A la villana de la que me ena...

By noelunita

533 68 36

Irene Alcántara era una bruja buena (con una ristra de títulos muy pomposos) y Kristeva Kefta era su archiene... More

créditos
sinopsis + fecha de publicación
dedicatoria
uno
dos
cuatro
cinco

tres

48 9 5
By noelunita

.

28 de febrero de 2022

.

Mientras el aquelarre celebraba la victoria agridulce de los jardines del Alcázar, Irene prefería ir a lamerse las heridas al cementerio.

Para ella no había nada digno que celebrar, no había sido una batalla por la libertad y la Madre Naturaleza, sino una donde las brujas habían olvidado quiénes eran y utilizado todo lo que tenían para detener al bando enemigo, sin importarles las consecuencias de sus actos ni los civiles que estuvieran en medio. Nada. Irene no se sentía a gusto consigo misma, con el papel que le había tocado desempeñar esa tarde y con la fiesta que vino después. En cuanto tuvo la oportunidad, se despistó de su grupo y cogió el bus.

No tenía el cuerpo para tonterías.

Mañana se levantaría con más de un moretón.

Kristeva estaba allí, inmaculada como siempre, pero sin esa sonrisa maliciosa y burlona a la que ya estaba acostumbrada. Era ella sin ser ella. La miraba con duda, como si no estuviera segura de que fuera bienvenida allí. No debería serlo, tampoco era como si se vieran todos los días, como si fueran amigas o tuvieran una relación cordial. No se conocían, no sabían nada real de la otra. Esa tarde, además, la había visto en todo su esplendor, con las sombras y los monstruos a su alrededor, bailando al ritmo de los latidos de su corazón. Irene había visto su mirada; era la de una guerrera, la de alguien que no tenía nada que perder, pero que sabía que el resto sí. Le había dado miedo. Al verla allí, abrazada a la oscuridad, alimentándose de esta, a Irene se le había parado el corazón.

Había recordado de golpe quién era Kristeva y lo que hacía en realidad.

Había sido devastador.

Pero en ese instante, en medio del cementerio, con los espíritus escondidos o acechando entre las lápidas, Irene ya no estaba segura de nada. Ahí no estaba la Mano Derecha de la Oscura, tampoco la Guardiana de la Noche y las Sombras. Estaba la chica con la que a veces fantaseaba, con la que se veía leyendo en el patio de los Naranjos o tomándose de la mano en la calleja de las Flores, mientras inventaban historias absurdas sobre las personas que se perdían por la ciudad, que querían conocerla en unos minutos, abarcarlo y saborearlo todo en segundos; mientras esquivaban, además, con muy poco éxito, los ramilletes de romero.

Era un sueño, una fantasía.

A Irene le dolía hasta el alma.

Pero estaba allí.

Era Kristeva. Solo Kristeva, con una mirada de perrito abandonado que podría ablandar el corazón de cualquier ser vivo o muerto. Era suficiente. Irene dio un paso al frente, todavía con sus deportivas desgastadas, los leggins oscuros y un impermeable arco iris que estaba para que lo jubilaran; se sentía minúscula en comparación con la chica que tenía delante, pero, al mismo tiempo, poderosa, como si dependiera de ella lo que estaba a punto de suceder.

Así era.

«A veces la realidad supera la fantasía, si nos atrevemos a soñar muy fuerte».

Mentira: tendría que salir por patas de allí.

Tendría que atacar con todo lo que le quedaba. Movió los dedos como si nada, como si estuviera tocando una pieza de la que solo ella conocía la partitura. Por un instante, sintió la caricia del viento, correspondiendo sus movimientos. Como una señal. Como una advertencia fugaz. Frunció el ceño. Tal vez eran los espíritus, tal vez la señora Gertrudis dándole ánimos o pidiéndole que se arriesgara.

¿Quería que se acercara? ¿Que soñara muy fuerte?

Pero no, Kristeva y ella eran enemigas juradas.

Aunque tal vez...

—¿Por qué?

Era un «¿por qué haces lo que haces?», «¿por qué sigues volviendo?», «¿por qué no me has delatado?», «¿por qué no me has tendido una trampa aún?», «¿por qué me muero por abrazarte?», «¿por qué corro hacia ti?» «¿por qué te echo tanto de menos?».

«¿Por qué...?».

Dolía un montón.

Dolía como una patada en el estómago.

Dolía como si alguien estuviera agarrándola por la garganta.

—Porque soy la mala. Es lo que se espera de mí —respondió Kristeva encogiéndose levemente de hombros. Estaba resignada. Era ella la que parecía minúscula.

No estaba bien.

Pero era la verdad.

—¿Sabes por qué vengo siempre aquí? —Kristeva no respondió, tampoco esperaba que lo hiciera. Irene se acercó hasta la lápida de la señora Gertrudis y pasó la mano por la piedra fría, notando las protuberancias por el paso del tiempo—. Porque nadie espera nada de mí, puedo ser yo misma y hablar hasta por los codos. Porque nadie me juzga.

«Porque no soy nadie aquí».

Pero eso no lo dijo en voz alta.

—Existen los diarios —murmuró Kristeva, sin burla. Sin nada.

—No es lo mismo. —Repasó con la yema de los dedos la fecha de defunción de la señora Gertrudis (19 de junio de 1913), se aferró a su epitafio para darse fuerzas («vivió igual que amó, con intensidad») y cerró los ojos, estaba a punto de hacer una estupidez, una del tamaño de una montaña—. Ella me escucha de verdad.

Kristeva no dijo nada, permaneció en silencio.

Esa tarde habían pasado muchísimas cosas, ninguna buena. Todo era diferente, pero no tenía que ser así allí. Nada tendría que cambiar en ese cementerio. Era su refugio, podría ser también el de Kristeva si las dos querían. Y ella quería. Muchísimo. Podían fingir allí, pretender que el mundo ahí afuera no existía. Que eran intocables. Que no estaban al borde de una guerra.

Que la fantasía era la realidad y la realidad solo una pesadilla.

Era lo que Irene deseaba más en ese instante y eso la desconcertaba.

¿Cómo había ocurrido...? ¿Qué había pasado para que todo cambiara tan rápido?

—¿Tregua? —dijo por fin.

—¿Qué? —se sorprendió Kristeva.

—Aquí no somos lo que el mundo espera de nosotras —dijo bajito, temiendo por un segundo estar cometiendo un error garrafal. Quizás así era. Pero los espíritus no se inmutaron, no aullaron con vientos y tormentas, tenía que ser una señal. «Vivir con intensidad»—. Solo nosotras dos.

—¿Y esas quiénes son?

Kristeva se recogió la falda y se sentó a su lado, rodilla con rodilla.

—Irene y Kristeva. —La miró, con una sonrisa tironeando de sus labios—. ¿Te parece poco?

Era suficiente.

Por lo menos para ella.

Kristeva se mordió el labio inferior, dejó que el pelo le cayera sobre el rostro, intentando ocultar el rubor de sus mejillas. No funcionó. Ella no se lo permitió, recogió un mechón de pelo y lo colocó detrás de la oreja. Era preciosa. Era su dolor de cabeza personal. Era lluvia en verano. Era chocolate caliente en invierno. Era todo menos su archienemiga.

Kristeva le sonrió y ella correspondió su sonrisa con la misma facilidad.

No obstante, no pudo ocultar el dolor que cruzó por su mirada. Podían fingir ser ellas mismas en el cementerio, dos chicas muy diferentes y parecidas al mismo tiempo; pero fuera de él, sin la protección de los espíritus, sin la señora Gertrudis para escucharlas, pertenecían a aquelarres enfrentados desde hacía siglos.

A bandos enemigos.

A una guerra que las condenaría para siempre.

Kristeva suspiró y se puso en pie.

—Estás herida, no puedo meterme contigo si te estás desangrando.

Irene casi se carcajeó. Era Kristeva de nuevo; la impertinente, la que disfrutaba molestando y la que necesitaba toda la atención del mundo.

Se llevó una mano a la frente, sin saber muy bien a qué herida se refería y cruzando los dedos para no haber ido por la calle desangrándose.

Era torpe, pero ¿tanto?

—Es solo un corte.

Era cierto, ni siquiera podía llamarse brecha.

Kristeva puso los ojos en blanco. O lo intentó.

—Anda, levántate, me pones nerviosa.

—Como desees... —se burló Irene, porque podía permitírselo, porque estaban otra vez en la misma línea, porque lo que había ahí fuera no importaba todavía. Kristeva ladeó el rostro y estrechó los ojos—. ¿Y qué se supone que vas a...?

Kristeva chasqueó los dedos e Irene sintió un cosquilleo en la frente.

—Y ahora viene mi parte favorita —ronroneó entre emocionada y divertida. Irene abrió la boca para preguntarle de qué estaba hablando, pero Kristeva la silenció al poner sus labios sobre su frente, donde hacía unos segundos había estado la herida. El beso no duró ni un segundo—. Ya está. Sin cicatriz.

Pero aun así desarmó a Irene.

—¿Por qué?

El beso no era necesario, no tenía propiedades curativas.

—Porque sí.

Estaban muy cerca, demasiado.

Dio un paso al frente, acortando aún más la distancia que las separaba.

No quería cerrar los ojos, ni mostrarse indefensa de ninguna manera. No quería que supiera el efecto que tenía en ella. Era devastador. Olía a flores salvajes, a tierra mojada y a libertad. No tenía sentido, pero, al mismo tiempo, tenía todo el sentido del mundo.

Era extraordinario.

Lo peor, Kristeva sabía muy bien qué hacía.

—Los besos son importantes para mí, ¿recuerdas? —susurró Irene. Kristeva asintió despacio, con el fantasma de una sonrisa en sus labios—. Tú eres importante para mí.

Era cierto, no entendía cómo había sucedido.

—No quise hacerte daño hoy —le confesó Kristeva.

—Lo sé.

No, no lo sabía.

Pero en ese instante lo tuvo claro, solo con perderse en la intensidad de su mirada, en la curva de su sonrisa y en la calidez de sus labios.

Lo entendió y lo aceptó.

Se estaba enamorando de ella y no le importaba.

.

.


Continue Reading

You'll Also Like

8.7K 1.3K 20
A Eva no tienen que contarle la historia: Ella lo ha vivido todo. Desde una pandemia global en su adolescencia, hasta el invierno nuclear del año 202...
221K 16.9K 33
Blair era la chica más popular del instituto, capitana de las porristas, rubia, hermosa y la persona más amable que llegaras a conocer. Ariel, en cam...
16.2K 2K 16
¿Mavra ha regresado? Dabria va a ser coronada como reina. ¿Dónde está el tan aclamado caballero que protege a la princesa? Dabria ha arriesgado su vi...
163K 14.8K 27
Alai es una actriz con sueños de grandeza pero con una carrera estancada, su agente le insiste en audicionar para una nueva película que podría ser e...