Decirte Adiós

By daina_danae

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Decide: Suplicar amor o decir adiós. * Para Sofía amar suponía entregarlo todo sin pensar en nada, seguir al... More

🎶 INTRODUCCIÓN 🎶
1. GRIS
2. NUNCA MÃS
3. POR SEGUNDA VEZ
4. CLARO DE LUNA
5. ALGO PENDIENTE
6. TRES SEMANAS
7. Ibiza o FORMENTERA
8. ADVERTENCIAS
10. DE DOS CARAS
11. HEY JUDE
12. DÉJALO FLUIR
13. UNA COPA
14. VOTO DE CONFIANZA
15. GRITO AL VIENTO
16. ACUERDO DE CONFYDENCIALIDAD
17. Primera vez cayendo
18. UNA TAZA DE TÉ

9. DECYDAMOS COMENZAR

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By daina_danae

Mi mente decide que es buen momento para tomar en cuenta todas las advertencias después de dos semanas, mientras paso el control de migraciones y seguridad en el aeropuerto. El proceso es igual al que se sigue viajando en una línea comercial, con la diferencia abismal de que aquí no tengo que esperar. Es mi segundo vuelo en avión privado y ya no sé si estoy emocionada por ir sola en un jet, o por las menos de tres horas que faltan para volverme a encontrar con Alexander, o por la mezcla de ambas cosas. Aunque nunca he tenido tics nerviosos tan notables, hoy los tengo porque no paro de dar saltitos pequeños ni de soltarme y recogerme el cabello.

«No te ilusiones más».

«Mi nieto no es afortunado en tener a alguien como tú. No se lo merece».

«Por todo lo que dure tu romance. Si dura, Claro».

«A tu carrera le has invertido más de veinte años y a ese romance menos de un mes. ¿en cuál se supone que debes creer?».

«Los futbolistas no se toman a nadie en serio»

Entiendo a Katia, porque ella no cree en los cuentos de hadas ni en los romances lindos, ni mucho menos en el amor. Y a mi madre, porque ve muchas noticias de farándula y siempre salen líos de futbolistas.

Pero no a su madre y a su abuela. La cara de Bárbara cuando se enteró que el chico del que le hablaba era su nieto fue todo un poema. "Que dios te proteja", me había dicho, antes de lanzarme una mirada cargada de compasión. No se alegró para nada, y casi me hace prometerle que me daría la oportunidad de conocer a alguien más. «Alexander es todo menos un príncipe azul», me había dicho Marisa cuando fui a tomar el té hace dos días. Pese a mis intentos, no lograba entender. Según la regla, los nietos son la adoración de los abuelos y la debilidad de las madres, sobre todo si son guapos y exitosos.

"A Marisa no le agradas, te lo ha de haber dicho por eso" –razonó una parte de mi mente.

"Pero a Bárbara sí, y tenía que haberte abrazado al saber que su nieto y tú estaban en algo. Estas son señales para que..." –intentó la otra, más pequeña y sin nada de apoyo.

"La gente suele equivocarse. Es entendible, teniendo en cuenta el poco tiempo que ha pasado. Pero va a funcionar porque los dos están enamorados y les van a callar la boca a todos".

Los dos estamos enamorados. Alexander ha dejado clarísimas sus ganas de verme al mandarme su avión, al mandarme mensajes diarios y al regalarme las camisetas. Y este encuentro va a ser el primer paso para construir algo bonito.

El avión despega en medio de cuestionamientos y malos presentimientos que una vez más, mi corazón decide minimizar con el recuerdo de sus ojos. Al parecer no lo suficiente, porque me invaden unas ganas repentinas de pedirle al piloto que vuelva a tierra. Una parte de mi cuerpo quiere seguir, pero la otra, más pequeña y pegada a las advertencias, intenta razonar.

Alguna vez mi madre me dijo que los malos presentimientos y la sensación de no estar completamente segura eran señales claras para dar un paso atrás. Lamentablemente, nunca me habló de lo que pasaba si el cuerpo estaba dividido en cuanto a decisiones y a seguridad; sobre lo que debería hacer en caso de que mi consciencia gritara algo y mi corazón todo lo contrario.

Antes solía poner las opciones en una balanza para analizarlas poco a poco, ahora la decisión parece tomarla mi corazón y la parte de mi mente cegada por la ilusión. Aún con mil preguntas rondando y un sabor agridulce, recuesto la cabeza en el respaldar del asiento y cierro los ojos. Quiero verlo.

"El corazón nunca se equivoca", me repito en las casi dos horas y media que dura el vuelo. No como, no miro por la ventana. Solo intento asimilar el cúmulo de emociones de mi pecho y los nervios.

Cansada de pensar sacudo la cabeza cuando el capitán anuncia el aterrizaje próspero y tal como me recomendó Alexander, miro por la ventana al mar de Irlanda. Las olas son como crestas blancas y toda la superficie brilla con el reflejo del sol. Me emociono como niña pequeña al ver la variedad de colores y la belleza de las costas, que contrasta con los barcos que navegan por el estuario de Mersey, que parece serpentear a través del inmenso paisaje que sobrevuelo. La tripulante va indicándome un poco más a cerca de los edificios que se ven como puntitos desde aquí. Las tres Gracias, impresionantes por su forma y arquitectura. Los muelles, donde hay pequeñas y grandes embarcaciones descansando.

Me arrepiento de no haber traído la vieja cámara de mi padre, pero agradezco en silencio al capitán en cuanto da media vuelta para volver a sobrevolar el mar porque ahora sí saco fotos con mi móvil. Creo que tardamos más de lo necesario en el aire y no digo nada. Me limito a disfrutar de las vistas y quedo sorprendida cuando después de un rato veo a lo lejos al estadio Anfield. Su forma ovalada, las gradas e incluso, parte de la cancha de juego principal.

–Esperamos que haya disfrutado el vuelo –la tripulante me alcanza la maleta ni bien pongo un pie fuera del avión.

Huele a mar, hay aire fresco y sonrío al cielo porque estoy en la tierra de los Beatles.  Mi corazón es consciente de ello. Los fuertes latidos que emite se mezclan con el ruido de los motores y las manos me tiemblan de repente. Estoy a nada de volver a verlo.

–Me ha encantado. Muchas gracias. La vista desde el aire es increíble.

–Pero visitar los muelles lo es mucho más. Ya verá. ¿La ayudo? –niego sonriente antes de subir al carrito que me espera a pocos metros.

–Muchas gracias.

–Disfrute mucho Liverpool –me dice antes de perderse por un pasillo.

–Buenos días, señorita Sofía. ¿Cómo está?

El hombre que conduce el carrito me regala una sonrisa amable que no tardo en corresponder mientras acomodo la maleta.

–Buenos días. ¿A dónde vamos?

–Al terminal principal, la están esperando.

Se me corta la respiración. ¿Alexander está aquí?

De inmediato miro mi reflejo en el espejo de adelante. La cola alta se me ha desordenado, así que opto por dejar que caiga por mi espalda y saco un ganchito de mi bolso de mano.

–¿De casualidad sabe si llegó ya el vuelo de Madrid?

–Permítame un minuto –descuelga el telefonillo–. ¿De qué aerolínea?

Espero un rato después de haberle entregado los datos hasta que vuelve a dejar el telefonillo para mirarme.

–Su aterrizaje está programado para las 11:30.

–Gracias.

Desganada, suelto un suspiro al ver que tendré que esperar más de una hora. Apenas ayer isa me contó que había conseguido un vuelo para hoy. ¡maldita suerte la suya! No todos los días salen aviones a Liverpool desde Madrid sin escala.

Estaba tan feliz haciendo planes para los tres días, que solo pude sonreír. Con falsedad, pues me había sentado bastante mal.
Pero ¿qué le iba a decir? Era mi mejor amiga y...
y estaba interrumpiendo algo que era solamente mío. También me estaba metiendo en problemas, claro. Porque ella no tenía entradas para el partido y todavía no se lo había contado a Alexander.

Siempre lo compartíamos todo. Quizá en otro momento sí me hubiese gustado hacer un viaje con ella a ver un partido, pero ahora no.

En el terminal principal me estaba esperando un hombre de mediana edad que no dudó en ayudarme a bajar ni en llevar mi maleta, antes de haberme entregado una botella de agua que recibí encantada.

–Bienvenida a Liverpool, señorita Romero...

–Gracias. Y puede llamarme Sofía, sin formalismos –me vio obligada a hablarle en inglés.

–Yo soy Tom –me extendió la mano–.  Trabajo para el señor Madrigal y ahora estoy para servirla a usted.

Me obligué a sonreír. Él no había venido.

Por una parte, genial, ya que no me sentía lista para verlo. Sin embargo, hubiese sido bonito que viniera por mí.

–Muchas gracias. ¿Dónde está él?

–En Melwood. Iremos luego. Por lo pronto ¿me permite? El auto nos está esperando.

–Tengo que esperar a mi amiga un rato. Su vuelo aterriza en...

–¿Amiga? el señor solo me dijo que venía usted.

–Sí, se animó a última hora y ya está en camino –miro mi reloj de mano–. Aterriza en una hora. ¿Podemos esperarla?

Nervioso, abre y cierra la boca un par de veces. Saca su móvil, lo revisa, lo vuelve a guardar y otra vez lo saca.

–Si quiere, podemos volver –me dice por fin–. Vamos a que se instale, coma algo y aliste sus cosas, porque estará fuera toda la tarde.

–¿Estaremos a tiempo para recogerla?

–Sí, téngalo por seguro –me guía amablemente hasta la salida–. Solo una cosa ¿su amiga se quedará con usted?

–Sí. Hemos reservado en el mismo hotel.

–¿Hotel? –se detiene y lo hago también.

–¡Claro! Me voy a quedar por un par de días.

–Ya, pero el señor no me habló de ningún hotel.

–¿Cómo? ¿A dónde me iba a llevar, entonces?

–¿Al Pent-house? –duda.

Nos miramos sin saber qué decir. Él con confusión, yo con nerviosismo e incertidumbre.

Quedarme en su casa es un abuso. Ya ha hecho mucho prestándome el jet y mandando a alguien a por mí. Aprieto mi bolsa con fuerza, buscando minimizar el impacto de mis latidos y los pensamientos contrarios. Surgen nuevas advertencias, más preguntas, otro mal presentimiento y no sé qué hacer.

Vamos, acepté venir a verlo hace tres semanas sabiendo que el roce de labios en el aeropuerto de Praga nos había dejado algo pendiente. Él lo decía sin problemas, es más, lo dejó entrever en una de sus entrevistas. No voy a negarlo. A mi cuerpo le encantaba la idea, a mi corazón, a punto de explotar de emoción también; y si estoy aquí evidentemente no es solo para verle jugar. Es porque quiero cumplir esa promesa explícita. Es porque muero por seguir escribiendo una historia a su lado.

Es verdad que me imaginé una historia de amor distinta. Sin futbolista, sin guapos egocéntricos, sin arrogancia. No sé, el príncipe azul tenía que ser distinto y nuestros encuentros también. Conocernos mucho, pero mucho tiempo; tener un primer beso bajo la lluvia o en un paseo por la gran vía; que me pida ser su novia en una cena romántica con la luna de fondo y luego esperar un poco más para acostarnos.

Joder ¿acostarnos?
¡sí! ¡eso mismo! Porque a eso también había venido, y en todas nuestras conversaciones por WhatsApp y llamadas siempre había algo que lo dejaba claro. Esa cosa pendiente, que, en efecto, era mucho más que un beso completo.

"Después del partido tengo algo para nosotros. ¿Adivina cómo vamos a celebrar el triunfo?"

"Muero por escucharte susurrar mi nombre".

"La mejor música no se toca con los dedos, muñeca".

Una parte de mi mente me recuerda que somos adultos, que sabemos lo que queremos y lo que hacemos. También se esfuerza por hacerme entender que no necesariamente tiene que pasar, porque todavía nos faltan sumar momentos juntos.

Pero, de todas formas, desde un principio supe que podía pasar. Y una parte de mí muere porque pase.

Convenzo a Tom para que me lleve al hotel, y aunque me dice que Alexander no se lo va a perdonar, le prometo explicarle todo cuando nos veamos. No es Sofía Romero quien se demora más de lo necesario viendo que ponerse, arreglándose el cabello y maquillándose; ni para los festivales me demoro tanto. En el espejo me veo diferente y una parte de mi mente, reticente a los nuevos cambios, se incomoda, pero poco o nada importa porque la mujer que me sonríe de vuelta se ve completamente enamorada y llena de ilusiones.

"No te ilusiones más", me golpea la voz de Marisa mientras armo un bolso pequeño con todo lo que necesito. Guardo una paleta de sombras, un cepillo de cabello, la camiseta, un paquete de galletas de Bárbara. No sabe que estoy aquí, sin embargo, me las ingenié para pedirle que las preparara y las tuviera listas esta mañana. No se hizo problemas, y a las seis empunto pasé a recogerlas.

Lista, bajo a la cafetería a por un jugo y unas tostadas que como en el camino de vuelta al aeropuerto. Según Tom el avión ya aterrizó y los pasajeros están buscando sus maletas cuando llegamos, así que vamos a buscarla juntos y no tardamos en encontrarla. El que no venga mucha gente a Liverpool desde Madrid un domingo ayuda, al igual que ver a la mujer que arrastra dos maletas grandes como si se fuese a quedar dos meses.

–¿A qué hora te cambiaste? –me dice luego del abrazo.

–A mí me fue excelente en el vuelo ¿a ti, ¿qué tal?

–¡Mal! Pero ya a Madrid vuelvo contigo –¿perdona? Pienso y niego con la cabeza–. ¿Dónde te cambiaste?

–Fui al hotel. Es que llegué hace una hora y media.

–Bueno, tendremos que ir otra vez. Yo no pienso conocer al amor de mi vida así. ¿Y este quién es? –señala a Tom, que la mira contrariado.

–Isa, te presento a Tom. Tom, ella es Isabella, mi mejor amiga.

–Mucho gusto, señorita. A sus órdenes.

–¿Lo mandó Alexander para acompañarnos?

«¿Acompañarnos? Eso suena a mucha gente y solo ha venido a por mí»

–Sí. Estará con nosotras todo el día.

–¡Genial! Llévanos al hotel que tengo que arreglarme –deja sus maletas–. ¿me ayudas, por favor?

–Señorita Sofía, el entrenamiento es a las 12:30 y me pidió que estuviera ahí 15 minutos antes. Si vamos al hotel no llegaremos a tiempo.

–¡Que se espere! Ya esperó por ver a mi amiga tres semanas y un par de minutos más no le va mal.

–El señor ya planeó las cosas y si no la llevo a la hora sí que me meteré en problemas –me mira–. Si quiere puedo dejarla primero a usted y luego mando a alguien a que lleve a su amiga al hotel.

–Eso está perfecto –le sonrío–. Ya nos alcanza después.

–¡No! Sof, yo aquí no conozco a nadie. Tengo que ir contigo.

–El entrenamiento es a puerta cerrada.

–¡Eso no importa! Sofía le va a hablar a Alexander y él lo solucionará.

–¿Entonces, señorita Sofía? –ignora a mi amiga.

–Llévame al campo de entrenamiento y por favor, luego ayuda a isa a que se vaya al hotel. Yo intentaré ver si consigo que ingreses mientras tanto.

–Está...

–Mejor me voy contigo, Sof. Me arreglaré en el auto.

Isabella es terca por naturaleza y no me quiero arruinar el viaje intentando hacerle entrar en razón. Ni yo contaba con su compañía, ni Tom con que también tendría que acompañarla, ni Alexander con que vendría. Cansada, le regalo una mirada de disculpa a mi guía y me encamino hacia la salida, todavía nerviosa. Cada vez falta menos.

Cuando subimos al auto, hago que Tom me hable un poquito más de la ciudad. Va mostrándome los lugares más emblemáticos que quedan de camino y me cuenta un poco más de su vida. Es de Irlanda, pero llegó a trabajar a una tienda de artesanías hace más de 25 años. Conoció a su esposa, se casaron y el resto ya es historia. Dice que el amor te hace hacer cosas impensables y hasta entonces no sabía cuánta razón tenía. Pese a mis intentos, no me dice nada sobre Alexander y termino hablándole de mi trabajo.

Miro de reojo a isa, que refunfuña haciendo malabares para sostener su espejo y maquillarse a la vez. Se riza las pestañas y no puedo evitar pensar que hace un rato yo también estaba haciendo lo mismo, me delineé las cejas e hice una combinación de sombras que le da mayor amplitud a mi mirada. Dejo de prestarle atención a mi amiga para reparar mi imagen en el vidrio. No es Sofía romero que odia el fútbol, es la pianista que está creyendo sin miedo en los cuentos de hadas, en los príncipes azules difíciles y en las princesas de Disney; porque cree ser una de ellas.

Las barreras de seguridad se abren ni bien sienten la aproximación del auto. A diferencia de la Moraleja, no espero a nadie ni le entrego documentación a los guardias. Nos adentramos de frente por el pequeño camino hasta llegar al estacionamiento. Tom me ayuda a bajar del auto y suelto un suspiro conforme.

Me encanta el aire fresco, la energía positiva que desprende el estar rodeada de naturaleza y silencio. El canto del medio día de los pájaros se asemeja a una melodía dulce de piano, que me ayuda a canalizar las emociones acumuladas al centro de mi pecho.

Isa fue la encargada de dar el primer paso que nos acercaría al estadio de entrenamiento de los rojos, yo solo le seguí, disfrutando de la calma que producía estar rodeada de lo natural.

–Bienvenida a Melwood, señorita Sofía. Permítame avisar que ya estamos aquí.

–Muchas gracias –seguí con la mirada a mi amiga.

El campo de entrenamiento era sorprendente. Me vi rodeada por los coches de los jugadores como si de una colección de autos se tratara. Luego, observé al lado derecho lo que parecía ser el edificio principal y al frente, una gran muralla que dejaba a la vista los campos de entrenamiento. Tras inspeccionar el lugar con una emoción que solo experimentaba al tocar, volví la vista a mi amiga que se balanceaba de un lado a otro.

Me sentía pequeña en un lugar tan grande como este, entre los muros de seguridad, el eco de alguien dando indicaciones y pasos apresurados a lo lejos.

–me hago novia de un jugador sin pensarlo 2 veces –comenta Isa, señalando el aparcamiento–. Así venda toda la colección de labiales de esta temporada no me alcanza para comprarme un Ferrari como ese.

–Si te enamoras, bien. Porque una relación sin amor no funciona.

–Yo estoy enamorada de Davide, pero ¿qué importa el amor cuando puedes darte lujos inimaginables con todo el dinero que ganan?

–No puedes ser feliz sin amor.

–Hay, Sofía –pone una mano en mi hombro antes de acercarse un poco más–. Entonces tú vas a ser inmensamente feliz ¿no crees? Estás enamorada del Alexander, y según tengo entendido, él es el que más gana. Siendo su novia vas a tener el mundo a tus pies –susurra lo último.

Muevo la mano desorientada, estresada y confundida. Yo no quiero tener "el mundo a mis pies", quiero estar con alguien que me ame y que me saque una sonrisa con tan solo escuchar su voz. Quiero a alguien que me baje las estrellas con una sonrisa, eso es suficiente.

–Señorita Sofía –Tom y la mujer que se detiene a mi lado me impiden responder–. Ella es Meghan, la encargada de acompañarla a partir de aquí. Estaré cerca por si se le ofrece algo.

–¡Buenas tardes, señorita! Es un honor tenerla aquí.

–para mí es un honor estar aquí –le recibo la mano–. Hola, por cierto.

–El entrenamiento está por comenzar, hoy solo durará una hora por el partido de esta tarde. ¿quiere que le dé un recorrido o vamos a verlo?

–Vamos a verlo. El recorrido se lo darán después –responde isa.

–Perdón, señorita. Pero ¿ella es...? –intercala miradas en un gesto claro de confusión.

–Isabella Brown, mucho gusto –se presenta–. Amiga de Sofía.

–Tenía entendido que venía sola –le susurra a Tom.

–Fue una invitada de última hora. ¿Habría algún problema? –hablo al ver la mandíbula tensa de Tom.

–Tengo que consultarlo –me dice, levantando el móvil–. Lo lamento, pero el entrenamiento es a puerta cerrada y Alexander solo sacó un permiso.

El rostro de Meghan cambia tras colgar la llamada, luce tensa, pero intenta disimular con una sonrisa amable. Nos pide esperar unos minutos que aprovecha para iniciar una conversación de lo más entretenida con mi guía a la que no tardo en incluirme. Mientras les hablo de lo mucho que me gusta el clima, algo en su expresión parece relajarse, como si lo estuviese esperando desde que llegó. Mi amiga, sin embargo, permanece a un lado observando a todos los autos con detenimiento.

Nuestra conversación de climas se ve interrumpida por los pasos y las voces firmes a lo lejos, una de las cuales, por supuesto, me resulta conocida y me pone en alerta total. Mi corazón late fuerte, mis piernas tiemblan y la garganta se me seca.

«Alexander» insiste mi mente en cuanto el olor amaderado comienza a colarse por mis fosas nasales.

–¿No me digas que...? –comienza Isa.

Como si de un imán se tratase, mis pies temblorosos se apresuran por acortar la distancia para llegar a él. Nadie se mete, y creo escuchar de fondo los dramas de mi amiga. pero nada importa cuando sus manos firmes se posan en mi cintura y su presencia me envuelve en una burbuja.

–¿Has soñado conmigo, hermosura? –es su saludo.

El aliento cálido golpeando en mi rostro me deja sin palabras, mientras que una corriente eléctrica baja por toda mi columna vertebral. Los dos actuamos rápido eliminando los centímetros que nos mantenían alejados y me paro de puntillas al mismo tiempo que él lleva una de sus manos a mi nuca para estrellar nuestras bocas.

De mis labios se escapó un suave jadeo que estaba en el medio exacto de la sorpresa y el placer. Pero no le alejé. Es más, subí mis manos hasta enredarlas sobre su nuca, entre el cabello castaño que la cubría. Me urgía hacer del contacto algo más íntimo.

Su lengua se encontró con la mía para darle inicio a un baile frenético, el sabor que desprendía me estaba volviendo loca. Llegó un punto en el que ya no sabía quién sometía a quien. Era un beso demandante, caliente y hasta excitante.

Nos separamos a falta de aire y, en seguida, sentí como mis mejillas se tornaban rojas. Agaché la cabeza, avergonzada. Tenía los labios hinchados, mi respiración agitada se mezclaba con los latidos acelerados que no iban a darme tregua. Lo que había sentido al tener sus labios devorando los míos me tomó desprevenida y me gustó a partes iguales.

Y esta, sin duda, se suma a una de nuestras primeras veces.

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