Perdido en la infancia | Dani...

Autorstwa Reader_smiling

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(Betty la fea): Tras un accidente, lesiones impresionantes y graves problemas de memoria, Daniel Valencia ten... Więcej

perdido en la infancia
capítulo 2
capítulo 3
capítulo 4
capítulo 6

capítulo 5

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Autorstwa Reader_smiling

Los infantes correteaban por el parque y sus risas llenaban la atmósfera. Daniel intentaba capturarlos, pero resultaba muy difícil porque ellos tenían su propia estrategia de esconderse. Beatriz se encargaba de conseguirles lugares donde ocultarse, pero Daniel siempre lograba encontrarlos y la cacería continuaba. El lugar se había transformado en un festín de risas y emoción, que empezó a atraer a todos los niños curiosos.

—¡Eso es trampa! —exclamó Daniel, mirando a Beatriz—. ¡Rápido, todos a ella!

Beatriz dejó de ayudar a los niños para esconderse de Daniel, ya que se dio cuenta de que los infantes se acercaban hacia ella a toda velocidad. Comenzó a correr, tanto por ellos como por Daniel. La correta era incesante, pero finalmente, Daniel consiguió agarrarla de la cintura y la levantó en brazos. Beatriz intentó resistirse, pero aceptó que él había ganado el juego.

Cuando Daniel la bajó, ella tuvo tiempo de ver la expresión alegre de sus ojos mientras se fijaba en los niños, con esa hermosa sonrisa que por años, guardó para sí mismo. En ese momento, Beatriz se dio cuenta de la situación en la que se encontraba, en la de su cercanía, las manos de Daniel en su cintura y sus propias manos en su pecho.

Y entonces sintió la tensión entre ellos, aún que solo ella podía sentirlo, porque él, más allá de ser un adulto, aún conservaba su mente de niño. Y notar que jamás volteó a verla, entre esa cercanía, le recordó que tenía la inocencia de un infante. A pesar de eso, ella no podía evitar la sensación de calma que le traía ver a Daniel tan despreocupado y feliz. Los recuerdos del pasado parecían no importarle cuando él sonreía. Sin embargo, se apartó de Daniel y acomodó sus lentes en el proceso.

—Tengo que ir ya para la empresa, Daniel —le contó—. Volvamos al carro.

Una vez que terminó de hablar, Beatriz sonrió a los niños y comenzó a caminar hacia su carro, con Daniel caminando a su lado. Subieron al auto y se dirigieron a casa de Beatriz en un silencio agradable. El único sonido era la radio de fondo, pero ni siquiera eso los distraía de los pensamientos que tenían, se sentían felices.

—Mamá, ¿será que puedas cocinarle algo a Daniel? —habló Beatriz—. Y por nada me lo deja salir, ¿me oyó?

—¿Cómo por qué, mamita? —preguntó Julia.

—Daniel, vaya y cambiese, ¿sí? —pidió Beatriz, y Daniel aceptó—. Vea, mamá. Hoy Daniel casi se nos va, el médico dijo que para la próxima que intente recordar algo, se muere.

—¡Ay, no que pena! —exclamó angustiada—. ¿Y qué van a hacer, mijita? Cualquier cosa puede regresarle la memoria.

—Sí supieras lo que Armando me sugirió —contó con molestia—. Quería abandonarlo en su apartamento, que si se moría iba hacerlo, pero solo.

—No, ¿cómo así? ¿Por qué hacerle tal cosa? —respondió, indignada—. Bueno, mamita. Váyase tranquila que yo lo atiendo, no se preocupe.

—¿Segura, mamá? Puedo decirle a Armando que me quedo acá y la ayudo.

—No, mija. Váyase que yo me encargo —insistió—. ¿Qué tal y la necesiten allá? No, no, no mejor vaya.

—Bueno, mamá. Ya me voy.

Apenas Beatriz salió del apartamento, su hija empezó a llorar y a gritar con todas sus fuerzas. Julia intentó calmarla de la mejor manera que sabía, pero nada parecía funcionar. Su nieta rechazaba la leche que le ofrecía, y al parecer, sólo quería que Beatriz volviera a estar con ella. No importaba cuántas canciones o juguetes le ofrecía, ni siquiera jugando con ellos lograba calmarla.

—¿Puedo? —interrumpió Daniel. Apareciendo con otra ropa puesta.

Desesperada, Julia le dio a Daniel la bebé, y aunque ella se sentía culpable, parecía que la niña prefería estar con él. Para sorpresa de todos, tan pronto como Daniel la tomó en brazos, la niña empezó a calmarse, como si su voz profunda y el cariño con el que la abrazaba la tenían tranquilizada. Poco a poco, su llanto se convirtió en un pequeño berrido, para después cerrar sus ojos y comenzar a dormir.

—Ay, que pena molestarlo así —susurró Julia—. Acuestela en su cuna, por favor.

—Sí, doña Julia —respondió obediente, y con suavidad recostó a la bebé.

—Muchas gracias, ¿qué le provoca comer? —le preguntó—. Yo se lo preparo, cuénteme qué le gustaría.

—Lo que sea esta bien. Pero ¿Puedo ayudarla? También quiero cocinar

Julia aceptó la ayuda en la cocina, y aunque al principio se sentía incómoda, al poco tiempo ambos se volvieron a divertir. El aroma de la comida, el chisporroteo de la sartén y el sonido de la música en la radio crearon un ambiente alegre. Durante un rato, ambos olvidaron la realidad y simplemente se divertían y se encontraron disfrutando de un buen rato en compañía.

Y así, con esa misma alegría, pasaron los días, y la casa de Beatriz fue recobrando más vida. Las semanas transcurrieron, y pronto el mes terminó. Beatriz había llegado a conocer a Daniel, y el cansancio de haberle enfrentado todo el tiempo ya se había disipado. Armando seguía teniendo su personalidad burlona, y aunque Daniel no siempre reaccionaba a su humor, muchas veces deseaba golpearlo pero no lo hacía.

—¿Donde va, Beatriz? —preguntó Daniel, jugando con la niña.

—Para ningún lado, ¿por qué?

—Por la ropa que lleva —contestó—. Se ve muy bonita, viste así cuando sale.

—¿No puedo ser bonita en mi casa? —interrogó entre risas—. Muy bien, Daniel. No puedo mentirle, lo que pasa es que voy a llevar a la niña para que le pongan la vacuna.

—Mentira —interrumpió—. Aún no le toca vacuna a la niña. ¿Donde va?

—Es muy inteligente, Daniel —respondió, riendo—. Voy a pasear, lo necesito... No, ¿necesitarlo? Me obligaron.

—¿Puedo acompañarla? —Le preguntó, suplicando con su sonrisa.

—No, vea si lo llevo puede pasarle algo —informó—. Por eso no quería contarle nada.

—Sí, ya lo sé Beatriz —contestó desanimado—. Pero, eh... ¿Pero qué tal y la niña llora? Yo puedo cuidarla.

Aunque en un principio la oferta de Daniel le había causado sorpresa y un poco de gracia, Beatriz no podía dejar de sentirse agradecida por haberle aceptado. Y lo que más la sorprendió fue verlo tan feliz, que le hizo apreciar su sonrisa con colmillos mucho más. Había algo en su actitud que ya no le daba miedo, y por el contrario, le hacía sentirse cómoda.

—¿Quiere un café, Daniel? —preguntó Beatriz, caminado mientras empujaba el carrito de la niña.

—Eh, sí —respondió—. Beatriz, mire. ¿Le gusta ese collar? A mí sí, a usted le quedaría bien.

—Sí, ¡ay pero mire ese precio! —exclamó—. Ah no, mejor ni lo mire, a ver si nos cobran por verlo. Mejor vamonos para una cafetería, mire allá hay una.

Beatriz continuó su recorrido por el centro comercial, mientras que Daniel se quedó algo atrás, mirando por última vez el collar. Justo cuando ella se disponía a salir, Daniel se dio cuenta de que había dejado atrás el collar, y corrió hacia ella para tomarla del brazo y caminar junto a ella. Afortunadamente, la cafetería quedaba a unos pasos de distancia, así que no les llevó mucho tiempo llegar, y adueñarse de una mesa vacía.

—Beatriz —llamó—. ¿Será que seguiremos siendo amigos?

—¿Cómo así? ¿Por qué la pregunta? —interrogó, dándole a su niña un juguete para que no llorara.

—No me cuenta sobre mí —continuó—. Y me dijo que yo la caía mal. ¿Es porque soy malo? Beatriz no quiero recordar, porque quiero seguir siendo su amigo.

Beatriz no podía creer lo que estaba oyendo, y por primera vez en mucho tiempo se quedó callada. Su mirada permaneció clavada en Daniel, mientras su mente trabajaba al intentar procesar los sentimientos que había visto reflejados en sus ojos. No tenía claro lo que esperar de él, ya que veía que su estado mental era confuso y muy vulnerable.

—Daniel... me temo que yo no podría revelarle mucho más de usted, sabe que su vida depende de eso y la amistad que...

—Beatriz —interrumpió, pero Beatriz lo ignoró.

—Permítame acabar, mire la amistad que usted dice no querer perder, es la misma que va acabar si se muere y...

—¡Beatriz! —Volvió a interrumpir.

—¿Qué? —preguntó desconcertada—. ¿Por qué me interrumpe tanto, ah?

Beatriz notó que Daniel no parecía estar consciente de dónde estaba, sino que miraba hacia algo más allá detrás ella, y esa mirada de desconcentración la inquietó. Su preocupación aumentó cuando él se levantó de su asiento y comenzó a caminar, pero no hacia la salida, sino hacia alguien que estaba en medio de la multitud.

—¿Para donde va? —Beatriz se levantó de su lugar, y observó que Daniel se detenía de golpe.

La voz de Beatriz se hizo más lejana para Daniel, mientras la multitud se convertía en una barrera que lo distanciaba cada vez más de su destino. De pronto, en medio de esa multitud de personas, Daniel vio un rostro familiar. Era el rostro de un hombre a quien deseaba golpear, mas allá de desconocer la razón, algo en su ser le rogaba que lo hiciera.

No pensó en la conmoción de la gente, sino que empezó a acercarse lentamente. Sin embargo, cuando ese hombre lo vio, comenzó a correr alejándose de él y Daniel automáticamente lo persiguió, esquivando a las personas en el intento, a pesar de chocar con varias de ellas.

Y gracias a esas mismas personas, que lo ayudaron a detener al hombre que estaba persiguiendo, logró atraparlo de un golpe y derribarlo al suelo, mientras comenzaba a golpearlo una y otra vez, desquitándose sin saber la razón y notando cómo su mano empezaba a tenirse de un color rojizo. Si no fuera por las mismas personas, tal vez habría seguido golpeando al hombre, y posiblemente lo habría asesinado en ese mismo instante.

—¡Siga, maldito marica! —le gritó el hombre, y Daniel intentó golpearlo nuevamente.

—Marica usted, desgraciado —contestó Daniel—. ¡¿Por qué huyó?! ¿Me tiene miedo?

—¿Miedo? Miedo el que me tuvo cuando le quite todo —se burló, escupiendo sangre—. Mateme, pero su dignidad no la recupera ni con rezos.

Aquellas palabras fueron como un golpe de martillo que atravesó su mente, despertando recuerdos que había guardado en el más profundo de sus pensamientos. Recordó el horrible día en que perdió todo, pero también volvió a recordar las alegrías que había experimentado junto a los Pinzón, y el amor que sintió por ellos.

El torrente de recuerdos estaba siendo cada vez más doloroso para Daniel, y ese dolor se manifestó en su cuerpo como una nueva oleada de dolor, cada vez más fuerte que la anterior. Todo le empezó a dar vueltas, como si estuviera en un túnel del que no podía salir, y las voces a su alrededor se iban apagando. Pero, a pesar de todo eso, de algún modo, las palabras de Beatriz lograron mantenerlo despierto.

—¡Daniel! —escuchó su nombre—. ¡Por favor, llamen a la ambulancia!

Daniel no pudo articular una sola palabra, pues su cerebro parecía estar en un caos de recuerdos, sentimientos y dolor. Sólo podía ver una imagen borrosa de Beatriz, quien estaba acariciándole la mejilla. En el fondo, oía el llanto de su hija, y también el sonido de los murmullos que se había formado en el exterior, que lo hizo sentirse más acorralado en su situación, porque la poca dignidad que le quedaba, ya la había perdido en ese momento.

—No cierre los ojos, ¡¿me oyó?! —le ordenó Beatriz, pero él hizo caso omiso—. Míreme, Daniel. Abra los ojos, por favor no los cierre.

—Felicidades... Beatriz —susurró—. Se... Deshizo de... Mí. Pero muerto le reclamaré el estado... de la empresa.

—No sea bobo —contestó entre una mezcla de risa y sollozo—. Doctor Valencia, ¿va a perder contra mí? ¿Va a permitir que yo le gane? Abra los ojos.

Daniel estaba demasiado agotado como para abrir los ojos, y su cabeza le traía dolor, como si alguien lo hubiera golpeado con un mazo. No le quedaba nada más que la necesidad de dormir, aunque su orgullo le reclamaba que demostrara su fortaleza. Pero, aunque deseaba hacerlo, estaba atrapado en una debilidad física y emocional, y no pudo hacer nada más que reírse con ironía.

—Moriré o... viviré —contestó—. No lo sabemos, Beatriz.

¿Este se puede considerar final abierto? De todos modos, nos vemos en el siguiente capítulo.

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