Detrás De Cámaras ©

By EternalMls

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(+18) El regreso de Bastian Derking a la ciudad de San Diego, luego de unos extensos quince años, descolocó a... More

Nota importante
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By EternalMls

Parte 2/2

El filo de la isla rozaba mi cintura, las manos de Bastian acunaban mis caderas temiendo que me escurriera entre sus dedos y mis labios sabían a alcohol barato. El gusto amargo había penetrado mis papilas gustativas, recordándome lo poco que me gustaba beber aquella bebida alcohólica cuando solo la había tomado para saciar mi sed y enfriar mis nervios cavernosos.

Habían transitado tantas secuencias en cuestión de sesenta minutos que aun mi cabeza las rememoraba con enfado e incontinencia. Una mixtura de disgusto por la aridez que sentí al dialogar con Nicolás y un impacto energético al admirar como Bastian acometía con su sátira perversa, dejando en claro que, si era necesario, me tomaría como suya delante de sus ojos para que no volviera a molestarme.

Aun su juguete vibrador, el mismo que me había colocado, rozaba mi intimidad y causaba que apretara mis muslos para retirar el sentimiento que acometía en mi punto sensible, deseando calmarlo y saciarlo.

Pero era inútil. Me estaba atormentando.

Me observaba como si ansiara descubrir cuanto más podría aguantar su dulce tortura, adivinándome con la tenebrosidad de su mirada, y quería borrar su sonrisa sagaz que destellaba bajo su maquillaje cadavérico, porque me indicaba lo mucho que lo estaba disfrutando mientras yo me quemaba por dentro.

Realmente me controlaría esta noche, y sabía que no pararía hasta verme suplicar.

Al rotar, luego de ver mi prenda intima tender nuevamente del bolsillo de su chaqueta de cuero y observar cómo Bastian bebió la botella de cerveza helada que había botado sobre la isla, Bart apareció en mi radar. Su traje de Batman resplandecía bajo la luz tenue de la cocina, luciendo una extensa capa de tela que le rozaba los talones y, aunque su rostro se hallaba anónimo bajo un antifaz a juego con su disfraz, podía reconocerlo fácilmente donde fuera.

Elevé mi brazo, zarandeándolo sobre el gran sombrero de pirata que descansaba en mi coronilla para llamar su atención y cuando mi cuerpo intentó sortear la gran contextura física que me recluía, esquivando su brazo con fuerza, el juguete sexual estalló dentro de mi intimidad, haciendo vibrar mi cavidad húmeda y llenándome hasta invadir mis terminaciones nerviosas aun debilitadas.

Me aferré a su brazo y al filo de la isla, incrustando mis uñas tinturadas de carmesí en la madera barnizada y respiré con dificultad para contener mis jadeos. Sentía como su entrepierna rozaba con mi trasero, alterando mis hormonas a un nivel superior y cuando la vibración declinó y volteé, su sonrisa lobuna inundó mi visión.

– Bastian – mascullé entre dientes, vislumbrándolo con una mixtura de rencor y codicia.

– ¿Qué? – averiguó con falsa inocencia sosteniéndome con su brazo libre, disfrutando de cómo iniciaba a retorcerme sobre sus brazos.

– Ahora no.

Imploré, tragando saliva y sintiendo en la cumbre de mi lengua como el bálsamo labial se encajaba en mi boca a causa de la sed. Mi aliento se entrecortó al sentir su cuerpo removerse tras mi dorso, arqueando su postura y rozando con sus labios carnosos y teñidos la piel ardorosa de mi cuello.

– ¿Tienes miedo de que tu ex te vea gimiendo por mi culpa?

Su aliento rozó el lóbulo de mi oreja, enrojeciendo mi dermis hasta teñir la superficie de mis mejillas, y su risa ronca y seductora me hizo trepidar.

– Más bien, no quiero que Batman haga preguntas – punteé tras la isla, en dirección a la gran bandeja de tragos de colores que inundaban la isla.

– ¿Por qué Batman vendría y te preguntaría algo? – inquirió confuso, y solo sus ojos se elevaron con sospecha para vislumbrarlo entre las hebras de mi cabello.

– Porque es Bart.

Notifiqué, sintiendo sus labios acariciar la arista de mi oreja y tragando con fuerza cada vez que su contextura fisica me comprimía y realizaba pequeños enviones leves sobre mi espalda baja, acalorando mis extremidades. Bastian asintió, sintiendo como su brazo comenzaban a relajarse y me liberaba por un instante de su complaciente tormento. No obstante, cuando su teléfono brilló bajo su pulgar más que listo para volver a activar el aparato y su sonrisa sagaz invadió sus comisuras, mi respiración se entrecortó.

– Quizás no haga preguntas, pero dejemos que saque sus propias conclusiones.

Irguió su dorso y, dejándome petrificada con su insinuación, chifló enviando el sonido por encima de las personas hasta incrustarse en los oídos de Bart. Notó nuestra presencia tras la isla, y pese a que entornaba sus ojos bajo su máscara y sus oídos se inundan con la música electrónica y estridente, soltó un suspiro de alivio que alcancé a oír desde mi paradero.

Con ligereza, pretendí aferrar mis dedos a su teléfono encendido con intenciones de arrebatárselo. Pero, como si leyera mi mente, él fue más veloz, y lo elevó por encima de mi coronilla.

– Dame eso – exigí, pretendiendo treparme por su cuerpo.

Claramente era una idea inútil. Su altura, al igual que su fuerza, sobrepasaba mis límites. El aparato casi rozaba el techo de madera, y reconociendo mi desesperación, no me importaba que notaran como intentaba escalar por su contextura física.

– ¿Quieres mi teléfono? – satirizó –. No sabía que eras de esas chicas que revisan los celulares de los demás.

– Nunca lo he hecho y tampoco me interesa revisarte el puto celular – estiré mi mano, pero fue en vano.

– Entonces no veo la necesidad de dártelo, ¿no crees?

Sonrió con picardía, y mis mejillas ardieron.

– No quiero que Bart sospeche – rogué y al voltear, lo noté sorteando a sus propios invitados, aproximándose.

– Se cautelosa.

– ¡Bastian, dámelo! – reclamé una vez más.

– Con gusto te lo daré cuando quieras. Pero ahora no. – se aproximó a mi oído y murmuró: – Es parte de tu tortura, preciosa.

Mordí mi labio inferior con fuerza, notando como la sangre circulaba bajo mi piel hasta bañar mi piel maquillada y enrojecer mi dermis, percibiéndose con facilidad bajo la luz tenue de la cocina. Pretendiendo tomar mis bragas exhibidas, sus manos agiles rotaron mi cuerpo, consiguiendo que me sujetara a la isla de madera, y noté que Bart se hallaba a dos simples pasos de nuestro paradero.

– ¡Deva! – exclamó mi nombre, haciendo que su voz juvenil y divertida retumbara en los muros de la amplia cocina.

Zarandeó sus manos, invocando mi atención y consiguiendo que sus propios invitados lo divisaran de soslayo con una curiosidad insaciable. Se avecinó, rodeándome con sus brazos reforzados con su disfraz y cuando me liberó, presencié la belleza de sus ojos añiles bajo su máscara.

– ¡Batman! – Chillé su apodo mientras inspeccionaba su disfraz con atención. Se veía aún más atlético bajo la tela que definía sus músculos, y su cabello oscuro relumbraba detrás de su antifaz.

– ¿A que me queda mejor este disfraz? – lo exhibió, girando sobre su eje con una sonrisa animada.

– Claro que te queda genial.

<< Pero hubiera preferido que me dijeras antes de comprar este sombrero enorme que habías cambiado de idea y que preferías el disfraz de Batman antes que disfrazarnos juntos. >> Me hubiera gustado decir, no obstante, no me resultó necesario recalcarlo cuando un teléfono móvil se hallaba tras mi dorso y amenazaba con encender mi juguete vibrador.

– A ti el disfraz de marinera te sienta muy sexy – elevó su pulgar como aprobación, meciéndose y siendo incapaz de sostenerse por cuenta propia, y fruncí mi entrecejo, intrigada.

¿Dónde se había metido?

– Pirata, Bart – corregí.

– Ah, sí.

Asintió perdido, y sus ojos se descarriaron de mi rostro, notando la presencia de Bastian bajo la pintura cadavérica que ocultaba sus facciones reales. Entornó sus ojos intentando detectar quien se hallaba en mi compañía y al percibir su tardía, indiqué:

– Es Bastian – lo punteé con una media sonrisa.

Estaba ebrio. Muy ebrio. O quizás drogado. Drogado y ebrio.

Sus ojos se ampliaron, sorprendido al ver que recomendarme que mi vecino, un actor para el entretenimiento adulto que tanto había estado deseando volver a ver, había aceptado ser mi acompañante esta noche, y palmeó sus manos.

– ¡Vla...– sus palabras eufóricas se desemparejaron, abatiéndose hasta enmudecer por completo. Intuía que, pese a su estado, había recordado que no me agradaba que lo nombraran con aquel apodo y por ese motivo, calló. Sin perder tiempo, detectó la espada de juguete que tendía de mi cadera y la señaló –. ¿Blandirás esa espada, pirata?

Ahogué una risa estruendosa al notar como su ingenio había unido ambas palabras para salir de ese pequeño aprieto, y Bastian, vislumbrandolo con diversión, asi como reconociendo su esfuerzo por no incomodarlo, encapsuló una risa sonora entre sus mejillas.

– Bastian – retomó Bart, y me divisó de reojo, aliviado –. No le dije a nadie que hoy vendria un actor porn* a mi fiesta, asi que espero que te estés divirtiendo.

– Más de lo que te imaginas.

Su voz espesa y satírica resonó tras mi dorso, acomodando su teléfono ante mi amplia visión. Tragué grueso, pero pretendí centrarme en el gran Batman que se balanceaba ante mis ojos.

– Te estuve buscando un buen rato – informé, y aunque era cierto, también estaba ocupada en mis propios asuntos.

– ¿Recuerdas al camarero del club nocturno? – Parpadeé pasmada y asentí nerviosa al rememorar como el perfecto muchacho que se hallaba a mis espaldas me había bailado aquella noche – Lo invité a la fiesta...

– Oh, estabas con él. Entiendo – interrumpí. No quería oír que estaban haciéndolo entre los arbustos o algo parecido.

– No estaba cogiendo con él, Deva – aclaró indignado –. Tengo una vida sexualmente activa porque cada día me coge una nueva desgracia, pero este no fue el caso. Solo nos encerramos a beber en una de las habitaciones.

– Y veo que te tragaste una fábrica de alcohol entera – bromeé.

– También probamos algunas drogas que me regalaron, pero estoy bien.

Confirmó mis sospechas, volvió a elevar su pulgar y no me contuve en reír bajo la música ambiental.

Entonces, sin aviso previo, el juguete sexual detonó en mi interior haciéndome sobresaltar y, sintiendo como mi corazón latía desbocado, me aferré con fuerza a la isla y comencé a inhalar con dificultad. El nivel de vibración había aumentado, golpeteando las paredes de mi intimidad húmeda y volviendo a llenar mis deseos internos que tanto lo habían estado aclamado en silencio.

Una risa oculta y maliciosa resonó a mi lado, irradiando sectores de su maquillaje escabroso con su teléfono celular y gozando la vista perfecta de cómo mis caderas intentaban contener sus movimientos danzantes para no elevar sospechas de las personas que se hallaban en nuestro entorno. Sin notar su rostro repleto de satisfacción, forcé una sonrisa disimulada.

– ¡No sabes lo que sucedió! – Lanzó Bart, y me limité a vislumbrarlo – Hace un par de minutos vi a Nicolás en la entrada con sus amigos. Al parecer planeaban atacar a alguien, pero por suerte estaba ahí para echarlos de la fiesta – notificó acomodándose a mi lado, y mis nervios, a la par de la sensación gratificante que no se estancaba en mi interior, se incrementaban.

– ¿Atacar? – averiguó Bastian en tono sarcástico a mi lado.

– Querían golpear a alguien.

Rio punzante, dejando que sus hebras rebeldes y doradas se posaran en su faz.

Mierda, Nick había complotado con sus compañeros para golpearlo luego de notar que no podría conseguir derrotarlo en solitario después de haberle dejado en claro que él era mi nueva compañía, y pese a que Bastian reía a causa de su cobardía y embocada fallida, no podía concentrarme en la conversación.

– ¿Te ha buscado? – Bart ladeó su cabeza, inspeccionándome.

– Si – conseguí pronunciar –. Me molestó, pero él lo espantó.

Lo señalé y, como arte de magia, la vibración culminó. Respiré con disimulo para no dejar en evidencia mi cuerpo sofocado, como si el aire cálido del interior fuera mi único aliado.

Bart se echó a reír.

– Dios, ¿Acaso te quería golpear a ti? – Su risa inundó la cocina, y Bastian asintió – Mierda, con razón estaba tan enojado. No podría haberte tumbado al suelo ni con diez hombres. Mírate, eres un mastodonte. ¿Cuanto mides?

– Mido 1,96.

– Lo sabía. Eres muy alto, amigo – asintió satisfecho –. Tienes las proporciones muy bien distribuidas.

Una risa escasa se escurrió entre mis labios, consiguiendo atraer la atención de Derking al instante. Me inspeccionó perspicaz, como si me advirtiera de que mis acciones serían las causantes de que el vibrador tornara a detonar en mi interior.

– Fuera de broma, sabía que tu compañía sería de ayuda – prosiguió, dirigiéndole la palabra con una amplia sonrisa que se difuminaba bajo su máscara del héroe nocturno –. Además, estoy emocionado de que un actor porn* esté en mi cumpleaños, así que lo tomaré como un regalo.

– Tenía un regalo para ti, pero se me perdió en alguna parte – con sus ojos incrustados en mi rostro, una sonrisa lobuna se expandió en su rostro –. Quizás Deva sepa dónde.

Mis secreciones se deslizaron por el interior de mi garganta y me forcé a erguir mi postura. Sus palabras astutas retumbaban en mi cráneo, odiándolas y maldiciéndolas. Sin embargo, él gozaba cuando notaba cómo el retraimiento dominaba mis acciones.

– En el coche – comenté con rapidez.

– Claro, en el coche – sonrió cáustico –. O en el baño, quien sabe.

Mordí el interior de mi labio, maldiciendo en silencio.

– No te preocupes por eso, ya debes estar cansado por estar aquí.

Interrumpió Bart, y Bastian curvó una ceja.

– ¿A qué te refieres?

Se inclinó, señalando mi ropa íntima que tendía de su bolsillo delantero. El calor inundó mi rostro ante su hallazgo, y rezaba para que Derking no confesara a quien le permanecía la prenda intima.

– Tienes una tanga colgando de tu bolsillo. Se te habrán acercado muchas chicas de seguro.

– Ninguna mujer puede acercarse a mí, salvo que yo quiera tenerla a mi lado.

Me observó de reojo, notando como el destello de sus ojos avellana penetraban mis pupilas, y el calor envolvió mis extremidades acalorando, sin la necesidad de un estimulante, mis nervios cavernosos. Mis labios se enjugaron, instalándose una necesidad tan precisa al darme una exclusividad que no me había percatado que me cedía, y mi corazón latió con tanta fuerza que mis costillas comenzaron a punzar.

Bart, pese a que intercalaba sus ojos entre ambos, su mente perdida se entrelazó con la música que resonó sobre nuestras coronillas.

– ¿Escuchan eso? – se sujetó de la isla a causa de sus oscilaciones consistentes, y una sonrisa divertida se dibujó en sus labios –. Al fin pusieron reggaetón. Extrañaba escuchar las canciones viejas de Don Omar.

Meneó sus caderas, mostrando la destreza que tenía a la hora de bailar sus canciones favoritas. Reí al notarlo tan desorientado, como si su mente nublara las razones principales para conmemorar cada secuencia ocurrida en la fiesta que se realizaba en su honor, y con un movimiento instantáneo, me tomó de la cintura para comenzar a bailar en mi compañía.

Oía la risa entretenida de Bastian tras mi dorso al observar cómo Bart intentaba hacerme girar al ritmo de la melodía pegajosa, y no conseguía contener la risa vergonzosa que se escapaba por mis labios. Al mismo tiempo, rogaba para que sus labios no volvieran a probar otra gota de alcohol el resto de la noche para que su estado no empeorara, sin embargo, los tragos de colores que descansaban al otro extremo de la isla lo convocaban con su olor dulce y tonos chillones.

Entrelazando sus dedos con los míos, se aferró a la madera barnizada a la par en que sus pupilas se perdían en las bebidas alcohólicas.

– ¿Bebieron algo? – consultó sin dirigirnos la mirada.

– Solo...

– Bebamos unos tragos – interrumpió, ansioso por volver a sentir el alcohol deslizándose en su garganta.

Me liberó, decidido en buscar las bebidas por su cuenta pese a que, con suerte, conseguía sostenerse en pie por más de dos minutos. Aún su mente lograba distinguir lo real de su imaginación, sin embargo, no quería alentarlo a una embriagues severa.

– Tú no beberás alcohol – decidí –. Estás ebrio, Bart.

– De eso se trata, Deva – terció su cabeza y me inspeccionó con obviedad –. Es una fiesta y quiero embriagarme. Además, no siempre se cumplen veintitrés años.

Suspiré, permitiéndome pensar unos segundos antes de reaccionar, y asentí vencida. Bart es mayor, y a pesar de que mi intervención pudo haberse sentido como una ola a su diversión, no podía hacer más que solo socorrerlo cuando lo necesitara.

– Este bien – acepté, reacomodándome el sombrero de pirata que se había escapado de su órbita –. Iré yo.

– Quédate con él. Iré a buscarlos por ustedes.

Bastian se ofreció tras mi dorso, sumamente atento a nuestra conversación, consiguiendo que rotara sobre mi eje e izara mi rostro hasta localizar la oscuridad de sus ojos que se camuflaban con el maquillaje que contorneaba sus cuencas.

– Que considerado eres – Bart agradeció con un chillido alegre, entornando sus ojos por la luz que lo cegaba y lo debilitaba a causa de las sustancias que recorrían su sistema.

– Puedo ir por los tragos yo misma.

Solté decidida repitiendo mi ofrecimiento inicial, hundiendo mis ojos sobre los suyos ocultos bajo sus hebras doradas. Pero, en el instante en que sus labios se curvaron exhibiendo su mítica sonrisa punzante y astuta, mi corazón inició a palpitar con fuerza.

– ¿Pero a ti no te dolían las piernas? – la punta de su lengua rozó su mejilla interna, jugando conmigo.

– A mí no me duelen las...

La vibración envolvió mi zona sensible, rozando con sus descargas mis terminaciones nerviosas que exigían volver a llenarse otra vez. Ahogué un jadeo, encapsulándolo en mi garganta con todas mis fuerzas y torné a aferrarme a la isla de madera. Percibía por el rabillo del ojo la pantalla de su teléfono encendido, iluminando su pulgar que jugaba con los niveles de agitaciones para aumentar la intensidad que retumbaba en mi intimidad.

Bart notó mi inquietud y ampliando sus ojos, así como frunciendo su entre cejo ante el desconcierto, rozó mi hombro descubierto con sus dedos.

– Mierda, Deva. ¿Te dio un calambre? – se preocupó, echándole un vistazo rápido a mis piernas temblorosas. Para mi suerte, la luz se difuminaba bajo mis caderas, impidiendo que consiguiera ver cómo mis extremidades vibraban como gelatina.

Bastian sonreía, y yo no conseguía concentrarme en su pregunta.

– Si, si – respondí intentando respirar con normalidad.

– Te dije que debes comer alimentos que contengan potasio para que eso no te ocurra.

– Lo sé, Bart – mordí mi labio inferior con fuerza.

– A ver, estira la pierna...

Intentó colocarse de cuclillas, pretendiendo aliviar aquel falso calambre que conseguía hacerme tiritar. No obstante, me movilicé con rapidez sacudiendo ambas extremidades, revelando que podía acabar con aquel dolor inexistente, y rotando la mirada hacia el causante de las sensaciones interminables en mi interior, lo fulminé.

– Bastian, ve por las bebidas – solicité en un ruego silencioso que solo él consiguió ver, y con una sonrisa satisfecha, asintió.

– Como desees.

Concluyó con la vibración, haciéndome respirar una vez más con normalidad, pese a que la humedad comenzaba a rozar mis muslos internos.

Se desvaneció en un segundo y ansié perseguirlo con la mirada, en cambio, Bart me atrajo con sus zarandeos que coincidían al ritmo de la música ambiental.

– ¿Segura que estas bien? Te noto agitada – inquirió mi amigo a mi lado.

– Si – inhalé hondo –. Con un trago quizás me recomponga del calambre.

Mierda, si necesitaba algo de beber con urgencia.

– ¿Ves? Con alcohol todo se soluciona – guiñó un ojo, expulsando su lado coqueto y despreocupado que adoraba ver. La música inundó nuestros oídos, atrayendo su curiosidad y causando que sus brazos se elevaran por encima de su coronilla –. ¡Escucha esa canción de Don Omar!

Retornó a menear sus caderas, haciendo oscilar la extensa capa de tela oscura que tendía de sus hombros, y tomando el filo de la tela se cubrió la mitad de su rostro, observándome con el misterio que emanaba su disfraz.

– ¡Es tu canción! ¡El señor de la noche!

Se echo a reír y comenzó a cantar señalando el otro extremo de la isla, sector específico donde se hallaba Bastian recogiendo una bebida.

– El señor de la noche, es mitad hombre mitad Pornstar.

Mis pestañas revolotearon ante la inesperada palabra, y emitiendo una risa fugaz por su ingenio, lo sancioné con la mirada.

– Animal – corrigió con celeridad –. Mitad hombre, mitad animal... Y que animalote.

– Dios mío – mascullé entre risas.

– El señor de la noche – volvió a cantar –. Mejor escapa o te va a cabalgar.

– ¡Bartolomeo! – multé por arriba de la música, y él se limitó a reír con fuerza.

– ¿Qué? – sonrió cómplice.

– Detente – pedí, impidiendo que mi sonrisa divertida se desvaneciera de mi rostro.

– Soy mayor que tú por seis meses, no puedes callarme.

– Cállate.

– Bien – bufó.

Sus ojos se descarriaron a mis espaldas, examinando tras la multitud el umbral de la cocina, y siguiendo su mirada intensa, así como interesada, detecté a uno de sus íntimos amigos observándolo desde la distancia.

– Si sigo cantando mal el estribillo vas a terminar ahogándome en la piscina. Así que, mejor me voy.

Canturreó, y con una débil palmada en mi hombro, rotó sobre sus zapatos.

– ¿No beberás conmigo? – inquirí tras su dorso ante su abandono repentino.

– Después – avisó –. Ahora es momento de mi cacería nocturna. Tú ocúpate del animal que está viniendo hacia ti.

Me guiñó un ojo y sus labios serpentearon, causando que una risa ridícula y sonora se escurriera entre mis labios, y con cuidado, aun balanceándose, caminó por la cocina hasta encontrarse con su amigo íntimo, quien lo rodeó con sus brazos y lo alejó al instante de mi radar.

La música pegadiza consiguió hacerme menear las caderas, percibiendo como la humedad se escurría por mi dermis, y el sudor por el gran esfuerzo que ejercía ante la excitación me recorría la circunferencia del escote. Aferré mis dedos al borde de la isla y dejé que mi cabello danzara bajo el gran sombrero de pirata que aun descansaba sobre mi cabeza, esperando a ser la presa fácil de la bestia que estaba a tan solo dos centímetros de rozarme los talones.

Sus dedos tomaron mi sombrero escarlata, extrayéndolo de mi cabeza y consiguiendo planear mis hebras, así como dejó caerlas sobre mi faz, y lo colocó sobre su cabellera sedosa ocultando sus mechones rubios que tanto solían gustarme.

Su mano rodeó mi cintura y cuando sentí su respiración acariciarme la arista de mi oreja, mi cuerpo se irguió.

– ¿Y tu amigo? – La voz ronca y curiosa de Bastian me hizo estremecer.

– Se fue.

Su risa profunda capturó mi atención, haciéndome dudar de sus próximos movimientos.

– Que pena. Quería seguir torturándote delante de él.

– ¿Eso significa que tu tortura terminó? – consulté con ansias de que mis deseos íntimos se concretaran.

Deseaba que me sacara de la cabaña y me encerrara en su coche de una vez por todas. Gracias a las vibraciones continuas, mi punto sensible me suplicaba a alaridos tenerlo sobre mí, sentirlo, tocarlo y poseer todo de él.

– ¿Quieres que me detenga? – su mano recorrió mi abdomen hasta trazar con la yema de sus dedos mi monte de Venus por arriba de la tela de mi vestido.

– Quiero que me hagas llegar.

Solicité en un suspiro rijoso, al hilo de cerrar mis ojos y recostar mi nuca sobre su pecho, y oliendo el aroma dulce de la bebida espesa y alcohólica que sostenía en su otra mano, quería beberlo para combinar el dulce trago con el sabor de sus labios.

Su risa me envolvió, consiguiendo que mis ojos se abrieran en un parpadeo y los reflectores de colores se ensamblaran en mis corneas.

– Llegarás cuando yo lo decida – susurró en mi oído.

– Quizás me toque por mí misma.

Reté, rozando el dorso de su mano con mis uñas barnizadas, y sus dedos capturaron los míos al santiamén.

– Yo seré el único que decida si vas a llegar al orgasmo esta noche – su voz dominante llenó mis oídos –. Y si suplicas o te pones de rodillas, vas a hacer este juego mucho más interesante para mí.

Mi respiración se estancó en mis vías aéreas, la alta temperatura subió por mis extremidades para revelarse en mis mejillas y su cuerpo se arrimó al mío, fusionando nuestros torsos pese al calor que comenzaba a padecer. Su mano, la misma que sostenía el pequeño trago que había conseguido disponible, se posó ante mis ojos, meciéndolo.

– Abre la boca – ordenó en un susurro áspero.

Una sustancia rojiza resplandecía bajo las luces de neón, más que lista para hacer arder cada espacio de mi interior. Su mano libre trazó una línea imaginaria por la garganta, izando con sus dedos mi mentón y cuando mis labios se distanciaron, el líquido viscoso y dulce se introdujo en mi boca de un sentón.

La saboreé, sintiendo su gusto a cereza embadurnar mi cavidad bucal y notando el ardor por el alcohol al recorrerme el esófago. Sus dedos se aferraron a mi mentón y sin discernirlo, giró mi rostro para estampar sus labios con los míos. Los probó, dibujando con la punta de su lengua la carnosidad de mi boca e inició a batallar con mi lengua, perdiéndose en la delicia del trago que aun inundaba sectores de mi piel.

– Sabes a cereza – susurró sobre mis labios –. Sabes tan exquisita que quisiera probarte toda la noche.

– ¿Solo exquisita? – jugueteé.

– No. También sabes a que eres solo mía.

Me besó, rodeando con sus dedos mi cuello y aferrándose a mi cuerpo como si pudiera desvanecerme ante su mirada. Percibí un pequeño movimiento brusco sobre mi cadera, distinguiendo como sus dedos forcejeaban un accesorio de los cientos que tendían de mi vestido y al liberarme de sus besos, logrando rotar por completo y rozando mis pechos con su chaqueta de cuero marrón, vislumbre mi espada de juguete tendiendo entre sus dedos.

Se columpiaba bajo la luz tenue que la iluminaba, y su sonrisa lobuna y repleta de maldad inundó sus facciones.

– Vaya, no sabía que practicabas tus torturas sexuales con objetos peligrosos – bromeé con la respiración entrecortada.

– Hay muchas cosas que aún no conoces de mí – aseguró con una sonrisa satírica en sus comisuras.

– ¿Y utilizas cuchillos?

– Si me lo pides, puedo utilizarlos contigo.

Sus ojos se oscurecieron, realzando su maquillaje cadavérico y perdiéndose en las sombras de sus cuencas.

– Soy principiante – ladeé mi cabeza, observándolo con una falsa inocencia que incendiaba sus globos oculares.

– Hasta el más novato debe sufrir a veces – elevó la espada de juguete, deslizándola por mi abdomen y punzando con delicadeza mi vientre –. Y aunque esto sea de plástico, hace el mismo daño.

Advirtió con una sonrisa cáustica, empuñándola y tornando a deslizarla por mi abdomen hasta rozar el inicio de mi intimidad con la punta del plástico duro y filoso. Mis vías aéreas quemaban en mi interior, imposibilitando que inhalara con normalidad cuando necesitaba calmar mis sentimientos revueltos que me recorrían el cuerpo hasta instalarse en mi entrepierna. No sabía que haría conmigo, pero me sentía tan vulnerable ante su estimable altura y su atlética figura que me cernía, poseyéndome y espantando a quien ansiara incrustar sus ojos en mi paradero.

Extrajo su teléfono de su bolsillo delantero, el mismo donde aún tendía mi braga de encaje, y cuando su dedo tanteó la pantalla iluminada, la vibración tornó a inundar mi interior húmedo.

– Mierda – jadeé.

Mordí mi labio con tanta fuerza que, si me había lesionado la piel con mis propios dientes, no me importaba en lo absoluto. Tercié la cabeza dejando caer mi cabello sobre la isla de madera y sin contenerme, mis caderas iniciaron a mecerse ante la estimulación tan excitante. Cada vez que el juguete se encendía y temblaba en mi interior, su nivel de agitación acrecentaba, causando que solo rozara el orgasmo con mis propios gemidos ahogados, pero no lo consiguiera.

Era un verdadero martirio, y Bastian lo sabía mejor que nadie.

La espada me recorrió el torso hasta rozar mis pezones erectos que se traslucían en la tela de seda, tan duros como rocas que apuntaban en su dirección, y jadeé por encima de la música.

– ¿Quieres bailar? – inquirió, y mis ojos perdidos lo vislumbraron.

– ¿Bailar?

– Sí. Quiero ver cómo te retuerces al intentar contenerte delante de tantas personas.

Sonrió, mostrándome su perfecta sonrisa bajo la proposición oscura que manifestaban sus ojos, y deslizando la espada hasta mi dorso, consiguió despegarme de la isla.

– Vamos – decidió –. Intenta caminar, si puedes.

Su risa perversa resonó en mis tímpanos, causando un eco que se reunía con el juguete que me hacía latir mí ya abultado clítoris. Me había estimulado por tanto tiempo, frente a tantas personas y en sectores públicos que estaba a tan solo un movimiento de llegar a un orgasmo.

Porque, mierda, se siente tan bien cuando es malo. Nadie lo sabía, nadie lo pensaba y nadie preguntaba. Era tan prohibido y mal visto que incendiaba mi cuerpo y me hacía suplicar por más.

Porque todo lo que era malo, él conseguía hacerlo placentero.

No obstante, el hacerlo teniendo a tantas personas cercándome apaciguaba mi lívido, nivelando por si sola mi estimulación. Sintiendo la punta de la espada presionando mi columna vertebral e imposibilitando que mis piernas se mantuvieran en pie por su cuenta, así como ansiando conocer su jugada, cargué fuerza para iniciar a caminar entre la multitud, liberando pequeños jadeos sonoros que solo él conseguía auscultar.

Su nivel de vibración aumentó y mi cuerpo se retorció, aflojando mis piernas y consiguiendo que encorvara mi espina dorsal.

– Hijo de puta – susurré entre jadeos.

– Me han dicho cosas peores.

– Maldito sádico – torné a insultar, provocándolo.

Estaba tan cerca de rozar el maldito clímax que no me importaba llegar ante los invitados que rozaban mis extremidades al transitar por mi lado. Fingir que no me estaba ocurriendo algo me resultaba tan difícil que las lágrimas de súplica se congelaban tras mis globos oculares.

– Ni que lo digas.

– ¿No puedes ser un poco romántico?

Rozaba la demencia, pretendiendo que, con unas simples palabras, él me tomara para poseerme y terminar con la tortura tan eterna y exquisita que me hacía tiritar. No obstante, cuando la cúspide de la espalda se deslizó por mi espina dorsal hasta mi espalda baja, mis pies se incrustaron en la superficie.

– ¿Romántico? – rio satírico.

– Si.

– Si buscas amor, puedo dártelo. Pero mi amor duele, quema y es destructivo, y si no estás lista para el dolor, no puedo darte lo que buscas.

– Lo que busco ya me lo estas dando – aseguré divisándolo de soslayo –. Y aunque me gusta cuando eres sádico, también quiero conocerte en todos los aspectos.

Amaba cuando su salvajismo dominaba su mente y se desquitaba con mi cuerpo para hacerme burbujear de placer ante sus ojos. Me hacía sentir especial, como si fuera la única mujer que existía en su propio mundo de tinieblas y frialdad. Pero, no podía ocultar mis más recónditos deseos de conocer aún mas de su vida, todo lo que ocultaba y lo que necesitaba dejar ir con el paso del tiempo. Aquel tormento lo perseguía, y podía notarlo a simple vista, necesitando que él consiguiera confiar en mí, así como yo había logrado confiar en él. 

Con un movimiento pausado, sumamente calculado y dócil, el plástico rígido y afilado se desplazó por mi trasero, contorneando su curvatura y haciéndome sentir el dolor externo con su hoja punzante hasta rozar el corte del vestido. Lo deslizó, embutiéndolo entre mis muslos hasta hacer rozar el vértice de la espada con mi empapado punto sensible libre.

Sentí el elemento frio acariciar mi clítoris, palpar con su filoso material mis pliegues internos, y gemí por el impacto sin importarme que hubiera personas rodeándome. El contrastare estimulante con el ardor del platico me hacía estremecer, debilitando mis piernas y causando que quisiera frotarme sobre el objeto para concluir con su tortura y ganar la batalla.

Sus labios rozaron mi cuello y echó un vistazo fugaz a las personas que nos cercaban, verificando si alguna se había percatado de lo que estaba haciendo o de mis gemidos agudos, y dijo:

– ¿Quieres que sea romántico o sádico? Porque puedo ser ambos. Puedo ser lo que tú quieras, Deva. Pero, si quieres una recomendación, ser sádico se me da mucho mejor.

Su lengua lamió mi carne ardorosa hasta rozar el lóbulo de mi oreja haciéndome gemir con necesidad, y extrayendo la espada para retornar a su posición inicial, presionó la punta del arma blanca en mi espalda baja y me obligó a seguir sorteando invitados.

No sabía dónde me encontraba. Me hallaba inducida en una droga aún más poderosa que cualquier mierda que estuvieran consumiendo los invitados de Bart y, gracias a la música estrepitosa que se oía aún más fuerte que antes, presentía que estábamos en el centro de la pista de baile improvisada. El maldito juguete aun vibraba en mi interior, y no sabía cuánto más podría aguantar sin que sus manos atacaran mi cuerpo.

La hoja afilada de la espada circuló ante mis ojos, rozando la piel de mi cuello y presionándola hasta conseguir que me desestabilizara y colisionara con su trabajada contextura física. Me había aprisionado con mi propia arma de doble filo y su impetuoso cuerpo, sintiendo la dureza de su entrepierna presionar mi trasero, generando una sensación que conseguía palpar el mismo orgasmo.

Él lo quería tanto como yo, pero no entendía porque se demoraba tanto en tomarme.

– ¿Qué haces? – conseguí pronunciar, sintiendo como la hoja pretendía lesionar mi carne, pero solo impedía que lograra respirar con normalidad.

Empiné mi rostro, hallándome con sus ojos de cazador encendidos en llamas por sus propias acciones con consecuencias tan inapropiadas. Sus ojos seductores me vislumbraban bajo los reflectores de colores como si me estuviera desnudando allí mismo, y algo en sus pupilas me lo aullaba como un posible presagio.

– Castigándote.

Sus labios rozaron los míos, y el juguete sexual aumentó su velocidad. Mis manos se aferraron a su chaqueta, incrustando mis uñas en la tela gruesa y gemí de placer, sin importarme que alguien pudiera percatarse. Ya no me interesaba que los presentes me reconociesen y me notara gimiendo en la pista de baile. Realmente no me importaba nada en lo absoluto cuando me hallaba tan centrada en mi propia excitación.

– Creo que el que está sufriendo eres tú – modulé ente jadeos, rozando mi trasero con su entrepierna aún endurecida. Su pene golpeteaba bajo su vaquero oscuro, ansiando escapar de su prisión.

– Pero tú sufres más.

La velocidad aumentó, haciéndome gemir con más fuerza. La música cubría mis jadeos necesitados, envolviéndolos junto a las voces eufóricas que entonaban los estribillos de las canciones movedizas y los zapateos que golpeteaban las maderas bajo nuestros zapatos. Los invitados embriagados y narcotizados se habían desvanecido con un parpadeo, imaginando que éramos las únicas personas que se hallaban en la cabaña, e inicié a gemir perdida en sus juegos sexuales.

– Bastian, por favor – supliqué, terciando mi cabeza y recostándola en su pecho. Mis ojos lo vislumbraron, derramando la suplica sobre sus dedos.

Lamió su labio inferior, incrustando la tenebrosidad de su mirada en mi rostro y cuando descarrió sus ojos, comprimiendo sus labios con intenciones de controlar sus instintos depredadores, soltó:

– Si me miras de esa forma me complicas los planes.

– ¿Lo estoy logrando?

– Siempre logras arruinarme.

Su boca capturó mi piel, succionándola y mordisqueándola a su antojo, como si ansiara probar cada sector recóndito de mi cuerpo bajo la luz de la luna. Él apreciaba cada uno de mis gemidos, así como mi lucha con inhalar aire fresco cuando el ambiente estaba contaminado por humo y luces que nos ocultaban de la multitud, así como el filo de la espada me mantenía prisionera.

– Te necesito, Bastian – rogué.

– Sigue suplicándome – traveseó, inundando sus facciones con una sonrisa aguda y libidinosa.

– No me hagas esto – me retorcí sobre su cuerpo, ya inducida en la locura.

Él gruñó en mi oído.

– Haces que sea muy difícil ser un caballero cuando me miras así, y mucho más cuando sé que el placer que sientes te lo estoy provocando yo.

Su mano dibujó un recorrido por mi abdomen hasta palpar mi intimidad por encima de la tela de seda carmesí, y rozando el contorno del vestido, lo realzó para encajar su mano y ocultarla bajo la tela fresca. Su índice acarició el contorno de mis labios externos, introduciéndolos en mi humedad con suma facilidad gracias a mis propias secreciones, y gemí con necesidad sobre su oído.

Mierda. Esto quería, pero no aquí. No donde alguien podía notarlo a simple vista.

– Bastian – conseguí pronunciar –. Nos verán.

Su risa encapsuló mi irrisorio reclamo.

– Pueden ver, pero el único que puede tocarte soy yo.

Sus dedos se encajaron en mis pliegues blandos, palpando la suavidad y la humedad que los envolvía, empapando su piel hasta el dorso de su mano y localizando mi clítoris abultado de tanto retener mis deseos de estallar en un orgasmo insospechado, inició a estimularlo.

Contuve la escasa respiración que mis pulmones consiguieron aspirar, aferrándome con fuerza a su nuca y enredando mis dedos con sus hebras doradas que escapaban del sombrero de pirata que me había arrebatado.

– Maldición – jadeé, anunciando que no conseguiría sostenerlo por mucho tiempo más.

– Enséñame como gimes cuando llegas al orgasmo en público, zorrillo.

Sus labios atacaron los míos con una ferocidad implacable, ansiando devorar hasta la última gota de mi excitación, generando una batalla infernar que acaloraba mis extremidades y me debilitaba. Sus dedos aceleraron sus caricias, trazando círculos sobre mi clítoris y resbalándose por mi humedecido interior.

Mis piernas temblaron cuando el clímax llenó mi cuerpo y mi mente se nubló, inmortalizando mi primer orgasmo ante un público presente y ausente. Gemí, sintiendo que mi garganta se desgarraba y resonaba por encima de la canción tan conocida que danzaba sobre nuestras coronillas en el ambiente, y me importó una mierda que las personas que meneaban sus caderas a nuestro alrededor consiguieran oírme.

Las yemas de sus dedos redujeron la velocidad, rozándolos sobre mis pliegues hasta notar que mi pecho dejaba de comprimirse, y al extraerlos, se los llevó a los labios, apreciando el gusto agridulce de mis secreciones intimas. Los degustaba mientras me observaba, y sentí un deseo irrefrenable envolviendo mi cuerpo otra vez.

Apagó el juguete vibrador ya sobrante y dejó caer la espada de plástico con la que me retuvo todo ese tiempo, consiguiendo girar y dejarme caer sobre sus brazos. Me sostuvo, notando como mi cuerpo temblaba por el orgasmo reciente y, pese a que necesitaba recargar fuerzas, no quería detenerme. No ahora.

– ¿Cómo te sientes? – me susurró en el oído.

– Genial – inhalé el aire interno con necesidad, y su perfume se impregno en mis fosas nasales.

– Debería quitarte ese vibrador.

– No.

– ¿No? – curvó una ceja.

– Quiero más.

Me sinceré, y sus ojos se ampliaron con una sorpresa inmodesta.

– Vamos a mi coche – propuso, y asentí al instante.

Estaba más que lista para grabarme sus mejores partes y estar con él toda la noche. Porque lo quería a él, solamente a él.

Enlacé mis dedos tras su nuca, percibiendo como su sonrisa divertida se iluminaba en sus facciones y sus pies iniciaban a recorrer la pista de baile en dirección a la salida. No obstante, su teléfono se encendió entre sus dedos, aclamando su atención.

Lo observó de reojo, notando la insistencia de aquel mensaje anónimo que inundaba su casilla de correos, obligándose a detenerse y leer lo que se plasmaba en su pantalla. Sus ojos registraron la información recibida y cuando concluyó, su rostro relajado se endureció como diamante en bruto.

Me separé de su cuerpo, extrañada por su repentino cambio de actitud.

– ¿Qué sucede? – inquirí extrañada, notando como sus ojos se incrustaban en la pantalla olvidándose de todo lo que lo rodeaba.

Empinó su rostro y cuando guardó su teléfono, al igual que me entregó el sombrero de pirata y la espada, me divisó con rigidez.

– Debo irme – anunció. Su voz detonaba una mixtura entre enfado y dolencia.

– ¿Está todo en orden? – torné a consultar, necesitando conocer la causa.

– Si, no te preocupes. Solo debo irme ahora.

Si, era actor, pero a la hora de ocultar sus sentimientos su actuación resultaba en un fracaso descomunal. Me estaba mintiendo y, aunque intuía que era para calmar mi estado de alarma por su inquietud, sabía que algo malo se hallaba tras aquel rostro embravecido.

– Vamos, te llevo a tu casa primero – se ofreció pese a que la incertidumbre rondaba por sus ojos, y cuando su mano intentó tomar la mía, me negué.

– Ve – pedí –. De todos modos, debo quedarme aquí para cuidar a Bart – informé, porque sabía que hoy acabaría mal luego de tanto alcohol ingerido –. Solo ten cuidado en la carretera.

Asintió, y echándome un último vistazo, soltó:

– Lo tendré.

Giró sobre sus zapatos y desapareció entre la multitud como si lo acontecido hubiera sido un simple sueño, y todos mis sentimientos se hubieran perdido en una fosa repleta de incertidumbres. Estaba tan perdido en el contenido de aquel mensaje, que se había olvidado del resto del mundo, hasta de mí.

No comprendía lo que había sucedido, aunque él tampoco deseó comentarlo, depositando una cruda dolencia que me hacía comprimir el pecho y crujir mis propios huesos. Sin embargo, mis sentidos se alarmaban y me hacían sospechar sobre los acontecimientos recientes, los mismos que ocurrieron ante mis ojos, y presentía que había algo mucho más furtivo, pretendiéndolo ocultar detrás de aquella fachada de chico malo que ansiaba tocar mi cuerpo cada vez que realizaba su aparición.

Mi teléfono celular vibró dentro de mi pequeño bolso que aun tendía de mi hombro y al extraerlo, un mensaje suyo resplandeció en la pantalla:

[03:20 a.m.] Bastian: Esto no ha terminado, zorrillo. Es una promesa.  

¡Buenas, pipolitos! 

Dios mío, este capitulo estuvo bastante intenso. Lo bueno es que cada vez se pone mucho mejor y me encanta como va remontándose la historia. ¿Les gusto? 

Gracias por siempre ayudarme a elegir las canciones de los capítulos, se lxs aprecia demasiado ❤️ (si no estas en mi canal de difusión, podes unirte)

Voy a estar subiendo unas ilustraciones a mi Instagram en un ratito para que vayan a ver la hermosura de esas imágenes y que vean como imagine las secuencias del capitulo 💕

Si les gustó no olviden votar banda, comentar mucho mucho y compartir la historia. 

Vi que muchas de ustedes están promocionando este librito en tiktok, así que menciónenme para verlos y poder darle amor 🫰

Nos vemos muy prontito, besitos 

💋

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