Detrás De Cámaras ©

Par EternalMls

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(+18) El regreso de Bastian Derking a la ciudad de San Diego, luego de unos extensos quince años, descolocó a... Plus

Nota importante
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Par EternalMls

Parte 1/2

Inspeccioné mi disfraz una última vez antes de abrir la puerta de entrada. Bastian se hallaba afuera esperándome dentro de su Nissan oscuro para poder acudir a tiempo a la gran fiesta de cumpleaños de Bart. Lo sabía por como las luces de su coche se embutían por debajo de la puerta de ingreso, y mis nervios se acrecentaban a pasos descomunales.

La última vez que lo vi fue el día de la grabación del hotel, y luego, tras su repentino llamado donde me descubrieron nadando en su piscina y que, hasta hoy, jamás supe cómo me había pillado en su propiedad, intuía que si lo volvía a ver no controlaría mi sistema cavernoso.

Él había sembrado un deseo que crecía cada vez que recordaba su nombre, y cuando le había comunicado por mensaje que quería ser castigada por no enviarle mensajes, no estaba bromeando; realmente buscaba la manera de que volviera a su hogar y estuviera conmigo un poco más de tiempo, y no perdido en el horizonte donde su paradero era un misterio sin resolver.

– Por suerte te hice regresar – murmuré con una sonrisa alegre en mi rostro, porque estaba feliz por volver a verlo.

Mi reflejo en el gran ventanal de la sala de estar esparcía mi figura tras la penumbra del jardín delantero, consiguiendo distinguir con precisión el vestido de seda roja que él me había regalado hace un par de días atrás.

Aquel día que recibí su obsequio, no contuve mis deseos y me probé el vestido. Mis mejillas se ruborizaron al notar como su costura delineaba la curvatura de mi cintura, transitando mis piernas y deteniéndose al filo de que mi trasero sea expuesto. La tela fina y fría enseñaba la sutileza de mi abdomen y la voluptuosidad de mis pechos, como si solo pudiera utilizarlo como un pijama erótico.

Cuando me observé en el espejo, en lo único que conseguía pensar era en Bastian escogiendo el vestido indicado que haría relucir mi piel, y al especular en que él me había imaginado modelando el vestido solo para su exclusividad, un ardor me recorrió el abdomen hasta concluir en mi entrepierna.

Me lo había puesto esta noche, y lo había decorado con accesorios distintivos en color dorado, algunos lazos de cuero que recorrían mi cintura y envolvían el contorno de mis pechos hasta concluir en mi dorso, y una larga espada de plástico que tendía de mi cadera para conseguir camuflar la prenda y convertirla en un disfraz de pirata momentáneo.

Ubicando un gran sombrero pirata carmesí que había adquirido en un cotillón sobre mi cabeza, procurando que mi delgado mechón de cabello blanco se exhibiera y contrastara con el maquillaje exótico y provocativo que adornaba mis facciones, inhalé con aprieto por mis fosas nasales.

Con la decoración excesiva se hallaba su regalo, y confiaba en que él no se daría cuenta de que lo usaría esta noche, pese a que me había dejado claro que quería ver como lucia la tela rojiza solo en su presencia.

No se daría cuenta, ¿verdad?

De igual forma no me importaba. Era un regalo, y lo usaría cuando quisiera.

Al mismo tiempo, recordando lo mucho que él aborrecía el color verde, sonreí con picardía al reacomodar una delicada flor artificial de esa tonalidad decorando la tira de mi vestido y contrastando con la armonía de mi disfraz. Quería ver su rostro cuando la notara y descubrir lo que podía ocasionar en su sistema al quebrantar sus propias normas.

Algo me decía que solo era un simple capricho, pero quería corroborarlo con mis propios ojos porque, luego de tantas advertencias, sentía curiosidad por descubrir lo que haría.

Tomé mi pequeño bolso oscuro e inspeccioné con rapidez los mensajes que inundaban mi casilla de correos.

Bart me había comunicado que nos esperaría con ansias en la fiesta, que quería volver a ver a mi vecino para tener un actor del entretenimiento adulto circulando entre universitarios hormonales y que no me preocupara por el pastel con decoraciones de ¨Batman¨ que le había regalado y entregado por la mañana porque, según sus palabras, lo guardaría muy bien en la nevera y no dejaría que nadie lo devorara antes de soplar las velas.

Además, le había dejado muy en claro mi enfado, aunque fingido, por escrito. Él iría disfrazado de Batman, representando su apodo con orgullo y olvidándose por completo de que ambos iríamos a juego como lo habíamos planeado con anticipación.

Bueno, ya contaba dos disfraces a juego perdidos para lucir en la fiesta.

Ahora solo quedaba descubrir que disfraz había elegido Bastian para esta noche. Diablos, ¿qué personaje había elegido? ¿Acaso se mostraría públicamente ante tantos jóvenes?

No lo sabía, y me moría de curiosidad por descubrirlo.

A causa de la ausencia de mi padre por tener horario de trabajo nocturno esta semana, apagué las luces internas dejando solo encendía la del salón principal, recordando que le había notificado que volvería de seguro muy tarde por el cumpleaños de Bart.

La madera de la puerta de entrada resonó, y sabía quién se hallaba atravesando el umbral y apurando mi salida.

– ¿Estas impaciente? – bromeé cuando guardé mi teléfono móvil en la cartera y abrí la puerta.

– ¿Impaciente por verte? Si, lo estoy.

La luz externa que iluminaba el pórtico alumbró su figura, dibujando el contorno de sus facciones duras como diamantes hasta recorrer cada sector recóndito de su cuerpo y concluir en la cumbre de sus zapatos, originando una laguna de sombras tras su contextura física.

Solté todo el aire que contenían mis pulmones al verlo luego de tantos días padeciendo su ausencia, y mi alma abandonó mi cuerpo dejando que mis piernas de volvieran de gelatina. Cada pequeño poro de mi cuerpo me electrizó y acaloró, intentando que reaccionara ante su presencia anunciada. Y necesitando remojar mis labios barnizados, aspiré la brisa externa.

Bastian lucía una chaqueta café de cuero sintético, enseñándome su playera con líneas horizontales y colores neutros combinado con el resto de su ropaje que hacía relucir su musculatura al igual que su gran contextura física. Su rostro se hallaba oculto tras una fina capa de pintura oscura que ocultaba sus rasgos característicos, siendo un completo desconocido para cualquier persona que lo observara a los ojos, salvo por mí.

Pero, por más que lo observara fijamente, no deducía cuál era su disfraz. Aunque había algo que repercutía en mi memoria y no podía decir que. Quizás solo quiso ocultar su rostro bajo una calavera para que nadie lo molestara y listo.

Cerré la puerta tras mi dorso, frunciendo el ceño al fijar mi atención en su chaqueta ubicada a la perfección sobre sus hombros, sabiendo que nos hallábamos a tan solo días del verano y hace solo segundos, dentro de mi hogar, el calor inundaba el interior.

No obstante, cuando la brisa gélida rozó mis extremidades descubiertas, tirité comprendiendo su vestimenta. El cielo pronosticaba una noche lluviosa y fría, y rogaba que Bart realizara la fiesta en un sector recluido.

Pensé por un segundo efímero en ingresar una vez más y buscar un abrigo, pero renuncié a la necesidad por perderme en él.

Giré sobre mi eje, pretendiendo empotrar las llaves de la entrada en la cerradura e intentando que mi nerviosismo declinara por verlo luego de tantos días rogando por su aparición. Tragué saliva ansiando que su presencia, y sus palabras, no removieran mis emociones como de costumbre, pero su aroma viril y el cual reconocía con facilidad se incrustaba en mis fosas nasales, y mis mejillas se acaloraban al instante.

Mierda, no quería ser tan obvia, pero no me había dado cuenta de lo mucho que lo había estado necesitando estos últimos días.

– Que extraño, creí que ya me habías visto nadando en tu piscina.

Comenté sarcástica, pretendiendo que al entonar mi respuesta entre risas mi sistema retornara a la normalidad, pero me resultaba tan difícil como desvanecerme ante sus ojos. Sin embargo, procurando que la puerta estuviera cerrada, volteé con bravura y lo divisé.

Sus ojos oscuros y prometedores se descarriaron del maquillaje creativo que decoraba mis facciones para deslizarse por mi piel hasta incrustarse en el inicio de mis pechos y transitar los objetos dorados que decoraban mi cuerpo. El filo de su lengua acarició su labio, y torné a vibrar.

Tragué grueso, pero me mantuve firme.

Seguía alterada con Bastian por haberme visto nadar desnuda, aunque no me molestaba que solo él fuera el que me haya visto y no cualquier otro vecino chismoso. Aun desconocía si estaba observándome entre las sombras y huyó de mí al instante en que cortó la llamada o si tiene cámaras instaladas en su hogar, pero aún más enfadada estaba conmigo misma por haberme dejado llevar por el calor y haber sido tan descuidada.

– No me bastó con solo verte invadir mi piscina – arrugó su nariz con sátira – y quería verte disfrazada de pirata, tal y como lo dijiste por llamada – se aproximó, cruzándose de brazos con una sonrisa presumida.

Mordí el interior de mi labio, elevando mi rostro a causa de su conmensurada altura.

– ¿Y tú de que se supone que te disfrazaste? – ladeé mi rostro, inspeccionando los trazos cadavéricos que se hallaban dibujados en su rostro.

– ¿No es evidente?

Da otro paso, ocupando mi espacio personal y su aroma amaderado y avainillado se impregnó en mi olfato. A él le encantaba notar el nerviosismo que florecía en mis poros a causa de su malignidad, y yo no conseguía ocultarlo por mucho que lo intentara, aun menos luego de catar con mis propios labios el modo en que se desenvolvía con mi cuerpo en su mundo repleto de crepúsculos lascivos.

– ¿Un muerto? – arqueé una ceja, dubitativa, intentando centrarme en sus palabras y no en mis pensamientos.

Bastian se echó a reír y negó.

– Soy Tate.

– ¿Tate?

Asintió y esperó a que dedujera a quien representaba. Pero, al notarme confundida, agregó:

– Voy disfrazado de Tate Langdon.

Confesó, e hice revolotear mis pestañas postizas intactas. Me divisaba solazado, esbozando una sonrisa petulante que pretendía descifrar mis pensamientos internos, y una carcajada retumbó en mi garganta.

Claro que reconocía a Tate Langdon. Quien haya visto América Horror History lo recuerda como uno de los personajes más icónicos e importantes de la primera temporada, y pese a que no recordaba con exactitud su vestuario, reconocía la calavera dibujada en su rostro en una de las escenas más recordadas hasta el día de la fecha.

Pero, aunque se haya disfrazado de aquel personaje, salvo por su cabello color oro que destellaba bajo la luz externa artificial y su piel cremosa que hacía resplandecer el maquillaje, no le veía similitud alguna.

Le hice un recorrido lento por su vestimenta, y Bastian frunció su entrecejo irresoluto.

– Con que Tate Langdon, ¿eh? – reí, y comprimió sus labios.

– Si quieres puedes decirme el chisme y nos reímos los dos – desafió jocoso.

– Es que tu maquillaje es terrible.

Confesé, y ahogó una risa.

– Por un momento creí que eras la única chica que en su adolescencia no se ha visto la serie y no se ha enamorado de él como cualquier ser humano.

Sonrió ufano, y por un instante pude ver el personaje transitando sus facciones.

—Claro que lo conozco y que vi la serie—reconocí dejándome llevar por su sonrisa—. Pero no pensé que te disfrazarías de él. No esta noche – me encogí de hombros.

– ¿Por qué? – inquirió.

–Pensé que... no se... te disfrazarías de otra cosa.

– De pirata, ¿quizás?

El destello de sus ojos delineados oscurecía aún más su mirada, envolviéndome en su aura misteriosa e intimidante, y al no tener vía de escape, asentí.

Cuando le confesé que iría de pirata, e intuyendo que Bart usaría otra vestimenta, creí que él podría ser mi compañero de disfraces, además de acompañarme en la fiesta.

Pero, aunque mis ojos rebasaban contrariedad, creía entender por qué quería mantener su rostro en el anonimato.

– Me hubiera encantado ser tu Jack Sparrow o tu Monkey D. Luffy hoy, pero este disfraz era más adecuado para mí – empinó su mano, y su índice se deslizó por mi hombro al descubierto con suavidad, como si deseara registrar la textura de mi dermis en su memoria.

– ¿Es para ocultarte? – mi cuerpo se acaloraba al sentir su tacto en mi piel.

– Exacto —se apartó con una sonrisa presuntuosa, examinando el sombrero de pirata carmesí y decorado con plumas artificiales descansando en mi coronilla—. Así nadie me molestará mientras estoy contigo. Además, este disfraz me queda genial porque, según dicen, soy igualito.

– ¿Igualito?

Reí, desplazándome por el porche hasta rozar los peldaños de la madera.

– Muchas personas me han dicho que me parezco un poco a Evan Peters – se cruzó de brazos, y solté una carcajada.

– ¿Quién te mintió de esa forma? – entoné entre risas.

– Las – se aproximó y elevó sus dedos en dirección a su rostro – ciento noventa y tres personas que me han visto por ahí.

La risa estalló entre mis mejillas haciéndome balancear, y envolví con ambas manos mi abdomen.

– En otro universo, tal vez – afirmé recobrando la postura.

– ¿En otro universo o ante tus ojos?

Entornó su mirada queriendo enseñarme una sonrisa taimada, no obstante, la lobreguez de sus ojos incineró sus facciones. Sus pupilas se ampliaron y su mandíbula danzó bajo su piel cuando detectó la delicada flor verde que descansaba en la tira de mi vestido, y no me contuve en enseñarle una sonrisa retadora y con falsa inocencia.

– Por fin lo notaste – pensé.

Su rostro calmo iniciaba a transformarse con la compañía de los segundos que marcaban su reloj de mano. Observaba como escrutaba los pétalos artificiales complimiento su mandíbula y por más que evitaba mi miramiento, notaba gracias a la luz ambarina y artificial como el brillo de su iris se desvanecía de sus globos oculares.

<< Vamos, muéstrame lo que harás >>

– En realidad – hablé, atrayendo su irracional atención y rozando mis dedos por los breteles de mi vestido, casi al borde de acariciar la flor artificial. Mierda, no sé qué me ocurría, pero ahora que lo tenía delante de mis ojos quería despertar su lado ininteligible, aquel que tanto deseaba por las noches –, te me haces parecido a otra persona – descendí por las escaleras y observé como su sombra me seguía el paso con meticulosidad –. O, mejor dicho, a un personaje.

– ¿A quién? – Indagó inflexible, y una sonrisa juguetona se iluminó en mi rostro.

– A León S. Kennedy.

Nombré, y cuando roté sobre mi eje, la proximidad de su conmensurado cuerpo me sobresaltó. La luminiscencia del pórtico enmarcaba su figura, realizando un contraste inconmovible y sus ojos tan oscuros como la noche me limitaban desde su altura.

– ¿El de Resident evil 4?

– Ese mismo.

–Eres la única persona que me ha dicho eso –entonó apático, y me divisaba circunspecto mientras recorría la sonrisa que se dibujaba en mis comisuras.

– Me alegra ser la primera – me aproximé, deseando notar sus reacciones aún más de cerca.

Estaba disfrutando mucho ver el enfado crecer en sus rasgos faciales.

– Creo que serás la primera y última persona en decirlo.

Comentó inexorable. Sin embargo, cuando esbozó una sonrisa lobuna que se expandió por sus mejillas, un pequeño escalofrió me recorrió de la punta de los pies hasta hacer vibrar mi cráneo. Me había tomado desprevenida, petrificando mis articulaciones e inhibiendo que mis cuerdas vocales vibraran dentro de mi cuerpo, sintiendo que estaba despertando aquello que tanto quería volver a ver.

Dio un paso lánguido, rozando la cremallera de su chaqueta de cuero con mi pecho, y soltó:

– Así como será la primera y última vez que te vea usando algo de este color.

Determinó punzante, y con un movimiento rápido sus dedos se deshicieron del accesorio, arrancándolo de mi ropa y exponiendo la piel que se hallaba bajo la tela, a tan solo milímetros de que se exhibiera la aréola de mi pecho sin sostén, haciéndolo caer a sus pies. Contuve la respiración al ser testigo de su osadía, y mis ojos chispearon.

– Me gustaba cómo me quedaba el verde – comenté con atrevimiento. Además, estaba mintiendo. Ese color quedaba horrible con mi disfraz.

– A mi no.

– No recuerdo que te haya preguntado.

– Te ahorré la pregunta.

Bramó, y la imprudencia poseyó la totalidad de mi mente.

– Ahora esta mojado – actué, delimitando la flor artificial descansando sobre el césped podado y empapado –. Quizás busque otra cosa para ponerme.

Rocé con mi dedo el bretel de mi vestido que caía sobre mi brazo, y tracé un recorrido por la piel de mis pechos que comenzaban a exhibirse ante sus ojos.

– No me hagas enfadar, Deva.

– Me pondré algo que te haga enfadar aún más de lo que ya estas – reté intrépida volviendo a reacomodar mi vestuario, y él carraspeó su garganta.

– ¿Te vas a disfrazar de Shrek o qué?

Su sarcasmo se camuflaba detrás de su indiscutible irritación, y por más que me haya lapidado con su pregunta, me atreví a fundir nuestros torsos para divisarlo fijamente.

– No me provoques, porque puedo hacerlo.

Insinué, y al notar como su nuez de Adán bailaba en su garganta, sabía que estaba llegando a su punto culmine.

Sonrió airado, enseñándome su dentadura perfecta, y cuando sus dedos se deslizaron sin pudor por mi cuello, calcinando mi carne, su pulgar e índice presionaron mi piel con cuidado.

Su aroma mentolado rozaba mi acalorada dermis, y un inusitado ardor en mi entrepierna comenzó a suplicar su nombre.

– Desde hace días que estás desafiándome, zorrillo – informó recio, arrimando sus labios a los míos –. Y yo no pienso dejar que sigas saliéndote con la tuya.

– ¿Y qué harás al respecto? – desafié, avivando la fogosidad que palpitaba en mis extremidades.

Sus dedos empinaron mi rostro con suma destreza, consiguiendo que mis pupilas dilatadas enfoquen la lobreguez que cercaba su aura eclipsada, y sintiendo como mis labios se agrietaban, mi corazón apresuró su palpitar.

– Si sigues así, terminarás descubriéndolo – advirtió inexorable, y con un movimiento calculado y meticuloso, rotó mi cuerpo en dirección al pavimento –. Ahora súbete al puto auto, deja de provocarme y vámonos de una vez a la fiesta antes de abra la puerta de mi casa de un portazo y te lleve a mi cama.

Inhaló con profundidad, vibrando a causa de reprimir sus emociones desadormecidas, y exhaló todo el aire que retenían sus pulmones. Me dedicó una mirada fulminante, una que me aseguraba que sí yo exclamaba una sola palabra más, él cumpliría con su palabra. Y por más que me veía tentada a hacerlo, Bastian tenía razón: debíamos ir a la fiesta de Bart.

A la vez, descubrió parte de mi interés, dejándome expuesta por completo, y pese a que me había acalorado con tan solo oír sus palabras, no estaba del todo satisfecha con mi descubrimiento.

Si se colocaba de ese modo con tan solo un objeto pequeño, ¿cómo sería si utilizara algo mucho más significativo?

Maldición, ahora necesitaba entender lo que exclamaban sus pensamientos más recónditos y exorbitantes que navegaban en las profundidades de su mente. Además, quería conocer el origen de su cruda desesperación por excluir aquella tonalidad y su total repudio.

Notando cómo su lengua rozaba su labio inferior y me dedicaba una sonrisa cómplice por encima del hombro, avancé detrás de él emitiendo una mueca jovial, una que expresaba que no pensaba detenerme con su advertencia, y al ingresar en su coche, noté una bolsa de regalo por encima del tablero oscuro.

– ¿Es para Bart?

– Si – respondió cuando posó su dorso en el asiento del conductor y cerró la puerta del piloto – No podía ir a la fiesta con las manos vacías, así que tomé un regalo del sex shop de la empresa.

Su voz calma encendió mi cuerpo, entonando con tanta normalidad el regalo escogido como si dentro de aquella bolsa de cartón colorida se hallaban unos simples caramelos masticables.

Dios mío, ¿qué había allí?

Encendió el coche y cuando se colocó en marcha, recosté mi cuerpo en el respaldo del asiento. No podía quitar mis ojos del regalo aun anónimo y mis labios se enjugaban por voluntad propia.

– Sex shop... – repetí –. Le va a encantar.

– Eso espero.

– ¿Qué es?

– Algo a lo que le dará uso – ironizó, observándome por el rabillo de su ojo.

– ¿Un consolador? – me atreví a preguntar. Mi voz resonó dentro del coche como un suspiro necesitado, atrayendo su atención con tanta facilidad que sonreí sin premeditarlo – Nunca usé uno de esos. ¿Como se usa?

Abrí mis piernas, dejando que la tela rojiza se esparciera por mi piel y expusiera mi dermis acalorada. Bastian dirigió sus ojos a mi entrepierna, y con una sonrisa insinuante, los dedos que envolvían el volante transitaron el interior de mis piernas.

– Si sigues provocándome de ese modo, usaré su regalo contigo.

Advirtió cerrando mis muslos, y solté una risa que envolvió su coche. Él me observó de soslayo, copiando mi risa pegajosa y negando ante mi actitud repentina, posó su atención en el camino.

Las cabañas aclamadas por la juventud actual y designada como ¨Zona Roja¨ se hallaban fuera de la urbe estrepitosa. Su localización era tan alejada y enclavada en la vegetación que las edificaciones solo se hacían presente luego de un largo viaje de media hora, pasando por el parque de diversiones abandonado y los hoteles transitorios, resultando en una ubicación ideal para realizar una fiesta descomunal y exitosa, cumpliendo las grandes expectativas de Bart.

Él solía hacer reuniones pequeñas en bares nocturnos con sus amigos más allegados, y algunas fiestas exorbitantes en ubicaciones ocultas del campus universitario donde, para su suerte, nunca había sido descubierto. Lastimosamente, en su dormitorio no podía realizar ninguna reunión por el simple hecho de no estar permitido, y al encontrarse en otra localidad alejado de su familia, debía buscar otras posibles soluciones. Mucho más cuando decía que quería una fiesta inolvidable para festejar sus veintitrés años.

Y que mejor lugar para bailar, beber alcohol, disfrutar de las piscinas e incluso drogarse que en las míticas cabañas ¨Zona Roja¨.

Muchos preferían aquel sitio alejado para gozar a lo grande y de diferentes maneras posibles. No por nada lo habían denominado con aquel nombre tan peculiar y acertado, y aunque temía por lo que pudiera descubrir más allá de la extensa fila de coches apilados a un lado de la calle interna, sentía curiosidad por descubrir lo que hallaría en el interior del complejo.

Descendimos, y notando como gracias al mal tiempo Bart había trasladado la fiesta al interior de una de las cabañas más grandes y desocupadas del complejo, y oyendo como el estruendoso sonido de la música se escurría por las rendijas de las ventanas cerradas, ingresamos a la fiesta.

El remolino de humo condensado realizaba una mixtura colorida bajo los rayos de las luces danzantes y al inhalarlo, el aroma a marihuana inundó mis pulmones al igual que se impregnaba en mi vestimenta. Tosí y cerré la puerta tras mi dorso al notar que las gotas de lluvia comenzaban a rozar mis zapatos, y Bastian se alojó a mi lado realizando un mohín de disgusto al aspirar la droga que se esparcía por los cuatro muros.

El espacio interno y en penumbras era amplio, con unos hermosos candelabros de madera que se encubrían bajo globos de helio y un gran salón que podía usarse libremente para realizar una fiesta de grandes magnitudes, pero no lo suficiente para recibir a tantos universitarios eufóricos y disfrazados. Algunos correteaban con bebidas alcohólicas, danzaban al ritmo de la música electrónica y sus disfraces se difuminaban en la oscuridad de la sala impidiendo que reconociera a quienes se hallaban enmascarados.

Por suerte y hasta el momento, nadie había descubierto la identidad de Bastian.

– ¿El cumpleañero esta por aquí? – inquirió por arriba de la música, balanceando el pequeño regalo entre sus dedos que golpeteaba contra mi cadera.

– Eso intento descubrir.

Me adentré en la aglomeración consciente de que Bastian seguía mis pasos, cerrando mis vías respiratorias para no aspirar la mescla insípida de alcohol y cigarros, y al llegar al otro extremo, aprovechando que la música se difuminaba con la distancia y las personas escaseaban a mí alrededor, volví a respirar con normalidad.

– ¿Dónde estás, Batman? – mascullé.

Observaba las escaleras colapsadas, el ingreso a la cocina que se hallaba a tan solo centímetros de mi nuevo paradero y los sofás atareados, pero no hallaba a Bart por ningún lado.

Estaba más que segura que se encontraba disfrutando de su fiesta a su modo en algún rincón inhóspito de la cabaña o deleitándose con las drogas ilegales que uno de sus amigos universitarios suele vender por las altas horas de la noche, y aunque no quería interrumpir su diversión, solo quería desearle lo mejor para esta noche.

Roté mi cuerpo, hallando los ojos de Bastian bajo las luces danzantes y encontrándome al filo de expresar mis pensamientos íntimos. Pero, en el momento que mis labios se distanciaron, mi voz se atoró en mi garganta.

Tras su conmensurado cuerpo, sin necesidad de movilizar mis piernas para que eludir a la multitud narcotizada, abrazado a dos muchachas disfrazadas de enfermeras y sosteniendo una botella de cerveza en su mano, Nicolás se encontraba observándome desde la distancia. Su enunciado disfraz de militar rudo (aunque de rudo no tenía nada) brillaba bajo las luces de neón, y sus ojos apagados y socarrones penetraban mi piel hasta calcinar mi carne, necesitando rasguñar mi cuerpo y escapar a otra dirección lo más rápido posible.

Ya no me causaba abatimiento verlo como antes, solo un mal sabor en el paladar y en mi vida, en la actualidad, era como una mosca verde: solo molestaba.

– ¿Te encuentras bien?

La voz de Bastian se oía lejana pese a que retumbaba por encima de la música estridente, y por más que pretendía centrarme en su cercanía y el modo en que se aproximaba con interés a mi cuerpo, mi atención se enclaustraba más allá de los sofás recubiertos.

Nicolás me escrutaba desde la distancia, centrándose en el inicio de mis pechos como si deseaba volver a deslizar sus dedos por mis poros dilatados, y suspiré con cansancio.

– Sí, claro que sí. Solo quiero cerveza – respondí con ligereza dedicándole una media sonrisa. Necesitaba una distracción rápida porque su presencia me causaba incomodidad.

– ¿Segura?

– Si, Bastian – insistí intercalando la mirada entre ambos – ¿Quieres algo de beber?

Quise retroceder y sostener su mano en el acto, pero sus pies se aglutinaron a la superficie, impidiendo que pudiera trasladarlo a otro sector. Mi respiración se estancó cuando sus globos oculares se descarriaron de mi rostro para perseguir la línea imaginaria de mis ojos hasta posarlos entre la multitud, encontrando solo universitarios danzando al ritmo de la melodía pegadiza que resonaba en los altavoces.

Pero, cuando halló a Nicolás camuflado entre la oscuridad de la sala observándome como si estuviera devorando mi vitalidad, su rostro endureció bajo su maquillaje macabro.

– ¿Quién es? – su voz gruesa y espesa me hizo estremecer.

– No es nadie – rodeé los ojos, impacientada. No valía la pena cuando lo único que quería en este momento era huir a otro lugar y bailar a su lado –. Quiero ir por unas cervezas...

Me dedicó una mirada efímera repleta de vacilaciones en el momento en que volví a jalar su brazo y cuando tornó a observarlo, una sonrisa satírica se dibujó en sus comisuras.

– ¿No es el mismo chico que estaba afuera de tu casa aquella noche y me pediste ayuda? – me observó una vez más, y mis extremidades dejaron de jalar su mano.

Nicolás, desde su paradero, detectó que me hallaba acompañada de un muchacho anónimo, y apretó sus dientes, colérico.

– Eh...– vacilé – ¿Eso importa? – eludí.

– Si.

Me vislumbró desde su altura, y una chispa saltó de sus ojos. Con la misma actitud con la que lo divisaba inició a observarme a mí, y no comprendía con exactitud lo que ocultaba tras su miramiento.

– Si, es el mismo chico – confesé rendida.

– ¿Es un idiota que está enamorado de ti o algo así? – Inquirió satírico, con la maldad que lo representaba y con la que me irritaba fácilmente. Pero en su voz se detectaba una mezcla punzante y reservada que no deseaba conocer la verdadera respuesta.

– ¿Enamorado? – Entoné virulenta – Creo que él jamás se ha enamorado. Y es mi exnovio – adicioné.

– ¿Tu exnovio?

Su mirada se incrementó, esclareciéndose las incertidumbres que le rondaban por su mente y aquella mirada incierta se intensificó, endureciendo todas sus facciones. El maquillaje oscuro que delineaba sus ojos combinaba con la tenebrosidad de su mirada, la misma que lo exterminaba a Nicolás desde la distancia, y al notar como su mandíbula crujió bajo su piel y me enseñó una sonrisa tensa en sus labios, entorné mis ojos.

¿Acaso estaba celoso?

– Si – reafirmé sin quitar mis ojos de sus facciones, y cuando asintió con tardía tornando a centrar su atención tras su dorso, sonrió irascible.

– Y aun así el hijo de puta se atrevió a buscarte – más que una pregunta, fue una afirmación –. Y ahora te mira.

Sesgué mi cabeza, escaneando su mirada embravecida ansiando camuflarse tras una falsa sonrisa para calmar su estado anímico, y no me contuve en manifestar una mueca entretenida.

– Tú lo dijiste: Nicolás es un idiota.

Me encogí de hombros, olvidándome por completo de la existencia de mi exnovio y el modo en que calcinaba con la mirada el cuerpo de Bastian por ser mi compañía esta noche, para centrarme en quien sonreía con falso agrado.

La música ambiental nos ceñía, invitándome a que moviera ligeramente mi cuerpo para atraer su atención, porque su actitud tornaba a dilatar mis poros y erizar mis vellos corporales.

– Por tu bien y el de ese imbécil, procura no volver a mencionar su nombre – me vislumbró, irritable, y su voz se profundizó.

– ¿Por qué?

– Porque el único nombre que deberías mencionar es el mío.

Dio un paso para ocupar mi espacio personal, y la atronadora sinfonía se desvaneció de mis oídos. Toda mi atención viajó a cada centímetro de su contextura física, vislumbrando como los colores destellantes recorrían sus facciones irritadas y me escudriñaba desde su irrefutable altura, como si pretendiera recluirme en sus brazos para que mi cuerpo se perdiera del rango de visión de Nicolás.

Entonces, cuando su mano rozó mi piel, el calor inundó mi cuerpo. Los sentimientos anteriores percibido en mi porche, al igual que los jugueteos, volvieron para embadurnarme y cegarme, necesitando volver a travesear con él hasta saciar la sed que palpitaba en mi interior.

– ¿Estas celoso, Bastian? – inquirí burlona, y él amplió sus ojos.

Inicié a menear mis caderas con lentitud al compás de la música, fingiendo que no me interesaba en lo más mínimo su reacción repentina, y elevando con cuidado el filo de mi vestido solo para que él pudiera detectar la carne que escondía bajo la tela, sus ojos se instalaron en mi entrepierna.

Su mirada aisló la saña para sucumbir a la tentación que le exhibía con tanta facilidad que no me contuve en sonreír con picardía.

– Eso quisieras, Zorrillo – rio por la nariz, incapaz de descarriar su mirada de mi cuerpo.

– Tienes razón – mis dedos acariciaron la tela carmesí hasta rozar los breteles del vestido –. ¿Cómo podrías estar celoso de mi exnovio? Aunque, claro, quizás ahora quiera volver a besarme como lo ha hecho cientos de veces.

Con solo pensarlo me causaba nauseas. Pero, usar a Nicolás a mi favor por primera vez no estaba tan mal.

Mierda, Bastian causaba que me resultara difícil mantener la cordura.

– Para eso estoy yo para impedirlo – moduló con severidad siguiendo el recorrido de mis dedos.

– Quizás me está mirando tanto para robarme unos minutos y que tú no puedas volver a verme el resto de la noche.

Jugué, porque me fascinaba cuando su rostro endurecía y se encendía el fulgor que calcinaba su interior.

Estaba más que claro que no cedería ante lo que Nicolás me pidiera ni ahora ni en mil años, pero a eso Bastian no lo sabía, y cuando mis palabras penetraron sus tímpanos, la oscuridad que lo envolvía me abrazó, derritiéndome ante sus exquisitas expresiones irascibles.

<< Vamos, muéstrame una vez más lo que puedes hacer conmigo.>>

– Tendrá que pasar por mí si quiere tenerte – decretó inclemente.

– Y cuando lo haga seguro querrá volver a besarme, y no solo en los labios.

Reté con una sonrisa que escondía mis suplicas, y su conmensurado cuerpo ocupo mi espacio personal.

– Detente, Deva.

– Quizás me toque todo el cuerpo, el mismo que tú marcaste – advertí bulliciosa.

– No me provoques – rumió.

– Y tal vez lo haga delante de ti.

La sordidez de su mirada invadió la totalidad de sus facciones, molestando y detonando la poca cordura que coexistía en su interior, y sin premeditarlo sonreí triunfal, porque sabía que había logrado mi objetivo. Me tomó por la muñeca y procurando no lastimarme, con un movimiento presuroso su cuerpo se movilizó por la amplia pista de baile improvisada, arrastrándome tras su cuerpo e iniciando a perder de vista a los invitados.

– ¿Qué haces? – solté por encima de la música.

– Tú te lo buscaste.

Caminó sin rumbo, como si intentara hallar el mejor sitio para descansar de la multitud que atosigaba su existencia, y cuando noté que abría una puerta y la cerraba tras mi dorso, la luz blanquecina me quemó los parpados.

Giró, imprimiendo mi cuerpo contra la puerta para confinarme con su contextura física escultural y el material rígido que fastidiaba a mis espaldas, sintiendo como la respiración se aceleraba e inhalaba la mezcla de su perfume y el aromatizante de ambiente que sobrevolaba el pequeño baño donde nos habíamos embutido.

Empiné mi rostro, hallándome con sus ojos penetrándome con intensidad desde una distancia acortada, y tragué grueso al percibir como las sombras perversas flameaban tras las ventanas de su alma.

– ¿Qué hacemos aquí dentro...?

Conseguí concluir con la pregunta, pero permaneció buceando en el aire cuando sus labios impactaron con los míos. Sus dedos cercaron mi cuello acalorado hasta envolver con sus yemas ásperas mi cerviz, rozando mi cabello y sectores del sombrero de pirata que aún seguía intacto en mi cabeza. A la vez, su otra mano envolvió mi cintura, atrayéndome a su cuerpo y envolviendo con los dedos libres, ya que aun sostenía el pequeño regalo, y me tomó como suya.

La bestialidad con la que acometía mi boca me exponía lo mucho que había estado necesitando volver a devorarme, probarme y satisfacer la inmensa necesidad que le había implantado en su cuerpo con mis provocaciones.

– Ese hijo de puta no va a tocarte – advirtió entre besos –. Nadie toca lo que es mío.

Las yemas de sus dedos transitaron mi nuca hasta escabullirse entre mis hebras, rozándolas y jalándolas para que consiguiera mascar mis labios. Sin quererlo, un jadeo necesitado resonó en mis cuerdas vocales, alterando aún más su sistema.

– ¿Querías dejarlo en claro? – envolví mis brazos sobre sus hombros, deleitándome por su cercanía.

– Si, maldita sea – masculló y lamió mi labio inferior.

– ¿Y por qué no lo hiciste delante de él?

– Porque a la persona que se lo tenía que dejar en claro, era a ti.

Succionó mis labios y jaló con delicadeza mi cabello, consiguiendo que nuestras miradas se fundieran. Notando como su maquillaje, pese a los besos apasionados que me habían transitado los labios, estaba intacto, me aparté para divisarlo con desconcierto.

– ¿A mí? – inquirí con una sonrisa confusa.

– Me estuviste provocando por un largo tiempo, Zorrillo – informó sugestivo –. Y si tú me provocas con estupideces, yo respondo con acciones.

Sus extremidades declinaron, sintiendo como sus dedos iniciaban a transitarme la curvatura de mi cintura hasta concluir en el inicio de mi trasero, y la respiración se detuvo en mis vías aéreas.

– Con que estupideces, ¿eh? – Jugueteé – No creo que sea una estupidez para ti que te provoquen de este modo.

– Corrección – sus labios rozaron los míos, atrayéndome aún más a su cuerpo –: Que me provoques tú.

– ¿Entonces no puedes controlarte si te provoco?

– Si no te hubieras colocado el vestido que te he regalado, quizás me hubiera controlado. Pero no – sus pupilas se dilataron –. Parece que te encanta desafiarme.

Mi cuerpo se petrificó al instante.

Maldición. Lo había ocultado con tanta precisión, dejando solo su textura sedosa envolviendo mis pechos y lo había escondido bajo los accesorios dorados, siendo casi imposible de detectarlo. Y, aun así, él consiguió descubrirlo.

Quizás fue por el aroma peculiar de la tela luego de lavarla o la suavidad al recorrerla con sus palmas. Pero, después de todo, sabía que tarde o temprano lo descubriría. Sin embargo, con lo que no contaba era que, con su sorpresiva respuesta, fosilizara mi cuerpo y quedara a su total disposición, exponiendo mis nervios bajo el rubor que cubría mis mejillas.

Volvió a besarme con más vandalismo, estorbando mi respiración removida y acariciándome como si mi cuerpo fuera un objeto prohibido. Con sus manos elevó mis piernas de la superficie, consiguiendo que rodeara su cintura y fusionara mi torso al suyo.

Caminó por el pequeño cuarto de baño y con un movimiento lento, reposó mi cuerpo sobre la encimera de mármol.

– Odio que me desafíen – susurró inflexible en mi cuello.

– Lo sé.

Abrió mis piernas, y me aferré a su cerviz para detectar sus ojos bajo la luz albina que lo alumbraba en todo su esplendor.

¿Por qué era tan malditamente perfecto?

– Y aun así lo hiciste – rio punzante –. Los que me desafían siempre terminan odiándome.

Acercó mi cuerpo reclinado hasta colisionar el interior de mis extremidades con su cadera, y el impacto con su entrepierna realizó una descarga en mi zona sensible, necesitando con urgencia de su asistencia. Sus dedos trazaron un recorrido por el interior de mi entrepierna, elevando mi vestido y rozando el borde de mis bragas de encaje oscuras.

– ¿Por qué terminan odiándote? – mi respiración se intercalaba.

– Por lo que les hago.

Sus pulgares acariciaron el contorno de mi intimidad, deslizándose por la ranura con astucia hasta hacerme trepidar, y cuando se encajaron dentro de la tela áspera para palpar lo que se hallaba debajo, escarbando hasta acariciar mi clítoris, un jadeo necesitado e intenso resonó como un eco en la pequeña habitación.

Mis ojos se cerraron con fuerza y mi pecho tiritó, exhibiendo ante su mirada sectores de mis pechos que la tela solía resguardar, así como había expuesto lo mucho que necesitaba de él.

– ¿A todos les haces lo mismo? – volvió a presionar, y gemí sobre sus labios.

– No, preciosa. A ellos suelo hacerles la vida imposible.

Sus pulgares se deslizaban por mi mojado interior, realizando movimientos ascendentes y descendentes que alteraban mis nervios cavernosos, y mis caderas se mecían sobre sus manos, a tan solo rozar sus vaqueros oscuros, teniendo el control total de mi noción.

Gemía a la vez en que rozaba sus dedos por mis pliegues mojadas, embadurnando sus dedos y sectores de mi piel ardua que suplicaba a alaridos su nombre.

Quería todo de él.

– En cambio, a ti, te haré la noche imposible.

Musitó en mi oído, expulsando el aire tibio y mentolado que la excitación había generado en su interior, y con un movimiento instantáneo, extrajo sus dedos de mi cálido interior alarmando mi sistema. Lo observé, perpleja y repleta de vacilaciones que navegaron ante mis retinas en cuestión de centésimas por su actuar.

¿Acaso su intención era tocarme para dejarme sufriendo el resto de la noche?

Deseando volver a cerrar las piernas ante la vergüenza, sus manos interrumpieron mis movimientos para volver a abrirlas, exponiendo mi intimidad cubierta ante sus ojos.

– ¿Qué haces? – Consulté, y me dedicó una sonrisa aguda.

– No te dije que podías cerrar las piernas.

Depositó el pequeño regalo a mi lado, y cuando lo abrió, extrajo su contenido sin vacilaciones. Su embalaje traslucido y de plástico rígido relumbró ante mis ojos, interesándome aún más en su contenido interno y en cómo era el regalo que le daría a Bart en la fiesta. Aunque, cuando sus dedos lo abrieron de un jalón para exponer su contenido, supe que lo usaría conmigo.

Un vibrador blanco, ovalado y pequeño se reveló entre nuestros cuerpos, balanceándose entre sus dedos. Tragué saliva, y mi respiración se activó.

– ¿Ese era el regalo para Bart? – consulté atónita.

– Exacto: Era.

Extrajo su teléfono móvil y realizando un par de acciones rápidas ligadas a su nuevo aparato, el pequeño juguete vibró entre sus dedos. Entonces, cuando sus labios se curvaron y sus ojos de cazador se ensombrecieron bajo la luz blanquecina, me aferré con fuerza a la encimera de mármol.

Dios mío. Jamás había usado uno de esos.

– ¿Se supone que con esto voy a odiarte? – torné a consultar observando como limpiaba el pequeño juguete sin uso.

– Al principio, no – informó, y de un jalón se deshizo de mis bragas, exteriorizando mi total intimidad ante sus ojos –. Pero después querrás golpearme.

Un suspiro cargado se escurrió entre mis labios al percibir como colocaba mis bragas oscuras en el bolsillo delantero de su chaqueta de cuero, dejando que parte de la tela encajada contrastara con su vestimenta, y cuando el juguete rozó mi interior, palpando con cuidado mis pliegues internos para acariciar mi clítoris, el plástico frio en contacto con mi tórrida piel causo que un jadeo intenso resonara en mis cuerdas vocales.

– Y te odiaré de por vida. O quizás te ame. Quien sabe – comenté frágil y estimulada, entrecerrando mis ojos por acto reflejo y necesitando que volviera a besarme lo antes posible.

– Si me amas, siempre estaré en tu corazón. Si me odias, siempre estaré en tu mente. No importa lo que sientas por mí, cualquiera de las dos opciones está a mi favor.

Bromeó y extrajo el aparato, enseñándomelo una vez más. Me divisó atento, buscando indicios de mi aprobación y al recibirlas, ordenó.

– Abre tus piernas para mí, zorrillo.

Lo hice, y la punta del pequeño y poderoso aparato se deslizó por mi zona externa hasta hallar mi entrada ya lubricada por mis propias secreciones que exhibían mi excitación. Empujó con cuidado, y sentí el artefacto desplazarse y enfriar mi cavidad interna, consiguiendo que terciara mi cabeza hasta rozar el espejo que se hallaba a mis espaldas.

Cuando lo ubicó, su pulgar se desplazó por mis pliegues húmedos, estimulando con caricias circulares mi punto sensible antes de dejar caer mis piernas sobre la encimera de mármol. Expulsando un último jadeo sonoro, cerré mis piernas con velocidad cuando su dorso se recostó sobre el muro contrario, observándome con crueldad y lujuria, y sintiendo el corazón desbocado intentando escapar de su jaula de huesos, fruncí mi entrecejo, desconcertada.

Ubicó su teléfono móvil entre sus dedos, y sus ojos foscos me inmovilizaron.

– Nunca habías usado uno de estos, ¿no? – consultó recordando mi confesión hace horas atrás, y asentí jadeante.

– Nunca.

Una sonrisa lobuna se instaló en sus labios, y al segundo, una vibración interna que palpaba mis terminaciones nerviosas encendidas con anterioridad me estremeció, logrando que mis dedos se incrustaran en el mármol, tensara mi cuerpo y encorvara mi espina dorsal. Gemí ante el impacto, deseando menear mis caderas en el aire ante la deliciosa experiencia.

Bastian cargaba una maestría innata a la hora de desenvolverme con sus juegos, instruyéndome lo que podía ser de mi agrado, y me hacía desear la idea de tornar a experimentar lo que era el verdadero placer en su compañía.

La vibración se detuvo, y entrecerré mis ojos para entreverlo.

– ¿Cómo se sintió? – se interesó.

– Muy intenso.

– Y eso solo fue el nivel más bajo – su sonrisa no declinaba, y cada vez percibía su diversión oscura destellar en sus facciones –. No sé cuál será tu cara cuando coloque el nivel más alto, pero quiero estar ahí para verlo.

Se aproximó y botando el regalo vacío, así como volviendo a acomodar mi vestido en su lugar correspondiente, tomó mis manos y me ayudó a bajar de la encimera.

– No entiendo lo que quieres lograr, Bastian.

Confesé, porque realmente no entendía su propósito. El juguete aún seguía en mi interior, y con cada pequeño movimiento sentía su dureza danzar entre mi excitación, estimulándome aún más. Me observó con la diversión resplandeciendo en sus pupilas, y sosteniéndome de la cintura, empinó su teléfono celular.

– Te advertí que te haría la noche imposible.

Su pulgar presionó en su pantalla táctil, y la vibración sacudió mi interior consiguiendo que aferrara ambas manos a su cuerpo. Gemí, deseando que el artefacto que sentía en mi interior fueran sus dedos, y necesitando que su boca colisionara con la mía hasta hacerme estallar.

Se detuvo otra vez, y me divisó desde su altura.

– Voy a usarlo cuando yo quiera – advirtió –. No importa si estas bailando, si estas bebiendo o tan solo respirando. Voy a ver cómo te retuerces de placer sabiendo que no podrás llegar al orgasmo, y vas a recordar que el único que puede tocarte, soy yo.

Informó inflexible, y su sonrisa descarada, así como entretenida, removió mis emociones. Todo el calor que me había envuelto se intensificó, carbonizando mis mejillas hasta hacerlas relucir bajo el maquillaje, porque aquella provocación había recaído en un juego aún más intenso que solo besarnos en los lavabos. Era más perverso, pasional e íntimo. Era una dominación sencilla y practica que quería experimentar, y por ese motivo, pese a los nervios, lo acepté.

Debía estar preparada y a la expectativa de sus sorpresivos ataques. En cualquier momento podía volver a sentir el placer tan tentador y retorcerme hasta que me exponga ante los invitados de la fiesta.

Me tomó de la mano y cuando abrió la puerta, la música estruendosa volvió a arrollar mis tímpanos. Los invitados se habían incrementado, tornándose una horda de universitarios y personas desconocidas que danzaban con euforia por la pista de baile improvisada y bebían con descontrol.

Bastian se posó tras mi dorso, observando con diversión la escena caótica ante sus retinas y apoyando sus palmas en mis hombros descubiertos, susurró en mi oído:

– ¿Tú querías ir por unas bebidas? – Interrogó, y asentí nerviosa –. Ve, búscalas. Y atrévete a responderle al primer imbécil que te cruces.

Depositó un beso desenfrenado en mi cuello, desestabilizando mi cuerpo y convirtiendo mis piernas en un material inestable. Lamió mi carne ardorosa, realizando un recorrido por mi dermis hasta morder el lóbulo de mi oreja, y aprovechando que la penumbra de la sala acompañaba sus movimientos, empujó con cuidado mi cuerpo en dirección a la cocina.

Volteé, notando como su sonrisa lobuna eclipsaba sus facciones, y enseñándome su teléfono encendido con sus correspondientes controles para encender o apagar el juguete, inhalé con dificultad.

– No te atrevas a encender eso mientras estoy delante de ellos – punteé tras mi dorso a los disfrazados.

– Lo encenderé cuando quiera – rio punzante –. Vete antes de que lo haga ahora.

Advirtió satírico y optimista por el pánico y lujuria que envolvían mis pupilas, y sin perder el tiempo y sin refutar, roté sobre mis zapatos y caminé por la gran sala en penumbras. Entorné mis ojos intentando hallar las luces encendidas de la gran cocina que había ubicado cuando ingresé a la cabaña, pero la aglomeración impedía que detectara con precisión su ubicación.

Todavía el alma me palpitaba hasta extenderse por mis extremidades, haciendo circular mi excitación por mi cuerpo y depositándose en mi zona sensible, palpitándome con insistencia.

Me detuve, intentando colocarme de puntas y hallar de una vez la cocina porque necesitaba refrescarme lo antes posible. No obstante, la vibración repercutió en mi interior hasta llenarme por completo, haciéndome desestabilizar y aferrar mis manos al primer sofá que hallé a tan solo centímetros de mi paradero. Lo rasgué con mis uñas, pretendiendo mantener la cordura y guardándome el deseo de gemir en privado, y cuando lo vi observándome con su teléfono en mano, lo calciné con la mirada.

Lo odiaba, y a la vez me encantaba.

Cuando se detuvo, intenté perderlo de vista sorteando a las personas. Pero, al parecer, el infortunio o suerte, o como quieran llamarle, se hallaba de mi lado esta noche. Un muchacho disfrazado de policía me tomó de ambas manos pretendiendo bailar conmigo, y antes de que me negara, la vibración inundó mi cuerpo con más intensidad, alejándolo y fusionándome al muro más próximo con celeridad.

Había aumentado la energía solo porque un hombre me había tocado, y me lo demostraba con un ardor más alto y satisfactorio para mi cuerpo.

Estaba enojado, lo sabía por cómo me observaba a medida que se acercaba a mi paradero lento y con asecho, iluminando sus facciones endurecidas como un diamante con el teléfono, y controlando mis jadeos necesitados, conseguí avanzar hasta coincidir con la cocina.

Tomé una cerveza helada e inmediatamente la destapé, bebiendo su contenido apeteciendo congelar el calor que arrasaba con mi cuerpo. Estaba tan estimulada que con el solo roce de mis piernas conseguía gimotear, y mi humedad ya resbalaba entre mis muslos.

Me recosté en la isla de madera, inhalando con profundidad y deseando que terminara la dulce tortura para tomarme de una vez donde él quisiera, y no me importaba si era delante de todas estas personas. Estaba fuera de mí.

Una mano rozó mi cintura, encendiendo el dolor que punzaba en mi punto sensible, y cuando giré decidida a rogarle que se detuviera o que me tocara, o hiciera lo que quisiera, el calor que me encendía se desvaneció a mis pies.

Nicolás me observaba con atención, examinando como mis mejillas acaloradas teñían mi dermis y como mi pecho se elevaba con celeridad.

– Te estuve buscando por un buen rato – anunció con arrogancia, pretendiendo acercarse a mi cuerpo, y soltando un gran suspiro molesto, apoyé mi dorso al filo de la isla.

– Estaba huyendo de ti.

– No te salió muy bien, porque te encontré.

Suspiré con pesadez y por acto reflejo mis ojos viajaron al umbral de la cocina, hallando a Bastian entre la multitud con su teléfono listo para activar mi placer ante desconocidos. Su mirada furtiva, pero embravecida, se incrustaba en el disfraz de militar de Nicolás con rabia, y un pequeño escalofrió me recorrió la espina dorsal.

– ¿Y ese rubio que estaba contigo ya te abandonó por otra chica? – consultó entre risas, pretendiendo robar mi bebida.

Fruncí mi entrecejo, molesta por su comentario repentino, pero no sorprendida por notar su actitud al ver como otro hombre había tomado lo que él solía expresar que quería recuperar. La aparté y sin rebatir intenté escapar de sus garras. No obstante, él me tomó del ante brazo, enroscando sus dedos esqueléticos en mi dermis.

– ¿Por qué no me respondes? – Sus ojos redondos y pequeños me calcinaban las retinas, y mi mente tornó a la realidad de un sentón – ¿Tienes miedo de aceptar la verdad o qué?

– La realidad que tú no aceptas es que yo puedo estar con otra persona que no seas tú, Nicolás – Contraataqué, acelerando mi ritmo cardiaco.

– Que yo sepa, aquí no hay nadie contigo – me liberó y exploró la sala con una sonrisa invicta –. Eso significa que estás sola. Te abandonaron, y podemos estar juntos esta noche todo lo que quieras.

Se arrimó, y volví a apartarme.

– Que a ti te dejen todas las chicas con las que te has revolcado no significa que a mí me hagan lo mismo.

Escupí con la ira recorriéndome las venas, y en su rostro se reflejó la irritación que se esparcía por sus extremidades. Sonrió arrebatado, rozando con sus dedos el arco de su nariz, y me divisó fijamente.

– Lo que tú estás es dolida. Maldita estúpida – acometió, y reí ante su comentario.

– Que no haya alimentado tu ego masculino no te da derecho a insultarme.

Tomé con fuerza la botella de cristal, y me obligué a observarlo.

– Deva, a mí me da igual que no quieras estar conmigo esta noche...

– Pues aparéntalo.

Escupí con irritabilidad, y sus dientes crujieron dentro de su cavidad bucal. Sus nudillos se tornaron blancos al incrustar sus uñas gruesas en su palma, y cuando intentó objetar, sus ojos se descarriaron a mi dorso, elevando con lentitud sus pupilas hasta rozar el cielo raso, conteniendo el deseo de estallar con las palabras más dañinas que transitaron por su mente.

La sombra de un cuerpo musculoso y escultural se posó a mi lado, invadiéndome con su perfume tan característico y el cual había grabado en mi memoria, así como envolviendo con sus dedos el dorso de mi cuello, y sin la necesidad de empinar mi rostro, sabía que Bastian se hallaba a mi lado.

– ¿Se te ofrece algo? – Analizó Nicolás, y su cuerpo menudo se alarmó, encrespando sus vellos y moldeando su semblante con un simple movimiento.

Sus ojos iracundos se habían esfumado, dando paso a la desconfianza que comenzaba a consumir sus nudillos hasta encenderlos en un rojo intenso. Su mandíbula danzaba bajo su escasa barba pintada, y mordía el interior de su mejilla sin saber cómo reaccionar ante la masa de músculos que acariciaba mi cuerpo.

– Si, a ella.

La voz de Bastian se tornó más gruesa y pesada, una combinación que causaba que mis vellos se erizaran con facilidad. Empiné mi rostro, divisándolo bajo las luces danzantes que ingresaban al sector de la cocina inundada por individuos, y cuando lo entreví, su rostro emulsionaba un aura atroz que te exigía huir de su lado.

– Está conmigo – anunció, irguiendo su espalda y pretendiendo que su cuerpo delgado sobrepasara la musculatura de su opositor.

– Oh, ¿en serio? – consultó Derking con sarcasmo, atrayendo mi cuerpo al suyo.

– Sí, soy su exnovio. ¿Tienes algún problema con eso?

Le confesó, pese a que Bastian ya lo sabía a la perfección.

Su lengua colisionaba contra su mejilla interna, rozando levemente su comisura, y una sonrisa desafiante le dominaba sus labios.

– Creo que alguien debería avisarte –insinuó Bastian, inexorable y dejando fluir la frase en el aire, desbordando dominio sobre mi cuerpo, y su voz espesa causó que Nicolás diera unos pasos en reversa.

– ¿De qué?

– Del hecho de que ya perdiste a tu chica por uno que la coge mejor.

Anunció, y su sonrisa gloriosa chispeó en sus facciones. Rotó mi cuerpo y sin darme tiempo a meditarlo, me besó frente a Nicolás. Acarició mi piel como lo había hecho en la intimidad y rozó con necesidad cada sector de mi cintura, descendiendo hasta comprimir mi trasero con fuerza, enseñándole que todo lo que había sido de él, ahora era solo suyo.

Bastian lo observaba por el rabillo del ojo, percatándose de como su contrincante disfrazado de militar perdía fuerzas, desvaneciendo la poca valentía y orgullo que cargaba en sus hombros. Sus fosas nasales se ampliaron, las venas de su cuello se abultaron y comprimía sus dientes al punto de desear disolverlos dentro de su boca.

Miraba la escena montada como si estuviera viendo su propia destrucción, y un placer que no creí sentir se situó en mi caja torácica. Le estaba devolviendo un poco de su propia medicina, la misma que me había dañado hace meses atrás y que ahora no tenía importancia.

Mordisqueó mis labios y soltó:

– Te olvidaste tus bragas en el baño – anunció, extrayendo mi prenda intima de su bolsillo delantero para posarlo ante mis ojos o, mejor dicho, antes los de mi expareja, y mi respiración se aceleró.

Su malignidad no conocía los límites, y que se lo hiciera a Nicolás causó que una pequeña sonrisa cómplice se dibujara en mis labios. Bastian sesgó su rostro, hallándolo entre la penumbra y con una mirada asesina, sin dejar de exhibir mis bragas, lo vislumbró.

– ¿Y tú qué haces todavía aquí? – Inquirió irascible – ¿Quieres que también te quité las bragas como lo hice con tu exnovia?

Sin liberarme, su cuerpo erguido lo enfrentó bajo la lluvia de colores de neón, y dedicándole una última mirada que pronosticaba que se arrepentiría de sus palabras, retrocedió hasta desaparecer de la cocina.

– ¿Estás bien? – me consultó cuando se aseguró de que Nicolás se haya desvanecido por completo, y asentí.

– Creí que no me seguirías.

Lo divisé, sintiéndome acalorada una vez más.

– Tenía que hacerlo – se encogió de hombros –. No podía dejar que cualquier hombre te tocara.

Relamí mis labios, rotando sobre mi eje y cuando volví a beber otro sorbo, la memoria iluminó mis globos oculares.

– Me resultó extraño que no encendieras esa cosa cuando estaba hablando con él – mencioné volviendo a observarlo, y su lengua trazó un recorrido por su labio inferior.

– No iba a permitir que ese idiota viera como llegas al orgasmo, y sobre todo por mi culpa.

– ¿Entonces ya acabaste de jugar conmigo? – averigüé, ansiosa por volver a sentir sus manos sobre mi piel.

En cambio, elevó su teléfono celular y me enseñó la pantalla iluminada.

– No, Zorrillo. Aún queda una larga noche por hacerte sufrir.

Hola, pipolitos 🌟¿Cómo están hoy?

Espero que les haya gustado mucho y disculpen la tardanza ❤️  a veces luchar con la depresión no es fácil, e intentar concentrarme se me hace tan difícil que necesito tiempo.

Pero lo bueno se hace esperar dicen 🤷🏻‍♀️ y este capitulo tiene una segunda parte, una continuación más picante 🌶

En mi Instagram puse una cajita de preguntas para ver si adivinaban el disfraz de Bastian, pero nadie lo hizo 😪

La inspiración:

Creo que (también) en el capitulo dejé muy en claro en quien me inspiré para imaginar a Bastian: 

Es una fusión entre Evan Peters en America Horror History S2 y Leon Kennedy en Resident Evil 4 (remake)

El secreto en algún momento iba a salir a la luz gente 🤭

En fin, como por estos prados no puedo colocar videos, voy a subir mis inspiraciones a mis historias de Instagram por si quieren ir a verlas.

Si les gustó el capítulo no olviden votar, comentar mucho y compartan con quien crean que le pueden gustar este tipo de historias.

Les dejo un beso grande y nos vemos prontito.

💋

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