La Leyenda Áurea

By Kia020

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Esa noche, Xylia nunca olvidaría esa noche, en la que los habitantes del bosque salieron a celebrar sus ritua... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capitulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 23
Capítulo 20
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 21
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 22
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49 (Anuncio)
Capítulo 50 (Nuevo Anuncio)
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54

Capítulo 38

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By Kia020

Azael

—Le insistí en que no hacía falta que los trajera aquí -acabé diciendo vistiendo las ropas del Portador de las Almas Perdidas, tal y como me conocían en el reino humano.

Vi la decena de humanos mirándome con temor, muchos temblaban, sus miradas perdidas en la nada y otros, a punto de colapsar. Una de las reglas que se instauró en época del rey emérito fue que ningún niño o adolescente fuera esclavizado, solo a partir de los dieciocho años cuando en su mundo ya podían entregar su luz. Por eso no pude reclamar a Xylia antes y la verdad, es que había valido la pena a esperar verla en toda una jovencita obstinada la cual empezaba a no soportar por haberse metido en rincones dentro de mi interior en los que no debía.

—Majestad, es un grupo exquisito, me veía en la necesidad de hacérselo ver.

No dije nada, no soportaba a ese Lord, no me agrada en absoluto, debía haberse muerto cuando mi padre selo propuso pero no quiso, su ambición y el deseo por hacer suyos a los humanos, era tan grande que la vejez empezaba a corroer por su cuerpo.

Con la capucha puesta, los miré sin que ellos me vieran a mí. Habían más mujeres que hombres, seis mujeres y cuatro hombres, todos muy jóvenes, como Xylia. No me dieron pena ni aunque pensara en Xylia, era una tradición que se ha hecho durante milenios y que más de una vez, he aprovechado en alguna festividad del reino.

—Ya los he visto, ya se pueden marchar -acabé diciendo con la intención de marcharme de la sala del trono pero su voz frenó mis intenciones, quedándome postrado en el trono.

—Majestad, ¿qué ha decidido sobre la humana?

Le lancé una mirada fulminante. Él no era nadie para pedirme respuestas pero si quería oirlas, las oiría.

—Ella se queda a mi lado -su semblante se oscureció, haciendo que sonriera triunfalmente hacia mis adentros. -y si no quiere nada más, ya puede largarse de aquí. -espeté yo ahora consiguiendo si, dejar plantado a ese bastardo saliendo de la sala con rapidez, pasando por el lado de los humanos esclavizados, los cuales temblaron más al notar mi fría y oscura aura. La cual solo hizo aumentar mi arrogancia y mi ego, por desgracia para ellos.

No tenía ningunas ganas de toparme con nadie, no tenía el humor como para prometer que el primero a quién viera, acabase muerto. Así que una vez, salí de esa sala, viajé a través de las sombras con el fin de llegar a mis aposentos, los cuales anhelaba demasiado. Cuando aparecí allí, hice que mi ropa se evaporase y que tan solo me quedase en ropa interior, nadie tendría la osadía de entrar y menos, sabiendo con quién estaban tratando. Me acerqué a la cómoda y cogí unos pantalones tejanos simples negros y una camisa holgada del mismo tono. Me los coloqué y una vez lo hice, salí al balcón de la habitación y dejé que la brisa helada acariciara mi piel. El invierno estaba a punto de llegar y cuando la nieve cayera, el reino se congelaría. Una de las mejores épocas del año, a pesar que os suministros serían escasos, esta época daba lugar a las magníficas auroras boreales que darían color al cielo nocturno constante y que acompañarían junto a las estrellas, a las Tres Lunas.

Cerré por un instante los ojos, deseosos de poder calmar los recuerdos que acosaban mi mente. La última vez que estuve en mis aposentos, estaba con ella, con la mujer que me volvería loco y por la que a pesar de ser mi destinada, la odiaba a niveles que el odio y el amor se compenetraban a la perfección. Ella era mía, aunque ella no lo supiera aún. Me importaba una mierda lo que pensaran los demás, yo era el rey supremo de estas tierras y por centenares he reinado con mano dura y bondad hacia mi gente, era hora de que dejaran por primera vez, realizar actos que podían dañarme la imagen. Ella era un problema, no para mí, para la humanidad, ella era letal, y cuando se enterara de ello, el mundo temblaría.

En mi memoria se registraron las Sagradas Escrituras, recuperadas antes incluso que el mandato de mis predecesores, los cuales no me apetecía ni recordar. En ellas se encontraba la vívida imagen descrita de Xylia, de la mujer legendaria, descendiente de la Estirpe Doradas quién con su luz mataría a la que sembraría el Caos por venganza y por odio, esa era la Bruja Roja, que tan solo podría ser derrotada si la Oscuridad y la Luz se juntaban por primera vez.

Respiré profundamente en pensar que esa carga le pertenecía, era demasiado joven para tener ese destino. Antes me hubiese dado igual, sobre todo tratándose de una humana, pero ahora haría cualquier cosa por relevarla de ese peso que cargaba en sus hombros sin saberlo. Me odiaba por pensar así, algo tan contradicente con mi forma de ser. Ella me estaba cambiando, no, ella se estaba convirtiendo en mi puto punto débil. Ni mis amigos ni mi hermana consiguieron convertirse en mí única debilidad y ella, en meses ha conseguido lo imposible.

Abrí los ojos encontrándome con la ciudad que siempre estaba en constante auge y en ampliación debido al incremento de residentes, esa ciudad a la que tendría que haber llevado a mi humana. Levanté el rostro hacia el cielo, ¿porqué mi alma estaba tan jodidamente conectada con la de ella? Lo sabía perfectamente porque aunque no quisiera admitirlo, sabía que también había pasado un mal momento durante estos días. Yo lo había pagado con la batalla, ella en cambio, con lloros. No la visualicé en ningún momento con mis sombras pero simplemente lo sabía. Sabía su estado anímico y ahora me daba la sensación de que estar con Keegan la había ayudado a estar mejor, a olvidarme. Eso en parte, me enfadaba pero por otra me alegraba. Ella no sabía que este era el único lugar en el que estaría salva y sana, me odiaría eternamente por haberla reclamado y traído a este lugar pero era lo mínimo que podía hacer por ella. En algún momento sabría la verdad y cuando llegara ese momento, estaba seguro que ambos estallaríamos.

Entonces no hizo falta girarme para saber que detrás de mi, a unos pocos metros, se encontraba esa pequeña humana obstinada. Su aroma me embriagaba y su profunda mirada sobre mí, sonreí internamente a pesar de que no es lo que hubiera deseado.




                                                                                         ⥉




Xylia

No sé en qué momento acabé en su habitación pero cuando escuché el revuelo entre los sirvientes quiénes habían oído que el rey había vuelto, mi cuerpo se movió por si solo, dejando a Keegan en esa habitación tras haber pactado un buen trato que nos beneficiaría a ambos. Caminé segura de mi misma, a pesar que un pequeño revoloteo se estaba apropiando de mi pobre estómago. No sé ni porqué me aventuré a hacerlo pero cuando nadie me detuvo, entré en su habitación, recordando al instante la discusión pero que se evaporó cuando me adentré aún más y ví que las puertas que daban acceso al enorme balcón, estaban abiertas. Entonces lo ví, vi a ese majestuoso y poderoso rey, mirando probablemente su ciudad, su reino. Di pequeños pasos hasta apoyarme en el marco de las puertas del balcón, esperando a que me pillase pero no fue así porque a sabiendas de qué ya sabría que estaba allí, no se inmutó ante mi aparición. Así que fui yo quién tomó la iniciativa.

—Has vuelto —musité sin dejar de observarlo.

Realmente de espaldas se veía enorme y musculoso. Simplemente una bestia.

Él simplemente se giró hacia mí, dejando ver esa aura tenebrosa que le acompañaba pero fue esa pequeña sonrisa la cosa que ansiaba ver, aunque en el fondo no quisiera.

—¿Me has echado de menos? —preguntó Azael burlándose de mi mientras se acercaba a mi, dando grandes pasos.

Rodeé los ojos en respuesta cruzándome de brazos.

—¿Qué te hace pensar eso? -inquirí desafiante y curiosa.

Pero fue ese momento en el que dejó de caminar, quedándose a tan solo unos centímetro de tocarnos, cuando se centró cien por cien en mi. Había olvidado lo guapo y apuesto que se veía.

—En que hace tan solo cinco minutos que he llegado, y has sido la primera en venir a verme.

Abrí los ojos sorprendida, acompañada rápidamente de un pequeño rubor en mis mejillas. No podía ser cierto, ahora si que había caído bajo. Pero no pude reaccionar cuando con suavidad me acorraló contra la puerta, dejando cernir toda su monumentalidad cayera sobre mi y apoyando su mano contra ella. Mi mirada se perdió en sus ojos, esos precioso ojos en los que me pedían que me hundiera y me perdiese en ellos, ya que siempre habría una persona que se encargaría de buscarme en esa penumbra, y ese mismo, era él.

No se porqué mi corazón se aceleró, al igual que mi respiración. Esta cercanía no me ayudaba para nada pero no lo aparté, es lo que debería haber hecho pero me gustaba esa tensión que florecía y se instauraba entre nosotros. Entonces empezó a agachar su rostro hacia el mío, concretamente sus labios. Él permanecía serio, demasiado serio para ser exactos, nunca lo había visto con esa mirada tan fulminante y letal. Pero antes de que sus labios pudieran rozar ni siquiera los míos, hablé, probablemente por la tensión y el nervioso que estaba sintiendo.

—¿Qué haces? -pregunté en un mero susurro impactando contra el roce de sus labios.

—Apártame.

Fue una orden, una orden que escondía tras de sí un significado enorme y que me provocó escalofríos.

—Dime que me aparte, que me vaya porque sino, no voy a poder parar de besarte hasta que nuestros cuerpos colapsen por la falta de aire.

Sus intensas palabras impactaron contra mi corazón como si se tratasen de flechas. Cómo podía sonar tan sensual y tan adictivo con esas palabras mezcladas por la profundidad en las que fueron pronunciadas. La tensión que había entre nosotros era tan grande y tan fuerte que estaba segura que podría sentirse en cualquier parte del lúgubre reino.

El rubor volvió a mis mejillas, al notar como su mano libre se situó en mi cintura, arrimando mi cuerpo al suyo. Sus ojos estaban mucho más oscurecidos que normalmente y me observaban penetrantes. Quería hacerlo, quería alejarlo de mi pero la atracción era demasiado fuerte, el odio era mutuo pero un simple juego en un intento de esconder lo que realmente sentíamos el uno por el otro. Tan sólo éramos dos seres totalmente opuestos, un rey poderoso, inmortal y con un poder sombrío y letal mientras que yo, era una simple humana que por palabras de él, era especial.

Sin previo aviso, me puse de puntillas y con ayuda de mis manos, agaché su rostro hacia el mío, finalmente uniendo nuestros labios. Él reaccionó segundos después, y a pesar de que era un error que después tendría que velar, lo odiaba, lo odiaba demasiado tanto que cuando sus labios empezaron a tener el control sobre aquel beso, gruñí de lo bien que se sintió.

Él significaba "dominio", era un maldito bastardo territorial que estaba segura que no me dejaría tener el control de aquel beso aunque quisiera. No fue un beso suave, al principio si, pero tiempo después fue totalmente salvaje, parecía que estuviéramos sedientos y cuando su lengua impactó contra mis labios, para pedir permiso para entrar en mi boca, se lo ofrecí dejando que explorara cada centímetro. Sus graves gruñidos eran como si estuviera besando a una bestia, una bestia que se encargó de hacerme ver todas las ganas contenidas que tenía y que finalmente pudo hacerlo.

Me estaba besando con mi enemigo, con el ser que más odiaba en el mundo y que sin embargo, anhelaba tanto hacerlo. Todo en él era perfecto, malditamente perfecto. Su mano en mi cintura me pegaba más en él mientras que la otra se situó en mi cara, provocando que profundizaramos más en el beso.

Entonces, empezaron a aparecer imágenes que desearía no volver a ver en mi vida. En ellas aparecían, mis padres y mis hermanos en el momento en el que Azael me reclamó, la sangre en mi vestido, mi hermano inconsciente y Neith totalmente desesperado por parar aquello. Mi corazón empezó a acelerar y no quise aquello, me sentía mal, así que con un poco de fuerza, lo aparté dejándolo desconcertado. Lo miré con los ojos llorosos, no sé porqué me sentía tan mal de repente como si me hubiese querido castigar la Diosa Madre por culpabilidad. Cómo había podido caer en sus encantos, o más bien, cómo había cedido de esa manera mi autocontrol.

Me quedé estética y separada de él unos pocos metros. Estaba agitada por la intensidad de aquel beso, sobre todo del ataque de ansiedad que estaba teniendo, y aún así, continuaba detestándome.

—Xylia —mi nombre fue nombrado con tanta sutileza y tacto que me dio incluso pena.

Le volví a mirar a los ojos, ahora un poco más calmados aunque con una cierta intensidad. Todo lo contrario a los míos, los cuales estaban llenos de desprecio y vergüenza, ¿porqué?

Empecé a retroceder y vi que él avanzaba hacía mí. Así que levanté mi mano queriéndolo parar, él seguí mirándome como si no supiera lo que estaba pasando.

—Azael, no... no me sigas —acabé diciendo con un hilo de voz.

Entonces, salí corriendo de allí, las imágenes y voces de aquellos momentos me estaban taladrando la mente. Escuché maldecir a Azael antes de poder salir del balcón y de su habitación. ¿Qué me había pasado? Me sentía tan culpable por saber que ese beso se había sentido demasiado bien y tan placentero.

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