Historias de un solo día

By lucasgimenezautor

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Una serie de relatos que fueron escritos y transcurren en un solo día o una parte de él. Las situaciones que... More

La tarde que miramos las hormigas

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By lucasgimenezautor

Ambos estábamos sentados sobre la verde gramilla observando la rapidez con la que corría el agua del arroyo. Los árboles se movían con fuerza a causa del viento que, momentos antes, había comenzado a soplar con más intensidad. No estábamos hablando de nada en particular, sólo escuchábamos el silencio y, por momentos, alguno de los dos pronunciaba alguna frase que nos permitía volver a pensar para que nuevamente la ausencia del sonido se hacía presente.

Álvaro y yo éramos amigos desde hacía mucho tiempo, pero últimamente no nos veíamos tan seguido. Nuestros encuentros se habían hecho cada vez menos frecuentes y esa tarde nos habíamos visto por casualidad mientras caminábamos por la calle. No tenía idea por todo lo que había tenido que pasar en estos últimos meses. 

Es increíble cómo a veces no nos enteramos de lo que le pasa a la gente que nos rodea. No por mala intención, sólo que la vorágine en la que vivimos a diario logra que nos alejemos de lo más importante que son nuestros afectos, el lugar seguro donde podemos descansar ante una situación que no somos capaces de controlar. Nunca pensé que esa tarde, Álvaro me contaría los problemas que se habían generado en su familia tras la muerte de su abuelo. Un problema económico que no era difícil de resolver sino fuera por la mala relación que existía entre su padre y sus tíos.

Don Rogelio había tenido una buena vida y durante sus años de trabajo había cosechado una importante cantidad de dinero y tenía varias propiedades en diferentes lugares de la ciudad. Sin embargo, al momento de su fallecimiento, no había ningún documento que diera instrucciones precisas de lo que iba a suceder con todas sus pertenencias. Esto había generado un malestar entre todos los integrantes de su familia que, lejos de estar unidos por el dolor, habían comenzado a tener conflictos que en algunas oportunidades habían llegado a la violencia.

Álvaro era un testigo mudo de toda esta disputa y cuando me lo contaba, era notable su angustia, su preocupación y sus deseos de que llegue una solución final. Yo lo escuchaba con atención si decir una sola palabra ni compartir una opinión. En ese momento, comprendí lo mucho que necesitaba expresar sus sentimientos. En ningún momento nuestras miradas se cruzaron. Yo miraba el horizonte tratando de comprender cada una de sus palabras y él cortaba la gramilla mientras hablaba. Creo que las conversaciones más sinceras ocurren de esa manera.

De pronto, comencé a sentir como las palabras de Álvaro se perdían entre su respiración que, además de cambiar su frecuencia, ya se podía escuchar. Creí que iba a terminar en un llanto incontrolable, entonces aparté mi vista del arroyo y la fijé en sus ojos. No salían lágrimas, pero su expresión había cambiado notoriamente. Su labio inferior temblaba y sus dedos cortaban la gramilla con mucha más fuerza. Puse mi mano sobre su espalda con la intención de que supiera que no sólo lo estaba escuchando, sino que también lo estaba apoyando en su dolor. Sin embargo, apenas lo hice, sentí su rechazo y lo reforzó con palabras.

—¡No! No me toques —dijo aún sin mirarme.

—¿Qué te pasa? —pregunté.

No respondió. Entonces volví a insistir, pero no obtuve más respuestas que lo que estaba a la vista. Su rostro estaba enrojecido y con la mano derecha temblorosa tocó su pecho e intentó respirar profundamente, aunque se notaba que le estaba costando demasiado.

Me asusté.

Saqué mi teléfono para llamar a la ambulancia y cuando percibió mis intenciones, por fin habló.

—No llames a nadie. Por favor. No quiero que nadie se preocupe por esto.

—Álvaro, no estás bien. Necesito que te calmes y que te vea un médico. Me estás asustando.

—¡No! —gritó —No hagas nada, no llames a nadie. Dejame solo.

Estaba claro que no lo iba a abandonar en ese estado, pero tampoco sabía cómo ayudarlo. Cuando quise llamar por teléfono se puso aún más nervioso, entonces volví a guardarlo en mi bolsillo. Mi desesperación aumentaba al ritmo de su respiración. Puse mi mano en su pecho y esta vez, no se movió del lugar. Por lo tanto pude sentir que su corazón latía rápidamente.

Lo empujé suavemente hacia atrás y logré acostarlo sobre el pasto. Noté que sus nervios no iban a calmarse y en ese preciso momento, a un costado de su cuerpo vi una fila de hormigas, algunas con un cargamento que llevarían a su casa y otras que sólo acompañaban.

—Mirá las hormigas —le dije.

—Mati, no puedo respirar, me voy a morir. Por favor, quedate conmigo.

Rápidamente pasó por mi cabeza la frase que había escuchado anteriormente donde me pedía que lo dejara solo y ahora me estaba pidiendo que me quedara. Claramente él estaba en una situación que no podía controlar y probablemente mis nervios, aumentaban los suyos. 

Insistí.

—Mirá las hormigas.

Volteó la cabeza y observó el camino de esos seres diminutos. Le pedí que mientras las miraba, tratara de respirar profundamente y que exhale el aire con tranquilidad. Logré calmarlo levemente y me acosté junto a él, pero boca abajo. Le pedí que hiciera lo mismo y por fin aceptó. Ya se había tranquilizado lo suficiente para que podamos hablar. Álvaro no dejaba de observar las hormigas y, sin que yo pudiera preguntar nada, él habló.

—Gracias por estar conmigo. A veces, cuando estoy solo me pasa lo mismo. Es horrible sentir que el pecho te va a explotar, que no podés respirar. Parece que el corazón se te va a salir del pecho. Nunca le conté a nadie que me pasan estas cosas porque siento que nadie lo va a entender. Las personas siguen viviendo normalmente y yo siento que ya no formo parte de este mundo. Muchas veces me pregunto por qué las personas son felices si no hay razones para estarlo. Es algo que está mal en mi mente.

Ahí fue cuando dejó de hablar. Su respiración estaba normalizada, sus manos ya no temblaban y sus ojos estaban fijos en el piso.

—Yo tampoco lo entiendo —dije. —Sé que es difícil comprender algo cuando uno no lo experimentó nunca. Lejos de mí está juzgarte, pero sí quiero que confíes en mí para compartirlo. Cuando necesites hablar, llamame. No tengas miedo de contarme lo que te pasa porque, más allá de que no pueda comprenderlo, puedo acompañarte, estar al lado tuyo, darte la mano y que tiemblen juntas si es necesario. No sé en qué momento comenzó a pasarte esto, pero sé que lo vas a poder superar.

—El momento exacto no lo sé. De lo que estoy seguro es que fue después de la muerte de mi abuelo. Creo que me está haciendo muy mal toda la tensión que se vive en mi familia. Nadie me pregunta cómo estoy, siento que nadie se preocupa por mí. Están demasiado preocupados en las cosas materiales y poco en los sentimientos.

—¿Sabés por qué te pedí que miraras las hormigas? Ellas trabajan todo el día, tienen un objetivo colectivo, pero también tienen uno personal.

Señalé a una hormiga en particular, llevaba una gran hoja encima. Se podía ver que estaba haciendo un gran esfuerzo por lograr su objetivo.

—Esta hormiga tienen una meta que es llegar a su hormiguero con la carga intacta. Esa acción beneficiará a todas las hormigas, pero también le dará a ella una satisfacción particular. Luego volverá contenta a buscar otra carga, sabiendo que puede hacerlo, que puede lograrlo. No mira a su alrededor más que lo justo y necesario. No se preocupa por lo que hagan las otras hormigas, sólo le preocupa llegar a cumplir su objetivo. Si las otras hormigas se pelean, ella seguirá con su carga y la dejará en el hormiguero. De esa manera, al final del día, sabrá que hizo algo para mejorar su mundo.

Álvaro quedó pensativo y luego de un instante respondió.

—No creo que sea capaz de mirar hacia otro lado, no soy como las hormigas. Me afectan las cosas que pasan. Ciertas situaciones logran que termine con estos momentos de ansiedad y de pánico. Siento que voy a morir, en serio. No lo puedo manejar. Es algo que no quiero que pase y cuanto más lo pienso, más me pasa. A veces, siento que estoy muy tranquilo y, de repente, aparece.

—Entiendo que no lo puedas manejar, pero quiero que me prometas que por lo menos vas a intentar ser un poco más como las hormigas.

Álvaro sonrió y eso me dio tranquilidad. Ambos nos quedamos en silencio observando la fila que parecía nunca terminar. No pretendía curarlo con mis palabras y sabía que probablemente no habían servido de mucho. Sin embargo, como las hormigas, hoy terminaría el día pensando que había hecho algo para mejorar el mundo. En este caso, el de mi querido amigo.

Llegó la noche y me acosté. Cerré los ojos y aparecieron muchos pensamientos.

Es increíble como actúa la mente humana, como crea realidades alternas, como afecta a todo nuestro cuerpo, como una simple preocupación puede terminar en un problema crónico. Pensé en Álvaro, recordé la expresión de su cara mientras estaba sintiéndose mal, el latido de su corazón, la fuerza de su respiración y reí cuando recordé mi idea para calmar su ansiedad. 

¿De dónde había salido esa creatividad? Creo que algo de mí había surgido durante esa tarde. Nunca tuve ansiedad ni pánico, pero es probable que yo también tenga que ser un poco más parecido a las hormigas.

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