Fuera de Juego

By daina_danae

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Ella, una pianista romántica y soñadora. Él, un futbolista famoso y mujeriego incapaz de amar. Un encuentro f... More

🎶 INTRODUCCIÓN 🎶
1. GRIS
2. NUNCA MÃS
3. POR SEGUNDA VEZ
4. CLARO DE LUNA
5. ALGO PENDIENTE
6. TRES SEMANAS
7. Ibiza o FORMENTERA
8. ADVERTENCIAS
9. DECYDAMOS COMENZAR
10. DE DOS CARAS
11. HEY JUDE
12. DÉJALO FLUIR
13. UNA COPA
15. GRITO AL VIENTO
16. ACUERDO DE CONFYDENCIALIDAD
17. Primera vez cayendo
18. UNA TAZA DE TÉ
19. Momentos vulnerables 
20. Sin paracaídas
21. Ingenua
22. Nunca fuimos nada

14. VOTO DE CONFIANZA

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By daina_danae

Algo se siente extraño a cerca de despertar sola. Creí ciegamente que después de todo lo que pasó iba a abrir los ojos y lo tendría al lado, con el cabello alborotado y la sonrisa arrogante decorándole los labios. En cambio, me encontré todavía desnuda, abrazada a una almohada al lado derecho de la cama. Las cortinas ya estaban abiertas, al igual que la mampara del balcón, por el que se filtra el ruido de los autos.

Me siento sobre el colchón y analizo mi entorno en silencio. Las paredes, de un gris pálido casi blanco están desnudas, sin ninguna foto ni cuadro, a excepción de la mampara que deja entrar la luz del sol y dos puertas de madera que supongo dan al baño y al vestidor. En el centro de la habitación está la cama, con sábanas de lino blanco. Justo al lado en el que dormía hay una mesita de noche de madera con una lámpara de lectura minimalista, un pastillero y un frasco de colonia. En el escritorio de la esquina hay una cajita de chocolates sobre un portátil, que creo, es el mismo que usaba en el vuelo a Praga.

Cuando me pongo de pie me detallo en el espejo frente a la cama. Tengo los ojos rojos a causa de las pocas horas de sueño y el cabello alborotado. Pese a la ausencia de Alexander, me encuentro feliz, con la mirada brillante y llena de emoción genuina. El recuerdo de la noche anterior aparece de repente, haciendo que me sonroje furiosamente de pies a cabeza.

Ha sido la mejor noche de toda mi vida.

Por instinto, me toco los labios y le sonrío al espejo. Estoy más enamorada que ayer.

Un paseo por el muelle de Liverpool, una caminata al atardecer por el malecón, visitas a la zona comercial de la ciudad, un fin de semana real en Ibiza, muchas noches perdiéndonos entre las calles de Madrid. Mi mente trabaja a mil por hora mientras me doy un baño y me arreglo a cómo puedo. No soy fanática de los planes, aun así, los hago y estoy segura de concretarlos todos.

Reviso si ha dejado alguna nota en la mesa de noche, en la cajita de chocolates o bajo alguna de las almohadas. No hay nada. Ignoro la punzada aguda del centro de mi pecho y elijo creer que se le ha olvidado o la ha dejado en otro lado. No pudo irse así, sin más. Por ello, me hago una trenza en el cabello antes de salir a seguir buscando. Busco en el salón, en el comedor, en la biblioteca y en la cocina. Hay un papelito pegado en la refrigeradora, pero se trata de un cheque.

Medio decepcionada, aprovecho que estoy en la cocina para preparar algo de comer. Sin embargo, no tengo que hacer nada porque hay una bandeja servida en la barra americana.

Vuelvo a sonreír de manera genuina, pensando que el desayuno lo preparó él. Hay jugo de frutos rojos, tostadas recién hechas, huevos revueltos y una taza de café humeante.

–Buenos días, señorita Sofía –me giro sobre la banca para ver a Tom, que entra por una puerta a la que no le había prestado atención–. ¿Cómo amaneció?

–Hola, Tom. Muy bien, gracias.

–Pensaba llevarle el desayuno, pero me ganó.

Pese a la gran decepción que me supuso entender que él lo había preparado, le sonreí. Y no fue una sonrisa falsa, fue sincera, con una pisca de desilusión bailando en el fondo.

–No era necesario, pero gracias. ¿A dónde fue Alexander? –le di un sorbo al jugo antes de preguntar.

–Al campo de entrenamiento. Sale muy temprano.

–Me imagino. ¿Te dio algún encargo?

Me dedicó una mirada dispersa que no logré identificar con claridad. En un principio, creí que era compasiva, pero no tenía mucho sentido. ¿O sí?

–no. Digo..., no nos encontramos –completa tras aclararse la garganta–. Suele llegar antes que los demás, ya sabe, para aprovechar el gimnasio y entrenar solo.

«No se despidió de ti» –murmuró una parte de mi consciencia.

«No quería despertarte. Dormiste demasiado tarde» –replicó mi corazón, en un tono más firme y alto.

Mientras desayuno reviso mi móvil, no lo hago desde ayer y no puedo desentenderme así. Le mando a mi madre las fotos que hice desde el avión y las del partido, asegurándole que todo marcha súper bien. El chat de Katia está más lleno de lo normal. Me dice que ha conseguido dos festivales para el próximo mes y una participación especial en la semana de la moda de Londres para la temporada otoño-invierno, le confirmo mi asistencia a la fiesta benéfica del conservatorio, y la tostada se me cae cuando veo el contenido que marcó como urgente.

Hay fotos mías en el aeropuerto de Liverpool, en el hotel, a las afueras del campo de entrenamiento y haciendo compras antes de entrar al estadio.

Y estoy terminando de agradecerle al universo porque las fotos no son tan grabes, cuando me atoro con la infusión que tomaba.

No puede ser.

hay un video que capta el momento preciso en que Alexander me besó como si nada a las afueras del restaurante. Desde el ángulo que se graba no se ve tan claro, pero está ahí. Sus manos en mi cintura, nuestros rostros demasiado cerca.

Lo que vi después me auguró el escándalo que se avecinaba. Imágenes del restaurante, el video de mi presentación callejera, fotos mías en el palco y en el campo de Anfield, la rueda de prensa. No me sorprendieron los artículos periodísticos con fecha de hoy, ni los titulares de los programas deportivos, ni "primicia" en el título de los platós de espectáculos más importantes. De cualquier modo, las influencias de Katia servían para saber todo lo que la prensa preparaba para un día después. Incluso si eso era el equivalente a verme en el escándalo más grande de toda mi vida.

"Eres tendencia en redes. Felicidades".
observé atónita las cifras exorbitantes que acompañaba a los gráficos estadísticos. Mi nombre, al lado del suyo era trending topic no solo en España, también en Inglaterra y en algunos países de américa. Mis números se duplicaron en cuestión de horas, y en vez de hallarme feliz, me encontraba agobiada, con una sensación fatalista anidada al centro del pecho. Algo me decía que esto solo era el comienzo.

Las llamadas que empecé a recibir un rato después no hicieron más que agravar mi estado. No hacía falta contestar para saber que se trataban de la prensa en otro intento por obtener información que, en definitiva, no estaba dispuesta a dar. Mi representante siguió enviando contenido y pantallazos de chats con revistas importantes; si había una interesada en que conceda entrevistas era ella. Su idea de lanzar mi carrera en medio del escándalo era clara, parecía no tener pierde ni complicaciones. Ganaríamos las dos, sin embargo, no me resultaba tentadora.

Si me había sentido fatal al ver las vistas del video que subí cuando se filtró la noticia de nuestro viaje a Praga, no quería ni pensar en lo que iba a sentir si me sentaba en una entrevista con mil preguntas de Alexander para tratar de desviar el tema hacia mi carrera.

No quería aprovecharme de mi relación. Porque era mía, y ser feliz y cumplir todo lo que tengo en mente a su lado era mi único objetivo.

Llegué al hotel una hora después, aún con el vacío incómodo en mi estómago y el mal sabor de boca. En recepción me pusieron al tanto de la visita de una reportera de un periódico local, a la que sorprendentemente, terminó atendiendo Isabella. Desayunaron juntas en la terraza principal y luego continuaron hablando en el área de piscinas, según la amable recepcionista, parecía que a mi amiga le estaban haciendo un reportaje.

–Vaya, hasta que llegas –fue su saludo, en cuanto salió del baño y me vio rebuscando en las maletas–. Una aquí, aburriéndose todo el día y tú en quién sabe dónde.

–Isa... –dejé sobre la cama un par de blusas y medio me giré para verla, recostada en el marco de la puerta con los brazos cruzados–. Lo siento ¿cómo estás?

–Aburrida. Ayer me la pasé encerrada todo el día, vi el partido por la televisión y mientras tú celebrabas con todos los del equipo, me tocó ver cómo coqueteaban en el bar.

Me sentí peor. A la sensación fatalista le acompañó un sentimiento de culpa, tan intenso que casi me hace llorar.

–Por favor perdóname.

Lo gracioso era que ni siquiera sabía por qué me sentía tan mal y por qué le pedía perdón. No la había traicionado, no la había humillado, no dejé de verla por más de un año ni falté a una fecha importante. Había seguido el rumbo de un viaje que tenía planeado desde hace tres semanas. Un viaje que, por cierto, era solo de dos.

Pese a tener claro todo eso, sus ojos vidriosos me hicieron sentir como la peor persona del mundo.

–Vi en Liverpool un partido del Liverpool por la televisión, cuando mi amiga pudo haberme conseguido una entrada –se cubrió la boca para reír sin emoción, luego, pasó con disimulo una mano por sus ojos–. Se supone que lo compartimos todo y esta vez fuiste egoísta.

–No estaba en mis manos conseguirte una entrada.

–¡Claro que sí! Solo era cuestión de pedírselo. Pero no lo hiciste, pese a que sabías cuán importante era para mí. Perdí todas mis oportunidades con Davide.

–Lo solucionaré.

Al final, opté por un vestido floreado de tirantes y unas sandalias planas, que combiné con un Blazer por si más tarde corría viento. Guardé la maleta y me dirigí al pequeño vestidor de la habitación con las prendas en la mano, dando la conversación por finalizada.

–¿Cómo? –para ella no había sido así ya que me siguió hacia el vestidor, no estaba dispuesta a darme tregua.

–Iré a visitar a Alexander al campo de entrenamiento. Si quieres, puedes acompañarme y no sé..., quizá ayer Davide estaba muy concentrado en el partido, pero hoy estará más libre.

–Tienes que hablar con él.

–No..., digo, no lo conozco bien y...

–Tienes que hacerlo –vi en el espejo cómo batía las pestañas–. Háblale de mí, cuéntale cosas, has que se interese..., tienes que actuar como cupido esta vez.

–Lo intentaré –concedí, subiendo el vestido por mis piernas.

–¡No sabes cuánto te adoro!

Su abrazo me tomó desprevenida, sin embargo, se sintió como si me quitara un peso de encima.

–Te quiero también, isa –le dije en cuanto se sentó en el taburete de la esquina.

Mi móvil, aunque guardado en mi bolso y relativamente lejos, no dejaba de sonar. Supuse que se trataban de más ofertas de entrevistas, así que no le presté atención. Mientras me arreglaba miraba de reojo a Isabella, quería saber cuánto le había dicho a la reportera, pero no me animaba a preguntárselo.

Siempre estaba a la defensiva y con todo lo que estaba pasando entre nosotras últimamente, temía que interpretara mal la pregunta y todo se arruinara otra vez. ¿Tanto habían cambiado las cosas en un par de horas? La pregunta surgió al vernos envueltas en un silencio pesado, solo roto por el ruido insistente del teléfono.

–¿Y no tienes que contarme algo? –se atrevió tiempo después.

–¿Algo como qué? –saqué del estuche de maquillaje dos tonos de sombras diferentes que analicé a detalle.

–¿Qué hiciste anoche, talvez?

La sola mención del momento bastó para traer al juego imágenes desordenadas, una más comprometedora que la otra, y me sonrojé con furia. De pronto, mi piel cosquilleó con ganas de repetirlo y en mi estómago se instalaron una especie de maripositas. Aquello hizo que Isa soltara un gritito ahogado que sin querer respondía todas sus preguntas.

Me vi sentada a horcajadas sobre él, dejando que guiara mis movimientos con sus manos sujetas fuertemente en mi cintura. Me vi perdida en su mirada antes de caer agotada sobre el colchón.

Me vi buscando un abrazo suyo antes del amanecer. Un abrazo que nunca llegó y que me vi obligada a sustituir por una almohada.

Y eso no venía al caso. Porque solo tenía que recordar cosas bonitas. Porque él salía muy temprano a entrenar. Porque sí había explicación para encontrarme sola en esa cama donde horas antes, había creído ser la mujer más feliz del mundo.

–¡Pasó! –vuelvo mi atención a las sombras, porque no es justo que un detalle intente empañar mi felicidad–. ¿Cómo fue? Tienes que contarme todo. Desde el comienzo hasta el final.

–Isa...

–¿Toca como juega al fútbol? –me echo a reír–. ¡No te rías! Mejor..., primero dime ¿fue lindo? Aunque con esa risa, seguro que sí. De ley, ha sido todo mejor que con Daniel.

-------------------------***-------------------------

–¿Davide tiene novia?

La pregunta se escapa sola mientras ojeamos los platos disponibles del bufet. Por alguna razón, su compañía me estaba resultando incómoda, o, mejor dicho, lo que me resultaba incómodo era la extraña actitud que venía mostrando desde que nos saludamos en la cancha de tiros libres. No hubo una sonrisa, ni un beso delante de todos, ni un "¿cómo estás, hermosura?". Me saludó con un escueto "¿qué haces aquí?", que me paralizó por un par de segundos.

De hecho, fue el mismo Davide quién rompió el denso silencio al preguntarme cómo me había parecido el partido de práctica. Intenté de todas las maneras posibles incluir a Alexander en la conversación que pronto pasó a ser de todo el equipo, sin éxito. Permaneció distante, perdido, hasta llegué a pensar que no le había gustado verme.

Pero mi corazón, cansado de las suposiciones de mi parte racional, resolvió que estaba agotado. Por el partido de ayer, la mala noche y el entrenamiento.
La teoría tomó más fuerza cuando me besó de la nada. Sí le había gustado verme.

Y pese a su comportamiento frío y distante, mi corazón se aferró al beso y a la noche de ayer.

–no es por mí, evidentemente –continué, cuando sus ojos por fin se dignaron a mirarme con algo parecido a la incertidumbre–. O sea..., yo solo...

–Pregúntaselo a él –volteó la cara y llamó con un movimiento de cabeza a un encargado, que se acercó de inmediato–. Dame lo de siempre.

–¿Y usted, señorita?

–Lo mismo, por favor.

Ni siquiera sabía que era "lo de siempre", aun así, me apresuré a responder al verle dar la vuelta. No estaba dispuesto a esperarme, así que después de agradecer a como pude, corrí a su lado y le sujeté del brazo.

–A isa le gusta Davide –me paré de puntillas para verle mejor, y un leve malestar se instaló en mi pecho al toparme con su mirada cargada de indiferencia–. Siempre le ha gustado, es su amor platónico desde que juega en el Bayern.

–Déjale claro que va a seguir siendo solo eso, entonces.

–¿Perdona?

–Su amor platónico. No me digas que tu amiga ya se estaba sintiendo la protagonista de uno de esos libros.

–No..., digo... ¿la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?

–La dignidad es lo último que se pierde, nena.

Algo debe tener este hombre para erizarme la piel con tan solo una palabra. No dejo de pensar en ello ni cuando me da una leve palmadita en la espalda para seguir caminando hasta una de las mesas del fondo. El comedor está ligeramente lleno, y pese a que uno de sus compañeros señala dos puestos desocupados al centro, no se detiene hasta llegar a la última.

No solo hay jugadores del primer equipo. Hay directivos, parte del cuerpo técnico, chicas del equipo femenino y chicos de las categorías inferiores del club. Empero, el lugar parece ser bastante grande para darle a cada quien la privacidad que requiera.

–El punto es que Isabella sueña con un acercamiento. Poco a poco, ya sabes... primero se conocen...

No me he atrevido a hablarle a Linguini de mi amiga y me siento en la obligación de hacer algo por ella.

–Pero los sueños son eso, sueños.

–¡Eso no es cierto! Los sueños se hacen realidad. ¿Acaso no soñabas con ser uno de los mejores del mundo?

–El mejor querrás decir –ruedo los ojos y me sonríe por primera vez en el día.

–¿Y Cristiano Ronaldo? ¿Zidane?

–Ellos son otra cosa. A lo que quiero llegar es que el sueño de tu amiga solo va a ser eso, un simple sueño.

–No puedes dar todo por sentado.

–Conozco a Davide como la palma de mi mano. No se enamoraría de tu amiga.

–Isabella es linda –le reclamo–. Rubia, de ojos azules...  lo que estilan los futbolistas.

–No estoy poniendo en duda la belleza de tu amiga. Es ciertamente hermosa –el estómago se me revuelve y otra vez, los celos se apoderan de mí.

Isabella es hermosa. El estereotipo de mujer perfecta. Es de las que salen en las revistas al lado de personas famosas.

«Tú también has salido al lado de una persona famosa»

–¿Entonces?

–A ver, nena. Dime ¿cuáles son los planes de tu amiga con Davide? –suspira antes de hablar.

–Ya te dije, quiere conocerlo.

–Y se está aprovechando de ti.

–¿Qué? ¡claro que no! –suelto una risa confundida–. Es una casualidad y...

–Sofía, no nos hagamos tontos. Si Isabella te dejaba hacer el viaje sola, como debía ser desde siempre, nunca hubiese tenido la oportunidad de conocerlo.

–A ella le gusta el futbol ¿qué tal venía a verlo? ¿y si se encontraban en un restaurante italiano? A ella le encanta la comida italiana.

–Supongamos que sí. Te aseguro que no habría llamado su atención, ni para un saludo.

–Estamos hablando de Davide, no de ti.

–¿Perdona?

–Tú eres un mal educado, él no.

–Retráctate.

–¿Por qué habría de hacerlo? eres un mal educado, mal criado y... ¿por qué me miras así?

Ya no hay indiferencia. Es una mirada intensa, pero no de esas que me estremecen y me dominan por dentro. Es... ¿distinta?

Distinta. Porque ni siquiera yo sé explicarlo.

–¿Muñequito de aparador también?

–¿Muñequito de aparador?

–¿Seudo caballero, mejor?

No sonríe, pero tampoco luce incómodo.

–No entiendo.

–Mejor, preciosa, mejor –se acerca para devolver un mechón de mi cabello a su lugar.

–Pero...

–Estábamos hablando de tu amiga y sus sueños de amor eterno con Davide, no nos desviemos. No es tan difícil adivinar –levanta una ceja y me derrito–. Quiere casarse, tener muchos hijos y ser... la señora de Linguini con todo lo que eso implica.

–¿Todo lo que eso implica?

–Dinero, autos de lujo, portadas en las revistas más importantes...

–A Isa no le hace falta. Su familia es dueña de una línea de maquillaje en España. Está enamorada de Linguini.

–Y sueña con tener todo eso y más.

–No, o sea..., sí. Digo, ¡no así!

–Lamento informarte que ha llegado demasiado tarde.

–¿Está casado?

Niega rápido, y justo en ese momento, aparece el susodicho con una bandeja enorme.
No sabe que estamos hablando de él, así que nos sonríe y va descargando los platos como un experto.

–Ensalada de quinoa, pollo a la plancha y verduras al vapor para la señorita –me deja el plato sobre un individual de balones–. Y un poco de lasaña de cortesía.

–Muchas gracias.

–Lo mismo para el señor, pero sin cortesía, porque no se lo merece.

–Gracias –murmuro entre dientes.

–Déjalo, Sofi. Estoy acostumbrado –Alexander lo mira mal–. ¿Qué? ¡oh, perdona! ¿No te gusta que te digan así...?

–¡Claro que no! Está perfecto.

Termina de descargar todo lo demás y se sienta al otro extremo de la mesa, con un plato mucho más condimentado que el nuestro.

Me doy cuenta de dos cosas. Primero, que luce agotado y segundo, que Alexander no le dice que se vaya para tener privacidad.

–¿No quieres trabajar de mesero, mejor?

–¡Oye! –le doy un golpecito en el hombro.

–¿Qué? parece que disfruta más traer comida que jugar.

–Ya te dije, amigo, cuando me retire abriré un restaurante –hago una mala cara al probar un pedazo de pollo–. Desde ya estás invitada a la inauguración, Sofi.

–Ten por seguro que iré –frustrada, retiro el plato principal y me pongo con la lasaña que luce más apetitosa–. ¡La comida no tiene sabor!

–¿Quién te manda a pedir lo mismo?

–no entiendo cómo puedes comer esto todos los días. De verdad, no sabe bien, pero tampoco sabe mal ¡no sabe a nada!

–Alexander no sabe de comidas. Lo único que le gusta de verdad son...

–Las galletas de Bárbara –completo airosa.

Sorprendido, levanta la vista y la fija en Alexander.

–la conoció en el aniversario de la fundación de Marisa –simplifica mientras corta un trozo de carne.

–Entonces esto va muy, pero muy en...

–Fue una casualidad –interrumpe con un tono cebero.

Me da curiosidad saber en qué iba a terminar la frase de Davide, sin embargo, finjo que no pasa nada deleitándome con el sabor de la pasta. Me arrepiento de haberle dicho al mesero "lo mismo", cuando pude haber elegido algo tan exquisito como esto.

Nuestro nuevo compañero no para de hablar del menú, del chef italiano que trabaja en el club y de su próximo restaurante. Evidentemente, le hace más ilusión planear un proyecto a largo plazo que contarnos cuantos balones de oro y títulos quiere ganar. Diferencia abismal no solo con Alexander, sino también con jugadores del equipo con los que he hablado antes. Aunque no todo gira en torno al fútbol, no pueden evitar hablar sobre los próximos partidos, el calendario apretado, la competencia entre ligas o los récords personales.

No sé bien si él lo evita, pero sí que le brillan los ojitos cuando me muestro interesada por su próxima cadena. Piensa abrir un primer local en Florencia, expandirse por el resto de la toscana y llegar a Venecia. Si todo sale bien, piensa poner una sucursal en Madrid y otra en Liverpool.

–Quiero que los viernes halla música en vivo. Violinistas, pianistas, obviamente tú tienes que ir un día a tocar.

–Encantada. La música instrumental siempre les da a las parejas un ambiente más íntimo.

–¡Eso! Quiero lograr un ambiente íntimo y especial.

–¿Ya tiene nombre?

–Sí. Il giardino di Sofia.

–Estoy hablando en serio, Davide. ¿Cómo se va a llamar? –suelto una risita incrédula, debe tratarse de una broma.

–Il giardino di Sofia.

Me mira con ilusión, yo miro a Alexander, que parece no inmutarse ante la situación. Se lleva a la boca uno de los últimos trozos de carne con la expresión más apacible que le he visto hasta ahora.

–El jardín de Sofía –traduce Alexander–. Deja de verme así ¿quieres?

–Sofía –repito sin quitarle los ojos de encima.

–A ver, nena. No te creas que el nombre es por ti. Hay mucha gente que se llama Sofía.

–¿ya lo sé! a diferencia de ti, no me creo el centro del mundo. Me ha sorprendido mucho –le hablo a Davide, que sigue igual de risueño–. ¿Quién es?

–Mi hija.

Oh. Oh.

Si el nombre me sorprendió, la razón me sorprende y me confunde aún más. Me atraganto con una zanahoria y Alexander me da un golpecito en la espalda sin dejar de reír.

¿Una hija? Si Davide tuviese una hija, Isabella ya lo sabría. Está enterada de toda su vida. Sabe quiénes son sus padres, sus hermanos, donde ha nacido, toda su trayectoria futbolística, donde ha dado sus mejores asistencias y a qué equipos les ha marcado.

–no juegues así. Dime quien es. ¿Tu novia? ¿tu madre?

–Mi hija –repite tranquilo.

–¿¿Tienes una hija?

–Y se parece mucho a ti –le miro incrédula–. No en lo físico, pero es muy especial, y siento que tú también lo eres.

–¿Cuántos años tiene?

–Tres. Tengo una foto suya, si quieres...

–E' stato molto per oggi –habla Alexander en un perfecto italiano.

Y me enamoro más.

No entiendo, pero, así como pasa con mi nombre, mi piel cosquillea. Quiero que me diga muchas cosas en italiano al oído.

–Creo que dejé el móvil en los vestuarios –responde en cambio–. Prometo que te la mostraré algún día.

–No hay prisa.

No hay prisa, porque pienso quedarme en su círculo por mucho más tiempo.
No hay prisa, porque quiero que sea la primera de muchas comidas y no solo con Davide, con todos sus amigos.

–Después de este arranque de sinceridad, entenderás, belleza, que nada debe salir de aquí –me dice en voz baja.

–La prensa no lo sabe –completa Davide–. Y preferiría que se siga manteniendo así. Con que lo sepan las personas más cercanas me basta y sobra.

–pero yo no soy... ¿por qué me lo contaste? –cambio el rumbo de mis palabras, todavía conmocionada.

–Desde que te vi supe que eras una persona especial. Me sentí en confianza y ya vez.

Se siente bien que las personas te den un voto de confianza, y mi corazón se salta un latido con la esperanza de que Alexander me de esa confianza algún día.

Sé de sobra que hay muchas cosas de su vida que ignoro. La relación con su madre, por ejemplo, por qué le dice Marisa y no "mamá".

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