Cauterio #PGP2024

By XXmyfutureXX

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Alexia lucha por superar el fracaso y convertirse en una bruja cuando una muerte inesperada pone en peligro s... More

Sinopsis
Capítulo 1: Un cadáver sin ojos
Capítulo 2: Frustración
Capítulo 3: La desconocida del espejo
Capítulo 4: El Inked
Capítulo 5: Sin salida
Capítulo 6: La conspiración
Capítulo 7: Evocaciones
Capítulo 8: El grupo de investigación de Elisa
Capítulo 9: La advertencia
Capítulo 10: Los que esperan
Capítulo 11: Antepasados
Capítulo 12: Las pruebas en contra
Capítulo 13: El almuerzo
Capítulo 14: Amigos del pasado
Capítulo 15: El fracaso negro
Capítulo 16: Sospechosos
Capítulo 17: Nacyuss solo hace intercambios
Capítulo 19: Los días felices
Capítulo 20: La moneda
Capítulo 21: La venganza
Capítulo 22: Peso muerto
Capítulo 23: Repercusiones
Capítulo 24: Lo que pudo haber sido y lo que es
Capítulo 25: Vi mi futuro y te vi a ti
Capítulo 26: Gatos
Capítulo 27: Asfixia
Capítulo 28: La confesión
Capítulo 29: El tercer subsuelo
Capítulo 30: Los tres caminos
Capítulo 31: Las memorias de Aradis
Capítulo 32: Aquello de lo que no se habla

Capítulo 18: Conversaciones espirituales

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By XXmyfutureXX

Los últimos pasos que se oyeron por el corredor fueron los de Lucía que se escapaba a hurtadillas de la Academia. Iba a esperar a alguien en la esquina y no estaba pensando en regresar hasta el amanecer.

Después de que el tac-tac de sus tacones se perdió, la Academia quedó en un silencio oscuro. Esa era la señal para que Helena pudiera salir.

No necesitó de una linterna para moverse por los pasillos, los había recorrido tantas veces que con la memoria espacial le bastaba. Pasó con sigilo frente a las puertas de sus compañeros. Debajo de algunas se veían las luces aún encendidas en el interior.

Cuando logró alejarse de los que todavía estaban despiertos, respiró más tranquila. Caminó con los brazos extendidos, tanteando la oscuridad hasta que tocó la baranda que llevaba a la escalera. La siguió con la mano, todavía cuidándose de no chocar la mesita de corredor que estaba en frente. Logró rodearla sin tumbar nada y seguir la baranda hasta la boca de la escalera. Una vez la pasó, continuó rozando la pared del otro pasillo con la mano. Contó las puertas a medida que avanzaba: cinco a un lado, cinco al otro, las habitaciones de los huéspedes recurrentes. Cuando la pared se terminó, supo que tenía enfrente la habitación de Bina. No había visto a nadie entrar en ella desde el día en que la Maestra murió, pero la habitación no podía estar cerrada con llave. Probó ambos picaportes de la puerta doble hoja y una cedió produciendo un chasquido ínfimo que en el silencio de la Academia se oyó como un ruido atronador.

Entró y cerró la puerta tras de sí, solo así se animó a prender la linterna de su celular para ver qué tenía enfrente. Un juego de sillones y una mesita vacía dominaban la estancia. Helena caminó entre ellos sin esperar encontrar nada relevante. Apuntó la linterna al piso y lo recorrió en busca de algún indicio de que ese lugar había sido la escena de un crimen, pero todo estaría limpio de no ser por la capa de polvo que lo cubría. Notó que no había ninguna alfombra sobre el piso de madera. Recordaba que alguien había mencionado que la sangre de Bina la estropeó, al parecer nadie consiguió recomponerla.

Helena giró apuntando con la linterna a las paredes. Se asustó cuando se vio a sí misma en el vidrio de la puerta ventana que daba al balcón, y de nuevo cuando se topó el espejo a su izquierda, pero nada se compara a cuando descubrió el retrato blancuzco de Bina observándola a su derecha. No se detuvo a ver nada de eso, no buscaba imágenes.

En uno de los costados había un aparador con todo tipo de cajones y puertitas. Con un chasquido de sus dedos, Helena los abrió todos a la vez y miró en el interior de cada uno para no encontrar más que vacío.

Junto al aparado había una puerta que llevaba a otro cuarto donde estaba la cama perfectamente hecha, las mesitas de luz desiertas y un placard que ya empezaba a cosechar telarañas en tanto espacio libre.

Cuando abrió la puerta del baño se produjo un chirrido que le puso los pelos de punta. No encontró dentro más que un sanitario particularmente bonito, pero igual de vacío que el resto.

No solo habían limpiado las pruebas de que Bina murió allí, sino también casi todas las que indicaban que había habitado aquel lugar.

Apagó la linterna y regresó al pasillo. Pasando aquella habitación, el corredor doblaba hacia la izquierda. Ahí se encontraba la oficina de Bina, de la que Elisa se había apoderado. Helena salvó la distancia y se coló en aquel cuartito.

La oficina era, probablemente, el lugar más triste de la Academia. En general las reuniones de la Maestra no transcurrían allí sino en cualquier otro lugar vacío de la gran casona. Ese cuarto estaba relegado a la función de archivo. Había un par de sillas, un escritorio con lámpara y todas las paredes estaban cubiertas de ficheros. Helena los miró de lejos, abrumada por la cantidad de cajones grises llenos de papeles que tenía enfrente. Creyó que nunca encontraría nada allí hasta que se acercó a las gavetas y vio que llevaban etiquetas con los años a los que pertenecían los registros. «Menos mal que Bina mantenía el orden», pensó. Las etiquetas de principios del siglo pasado estaban amarillentas, casi ilegibles y medio despegadas pero mejoraban conforme se avanzaba en el tiempo. Helena siguió los números hasta que llegó al 2021. Era el último que Bina había llegado a archivar, el año en curso estaba escrito con una letra diferente al resto.

Abrió el cajón y comenzó a recorrer las fichas una por una. Cada tanto, cuando algo le llamaba la atención y se detenía a leer. Al terminar tenía una buena cantidad de datos sobre disputas familiares, solicitudes de trabajo de apellidos relevantes junto con las sumas abonadas, ejecuciones por violación del Secreto del Círculo, resumenes de pagos de coimas y un par de encarcelamientos por generar desastres al viajar en el tiempo después de que la Maestra lo prohibiera.

Llegó hasta el 2008 sin encontrar nada por fuera de lo común. Más de diez años eran suficientes como para que algo apareciera si es que los ficheros guardaban pistas. Hojeo algunas fichas al azar de años anteriores hasta que se dio por vencida del todo.

El regreso a su habitación fue menos tenso que la salida, probablemente debido a la decepción de no haber encontrado nada en absoluto. Las luces de las habitaciones de sus compañeros estaban apagadas ya. Todas menos una. La habitación de Mili permanecía igual de despierta que antes, a pesar de que eran más de las cinco de la mañana.

Helena se detuvo frente a la puerta y apoyó el oído a la madera lustrada para intentar escuchar qué sucedía dentro. Tardó en darse cuenta de que había empujado la puerta sin querer y esta se estaba abriendo lentamente. Cuando notó que cedía, Helena pegó un salto que hizo que la puerta se abriera aún más, lo suficiente como para ver dentro.

Mili estaba sentada en el suelo frente a su cama, en medio de un pentagrama dibujado con sal. Todo su cuerpo estaba rígido, su espalda encorvada, sus piernas cruzadas, sus brazos apoyados en las rodillas, sus manos sostenían una lapicera clavada en la hoja garabateada de una libreta. Su cabeza miraba levemente hacia arriba. Helena pensó que la veía, pero con rapidez notó que los ojos de Mili estaban perdidos observando alguna otra cosa que no se encontraba en aquella habitación.

La mano de Mili comenzó a moverse sobre el papel. La presión de la lapicera era tal que más que hacer rayas legibles, estaba apuñalando la hoja.

Helena se metió dentro del pentagrama y se sentó frente a Mili. Tomó con suavidad la mano que tenía aferrada a la rodilla y desarmó el puño que sostenía la lapicera e hizo que la soltara. Aferró ambas manos con fuerza para que no se le soltaran por casualidad y dijo:

—Solicito el permiso de los espíritus para entrar en este círculo. Si escuchan mi voz háganmelo saber.

Justo después de que terminara su petición, los labios de Mili se despegaron y dejaron salir una voz gutural en la que no había ni rastro de la dulzura habitual de la chica:

—Sí.

—Si se me deniega la entrada, háganmelo saber.

—No.

—Hola, Gumer —saludó Helena.

—Hola.

—¿Puedo preguntar?

—Sí.

—¿Sabes quién asesinó a Bina?

—Sí.

Mili cerró la boca y no dijo nada más. La sonrisa de Helena se esfumó, esperaba un nombre.

—¿Vas a decirme quién?

—No.

—¿Por qué?

—No lo sé.

—¿Estabas en la Academia cuándo sucedió?

—No.

—Después de su muerte, ¿te cruzaste al espíritu de Bina?

—Puede ser.

—Te dijo quien la asesinó.

—Estaba confundida.

—Te dijo quién la asesinó.

—No lo sé.

Helena suspiró.

—Pregúntaselo.

—Se ha ido. Las brujas echan a todos de aquí, incluso a su Maestra.

—¿Vas a decirme algo útil?

—Sé las preguntas del exámen de Magia natural II, están anotadas en la libreta.

—Eso es irrelevante —dijo Helena, aunque, en realidad, no pasó las páginas de la libreta porque prefería desaprobar antes de hacer trampa en un examen, no porque no las necesitara—. ¿Fue Elisa?

—Pregúntaselo a ella. Quizás quiera hablar.

—¿Crees que soy tonta? —inquirió Helena que empezaba a sospechar que Gumer solo intentaba sembrar el caos en la Academia.

—No, tonta no. Aunque hay cosas que están frente a tus ojos, pero aún así no las ves.

—¿Mi padre ha tenido algo que ver? —preguntó con temor.

—No, no, no... Yo no puedo decirte nada que te sea útil. Es mejor que ya no hablemos.

Helena alcanzó a soltar a Mili y salir del círculo de sal antes de que ella recuperara la consciencia. Se dirigía hacia la puerta cuando oyó la voz sutil y aguda de Mili llamándola:

—¿Lena?

—Siento interrumpirte —se apresuró a decir a tiempo que se daba la vuelta.

Mili la observaba con cautela.

—¿Qué haces aquí?

—Iba a bajar a buscar agua y te ví...

—No debiste venir.

—¿Qué?

—Estuviste preguntando, ¿no es así? —Su respiración comenzó a hacerse más y más rápida—. ¿Por qué lo hiciste? No se puede...

—Yo no pregunté nada.

—Sí, sí lo hiciste.

—No, eso nunca pasó. Tú y yo lo sabemos. Para cualquiera que pregunte, sin excepción, esa es la verdad.

—Entonces, ¿qué haces aquí?

—Me preguntaba si tú querrías agua también. Pero parecías tener para rato con todo esto, por eso me estaba yendo.

—Claro, tráeme un vaso —dijo Mili y esbozó una sonrisa en su cara cansada.

Helena estiró la mano por el pasillo oscuro hasta donde sabía que estaban las escaleras. El vaso tardó un largo minuto en llegar levitando desde la cocina. Fue en ese momento en que ambas cayeron en la cuenta de que nadie necesitaba bajar en busca de agua en medio de la noche. A Helena se le descompuso la cara. No solía decir mentiras, y menos aún, ser atrapada en una. No sabía qué decir y tampoco había mucho que decir. La situación era insalvable, estaba siendo muy obvia.

—Ya veo —dijo Mili.

Helena no se inventó ninguna otra excusa, en su lugar se limitó a restregarse los ojos mientras Mili bebía el agua.

—Gumer quiere que te dé las preguntas del examen —dijo ella cuando se acabó el vaso—. Dice que te preocupas demasiado como para recordar nada de lo que pasa a tu alrededor. —Cortó un par de hojas garabateadas de la libretita y se las tendió.

—Gracias —dijo Helena y se guardó las hojas en el bolsillo—. Gumer suele ser muy insistente, ¿no?

—Solo con lo que considera importante. Me ha sido de ayuda muchas veces.

—Oye, sobre lo que te dijo Elisa, lo de que Gumer no es confiable, Bina solía decirle lo mismo a Alexia, en cuanto a lo que veía en el futuro.

—De formas bastante amables, lo recuerdo.

—Estoy empezando a pensar que no decía la verdad del todo.

—Creo que los tres concordamos.

—Que tengas una buena noche.

—Adiós —se despidió la chica—. Oh, Lena, también dice Gumer que tengas cuidado con la asesina.

—Que se despreocupe —respondió Helena, aunque por dentro estaba más asustada que nunca.

Salió de la habitación y cerró la puerta a sus espaldas. Mientras caminaba por el pasillo todavía podía oír la voz de Mili.

—No le dijiste su nombre, ¿no? —le decía a Gumer—. Mejor así. No quiero que sufra por ello.

Nota de la autora:

Esta semana Cauterio ganó el segundo lugar en la categoría Terror de los Corona Awards 2024. Estoy muy feliz!!! ✨✨

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