Cauterio #PGP2024

De XXmyfutureXX

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Alexia lucha por superar el fracaso y convertirse en una bruja cuando una muerte inesperada pone en peligro s... Mais

Sinopsis
Capítulo 1: Un cadáver sin ojos
Capítulo 2: Frustración
Capítulo 3: La desconocida del espejo
Capítulo 4: El Inked
Capítulo 5: Sin salida
Capítulo 6: La conspiración
Capítulo 7: Evocaciones
Capítulo 8: El grupo de investigación de Elisa
Capítulo 9: La advertencia
Capítulo 10: Los que esperan
Capítulo 11: Antepasados
Capítulo 12: Las pruebas en contra
Capítulo 13: El almuerzo
Capítulo 14: Amigos del pasado
Capítulo 15: El fracaso negro
Capítulo 16: Sospechosos
Capítulo 17: Nacyuss solo hace intercambios
Capítulo 18: Conversaciones espirituales
Capítulo 19: Los días felices
Capítulo 20: La moneda
Capítulo 21: La venganza
Capítulo 22: Peso muerto
Capítulo 23: Repercusiones
Capítulo 25: Vi mi futuro y te vi a ti
Capítulo 26: Gatos
Capítulo 27: Asfixia
Capítulo 28: La confesión
Capítulo 29: El tercer subsuelo
Capítulo 30: Los tres caminos
Capítulo 31: Las memorias de Aradis
Capítulo 32: Aquello de lo que no se habla
Capítulo 33: Cacería

Capítulo 24: Lo que pudo haber sido y lo que es

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De XXmyfutureXX

A Alexia no le costó mucho arrepentirse. Bastaron tan solo pasar un par de horas sola en la penumbra de su habitación oyendo el silbido del viento y los arañazos del gato de Julia en su puerta. No sabía por qué se había alejado y a la vez lo entendía perfectamente. Sin embargo, nada de lo que pudiera pensar tenía sentido, ni nada iba a hacer que el malestar que le invadía el pecho desapareciera. No podía dormir, conforme pasaban las horas fue testigo de cómo se le iba aletargando el cerebro y se convertía en un zombie, pero se negaba a apagarse.

Por la mañana en el desayuno, lo único que pudo hacer fue resignarse a la contemplación. Las manchas de humedad del techo, el revoque cuarteado, la puerta de la alacena que pendía de un hilo y la cucaracha muerta en un rincón. Donde quiera que mirara, todo era feo. Hasta el café que estaba bebiendo le sabía a mierda. El panorama cambió un poco cuando Halia llevó al abuelo a desayunar. Era lo primero que Alexia veía en el día que no era horrible.

—Buenos días —le dijo la abuela, pero a Alexia no le llegaron sus palabras a través de la neblina de su mente.

Halia sentó al abuelo al otro lado de la mesa y le sirvió el desayuno como todas las mañanas. Cuando terminó, se quedó a su lado, con una mano imperceptible posada sobre el brazo de su marido, sin decir nada porque él no iba a escucharla. La abuela lo miraba y sonreía cada tanto, pero era imposible no percibir en su mirada un deje de tristeza.

Alexia se preguntó si era solo por el abuelo que ella se había quedado como fantasma y si se iría de ese plano el día en que él muriese. La abuela se había asegurado de estar a su lado a pesar de saber que nunca podría romper las barreras que la separaban de él, a pesar de saber que iba a sufrir.

El único consuelo que le quedaba a Halia era que al menos el abuelo no padecía, todo el dolor lo llevaba ella. No se sufre por la pérdida cuando uno no recuerda lo que tuvo. Sumergirse en el olvido resulta un buen analgésico. Consciente o no, eso es lo que había hecho él. Pensándolo de ese modo, a Alexia ya no le parecía tan trágico perder la existencia en la memoria de los demás.

«Quedarse...», se dijo Alexia. «Y yo ni siquiera fui capaz de permanecer una mala noche».

—¿Qué pasó ahora? —preguntó la abuela y, esta vez, logró sacarla de entre la neblina.

—Creo que lo he arruinado todo —murmuró Alexia después de un rato.

—Hiciste la evocación —dijo la abuela con tono alarmado.

—¿Eh? —inquirió Alexia. No había pensado en eso en toda la noche y el recuerdo de lo que sucedió con Nacyuss solo hizo que se sintiera peor—. No, es otra cosa, algo que no creo que tenga solución.

—Todo tiene solución, menos la muerte.

—Es fácil decirlo. Yo no suelo encontrar buenas soluciones a nada.

—¿El futuro no te ha dado una pista?

—Nada.

Más de una vez, incluso antes de año nuevo, había intentado hacer trampa fingiendo decisión y buscar en la bola de cristal una respuesta a la pregunta que hacía años rondaba por su cabeza. Nunca la vio, por lo que interpretaba que no era el momento. Estaba segura que si lo intentaba otra vez, no obtendría nada ni siquiera ahora que se le terminaba el tiempo.

—Si me permites un consejo —La abuela tanteaba su receptividad mientras hablaba—, creo que es mejor que digas lo que tienes que decir antes de evadir la situación.

—Evadir es considerablemente más fácil.

—¿Helena también hace eso?

Alexia abrió los ojos como platos. La abuela la observaba con su tranquilidad habitual. En su rostro no había ni una gota de sorpresa o enfado. A Alexia le pareció que Halia lo sabía, que podía ver a través de ella y podía verlo todo. Se preguntó cuánto hacía que sabía que estaba viendo a Helena y por qué la había encubierto todo ese tiempo.

Alexia suspiró.

—No... no sé. Nunca puedo... hablar en serio sobre eso. Todas las veces que quise decirle algo, no pude sacar las palabras de mi boca y después hasta me olvidé lo que había ensayado todas las veces que imaginé ese momento.

—Te enredas demasiado —dijo la abuela y Alexia supo que no entendía cómo se sentía—. Trata de calmarte y de ser fiel a lo que sientes. Díle que la amas antes de que sea tarde. Eso es todo lo que tienes que hacer. —Hizo una pausa como si dudara de agregar algo. Al final dijo—: Yo me lo guardé, perdí el tiempo con palabras vanas y me quedé para mí lo importante. No hay nada que lamente más. —Por un momento pareció que había terminado, pero tomó aire y continuó—. Todos los días me pregunto si eso lo hubiese hecho feliz, al menos por un rato. Todos los días permanezco anclada en lo que pudo haber sido, no hay otra cosa para mí.

Alexia volvió a suspirar. Sentía que tenía que hacerlo después de escuchar el final de cada oración para liberarse del peso invisible que le aplastaba el pecho.

—Es que, cada vez que lo pienso seriamente, tengo pánico y ni siquiera estoy del todo segura del por qué. Temo por igual que me rechace, o que todo marche tan bien que sea justo como en mis sueños, tan perfecto que no logre soportar la idea de perder lo único bueno que habré conseguido en mi vida. ¿Cómo podría vivir con cualquiera de esas dos opciones? No podría seguir, si ella rompiera el último pedacito de mi corazón que se las arregló para mantenerse intacto hasta ahora. Pero... que me ame y que eso muera junto a mí tan pronto es... es... insoportable. —«Insoportable» no llegaba a describir lo que le sucedía, pero no conocía ninguna palabra que precisara el ahogo que sentía cada vez que pensaba en que podría ser real, que ella podría ser feliz si todo fuese diferente—. Pienso que si no hago nada puedo quedarme, al menos, con la posibilidad de que me quiera tanto como yo... —Se le fue la voz antes de terminar la frase. Era mejor así.

—Eso puede parecerte conveniente para tí, pero ¿de qué le servirá a ella? —le echó una ojeada melancólica al abuelo—. Permítete ser un poquito feliz, aunque sea por un instante breve. Vas a arrepentirte de ser cobarde cuando ya no te quede ninguna oportunidad de decirle lo que sientes. Te preocupas demasiado por tu muerte, tanto que olvidas que todavía sigues viviendo y que ella también. Yo no sé qué querrá Helena, pero estoy segura de que no desea quedarse con la duda, con las posibilidades. El amor no se pierde tan fácil. Incluso si mueres, ¿crees que dejará de amarte?

—Espero que sí, que tenga la oportunidad de vivir y olvidarme. —Alexia agachó la cabeza y trató de contener las lágrimas que buscaban aflorar a toda costa—. De otro modo habremos fracasado.

—En mi experiencia, el amor se sedimenta en el corazón y queda allí para siempre. Si ese resto es reconfortante o si se transforma en una tortura eterna, depende de lo que hayas hecho con él durante la vida.

El abuelo se estremeció y eso hizo que Halia le soltara el brazo.

—A pesar de que lo negaste —continuó—, sé que conoces parte de lo que sucederá. Te he visto obsesionada con la bola de cristal, te he oído llorar por las noches. No sé qué has visto, pero si eso no sirve para que te des una oportunidad, nada de lo que yo pueda decir servirá de algo.

Alexia le echó un vistazo rápido al reloj de la pared, ya se le había pasado la hora de irse. Se levantó y las patas de la silla emitieron un chirrido agudo al arrastrarse en el piso.

—¿Vas a verla? —inquirió la abuela con una sonrisa.

—Hoy tengo que volver a ir al Inked —aclaró—. Pensaré en lo que hablamos.

—Has llegado muy tarde hoy. —le reprocho Martina ni bien Alexia cruzó la puerta.

—Si, lo siento.

—Ha venido el tipo de los carteles.

—¿Colman? —dijo Alexia. Su corazón comenzó a palpitar con fuerza incluso antes de tener la confirmación.

—Creo que sí, yo no sé nada de política.

—¿Te hizo daño?

—No —respondió Martina arrugando la frente—. No entiendo bien por qué, pero me da mala espina.

—¿Qué quería?

—Buscaba a la «bruja asesina».

—Era obvio que vendría. —Se tapó la boca con una mano temblorosa.

Martina estudiaba con atención su reacción y Alexia estaba tan nerviosa que no notó su semblante perspicaz.

—Quería recordarle a la «bruja» que él es un hombre de palabra y que debes tener presente qué es lo que le toca.

Alexia empezó a dar vueltas erráticas por el local. Fue hasta la puerta y la trabó. Miró a través del vidrio la poca gente que pasaba caminando por la vereda. No reconoció a Colman en ninguno de ellos. Se preguntó si él habría enviado a alguien más a vigilarla y si sería él en persona quien la castigaría. De lo que estaba segura es que, cuando fuera a buscarla, no iría solo.

—¿La «bruja asesina» eres tú? —preguntó Martina a sus espaldas—. ¿O Julia?

—¿Ah?

—Dime que es solo una forma despectiva de llamarte.

Alexia quedó inmovil por la sorpresa. «¡El agua, tonta!», le recordó lo más recóndito de su mente. Había olvidado por completo el dispenser roto y la sugerencia que le hizo a Martina; y ella, recordaba más que nunca.

—Solo me estaba insultando.

—¿Mataste a alguien?

—No —dijo Alexia con un hilo de voz.

—Entonces, ¿por qué ese tipo estaba tan enojado?

—Creo que se enojó porque eché a esos niños, los de las bombas de caca, ¿recuerdas?

Martina negó con la cabeza.

—No sé cómo explicarlo... Tú... No estabas cuando sucedió... Yo te lo conté después. —Con cada palabra que decía sentía que se encontraba más al borde de meter la pata. Ya se estaba arrepintiendo de haber liberado su consciencia.

—No entiendo —dijo Martina que la observaba desconcertada, pero a diferencia de su confusión habitual, ahora sus ojos denotaban inteligencia y perspicacia.

—Colman debe ser un pariente de ellos, o algo. Me ha estado molestando, nada más. No deberías preocuparte por mí. Ya sabes, perro que ladra...

—Tonterías. Los perros ladran y muerden.

«Y sobre todo persiguen a los gatos», pensó Alexia. No dejaba de hacer comentarios desafortunados.

—¿No te parece extraño que hable de brujas? —inquirió Martina—. No me sorprende de mi casera, mi vecino de al lado o la que atiende el kiosko de enfrente; pero este hombre parece un poco más instruido.

—Yo qué sé. —Se encogió de hombros—. Estará loco.

Alexia volvió a echar una mirada a la vidriera, preguntándose en qué lugar de aquella ciudad se escondería cuando la fueran a buscar.

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