Balaclava || TojiSato

By Iskari_Meyer

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Quince años atrás, Toji huyó del Clan Zen'in, llevándose un tesoro. Arrastrándose por el bajo mundo, manchánd... More

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By Iskari_Meyer

—Señor Fushiguro, hemos tomado la decisión de expulsar a su hijo durante una semana debido a este incidente. Como ya he dicho, no es la primera vez que Megumi se ha saltado las clases o salido del centro educativo.

Toj tenía ganas de agarrar algo y destrozarlo. No hacía ni media hora que había recibido una llamada del instituto en la que se le citaba porque habían ocurrido cosas con su hijo. Se había plantado allí lo más rápido que pudo sólo para encontrar a Megumi y a ese otro mocoso esperando una resolución por sus acciones.

Sentado a su lado, Megumi bajaba la cabeza, cohibido, su labio inferior temblaba. Fuera del despacho, Sukuna esperaba su turno con su padre, Jin Itadori, quien tampoco parecía demasiado contento.

—Esto supondrá una mancha en su historial académico, por supuesto —explicó el director, dándole una vuelta al expediente del chico —. He hablado con sus profesores y me han dado una buena cantidad de trabajo para que reflexione durante esta semana, además de las notas de los exámenes que iban a entregarse.

—Entiendo.

El hombre le tendió a Toji una gran carpeta de papeles con actividades de varias asignaturas. Toji estuvo a punto de arrojarla a su hijo, pero sólo la dejó bruscamente sobre el regazo de Megumi, que pegó un asustado respingo por el gesto.

—Cuando vuelva a incorporarse a clases deberá firmar su asistencia en cada una de las asignaturas durante tres meses. Si esta clase de comportamientos vuelve a ocurrir no nos dejará más remedio que expulsarlo permanentemente.

Intercambiaron un par de palabras más, el director les dijo que podían irse y Toji agarró —literalmente, agarró— a su hijo y lo sacó de allí.

Ni siquiera se detuvo a hablar con Jin, ni le echó una de esas miradas amenazantes a Sukuna. Sacó a Megumi por el brazo del instituto, sintiendo cómo se resistía tras pasar la puerta de salida.

—Papá me haces daño...

Toji lo soltó una vez llegaron a su motocicleta. Hubiera traído el coche, pero esa birria de segunda mano estaba averiada desde hacía meses y todavía no quería gastar una gran cantidad de dinero en reparaciones.

—Espero que estés contento, Megumi —escupió, notando cómo el chico miraba a sus pies —. Mírame cuando te hablo.

—Lo siento.

Los ojos de Megumi estaban repletos de lágrimas al borde de derramarse. Toji frunció el ceño, fuera de sí.

—No, no lo sientes. Si lo sintieras no lo habrías hecho en primer lugar, y todavía tienes la audacia de llorar.

Nunca era duro con su hijo, nunca le ponía una mano encima, nunca le había abofeteado o quitado el móvil. Pero, sinceramente, ya no sabía qué hacer. Toji intentaba ser un buen padre y así era como Megumi se comportaba. ¿Había hecho algo mal? ¿Acaso no lo había educado bien o sólo eran tonterías de adolescentes? ¿Es que el chico no era capaz de ver la gravedad del asunto? Y, de todas las personas con las que podría saltarse las clases había sido con ese tipo.

Toji se pasó una mano por el pelo, nervioso. Megumi sorbía por la nariz, frotándose la manga de su suéter contra la cara. No quería seguir regañándolo en mitad de la calle, así que le ordenó que subiera a la moto.

—Hablaremos de esto en casa.

La puerta se cerró con fuerza. No dejó que el chico dejara sus cosas en la habitación, sino que lo llevó a la cocina y lo obligó a sentarse a la mesa. Toji abrió la gruesa carpeta que le habían dado, ahí había muchísimo trabajo.

Megumi se puso a juguetear con las hojas llenas de ejercicios de distintas asignaturas, sin atreverse a enfrentarse a la ira de su padre.

—¿Por qué? —preguntó Toji, cruzándose de brazos, apoyado contra la encimera. Megumi no contestó —. Te he hecho una pregunta. Responde.

—Porque sí —soltó Megumi, nervioso. Tragó saliva, notando una ola de calor en las mejillas —. Porque... nos divertíamos.

—Oh. ¿No te diviertes lo suficiente cuando sales con tus amigos por las tardes? ¿No es suficiente ir con ellos a la biblioteca, a comprar, a tomar algo, que tienes que saltarte las clases también?

Silencio. Megumi estaba rojo, ni siquiera tenía fuerzas para gritarle, como sucedía otras veces.

—Y, no contento con eso, te ibas del instituto —continuó Toji —. Te ibas, ¿a dónde? ¿Se puede saber qué demonios tenías en la cabeza? ¿Qué parte de que nadie sepa dónde estás y que te pueda pasar algo es divertida, Megumi? Explícamelo, porque yo no lo sé.

—Nos íbamos a tomar algo por ahí... o al parque —Megumi doblaba las esquinas de las hojas, hablando en voz baja —. Nunca nos pasó nada, nunca...

—Nos —enfatizó Toji, porque ese era otro punto importante de la conversación.

—Nos. Sukuna y yo.

Ese maldito mocoso de mierda, joder. Tenía ganas de agarrarlo del pelo y estamparle la cabeza contra cualquier pared. De verdad, Toji no sabía qué demonios veía Megumi en alguien como Sukuna para dedicarle tanto estúpido tiempo.

—Fue idea suya, ¿verdad?

Megumi se encogió de hombros. Eso era un sí en cualquier idioma. Toji le quitó la hoja que el chico doblaba y se fijó en lo que ponía. Eran las notas de parciales de inglés y lengua japonesa. Había suspendido inglés con una nota lamentable, y había aprobado japonés por los pelos.

—Mira —Toji se apretó el puente de la nariz, estresado —. Me da igual que suspendas algún que otro examen, ¿entiendes? Sé que tienes tus días y que hay cosas que salen mejor o peor. Yo no te pediré que seas perfecto, nunca lo he hecho, lo sabes. Me basta con que seas un chico responsable. Pero, si has suspendido porque te has saltado las clases las cosas cambian.

Eran las clases de inglés las que solían saltarse. Sukuna odiaba el inglés y a él no se le daba especialmente bien, así que se iban a los baños, o escapaban por la ventana.

—Sí —confesó, porque sabía que su padre no dejaría de insistir hasta que le contara todo —. Suspendí porque nos saltamos las clases y luego no entendía nada...

—¿Y por qué no pediste ayuda?

—¿Qué? —Megumi lo miró, frunciendo el ceño.

—¿Por qué no pediste ayuda a la profesora? ¿O a mí? —Toji dejó la hoja sobre la mesa. Agarró una silla y se sentó al lado de su hijo —. ¿Te conformaste con no entender las cosas y ya está?

—No... no sé.

—¿De verdad te saltaste tantas clases?

Megumi apretó los labios y no respondió. Mirándolo de cerca, podían apreciarse los surcos húmedos en sus mejillas. Había estado llorando durante el camino de vuelta.

Toji suspiró larga y tediosamente. Miró el reloj. Aún no eran ni las diez de la mañana, pero tendría que ir a trabajar y, por ende, dejar al crío solo. Ahora desconfiaba de él. Si había escapado del instituto, ¿quien le aseguraba que nunca hubiera intentado escaparse de casa?

—Organiza esos ejercicios para repartirlos de aquí al domingo —ordenó, señalando la carpeta —. Quiero que me des tu teléfono cada vez que te pongas a hacer la tanda diaria y te lo devolveré cuando me enseñes que la has acabado. Por la noche también quiero que me des tu teléfono. No quiero que te vayas a dormir tarde.

—¿... quieres que te dé mi contraseña también? —la voz de Megumi adquirió un tono angustioso. Una sombra de miedo cruzó sus ojos.

—No, claro que no. Sólo quiero que no te distraigas mientras trabajas. Podrás recuperarlo después y hacer lo que quieras con él. Pero nada de salir con tus amigos durante esta semana.

Era un castigo justo. O Toji lo veía así, mientras reprimía los recuerdos de su infancia encerrados con candado en su memoria. Las cosas como aquella hacían que el candado se sacudiera y aparecieran en su cabeza imágenes violentas y desagradables.

Un nudo le llegó a la garganta. Carraspeó, incómodo.

—Lo siento —Megumi volvió a disculparse.

Toji se incorporó. Necesitaba un cigarro, el jodido paquete entero. Estuvo fumando en la ventana mientras su hijo dividía los ejercicios para su semana de expulsión.

Exhaló una nube de humo, bajando la cabeza, cerrando los ojos. Se pasaría el resto del día dándole vueltas a eso, lo sabía. Cualquier cosa que tuviera que ver con Megumi le preocupaba. Era consciente de que Megumi tenía la culpa, pero Sukuna había tomado una gran parte en ello. No le gustaba que su hijo andara con ese maleante cara de culo.

Estaría trabajando en el turno de tarde hasta el viernes. No quería dejar a Megumi tanto tiempo solo. Había perdido algo en él que era fundamental: la confianza.

Entonces, recordó a Satoru.

Una nube de humo ocultó sus facciones. Toji odiaba pedir favores a los demás, pero...

—Vuelvo en cinco minutos —avisó, aplastando el cigarrillo contra el cenicero.

Se calzó las botas y subió al piso de arriba. Se trataba de Megumi, se decía, era algo importante. Picó a la puerta con los nudillos, preguntándose si acaso estaría en casa o si estaba trabajando, estudiando, o lo que fuera que hiciera en su tiempo libre.

Satoru abrió la puerta, completamente despeinado y con una mascarilla de arcilla cubriendo la piel de su rostro. Sonrió como todo un bobalicón, como si acabara de despertar.

—Toji —Satoru pronunció su nombre con suavidad, tocándose el pelo, donde una diadema retiraba los mechones blanquecinos hacia atrás —. Es muy temprano...

Fue invitado a pasar con un bostezo. Toji se quedó esperando en la cocina mientras Satoru terminaba su rutina de skincare y regresaba con una carita preciosa y limpia. Ya no llevaba esos pantalones cortos de pijama, sino unos largos y anchos que se veían bastante bien en su figura, junto con una camiseta sin mangas.

Satoru se sentó al otro lado de la mesa con una taza de té verde.

—¿Qué pasa?

Toji no sabía por dónde empezar. Los únicos favores que había pedido habían sido dando algo grande a cambio. Había pedido refugio a cambio de hacer de entrenar jovencitos para peleas clandestinas, había conseguido dinero a cambio de ayudar a gente malintencionada.

Una vez le dijo a Megumi "nada es gratis en esta vida. Y, si lo es, es porque tú eres el precio"

Lo que iba a pedirle a Satoru excedía cualquier límite sobre confiar a los demás que se había impuesto a sí mismo hacía tiempo. Pero, era la única persona a la que podía recurrir.

—Expulsaron a mi hijo de la escuela durante una semana —explicó, titubeando un poco —. Porque se saltaba las clases y se escapaba del centro y... La cosa es que tengo que ir a trabajar y no quiero dejarlo sin vigilar.

—Oh.

—Es... es un buen chico, pero ya no confío en él y necesito saber con certeza que no se escapará de casa mientras no esté, ni hará ninguna locura.

Satoru lo miraba con notable preocupación. Toji se sintió indefenso. Jugueteó con sus manos, luchando por que no se le entrecortara la voz.

—Le dejaron deberes para mientras tanto...

—¿Quieres que lo vigile? —interrumpió Satoru, después de dar un sorbo a su modesto desayuno.

—No. Bueno, sí —Toji se atropelló hablando, ansioso —. Si no es mucha molestia... si vas a estar en casa estos días... quizá podrías escuchar si mi puerta se abre o no... sólo eso. Entenderé si no quieres hacerlo, o si estás ocupado. No te preocupes, puedo arreglármelas solo.

—Tráelo.

—¿Perdona?

Satoru sonrió, risueño.

—Tráeme al niño. Yo me ocuparé de él.

Toji no sabía si sus viejas neuronas habían sufrido un cortocircuito o si Satoru de verdad se estaba ofreciendo. Su primer instinto fue fruncir el ceño y alejarse en su silla, al borde de negarse e irse, pero luego analizó mejor la expresión del albino y no vio maldad en él.

Satoru rio, probablemente porque Toji tenía una expresión extraña.

—¿A qué viene esa cara? Vamos, no me molestará. Sólo tengo a un par de críos esta semana y, además, estaré aquí avanzando con mi tesis. No me importa tener a alguien más en casa. Agradezco la compañía.

Toji nunca pensó que llegaría un punto en su vida en el que se plantearía confiar su hijo a un tipo con el que follaba regularmente.

Aunque Satoru ya no tenía la denominación de tipo con el que había follado una noche cualquiera. Satoru era su nuevo vecino, un chico agradable en el que quizá, quizá, pudiera confiar de verdad.

Qué guapo era cuando se cruzaba de piernas y apoyaba el mentón sobre una mano, mirándole con esos grandes ojos de cielo.

Sacó la cartera casi como un acto reflejo y dejó todos los billetes en efectivo que llevaba encima sobre la mesa.

—A Megumi se le da mal inglés. Dice que no entiende nada.

Satoru estuvo a punto de atragantarse.

—Oye, oye no necesito tanto dinero —reía, haciendo un gesto desinteresado —. Eso son como dos meses de clase, es demasiado.

Toji recogió su cartera, pero aún así dejó un par de billetes ahí. Podía tener a Megumi vigilado y, al mismo tiempo, hacer que recuperara todo lo que se había perdido en inglés por ser un pequeño irresponsable. Además, todo en el piso de arriba. Era perfecto.

Satoru se levantó, con su taza humeante entre las manos, y acudió a sentarse sobre el regazo de Toji.

—Esto es más que suficiente —dijo, tras contar el dinero. Las firmes manos de Toji se posaron en su cintura —. El chico estará a buen recaudo.

—Gracias —Toji suspiró con gran alivio. Sentía que se había quitado un peso de encima.

—No es nada —Satoru apartó uno de los billetes, dejando la mitad de lo que había. Se lo dio a Toji, que lo miraba con estupefacción —. No me hace falta, te lo prometo.

Toji ya se sentía mucho más tranquilo. Apoyaba la frente en el hombro de Satoru, acariciándole. 

Megumi creyó que se le salía el alma cuando su padre le presentó a Satoru. El mismo tipo que lo había visto besándose con Sukuna, y saltándose las clases en una cafetería —ya lo recordaba bien, oh, no—.

—Es profesor de inglés, así que no dudes en preguntarle cosas —dijo su padre, para después inclinarse hacia él —. Pórtate bien con él.

Megumi tragó saliva y asintió, sosteniendo su mochila con los nudillos blancos de estrés. Su padre lo dejó en el piso de arriba y se fue a trabajar como si estuviera dejándole una mascota a otra persona.

Satoru se veía como dos cosas. Primero, como un idol de k-pop, esbelto y de belleza casi antinatural, mirada encantadora. Llevaba una camisa de un precioso color azul y pantalones negros ajustados que delineaban una figura atractiva y masculina. Segundo, como alguien que sabía demasiado.

Fue guiado a la cocina. Se quedó mirando los chupetones que Satoru llevaba en el cuello, estampados en su piel con colores rojizos. No sabía cómo su padre podía dejarle con un hombre así. La última vez que Toji vio algo parecido en una chica en el supermercado murmuró algo sobre lo desvergonzada que era la juventud.

—Puedes sentarte donde quieras.

Megumi se sentó en la primera silla que vio y sacó su carpeta. Había dividido los papeles en siete tochos lo suficientemente gruesos como para que se planteara no volver a saltarse las clases nunca más. Sacó su estuche y su libreta, sintiéndose un poco incómodo.

Satoru se sentó frente a él y apoyó el mentón sobre sus dedos entrelazados, con una sonrisa, mirándole intensamente. Megumi quiso preguntarle si le pasaba algo, pero el tipo habló antes de que pudiera decir nada.

—Tu papi está tremendo. ¿Está soltero?

A Megumi casi se le cae la mandíbula al suelo.

—Mi pa... no lo llames así.

Sintió un horrible calor en las mejillas. Se cubrió el rostro, completamente avergonzado. Su padre lo había dejado en casa de un loco que quería engancharse de su brazo. Dios mío.

Satoru reía como si hubiera soltado una travesura.

—Pero, ¿está soltero o no?

—Claro que está soltero. Es un amargado —Megumi apretó los labios. A ojos de Satoru eso se vio como un puchero —... eres como los demás.

—¿Me estás diciendo que tengo competencia? —Satoru alzó las cejas, sorprendido.

—Bueno —el chico miró los ejercicios, rumiando una anécdota con rencor. Recordaba la vez en la que Toji había ido a hablar con su tutora, y al día siguiente ella le había preguntado en frente de toda la clase si su padre estaba soltero. Había sido vergonzoso.

—Me da igual, ellas son mujeres corrientes. Yo soy yo.

Satoru le guiñó un ojo. Megumi se revolvió en su silla.

No era un ingenuo, sabía que el idiota de su padre tenía algún extraño efecto hipnótico en la gente. De pequeño, cuando iba al pediatra, esa mujer siempre intentaba acercarse de una forma u otra a Toji, al igual que las chicas del supermercado que le hacían ojitos o las universitarias en la cafetería.

Incluso cuando su padre iba a buscarle a clase en escasas veces del año y se quedaba fumando un cigarro apoyado contra su motocicleta las adolescentes se miraban entre sí, sonrojadas, y susurraban y se daban codazos cuando pasaban por delante del hombre. En una ocasión varias chicas de su clase le habían visto subirse a la moto con él y a la mañana siguiente fue asaltado por ellas en el pasillo, preguntándole si era ese su padre.

Hubo una época en la que Megumi se volvió popular sólo porque su padre era el deseo de todo el mundo.

—¿Por qué es un amargado? —preguntó Satoru, curioso —. A mí me parece de lo más encantador.

—Pensé que ibas a ayudarme con mis deberes de inglés.

—Eso también, tienes razón. ¿Te apetece un té?

Megumi decidió empezar por matemáticas sólo porque quería una excusa para dejar de hablar y concentrarse. Satoru le hizo un té rojo bien cargado y se fue al otro lado de la casa para volver con su ordenador portátil.

Se percató del carísimo modelo que tenía. Eso debía costar más de mil dólares, estaba seguro. Nobara tenía uno igual, pero ella había estado trabajando durante las vacaciones para conseguirlo. Por otro lado, Satoru olía, apestaba, a dinero.

Trabajaron en silencio durante casi una hora, hasta que terminó su tanda de matemáticas. Qué asco de asignatura. Solía aprobar, pero se le dificultaba mucho estudiar. Hacer ejercicios era aburrido y tedioso. A Itadori se le daba genial, por lo que juntarse para estudiar en la biblioteca era algo común.

Pasó a inglés. Satoru acercó su silla. Olía a perfumería exclusiva.

—No, no. Si no entiendes los verbos te recomiendo que primero hagas una tabla con todos los tiempos verbales y un ejemplo de cómo se usan y su traducción. Te ayudará mucho, créeme.

Al menos tenía algo de cerebro que no dedicaba a Toji. Megumi se sintió aliviado y fue supervisado mientras apartaban todo y hacían esa maldita tabla de tiempos verbales.

—Si te piden escribir en estilo formal no puedes usar contracciones —Satoru se subió las gafas con el dedo índice, señalando uno de sus ejercicios, en el que le pedían escribir una carta en estilo formal —. Ni lenguaje colorido.

Satoru resultó ser un buen profesor. Se ponía muy serio y miraba bien las cosas que hacía. Realmente se esforzaba por hacerle entender lo que tenía que hacer y Megumi acabó sacando su libro de clase para enseñarle todo lo que había perdido por saltarse las clases.

—Eso es... mucho —Satoru hizo una mueca —. Apuesto a que te lo pasabas bien con tu noviecito, ¿eh, pequeño rebelde?

Megumi sintió que se le bajaba la presión.

—Por favor no se lo digas a mi padre —suplicó —. Me matará.

—No te preocupes, tus secretos están a salvo conmigo.

Parecía un buen tipo. Hablaron mientras hacían ejercicios. El hecho de que Satoru fuera joven facilitaba la comunicación entre ambos. Megumi hubiera odiado tener un boomer como profesor. En cambio, Satoru entendía lo que decía y tenía su mismo humor. Seguro que se pasaba las noches viendo memes y tiktoks hasta dormirse.

—Mi padre es un amargado de mierda, nunca hace nada divertido. Apuesto a que ni siquiera tiene amigos —resopló Megumi —. Cuando no está trabajando o haciendo cosas de casa se pone a leer o a ver la televisión y nunca me acompaña a ningún lado.

—¿No va contigo a ningún lado?

—Bueno, a veces me pregunta si quiero ir con él a comprar o a correr, pero es que siempre me lo dice cuando estoy ocupado.

—¿Tu padre sale a correr?

—Sí —Megumi puso los ojos en blanco —. Solía hacerlo hace como un año. Salía a las cinco de la mañana. Te juro que es imposible seguirle el ritmo...

—Tiene pinta de hacer mucho ejercicio —Satoru sonrió, muchas imágenes acudieron a su cabeza.

Una vez que Megumi tomaba algo de confianza era fácil sonsacarle cosas, en especial si dejaba que el chico se quejara.

—Antes iba al gimnasio, pero luego se compró un montón de equipamiento y de vez en cuando entrena en casa. Cuando era pequeño me sentaba en su espalda cuando hacía flexiones. Mueve la mesa del salón y se tumba ahí en una esterilla con unas pesas.

Megumi estuvo a punto de contarle que Toji tenía un arma, pero pensó que eso era muy inapropiado y peligroso de decir, así que no dijo nada al respecto.

—Es un rarito —acabó por contar, mientras Satoru escuchaba atentamente —. Y un borde. Cuando se levanta con el pie izquierdo no hay quien lo aguante. Siempre me dice con este tono de voz —pudo su voz más grave —: Megumi tienes que comer mejor, Megumi abrígate bien, Megumi ¿ya hiciste los deberes? No deberías salir si no haces los deberes. Megumi, tu amigo es una mala influencia y si lo agarro lo voy a estrujar y lo voy a...

Bueno, quizá había exagerado en eso último. A Satoru le pareció graciosa la forma en la que el chico fingió agarrar algo y estrangularlo.

—Creo que tu padre simplemente se preocupa por ti —dijo Satoru, comprensivo.

—Pues que se preocupe por sí mismo. Yo estoy bien.

Satoru nunca había vivido eso. Tenía algunos recuerdos buenos de su infancia, donde su madre le abrazaba o su padre le decía que iba a ser un hombre grandioso —destinado a ser grandioso, concretamente—, pero sus padres no habían sido especialmente cariñosos con él. No tenía ningún recuerdo donde no le hablaran de trabajo o estudios.

Quizá alguna vez había sido elogiado por sus notas o su inteligencia, pero no había sido algo habitual, ya que ese era su trabajo. Ser perfecto. No iban a elogiarle por algo que era su responsabilidad.

—Hace años tenía una novia —comentó Megumi, entrecerrando los ojos —. Fue cuando yo era pequeño. Ella tenía una hija y la traía para que jugara conmigo.

—Ah, ¿si? —Satoru se sintió muy atraído por eso.

—Si. Estuvieron juntos un tiempo y luego, de repente, pasó algo y cortaron. No la volví a ver y papá se pasó como una semana entera encerrado en casa, sin hablar con nadie.

—¿Qué pasó?

—No sé. Seguramente discutieron. Que yo sepa nunca volvió a estar con nadie más —Megumi dejó el bolígrafo a un lado —. Hace oídos sordos a todo el que intenta ligar con él. O eso, o es ciego. Da igual. La cosa es que no le interesa estar con nadie. Creo que le gusta mucho estar solo. Y es súper desconfiado.

Satoru se guardó toda esa información en la cabeza, interesado.

—¿Y qué hay de tu madre? ¿Está divorciado?

—Ella murió cuando yo era un bebé. No la recuerdo, pero la he visto en fotos —el chico se quedó en silencio un momento, pensativo —. Fue en un accidente de tráfico.

Siguieron trabajando, porque Megumi no había ido allí a contar la vida amorosa de su padre. Satoru agradeció algo de silencio, porque estaba empezando a sentirse ansioso. 

Toji regresó a casa completamente agotado. Cerró tras de sí, se quitó las botas y dejó la mochila en el recibidor. Todas las luces del apartamento estaban apagadas, todo estaba en silencio.

Un escalofrío recorrió su espalda.

—¿Megumi?

Nadie contestó. Toji frunció el ceño, con una descarga de adrenalina en el pecho. En la cocina no había nadie, y tampoco había signos de que nadie hubiera estado cocinando. En el salón todo estaba colocado. Por último, la puerta de la habitación de su hijo estaba abierta.

Se quedó ahí plantado, bajo el umbral, viendo el peluche sobre la cama. Debía seguir en casa de Satoru, ¿verdad?

Tragó saliva. Por algún motivo, sintió la necesidad de comprobar que su pistola estaba donde siempre. Fue a su propia habitación y abrió el armario. Rebuscó entre la ropa de invierno hasta que sus dedos rozaron el metal frío.

No había olvidado la sensación de dormir con el arma bajo la almohada todas las noches. Un nudo cerró su garganta.

Subió al piso de arriba con rapidez, casi mareado por la oleada de inseguridad y sentimientos encontrados que tenía por haber dejado que Megumi se quedara con ese maldito idiota cachondo que...

—Toji, viejo amargado —Satoru sonrió cuando le abrió la puerta, meloso.

—El niño —exigió, rascándose las palmas de las manos con ansiedad.

Megumi estaba sentado en el sofá, sonriente y con las mejillas rosadas de risa. Sobre la mesa había una Nintendo Switch con una partida de Mario Kart pausada, junto a una caja con un par de enormes porciones de pizza.

Oreo estaba tumbado junto al chico, disfrutando de sus caricias en la barriga.

Toji no supo si espantarse o alegrarse.

—Nos lo estábamos pasando genial jugando —Satoru revoloteó a su lado, dejándose caer junto a Megumi.

Nunca, en toda su jodida vida, había visto a Megumi socializar tan rápido con alguien. Parecía cómodo, acariciando al gato cariñosamente. Toda su ropa estaba llena de finas hebras de pelo blanco.

—Bueno —Toji alternó la mirada de uno a otro —. Ya es tarde, ¿no?

—Pero papá... —se quejó Megumi, arrastrando las letras infantilmente.

—Tú te vas a la cama.

Megumi hizo un puchero, levantándose del sofá. Dejó el control de la Nintendo sobre la mesa. ¿Acaso había olvidado que estaba castigado?

Toji se despidió de Satoru en la puerta, mientras Megumi andaba cabizbajo por el pasillo.

—Te he echado de menos —susurró Satoru, dándole una de esas miradas irresistibles —. Ven cuando quieras, ¿vale?

Una clara invitación para más tarde. Toji decidió pensarlo, aunque ya sabía la respuesta. La puerta se cerró justo antes de que Oreo pudiera escapar y Megumi y él volvieron a casa.

Mandó al chico a la cama, pero lo detuvo mientras retiraba las sábanas. Megumi tenía un gracioso pijama con caricaturas de perros.

—¿Qué opinas de Satoru? —preguntó, apoyándose contra el umbral.

—Es un buen tipo, me gusta —Megumi se sentó sobre el colchón —. Estuvimos hablando de muchas cosas, y ahora hasta nos seguimos en Instagram...

Toji frunció el ceño.

—Me refiero académicamente. ¿Te ayudó?

—Ah, sí. Claro. Es mucho mejor que los profesores del instituto y realmente se interesa por mí.

—Entonces, ¿todo bien?

—Si.

—¿Estás seguro? —insistió Toji —. ¿No ves nada raro en él, ni nada?

Toji confiaba en el criterio de su hijo. Si el niño estaba cómodo, entonces dejaría que volviera más veces a casa de Satoru. Le preocupaba mucho que Satoru le ofreciera alcohol o que bebiera frente a él.

—El único raro aquí eres tú, joder, papá. Déjame ir a dormir ya... —Megumi tomó su móvil de la mesita de noche y se lo ofreció —. Toma.

—Aún no. Voy a ver a Satoru un momento —su hijo lo miró de forma extraña —. Tenemos que hablar de tu rendimiento académico —se justificó Toji, mirando a otro lado —. Cuando vuelva te lo quitaré. Si quieres aprovechar para hablar con tus amigos puedes hacerlo.

Megumi no dijo nada y Toji volvió al piso de arriba mucho más aliviado.

La puerta de Satoru estaba abierta. Ahí se detuvo, dándose cuenta de que aquello estaba mal. Estaba horriblemente cansado y a la mañana siguiente tenía que madrugar para hacer limpieza e ir a trabajar. Además, todavía no había cenado y no podía dejar a Megumi solo en casa por echar un estúpido polvo. De repente, se sentía un mal padre.

Se dijo que así el crío podía aprovechar para hablar con sus amigos, ya que se había pasado toda la tarde haciendo sus deberes. Y Satoru había mencionado que lo había echado de menos.

Oreo seguía tumbado en el sofá. El gato lo miró con sus enormes ojos azules.

Una mano le golpeó el trasero con picardía. Satoru sonrió, con su ordenador portátil bajo el brazo. Toji lo siguió a la habitación, analizando silenciosamente su figura esbelta, la camisa azul con las mangas subidas hasta el codo.

—¿Qué piensas de Megumi? —le preguntó, viendo cómo guardaba su portátil en uno de los cajones de su escritorio.

—Es un buen chico —Satoru ordenó los papeles de su mesa, dándole la espalda —. Trabaja bien y entiende rápido las cosas. Es muy inteligente.

Toji asintió. Era la segunda vez que veía esa habitación. Al menos estaba más ordenada. Había una fotografía bastante tierna de Satoru en traje de graduación, junto a otro chico, en la estantería, entre todo el merchandising.

—Es igualito a ti. Tiene tus mismas expresiones —Satoru rio por lo bajo, girándose con un libro que dejó en la estantería.

Un par de manos se apoyaron en el pecho de Toji, invitándole a sentarse sobre la cama. El colchón se hundió bajo su peso. Había un peluche con forma de conejo en el centro, apoyado contra un cojín aterciopelado.

Satoru se sentó sobre los muslos de Toji, mordiéndose el labio.

—Así que me echabas de menos, ¿eh? —Toji alzó una ceja, palmeando la cintura de Satoru.

—Mucho...

Labios húmedos se pasaron por el cuello de Satoru, succionando suavemente en besos desordenados. Toji le abría un poco las piernas para acariciar el interior de su muslo.

Satoru creyó perder la cabeza al encontrarse con el abismo de su boca, suspirando con fuerza al tiempo que acariciaba su lengua en húmeda tentación. Se desabotonó la camisa torpemente, con prisa, mientras la mano de Toji subió por su entrepierna, presionando con la suficiente delicadeza como para que una súplica se instalara en su garganta, y continuó por su vientre.

Los labios de Toji rozaron su oreja, mordieron el lóbulo y tiraron un poco, para luego hablar con esa voz ronca de fumar.

—No tienes ni idea de cuánto te quiero para mí ahora mismo.

El corazón de Satoru se aceleró tanto que llegó a marearse. Sus pantalones se volvieron insoportablemente apretados, y Toji recorría su costado con una mano, de arriba a abajo, acariciándolo firmemente. Ojos verdes lo devoraron por completo, dejando nada más que un chico al borde de la locura.

—Ah, ¿si? —gimoteó, con las mejillas sonrosadas —. Entonces podrías dejar de comerme con la mirada y follarme de una vez.

A la mierda con el rendimiento académico de Megumi. Puso una mano sobre el pecho de Toji, apretando el músculo. Lo único que quería en aquel momento era ser atrapado contra el colchón y follado hasta no poder andar.

Había estado pensando, maldición, había estado pensando en cómo se sentía su cuerpo sobre él cuando lo follaba, cuando apoyaba una de sus manos en su garganta y dejaba caer todo su peso mientras lo volvía un desastre de gemidos incoherentes. En ese olor a tabaco y sudor, y esos suspiros en su boca.

Satoru ronroneó en un beso, sosteniendo el rostro de Toji entre sus manos, lamiendo su cicatriz. Se sentía necesitado. Afecto. Atención. Elogios. Todo lo que fuera a provenir de él lo necesitaba con urgencia. Rebotar en su polla, ocultar su rostro en el hueco de su cuello, gemir y escuchar cómo le decía que era un buen chico. Su buen chico.

No tenía lubricante allí. Se quiso abofetear.

—Pero, necesito ir a dormir pronto esta noche —se disculpó Toji, pasando un pulgar por la mejilla de Satoru. Sus labios brillaban —. Aún tengo que ocuparme de varios asuntos, ni siquiera he cenado.

—Entonces... —Satoru jadeó, desesperado —. Entonces, ¿un rapidito? Por favor... no tengo lubricante, pero puedes usar tu saliva, te prometo que volverás en cinco minutos...

Ni Toji sabía por qué estaba allí, cuando tendría que estar cenando y ocupándose de lo que Megumi iba a comer mañana, ni Satoru sabía qué hacer con tanta necesidad. Tal vez, simplemente, querían la compañía del otro, sin importar lo que hubiera de por medio.

—Cielo, sabes que me gusta tomarme mi tiempo en ti —Toji acunó el rostro de Satoru con lástima, hablando en voz baja. Hablando sólo para él —. Cinco minutos no es suficiente para todo lo que quiero de ti, y sabes que me gusta tenerte bien cuidado y consentido, pequeño masoquista.

Soledad era una sóla palabra para la cantidad de emociones que contenía. No era justo. Satoru conocía bien cómo se sentía. 

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Te veo By Someone

Fanfiction

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