Anhelo

By NAE_JAZ_97

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"Anhelo", la culminación emocionante de esta cautivadora historia, guarda para desatar una tormenta de emocio... More

♠️ PERSONAJES ♠️
♠️ Nota de Autora ♠️
PARTE 3
PREFACIO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Extra: Konexiõ
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22 parte I
Capítulo 22 parte II
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26 parte I
Capítulo 26 parte II
Capítulo 27
Capítulo 28
Extra: Pasado.
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34 parte I
Extra: LOVE YOU LIKE A LOVE SONG
Capítulo 34 parte II
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
PARTE 4
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45 parte I
Capítulo 45 parte II
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60 parte I
Capítulo 60 parte II
EXTRA: COME AND SAVE ME
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63

Capítulo 50

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By NAE_JAZ_97

—¡Maldita sea, súbete ya! —le grito, extendiendo la mano para que la tome.

—¡No! ¿Para qué me pegues como el gilipollas ese? ¡No me subo! —me brama la maldita.

Las manos me sudan, el corazón me sigue latiendo con fuerza y apenas logro respirar con normalidad.

«Está bien, ella está bien»

—¡No te voy a pegar! —le aseguro.

Nunca podría volver a poner una mano encima, ya no, y menos después de lo que sentí cuando la vi saltar al vacío.

—¡No te creo!

—¡Maldita sea, deja de comportarte como una cría, dame la mano! —le grito; ella vuelve a encogerse, y el que sus ojos se cristalicen de nuevo me hace querer romperme la cara.

«Si sigue comportándose así, hará que pierda la razón»

Es tan jodidamente caprichosa que me la imagino tragándose la maldita dureza que provoca. Sus pucheros me excitan tanto que estoy a punto de mandar todo al carajo y follármela duro para enseñarle quién manda.

—¡Deja de gritarme!

—¡Y tú deja de provocarme el carácter! ¡Súbete ya!

—Solo si te disculpas por gritarme. ¡Hazlo y promete cumplirme tres deseos! Si no, me quedo aquí, y si me enfermo, será culpa tuya —suelta la infeliz, soltando pequeñas tosiditas que hacen palpitar mi polla con ansia.

—No te voy a cumplir nada —espeto molesto. —¿No entiendes que no eres nada para mí? Deja de tratar de manipularme que conmigo te topaste con pared. No soy como tu maldita sombra, a la que puedes pisotear a tu antojo —termino fastidiado, me incorporo; ella no dice nada más, se cruza de brazos y vuelve a sentarse.

«Que le ruegue su puta sombra»

Paso mis dedos por mi cabello y me regreso por donde vine. Si se enferma o no, eso ya no es mi asunto. Entro a la recámara azotando la puerta. La maldita sangre me hierve, no he dormido nada y todo por andar investigando pendejadas.

«¿Cómo pude pensar que Alena reencarnó en esa maldita malcriada?»

—El encierro me dejó pendejo —suelto entre dientes, tomando la tablet. Mis ojos se posan en el artículo. Según esta basura, el alma o el espíritu de una persona puede renacer en un nuevo cuerpo físico después de la muerte. Incluso muchos sostienen que, en efecto, una persona reencarnada puede tener similitudes en gustos, comportamientos o habilidades que tuvo en su vida pasada, formando así un ciclo que no termina hasta que el individuo alcanza un estado de iluminación, liberación o cumplimiento kármico.

«¡Estás enloqueciendo, Alexander!»

Aunque lo anhele con vehemencia, aunque cada fibra de mi cuerpo y cada latido de mi corazón me griten que sí lo es, no es ella. La imagen de su rostro ensangrentado sigue atormentándome, recordándome lo que perdí. La enterré, supervisé cada estudio que mis científicos realizaron en su cuerpo, y los resultados eran claros: Alena, así que aunque me joda, debo ser realista, los muertos no pueden regresar a la vida, ni mucho menos pueden reencarnar.

Y sí, me aferré a la ilusión de que había regresado de alguna manera, que había renacido en la rubia de ojos profundos que ahora ocupa mis pensamientos, pero debo dejar de engañarme. Esto solo es un truco de mi mente desesperada por encontrar consuelo en medio del abismo en que se encuentra.

Ahora, lo único que necesito es concentrarme en Narel, en lograr que ella me perdone. Y sé que solo lo hará cuando su Juanito esté a salvo. No soy un cobarde, pero he perdido demasiado. No podría reponerme si me odiara, aunque me lo busque, aunque lo merezca. No soporto la idea de que mi hija me mire con odio y se aleje de mí, justo como yo lo hice con Jared.

—No es tu problema, Alexander, ella no es tu problema —reafirmo mirando el reloj, el cual cada que cambia de minutos hace que el pecho me lata más a prisa.

«Si vas, si caes de nuevo, no podrás resistirlo más».

Me acuesto, cerrando mis ojos. No puedo permitirme caer, no cuando ya de por sí será difícil conseguir el perdón de mi hija. Si me entrego y me dejo llevar por los sentimientos que la rubia despierta en mí, perderé toda oportunidad de recuperarla. No solo me odiaría, sino que querrá matarla. Lo sé, apenas la conozca, le arrancará los ojos, y esta vez no será como cuando se deshizo de las sumisas. Por ellas yo no sentía nada, pero por la rubia sí. Aunque me pese admitirlo, aunque sea una traición al amor que le tengo a Alena, siento por la rubia lo mismo que sentía por Alena, y eso es una maldita mierda.

"—¡Ojitos bonitos!"

«Joder»

Me llevo la mano al pecho cuando los recuerdos de la rubia me golpean con fuerza, cada uno de ellos. Su risa parece resonar en mis oídos como si estuviera siendo amplificada por una bocina, mi piel se eriza y mis entrañas se encienden. La imagino sintiendo frío, hambre, ¡Maldita sea! La visualizo llorando y eso me hace sentir como si estuviera ahogándome.

«¡A la mierda!»

Ya no puedo seguir engañándome a mí mismo, ni seguir haciéndole daño o alejándola cuando en realidad deseo todo lo contrario. Salgo corriendo de la habitación, sintiendo como si un rayo se hubiese estampado en mi pecho, en mi mente, borrando todas las dudas y dejando solo unas ganas inmensas de estrecharla contra mi pecho.

«La necesito»

 Fue ella, ella me sacó del maldito abismo en el que estaba sumido. Puede que sea un maldito engaño, pero ya no puedo seguir hiriéndola. Cada vez que lo hago, es como si me clavara una daga en el pecho. No sé qué nos depara el futuro, ni cómo diablos lograré que funcione, pero la ansia de no tenerla me está arrastrando de nuevo al infierno, y ya no puedo soportarlo.

—¡Only love, only love can hurt like this! —La escucho cantar, y el hecho de que lo haga con la voz quebrada reafirma mi decisión. Avanzo hasta llegar a la borda, ella sigue cantando, sollozando. Se limpia las lágrimas y joder, no puedo verla llorar, no lo soporto. —Mincinosule! —se rompe. —Ai spus că mă vei iubi în toate aspectele mele, că mă vei iubi indiferent cine sunt, ești un mincinos blestemat, ochi frumoși, nu te mai iubesc!

«El vudú que tú me has hecho, me ha llevado a un eclipse, trastornarme los sentidos, eso ya lo conseguiste...»

Es una maldita bruja. No sé qué mierda de conjuro me lanzó, pero funcionó. Me atrapó sin verlo venir, sin poder resistirme. Fue como si la gravedad me atrajera hacia ella y ahora me tiene completamente bajo su hechizo.

—Lo siento —suelto sin esfuerzo. —Siento haberte gritado, deja de llorar —le pido llamando su atención. Ella voltea, se limpia las lágrimas y se levanta. Veo cómo su barbilla tiembla y el puchero que forman sus labios, me hace cuadrar la mandíbula.

—¡¿Por qué te tardaste tanto?! —grita agachándose, se abraza las rodillas y vuelve a llorar.

—Lo siento, de verdad rubia, sube —le pido extendiéndole mi mano, no me reconozco y siendo sincero, me vale una mierda, solo quiero que deje de llorar. —¡Joder! ¡Dame la mano!

—¡Me estás gritando!

—¡Es porque estoy desesperado! ¡Joder por favor, dame la mano de una puta vez! —alzo la voz, pero es que con ella es imposible no gritar.

—¿Desesperado? —pregunta, se vuelve a levantar y sus ojos se centran en los míos, la piel se me eriza al verla y el corazón comienza a latirme con fuerza.

—Sí, dame la mano ya, o me voy a lazar, y no creo que en este momento ese par de locos nos ayuden a subir.

—¿Por mí? —pregunta mirándose sus dedos. «Maldita sea, nena» —¿Te desespero?... ¡¿Por eso me gritas?! ¿No me soportas, verdad? Así no me quieres. Solo a ella la amas, solo a ella la aguantabas. Pero a mí no, a mí me gritas y me regañas, ¡A mí no me salvaste!, dejaste que ellos tiraran mi caldito. A mí me golpeaste, casi me matas. ¡A ella siempre la defendías, con ella follaste la primera noche y a mí ni siquiera me tocas! ¡Bruto! —suelta a llorar de nuevo.

—No es así, no me desesperas, pero sí, es cierto, contigo he sido más duro, más brusco, y lo lamento. Cometí errores, te lastimé, y eso me pesa, sube ya rubia —le pido extendiéndole mi mano, pero ella no la toma, salta, sujetándose de la borda del yate, se mece y en menos de nada está arriba.

«¿Pero qué mierda...»

—No te necesito —dice limpiándose sus lágrimas. —Ya entendí Alexander, puedes estar tranquilo que no te molestaré más, te lo prometo, eres libre —dice con seriedad, clavándome algo peor que una daga en el pecho.

El estómago se me revuelve, la sangre me hierve y el ansia se apodera de mí.

—En eso tienes razón, no me necesitas —hablo arrinconándola contra la borda, levanto su mentón, obligándola a que me vea, veo entonces cómo su pupila se dilata, como su respiración se vuelve errática. La miro por varios segundos, detallando su rostro, es hermosa, demasiado, pero eso no es lo que me atrae a ella, hay algo más, pero no voy a indagar más.

«Ha roto mis barreras»

—Alexander —susurra sobre mis labios, estremeciéndome, erizándome la piel.

Beso entonces sus ojos hinchados de tanto llorar. No me gusta verla así. Así que le doy lo que tanto quiere «Mimos». Beso su sien, y luego, beso su pómulo, y después su nariz, hasta llegar a su boca.

—No me necesitas, rubia, pero maldita sea, yo a ti sí te necesito y solo por eso, te jodes que de mí no libras nunca —sentencio, apoderándome de sus labios con hambre. La beso con urgencia, explorando cada rincón de su boca con la lengua. Siento cómo su cuerpo se estremece bajo el mío, excitándome aún más. Sus gemidos alimentan mi deseo mientras mi dureza presiona contra su abdomen, buscando satisfacer la urgencia que nos consume a ambos.

Mi polla clama por ella y su coño. La levanto, colocándola sobre la borda, mientras ella rodea mi cintura con desesperación, aferrándose a mí con fuerza. Sus labios muerden, chupan y devoran los míos con agresividad, extrayendo jadeos profundos y lascivos de mi garganta. ¡Joder, es una puta delicia besarla! Ella sabe como despertar la bestia que habita en mi interior, ese lado dominante que anhela poseerla, someterla y satisfacerla por completo.

«Pero no puedes»

No puedo ser un amo ahorita, o saldrá huyendo.

—Te voy a partir, pequeña caprichosa —suelto con vehemencia mientras desgarro su camisa, dejando sus tetas al aire. Ella echa la cabeza hacia atrás, dándome acceso total a su pecho. Paso la lengua por su pezón erecto, deleitándome de sus jadeos. Sigo chupando y succionando, llenándome la boca con su delicioso sabor, mientras con la mano libre estrujo y magreo el otro seno como un maldito poseso.

Sonrío pasando la punta de mi lengua por su pezón erecto, notando las marcas, pero luego vuelvo al otro, tomando mi tiempo para saborear estos senos voluptuosos que han estado en mi mente desde que los vi por primera vez: firmes, redondos, con una curvatura exquisita que invita al deseo. Son como dos frutas maduras, listas para ser devoradas, y así lo hago; exploro cada centímetro de su suave piel con mis labios, dientes y lengua.

—¡Ah! ¡Joder así! —gime, estremeciéndose bajo mis caricias. Muerdo su pezón, arrancándole un gemido más profundo, y continúo con la secuencia hasta que alcanza el clímax solo con eso. —Fóllame, te quiero y necesito dentro... dentro —suplica, pero mis ansias por devorar su coño son más fuertes que cualquier otra necesidad. La levanto, arrojando la camisa destrozada a la cubierta, dejándola solo en sus bragas.

No creo llegar a la habitación así que solo doy unos pasos más hasta llegar a la tumbona donde la arrojo viéndola completamente ansiosa.

—Ábrete —le exijo, y ella obedece, separando sus piernas mientras se muerde el labio, haciendo que mi polla duela con la presión que ejerce el pants sobre ella. Me quedo unos segundos contemplando con devoción cada curva de su cuerpo, detallándola con las piernas abiertas, los pezones marcados por mis dientes, su pecho subiendo y bajando con cada respiración entrecortada, y sus ojos mirándome con lujuria. Luego desvío mi mirada hacia sus bragas, completamente empapadas de sus jugos.

«Hermosa»

Trago la saliva que se me forma en la boca.

—¿Te gusta lo que ves? —pregunta con la voz acelerada, apretándose los senos y acomodándose, anticipando lo que deseo hacer.

—Sabes que sí —susurro, inclinándome hacia ella, dejando un beso sobre su rodilla, mientras comienzo a bajar, lamiendo y succionando su piel suave, hasta llegar al paraíso: su pequeño coño que emana calidez. Hago a un lado sus bragas con la nariz, inhalando su aroma embriagador, una mezcla de dulzura y deseo, que despierta todos mis sentidos. Siento su excitación palpitar bajo mi lengua, un gemido escapa de sus labios mientras admiro su coño completamente empapado, ansioso por recibirme.

—¡Ay, mierda! —gime cuando paso la lengua por toda su abertura, saboreando el dulce néctar de sus jugos, satisfaciendo la sed que me consumió durante días. Abro sus pliegues, llegando a la pequeña perla rosada, la cual comienza a palpitar sobre mi boca, aumentando mi deseo y mi excitación. El dolor en mi entrepierna es insoportable, así que me desnudo sin desatender su coño; la polla erecta sale disparada, comienza a palpitar ansiosa por entrar y partirla —¡Ahh, sí, joder! —jadea, arqueándose, lo que me permite meter las manos debajo de ella. Me aferró a su culo mientras comienzo a devorarla como un poseso, chupando, lamiendo y tragando todo lo que su dulce coño produce.

—Suéltalo —le exijo, volviéndome a prender de su perla rosada, besando sus labios, recorriendo cada centímetro, aferrándome a sus glúteos cuando comienza a convulsionar, me aprieta el rostro, y entierra sus uñas en mis hombros desgarrándome la piel, pero no puedo detenerme, chupo y succiono el clítoris, lamiéndolo hasta sentirlo completamente hinchado. —Dámelo, nena —ordeno con voz ronca, pero ella lucha por contenerse, por no llegar al clímax demasiado pronto.

No me disgusta, al contrario, me encanta escucharla jadear, sentir cómo su respiración se entrecorta. Bajo más, metiendo la lengua dentro de su canal, el cual me estruja y me enloquece. Mi polla me martiriza con sus palpitaciones, deseosa de satisfacción, pero en este momento mi hambre de ella es aún mayor.

—¡Rico! ¡Alexander! —jadea con una sonrisa, sus caderas se mueven en un frenesí, rozando su coño empapado contra mi boca con un deseo voraz. Siento cómo su pelvis se contrae; no quiere correrse y, en parte, yo tampoco. Pasaría toda la vida entre sus piernas, lamiendo su coño día, tarde y noche. El aroma de su excitación llena mis sentidos, mientras el sabor de sus jugos me embriaga, más dulce que la miel, más delicioso que cualquier manjar. Sus gemidos y susurros de placer me incitan a seguir, a explorar cada pliegue, a saborear cada gota de su néctar. —Ya no puedo más —susurra entre gemidos, sus dedos se aferran a mi cabello mientras se arquea hacia mí.

—Aliméntame, nena —suelto y entonces, un manantial de placer brota de ella con intensidad. Recibo cada gota, tragándola con avidez. Pero no puedo detenerme ahí. Vuelvo a concentrarme en su clítoris, que late y palpita bajo mi lengua, más sensible que nunca. Cada succión, cada roce, desencadena otro orgasmo en ella, cada uno más poderoso que el anterior, llevándola a un éxtasis sin fin.

—Ven aquí —susurra entre gemidos, su cuerpo aún temblando de placer. Subo hacia ella y nuestros labios se encuentran en un torbellino de deseo. Sabe a fuego y a promesa, gime en mis labios mientras devora mi boca con ansias.

Desesperada, desciende por mi cuello, dejando un rastro de besos y mordiscos que encienden cada fibra de mi ser. Sus uñas se clavan en mi piel como garras de gata en celo, desgarrando mi camisa mientras se aferra a mi pecho, besando y chupando con pasión desenfrenada.

Un jadeo escapa de mis labios cuando su mano experta se envuelve alrededor de mi dura polla, que palpita con urgencia bajo su toque hábil. Cada caricia, cada roce, enciende un fuego ardiente en mi vientre, nublando mi razón y avivando el deseo. Se acomoda, una pierna se desliza sobre mi brazo, la abro, y ambos nos perdemos en la vista de su coño hinchado, ansioso por ser reclamado.

Paso el glande por su clítoris, sintiendo cómo se humedece aún más con cada roce. Un gemido gutural escapa de sus labios, enviando un escalofrío de placer por mi espalda. Lo baño con sus jugos, disfrutando de su excitación mientras mi mano se desliza por su piel, dejando marcas de deseo a su paso. Azoto su clítoris con la polla, provocando un gemido más fuerte que se mezcla con el sonido de nuestras respiraciones entrecortadas. Lo golpeo una y otra vez, hinchándolo y endureciéndolo aún más, hasta que está listo para recibirme.

—¡Ya!

—¿Qué es lo que deseas? —inquiero, observándola, perdido en el brillo lujurioso de sus ojos y en el ansia palpable que emana de cada poro de su piel. Su boca entreabierta atenta a medida que posiciono el glande en su entrada húmeda y ansiosa.

—Quiero sentirte dentro de mí —murmura, mordiéndose el labio inferior. —Alex, necesito que me llenes —susurra contra mis labios, soltando un lengüetazo que despierta un estremecimiento en mí.

—¿Sí?

—Por favor... —suplica, dejando besos ardientes por mi mandíbula, tocando la barba que le saca una sonrisa.

—¿Toda? —pregunto, moviendo el capullo por su entrada, sintiendo cómo su carne se tensa ante mi toque, su coño muere de ansiedad, desesperado por sentir mi polla penetrándolo.

—Sí, toda, Alexander... —suplica desesperada, anhelando que la llene por completo. Ya no puedo resistirme más. Se la dejo ir a fondo, hundiéndome en su interior, sintiendo cómo su coño me recibe con gusto, apretándome la polla de una manera gloriosa, envolviéndome en un placer indescriptible. La sensación es similar, el éxtasis es el mismo, pero no le presto atención; si dejo que esos pensamientos me arrastren la voy a lastimar y ahora ella merece toda mi atención. —¡Oh, mierda! —jadea sobre mis labios con la boca abierta y el ceño fruncido.

Comienzo a moverme con bestialidad, entrando y saliendo de su ardiente canal con embestidas brutales que hacen eco en el aire frío de la noche, sintiendo cómo mis testículos golpean su perineo en cada arremetida. El sonido húmedo de nuestros fluidos se mezcla con sus gemidos y mis jadeos, creando una sinfonía de placer erótico.

Con su pierna sobre mi hombro, tengo una vista privilegiada de su sexo hinchado y empapado el cual se expande recibiendo toda mi erección. Cada embestida es un choque de placer, sus paredes internas me estrujan el pene con fuerza, envolviendo mi falo en un apretado abrazo que me lleva al borde del éxtasis.

Ella se arquea sobre la tumbona, ofreciéndose a mí en todo su esplendor. Sus pechos se balancean con cada embestida, invitándome a saborearlos mientras su respiración se vuelve más agitada. Sus ojos se cierran con fuerza mientras nuestras pieles se funden en un baile sensual de sudor y pasión.

—Mírame, nena —jadeo mientras la observo sosteniéndose sus tetas, mordiéndose el labio para contener los gemidos. Sus ojos con esfuerzo se encuentran con los míos, atrapándome en su mirada hipnótica. Recorre mi cuerpo con la vista hasta llegar a su sexo, que se abre y se cierra con el ritmo de mis embates.

—Mi-ai lipsit —jadea sobre mis labios, mientras entierra las uñas en mi nuca, abriéndose paso con deseo. Nuestras lenguas danzan en un baile frenético, ahogando los gemidos de placer. —Te iubesc.

«Te amo»

Es la única palabra que pude traducir antes; ese "te amo" provoca que la cambie de posición, dejándola encima de mí. Mi polla, en esta posición, la abre aún más, llegándole hasta el cuello uterino y arrancándole un gemido casi convertido en grito. Me aferro a su cintura mientras comienza a montarme como una completa Diosa, subiendo y bajando sin descanso, llevándome al borde del éxtasis con cada apretón que ejerce su coño alrededor de mi verga.

Se inclina hacia mí, toma mi cuello y me besa apasionadamente, mientras sigue ondulando las caderas como una posesa, ensartándose en cada centímetro de mi miembro. Convirtiéndose en una ninfómana adicta a la polla de su marido.

«¿Qué...

—Mía —exclamo, aferrándome a su cuello con firmeza. —Siempre mía. No importa en qué vida, siempre serás mía —jadeo, sintiendo que el éxtasis me nubla el juicio. No sé si he perdido la cordura, pero necesito aferrarme a algo, y ese algo es ella. Es la esperanza de que Alena me amaba tanto como yo a ella, y que ha regresado transformada en esta mujer que se asemeja a ella, que me folla y me estremece de la misma manera.

—Tuya, en cada universo, en cada vida, en cada versión, siempre tuya ojitos bonitos —gime presa del deseo mientras nos abrazamos con fuerza, fundiéndonos en una explosión de placer que nos lleva más allá de las estrellas. El orgasmo nos arrastra, haciéndonos uno, mi derrame la llena por completo, mientras sus jugos me bañan en un éxtasis compartido que nos deja sin aliento.

«No quiero que termine»

Mis dedos se entierran en los glúteos generosos, los aprieto con fuerza, necesitando que este momento dure para siempre. Con una mano, recorro su espalda empapada en sudor hasta llegar a su nuca, donde la tomo con firmeza, controlando el ritmo de nuestro vaivén. Mientras tanto, me deleito en sus pechos, mordiendo su pezón cuando siento que está a punto de alcanzar otro orgasmo. Su squirt me inunda nuevamente. Finalmente, me derramo con ella, dejándonos caer juntos en un éxtasis compartido.

—¿Ya no me vas a gritar? —pregunta agitada, enterrando su nariz en la curva de mi cuello, mientras sus manos recorren mi torso, palmeando cada músculo con delicadeza.

—No.

—¿Y me cumplirás mis deseos?

—Depende —respondo, y ella me entierra un dedo en las costillas, sacándome una risa. La rodeo con mis brazos, abrazándola con fuerza y cerrando los ojos, mientras inhalo su dulce aroma. Es embriagador, una mezcla de jazmines y su esencia misma. No es una mujer de perfumes, y no los necesita.

—¿Entonces ya somos novios? —pregunta y suelto una carcajada. —¡No te rías!

—No me río.

—No voy a ser solo sexo, para que lo sepas —suelta queriéndose levantar pero la regreso abrazándola, pegándola a mí, dejando un beso largo sobre su frente, para después levantarle el mentón.

«Bruja»

No me canso de repetirlo porque es la verdad: es una verdadera hechicera que surgió de quién sabe dónde.

—No lo serás, pero vamos, no conozco ni tu nombre señorita —le digo besando su nariz.

«¿Por qué no puedo ser rudo con ella?»

—No tengo nombre —confiesa y frunzo el ceño.

—Todos tenemos un nombre.

—Sí, pero yo no, ponme uno tú.

—Rubia, debes tener un nombre, sino quieres decírmelo, está bien, pero esto no llegará a nada si no eres sincera —suelto, ya no me quedan fuerzas para más drama, ahora solo quiero disfrutar de esta calma, de ella, de la felicidad que trajo a mi vida.

—Viuda negra, así me apodan y el nombre que inventé para mis misiones es Eva, cada palabra representa un frag... de... pero...—suspira. —Esto es más difícil de lo que pensé que sería, no quiero que me llames por otro nombre que no sea el mío, pero de verdad que no te lo puedo decir, no me creerías y me odiarías y no tendría como probarlo, además él ... y hay... no vas a salvarlo, y tus celos, y no puedo, y tu vida, y lo prometí, y... —balbucea y no le entiendo.

—Eva: la melodía del pecado, la pasión hecha carne, la tentación que enciende los fuegos del deseo más profundo... —murmuro cerrando mis ojos. —Me gusta y te queda.

—Con que no me llames así mientras me follas, todo bien, me gusta —dice de forma caprichosa besando mis labios, volviendo a acomodarse encima de mí.

—Estás loca, rubia —suelto y ella asiente, quedándose dormida en mis brazos.

«Has firmado tu sentencia, Alexander»

Lo sé y como dije, me vale una reverenda mierda. No cambiaría esta paz por nada en el mundo. Si tengo que ignorar a la razón y sucumbir a la locura, lo haré con alegría para seguir disfrutando de esta dicha.

✦ ───────────────────✦

—¡Ah! —gime ella, disfrutando del sabor. —¡Mmm! Rico —añade mientras le doy otro bocado. Sigo besando su cuello, bajando por todo lo largo hasta llegar al escote que me pone la polla dura.

—Se va a quemar —suelta, mirando el salmón en la plancha.

—No importa —digo, hurgando en su escote e inhalando su embriagador aroma mientras libero una de sus tetas y me prendo del pezón hinchado.

—Sí, importa, tengo hambre —insiste, su voz contradiciendo sus acciones, ya que inclina la cabeza hacia atrás, ofreciéndome acceso sin reservas.

—¿Qué tan hambrienta estás? —pregunto en un susurro junto a su oído, llevando su mano hacia mi erección, dejándole claro lo excitado que me pone sus caprichos.

—Rico —suelta, logrando que mi polla palpite. —Pero, ¿lo dejamos para el postre? —sugiere de forma lasciva.

Me he dado cuenta de que ella con hambre no funciona, así que me separo, soltando un gruñido sobre los pechos que me hacen agua la boca, subo su playera y continúo cocinando.

«Mis antepasados deben estar revolcándose en el infierno»

Jamás pensé que sería de los que cocinan, pero aprendí esta habilidad porque juré que nunca más permitiría que mi hija pasara hambre. Prometiéndome que solo tomaría este camino cuando no hubiera otra alternativa. Pero aquí estoy, rompiendo esa promesa, preparando la cena para mi pequeña caprichosa, quien apenas puede mantenerse en pie cinco segundos antes de que sus piernas le fallen.

«Bambi», su recuerdo me golpea como un puñetazo en la mandíbula. La sonrisa se desvanece de mi rostro al instante. Por más parecidas que sean, Eva no es Alena. Esa es una verdad que debo aceptar y aprender a separar, o me volveré realmente loco.

—¿Pasa algo? —pregunto, alzando la vista y encontrándome con ojos que he deseado tantas veces fueran de otro color. —Sí, algo te pasa. ¿La extrañas mucho, no? —pregunta y cuadro la mandíbula al ver cómo su mirada se apaga, sus ojos entonces se fijan en mi anillo y en la pulsera que jamás dejaré de usar.

«Lo siento, rubia, pero ella llegó primero»

Alena formará parte de mi vida siempre, viviré lo que me resta de mis días amándola, y moriré extrañándola, para después encontrarla en la otra vida, donde juro por todo lo que soy, que la amarraré con grilletes a mí para que jamás se vaya de mi lado.

—No preguntes lo que no quieres saber —respondo colocando otro pedazo de salmón en el sartén.

—No duele, ¿sabes? Que la extrañes, de hecho te cortaría las bolas si no lo hicieras —suelta una media sonrisa. —Me duele que sufras, eso no me gusta. Juro que si pudiera, de verdad si pudiera, te quitaría ese peso de encima. Pero como no puedo, conmigo no tienes que fingir. Puedes amarla y, ¿amarme?... ¡Joder! Ya ni sé qué digo. ¿Cómo vas a... —la callo besándola, arrancándole un gemido que la hace estremecer.

Me rodea la cintura con las piernas, entierra sus dedos en mi cabello pegándome a ella, mientras con sus besos borra cualquier pesar.

—Huele a quemado —suelta.

«Mierda»

Me desprendo volteando el salmón achicharrado, ella suelta entonces una carcajada que resuena en la sala, seguida de la mía.

—Al fin que ni hambre tenía —ríe, sujetándose el estómago. —Bien dicen que nadie es perfecto.

—Cállate —suelto metiéndole un espárrago a la boca, pongo otro pedazo de salmón y me concentro en eso, mientras que la loca sigue partiéndose de risa.

—¡No te preocupes, salmocito! ¡Nunca serás olvidado! —dramatiza tirando el pedazo de salmón en el cesto de basura.

«Está loca»

Muerdo mi labio inferior para contener la carcajada mientras preparo los platos; los acomodo: el salmón con espárragos y puré. Mientras tanto, ella destapa una botella de vino y enciende la televisión, poniendo una película de un maldito conejo blanco. Entre risas, nos sentamos a cenar. Sus ocurrencias son tan salvajes que no me permiten pensar con claridad. Su humor negro está más allá de mis límites, así que simplemente la escucho, limpiando las lágrimas que le brotan de tanto reír.

Y mientras ella está absorta en la película, yo la observo a ella. La forma en que ríe, con su cabeza echada hacia atrás y sus ojos brillando de alegría, me llena de una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Es como si estuviéramos en nuestra propia burbuja de felicidad, un remanso de paz en medio del caos del mundo exterior. Nunca pensé que volvería a reír de esta manera, pero aquí estoy, riendo como un estúpido mientras disfruto de su compañía.

—¿Qué pasa? —pregunto cuando veo que su sonrisa se apaga.

—Deberías hablar con él —su tono es serio y me hace seguir su mirada. Observo a Jack, recostado en la tumbona de la cubierta, con los ojos cerrados.

—Déjalo.

—No, no puedo ignorarlo y tú tampoco deberías. Él estuvo para ti cuando nadie más, creo que es justo que hables con él. Alex no se ha levantado de ahí en todo el día.

—Los hombres no hablamos, déjalo que resuelva la mierda en su cabeza.

—No se te van a caer los huevos por hablar con él, Alexander. Habla con él, T no ha salido de su habitación en todo el día, imagino, tiene que ver con él. Tú ve con Jack y yo iré a ver si T quiere...

—Tú, nada —sentencio, sintiendo cómo se me dispara la presión. La tomo, dejándola encima de mí, sometiendo sus manos detrás de su espalda. —Tú, nada, ¿te queda claro?

Me ahogo con mi propio veneno cada vez que recuerdo cómo ese desgraciado hijo de perra la cargaba, la tocaba y le sonreía como si fuera suya.

—Yo, todo, Alexander, no lo voy a dejar... —me reta haciéndome apretar la mandíbula.

—¡¿Qué mierda te traes con él?!

—¡No me grites! —alza la voz. —¿Celoso? ¿En serio? ¿De T?

—De quien sea que tenga tu atención, déjalos en paz, tú solo concéntrate en mí —ordeno, tomando su nuca y pegándola a mis labios, abriéndome paso con la lengua.

—¿Y yo soy la caprichosa? —suelta en una sonrisa, mientras vuelve a besarme.

—No me provoques, que no te va a gustar el resultado, no lo miras, no lo tocas, no lo piensas, solo enfócate en mí —sentencio, tomando su mano llevándola al falo duro—, atendiendo esto.

—Alexander —suelta en un hilo de voz moviendo la pelvis sobre el miembro.

—¿Alexander, qué? —susurro en su oído, mordiendo su mandíbula mientras mis dedos se hunden en su sexo, sintiendo la suavidad de su coño empapado. —¿Alexander más? ¿Alexander sigue? ¿Qué es lo que deseas, rubia?

—¡Quiero más, más! —jadea, soltando un gemido profundo cuando mis manos comienzan a explorarla, trazando círculos precisos sobre su perla rosada. Muerdo con hambre su cuello, bajando su playera y liberando sus pechos duros, sobre los cuales me deleito, intensificando mis deseos al ver las marcas en su piel.

«Mía», desde el primer momento en que la probé y seguirá siéndolo hasta que me canse de ella, lo cual, dicho sea de paso, ¡nunca sucederá!

—Cuanta humedad —suelto, escuchando los sonidos que produce su coño con la masturbación que la tiene temblando.

—¿No te gusta? —pregunta contoneándose, hundiendo su mano en medio del pantalón, tomando mi miembro, el cual palpita en su dulce agarre.

—Joder —jadeo cuando comienza a masturbarme con destreza.

—¿Te pregunté si no te gusta? —sigue abriéndose más de piernas. Muerdo el pezón con firmeza, haciéndola respingar mientras mi mano entra en profundidad, penetrándola con dos de mis dedos mientras continúo estimulando su clítoris con movimientos precisos y rápidos.

—No me gusta —suelto, poniendo atención en el otro pezón. —Me fascina, me fascina sentir tu coño vuelto mierda, Eva —la provoco. Ella de inmediato se tensa, deteniendo la masturbación. Saca la mano, dejando caer el falo sobre mi abdomen y luego me entierra las uñas en el mentón, obligándome a mirarla completamente rabiosa.

—¡No! —grita. —No jadees ese nombre, no me llames así mientras tienes tu mano en mi coño ¿Te queda claro?

—Es tu nombre.

—¡No es mi nombre! —se altera, la barbilla comienza a temblarle, los ojos ardiendo en ira me observan, traga seco. —No es mi nombre —suelta en un puchero sobre mis labios, besándome, no sé cómo, pero provoca que la maldita piel se me erice. —No me llames así, ¿sí?

«Hija de...»

La garganta se me reseca, la observo tomando mi polla, acomodándose con un movimiento sensual, y luego dejándose ir de golpe sobre el falo. Un jadeo profundo se escapa de nuestros labios cuando mi miembro penetra sus paredes vaginales, abriéndose paso con una punzada deliciosa. El roce intenso, la presión irresistible, cada centímetro de mi capullo se abre camino en su interior, provocando una oleada de sensaciones que nos deja sin aliento.

—¡Hasta el fondo, joder! —suelto entre gemidos, mientras mi mirada se clava en el nacimiento de mi verga, justo en el momento en que ella comienza a moverse, ondulando las caderas con una destreza que despierta cada fibra de deseo en mi ser.

—¡Oh, sí, sí, sí! —grita como una ninfómana en celo, sin inhibiciones, y ese sonido me excita más de lo que puedo soportar. Observo cada curva de su cuerpo, cada movimiento que realiza, mientras se recoge el cabello y monta sobre mí con una ferocidad indomable. Mis manos se aferran a su cintura, sintiendo el vaivén de sus caderas, cierro los ojos, dejándome llevar por el torrente de placer que me consume.

El éxtasis me inunda, la velocidad de sus movimientos me doblega, siento cómo el fuego del placer puro nos consume a ambos. Ella es como una leona insaciable, deseosa de satisfacción, y yo soy su presa, rendido a su dominio, entregado a ella sin tabúes ni restricciones.

«¡Maldita sea!», jamás había experimentado esto, esta sensación de total sumisión.

Clavo mis dientes en su clavícula, dejando mi marca mientras mis manos se aferran a sus glúteos con fuerza, como un animal en celo ansioso por poseerla. Su culo está empapado de su propia esencia, tan húmedo y receptivo que mis dedos se deslizan dentro de ella con facilidad, sintiendo cómo su calor envuelve mis digitales mientras ella me araña los hombros, dejando surcos en mi piel con cada embestida. No hay descanso, no hay tregua, solo el ritmo frenético de su vaivén sobre mi miembro, sus gemidos y susurros obscenos llenan el aire, aumentando mi deseo, engordando la polla que está a punto de estallar.

Su sudor la recubre por completo, convirtiéndola en una diosa del placer, su cabello empapado se adhiere a su espalda, mientras continúo perforándola con un ansia insaciable, embistiendo con furia, hundiéndome hasta lo más profundo de su ser una y otra vez. Cada embestida es un grito de lujuria, cada jadeo es una invocación al placer más primitivo.

—¡Alexander!

—¡Nena! —jadeamos los dos alcanzando el orgasmo, nuestros cuerpos tiemblan convulsionándose por el éxtasis, sumergiéndonos en un océano de pasión y desenfreno que nos deja completamente exhaustos y saciados, pero ansiosos de más, siempre más.

✦ ───────────────────✦

—¡Hey! Alex, te voy a cortar. —Frena apartando la cuchilla de mi rostro.

—No es mi culpa el que tengas unas tetas tan apetitosas, ni tampoco es mi culpa el que me las estés restregando en la cara, no soy un hombre de sacrificios, rubia —suelto mordiendo el pezón, aferrándome a su cintura.

La música que eligió solo provoca que anhele profanar su coño.

—¿Te recuerdo que quise ponerme una playera y te quejaste como niño chiquito? —pregunta soltando una sonrisita que me eriza la piel.

—Eso jamás pasó —suelto atendiendo el otro seno.

—Ajá —se burla, apartándome, levanta mi mentón y me da un beso suave pero largo. —Tócame —me incita y lo hago, deslizo mi mano por su coño encharcado mientras estrujo su seno.

No perdemos el contacto visual, ella con el ceño fruncido y la boca entreabierta sigue con la tarea, uno de sus caprichosos deseos era que la dejara quitarme la barba.

—¡Ahhh! —gime contoneándose sobre mi erección mientras se encarga de los últimos detalles, deslizando suaves movimientos sobre mi piel recién afeitada. Me limpia con cuidado los restos de crema y aplica una loción fresca en mi rostro. Luego se acerca, distribuyendo besos por toda mi mandíbula mientras se corre. —Joder —suelta, acariciando mi rostro con una mirada ardiente y llena de devoción.

—¿Necesitas un balde para recoger esa baba? Estás dejando un charco.

—Tonto —responde con una sonrisa, dejándome un rápido beso en los labios—. Eres jodidamente guapo, ojitos bonitos.

—Lo sé, pero deja de mirarme tanto que me estás haciendo perder brillo.

—¿Y el premio al más modesto del año va para?

—Alexander Hoffmann —respondo, y los dos estallamos en risas.

Tomo su rostro, con el cabello recogido en un desordenado moño, algunos mechones dorados se escapan por los lados, lleva mi aroma impregnado y su semblante de recién follada la vuelven más hermosa. No dejo de admirar su belleza, es exquisita, sus labios carnosos están hinchados, y la imagen de ellos envolviendo mi polla me vuelve loco.

Ella cierra los ojos cuando mis nudillos acarician su piel, toma mi mano y la besa con una lujuria provocadora, para luego regalarme una sonrisa coqueta que despierta todos mis instintos más primitivos.

—Que el balde sea grande —murmura mordiéndose el labio inferior, inclinándose después para plantar besos ardientes en mi cuello. —Yours, mine, ours —canta en mi oído mientras comienza a moverse con gracia, provocándome. Siento mi mandíbula tensarse, mi corazón latir con fuerza, mientras ella desciende susurrando la que se ha convertido en mi canción favorita. Baja lentamente, acariciando mi abdomen, besando cada músculo hasta llegar al centro de mis muslos.

—¡Joder! —jadeo al sentir su lengua trazando líneas de fuego por las venas que forman la V de mi abdomen, su mano se desliza bajo mi bóxer liberando mi polla, que salta ante sus ojos, los cuales se encienden con deseo, dilatando sus pupilas y aumentando su respiración, haciendo que su boca se humedezca con ansias que la hacen tragar seco.

—Rico —se relame los labios y parezco un puto adolescente con el corazón al mil, las malditas manos me sudan, como si fuera la primera vez que me fueran a dar una mamada, como si no tuviera la experiencia que tengo, ni fuera un jodido dominante.

Ella la agarra como si fuera un maldito micrófono, deslizando su lengua por toda la longitud, mi boca se abre de par en par, mi cabeza cae hacia atrás sin control, pero me niego a cerrar los ojos, a perderme este espectáculo. Devora mi polla como si fuera un puto helado, lamiendo el glande y comenzando a gemir mientras me traga, es demasiada potencia para esos labios tan pequeños, pero como una completa ninfómana, se traga la mitad de mi polla y sigue y sigue. ¡Joder!

«¿Quién mierda le enseñó?»

Los celos me queman por dentro, me consumen. Ella sabe exactamente lo que hace, y eso me enloquece. Saber que otro ha recibido estas atenciones de ella, me hace hervir la sangre, me ciega. Lo mismo sucedió cuando la profané, su coño, no mostró señales de daño, se adaptó perfectamente a mi dureza.

«Lo mato»

Juro que apenas sepa quién fue, lo mato.

—Apártate —ya me fastidió el día, ella me frunce el ceño, su boquita forma un puchero y vuelve a envolver mi polla, llevándola hasta el fondo. Un gemido gutural se escapa de mi garganta, obligándome a cerrar los ojos y arquear la espalda. Siento cómo clava las uñas en mis muslos, su cabeza sube y baja sobre mi falo, que emerge cubierto de su saliva.

—Rico. —Su gemido resuena en la habitación mientras desciende hacia mis testículos, devorándolos con urgencia y hambre. No hay tabú alguno en su juego, ninguna inhibición. Su boca se convierte en el epicentro de mi placer, rodeando mi polla con sus labios mientras palpita ansiosa por más. Puedo sentir cada vena de mi miembro ensancharse, cada músculo de mi pelvis contraerse. El sudor comienza a perlar mi piel mientras ella regresa al capullo, trazando círculos con su lengua antes de volver a envolverme con su boca, llevándome a las alturas del éxtasis con cada succión.

—¡Carajo! —jadeo mientras el orgasmo me embiste con una fuerza, liberando mi éxtasis en su garganta con espasmos de placer. Cuatro chorros de leche brotan de mí, y ella los recibe sin vacilar, tragando cada gota con ansias voraces mientras continúa succionando, llevándome a un éxtasis que me transporta a otro nivel de placer. —Nena...

—¡Más, ¿un poquito más, sí? —implora con deseo, y mi mente se colapsa, entre los recuerdos y lo que está haciendo, me quedo sin habla, sin pensamientos, simplemente permito que haga lo que se le dé la puta gana.

«Joder», me vacío por segunda vez en su garganta, y es entonces cuando la maldita bruja queda satisfecha después de usarme como su puto juguete sexual.

—Te odio —le suelto, y ella sube quedando a horcajadas sobre mí.

—Me amas —responde sobre mis labios, besándome. Le correspondo el beso y la llevo a la recámara donde la hago mía hasta el amanecer.

✦ ───────────────────✦

Me doy la vuelta en la cama, ansioso por abrazarla, pero mi mano se encuentra con el vacío.

«No está»

Palpo el espacio junto a mí y, al abrir los ojos de golpe, me encuentro con la ausencia de su figura. Donde debería estar su cuerpo desnudo, salpicado con mi derrame, solo hay una marca hundida en las sábanas. Me incorporo, apretando los puños mientras mi mirada se posa en el reloj.

«¿Dónde carajos está?»

A estas horas, debería estar durmiendo plácidamente o recibiendo mi polla con las piernas abiertas. Me levanto buscándola en el baño, pero su ausencia brilla más que las baldosas blancas. Salgo de la habitación, imaginándomela en la cocina. Su apetito es insaciable, la imagino rebuscando en la nevera y eso me dibuja una media sonrisa en el rostro. Sin embargo, al llegar a la cocina, esa sonrisa se desvanece al darme cuenta de que no está allí.

Salgo entonces a la cubierta, la desesperación comienza a tomar forma en mi pecho, mi mente me comienza a jugar sucio.

«No fue una puta alucinación».

No pude haber soñado todo esto, ni haber soñado con ella. El yate, su tecnología me lo demuestran.

—¡Rubia! —la llamo, pero no responde.

«¡Maldita sea!» Bramo buscándola por todos lados, pero al no hallarla, la sangre comienza a arderme en las venas.

—Juro por Dios que sí está con él... —tenso la mandíbula y corro hacia la habitación de la rata, abriéndola de golpe sin importarme lo que pueda encontrarme dentro. —¡Maldita sea, Alexander! —grito, sintiendo algo de alivio al no verla aquí, pero él tampoco está.

Entonces el ruido de la regadera llama mi atención, un puto rayo se estampa en mi pecho y el recuerdo de ella en la cárcel con el torso descubierto me revuelve la mierda que hay en mí, avanzando diciéndome que por su bien, por su propio bien, más le vale que encuentre al hijo de puta y a Jack ahí, porque si es ella quien está con la rata lo mato.

Empujo la puerta, sintiendo inmediatamente el rostro arderme, como si acabaran de arrojarme ácido en la cara, cuando la veo, sujetándolo. Tiene la camisa humedecida, pegada a la piel y él tiene las manos aferradas a su cintura, está en bóxer, tiene hundida la cara en el cuello de esa maldita traidora.

—¡Alex! —grita cuando me ve, y no tengo idea de cómo demonios luzco en ese momento, solo sé que ella se levanta rápidamente y se abalanza hacia mí, sujetándome con fuerza.

—¡Déjame! —bramo tratando de moverla, tratando de llegar al hijo de perra que la estaba tocando. —¡Hijo de puta!

—¡Cálmate! ¡Alexander, cálmate, no es lo que crees! —me ruega abrazándome, pero no escucho, no pienso, solo quiero destrozarlo por atreverse a tocarla. —¡Alexander! ¡No es lo que piensas, mírame! —insiste, pero estoy cegado por la ira, por los celos, he llegado a mi límite, no puedo soportar la idea de que este hijo de puta la haya tocado.

«¡No lo soporto!»

—¡Déjame, maldita infiel! ¡Te mataré, hijo de puta! —gruño, empujándola a un lado mientras me dirijo hacia él, hacia ese desgraciado que se burla de mí. La ira me consume, me transforma en una bestia sedienta de sangre, avanzo decidido a destrozarle la sonrisa con mis puños, pero ella me sujeta por detrás.

—¡Jack! ¡Jack! —grita, sosteniéndome mientras forcejeo para quitármela de encima, sin apartarle la mirada al maldito que sigue burlándose en mi cara.

Termino arrojándola de nuevo y llego hasta el infeliz al que le suelto un puñetazo, mandándolo al suelo. No me reconozco, los celos me nublan el juicio, me lanzo sobre él y lo golpeo una y otra vez.

«Mátalo, mátalo, mátalo», es lo único que resuena en mi mente mientras descargo toda mi furia sobre él.

—¡Alexander! —grita y vuelve a sujetarme el brazo antes de que le estampe otro puñetazo al infeliz que sigue con esa puta sonrisa en su rostro.

—¡¿Qué pasa?! —Jack entra gritando.

—¡Llévatelo que lo mata! —grita ella.

—¡Déjame maldita sea!

—¡No digas pendejadas! —brama Jack acercándose a la maldita rata, quien lo empuja cayendo al suelo.

—¡T, por favor! —suplica ella mientras sigue sujetándome. ¡Joder! Me he vuelto loco, pero no puedo, juro que no puedo con la mierda que hay en mi cabeza.

Ella jadea para él, ella susurra lo mismo que a mí, ella lo besa y... El aire me falta solo de pensar en ella siendo follada por él.

«¡No, maldita sea, no!»

—¡Vamos! —grita Jack, mirándome sorprendido, tomando a la rata y sacándola antes de que pueda romperle el maldito cuello.

—¡No es lo que piensas! —me grita la maldita empujándome. Mi mirada recorre su cuerpo, no trae nada de bajo, todo se le transparenta.

—¡Me importa una mierda si es lo que pienso o no! —bramo, tomándola del cuello y arrojándola contra las baldosas. Los putos celos me están arrastrando al maldito abismo. —¡Te dije que no lo tocaras! ¡No lo miras! ¡No permito que nadie que no sea yo te toque y te mire así! —sentencio, volteándola. Su rostro se estampa contra el azulejo mientras el agua nos baña por completo.

La rabia se apodera de mí, llevándome a un estado animal que nunca antes había sentido. No hay lugar para la contención, para la ternura. Levanto sus caderas con violencia y la penetro con fuerza descomunal, sin darle tregua, sin tacto. Siento cómo se estremece, cómo su cuerpo se tensa al recibirme de esa manera tan brusca, pero me importa una mierda.

La embisto una y otra vez, con cada embestida, mi polla se hunde hasta el fondo en su coño, arrancándole gritos que se mezclan con mis gruñidos guturales. Ella intenta zafarse, pero mi agarre es implacable, como el de una bestia que tiene a su presa entre sus garras.

Mis embestidas son salvajes, primitivas, demostrándole con cada movimiento que mis palabras son ley. Penetro su sexo con una fuerza desmedida, sintiendo cómo sus paredes vaginales se contraen alrededor de mi falo, apretándome con una intensidad que me excita aún más. Cada golpe hace que mis testículos choquen contra su sexo, mientras sus fluidos se derraman sin cesar, lubricándola más.

—¡Mía! ¡Mía, hija de puta! —gruño mientras sostengo sus manos detrás de su espalda, apretándola del cuello y aplastándola contra mi pecho con fuerza, para que se sienta completamente mía. Sus gemidos y jadeos apenas logran escapar, sofocados por la fuerza con la que aprieto su cuello.

—¡Por favor! —gime, luchando por un poco de aire que no le doy, no me detengo, no puedo parar. La penetro con brutalidad, hundiéndome en su exquisito coño que me lleva al borde de la locura. Cada embestida es un acto de dominio, de posesión, no paro, arremeto con embestidas que la ponen a convulsionar.

—¡Te voy a enseñar que lo que digo es ley! —sigo aferrándome a sus pechos, manotea pidiéndome que pare, pero no me detengo, sigo taladrándola dejándosela hasta el fondo, sintiendo cómo el capullo golpea su cerviz, enterrándole los dientes en la espalda, poniéndole los ojos en blanco. —Soy el amo, tú la sumisa ¿Te queda claro? —jadeo ronco, soltando gemidos guturales.

No voy a volver a caer por sentimientos pendejos, no me volveré a dejarme tocar los cojones, ni por ella ni por nadie.

—¡¿Te queda claro?! —bramo, sacando la polla y enterrándosela en el culo, haciéndola gemir como puta en celo.

—¡Sí! —chilla, aferrándose a la pared para no desfallecer.

—¡¿Sí qué?!

—¡Sí, amo! —grita, convulsionándose mientras el orgasmo la consume por completo. Un gemido desgarrador escapa de sus labios cuando la penetro hasta lo más profundo, llenándola con mi esencia mientras ella se estremece sin control. Su coño se contrae alrededor de mi polla, exprimiéndome mientras su propio placer la lleva al borde del abismo.

Siento cómo el calor de su cuerpo se fusiona con el mío, y un intenso chorro de su squirt se mezcla con mi derrame, inundando el espacio entre nosotros. Salgo de ella con brusquedad, mi pecho sube y baja sin control, mi respiración está hecha un desastre y mi cabeza sigue dando vueltas. No puedo lidiar con todos estos sentimientos, pero en este momento ya no importa.

Me enjuago rápidamente, sintiendo la necesidad de escapar antes de que haga algo de lo que me arrepienta. Cierro la llave de la regadera, pero la rubia se pone de rodillas frente a mí, toma mi polla entre sus manos y la envuelve con sus carnosos labios. Un jadeo escapa de mis labios ante la sensación embriagadora de su boca caliente y húmeda alrededor del capullo.

—¡No te di permiso de...

«Hija de puta»

Comienza a mamarme la polla con una voracidad insaciable, como una verdadera ninfómana en celo. No se detiene ante la profundidad, no suelta arcadas, sino gemidos de placer tan intensos que, por un breve momento, logran calmar mi ira. Su cabeza se mueve con un vaivén frenético, una danza erótica de entrega total. No necesito sujetarla ni dirigirla, ella misma embiste con firmeza, devorándome con pasión que me estremece.

«No»

No se lo merece, esto es un premio para esta maldita caprichosa, la empujo, maldiciéndome, y arrepintiéndome casi de inmediato.

—¡Espera! —súplica con una voz que me estremece hasta la médula. Y ahí está ella, mirándome con esos ojos llenos de deseo y lujuria, como si fuera un maldito dios. —¿Un poquito más, sí? —pide con su tono de niña mimada, tomando mi miembro entre sus manos y llevándolo a su boca vorazmente. Pasa la lengua por la abertura, lamiendo la cabeza que palpita con ansias sobre sus labios, y su simple gemido de deleite me hace sentir como un maldito esclavo de sus deseos. —Rico.

—No te lo mereces —suelto con voz ronca, observando cómo chupa y lame el glande con una deliberada lentitud, como si fuera una paleta que disfruta saborear hasta el último rincón. El coraje cesa, la ira se calma, y el ansia se detiene. Ahora, todo lo que quiero es doblegarla, someterla a mi voluntad.

—Solo un poco más, ¿vale? —gime, con la mirada clavada en la mía mientras su lengua danza alrededor del capullo.

—¡No! —sentencio, no le voy a dar lo que quiere.

—Pero...—forma un puchero, el cual casi logra que me derrame. —¿Ni un poquito más?

—Deja de ser caprichosa. Levántate, no voy a consentirte más por hoy —sentencio con firmeza. Ella suelta un berrinche, pero no protesta más. Trata de levantarse, pero sus piernas le fallan, así que la sostengo antes de que vuelva a caer al suelo. —Sigo molesto contigo.

—¡Es mi amigo! —grita, su barbilla le tiembla de nuevo, pero no me va a doblegar.

—Ahora no es nadie, escúchame muy bien porque solo lo voy a repetir una vez. Todo lo tuyo, tu coño, tus jadeos, tus tetas, tus labios, todo, es mío. Nadie más los mira, nadie más los toca. Tus atenciones serán solo para mí, al igual que tus orgasmos. Pídeme lo que quieras y te lo daré. Serás mi pequeña caprichosa, pero una más, una sola, y se termina ¿Te queda claro?

—No puedo cumplir con eso, lo sabes —suelta, y siento como si el suelo se desmoronara bajo mis pies. Aprieto los puños, tenso la mandíbula, tratando de contener la tormenta que se desata dentro de mí. La bajo, ella se sujeta de la pared para no caer.

«El puto ruso»

La saliva se me vuelve amarga, y juro que siento como si me estuvieran arrancando el corazón del pecho. Sonrío, sintiéndome un completo idiota por creer que ella, después de estar conmigo, había dejado ese absurdo plan a un lado.

«Imbécil», me grita mi subconsciente, y lo soy. Soy un completo imbécil que se lanzó sin paracaídas al vendaval de emociones que ella provocaba en mí.

—Lo de él será fingido, te juro que...

—Nadie es nadie —sentencio, interrumpiéndola. —Mientras estés conmigo, nadie te toca, no me queda grande recuperar el puto cubo, no me subestimen, así que decide. ¿Es la rata y su plan pendejo o soy yo?

Ella se cuadra, pasa saliva y aprieta los puños.

—Sabes la respuesta —suelta y guardo todo lo que siento en un maldito caparazón.

—OK —respondo, dando la vuelta. Tomo una toalla y la enredo en mi cintura, avanzo, sacudiéndome el cabello. No voy a rogarle, no me interesa estar con alguien que no confía en mí, así que lo mejor es terminar con esto de una vez, antes de que pierda el poco orgullo que me queda.

Salgo a la cubierta y me recuesto en la tumbona, cerrando los ojos y reprimiendo todo. Empiezo a idear lo que haré a partir de este momento. No voy a seguir su estúpido plan, ni voy a servirles de imbécil viendo cómo ella se entrega a ese maldito cojo. Lo siento por Alexa, pero no voy a mover un dedo para salvar a su hijo.

«Narel te va a odiar»

—Más no puede odiarme —suelto entre dientes, ella va a crecer conmigo, puede odiarme si quiere, si me deja de hablar, adelante, renuncie a ella el día que renuncie a su madre, así que si decide alejarse, no la voy a detener.

—¿Me puedes explicar qué mierda fue eso? —pregunta Jack, sentándose a mi lado.

—Lárgate, no es momento, Jack.

—Ellos solo son amigos.

—¡¿Qué te largues?! —bramo y gruñe frustrado.

—Tú y tus putos celos.

—Mira quién habla.

—Lo sé, sé que soy el menos indicado para decirte esto, pero lo que pasó hace un momento superó todo —sigue, y lo sé, maldita sea, juro que lo sé, pero los celos que ella despertó en mí sobrepasan la razón humana.

—Estoy harto, hastiado y cansado, Jack, no me interesa seguir revolcándome en la mierda, voy a tomar a mi hija y...

—Lo amo —confiesa, obligándome a abrir los ojos. —Lo amo, Alexander. Sí, lo sé, soy un pendejo. Primero te digo que te andes con cuidado y luego voy y me enamoro de ese hijo de puta. No sé cómo pasó, lo acabo de conocer, pero lo amo. Y sí, soy un imbécil porque él me odia y está enamorado del hacker. Además, es una rata. Pero aun así, lo amo, tanto como tú la amabas a ella. Y no quiero que suene como chantaje, pero te necesito. Yo también estoy cansado y hastiado, pero no puedo pasar por lo mismo que pasé cuando perdí a Devil. Si no es por ellos... —se detiene, pasándose los dedos por el cabello húmedo. — Juro que quiero pegarme un tiro por decir esto, pero hazlo por mí. Sé que podrías darle pelea, y obtendrías el maldito cubo a tu manera, pero tomaría mucho tiempo. Si somos honestos, te llevaría demasiado recuperar tu poder y ese tiempo no lo tienen ellos, ni T, ni Viktor, ni Juanito, ni el sobrino de ella. Y si supiera que podemos hacerlo sin ti, no te lo pediría, pero ¡joder! Hijo de perra, nadie es tan bueno como tú —suelta con la voz quebrada.

—Eres un hijo de puta —bramo cerrando los ojos de nuevo.

—¿Y bien?

—No me voy a poner sentimental como tú, cabrón, ya está, haremos lo que esos hijos de puta quieren, pero una vez tenga el cubo será mejor que la rata corra lejos de mí o le romperé el cuello.

—De acuerdo —lo siento levantarse —Gracias.

—La edad te está volviendo sentimental.

—Ni que lo digas.

✦ ───────────────────✦

—Llegamos —suelta el infeliz, quien tiene el pómulo hecho mierda.

Me incorporo, ajustando los puños de mi camisa mientras mis ojos barren la habitación. Jack y la rubia permanecen en silencio, pero es ella quien finalmente rompe el vacío al tomar su mochila. Después de dos días, apenas la veo, se levanta con una expresión incómoda que apenas percibo. Sin embargo, no se detiene, avanza con pasos pausados, y aunque su rostro apenas muestra signos de emoción, puedo sentir la tensión entre nosotros.

—Nos tomará una hora llegar allí —le dice T a la rubia, quien asiente.

Recorro con la mirada el lugar montañoso cubierto de nieve, a lo lejos se observa una fortaleza grande, que es el lugar al que imagino que vamos. Bajo del yate y avanzo, la rubia y Jack me siguen detrás, ella se mantiene en silencio, no hace comentarios fuera de lugar ni suelta chistes de los que está acostumbrada a soltar.

«No es mi problema»

Le di la oportunidad de escoger, ahora que se atenga a las consecuencias. Avanzamos sin más hasta llegar a un río congelado y después, un angosto sendero cubierto de nieve.

—Cuidado —le dice T a la rubia, no volteo, sigo mi camino subiendo el sendero hasta llegar a un campo vasto, la fortaleza se hace presente, la puerta de metal comienza a abrirse, me detengo sujetando mi arma con firmeza, pero la acción de sacarla queda a la mitad cuando observo a la persona que sale.

Un nudo se forma en mi garganta, mi respiración se entrecorta, y un torrente de emociones me invade. La incredulidad se refleja en mis ojos, incapaces de creer lo que están presenciando.

«Narel»

—¡Papi! —me grita y es cuando mis piernas fallan, caigo de rodillas, los ojos se me llenan de lágrimas que no puedo contener.

—¡Mierda!

—¡Papi! —vuelve a gritar, su dulce voz perforando el aire gélido, resonando en lo más profundo de mi ser.

La veo correr hacia mí, sus rizos rojos como fuego destellando en el blanco manto de nieve. Su sonrisa irradia una luz que parece iluminar todo el campo a su alrededor, corre siendo ella; una niña, está más grande, pero es ella. Mis brazos se extienden instintivamente, pero la incertidumbre me paraliza. ¿Me odiará? ¿Aceptará mi abrazo después de tanto tiempo? Sin embargo, ella no vacila, sigue corriendo con la misma determinación. Cuando finalmente choca contra mi pecho, un sollozo escapa de mí sin poderlo evitar.

«Dios»

La abrazo con una fuerza que parece desafiar al tiempo, sintiendo cómo cada parte de mí se reconstruye mágicamente en su presencia. Sus rizos rojos se enredan entre mis dedos, recordándome por qué la amo con tanta intensidad.

—Lo siento tanto —le susurro y niega, no llora, solo ríe, una sonrisa que calienta mi corazón.

—No hay problema, está bien, volviste —dice besando mi rostro. —Te amo, papi.

—Y yo a ti, mi princesa, te amo, te amo tanto —le lleno el rostro de besos levantándola aferrándome a ella.

—¡Señorita bonita! —grita haciéndome voltear.

Mis ojos se encuentran con los de la rubia, quien mira a Narel con un amor que traspasa todo.

—Su alteza —la saluda, con sus ojos llenos de lágrimas que no derrama.

—Lo cumpliste —le dice Narel.

—Las promesas se hicieron para cumplirse, alteza —responde la rubia con una sonrisa cálida.

—Lo cumplió, papi, ella me cumplió su promesa, te trajo de vuelta a mí —dice Narel abrazándome.

—¿No me odias? —le pregunto y niega.

—Nunca —dice abrazándome con fuerza, convirtiéndome en el hombre más agradecido y dichoso del planeta tierra.

—Alguien aquí me debe muchas explicaciones —suelta Jack llegando con Narel. —Es un placer verla de nuevo, su alteza.

—¡Tío Jack! —ella sonríe extendiendo sus brazos, Jack frunce el ceño, pero extiende los brazos, en vano, porque nadie me la quita.

—Envidioso —suelta en un bufido.

Miro a mi hija y siento que algo ha cambiado en ella. Es como si la hubieran reemplazado por una versión más dulce, más inocente. Sus comportamientos son ahora más propios de una niña de cinco años, y sé que así debería ser, pero desde que la conocí, nunca se comportó como tal. Creo que ese fue mi error, tratarla siempre como un adulto cuando en realidad aún es una niña.

—Tengo un nuevo amigo, papi —arruina mi humor, pero respiro aguantando los celos.

—¿Así?

—Sí, es alguien muy especial.

«¿Especial?»

—¿Quién?

—¡Edmond! —grita Narel volteando su mirada a la entrada. —¡Papi, llegó!

AHHHHHHHHH!!!

Manas, que ha pasado aqui?

Esos dos son candela pura, mana casi mandan al hospital a la rubia. 

Mi bebé por fin se reune con Narel. 

¿Quien sera su amiguito?

Ay dios no puedo con la ansiedad. 

Por cierto muchas felicidades a Abi de telegram que cumple añitos hoy y a @Ileilartcutvurg, que sigan pasandola increible, buena vida hermosas. 🥳

Las amo ⭐️

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