Cauterio #PGP2024

De XXmyfutureXX

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Alexia lucha por superar el fracaso y convertirse en una bruja cuando una muerte inesperada pone en peligro s... Mais

Sinopsis
Capítulo 1: Un cadáver sin ojos
Capítulo 2: Frustración
Capítulo 3: La desconocida del espejo
Capítulo 4: El Inked
Capítulo 5: Sin salida
Capítulo 6: La conspiración
Capítulo 7: Evocaciones
Capítulo 8: El grupo de investigación de Elisa
Capítulo 9: La advertencia
Capítulo 10: Los que esperan
Capítulo 11: Antepasados
Capítulo 12: Las pruebas en contra
Capítulo 13: El almuerzo
Capítulo 14: Amigos del pasado
Capítulo 15: El fracaso negro
Capítulo 16: Sospechosos
Capítulo 17: Nacyuss solo hace intercambios
Capítulo 18: Conversaciones espirituales
Capítulo 19: Los días felices
Capítulo 20: La moneda
Capítulo 22: Peso muerto
Capítulo 23: Repercusiones
Capítulo 24: Lo que pudo haber sido y lo que es
Capítulo 25: Vi mi futuro y te vi a ti
Capítulo 26: Gatos
Capítulo 27: Asfixia
Capítulo 28: La confesión
Capítulo 29: El tercer subsuelo
Capítulo 30: Los tres caminos
Capítulo 31: Las memorias de Aradis
Capítulo 32: Aquello de lo que no se habla
Capítulo 33: Cacería
Capítulo 34: Lo que pasó ESE día

Capítulo 21: La venganza

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De XXmyfutureXX

—Toma los guantes. —Escuchó que le decía Martina—. ¿Para qué los querías?

Alexia le respondió con una frase ininteligible. Estaba demasiado concentrada en darle forma a lo que veía. Era como viajar entre las nubes, volando, solo que sin sentir el viento en la cara o despeinarse. A través de la bruma en el fondo de ese pozo había un cuadrado de luz. Las formas a su alrededor eran imprecisas, pero a Alexia no le costó imaginar que aquella era una ventana, que la mancha en una esquina era una raquítica planta de flores, que lo que brillaban sobre ella eran las tejas en el techo escarpado visible sobre las últimas luces naranjas del ocaso tardío y que todas esas cosas pertenecían a una casa, porque ya la conocía.

De repente estaba de buen humor. Cuando se acercó lo suficiente como para distinguir con claridad la entrada a la casa y todas las plantas del cantero, una sombra pasó corriendo por en frente de la ventana seguida de cerca por dos más. Esperaba ver a Nacyuss aparecerse detrás de los niños, sin embargo ninguna figura esbelta los siguió.

Los tres chicos entraron corriendo por el mismo pasillo por el que se había escurrido Alexia en su visita. Se oía una música embotellada que llegaba hasta afuera a pesar de las ventanas cerradas. Eran canciones festivas, de las que uno pone para levantar los ánimos o para despertar a alguien de mal humor.

Su visión siguió a los niños a cierta distancia hasta el patio trasero donde el lento flotar se detuvo en un rincón junto a un árbol. A Alexia le dio la sensación de estar espiando, escondida.

—¡Ey! ¡Enzo! —le gritó uno de los niños al que tenía el brazo quebrado y que en ese momento luchaba por rascarse debajo del yeso con un dedo—. Ataja —dijo justo antes de patear con fuerza la pelota que tenía enfrente.

Enzo, lejos de hacer un intento por pararla, pegó un salto para evitar que lo golpee. La pelota siguió su trayectoria, fue rodando hasta el árbol y la detuvieron las raíces que salían fuera de la tierra.

—Ahora que estas manco eres un inútil —se quejó el niño que había pateado la pelota.

—Yo no juego, León —dijo Enzo.

León corrió medio camino hacia la pelota y se detuvo en seco. Miró a Alexia directamente a los ojos a través del inmenso espacio que los separaba. La chica estuvo a punto de dejar caer la moneda por la sorpresa de no ser invisible ante ellos. La cara del chico se descompuso en una expresión de horror que no tenía comparación con la que había visto en él el día del accidente. Entonces Alexia comprendió que ella no le estaba mostrando su cara sino que veía la escena a través de los ojos de Nacyuss.

El niño volteó hacia sus amigos y no llegó a alejarse más de tres pasos antes de que Nacyuss le cayera con todo su peso sobre la espalda. Se escuchó un crack antes de que el chico cayera y quedara aplastado. León extendió los brazos en busca de alguna ayuda o algo que le permitiera arrastrar su cuerpo medio inerte lejos de Nacyuss, pero a lo único que consiguió aferrarse fue al pasto crecido del patio, que cedió y terminó en su puño arrancado de raíz.

Las garras de Nacyuss lo tomaron por la cabeza y en un movimiento decidido la hizo girar. El cuello crujió y giró hasta que la cabeza del chico quedó volteada 180 grados hacia atrás, igualita a la de una lechuza. Las manos del niño se relajaron y soltaron los manojos de pasto.

Cuando la evocación se levantó Enzo y su hermano estaban paralizados observando atónitos el cadáver de su amigo. Esta vez no tuvieron el acto reflejo de salir corriendo a la menor señal de peligro.

La evocación avanzó un paso tanteando los posibles movimientos.

El niño sano que estaba más cerca de Nacyuss fue el primero en sentirse asfixiado por su avance. Corrió hacia la puerta trasera. No frenó a tiempo y se estrelló contra ella. Estaba tan poseído por la adrenalina que no sintió el fuerte impacto en su hombro. Tironeó del picaporte con todas sus fuerzas, pero la puerta no cedió.

—¡Mamá! —llamó con un grito agudo

Golpeó la madera con ambos puños. El vidrio de la puerta vibró por los golpes pero nadie acudió a abrirla. Atinó a correr hacia el pasillo lateral, su única escapatoria. Antes de que pudiera hacer ningún movimiento, sintió la respiración fría de Nacyuss en la nuca y dos manos de hierro en la pierna. En un segundo colgaba de cabeza. No hubo tiempo para que la sangre se le acumulara en la cara ni que perdiera la sensibilidad de la pierna estrangulada. La evocación dio un giro en el lugar y revoleó al chico como si estuviese practicando lanzamiento de martillo.

Para el niño, el mundo se convirtió en varias manchas de colores borrosas. Tuvo que cerrar los ojos por el mareo. No se enteró que pasó volando sobre el cadáver de León ni que su cabeza impactó de lleno con el tronco del árbol y explotó rociando de sangre la tierra alrededor de la planta. Si el chico hubiera podido tener un último pensamiento, habría sido lo afortunado que se consideraba de, al menos, no haber tenido a Nacyuss cara a cara.

Enzo no se había detenido a mirar cómo moría su hermano, tampoco a ver el reguero de sangre o como sus piernas yacían retorcidas en un ángulo imposible. Cuando el otro dio su último suspiro, él ya corría tambaleante hacia la calle. El brazo en el cabestrillo no le permitía tener un gran equilibrio y lo obligaba a reducir la velocidad. De igual modo, el corazón le galopaba en el pecho y le costaba mantener la respiración regular. Iba mirando el piso para que no se le enredaran las piernas, concentrado en poner un pie por delante de otro, esquivar los huecos formados en la tierra y mantener la estabilidad cada vez que pisaba una piedra grande.

Si en lugar de mirarse los pies, hubiera volteado, habría visto a Nacyuss desaparecer. Si en lugar de mirar el suelo hubiera levantado la vista, se habría topado con la evocación esperándolo al final del pasillo y no hubiese chocado de lleno con ella.

La negrura del cuerpo de Nacyuss lo envolvió y, por un segundo que le pareció una eternidad, todo quedó completamente oscuro. Un dolor punzante le recorrió el brazo cuando las garras de la entidad lo aplastaron. El dolor fue tan fuerte que creyó que todos los huesos rotos se le salieron de lugar. Cuando su cara logró escaparle a la oscuridad, sus pies se balanceaban en el aire tratando de encontrar el suelo. Los ojos de la evocación lo encandilaban y su respiración le humedecía la cara. Gritos de terror se escaparon de su boca. Intentó por todos los medios alejarse de aquella cosa monstruosa, pero lo único que consiguió fue otra punzada de dolor en el brazo.

Nacyuss despegó su boca tal como lo había hecho para hablar con Alexia, solo que esta vez, la abertura se prolongó hasta las orejas, dejando a la vista los dientes en forma de aguja y un líquido negro chorreando de ellos como lo hace la saliva en la boca humana. Mordió un costado de la cara del niño y, automáticamente, sus chillidos cesaron. Nacyuss tiró de él y desgarró la carne con facilidad. La cara del niño, o mejor dicho, lo que quedaba de ella, perdió todo signo de vida, pero sus ojos permanecieron estáticos en el terror por más tiempo, hasta que todo sentimiento se desvaneció también de ellos.

La evocación abrió los dientes ensangrentados y dejó caer el trozo de carne, antes de volver a morder. Clavó sus dientes en el cuello del chico dos veces antes de que su cabeza cayera al suelo desconectada y rodara por el césped dejando un pequeño camino rojo a su paso.

Nacyuss abrió sus garras y dejó caer el cuerpo. La evocación dio vuelta en redondo y camino por el pasillo lateral, preparada para desaparecer de aquella casa. Antes, le regaló a Alexia una última imagen del cuerpo desmembrado en el charco de sangre. Los ojos inexpresivos del niño todavía miraban la evocación cuando esta desapareció.

Era ella la que los había asesinado. No fueron sus propias manos, pero sí su orden. Ella lo había pedido así. Era su culpa.

Alexia dejó caer la moneda, que cuando llegó al piso estaba completa e intacta, y se echó hacia atrás tan bruscamente que casi se cae de la silla. Parecía que todo el Inked daba vueltas a su alrededor. Antes de taparse la cara con las manos temblorosas tuvo que inspeccionarlas para asegurarse de que no estaban cubiertas de la sangre viscosa de aquellos chicos. Tenía el estómago revuelto, a pesar de no haber captado el olor salino del líquido vital, y le pesaba como si se hubiese tragado un kilo de plomo. Entre el mareo y el asco, se encontró susurrando:

—Es mi culpa, mi culpa, mi culpa, mi culpa... —A cada frase lo decía más alto hasta que las palabras terminaron convirtiéndose en una maraña de gritos imposible de entender.

Apretó los dedos contra su cara y se enterró las uñas en la frente y los pómulos. Se odiaba y el leve dolor en la piel no era castigo suficiente.

—¿Qué te pasa? —La voz de Martina le llegaba como si estuviera a kilómetros.

Alexia se descubrió la cara. Hiperventilaba, estaba roja como un tomate y sus ojeras parecían más pronunciadas.

—Es mi culpa. Soy una idiota y es mi culpa. Yo no quería...

«¿No quería?» Cerró la boca y no siguió con la mentira. Por mucho que le hubiese gustado que no fuera así —en pos de la corrección moral— un cierto placer morboso la invadió cuando escuchó las vértebras del cuello del primer niño quebrarse y ella no había hecho nada por resistirlo. Jamás lo diría en voz alta, pero por más que lo tapara con el horror que supuso el resto, en el fondo sabía que lo había disfrutado. Y si ella no hubiera estado implicada, como mínimo se hubiese alegrado; y si ni los conociera y la noticia le llegara de casualidad, le hubiese dado igual.

—¿Por qué te has puesto así? ¿Te está dando una clase de ataque? —preguntó Martina.

—No..., creo —dijo Alexia con un hilo de voz. El corazón le latía cada vez más fuerte y hacía que la angustia se sintiera peor—. Necesito hablar con mi tía.

Martina asintió con expresión preocupada y fue hasta la puerta de la oficina de Julia y la abrió para encontrarse con las luces apagadas.

—Tal parece que no está —le dijo a la oscuridad—. ¿Dónde habrá ido?

Alexia la fulminó con la mirada.

—¡Agh! Estoy harta —gritó. Le hubiese gustado gritarle que dejara de comportarse como una idiota, pero eso no tendría ningún efecto sobre la memoria de su empleada.

Alexia miró alrededor buscando algo para golpear y se encontró con el dispenser de agua junto a la pared a su lado. Le pegó una patada con toda su fuerza. El cacharro se precipitó hacia el suelo y el bidón explotó. El agua saltó para todos lados empapándole los pantalones y se esparció por el piso.

—Esto es un desastre —observó Martina—. Y no creo que el dispenser se pueda arreglar.

—Perfecto. Así no volverás a tomar agua de ahí —«Y te alejarás para siempre de este lugar endemoniado y de mí, porque soy un monstruo», quiso agregar.

—¿Quieres matarme de sed?

—Quiero que despiertes y te alejes. Prométeme que a partir de ahora traerás tu propia agua.

Martina la escrutaba con detenimiento sin llegar a comprender el sentido de lo que le decía, o si efectivamente estaba delirando.

—Promételo.

—Está bien, pero cálmate un poco.

No consiguió sacarse la angustia de encima antes de dejar el Inked y probablemente no lo lograría hasta que sucediera lo que temía. Iban a ir por ella. No le hizo falta tener una visión, ni esperar a que Colman le hiciera otra visita, para estar segura. Era cuestión de horas para que encontraran los cadáveres, si no lo habían hecho aún. Nada de lo que descubrieran en ese patio tenía una explicación racional evidente, entonces la culpable por defecto era ella. Ahora sí iban a cazarla y lo peor de todo, lo que más la mortificaba, era que ella le había dado todas las razones para hacerlo.

Se despidió de Martina dejándola preocupada en una esquina. De camino a casa no paraba de pensar en cómo descubrirían o descubrieron ya la escena. La madre consiguió escuchar los gritos a través de la música, salió a revisar a sus chiquillos. Se acercó al notar a los niños tirados en el piso porque de lejos no podía distinguir qué estaban haciendo. En el momento en que los vio con claridad, se desmayó y ahora son cuatro los cuerpos yacentes. O el padre volvió a casa, abstraído en su teléfono y pateó sin querer la cabeza del otro chico. Su zapato lustrado se llenó de gotitas de sangre, pero él no lo vio. Se quejó de sus hijos por dejar siempre las pelotas tiradas sin quitar la mirada de la pantalla. Siguió hasta que su pie se chocó con el resto del cuerpo, trastabilló y permaneció inexpresivo frente a él. Por el cabestrillo supo en el acto que es el mayor de sus hijos, el más gil de los dos. A ese no lo quería tanto. Si hubiese sido el otro, estaría triste, hasta se permitiría llorar.

Cuanto más imaginaba Alexia, más nerviosa se ponía. Tal vez, todo se había dado mucho más rápido que en las historias que se inventaba y, esa gente, tenía contacto directo con Colman. ¿Cuánto les costaría levantar el teléfono y pedir su cabeza si eran amigos de aquel tipo?

Se le ocurrió que era muy posible que ya se hubieran organizado para ir tras ella y empezó a temerle a los movimientos inesperados a su alrededor. Se volvía una vez por minuto para asegurarse de que los pasos que escuchaba a su espalda no eran más que una persona, que al igual que ella, solo regresaba a casa del trabajo. Pero aunque Colman no le estuviera pisando los talones, él estaba en todas partes. En los postes de luz, en los anuncios de las esquinas, en los pasacalles. La miraba fijo desde lo alto, en tamaño extragrande, y su mirada era la de toda la ciudad.

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