The Black Orbe

By foxys02

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Nara es una bruja, que despues de perderlo todo, quiere dejar su naturaleza de lado y casarse con un alfa de... More

Nota de la autora
El INICIO DEL FIN
1. LA VALENTÍA DE UNA BRUJA
2. LA AMBICIÓN DE UNA OMEGA
3. AMOR DE HERMANAS
4. LA PALABRA DE LA ALFA
5. EL OTRO MUNDO
6. LOS CELOS ECKVAN, PARTE 1
LOS CELOS ECKVAN, PARTE 2
7. EN LA LUNA LLENA
8. LA CAPITAL
9. LA PRIMERA VEZ
10. SALVAJES
11. LA PEOR BRUJA DE LA HISTORIA
12. LO PROHIBIDO
13. ENEMIGOS CRECIENTES
14. ALMAS GEMELAS
15. QUERER. DESEAR. ODIAR

EN LA LUNA LLENA, PARTE 2

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By foxys02

KAHNARA CAVALIER

El cielo nocturno era un manto negro con una escasa estrellas, las antorchas iluminaban cada rincón del gigante castillo que alberga demonios de todos los tipos. Y yo estoy de camino a encontrarme con el más peligroso.

Mi cabello está trenzado en una sola trenza, pero muy elaborada, traigo el chaleco, pantalones nuevos y unas botas negras con detalles en plata.

Si logró sacarla de la habitación, todo es mío.

Estoy armada de valor, este era un peldaño alto que escalar para acabar con el reinado de Hayes y apagar el fuego destructivo que se esparce cada vez más a medida que se acerca el día de que Rhea ascienda al trono y todos nos vayamos al carajo.

Dominic se separa de mí cuando llegamos al pasillo donde se encontraba su exorbitante habitación y desaparece en un instante. Dos guardias armados custodian las puertas, serios y atentos a un ataque, notaron mi presencia desde mucho antes.

—Dalma me envió—Miento con facilidad.

Ellos se miraron, nada sorprendidos, y él más grande asiente, el otro toma impulso y abre las pesadas puertas, sin preguntar más.

Rhea se encontraba en un largo sofa negro con patas de oro, con la capucha de híbrido salvaje puesta, en sus manos tenía un enorme libro que lee con suavidad, parecía poseía. Ruedo los ojos. Es experta, sin duda.

A su lado hay una omega rubia, que recarga la cabeza en su hombro, observándola con un brillo en sus ingenuos ojos. A entremedio de sus piernas, sentada en alfombra lujosa, hay una pelinegra sonriente que le ofrece uvas. Detrás del sofa y de pie, pero inclinada para quedar a un costado de su rostro, hay una castaña de ojos verdes, escuchándola con atención mientras enroscaba los mechones rojos de Rhea en sus dedos.

Las tres carecían de ropa, puedo verles la espalda, y los muslos, ya que ese pedazo de tela

Doy por sentado que en este mundo, no hay alfa que la pase mejor en luna llena que Rhea Eckvan.

—Alfa... Dalma le envía otra—Anuncia, el guardia más grande después de reverenciarse ante ella.

Mi cuerpo se heló cuando levanta la vista del libro, esos dos ojos disparejos de color, uno azul y otro dorado como la miel, me miran un momento que pareció una eternidad. Asiente lentamente, sin quitar la mirada de mí ni yo de ella, y los guardias cierran la puerta detrás de mí.

Aprieto mis manos detrás de mi espalda para mantener mi postura recta, y muerdo mis labios, tratando de ser discreta, para que no huela el miedo en mí. El nerviosismo no puede ganarme. Las omegas me miran con seriedad, y de verdad me sorprende que ninguna de ellas sea Denisse.

—¿Dalma te envió aquí en contra de tu voluntad, Nara?—Pregunta.

No sé qué me impacta más en este momento: Que se acordara de mi nombre o su pregunta que parece detonar preocupación.

—Yo se lo pedí —Murmuro, a duras penas, porque de un instante a otro me encontraba sin aire.

Mi madre me enseño que no había más peligroso que los híbridos, salvajes y nocturnos, pero hay algo más que los hacía letales, cuando sus ojos se pintan de amarillo, es ahí cuando sabes qué está pensando hacer contigo y solo son dos opciones.

Y ese destello amarillo que atravesó por su mirada me avisa que entre a la boca del lobo y debo moverme con cuidado. La omega rubia se agarra de su brazo, como si quisiera evitar que se aleje de ella.

—Quiero que me enseñe a montar, Alfa—Me apresuro a decir, porque estoy empezando a creer que es capaz de tomarme mientras las omegas nos miran.

Pero ese amarillo se intensifica sin razón y el rostro perfecto de la Alfa infame se tensa de ¿Enojo?, y ahora un escalofrío recorre cada parte de mi cuerpo. Ahora sí puedo hacerle a Diana una lista de veinte cosas que pueden salir mal.

—¿A montar? ¿Qué?—Su pregunta me confunde.

—¿Un caballo?—Dudo de mi respuesta obvia.

Alzo una ceja, ya sin entender nada por qué las omegas se ríen en mi cara como si yo fuera la idiota. Rhea esboza una media sonrisa, burlándose de mí, antes de volver a mirarme con total normalidad.

—Vete, estoy ocupada—Me ordena con frialdad.

La pelinegra le extiende el libro de poesía rogando que siga y deja un beso en la comisura de sus labios. Aprieto mis puños, y fulmino con la mirada a Rhea mientras actúa como si yo fuera invisible

Maldita.

Te odio tanto.

—No iré a ningún lado—Dictamino con fuerza.

Las cuatro levantaron su mirada hacia mí, las chicas estaba con la quijada en el piso y yo muriendo de un ataque. Rhea se levanta, y camina hacia mí. Antes de que pudiera defenderme, sus manos toman mi cintura y me sube a su hombro como si pesara menos que un costal de papas.

—No, no—Murmuro desesperada, sacudirme, no sirve de nada, porque con una sola mano puede inmovilizarme.

Mi última opción en la magia, quizás hacerla tropezar con un objeto, pero me encuentro aturdida. Apoyo mis manos en su espalda y trata de impulsarme, pero es inútil.

Ojalá me maté, porque ya no soporto tener sus manos asesinas sobre mí.

Abre de un manotazo las puertas de madera y hierro. Y es ahí cuando me deja caer cuando estamos en el pasillo sin cuidado, apenas logro mantenerme en pie y me debo agarrar de sus brazos para no caer. Ella avanza hacia mí hasta hacerme chocar contra la pared, pero enderezó mi postura y aunque debo de torcerme el cuello para mirarla fijamente, no me dejo intimidar.

—Arregla tus cosas… mañana te vas a ir a Norvan.—Masculla con agresividad, eso debilita mi mueca fría—Quizás Stephen pueda soportar a una insolente como tú.

Intenta irse, pero me aferro a su brazo con ambas manos.

—No, no voy a ningún lado.

Ella no me mira porque está intentando controlarse, sus colmillos comienzan a sobresalir y el amarillo peligroso posee su mirada de colores distintos.

—Disculpe, Alfa, pero no la entiendo, me pide que acompañe a la princesa Diana a sus paseos con su Beta Kassia para vigilarla y no me enseña a cabalgar ¡Caballos!—Le explico con honestidad. —Le he pedido a muchos, incluso a la princesa, que se ha negado repetidas. Y todos me ponen excusas.

Me mira, enojada.

—¿Entonces soy tu última opción?—Insinúa.

—Quizás si no hubiera desaparecido toda la semana, no lo sería.— ¿Le estoy reclamando?

Los guardias se miran entre sí, atónitos. Y Rhea está incrédula y honestamente, yo también, pero soy lo suficiente valiente para dar un paso adelante, y hasta estar a un suspiro de ella y su rostro infamen.

—Enséñeme, por favor, Alfa, aprendo rápido.

Mantiene su expresión seria, y la mirada fría fija en mí, como si quisiera arrancarme la cabeza de una sola estocada. Casi puedo oír a Diana maldecirme y mi salida del castillo ya era inminente.

—O asigne a alguien que me enseñe…—Me interrumpe.

—No será necesario—Dice, alejándose de mí, antes de voltearse a los guardias —Preparen mis caballos ahora mismo. —Vuelve su mirada hacia mí. —No crees que es por ti, lo hago por hermana…—Camina hacia su habitación a regañadientes. —Lo que me faltaba… obedecer a una omega.

Cuando los guardias salen del pasillo, giro levemente mi cabeza a la salida, ahí, semi oculta esta Diana con una sonrisa de victoria que contagia mi rostro.

─•── )(☆)(───•─

Nos encontramos fuera del establo de Calyst, en un círculo de perfecta tierra, sin una sola pierda que podría estorbar. La yegua negra de Rhea está frente a nosotros, siendo acicalada por un mozo, mientras yo tengo en frente a un caballo café: Pata corta, el primogénito de Calyst y como su nombre lo dice, no era tan imponente como su madre, perfecto para mí.

Sacaron las monturas de Rhea, las cinco más hermosas están puestas en fila en una mesa larga. Y ella está por elegir una por mí. Me mantengo a una distancia prudente, porque honestamente, me da dolor de cabeza estar cerca de ella.

—No lo azotes o no le des patadas para que corra más rápido, tú te adecuas a él, no él a ti— Dictamina con seriedad. Jamás haría tal cosa. —Si veo un solo rasguño en mi caballo, te mato, Nara, y de eso no hay nada que te salve ¿Entendiste?

Vaya, quiere más a sus caballos que a su familia.

—Sí, Alfa.

Elige la de plata y cuero rojo, la sostiene con una mano como si no pesara nada, y mis ojos se agrandan de la impresión. Corro para alcanzarla hasta el caballo. La acomoda en la espalda de pata corta con delicadeza.

Hacía todo con una agilidad esperada, tiene 215 años, a los 7 ya ayudaba a su padre en la conquista en el norte, es obvio que debe ser una experta de pies a cabeza.

—Debes ajustar bien las correas— Me inclino mejor para ver como lo hace.—La montura tiene que estar firme para que al momento de subir la sientas como una parte más del caballo.

Asiento, memorizando en que agujero puso la hebilla de la correa. Cuando enderezó mi postura, y noto que Rhea me observa detenidamente. El estómago se me revuelve, cuando detalla mis labios con sus ojos disparejos de color, el ardor en mis mejillas se vuelve más intenso y no puedo culpar al calor, porque hoy era una noche fría.

Mi odio hacia ella era irreparable, más intenso que el color carmesí de mis mejillas que arden de enojo, pero había algo que debo aceptar: es muy atractiva. La maldita mezcla perfecta entre Hayes Eckvan y Ayline Ducreux. Y le tengo envidia.

—¿Entendiste? —Me pregunta.

Relamí mis labios, y me ordeno a mí misma para dejar de pensar en estupideces.

—Sí, ya se lo dije, aprendo rapid...

Me callo cuando ella suelta las correas y desliza la montura, hasta que esta, se estrella en el suelo, causando que pata corta se altere un poco, de inmediato voy a calmarlo. La miro con el ceño fruncido, por esa acción tan idiota.

—¿Por qué?—Exclame.

Camina al frente, quitándose los guantes y dándoselos a una sirvienta.

—De nada sirve enseñarte a montar, si no puedes poner la montura—Explica, girando hacia mí. —Quiero ver como lo haces o si lo haces.

No digo nada porque no le haré eso a mi orgullo, y solo asiento. Mi mente divaga en el suceso de la tarde, con la montura, como casi me perfora el estómago, una de ellas. Pero sin darme cuenta, ya tenía las manos en ella.

Rhea me mira atenta.

Me impulso nuevamente, y la levanto, pero no sé cuanto tiempo podre sostenerla, así que me apresuro. Desafortunadamente, no la sostuve lo necesario y la montura cae cerca de la pezuña de Pata Corta. El caballo relincha del susto y alza sus patas delantera, el corazón se me parte al ver que su pecho se agita.

Rhea comienza a acercarse con prisa.

—Perdón, perdón—Me apresuro a decirle con el corazón apretado. —Perdóname, Pata Corta— Tomo su rostro con ambas manos y logro calmarlo. —En serio lo siento mucho, muchacho, no volverá a pasar.

Siento los ojos de Rhea puestos en mí todo el tiempo, pero no me importa, el único perdón que es relevante es el de Pata Corta. El caballo resopla y sacude la cabeza, listo para intentarlo otra vez y no pienso defraudarlo dos veces. Extiendo mi mano para coger nuevamente la montura, pero Rhea se me adelanta.

—Creí que las omegas como tú estas acostumbradas al trabajo duro desde niñas—Exclama y sube la montura al lomo de Pata corta— No es posible que seas tan débil.

Me apresuro a ponerme frente a ella, dándole la espalda. Tomo la correa que va debajo del caballo con toda la dureza que me puedo permitir. Ella se inclina por mi costado derecho, colocando su brazo, la montura para hacerme sentir acorralada y baja la mirada para observar mis movimientos.

—No fui criada como las otras omegas, pero tengo otras cualidades—Respondí.

—Hasta ahora no he visto ni una de esas cualidades—Suelta con veneno, haciéndome rodar los ojos.

Pero la verdad es que Gabriel no me dejaba hacer nada, a veces ayudaba a Marcela con la comida, pero nada significativo. La vergüenza me invade, porque mientras mi hermana pelea guerras, yo estaba en la mansión Favre... inmóvil... muerta.

Lo hago tal y como ella, ajusto la hebilla en el último agujero, y sigo con la que va en el cuello. Cuando termino, sacudo la montura para ver si quedo fija.

Esbozo una sonrisa, orgullosa de que la montura no se movió, pero faltaba el veredicto de la Alfa o ya no me enseñaría a montar. Me volteo con lentitud, pero debo retroceder porque ella está tan cerca.

Paso saliva antes de levantar mi mentón para ver la alta híbrida frente a mí. Su expresión burlona cuando da un paso adelante me hace hervir la sangre, sabe que no la soporto cerca de mí, por eso siempre evade mi espacio vital, haciendo que mi respiración se corte.

—¿Lo hice bien?— Murmuro.

—Para ser tu primera vez, no está mal —Responde, llama a su yegua de un silbido, y Calyst se acerca en toda su gloria—Pero no siempre voy a estar yo para subirte la montura, debes comenzar a entrenar.

Asiento, y me da la espalda para acercarse a Calyst. Unos movimientos cerca del inicio del bosque llaman mi atención. Yris, la segunda hija del rey, abrazaba el brazo de su padre mientras lo escucha atentamente. La sonrisa de Hayes paresia tan genuina que se acerca a lo falso. Jamás lo vi así con sus otros cuatro hijos, quizás Diana era entendible, pero ni siquiera con Rhea, que es su heredera.

Una persona se me cruza en la imagen de esos dos, es Eliot, el mensajero, en su mano traía un sobre enorme de color verde y busca con la mirada al Rey. Mi corazón se acelera al pensar si me traería otra carta de Gabriel. Al verme, me saluda, sacudiendo su mano libre.

Lo iba a saludar, pero Rhea me interrumpe como la grosera que es.

—Tus ojos en mí, Nara— Me ordena toscamente. La miro, su expresión vuelve a ser fría y seria, y me provoca dolor de cabeza sus cambios de humor. —Veamos si al menos te puedes a ti misma.

¿Y está ahora qué le pasa?

—Claro que sí—Respondí.

Me enseña como subirme al mismo tiempo que ella monta a Calyst hábilmente. Esta fue la parte más fácil, Pata corta no se comparaba a la magnitud de Calyst. Apoyo mi pie en el estribo y me impulso hacia arriba. Me acomodo en la montura y tomo las riendas.

Miro a Rhea acercase a mí arriba de Calyst. Sus ojos me analizan con dedicación, mientras me rodea lentamente. Trato de copiar su postura recta y todos los detalles que hacen su cabalgata tan elegante, pero ella sostiene ambas riendas con una sola mano y no creo ser capaz de eso.

Recuerdo un par de trucos al ver a mi tío Nikolas montar a su yegua Luna. Hago uno de ellos. Jalo de la rienda izquierda y Pata Corta da una vuelta. Hago contacto visual con Rhea, y esbozo una sonrisa al ver la sorpresa en su rostro.

—Le dije que una de mis cualidades es aprender rápido— los caballos se mueven en un círculo, y nunca dejamos de estar frente a frente.

Niega con la cabeza mostrando una media sonrisa. Le divirtió mi comentario. Inconscientemente copio su sonrisa.

—No voy a negar que tengo curiosidad por conocer las demás.

Mi estómago se retuerce raro al oír eso, y necesito dar un respiro para poder seguir. Nuestras miradas no se desconectan, yo no puedo apartar mis ojos de los suyos tan peculiares, mientras los caballos seguían andando en círculos. Mi piel se erizó de repente porque un destello amarillo cruzo por su mirada, que me desarma por completo, me siento desnuda. Ya no quiero que me mire. No me gusta este sentimiento.

Estoy a punto de soltar una respuesta torpe cuando una voz me interrumpe.

—Kiara, cálmate, ya no eres una niña.

Rhea baja de Calyst y se dirige a donde vienen las voces, pero yo estoy paralizada, apretando las riendas de Pata Corta con fuerza. Kassia, mi hermana, camina detrás de una chica, castaña, delgada y baja de estatura comparada con ella.

Es licántropa.

Es Kiara.

Mi hermanita.

Suelta un chillido de emoción cuando ve a Rhea y se lanza a sus brazos, acurrucando su cara en el cuello de la híbrida. El corazón me duele, y bajo del caballo con cuidado, para no caerme.

—Te extrañé tanto—Le confiesa Kiara a Rhea—¿Tú me extrañaste?

Asomo mi mirada por debajo de la cabeza de Pata Corta. Kiara aún poseía la mirada de inocencia y pureza, ojos verde claro que miraban a Rhea con un brillo espléndido, se había vuelto una mujer hermosa, delicada y bien vestida, sin duda es la princesa que siempre quiso ser.

—¿Como qué tú? No seas atrevida, Kia—La regaña Kassia.

Mis dos hermanas estaban aquí y lo único que quiero es correr a abrazarlas a ambas, pero es lo único que no tengo permitido hacer.

—Le hablo así porque la Alfa me dio permiso ¿Verdad, Alfa?—Exclama Kiara y Rhea asiente—Kassia no quería traerme aquí, nos íbamos a quedar en su casa en Ousteneri... me dijo que me traería al término de la Luna llena porque ahora estarías ocupada, pero yo ansiaba tanto verte que comencé a sentirme mal...

—Pero ya estás aquí, Kiara, tranquila— Le dice Rhea con suavidad acariciando el sedoso y largo cabello de mi hermanita.

Noto la mirada extraña que ella le da a Kassia después de decir eso, es una de enojo. Kassia solo apretó los labios, aceptando sus culpas.

—Vamos al comedor, para que comas algo—Le ordena Rhea a Kiara, logrando que deje de abrazarla.

Escucho como alguien me llama de un chasquido de lengua, volteo hacia la derecha. Dominic estaba oculto detrás de una pared de piedra para que ellas no lo ven. Me hace gesto con sus manotas para me acerqué, sin mucha paciencia.

Suelto un suspiro de cansancio, y asiento para que se tranquilice. Mis hermanas avanzan, Kassia molesta a Kiara con las cosquillas en su estómago como cuando eran pequeñas, y eso me hace esbozar una sonrisa genuina.

Luego miro a Rhea, ella camina detrás de ellas, observándolas con diversión mientras caminan a la salida. De repente y de sorpresa, ella gira su rostro hacia mi dirección, nuestras miradas se conectan de inmediato.

—Muchas gracias, Pata Corta. —Le digo al caballo, acariciando su sedosa melena café.

Y luego volteo a ver a su dueña, nuevamente, borro mi sonrisa, poniendo mi rostro serio como un alfa viejo. Ella alza sus cejas, confundida de mi expresión. Le doy la espalda bruscamente, y juro poder sentir su maldita sonrisa.

Voy hacia Dominic, con cautela, él primero observa si Rhea ya está lejos y luego me mira. La expectativa me acelera el corazón y el maldito no habla. Me extiende una manta negra y yo la tomo, confundida.

— Cuando la luna esté en su punto máximo, espérala en el puente.—Susurra antes de desaparecer.

Paso tiempo para que las omegas que quedaban en la habitación se durmieran, yo me aliste en silencio, uso la ropa que Diana me dio, y entremedio de la chaqueta de piel de híbrido, guardo la daga de mi padre. Después cepillo mi cabello y me pongo la capa negra que Dominic me dio.

Salgo de la habitación y me dirijo a la parte trasera del castillo. Los pasillos estaban vacíos, porque el sol se acercaba y hoy terminaba la luna llena, todos están con en sus cuartos haciendo sus cosas, así que camino con toda libertad.

Disminuyo mi paso cuando llego al pasillo de su habitación, no oigo nada y gracias a la Diosa que no, porque no quiero vomitar. Me asomo con cuidado, por si Rhea estaba por salir y deba esconderme.

El cuerpo se me hiela cuando veo a la chica frente a la puerta. Kiara. Camino un poco más para verificar si mis ojos no me engañan.

—Está linda, señorita—Dice su doncella. —Créame que la Alfa caerá rendida cuando la vea.

Sus palabras me revuelven el estómago, y debo tapar mi boca para calmar las náuseas. Kiara asiente con una sonrisa pintada de pura emoción.

Le habla a los guardias y uno de ellos entra a la habitación. Sé que Diana me está esperando, pero debo saber si la deja entrar. Corro al otro lado del pasillo cuando se abre nuevamente la puerta, y asomo mi rostro por la muralla de piedra.

Los ojos verdes de mi hermana se iluminaron por completo al ver la persona detrás de la puerta, y supe que se trataba de ella. Da un paso adelante, y la pierdo de vista. Aprieto mi puño contra la pared de piedra, el pecho se me calienta como si tuviera una hoguera dentro.

¿Cómo se atreve a hacer sus infames actos con mi hermanita?

Mi cuerpo seguía hirviendo, y tuve que huir lo más rápido que pude, o si no derribaría esa puerta a como de lugar. Cuando llegue al puente, me encontraba sola, en el jardín no había ni una alma, pero al momento de darme vuelta, ahogo un grito al ver a alguien parada frente a mí.

—¿Diana?—Pregunto confundida.

Su rostro estaba sucio y su cabello de un marrón oscuro, su ropa era un vestido desgastado y la capa mal remendada.

—Hasta ya me parezco a ti, verdad—Insinúa con burla. Fruncí las cejas, un tanto ofendida. —Vamos.

Me entrega la autorización firmada por el sello de Rhea y nos encaminamos al gran portón de la muralla. Diana me susurra que me tranquilice, pero mis piernas me tiemblan, hace dos lunas llenas que no salía del castillo, y los guardianes de la muralla me causaban escalofríos.

Cuando un híbrido del ejército, cumple 100 años de vida, es elegido meticulosamente para ser guardián de los Eckvan por 100 años, cada castillo de la familia tiene sus guardianes. Este tiene más de 5 mil guardianes, por ser el más grande y albergar a la familia la mayoría de las lunas llenas.

Todos ellos tienen una armadura de plata de pies a cabeza, para protegerlos del sol y de los ataques. De día no puedes ver sus ojos, ya que están cubiertos de una tela, pero sus otros sentidos están al máximo, una vez vi a uno de ellos, mataran a un halcón sin siquiera mirarlo.

El sonido de la plata chocando me hace apretar los labios, le entrego la autorización con lentitud. Sus ojos estaban vendados, hacía con el único dedo, el pulgar, que no está cubierto por plata, toca el sello detenidamente.

—¿Motivo de salida?— Pregunta.

—Saldremos a hacer unos mandados para la princesa Diana—Respondo.

Deja de tocar el sello, se inclina levemente hacia mí y el corazón se me detiene, me olfateo como un perro, y luego se dirige a Diana y respira hondo su aroma. Estoy hecha de piedra en este momento, pero Diana parece extrañamente tranquila, como si ya lo hubiera hecho varias veces.

Asiente, dándonos la espalda, levanta su mano derecha y de una estocada fuerte y directa en las cadenas las puertas se abren.

Salimos de las murallas, y cuando ya estamos lo suficientemente lejos para que no nos oyeran, suelto todo el aire que tenía retenido.

—Diosa, debiste ver tu cara cuando te olfateo—Suelta Diana, riendo.

—¿Ya lo habías hecho? Creí que tu padre no te permitía salir del castillo—Insinuó, intranquila.

—Papá no puede tener prisionera toda la vida—Dice, ella me toma del brazo y comienza a jalarme— ¡Apresúrate! No puedo con las ansias de golpear a Ziah en su maldito rostro perfecto.

—Es mejor no buscar problemas con híbridos, recuerda que ambas somos...—Comienza a correr, llevándome casi arrastras.

Nos metimos en el camino que atraviesa el bosque, al final de él, está Ousteneri, la capital del imperio Eckvan, cuidad donde abunda el comercio, la bebida y muchos pecados juntos. Y estamos a punto de entrar ahí.

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