FOREIGNER [Chishiya Shuntaro]

By raughan

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Chishiya Shuntaro, el enigmático jugador maestro, cruza destinos con Iryna Kravets, una ucraniana cuyo pasado... More

INDICE
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Extra

FINAL

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By raughan

Canciones recomendadas para la lectura de este capitulo:

Arrival of the Birds - Jason Swinscoe.

Merry Go Round of Life - Joe Hisaishi.

You Are Not Suguru Geto - James Liam Figeroa (reproducir a partir de que Chishiya escucha una voz antes de llegar a la recepción).

El resplandor acaricia suavemente los ojos de Chishiya cuando, con cierta reticencia, decide abrirlos. La transición del mundo onírico al tangible se experimenta con lentitud, y sus parpadeos intentan aclimatarse a la tenue luz que llena la habitación. Al dirigir la mirada a su alrededor, la realidad se despliega ante él: una cama de hospital lo acoge, y la presencia de un suero conectado a su muñeca es la primera pista de su situación.

La conciencia se abre paso a través de las sombras de su memoria, intentando reconstruir el rompecabezas de su propia historia. Los fogonazos de fuegos artificiales reverberan en su mente, pero la transición de ese estallido de colores a una explosión confusa se desvanece en la nebulosa de su recuerdo. Como un navegante desorientado, se encuentra encallado en un desconocido universo, lejos de la coherencia que alguna vez conoció.

La cabeza le pesa mientras intenta comprender, y su instinto lo lleva a girar lentamente la cabeza hacia la cama vecina. La revelación que se despliega frente a él provoca una reacción visceral; su piel se eriza y la gravedad del momento lo envuelve.

Allí, postrada en la cama contigua, yace ella. Un entramado de cables se enreda a su alrededor, y una mascarilla de oxígeno cubre parte de su rostro, pero su corazón late con una estabilidad aparente.

Chishiya exhala un suspiro, una amalgama de alivio y preocupación que parece danzar en la atmósfera. La habitación del hospital se transforma en un escenario donde la realidad y la enigma se entrelazan, y él queda inmerso en un silencioso diálogo interno, tratando de descifrar los misterios que lo rodean mientras se sumerge en los detalles de su nueva realidad desconcertante.

Sumido en sus propios pensamientos, murmuró para sí mismo con voz apenas audible, casi como un susurro que se dispersaba en la quietud de la habitación: —Así que decidiste no regresar.

Su mirada se perdió en el intrincado diseño del techo, como si buscara respuestas en las sombras que se proyectaban sobre él. La contradicción resonaba en su interior: ¿cómo podía extrañarla si la tenía al lado?

En ese preciso instante, la puerta se abrió y una enfermera ingresó con paso sereno, sosteniendo una planilla entre sus manos. La atención de Chishiya se desplazó hacia ella mientras el entorno se llenaba con el eco de la conversación no dicha.

—Parece que ya despertó, doctor —anunció con profesionalismo, su mirada alternando entre Chishiya y la cama de la misteriosa paciente. Se aproximó con delicadeza al lado de Chishiya, quien había vuelto a la realidad con la presencia de la enfermera. —¿Cómo se encuentra? — preguntó mientras desconectaba con cuidado la vía de su muñeca.

Chishiya respondió de manera breve. —Bien —sin despegar la mirada del techo. Un silencio momentáneo se apoderó de la habitación, solo interrumpido por el suave murmullo de la desconexión médica. La atención del rubio se deslizó hacia Iryna. Elevó la cabeza con seriedad, señalando con un gesto sutil hacia la cama de la joven. —¿Cuál es el diagnóstico de ella? —Su voz, firme pero impregnada de una preocupación palpable, denotaba el temor latente.

—Aun no ha despertado del coma —comentó con una expresión comprensiva. La atmósfera se volvió más densa con sus siguientes palabras: —Tiene un tobillo roto y múltiples infecciones en los órganos —reveló. Y con un dejo de impotencia, agregó: —No sabemos nada de ella como para localizar a su familia.

Chishiya, al procesar esta información, rompió el silencio con una afirmación nítida y desgarradoramente honesta.

—Iryna Kravets —pronunció con fuerza, como si cada sílaba contuviera la esencia misma de la mujer que yacía en la cama contigua. La enfermera, sorprendida por la abrupta revelación, reaccionó con velocidad, aferrando la birome junto a la planilla y escribiendo con premura, capturando cada detalle pronunciado por el médico. —Es ucraniana y no tiene familia, salvo a su padre, que está desaparecido —continuó él. —Estaba secuestrada en Tokyo —añadió. La determinación de Chishiya resonó en sus siguientes palabras. —Yo me haré cargo de ella incluso si dan con un familiar —afirmó con una mezcla de responsabilidad y firmeza. —Así que anóteme como responsable inscripto.

—En seguida, doctor.

Así se inició una nueva realidad para Chishiya, donde su papel trascendió los límites de la medicina convencional. Desde aquel día, no solo se convirtió en el médico encargado del caso de Iryna, sino que también asumió el rol de su incansable compañero. Aunque ella permanecía en un profundo sueño, el rubio dedicaba meticulosamente cada día a visitarla, construyendo una conexión silenciosa que iba más allá de las fronteras del lenguaje.

Después de atender a otros pacientes y cumplir con sus obligaciones hospitalarias durante cada jornada laboral, Chishiya no abandonaba el edificio. En lugar de eso, se dirigía directamente hacia la habitación de Iryna, como si su presencia pudiera de alguna manera aliviar las sombras que la envolvían. Al concluir cada turno, el médico depositaba flores frescas con delicadeza en la mesita junto a la cama.

Las noches se volvieron testigos de una rutina conmovedora. Chishiya, lejos de retirarse a su propio apartamento, optaba por pasar la noche en algún incómodo sillón cercano a la cama de Iryna. La penumbra de la habitación se convertía en un cómplice silencioso mientras compartía con la inconsciente joven las vivencias de su día, como si sus palabras pudieran, de alguna manera, penetrar el velo que separaba el sueño de la vigilia.

Iryna, con diecinueve años al momento del incidente, seguía ajena a la rutina que se desarrollaba a su alrededor. Mientras Chishiya la cuidaba con devoción, el misterio que envolvía a sus captores persistía. No se obtuvo más información sobre aquellos responsables del secuestro, asumiendo que, de alguna manera, habrían perecido junto con el impacto del meteorito que marcó el fatídico día del incidente.

Y si la confirmación de la muerte de la madre y hermanos de Iryna reverberaba en la mente del rubio un lamento incesante. Sin embargo, en medio de esa oscura sinfonía, un rayo de esperanza se manifestó de una manera inesperada, en una noche que Chishiya recordaría con claridad.

Fue después de una jornada en la que la soledad se cernía sobre él cuando su teléfono retumbó con una llamada de un número privado, desconocido.

Sin vacilar, respondió, y del otro lado de la línea resonó la voz de Dmitry Kravets, el padre de Iryna, en una búsqueda desesperada por su hija. La conversación que siguió fue un encuentro de dos mundos que, aunque inicialmente incierto, se transformó en un vínculo profundo.

Dmitry Kravets demostró ser un hombre afable, de humildad palpable y agradecimiento profundo.

Chishiya y el hombre entablaron una amistad en apenas una hora después de que el hombre aterrizara en Tokyo. La gratitud se expresó en palabras sinceras, y Dmitry, sintiéndose compelido a mostrar su agradecimiento, ofreció generosamente a Chishiya una suma de dinero que el médico rechazó con elegancia. A pesar de la negativa, Dmitry insistió en materializar su agradecimiento y obsequió a Chishiya un automóvil y un nuevo apartamento, notablemente más amplio y lujoso.

De este modo, cada día, Dmitry se convertía en un visitante constante del hospital, compartiendo la vigilia junto al rubio de su única hija. No pasó desapercibido el esfuerzo y la dedicación constante de Chishiya para él.

El médico, ahora no solo cuidador sino también protector y confidente de Iryna, encontró en Dmitry un aliado agradecido.

Cada recuerdo se enredaba en la memoria de Chishiya, tejido con hilos de nombres que resonaban en el silencio de sus pensamientos. No había pronunciado una sola palabra al respecto, pero en la intimidad de su mente, recordaba cada detalle con una claridad a veces dolorosa. Arisu, Usagi, Aguni... y, por supuesto, Niragi. Cada uno de ellos era una presencia constante en su conciencia, marcada por historias compartidas y experiencias que resonaban en su ser.

La rutina diaria de Chishiya se convertía en una danza entre las habitaciones del hospital. Iryna ocupaba un lugar central en su atención, pero no era la única. También dedicaba tiempo a Niragi, quien continuaba en un estado inconsciente. El médico, con la misma devoción que ofrecía a Iryna, se acercaba a revisarlo una vez al día, como si cada visita fuese un gesto de lealtad a un amigo caído.

Sin embargo, consciente de sus propios sentimientos y desafíos internos, Chishiya había tomado la decisión de colocar a Niragi en una habitación distante de la que ocupaba Iryna. Simplemente por que estaba demasiado celoso de él.

Chishiya, entre los entresijos de su vida marcada por la atención a sus pacientes, también había encontrado espacio para el resurgir de una amistad peculiar. Había reconstruido el vínculo con Kuina, una amistad que, a pesar de la amnesia de la joven, se había ido tejiendo con delicadeza y paciencia. Kuina, aunque no recordaba a Chishiya en absoluto, sentía una extraña conexión, como si su presencia resonara en algún rincón recóndito de su memoria.

La relación con Kuina se construía entre sombras de familiaridad que no terminaban de materializarse. Chishiya, con su peculiar habilidad para tratar con la complejidad de las emociones, no dejaba que la falta de recuerdo de Kuina afectara la reconstrucción de su amistad. En lugar de ello, la paciencia y la comprensión se volvían herramientas fundamentales en esta labor de redescubrimiento mutuo.

Kuina, por su parte, también compartía la dedicación de Chishiya hacia Iryna. Sin embargo, su conexión con la joven tomaba un matiz diferente. Sostenía, de manera intrigante, que la había visto en sus sueños, y en esas visiones oníricas, ambas eran amigas inseparables. En el mundo onírico de Kuina, las dos compartían momentos cotidianos: tomaban helados, se divertían comprando ropa, tejían recuerdos que, de alguna manera, trascendían el velo de lo real.

Aunque para Kuina el cómo y por qué de estos sueños era un misterio sin resolver. La joven no lograba comprender la conexión entre su inconsciente y la figura de Iryna en sus sueños, pero esto no menguaba su determinación para mantenerse presente en la vida de la joven que, de alguna manera, le resultaba familiar incluso en medio de la amnesia.

Así transcurrieron los días y las noches, estirándose en el hilo del tiempo durante varios meses. Chishiya continuaba su devota rutina, entre jornadas agotadoras y noches interminables en las que la presencia constante de Iryna era su ancla emocional. Sin embargo, en los rincones más íntimos de su ser, el rubio no podía evitar ceder a lágrimas silenciosas mientras tomaba la mano de la castaña. La añoranza se manifestaba con una fuerza incontrolable, como un eco constante de lo mucho que Iryna le hacía falta.

No fue sino hasta una mañana especial, en vísperas de Navidad, que Chishiya despertó en el hospital con la cabeza apoyada en el borde de la cama. Al alzar la mirada, se encontró con la realidad cruda: Iryna ya no estaba allí. El médico se incorporó de golpe, un nudo apretándose en su garganta mientras abandonaba la habitación. El hospital parecía sumido en un silencio más profundo de lo habitual, parcialmente deshabitado debido a la festividad que mantenía a muchos alejados de sus labores.

Frunció el ceño al llegar a la recepción y no encontrar a nadie. La soledad se cernía sobre el lugar, y una sensación de desconcierto comenzó a apoderarse de él. Estaba a punto de adentrarse en la zona de internos cuando una voz, como un escalofrío en la quietud, lo dejó helado:

—Llegué a pensar que te habías aburrido de mí.

La voz de Iryna, conocida y anhelada, resonó en el aire, desatando un torbellino de emociones en Chishiya. La sorpresa y la alegría se entrelazaron en su rostro cuando se giró para enfrentarse a ella. Ante sus ojos, Iryna, igual de hermosa, enana y algo irritante con sus brazos cruzados, desafiante como siempre.

Chishiya respondió con una sonrisa sincera, acompañada de un suspiro enorme que llevaba consigo el alivio de volver a verla. La reconexión con Iryna, aunque solo fuera en ese instante, se manifestó como una victoria sobre el tiempo y la incertidumbre.

—Ponme a prueba una vez más y puede que lo haga.

Ambos se acercaron, un paso tras otro, como si el tiempo entre ellos se desvaneciera en ese breve encuentro. Los ojos escudriñadores de Iryna lo recorrieron de arriba a abajo, con una ceja alzada en gesto desafiante.

—Ese nuevo corte te queda bien. ¿A quién estás buscando impresionar con él?

El médico, consciente de su reciente cambio de imagen al cortar su largo cabello rubio unas semanas atrás, rió suavemente. Ahora lucía un cabello más recortado, de tono morocho y algunas puntas desmechadas en rubio, un cambio que, de alguna manera, reflejaba el renacer de esta conexión que, por un momento, había parecido perdida.

Chishiya suspiró, rastreando con la mirada cada detalle en los ojos de Iryna. En un instante, la expresión presumida y estoica que solía llevar dio paso a una suavidad inusitada.

—A una idiota que duerme como un tronco —dijo, con un suspiro juguetón que rondaba en sus ojos. —Te he echado de menos, a pesar de lo sorprendente que puede sonar eso —añadió, riéndose con ligereza.

La respuesta de la chica fue una mirada de ceja en alto, una expresión que reflejaba sorpresa y quizás un dejo de incredulidad. —Es bueno oír que todavía me recuerdas —comentó, una afirmación simple que resonó con una calidez reconfortante.

Sin poder contenerse más ante esas palabras, Chishiya la abrazó con fuerza, hundiendo la cabeza en su cuello. Las lágrimas se derramaron de los ojos del médico, impregnando la piel de Iryna con la mezcla de emociones contenidas durante tanto tiempo. Mantuvo a Iryna tan apretada contra él como pudo, como si temiera que desapareciera nuevamente.

—Te extrañé tanto —murmuró Chishiya, su voz vibrando con la intensidad de las emociones liberadas. Sus ojos se encontraron con los de Iryna, sin separarse demasiado, y rozó sus labios ligeramente con los suyos. Sintió el aliento de ambos entrelazándose en el aire, un momento de conexión íntima. —Siento haberte hecho esperar.


Bueno les regalo el capítulo final pa que no me lloren tanto, l@s amo y nos vemos en el capítulo extra la semana que viene 💅.

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