo que es una verdadera amistad —es lo que alcanza a decir pasado unos eternos segundos. —Y gracias por enseñarme.

El autobús detiene la marcha, los estudiantes se lanzan a la puerta mientras él y yo no seguimos mirando.

—Gris, si no te levantas no podremos salir —le recuerdo, marcando un punto y final al tema anterior.

Agacha la cara, ocultando la pequeña sonrisa que se le dibuja en los labios.

—No dejes de llamarme gris, escucharlo me da vida.

Me rio. Tengo que admitirlo, decirlo a mí también me da vida.

Y así, con tan solo un par de palabras me siento segura. La Meredith de hace unos meses no se lo creería, pero ha sido al lado del chico del que me obligaba a mantenerme alejada, que hemos conseguido seguridad.

Después de saltar del bus Darek y yo nos sentamos en la banca de siempre, esperando a Abril y Éber. Estos dos no tardan en aparecer en nuestro campo visual, siendo Abril la que llama la atención al instante. Se ve preciosa con el cabello alisado sobre las sienes para luego caerle por debajo de los hombros, un sutil labial gloss en los labios. Las prendas que la visten no se quedan atrás, puesto que, lleva un pantalón negro, ajustado en la cintura con unas rasgaduras en los muslos y bajan hasta las rodillas, este siendo complementado con un crop top que deja a la vista parte de la piel de su abdomen y unas zapatillas blancas que van combinadas con el color azul claro del suéter abierto que le cubre los brazos.

Estoy con la boca abierta. Éber se da cuenta de esto y se ríe.

—Cierra la boca, te entrarán moscas —comenta él en cuanto se unen a Darek y a mí.

Alzo el cuerpo sin dejar de mirar a Abril.

—Estás preciosa.

El rubor que se ha puesto en las mejillas se intensifica con el de ella natural. De refilón le da un vistazo a Darek, enseguida mueve las pupilas a mi rostro.

—¿Eso crees, Mer?

Asiento totalmente convencida.

—Sí.

—Steiner, no te dejaron encerrado —comenta Éber apenas se percata de la presencia de Darek. —Que lastima. —Darek no contesta. Éber no puede dejar esto así, así que, se sienta al lado de él —. Sabes, Mer estaba preocupada por ti, incluso pensé que le daría un... ataque al corazón.

¿Qué mierda?

Arrojo sobre él la mirada más escrutadora que me es posible, deseando que me lea los pensamientos y se calle. Darek se mantiene calmado, sin inmutarse.

—No quería preocuparla. —Tras responder esto ladea la cabeza por encima del hombro y afinca sus ojos en Éber. —Nunca voy a querer hacerlo.

Éber frunce las cejas.

—Eso sonó muy romántico viniendo de ti.

Me aclaro la garganta.

—Vamos a entrar a clases, Éber —hago hincapié en su nombre en un nuevo intento de que cierre el pico.

Disfruta de verme así, lo sé porque al verme sonríe de oreja a oreja.

—Claro, futura señora Steiner. —Se levanta y le da una palmada en el hombro a Darek e inclinándose hacia él, agrega: —Mantente fuera de prisión, Mer no quiere quedarse sin futuro esposo.

Lo mato. Lo voy a matar.

Sin pararse a disculparse o soltar una carcajada para luego decir que solo está bromeando, nos da la espalda, encaminándose a la entrada de la preparatoria. Distingo a sentir como la mirada de Abril rueda de Darek a mí sin saber qué decir después de la gran estupidez que ha dejado en el aire el tarado de Éber.

—Bueno... —comienza y agradezco cuando entrelaza nuestros brazos —entremos.

Asiento, exasperada.

—¡Sí!

Inducida por los nervios que de pronto me asaltan, y buscando ayuda en Abril, le agarro con fuerza del brazo que antes ha entrelazado con el mío para acto seguido no dudar en seguir el camino que ha cogido Éber. En cada movimiento que hago Darek me sigue con la mirada, aun cuando ya estoy andando la potencia que carga en la mirada me inyecta.

Dios, mejor aparta a Éber de mi camino porque cuando lo agarre me las pagará.

◇◆◇

El asfalto rugoso bajo mis Converse desgastadas marcan el ritmo con el que camino. La brisa húmeda de la tarde me roza la cara, trayendo con ella distintos aromas que acabo inhalando. Sin embargo, no puedo disfrutar de ellos, puesto que la preocupación me taladra el pensamiento.

Si la coordinadora de mi curso se llega a enterar de que hoy no tomé el bus para regresar a casa, tendré usa sanción, de eso no me cabe la menor duda, es probable que no entienda que para calmar todo lo que llevo acumulado adentro necesito caminar, ya eso no importa, ya mis pies ha recorrido gran parte del camino.

En la hora del desayuno me di a la tarea de contarle a Abril y Éber que he recibido una segunda carta, no fue de extrañar sus reacciones de preocupación, Abril incluso dijo que cancelaría su cita con Damien para acompañarme a la casa de la anciana, Éber apoyó esa idea.

No obstante, yo les pedí que no lo hicieran, no entiendo muy bien la razón, pero quiero hacer esto sola; quizá y sea una locura, porque al final del día no sé qué me vaya a encontrar al atravesar esa puerta, esto es tan absurdo que ni siquiera sé si la señora que ha sido mi vecina por años quiera dejarme pasar a su casa, aun con todo esto puesto sobre la mesa sigo queriendo hacerlo sola.

¿Un presentimiento? Si creyera en eso es probable que diría que es eso, al no hacerlo no tengo a que atribuirle mis insistentes ganas de lanzarme a lo desconocido sin ninguna compañía.

Estuve a punto de comentarle a mis amigos sobre el beso entre Darek y yo, al final no lo hice, según yo, eso fue solo un momento por tal razón no debería tocar ese tema de nuevo.

Tras dar doce pasos más me detengo justo enfrente de la casa que me ha hecho erizar la piel en más de una ocasión. Me basta con poner los ojos sobre la fachada para que la piel se me ponga de gallina.

A veces el miedo nos paraliza, justo ahora es lo que hace conmigo. Aprieto las manos a mis costados.

«Vamos, Mer»

Entonces, me tiro hacia adelante, sin darle más dilatación a nada. En tanto que avanzo por el sendero cubierto de maleza que conduce a la casa, la respiración se me agita.

En el recorrido que hago consigo capturar varios detalles: la fachada, antaño pintada de un color amarillo alegre, ahora se encuentra descascarillada y mohosa, con manchas de humedad que trepan por las paredes como enredaderas oscuras. Las ventanas, como ojos que se niegan a mirar al mundo, están cubiertas por gruesas cortinas negras que impiden ver al interior.

Paso saliva con un sudor frío en la frente y ya notaron el temblor en las manos que no dejo de apuñar. Desde el crujir de las ramas bajo mis pasos hasta el sepulcral silencio que reina en el lugar, me grita que no dé un paso más, mas no me permito flaquear. Aprieto los dientes y, con la decisión grabada dentro en mi interior, llego a la puerta.

No me concedo ni un segundo de duda. Levantando la mano en alto, tras un segundo golpeo la madera con los nudillos dos veces, con firmeza.

Espero, conteniendo la respiración. Cinco segundos, diez, quince, un minuto, tal vez dos. El silencio se prolonga frente a mí de una manera angustiosa. Me pregunto si ella no está en casa.

«Seguro es eso», me digo.

Sin embargo, un simple sonido que me sobresalta evapora esa posibilidad. Desde la cerradura se emite un ruido metálico me chilla en los oídos, y la puerta se va abriendo lentamente. En el marco, una figura bajita y delgada me observa en completo mutis. Es la anciana, ella asoma su pálido y huesudo rostro entre la rendija.

Me es imposible evitar el escalofrío que se me escabulle desde la espina dorsal y me llega a los pies. La mujer parece un fantasma, una aparición surgida desde la oscuridad de la casa.

Tengo que hablar, lo que sea, debo saber...

—Hola, he venido porque...

Las palabras se me ahogan en la garganta. Ella no me deja terminar. Un vibrante "Shhh" me silencia de inmediato.

—Eres la niña que le gusta husmear —susurra enseguida, al tiempo que abre un poco más la puerta. —¿Qué quieres?

No le puedo decir lo de las cartas. Me echaría a patadas.

—En la escuela... me enviaron a hacer un trabajo social y... pensé en usted— pese al titubeo en la voz, me las ingenio lo mejor que puedo.

—Por fin alguien piensa en mí.

El tono en el que lo dice me resulta casi doloroso. Si bien abro la boca con la clara intención de hablar, el rechinido que emite la puerta al ser abierta de par en par me lo impide ipso facto. La mujer vestida con prendas desgastadas y sucias a la vista, se deja ver por completo.

—Vamos, niñita, entra.

Presa del miedo, obedezco, cruzando el umbral de lo desconocido. Soy recibida por el olor a polvo y recuerdos olvidados. La luz amarillenta que proyecta la solitaria bombilla en el centro del techo y la tenue luz que logra filtrarse por las cortinas apenas iluminan el interior. Pero, no es eso lo que llama mi atención, lo que sí lo hace es la gran cantidad de fotografías que adornan las paredes, todos ellas de un mismo chico, de sonrisa radiante y ojos alegres.

Poso los ojos en una foto en particular, ésta se halla enmarcada encima de una polvorienta mesa a un lado de los muebles. En ella, el chico, de no más de 18 años, abraza a una mujer con cariño. Un nudo se me forma en la garganta tan pronto entiendo que esa mujer es la anciana que cierra la puerta a mis espaldas.

—Es mi hijo Christopher —pronuncia ella. La vuelvo a ver y ya tiene la mirada fija en la foto que yo estaba mirando. —He estado esperando por él por más de veintiocho años.

Entonces es cierto lo que se dice, ella perdió a su hijo.

Un sentimiento de empatía se condensa dentro de mí, olvidando el miedo.

—Lo siento tanto.

De repente, niega una y otra vez, como si mis palabras la perturbaran de una manera enloquecedora.

—No digas que lo siente —escupe —, no hay nada que sentir, mi Crispín pronto volverá... —se queda pensando por unos instantes y luego siento su mano enroscándoseme en la muñeca. —Ayúdame a que él vuelva.

La frecuencia con la que me late el corazón se duplica, provocando que de un tirón la anciana me suelte. Nos quedamos viendo por unos segundos, entonces, en un microsegundo ella hace que sus pupilas bailen de un lado a otro.

—¿Quieres algo de tomar? —se ofrece.

No me da tiempo de dar ninguna respuesta y se pone a caminar con dirección a un redondo umbral que divide la sala con lo que creo es la cocina.

Esta mujer necesita ayuda.

Respiro agitada al tiempo que me llevo la mano al pecho, intentando controlar el latido de mi corazón. Tras un minuto estoy más serena.

—¡Toma asiento! —grita la mujer, la voz me le mezcla con el sonido de utensilios de cocina siendo usados. —Ya te atiendo.

La verdad es que ahora quiero irme. Algo me dice que es lo mejor que puedo hacer, no obstante al recordar la carta esa idea queda en segundo plano. Busco una silla de mimbre justo al lado de la chimenea y me siento. No quiero que la mujer se sienta a mi lado, por eso no ocupo ninguno de los muebles.

Antes de que la mujer vuelva, saco de la mochila un lápiz y un cuaderno; debo hacer que eso del trabajo social se vea algo creíble. En cuanto apoyo la mochila en el piso, a un lado de mis pies, la señora regresa. En sus manos trae dos tazas de café humeantes, mi educación me pide que la ayude, pero el temor de que reaccione de una mala manera me deja pegada a la silla.

—No era necesario que...

—No te preocupes —me corta tan pronto acomoda ambas tazas en el centro de la mesa que adorna la sala. Con un poco de dificultad y tomándose su tiempo, consigue sentarse en el mueble que se ubica frente a mí. —¿De qué trata tu trabajo?

Piensa, Mer, piensa.

—De los adultos mayores y sus necesidades.

Eso es lo primero que me viene a la mente y es lo que digo.

—Mmm, interesante.

Se lo ha creído.

Abro el cuaderno que sostengo y finjo estar escribiendo.

—¿Me puede decir su nombre?

—Me llamo Irma Ford.

Antes había escuchado su apellido, nunca su nombre.

A continuación, escribo su nombre en el cuaderno, no sé muy bien para qué.

—¿Su edad?

—Sesenta y dos.

Pesé que era mucho más mayor.

También anoto su edad. Quiero preguntarle algo profundo, que me dé una pista de por qué estoy aquí. Se me ocurre algo.

—¿Cuántos años lleva viviendo en este pueblo?

No la miro a los ojos, si lo hago me pondré nerviosa.

—Desde que soy una niña, creo que cuando tenía cuatro años mis padres se mudaron a este pueblo —en el proceso se ríe —, estoy tan vieja que ya no recuerdo muchas cosas.

Le sonrío.

—Señora Irma...

—Aunque hay algo que sí recuerdo con mucha claridad —subraya, sin dejarme formular la siguiente pregunta. —Es una gran curiosidad a la que no le he encontrado respuesta y pienso que tú me la puedes responder.

Frunzo el ceño y la curiosidad termina por hacer que choque con su par de pupilas, las cuales ahora brillan con una intensidad casi febril.

Meto el lápiz dentro del cuaderno y lo cierro, para luego dejarlo en mi regazo.

—Sí, dígame —respondo, temerosa.

Silencio y más silencio.

Me siento acorralada bajo su mirada penetrante. Nerviosa, limpio el sudor de las manos en mi pantalón.

—Sabes qué es curioso, niñita —suelta sin perderme de vista —, que tu madre no se dejó ver ni una sola vez cuando estaba embarazada de ti —pronuncia con voz ronca y pausada, halando la sangre que me corre en las venas.

Trago saliva. Ese mal presentimiento en el que no creo, me recorre la espalda para finalmente alojarse en mi pecho, oprimiéndolo sin piedad.

—¿De qué habla?

Su rostro demacrado se contrae al mostrar una sonrisa cruel, entonces remata su ataque:

—Eso se lo debes preguntar a ella, al final es tu madre, ¿o no?

El mundo se tambalea a mi alrededor. La imagen de la mujer que siento como mi madre, se me desdibuja de la mente por un momento para ser reemplazada por una incertidumbre abrumadora.

Es mi madre.

Claro que lo es.

Pero, sin precedentes, una duda se materializa en lo más hondo de mi ser:

«¿Y si no lo es?»

◇◆◇◆◇

NOTA DE AUTORA:

He quedado TIESAAA.

Hola, hola, grises, ha llegado el viernes y eso quiere decir que el gris y la rosita está aquí, pero díganme, ¿cómo lxs trata la vida?

Ya sé que Darek nos debe una explicación, pero calma, no se alteren.

Tengo ganas de subir un cap narrado desde la perspectiva de él, así podremos aclarar una que otra cosa, si veo que le dan mucho amor a este capítulo les prometo que el próximo será narrado por nuestro gris. Cabe aclarar que por mi insta voy a subir una escena de dicho capítulo antes del viernes, por ende, si quieres calmar un poco las ansias y te gusta el chisme tanto como a mí, te animo a estar al pendiente por allá.

Con respecto a las actualizaciones, antes he dicho que los días viernes serán las actualizaciones, pero si veo que están dejando mucho apoyo puedo adelantar las actualizaciones. Eso ya va a depender de la emoción que tengan ustedes de leer los próximos cap.

Ahora les dejo una preguntilla, porque si no lo hago no duermo hoy:

¿Quién creen ustedes que es ajedrecista? Quiero leer sus teorías. 👀

Sin más, me despido.

No leemos el viernes, tengan un bonito fin de semana y recuerden que las llevo en mi oscuro corazón. 🩶

Mi Instagram: (enderyarmao)

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