Witchblood

By Srtadarkees4

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(Primer libro de la Saga Ojos Malditos) Dicen que todas las familias tienen una manera distinta de funcionar... More

Advertencias
Prólogo
Los Witchblood
Bienvenidos a...
Demasiado pronto
El peligro tiene ojos negros
Caníbales en el campus
Acorralando al cazador
Chantaje emocional
Rueda de fuego
Una esmeralda perdida en el bosque
Respuesta ambigua
¿Monstruo o estafador?
Las piernas tienen un precio
Predicción maldita
¿Cuánta azúcar en la sangre, señorita?
Recopilación de personajes
La verdadera predicción, es la tuya
Retazos del pasado
Pijamada con los Witchblood
La Organización
Carlotta
Viva el intercambio cultural
Madre de un monstruo
De cazadores a guardaespaldas
La burbuja debe explotar
Familia problemática
La sangre no se diluye
Google sobrenatural
Aliviar el estrés
No me mires así
Mansión de estafadores
Nacido en cuna embrujada

El pueblo oculto

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By Srtadarkees4

Capítulo 19

Lo único que nos puede devolver al pasado, son los recuerdos

...

Estaba descalza.

Mis pies arrastraban consigo la tierra seca del suelo plano. Parecía estar pulcramente limpio, la luz del sol lo hacía parecer una superficie chirriante, pero mi delicada piel siempre encontraba rastros de polvo y piedritas rotas, diminutas a la vista. Siempre se me clavaban en las zonas más sensibles, y luego me dolía al caminar.

Pero aún así, me gustaba estar descalza.

Podía sentirlo todo mejor. Los zapatos mentían mucho. No me dejaban disfrutar del frío, del pasto húmedo, de las piedritas  que me arrancaba de la planta de mis pies.

—Daphnet, ¿tus papás saben que vienes aquí?

—No.

Mi respuesta era inmediata, pues no necesitaba mentir. Allí las mentiras no eran necesarias.

—¿Y no crees que se den cuenta?

Sentí un pinchazo debajo de mis pies. Me detuve de mi caminata y levanté este con la planta hacia arriba. Tenía una piedrita incrustada. Me la saqué y la removí en mis dedos mientras la observaba atenta. Era gris y rugosa, con forma parecida a un cubo de rugbi, aunque menos cuadrada y más deformada.

—Eso te debió doler —me quitó la piedra de la mano y la lanzó lejos de nosotros—. Cuando algo te haga daño, mándalo lejos. Eso siempre me funciona a mí.

Su sonrisa de oreja a oreja brillaba como una luna. Aunque sabía que esta no brillaba sola. El sol de aquella persona debía ser extremadamente luminoso, y cálido.

Yo no tenía un sol así. El mío era ardiente.

Demasiado a veces.

—No crees que simplemente debería ponerme zapatos.

—Creo que simplemente deberíamos eliminar todas la piedras. El mundo no necesita piedras, y a ti te gusta caminar descalza. ¿No crees que deberías priorizar lo que quieres hacer tú?

¿Lo que quería yo?

¿No se suponía que quería lo mismo que ella?

Las puertas de la habitación se abrieron de golpe. Miré hacia atrás y comencé a retroceder mientras encogía mi pequeño cuerpo; comencé a temblar sin darme cuenta. Él se paró delante de mí, pero yo no podía oír lo que le estaba diciendo. Parecían gritar. Me metí dentro de mi burbuja, y dirigí mis ojos hacia el suelo.

Aún brillaba. Estaba limpio.

Mi cara se ensució, mi ropa también. La cama, las piedritas , el suelo. Todo se ensució. Ya no estaba limpio.

Todo dejó de brillar. El también.

Yo nunca lo hice.

Deseé con todas mis fuerzas haber traído zapatos.

—No..—susurré con temor a ser escuchada, pero sin embargo con la necesidad de que alguien me oyera—. Ellos nunca se dan cuenta.

...

—¿Qué quiere decir?

Carlotta retiró sus manos de mi rostro y yo me volví a mi posición anterior, al lado de Elías. Su rostro no me daba ninguna señal, seguía con aquella sonrisa que ratificaba quien tenía el control en aquella habitación.

Miré a Zayn buscando algo que me diese una pista, aunque fuera un brillo de comprensión en sus ojos, pero su mirada estaba fija en el suelo

—¿Está sorda acaso? Responda lo que le preguntó.

Era un alivio que su enojo no cambiara sus viejas costumbres. Elías fulminaba a Carlotta con un enojo profundo y asfixiante. Podía sentirlo. Habían más razones detrás de esa mirada aquosa que parecía disparar balas de fuego a la señora.

A estas alturas, eran demasiadas cosas por las que estábamos enojados. El conmigo, yo con el, con Káliz, con este lugar, con nuestros padres, nuestra maldita suerte. Todo parecía querer girar y girar a nuestro alrededor, pero nosotros no podíamos salir del ojo del tornado. Sentía que si lo hacíamos, nos llevaría con el.

—Lo haría con mucho gusto, señor Elías —se recostó hacia atrás en su silla de escritorio, la confianza con la que nos trataba me ponía muy nerviosa—. Pero me temo que eso es algo que deberán descubrir ustedes.

No, otra vez con los enigmas no.

—Carlotta —apreté los dientes, sentía mis colmillos afuera. Ya había tenido suficiente.

—Se que la estás pasando mal, pero lo que te digo es cierto, cariño. No puedo responderles algo que no se.

—Sino supieras nada, no nos llevarán años persiguiendo como si fuéramos criminales de guerra —estampé las manos contra la mesa, provocando que una carpeta de papeles de cayera al suelo—. Te mataría en este mismo instante, de hecho, lo habría hecho hace mucho tiempo. A tu nieto le advertí que no dejaría pasar una más, si crees que porque soy joven le tengo miedo a la muerte, estás muy equivocada.

—Daf, esto no...

—Cállate —le rugí a Zayn.

Ese ardor interior ya conocido se estaba acumulando en mis venas. Tenía ganas de matar. De desaparecer al problema. Arrasar lo que tuviera delante para que todo volviera a su lugar, necesitaba...encajar aquellas piezas que me habían entregado, aquellos trozos de un rompecabezas que no parecía tener forma ni imagen.

La estabilidad de mi vida se estaba perdiendo, y yo solo podía ver como todo amenazaba con desmoronarse.

—¿Tienes alguna idea de lo que soy, Daphnet?

—Me imagino que lo mismo que Káliz.

Ella sonrió.

—Tu y yo nos parecemos en algo. No somos aceptadas por nuestra propia raza, por el simple hecho de que somos superiores a ellos —se levantó y rodeó el escritorio—. Al fin y al cabo, nuestras especies tienen algo en común con los humanos. Cuando ven que algo se sale de su control, quieren destruirlo, a toda costa.

Lo que me temía.

—Entonces no sois humanos.

Resopló.

—Por mucho que nos dediquemos a defenderlos, la mayoría de los cazadores no son humanos, chica. Incluida yo, obviamente. Soy una bruja.

Eso significaba que los Catrive no eran humanos.

—Esa cabecita joven —me dio un golpecito con su dedo en la frente—. No sobrepienses, es el primer error cuando tienes un enemigo en frente.

¿Qué estaba diciendo esta señora?

—¿Me estás aconsejando acaso?

—No quiero que después de todo nuestros esfuerzo por seguirte el paso, termines muriendo por una estupidez, como no actuar bien ante una situación comprometedora, para tu vida.

—¿Qué está...

—Verás, soy una bruja negra —se señaló—. Estoy en esta organización desde que mi familia decidió seguir lo que esas escrituras decían, yo nunca le vi el sentido, pero algo en mi interior vibró cuando supe de su existencia. De la tuya.

—Si, me sé ese cuento. Tu familia me quiere de su parte para que cuando destruya el mundo, sus culos aristócratas estén protegidos.

—Pues, esos culos aristócratas, no estaban hablando sandeces como creí en un principio.

—Imagino que aquí entras tú —volvió a hacer acto de presencia Elías.

—Siempre supe que algo extraño había en ese sitio —se volvió oscura su mirada—. Pero lo que pude leer en aquellas cosas me hizo cuestionarme muchísimas cosas.

—Yo las vi.

Carlotta no pareció captar lo que le había dicho, pero cuando lo hizo no pareció creerme del todo. Por primera vez, la vi algo insegura.

—¿De qué hablas?

—Otra bruja me mostró eso de lo que hablan. Escrituras como tal no eran, pero su vi algo que tampoco me dio buen yuyu —me crucé de brazos, sin saber bien cómo debía pararme ya. La situación me parecía asfixiante.

—¿Qué bruja? Conozco a cada bruja o brujo que hay aquí.

—Pues no es de aquí, es de la familia Kustenovi.

Abrió los ojos con asombro y desvió la mirada hacia la nada por unos segundos, analizando lo que había dicho como si fuera un crucigrama.

—No pensé que la dejaran ir tan lejos —susurró.

—¿Qué significa eso?

—¿Qué fue lo que te enseñó?

—Espera, espera un segundo —Elías me giró hacia él— ¿Cómo que la psicópata esa te enseñó las escrituras?

—Si, apareció cuando fui al baño y me llevó a un bosque.

—¿¡Como puedes soltarme eso con tanta tranquilidad!? —dijo histérico.

Por lo menos ya no estaba enojado por lo de antes.

—Ya te lo había dicho. Además, sé cuidarme sola, no hace falta que te pongas así.

—¿Y cuidarte significa irte de paseo con la tipa que te robó sangre para sabrá Dios qué.? Ahora que dices que es una bruja ¿No se te ocurrió que podría lanzarte un hechizo o algo así?

—No lo hizo, pero creo saber cuáles fueron sus intenciones —habló Carlotta—. Esa chica no te mostró eso por gusto. Estoy segura de que tiene un objetivo.

—La enviaron los Kustenovi. Tal vez lo hicieron para convencerla de que se uniera a ellos —inesperadamente, Zayn intervino con total naturalidad en la conversación.

Pensé que no sabía nada de esto.

—No —respondió confiada—. Ellos no suelen actuar así. Exponer a Daphnet a las escrituras sin saber cómo reaccionaría no sería para nada recomendable. Después de todo, solo tienen una idea de lo que muestra, pero ella es una joven, vampira o no, es imprudente mostrarle algo de tal magnitud sin saber cómo reaccionará.

—Pues la verdad no sé ni qué pensar.

—Tampoco es que tengas mucho tiempo para eso. Tu alma se está debilitando.

Por un momento no comprendí lo que quería decir. Había estado buscando la relación de lo que me dijo Káliz aquella vez, pero ahora que me encontraba con un salto hacia la verdad de aquellas frases, no comprendía en absoluto, o tal vez simplemente no quería aceptarlo.

—¿Cómo? No entiendo, ¿a qué se refiere? —Elías me apretó el hombro, pero yo no había caído aún, de lo que estaba por decirme.

Aunque me debí haber hecho una idea con lo que había dicho.

—Como verás, las escrituras no son como las pintan las familias de humanos que te persiguen. Hemos descubierto a través de esos años que cada criatura que ha podido verlas, tiene una visión distinta de estas.

Entonces, lo que yo había visto, ¿qué demonios era?

—No sabemos con exactitud porque sucede esto, en realidad ni siquiera sabemos la fuente de esas predicciones, pero hay algo en común que comparten todas y cada una de ellas —tomó una pausa y me miró a los ojos con, miedo—. Tu alma se irá debilitando, poco a poco, hasta que no quede nada de lo que eres. Y de esas cenizas de tu ser, surgirá la entrada de una era destructiva.

—¿Eso significa?

—Que estas muriendo.

El silencio se tragó todas las palabras que querían salir. No habló Elías, no habló Zayn, no habló Carlotta. Nadie fue capaz de decir algo, las razones eran ajenas, pero todas y cada una se quedaron en nada, cuando comencé a reírme a carcajadas.

—Daphnet —Zayn se me intentó acercar, pero Eli se interpuso.

—No la toques.

—Quítate de en medio, imbécil. Quiero hablarle. 

—¿Qué le dirás? ¿Qué vas ayudarla? ¿Quieres darle apoyo moral? —dijo sarcástico.

—Al menos no la lastimo más de lo que intento ayudarle.

Yo no podía detener mi risa. Era como si todo el peso que estaba sintiendo desde que llegué aquí se estuviera escapando de mi cuerpo, pero no del modo que esperaba. Cada respiración que tomaba salía como una carcajada seca y espontánea de mi boca. No entendía que ocurría, pero no podía parar de hacerlo.

—¿Sabes? —dije sin dejar de reírme, sentía que me empezaba a faltar el aire—. Lo más gracioso es, que tengo esta corazonada desde hace tiempo, pero pensé que era un resfrío. Incluso me tomé las aspirinas que mamá le da a Mell para ver si me sentía mejor.

Eli y Zayn me miraron al mismo tiempo con la misma expresión. Una que no quería, que no necesitaba.

—Eso no da risa, Daf —dijo el rubio.

—¿A no? Pensé que era un buen chiste.

—¿Desde cuando te sientes mal? —preguntó Eli.

—Da igual, no quiero seguir ignorando al elefante en la habitación. ¿Como estas tan segura de que esto iba a pasar? —me dirigí un poco más recompuesta hacia Carlotta—. Tienen que tener alguna garantía para creer en esas cosas.

Me temblaba la voz.

—Daphnet —insistió mi hermano.

—¿Qué quieres?

—Deja de actuar como si no te acabaran de decir que te vas a morir.

Aquel tono helado de su voz me daba a entender que si seguía ignorándolo, iba a acabar explotando. No sabía si él o yo, pero la sudoración de mis manos tampoco me estaba dando buenas expectativas.

Volvió a decir mi nombre.

—¿Sabes lo que es el instinto cierto?

La voz de Carlotta comenzó a dar vueltas en mi cabeza. Me hundía y me sacaba, me empujaba y me arrastraba.

No me daba miedo morir.

No tenía miedo.

No.

—Abuela, cállate de una vez.

No había escuchado la puerta abrirse, ni tampoco sentí a nadie acercarse. Es más, ni siquiera recordaba ya que era lo que estaba haciendo. Estaba en blanco completamente. El calor de la piel de alguien entró en contacto con mi mano. La apretó y la arrastró hacia atrás, llevándome con él sin ejercer demasiada fuerza. No entendía nada, había entrando en un estado ajeno a todo lo que estaba a mi alrededor. Al final si que había explotado, de una manera invisible para todos, pero totalmente contundente para mí.

Mi interior era un caos silencioso ahora.

Me vino a la mente la voz de mi madre en algún momento de mi baile astral.

Somos una familia Daphnet. Y la familia siempre estará para apoyarte, no importa que tan grave sea el problema, corazón. Solo nosotros podemos ayudarte.

No mamá, esta vez no pueden ayudarme.

—Por fin pareces volver a estar aquí.

El aire que me recorría con más soltura me hizo darme cuanta de donde había llegado.  Estaba afuera de casa-mansión-castillo antiguo donde me desperté.

Aquellos ojos negros me observaban con atención, como si buscaran la mínima señal para acercarse hacia mi, o retroceder. No estaba ni cerca ni lejos, se encontraba a una distancia segura para poder actuar en cualquier caso posible. No lo había visto desde que entramos en este lugar, pero me acordé que hace unos momentos me estaba peleando con mi hermano por preguntar por su presencia. La ironía de las cosas, al final había terminado con el de nuevo. Elías debía estar soltando humo por las orejas.

Káliz no me dijo nada, pero en verdad no sabía cómo reaccionaría si alguien me volvía a hablar. No podía escuchar la voz de mi cabeza. Necesitaba perderme un rato en algo menos importante, y más entretenido. Cualquier cosa que no tuviera que ver con mi posible muerte, extinción masiva o predicciones estúpidas.

—Quiero conocer el pueblo.

Káliz siguió adelante sin decir nada, y yo lo seguí.

Comencé a mirar a mi alrededor. Todo se se hacía un poco más claro cada vez, como si estuviera volviendo a encajar las partes de mi cabeza que se habían ido volando. No miré nada, lo observé. Cada hoja seca y cada flor diminuta que había en el sendero de tierra por el que caminábamos, la parte que separaba el sitio escondido de donde veníamos y el lugar al que llegamos. Las corrientes de aire que me hicieron revolotear el pelo de manera dramática, como si se tratara de la escena épica de la protagonista de una película de fantasía, cuando llegaba al lugar mágico que había estado buscando.

Más que mágico, era como si hubiéramos viajado en el tiempo.

Era muy rural. Como los pueblos que nos imaginábamos de niños cuando nos contaban un cuento antes de dormir, aquellos que vivían en lo más bajo de la magia de los castillos y las princesas. El sonido de los herreros trabajando el metal, los puestos seguidos uno tras el otro, cada uno con algo distinto puesto en venta.

La ropa de las personas que caminaban por allí, fue lo que más me dejó boquiabierta. Telas ajustadas que se veían firmes y elastizadas, algunos traían piezas de metales en los pies y las manos. Armas blancas y de fuego en cualquier parte de su cuerpo a la que pudieran acceder fácil y rápidamente. Una chica que pasó muy cerca de nosotros cargaba con una espada tres veces más grande que ella en su espalda. Se dirigió a un puesto de comida frita, el olor me hizo rugir el estómago.

—¿Sangre o comida?

—Comida —susurré.

—Ven entonces.

Káliz me llevó hacia el mismo puesto donde se había dirigido la chica.

Una mujer rechoncha y vestida de arapos nos atendió con una sonrisa.

—Que bien verte por aquí, muchacho, ¿qué llevarás hoy?

Una gran variedad de carnes y bocadillos sumamente grasosos me dio la bienvenida cuando miré sus ofertas.

—Este...

—Dame lo de siempre, solo que doble.

—Vale, marchando.

La chica de la espadota ahora estaba en el puesto de enfrente. Vendían cuchillos.

No sabía porque, pero me encontré caminando hacia ella. La espada de cerca era aún más grande. Venía en una especie de funda color vinilo, el material no era duro, más bien era una funda de cuero que colgaba con dos asas en su espalda, como una mochila.

—¿No llegaron?

—No, chica. El trasporte se atrasó por alguna razón, pero no hemos podido entrar en contacto. Ni siquiera por los móviles.

—Que raro, ¿no?

No quería que pensaran que era una chismosa escuchando conversaciones ajenas (aunque si lo era un poco), así que me puse a mirar los cuchillos como si fuera a comprar alguno. Eran diversos. De diferentes tamaños, formas e incluso de distintos materiales. Algunos más grandes colgaban del techo del pequeño puesto.

—¿Desea algo, joven? —me preguntó el señor con algo de curiosidad—. Nunca la había visto por aquí.

Debía imaginarlo, era un pueblo pequeño. Seguro se conocían casi todos.

—Ah, es que no soy de aquí.

—¿Eres nueva en la sede? ¿Cuál es tu área?

—¿Á-área? —tartamudeé.

—No sabe de lo que hablas —dijo de repente la chica de la espada.

Se me acercó inesperadamente y noté la diferencia de altura. Me llegaba por la barbilla más o menos. No solo la espada que cargaba era grande, ella también era algo bajita. Una gran cantidad de cabello risado le caía por los costados de su cuerpo, casi llegando hasta su cintura. Parecían rollitos de canela, pero de un color tostado casi acaramelado.

Lucia desafiante mientras me miraba con una gran intensidad, sus ojos parecían dos zafiros.

Zafiros, que color tan atrayente.

¿Pero porque me miraba así?

—¿Qué hace un vampiro en la sede?

Sino respondía rápido, iba a atacarme, eso era seguro. Pero no tenía idea de qué decirle. ¿Soy la vampira de las escrituras que destruirá el mundo o algo así? Lo único que se me ocurría era echarme a correr y esperar a que ningún otro cazador intentara arrancarme la cabeza, pero Káliz llegó como todo un caballero y escrutó con la mirada como si fuese una niña a la cual regañar.

—¿Se puede saber porque te desapareces de la nada? Este no es un lugar en el que puedas pasearte sola. Aquí eres la presa, Daphnet.

El tono grave que utilizó en su voz me daba la sensación de que quería quedarse sin pelotas hoy.

—No me respondes. Fue bastante fácil acabar con ese ego invencible que te cargabas —dijo burlón—. Es bastante decepcionante la verdad, pensé que eras más fuerte.

La ira subió por mi garganta e hizo que la punta de mis dedos picara. Apreté las manos con la fuerza acumulada y volteé a ver al malnacido que me estaba sacando del paso. Káliz no lucía arrepentido de nada de lo que había dicho, al contrario, traía una sonrisa cruel y satisfecha en su rostro. En cualquier otra ocasión me hubiera parecido atractivo de cojones, pero en aquel instante las únicas emociones que sentía eran la rabia y el dolor.

—Eres...eres un....

—Vamos, dilo. Desahógate. Ahora que tu burbuja perfecta se ha roto, ¿qué piensas hacer?

—No hables como si me conocieras de algo.

—Te has pasado tu vida viendo morir a las personas bajo tus propias manos, y ahora que tienes a la muerte con los ojos puestos en ti, ¿tienes miedo?

—¡Eso no es cierto! —grité— ¿Porqué hablas como si supieras quién soy? Solo por lo que soy, ¿en verdad crees que soy una asesina de sangre fría? ¿Crees que mato por placer? Déjame que te pregunte esto, Káliz. ¿A caso crees que tengo otra opción? Nunca entenderías lo que siento cada vez que lo que tengo dentro quiere salir. No sabes con lo que mi familia y yo hemos cargado. El miedo a que nos encuentren, a que nos separen, a que quieran destruir lo que tanto les ha costado a mis padres construir. Vemos a diario personas felices viviendo como personas normales, pelearse, perdonarse, reír, llorar, gritar, ser felices, porque no temen a ser rechazados. Ser normal es algo a lo que nunca podremos aspirar, y solo por eso nunca podríamos ver las cosas como ustedes. ¿Porqué tendría compasión por seres que si supieran de mi existencia no dudarían un segundo en eliminarme como a un maldito bicho? Como su pudiéramos ser algo más que lo que somos.

A estas alturas sentía como las lágrimas calientes caían por mis mejillas. Estaba abierta, totalmente expuesta y rabiosa. Todo esto me parecía absurdo e injusto. Yo no había pedido ser esto, y no entendía porque de tantos seres como yo, justamente aquella maldición tenía que recaer en mi. Sabía que no era buena, nunca me había considerado buena, pero acaso tenía culpa de que la oscuridad me pareciera acogedora.

Mi oscuridad me gustaba, era mi lugar seguro. No quería que alguien a quien seguramente siempre lo habían tenido bailando con la calidez del sol me estuviera juzgando.

—No tienes el derecho de juzgarme en lo absoluto.

Se me olvidó de la presencia de la chica, de la del hombre de los cuchillos, de la de cada ser de aquel sitio oculto. Solo quería...

—Amargada y además gritona. ¿Tan difícil era decir lo que sientes?

Una sombra se posó sobre mi cabeza. Pegó su frente a la mía, casi al punto en que nuestras narices compartían un contacto delicado y filoso. Muy cerca. La conexión de nuestras miradas paró la cantidad de emociones que salían en ráfaga hacia el exterior. El negro me tragó sin contemplaciones, y su piel me acarició como si quisiera trasmitirme lo que sentía.

El era cálido, pero no como aquel calor que tienen la mayoría de los humanos. Era como el calor de una manta, el de un rincón olvidado en la biblioteca, la sombra de un árbol cuando el sol está en su punto más caliente del día.

Oscuridad.

Su boca también estaba cerca, tenía su peso chocando con el mío. Si daba un paso, estaba casi segura de que caería sobre mí.

No podía mirar sus labios, pero escuché el sonido de estos moverse.

—Te ves horrible cuando lloras, deja de hacerlo.

Por favor, alguien que me diga que piensa de la historia 🥹

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