↳ 🪈₊˚. ··· My Favorite Teach...

Autorstwa _Vvvirus_

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Ouma Kokichi es un estudiante nuevo que toma un interés muy peculiar en el profesor de Música, el Sr. Saihara... Więcej

↳ ੈ‧₊ ANTES DE LEER
↳ ੈ‧₊ ACTO 1
↳ ੈ‧₊ ACTO 2
↳ ੈ‧₊ ACTO 3
↳ ੈ‧₊ ACTO 4
↳ ੈ‧₊ ACTO 5
↳ ੈ‧₊ ACTO 6
↳ ੈ‧₊ ACTO 7
↳ ੈ‧₊ ACTO 9

↳ ੈ‧₊ ACTO 8

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Autorstwa _Vvvirus_

Kokichi cerró los ojos, concentrándose en el pesado retumbar de su corazón ansioso.

Dejó salir de entre sus labios un delicado suspiro, sintiendo su cuerpo tensarse de la mejor manera posible. Quería aprender más a pesar de los nervios... saber más era una de sus únicas metas en un momento así.

―¿Hmm? ―Shuichi ladeó su cabeza juguetonamente, curioso del entusiasmo tan repentino. Era simplemente adorable―. ¿Crees estar listo?

―Sí, Sr. Saihara... Yo... Yo puedo aprender, estoy listo.

La respiración del muchacho pelimorado era rápida y entrecortada, denotando sus nervios derivados de la anticipación que estaba sintiendo. De verdad quería intentarlo, conocer más de su alrededor. Lo haría todo por su profesor, pues realmente le gustaba mucho.

―No pudiste soportar unas mordidas tan pequeñas... No creo que estés listo ―chistó el mayor, recorriendo las marcas que había dejado a lo largo del blanquecino cuello de su estudiante.

El opuesto se retorció ligeramente ante la sensación de ardor sobre su piel, más no desistió de su cometido. Quería aprender más, que su profesor le enseñara este arte macabro que no había experimentado aún.

―Es... ¡Es que estaba nervioso! ―trata Kokichi de excusarse, mordiendo su labio en una mezcla de pena y deseo. Sus mejillas se tornaban rojas, dejándolo sin aire para pensar, mucho menos para hablar coherentemente―. Tal vez no es lo mismo... quizá... cuando es usted, en vez de... ¡Lo juro! ¡Juro que estoy listo!

El músico no pudo hacer más que reír suavemente, su risa más maquiavélica que divertida.

―El mejor estudiante siempre tiene que buscar aprender más... ―añadió el maestro, sonriendo de manera que el joven Ouma podía ver casi todos sus aperlados incisivos, caninos afilados y sus premolares.

―No hay algo que quiera más que aprender de usted, Sr. Saihara... Seré su mejor estudiante.

Si era honesto consigo mismo, Kokichi podía confesar que, a pesar del miedo, él haría todo por el docente del club de música. Todo sobre él era perfecto, incluso cosas tan triviales como sus dientes, como su sonrisa.

―Sé que me lastimó antes, pero yo lo perdono por eso... Me lo merecía... Le juro que estoy listo, puede hacerme lo que quiera ―susurró el menor, su corazón agitado e incesante. Se encontraba sudando, su pecho subiendo y bajando con pesadez mientras que sentía la penetrante mirada ajena perforarle el alma―. Usted... Usted me da miedo, pero lo amo tanto... Ese amor opaca el miedo que siento... y yo haría todo por usted.

Sus rostros se acercaron, respiraciones aleándose una con la otra bajo el calor de la situación. El profesor los anexó a un cálido abrazo desesperado, derivado del deseo de tocarse más y más.

―Es tan difícil controlarme cuando actúas así ―posó Saihara su dedo sobre los labios ajenos.―. Tan ansioso por que te dé una lección... ¿Pero podrás soportarlo? ―suspiró seriamente, su tacto gentilmente agresivo―. Si te arrebato el aire de los pulmones... si te golpeo hasta que sangres... ¿Podrás soportarlo?

Ouma asintió de inmediato con la cabeza. Definitivamente quería continuar, sin importar el dolor que sintiera, sin importar nada más. Si ardía, quemaba o dolía, él resistiría solamente por el hecho de que era Shuichi quien causaba las desagradables sensaciones.

Podía sentir el abrazo del opuesto volverse más intenso, restringiendo su respiración significativamente. Sin embargo, así lo quería. Quería que fuera brusco, quería que su maestro de música tuviera control de cada uno de los aspectos de su vida, incluso sobre cosas como su propio flujo de oxígeno.

―Está bien, Sr. Saihara... yo puedo con eso ―jadeó el jovencito de los ojos amatista, su voz raspada y en un suave hilo, pues la falta de aire no le permitía expresarse bien―. Haría lo que sea por usted.... Por favor... gritaré si eso quiere...

El hombre de los mechones azules sonríe tétricamente, su rostro acercándose al oído ajeno y ahí susurrando suaves amenazas con una voz tan suave como la mantequilla. Intentaba asustarlo, diciendo que lo volvería a amarrar hasta que no pudiera sentir sus extremidades, que lo mordería hasta sangrar nuevamente, que lo ahorcaría hasta que cayera inconsciente al piso.

A pesar de esto, el muchacho petite nunca desistió. En cada escenario que su mayor le plantaba, él asumía responsabilidad, asintiendo y aceptándolo. Él quería todo esto, emocionado de pertenecerle a una figura autoritaria justo como él.

El agarre que le mantenía era rudo, atractivo... Justo como Saihara. No podía esperar a sentir más, incluso si sabía que se arrepentiría de sus decisiones en solo unos momentos. Solo... era una necesidad. Lo quería, lo deseaba, lo necesitaba...

Estaba desesperado.

―Eres tan sumiso, me encanta ―suspiró el mayor, denotando lo mucho que él también se encontraba desesperado.

Salivando, el profesor de música tomó el mentón de su estudiante entre sus dedos para forzar contacto visual y lo observó a los ojos.

―Antes de que iniciemos con esta... lección ―comenzó, acariciando su tersa piel―. Necesito que sepas lo que es una palabra de seguridad ―añadió, sabiendo que de todas formas Kokichi no haría caso a las instrucciones. La palabra de seguridad era algo más técnico que algo práctico, a su parecer―. Si crees que estoy haciéndote mucho daño o algo te duele mucho, conejito, di una palabra y yo pararé...

―¿La palabra que sea?

―La palabra que sea, siempre y cuando sea fácil de decir y recordar

El pelimorado lo piensa unos momentos, ligeramente tenso por la penetrante mirada de su prójimo.

―...Lirios ―suspiró el muchachito―. Son mis flores favoritas.

―Adorable ―susurró amenazante el más alto, yendo por el cuello ajeno. Lamió la piel suavemente, saboreando en sus papilas gustativas el deleitante saborcito a sudor―. Hay que intentarlo, di la palabra sí quieres que pare.

Una vez dicho esto, el mayor comenzó a morder la piel frágil del chico. Su paso era intenso y rápido, haciendo que Kokichi comenzara a gritar después de unos minutos, incluso cuando había tratado de no hacerlo.

Simplemente era demasiado para él y su baja tolerancia al dolor.

―¡Ah...! ¡Lirios! ¡Lirios! ―jadeó entre alaridos, respirando profundo mientras trataba de tranquilizarse―. Por favor... pare.

El hombre de los cabellos azulados solo pudo reírse, sus sonoras carcajadas abochornando al petite. Su rostro estaba bastante rojo, sin idea de que más hacer si su profesor seguía mordiéndolo sin misericordia.

Claramente quería parar, pero podía darse cuenta de que la palabra de seguridad que se le brindó no era nada más que una patética excusa.

―No vas a volver a intentar decir esa palabra ―suspiró Shuichi, finalmente alejándose.

Sin embargo, ahí no terminaba.

Se separó simplemente para poder tener un mejor acceso a la puerta que se encontraba detrás de ellos. Con sus masculinas manos tomó agarre del muchachito bajo su poder y fue brusco al aventarlo al calabozo sadomasoquista que resguardaba dentro de su sala de música.

Acto seguido, comandó al chico para que se desnudaran frente a él, admirando así la frágil y blanquecina piel que se encontraba debajo de aquella camisa holgada. Kokichi, sin siquiera dudar o cuestionar las decisiones de su maestro, obedeció las órdenes dadas.

―Sr. Saihara...

―Nah-uh, jovencito, nada de "Saihara" ― Su voz era condescendiente y sobria―. Tienes que llamarme "Señor" ahora ―chistó suavemente, brindando una falsa sensación de seguridad.

―¿¡Huh!? ¿Señor? ― Repitió Ouma en sorpresa, como si fuese lo más extraño que hubiera escuchado en un largo tiempo a pesar de que no lo era. Sin embargo, era más sabio ahora y reconocía que no podía desobedecer―. ...Claro que sí, señor.

Estaba muy asustado, claramente avergonzado de tener que usar dicho apodo para dirigirse a su profesor. Llamarlo Sr. Saihara no había sido raro, Puesto que se adaptaba a las normas de respeto dentro del ambiente escolar. Por el otro lado, llamarlo solamente señor, traía consigo mismo una denotación mucho más sexual, más íntima... al menos lo hacía dentro de estas circunstancias.

Se sentía tan ajeno a sí mismo diciéndolo, pero tenía en cuenta que no podía decir algo más.

Una vez acatada esa orden, Saihara comenzó a dictar cosas más y más estrictas, privando a su estudiante de toda decencia humana que le quedaba. Lo obligó a hincarse frente él lo suficiente como para tener acceso a su cabecita, la cual procedió a acariciar cual perro.

De igual manera jugueteó con sus cabellos violeta, su boca y su saliva, riendo suavemente mientras que pasaba sus dedos por todo su rostro, tal como si su estudiante fuese un animalito.

Y aprovechando la sensación de vulnerabilidad, lo torturó el resto del día, haciendo uso de las múltiples herramientas de tortura dentro de su cuarto dedicado únicamente al BDSM.

Lo amarró al techo y jugó con él por lo que parecieron horas, azotando su espalda y su trasero hasta el punto en el que las tonalidades de su piel eran rojizas y moradas. No podía parar por más que el muchachito de baja estatura gritara o llorara.

Puesto que el dolor era insoportable, entumecedor.

―Ah... señor... ―jadeó el joven Ouma, sus pulmones ardiendo con cada bocanada de aire que tomaba. Todas las marcas en su cuerpo demostraban de quién es que era propiedad, eran casi como si fueran parte de él―. Oh... ―suspira, su voz ronca e incapaz de formar enunciados coherentes.

El placer encontrado dentro del dolor era intenso, haciendo que hasta el más profundo susto de morir se convirtiera en una deleitante sensación que le hacía ver estrellas.

Todo lo que fuera por la atención ajena, incluso si era exponerse a estos tratos... lo que sea, lo haría. Y no planeaba arrepentirse de ser de su propiedad.

A pesar de los temblores, de las taquiarritmias... era como si su amor por su profesor fuese a matarlo. Podía sentir la consciencia resbalándose de entre sus manos, sabiendo que pronto se desmayaría si no decía algo, pues estar la gran parte del día siendo azotado y golpeado de esta manera no podía ser exactamente beneficioso para su salud.

―Por favor... ―suplica el jovencito, sin saber cómo hablar―. Señor...

Está indeciso en el querer seguir y el querer parar...

La palabra señor había perdido todo significado, sabiendo que quizá su psique había estado siendo sobrecargada.

Pero, después de una rápida consideración, decidió entre culpa que quería que esto parara. Había estado continuando por mucho tiempo, temía que no fueran a terminar jamás si no rogaba por piedad.

Quería hacer a su profesor de música el hombre más feliz del mundo, pero el miedo primal que se comenzaba a acumular en su abdomen bajo era incluso más fuerte.

¿Acaso eso era egoísta? ¿Era egoísta querer darle fin a lo que hacía al Sr. Saihara tan feliz?

Las lágrimas en sus ojos parecían multiplicarse, cayendo en el piso y formando un considerable charco sobre este.

―Señor... ―tomó otra bocada de aire, haciendo que cada célula de sus vías respiratorias ardiera con intensidad. Ya no podía soportarlo más, necesitaba finalizar esto de una vez por todas―. ¡Señor! ¡Por favor! ¡Por favor! ―Se hiperventiló el pelimorado. su voz era desesperada e inexperta, se sentía como un pez fuera del agua, aferrándose a la vida.

Parecía haber olvidado la palabra de seguridad, aquella que, al ser dicha, tenía al menos cierto poder de darle un fin a su delicioso sufrimiento... no solo eso, es que no quería decirla del todo, pues sabía que, de hacerlo, su dueño no estaría muy contento con él.

―Conejito, ¿Cuál es tu flor favorita? ―Shuichi suspiró, observando cómo es que el chico no iba a soportar ni un segundo más―. Vamos, tú puedes.

―¡LIRIOS! ―Gritó el petite con todo el aire que le quedaba dentro de los pulmones, esperando que sus súplicas fuesen atendidas por el hipotético dios que esperaba estuviese escuchando.

El mayor paró, soltando el látigo y las correas que sostenían a su delicado opuesto.

―Gracias... señor...

La voz de Kokichi era entrecortada, puesto que incluso respirar le causaba dolor. Estaba exhausto, débil, tembloroso... El corazón se le aceleraba de hacer el más mínimo esfuerzo.

Y, de todas maneras, tenía miedo de moverse y empeorar sus heridas, ya que la habitación estaba cubierta en su sangre, el fétido aroma metálico, repugnante y vómito.

Era incluso sorprendente como es que aún seguía con consciencia teniendo en cuenta lo ligero que se sentía, como si se fuese a desmayar en cualquier momento.

―Lo hiciste muy bien, conejito ―suspira el mayor con una voz dulce, liberando al chico finalmente y abrazándolo cerca de él. Su calidez era inigualable, dando a entender que donde había oscuridad, también había luz―. Descansa ahora, ¿entendido?

Ouma trató de procesar las palabras que se le eran dirigidas, pero su pobre criterio de discrepancia de su mente y de la realidad parecía estar no haciéndole el favor de ayudarle. Simplemente se dejó llevar por la corriente, sintiendo como su cuerpo era cargado por un par de fuertes brazos tal princesa en una historia de hadas.

Podía sentir el airecito del ambiente recorriendo cada uno de los azotes sobre su piel, ardiendo cada vez más que antes. Cada intento de cerrar sus ojos por completo fallaba, pero tampoco podía quedarse despierto debido al cansancio que inundaba cada uno de sus sentidos.

¿Dónde es que estaba ahora? ¿A qué lugar lo había trasladado Saihara?

―No fui muy duro contigo, ¿cierto? ―preguntó el mayor, su tono era alegre. Estaba bastante contento con la situación―. Trato de controlarme mucho, sé que es tu primera vez haciendo esto ―soltó una risita en lo bajo.

―¿Primera vez? ―parpadea perplejo el chico pelimorado, tratando de despertarse a sí mismo y combatir la pesadez de sus párpados―. ¿A qué se refiere, Sr. Saihara?

Su pregunta salió nerviosa, pero a pesar de haber preguntado, él sabía a la perfección que se refería a lo que acaban de realizar juntos... Los golpes, los azotes, el dolor... el maestro había sido rudo y despiadado con su delicado cuerpo y... ¿Al parecer se podía poner mucho peor?

En su estómago se formaron nudos y su respiración se aceleró.

No podía imaginar que esto podía ponerse peor, que Shuichi hace solo unos momentos se estaba "controlando" por él. Le hacía sentirse inseguro, a la vez que retorcidamente feliz...

Su profesor podía ser incluso más brutal... pero no podía pensar más en eso.

Se quedó dormido sin siquiera darse cuenta, sonriendo suavemente ante los pensamientos de curiosidad y de la gentil sonrisa de su nuevo dueño, del señor al que su cuerpo le pertenecía.

♩ ♩ ♩

Sus ojos recorrían la habitación, observando cada instrumento musical que el mayor tenía exhibido. Era un cuarto grande y frío contra su piel desnuda, pero reconfortante en cierta manera.

Sobre su suave figura no había nada más que una gran camiseta que no era suya, una prenda que a duras penas cubría las zonas más privadas de su cuerpo. Sin embargo, no era la cobertura lo que buscaba, ni tampoco el calor, sino que era el aroma embriagante de la colonia de su profesor.

Siguió observando los instrumentos, su mirada fijándose sobre un acordeón reposando sobre una de las sillas, como si hubiese sido utilizado recientemente.

Su inocente mirada violeta capturó la atención de Saihara, quien no pudo evitar sonreír divertido por la tierna curiosidad de su alumno.

―¿Quieres que lo toque para ti? ―carcajeó suavemente el mayor, recibiendo como respuesta un entusiasmado asentir de cabeza del opuesto―. Puedo hacerlo bajo una sola condición... ―sonrió, su sonrisa escondiendo algo más que solo admiración.

―Haga lo que guste conmigo, Señor mío ... ―suspiró en lo bajo el joven Kokichi, sus ojos amatista conectando con los ajenos. Su tez blanca se pintaba de rosado por el área de las mejillas, su tímida faz haciendo que se le derritiera el corazón al profesor de música.

Shuichi no podía con lo adorable que era, genuinamente sabía que no podía resistirse a una persona tan encantadora. Y con la manera en la que portaba una de sus prendas de ropa, era incluso más irresistible.

―No puedo esperarme, Ouma-kun, ¡Tengo que volver a follarte!~ ―tarareó emocionado el docente, abrazando al chico petite fuertemente contra su cuerpo y sin poder contenerse ni un segundo más.

Carcajeando con el delirio de volver a probar su piel y alimentarse de su cuerpo, lo besó nuevamente con furor, dejando el resto de las acciones a discreción de las cuatro paredes que los rodeaban.

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