Razón y Corazón

By GwenMacFaol

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Segundo libro de la saga "Escocia" Katherine Leibovici es una mujer madura, independiente y exitosa, quien de... More

Capítulo 2
Capítulo 3
Comentarios

Capítulo 1

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By GwenMacFaol

Colombia. Presente


- ¿Me recuerdas por qué haces de nuevo esto, Kathe? -

Kathe Leibovici levantó la mirada de la columna de números que conformaban una de las tantas propuestas presupuestales para obras que tenía pendiente revisar, a su amiga. Le regaló una sonrisa jovial al aburrido ceño de Rubby.

- Porque mañana cierta damita elegirá su vestido de bodas, y ya que quiero tener toda mi concentración puesta en ello, hoy al igual que otros días adelanto algo del trabajo de mañana. - Bajó la vista a la carpeta - Eso y otras cosas de la recepción nos ocupará la mayor parte del día. -

Rubby soltó un suave suspiro, y el leve crujido que producía el espaldar de la silla al caer más peso sobre este, le indicó que se había recostado. Después de quince minutos de inusitado silencio alzó la vista de los papeles y encontró a su morena y siempre locuaz amiga con un morro en su carnosa boca (su gesto personal de aburrimiento), concentrada en su smartphone.

<<Probablemente espere a Hugo para salir>> pensó al ver que no manifestaba prisa por irse.

Que esperara tranquila a alguien era, en opinión de Kathe que conocía a Rubby desde quinto de bachillerato, extremadamente extraño. Con todo ese tiempo de amistad podía afirmar sin temor a equivocarse que la mujer frente suyo no era particularmente paciente.

Claro, siempre que por aquello que esperara no fuera su prometido.

Los esbeltos hombros de su amiga temblaron suavemente. Kathe, a quien le parecía que la camisa de algodón de su traje ejecutivo era del mismo grosor de la blusa de seda de ella, no sentía frío. Pero claro, aquella menuda mujer siempre había sido friolenta. Aunque tal vez estar justo debajo de la rejilla de ventilación congelaba a cualquiera.

Acordándose de que seguramente sí le recomendaba sentarse en otro lado su tozuda amiga negaría que sintiera frío, decidió distraerla preguntando algo de lo que ya estaba segura por lo anteriormente mencionado:

- ¿Te ha invitado Hugo a cenar? -

Rubby levantó el rostro iluminado por una radiante sonrisa y un brillo alegre en sus marrones ojos.

- Más o menos, sí. Es una cena con sus padres. - respondió levantándose. Caminó alejándose unos dos metros de su escritorio y elegantemente posó con las manos en las caderas - ¿Cómo me veo? -

Contempló la falda de lápiz color borgoña que se ceñía tan bien a las voluptuosas caderas, y la elegante blusa azul petróleo cuyo escote en V de volantes dejaba el cuello y lo justo de los turgentes pechos desnudos para llamar la atención. Los altos tacones y la elegante cartera de mano plateados, junto con los accesorios en sus muñecas, cuello y orejas completaban la pinta dándole una elegante vistosidad. El castaño cabello lacio a la altura del mentón escrupulosamente arreglado enmarcaba un femenino y atractivo rostro con un maquillaje liviano pero favorecedor.

Le sonrió cariñosamente.

- Estás preciosa. Toda una morena despampanante. -

Visiblemente halagada, ella desfiló regiamente hasta el asiento.

- Mi negro chorreará babas toda la noche. Y no precisamente por la expectativa de la cena- gorjeó sentándose. Calló pensativa unos segundos y se mordió el labio inferior- ¿Crees que les agrade? -

Kathe observó el preocupado rostro de su amiga y contuvo una carcajada.

- El padre te adorará. De eso no tengo duda. No he conocido ningún hombre de ninguna edad que no sucumba a tus encantos. - aseguró cerrando la carpeta para apilarla con las otras revisadas, y coger posteriormente otra de la pila de "pendientes".

Una mano de pulcras uñas barnizadas de azul oscuro se posó sobre la carpeta impidiéndole abrirla.

-Es la madre quién me preocupa - retiró la mano y se recostó ceñuda - Hugo me comentó que hizo llorar a la última novia que le presentó. -

Antes de pensar si quiera en suprimirla, una risotada escaló por su garganta hasta escapar por sus labios. Rubby frunció el ceño ahora indignada. Ante eso sofocó su risa con un carraspeó.

- Eso no pasará. En lo que llevo de vida contigo (y tienes que aceptar que es casi la mitad) no he conocido la primera persona capaz de hacerte llorar presionándote. Así que no puedo imaginarte en esas. De cualquier manera - se apresuró a agregar al ver que le iba a replicar- le gustes o no, tú y Hugo se van a casar. Las preparaciones las venimos llevando a cabo hace poco más de dos meses. -

Su argumento pareció tranquilizarla, lo cual le permitió a ella abrir la carpeta y sumirse por un rato en el mundo de las operaciones mentales, cálculos de costos, y estadísticas de rentabilidad.

-"Encontrada a orillas de un desagüe con cinco puñaladas y desnuda" -

Alzó la vista curiosa.

-"Se fue al colegio en la mañana y no volvió" - continuó con gravedad su amiga.

Divertida, sostuvo su barbilla en sus manos entrecruzadas y la contempló recitar otro trágico titular. Rubby dejó de ver la pantalla de su celular para mirarla admonitoria.

- ¿Eso de leer titulares amarillistas del periódico local es en lo que una impaciente arquitecta de veinticinco años cae mientras espera a su novio? - inquirió socarrona.

Ella colocó el celular y las manos en el escritorio ignorando su burlón comentario. Después la contempló con aquella seriedad que le recordó a su profesora de historia de tercero cuando confundía a Simón Bolívar con Cristóbal Colón.

-Titulares amarillistas o no, son situaciones que sucedieron hace poco en Barranquilla, Katherine. -

Esta vez logró evitar el desastre a tiempo conteniendo su carcajada. Rubby solo usaba su nombre completo cuando quería hacerla entrar en razón.

- No me parece sensato que salgas tan tarde de la oficina - finalizó.

Kathe estiró los brazos hacia arriba y arqueó la espalda despreocupadamente.

-Sabes que vivo a dos cuadras de aquí. No es como si fuera una distancia extremadamente larga y es bien sabido por cualquiera que esta es una zona bien patrullada. -

Rubby separó los labios, dispuesta a hacer volver temprano a la casa a la terca y confiada de su amiga, cuando dos golpes sonaron en la puerta. Kathe moduló un "adelante" y las dos volvieron la atención hacia el visitante.

-Hugo. Justo hablábamos de ti - dijo Katherine - Me comentaba Rubby que la llevarás con tu "simpática" madre y tu padre a cenar. -

El hombre avanzó hacia ellas mientras Rubby la fulminaba con la mirada. Él besó en la mejilla a su amiga y luego la miró.

-Así es. Ahora mismo acabó de llamarme mamá. Nos están esperando. Sin embargo - agregó este viendo a su amiga con una sonrisa apoteósica- vestida como va me vienen otros planes a la cabeza. -

Esta soltó una risita y acarició el brazo de Hugo suavemente; en sus ojos ardiendo la promesa de que muy bien se cumplirían "esos planes" más tarde esa noche. Él capturó la traviesa mano para llevarla a sus labios mientras tomaba asiento en la silla contigua. Kathe solo pudo contemplarlos con una sonrisa.

Estaban perdidamente enamorados. ¿Quién habría imaginado que ella los llevaría a aquello?

Sentía que apenas había sido ayer y no hace un año el día que había invitado a su amiga a "Aldayara & Asociados S.A". Llevaba tres años en la empresa constructora. Había realizado sus prácticas allí, y por cosas de la vida se quedaron con ella. Empezó como asistente de la sección financiera, para luego ir ascendiendo con inusitada rapidez a subdirectora financiera, y al tercer año, a directora financiera. Cualquiera habría catalogado de demente al director ejecutivo por asignar un puesto tan importante a una muchacha de veintitrés años recién salida de la universidad. Pero pese a su edad y experiencia laboral, Kathe era muy buena en lo que hacía, y tal vez, había contado con la suerte de que el anterior director y subdirector (que la precedió como director) no hubieran sido muy creativos u honestos que digamos. Fue el día después de que Hugo Aldayara (el moreno y varonil director ejecutivo de vigorosos treinta y tres años) la ascendiera que, después de haber celebrado con su amiga la noche anterior, la llevara a la empresa para mostrarle su nueva oficina y camelarla para que pujara por el puesto de arquitecto que faltaba. Había sido esa la mañana en que Rubby Gnecco y Hugo Aldayara se habían conocido. Para ella desde el principio había sido evidente la conexión entre ellos y posteriormente, esta se había hecho evidente incluso para Miguel Ángel Aldayara, director comercial y hermano menor de Hugo.

Estaba agradeciendo la oportuna llegada de Hugo para interrumpir el cirirí de su amiga, cuando esta soltó:

-Le conté lo de tu madre y ex - él hizo una mueca - Pero eso fue antes de que le reprochara de nuevo que se quedara hasta tarde trabajando. -

Kathe soltó un suspiro audiblemente cansado. En los marrones ojos de Hugo se traslució la diversión.

- ¿Qué será ahora, mi bella Katherine? ¿Horas extras? -aventuró este jocoso.

Volvió a mirar las hojas de presupuesto y encerró un valor erróneo.

-No. Pero tampoco es plusvalía, mi querido Hugo. - dijo con una sonrisita irónica mientras cerraba la carpeta y cogía otra -Simplemente hago mi trabajo de mañana para poder hacer unas vueltas con Rubby de la boda -

-Podría concederte unos días libres ¿Sabes? - sugirió tentativo.

Acabó con la carpeta para la construcción de una IPS y prosiguió con otra.

-Ni soñaría con dejar de lado mi trabajo en una racha tan fructífera como en la que estamos- moduló severamente.

Su jefe soltó una carcajada y dijo apreciativo:

- La siempre estricta Katherine. -

Rubby carraspeó por lo que este agregó:

- Sin embargo, ¿No tenías una cita con Ángel hoy? -

Tranquilamente cerró la carpeta pensando qué decir que no afectara la verdadera cita de Miguel.

-Le pedí que se divirtiera sin mí -explicó sucinta - Tenemos un acuerdo. -

Él seguía con la vida de mujeriego que ni sus padres ni su hermano aprobaban, mientras ella, que desde el principio no pudo sentir más que un afecto fraternal hacia él, lo ayudaba a ocultarlo. Podía parecer una sociedad de ganancia unilateral, no obstante, era al contrario una simbiosis en la que ella, además de ganar un rato divertido cuando salían, cortaba de raíz los inexorables intentos de sus padres y Rubby por buscarle pareja.

Hugo analizó suspicaz unos segundos su respuesta.

- Vale - concedió restando importancia al asunto - De todos modos Rubby tiene razón, Katherine. No te quedes hasta muy tarde en la oficina. -

- Lo que usted mande mi capitán - bromeó observándolo levantarse.

Rubby se acercó a besarla en la mejilla. Él, quien ya estaba en la puerta, la mantuvo abierta para que esta pasara primero. Su amiga lo obsequió con una sonrisa beatífica. Hugo lanzó un guiño travieso en su dirección como despedida y la siguió.

La puerta se cerró mientras ella se preguntaba si llegaría alguna vez a tener un amor así. Acaba de cumplir veinticuatro. No era como si estuviera haciéndose mortalmente vieja; y ni siquiera era eso lo que le preocupaba.

Tampoco la falta de oportunidades porque por supuesto había tenido otras relaciones antes. Aunque su rostro era femenino y agradable (una cara ovalada de mentón fino, no es que combinara mucho con una nariz pequeña, ojos redondos marrones y una boca tal vez un poquitín grande) no era ninguna beldad. Pero lo que había logrado que hubiera llamado la atención de algunos buenos sementales era su soberbio cuerpo de metro setenta y cinco con todas las curvas y músculos firmes que dos horas combinadas de cardio, aeróbicos y yoga todas las mañanas podía proporcionar. Tal vez para algunos le faltara una turgente delantera (cosa que no compartía), sin embargo, eso ciertamente quedaba saldado con su sonrisa (que varios habían catalogado de hermosa), carisma e ingenio, y su lustroso, largo y encantadoramente rizado cabello castaño.

Kathe adoraba su cabello. Tenía un ritual de belleza solo para este. Ni siquiera su piel, de un tono trigueño, era tan bien atendida como su pelo, el cual se extendía en preciosos tirabuzones hasta el final de su espalda, y aunque cualquiera pensaría que de esa longitud era suficiente, aún lo quería más largo.

Así pues su apariencia personal tampoco era el foco de su desasosiego. Lo que realmente la consternaba era su incapacidad de sentir pasión; su falta de libido para con cualquiera de las parejas que había tenido.

Como por ejemplo Nicolás.

Su exnovio era un excelente hombre, con un físico espectacular y buenas maneras; totalmente guapo y respetuoso. Habían terminado hacía ya un año, y las cosas acabaron tan bien que aún se llamaban para salir en plan de amistad.

Con Simón sí había sido diferente.

Simón, que también era un hombre atractivo pero demasiado celoso y dado a las pataletas, le había terminado una noche en la cual le quedó claro que ella simplemente no respondía a sus besos y caricias como quería.

"Eres un hijueputa témpano de hielo, Katherine. ¡Ni el mismo demonio lograría seducirte!"

Tal vez era por eso mismo que Migue y ella mantenían esa relación de mutualismo. Desde el principio reconoció que Miguel Ángel Aldayara era un moreno extremadamente sexy, atractivo y encantador. Sin embargo como siempre, no se encendió chispa alguna en ella. Cosa que Miguel notó al cabo de un tiempo, y que en aquel mismo instante, disipó cualquier efímero sentimiento que hubiera tenido por ella.

Cerró el folder con un suspiro.

Además de Miguel, Nicolás y Simón, otros cuantos seguían en la lista. No todos tan atractivos pero, ¿acaso eso determinaba el éxito con las mujeres? Así pues, el problema no era su físico, ni los hombres con que había salido, como tampoco (imaginaba ella) las técnicas de seducción de estos. La cuestión residía en su completa falta de atracción sexual. ¿O es que había sentido alguna vez lo que era la pasión? ¿Recordaba acaso haberse enamorado perdidamente de alguno de sus novios? Con Nicolás había empezado a sentir algo. Minúsculo pero que le dio esperanzas.

Al parecer no había sido suficiente estímulo para dárselas a él.

Eloísa Romero, su encantadora madre, decía que no debía darle tanta importancia a su falta de deseo puesto que ella tampoco había sentido algo parecido ni se había enamorado hasta que el apuesto Andrés Leibovici había pisado el pueblito en el que vivía para hacer su rural.

A ella no la consolaba mucho que digamos el argumento de su madre puesto que en aquellos tiempos esta había sido una "virginal y sobreprotegida chica de pueblo", por lo cual no le habían dado muchas oportunidades de caer en la tentación, o si quiera acariciarla. A diferencia de su madre ella era una "virginal e independiente chica de ciudad" y la tentación había llegado al extremo de presentarse en uno de sus bien dotados y fornidos exnovios sorprendiéndola con un baile erótico, y ella (aún se odiaba por eso) no había podido más que soltar una carcajada.

- Supéralo, Katherine. - masculló mientras arreglaba los folders - Debes ser una de esas entre cada millón que nacen con el cuerpo perfecto para la vida monástica. -

Guardó las carpetas en el archivador de la esquina de la derecha, agarró su saco y cartera, y salió de su oficina. Avanzó por un corto pasillo oscuro hasta los cubículos del resto de colaboradores laborales de la empresa. Estaba bastante sombrío pero casi podía oír el alboroto de todos los días, desde las voces hasta los movimientos de mecanografía en los teclados, los muchos teléfonos sonando, la perorata camelera de los asesores de la sección de inmobiliaria, y el minúsculo sonido de la fotocopiadora/impresora y el dispensador de agua.

Llegó a la recepción, sacó la tarjeta/llave y abrió la puerta principal de vidrio para salir al pasillo exterior e inmediatamente pasar a cerrar la oficina deslizando esta por la ranura externa. El sistema de seguridad se activó hasta que los del servicio de limpieza del edificio llegaran con la llave maestra a la mañana siguiente.

El pasillo de acceso a los ascensores y escaleras de emergencia estaba casi en tinieblas. Avanzó con cuidado y una lucecita con sensor infrarrojo se encendió iluminando el espacio. Presionó el botón con la flecha hacia abajo y esperó unos segundos a que algún elevador llegara a su piso. Las puertas de metal del de la mitad se abrieron. Ella entró, introdujo de nuevo la tarjeta en la ranura al lado del tablero y presionó el botón con la L de "Lobby". Las puertas se cerraron lentamente y comenzó a descender.

Ese edificio en el que se encontraba era una edificación de 30 pisos, con 5 subniveles de parqueo, y un jardín trasero con un restaurante/cafetería. Cada piso pertenecía a una empresa. Llevaba solo un año en funcionamiento y era sin duda un ejemplo del vanguardismo arquitectónico y desarrollo industrial que estaba sucediéndole a Barranquilla los últimos años. Contaba con un sistema de seguridad tan bien pensado que casi parecía infalible. La llave electrónica que acababa de guardar en su billetera era la única forma de acceder al piso de cada empresa; cada empleado de esta poseía una propia bajo su nombre; y era única y exclusiva para cada compañía. Para los visitantes, los empleados internos del edificio en el lobby le proporcionaban una tarjeta para poder acceder al piso superior respectivo que venían a visitar. Con esto en la base de datos interna del edificio quedaba registrada toda persona que salía y entraba en el día.

El elevador se detuvo. Las puertas se abrieron con un runruneante sonido.

Seguramente habían otras cosas además de las llaves de las que no era consciente, pero éstas de por sí ya eran bastante impresionantes.

Como siempre el lobby yacía en penumbra y solo la recepción al lado de los ascensores iluminada levemente. La amplia y alta puerta principal de vidrio a treinta metros estaba cerrada ya, por lo que se acercó a la recepción a saludar al medio dormido guardia, quien se sobresaltó, le devolvió el saludo, y se levantó quitando las llaves de su cinturón para atravesar el amplio lobby con ella hasta la entrada.

Afuera la calle se veía desierta y la noche demasiado tranquila.

Por pulsión, su muñeca izquierda subió al nivel de sus ojos y maldijo en el mismo momento en que advirtió que había vuelto a cometer el error de mirar la hora.

<<Que me lleve la que me trajo>> juró de nuevo mientras contemplaba el exterior sintiendo el tan conocido miedo enroscándosele en el vientre.

Eran las 11:35, hora bastante avanzada para estar en la calle a mitad de semana. Afortunadamente todavía vivía con sus padres, cuya casa estaba cerca al trabajo y tenían el necesario conocimiento sobre sus rutinas para estar pendientes de que llegara (ella le insistía a su madre que no era necesario que se desvelara esperándola, pero la terca mujer no capitulaba en este tipo de ocasiones).

El panzón hombre de seguridad se agachó para abrir uno de los dos lados de la puerta. Una vez desasegurada, se levantó y jaló esta, permitiéndole a la brisa nocturna entrar y dejarla paralizada.

Alguien la observaba.

No en ese mismo instante. Y tampoco es que exactamente la observaran. Se sentía más bien acechada. Aunque siempre que llegaba sana y salva a su hogar atribuía las escalofriantes sensaciones al cansancio o la autosugestión, no podía dejar de sentirse perseguida cada vez que ponía un pie en la calle. Era de esos instintos viscerales imposibles de ignorar.

La voz del guardia la sacó de su aturdimiento. La observaba, más curioso que preocupado, mientras le preguntaba sí algo "andaba mal". Ella negó, le sonrió y agradeció, para luego salir al exterior.

<< ¡Vamos Katherine! Estás en la 82 con 58, y vives en la 82 con 56. Son solo dos cuadras. Verás que cuando pases la puerta de la casa te reirás de nuevo de tu paranoia. >>

Repitiendo el tranquilizante mantra en su mente, bajó la gran escalinata del edificio para acceder al andén de la calle 82. Esta estaba iluminada por la luz de la luna llena y por los postes de luz de cada tantos metros. Una suave brisa movía las copas de los árboles, los cuales desproveían de alumbrado a secciones de la acera. Caminó de prisa bajo estos, atenta a cualquier sombra sospechosamente amorfa; pendiente a cualquier sonido que no fuera el retumbar de sus propios tacones sobre el asfalto, y el de su acelerado corazón y respiración. Se arrebujó la chaqueta de su elegante traje, más sin embargo este no impidió que el inusitado frío nocturno le escalara por las desnudas piernas y se colara por entre la falda de paño. Mirando hacia los lados reparó en que la acera del otro extremo estaba mejor alumbrada. Rezando de nuevo el mantra en su interior, se dispuso a cruzar la calle, viendo a ambos lados para comprobar sí habían carros (hábito que le era imposible obviar por mucho que pareciera innecesario a esa hora).

Había avanzado dos pasos, cuando un horripilante estrépito le hizo volverse de un brinco.

Hasta sus pies llegó rebotando lo que parecía una lata de cerveza comprimida. Siguió la dirección de donde vino, y después de otro montón de latas parecidas, observó a un viejo salir de la oscuridad arrastrando sus nudosos y callosos pies descalzos. El anciano indigente la contempló receloso con sus legañosos ojos café oscuro. Ella solo logró suspirar suavemente, liberando el aire retenido, sin saber si sentirse aliviada o aún más preocupada con la presencia del señor.

- No debería está poraquí a éstas horas, seño. - cacareó con su ronca voz - Despué de diez la calle no es segura pa jovencitas como usté -

Muda, se limitó a observarlo, debatiéndose entre agradecerle su comentario concerniente a su seguridad, o tomar este como una amenaza. El anciano se agachó, y en el proceso sus artríticas rodillas craquearon tan sonoramente que reverberaron en la calle, y le produjeron una punzada de dolor como reflejo en las suyas. El esquelético cuerpo jorobado se inclinó sobre la montaña de latas, y una temblorosa mano comenzó la tarea de recoger éstas para introducirlas en el saco que la otra mano sostenía.

Al ver que estaba como una tonta al pie observándolo, juró por lo bajo vilipendiando su insensibilidad y se arrodilló a ayudarlo. Pronto terminaron de recoger la mercancía del hombre. Este hizo amago de levantarse y Kathe lo sujetó de los antebrazos para asistirle. Los cansados ojos del hombre la miraron con gratitud pero sus chupadas mejillas y apretados labios no dieron muestra de comodidad alguna. Entonces ella se dio la vuelta y caminó hasta la lata que había llegado al principio hasta sus zapatos, la recogió y se la llevó. Este la recibió con un masculleo que parecía de agradecimiento, y luego la metió en el costal. Kathe le regaló una sonrisa calurosa para tranquilizarlo, pero cuando sus ojos detallaron más allá de este, en las sombras, su sonrisa desapareció y su cuerpo se congeló.

Ahí, a solo cinco pasos, había un hombre.

Su mirada se vio atrapada en aquel sujeto de relajada postura y extraños ojos grises que brillaban en la oscuridad. Aterrada dejó de sentir sus extremidades y sus pulmones en algún momento dejaron de trabajar. Lo único que laboraba a millón era su corazón.

- ¿Seño? ¿Está bien? - inquirió el viejo Ramiro López al ver lo pálida que se había puesto la muchacha frente suyo. Su bonita piel estaba casi tan blanca como la superficie de la luna llena a espaldas de ella.

El hombre en las sombras se despegó tranquilamente del árbol, parándose erguido con los brazos a los lados mientras en su mirada plata se colaba algo parecido a la intriga.

En ese instante el instinto de supervivencia de Kathe le arrebató las riendas a su congelado cerebro. Echó a correr en dirección a su casa como si la misma muerte le pisara los talones. Ni siquiera pensó en llegar a la otra acera. Atravesó el trayecto restante hasta la esquina de la carrera 56 por toda la mitad de la calle 82. Se lanzó como flecha para pasar la carretera, sin siquiera pasarle por la cabeza el mirar ambos lados, cuando un grito ronco y un chirrido agudo que jamás olvidaría quebraron el silencio de la noche. Al ver a su derecha las luces de unos faros la enceguecieron antes de que reinara la oscuridad para siempre.

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