Cauterio #PGP2024

By XXmyfutureXX

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Alexia lucha por superar el fracaso y convertirse en una bruja cuando una muerte inesperada pone en peligro s... More

Sinopsis
Capítulo 1: Un cadáver sin ojos
Capítulo 2: Frustración
Capítulo 3: La desconocida del espejo
Capítulo 4: El Inked
Capítulo 5: Sin salida
Capítulo 6: La conspiración
Capítulo 7: Evocaciones
Capítulo 8: El grupo de investigación de Elisa
Capítulo 9: La advertencia
Capítulo 10: Los que esperan
Capítulo 11: Antepasados
Capítulo 12: Las pruebas en contra
Capítulo 13: El almuerzo
Capítulo 14: Amigos del pasado
Capítulo 15: El fracaso negro
Capítulo 16: Sospechosos
Capítulo 18: Conversaciones espirituales
Capítulo 19: Los días felices
Capítulo 20: La moneda
Capítulo 21: La venganza
Capítulo 22: Peso muerto
Capítulo 23: Repercusiones
Capítulo 24: Lo que pudo haber sido y lo que es
Capítulo 25: Vi mi futuro y te vi a ti
Capítulo 26: Gatos
Capítulo 27: Asfixia
Capítulo 28: La confesión
Capítulo 29: El tercer subsuelo
Capítulo 30: Los tres caminos
Capítulo 31: Las memorias de Aradis
Capítulo 32: Aquello de lo que no se habla
Capítulo 33: Cacería
Capítulo 34: Lo que pasó ESE día
Capítulo 35: Invasores
Capítulo 36: La mano amiga
Capítulo 37: Decir adiós
Capítulo 38: Ceguera parcial
Capítulo 39: El juicio
Epílogo: La hoguera y la muerte

Capítulo 17: Nacyuss solo hace intercambios

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By XXmyfutureXX


Las luces naranja de la calle se filtraban entre los huecos en el follaje de las plantas y le llegaban como manchas tenues rodeadas por sombras. El viento movía las hojas y hacía cambiar las formas que se proyectaban sobre el mirador. En la sugestión de la noche a cualquiera le parecería que tenían vida propia.

Alexia giraba la ramita con ambas manos mientras contaba. Sus labios se movían sin emitir sonido alguno. «...Treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis». La brea comenzaba a escalar en el aire por encima de la olla. Soltó la ramita que quedó perdida para siempre en el mazacote negro.

—Por el poder que me regaló la Diosa, desconocido, te pido que cruces el velo entre nuestros mundos y te manifiestes frente a mí —dijo con seguridad esta vez y sin desviar los ojos de la figura que tenía delante.

Cuando acabó por pronunciar las palabras, le pareció escuchar un ruido, como una rama quebrarse a su espalda. <<El viento>>, se dijo. Oyó pasos, cuatro patas corriendo sobre el porlán del piso, el chirrido de uñas rascándolo.

—Ese no es el viento. —Se volteó y no vio nada. La oscuridad estaba tan calma como cuando llegó allí, solo que ahora tenía la leve sensación de estar acompañada.

Un par de susurros le respondieron palabras ininteligibles. Parecían provenir de algún lugar entre las hojas, pero no podía precisar de dónde.

A cada segundo, Alexia respiraba más agitadamente, con tan poco como un ruidito ya estaba comenzando a hundirse en el temor.

—Cálmate, no seas tonta. —Era lo más liviano que podía decirse. Bina la hubiese castigado por su cobardía, como mínimo.

Los pasos regresaron, esta vez más fuertes y rápidos. Por el rabillo del ojo vio pasar una sombra a su izquierda y una brisa le lamió la oreja. Se apartó hacia el lado contrario con la intención de alejarse a rastras y, al hacerlo, casi posa una mano sobre el círculo del pentagrama. La sal le recordó lo que ya sabía: nada la atravesaría, el ente que la acechaba podía correr todo lo que quisiera, pero nunca la tocaría. Sin embargo, esa certeza no le devolvió la seguridad en lo más mínimo.

Mantuvo la cabeza agachada, concentrada en el piso gris, repitiéndose que nada malo le sucedería. Los pasos a su alrededor se multiplicaron. Un millar de patas golpeteaban el suelo, giraban a su alrededor, encerrandola, cortando el aire. El sonido de las garras se escuchaba más y más intenso y cercano, como si se estuviera engullendo el espacio seguro, achicando el círculo, y fuera a rozarle un brazo en cualquier momento. Después todos los pasos se convirtieron en un único trotar violento. Lo que sea que había acudido dio de lleno contra el círculo de sal. El golpe seco del impacto dejó silbando el oído de Alexia. La chica gritó y se llevó las manos a la cabeza para protegerse, pero ya no quedaba allí más que la quietud de la noche y la figura negra de la evocación que la miraba desde arriba.

Sus ojos color plata parecían no tener vida y, sin embargo, irradiaban poder. No tenía nariz, solo dos agujeros con forma de gota en el medio de la cara. En el lugar donde debía estar los labios había una línea zigzagueante y despareja, como una cicatriz abultada. Al principio, Alexia creyó que una capucha negra, similar al látex, le cubría la cabeza, pero mirándolo bien se dio cuenta de que no era más que la piel —si es que se podía llamar piel a esa cosa— que cubría su cabeza pelada, formaba pliegues que se extendían por su cuello y el torso y le daban una apariencia de tronco enroscado. No se distinguía si tenía piernas, su cuerpo era un amasijo de la cintura para abajo. Las manos eran dos garras flacas con nudillos marcados y larguísimas uñas puntiagudas.

La evocación abrió la boca y la brea se estiró formando hilitos negros hasta que se separó por completo dejándo un agujero donde estaba antes la cicatriz.

—¿Asustada? —inquirió.

Alexia alzó la mirada cuando oyó la voz grave y gutural sobre su cabeza. El corazón le latía desbocado pero se tranquilizó al reconocer algo humano en el ambiente, aunque proviniera de una entidad igual de monstruosa que la que la había acechado.

La evocación estaba completa, erguida y no parecía que se fuese a desmoronar. Extendió una mano frente a Alexia y le exigió:

—Tu pago.

Una por una, Alexia desprendió las tres pulseras de plata que tenía en la muñeca izquierda. Las dejó caer sobre la palma de la evocación con cuidado de no tocarla.

La entidad estudió los eslabones con cuidado. Después levantó la cabeza, entrecerró sus ojos brillantes y se inclinó hacia adelante, sobre Alexia. Ella se echó hacia atrás para alejarse pero no pudo evitar que la mano extendida de la evocación se le acercara al cuello. Los dedos viscosos le rozaron la piel cuando se cerraron para agarrar la fina cadena que colgaba de su cuello y apenas asomaba por su escote. Se le erizaron los pelos de la nuca y, por un momento, creyó que la ahorcaría.

—La quiero.

Alexia maldijo en silencio. El collar con un pequeño corazón plateado había sido regalo del abuelo por su cumpleaños número diez. Su caja estaba acompañada por una tarjeta que decía: <<Felices quince!!!>>. A Alexia la aterró la confusión. Para entonces hacía un mes que había regresado de la clínica después del primer ictus. Cuando ella lo interrogó preocupada, el abuelo le dedicó una sonrisa que pretendía tapar su angustia y dijo: <<Es por si no llego a tus quince>>. Él llegó a la fecha, pero su conciencia se perdió por el camino. No estaba del todo desacertado.

Desde entonces lo llevaba escondido entre la ropa, pegado a su pecho como el recordatorio de que alguien, a través del tiempo, pensaba en ella.

Se lo quitó lentamente. Se tomó más tiempo del necesario en abrir el gancho y desenroscarse los mechones de pelo enredados en los eslabones. Quería retrasar lo más posible el momento de decirle adiós. Al final dejó ir su corazón, lo vio absorberse en aquellas manos negras.

—Es todo lo que tengo —murmuró, por no poder gritarle: <<Me arrebataste lo poco que me quedaba>>.

—Es suficiente —le respondió sin dejar de mirar su cuello.

Instintivamente Alexia se llevó una mano a su cuello.

—Curioso —dijo—. Muy curioso. Es la primera vez en años, mejor dicho siglos, que me convoca una como tú.

—¿Como yo? —inquirió sin entender a qué se refería.

—Una bruja que no lo es. Alguien que no pertenece a la casa de las brujas. Que no está juramentada en el Círculo.

—Lo estaré muy pronto —se apresuró a decir.

—¡Ah!, entonces no eres una niña tonta leyendo el libro equivocado. Había muchas de esas antes de que las Maestras aparecieran. No tenían libros, claro, ni sabían leer, pero se las ingeniaban para llamar y yo para responder, para dar.

—Y para quitar.

—Ustedes, todos, viven por los intercambios y se desviven para sacar ventaja de ellos. Como los humanos, yo no hago regalos. ¿Te parece excesivo mi precio?

—No me quejo —dijo Alexia entre dientes. No iba a intentar un regateo con esa cosa.

—Mejor así. Ahora dime, ¿qué es lo que puedo hacer por tí?

—Tu objetivo son dos niños que viven en Las Acacias 365. Si en lugar de dos, encuentras a tres allí, mejor.

—Niños —Soltó una risa que parecía más un rugido grave—. ¿Qué es lo que quieres con ellos?

—Quiero venganza. Ellos se rieron de mí. Quiero darles su merecido y reirme de ellos.

—Pero eso ya lo has hecho, ¿o me equivoco?

Alexia rememoró las caras de pánico de los tres chicos, la frenada del auto, el golpe y el cuerpo del niño embestido volando hacia el asfalto y otro ruido más, el de huesos al romperse. Volvió a sonreír.

—Pero no lo disfruté realmente.

—Interesante —dijo la evocación.

Juntó las palmas y, cuando las abrió en frente de las narices de Alexia, había una moneda plateada. Ella la tomó y la sostuvo a la luz. Tenía grabados en ambas caras un par de símbolos que ella no reconoció ni supo interpretar.

—Guárdala bien. No dejes que nadie más la toque. Agarrala y pronuncia mi nombre cuando desees volverme a invocar.

—No me lo has dicho.

La evocación se agachó y, como si estuviese compartiendo una confidencia, en voz baja pero clarísima, dijo:

—Nacyuss. —Después, se irguió de nuevo y agregó—: Cuando llegue el momento de cumplir con mi parte del trato, lo verás.

—¿Cuánto tardarás?

—¿Tienes prisa?

Alexia asintió.

—Tengo que contentar a alguien más.

—Puedo hacerlo ahora —sugirió y, al ver la ilusión de Alexia, agregó—: Va a costarte un poco más...

—Ni hablar. Yo ya he pagado. —Iba a agregar que pagó demás, pero no creía que meterse en una discusión con ese tipo de entidades fuera algo prudente.

—Entonces, espera. —La evocación se cruzó de brazos—. Y, si no tienes nada más que decir, déjame ir. Tengo otros llamados que atender.

—Vete —dijo Alexia a tiempo que guardaba la moneda.

La evocación perdió la movilidad y comenzó a derretirse lentamente como si fuera una vela gigante encendida hasta que la brea regresó al interior de la olla.

Alexia se quedó un rato mirando los restos de la evocación pegados al fondo de la olla, preguntándose cuán solicitado podían estar los servicios de Nacyuss

Cuando cruzó la puerta de casa, ya era lo suficientemente tarde como para que alguien estuviese despierto. El gato de Julia la estaba esperando, al parecer, deseoso de contemplar su derrota otra vez, pero no iba a darle el gusto.

—¿Te gusta ver mi fracaso? —murmuró para que nadie la oyera—. Hoy no, lo siento. —Sonrió burlona.

Se quitó las zapatillas para que sus pasos no sonaran a nada. Subió las escaleras con sigilo, salteando los escalones que crujían. No se le escapó ni un sonido, ni siquiera al abrir la puerta de su habitación y ver el desastre en que la habían convertido.

Las puertas del ropero estaban abiertas de par en par y parecía que el mueble había vomitado todo su contenido en el piso delante de él. Toda su ropa estaba hecha un bollo, las cajas de zapatos abiertas y su contenido perdido entre las prendas. La cómoda tenía un montón de cosas apiladas desordenadamente encima de ella. Algunos cajones estaban abiertos y casi vacíos. Alexia reconoció entre las cosas esparcidas por todas partes unas cuantas que debían estar en esos cajones y hacía años no veía. Su diario de la infancia, un yoyo, dibujos espantosos, una edición de El principito. El colchón estaba corrido y dejaba a la vista los elásticos de la cama.

Alexia cruzó la habitación dando saltitos en los espacios en que el piso estaba vacío. Metió la mano entre los elásticos y buscó con desesperación la caja que guardaba en el hueco que quedaba debajo de la cama, entre el piso y las maderas. No tenía nada que necesitara realmente mantener oculto, pero había adquirido ese secretismo de adolescente cuando escondía los vueltos o el dinero que otros dejaban a mano en casa y ella se robaba para después comprarse un porro cada tanto. No encontró nada. Revolvió entre las cosas que había sobre la cama. Debajo de una campera encontró el picador y buscando entre las sábanas dos porros que había armado prolijamente. El hallazgo no hizo que se calmara, siguió revolviendo las cosas que quedaban sobre la cama y la mitad terminó en el piso. Se tiró de rodillas al suelo y comenzó a hurgar entre la ropa hasta que vio, debajo del ropero, el fajo de billetes de mil atado con una gomita para el pelo.

—Menos mal —dijo mientras se arrastraba entre las cosas para rescatarlos. Una vez lo tuvo entre sus manos, le dio un beso con ruido. Las cosas se hubiesen puesto difíciles si no lo encontraba.

Después, dejó todo el lío y recorrió el pasillo de las habitaciones a paso rápido. Se detuvo frente a la puerta de Julia y probó abrirla, pero estaba cerrada con llave. Golpeó una y otra vez, con toda la fuerza que tenía.

—Abre —le gritó a su tía y siguió golpeando. Si era necesario se quedaría allí hasta el amanecer, no pensaba dejarla dormir en paz.

No paró de golpear ni siquiera cuando escuchó que se corría el pasador y casi le da un golpe en la frente a Julia. Su tía vivía de mal humor, pero esa noche había llegado a su punto más alto. Era tan notorio que no hacía falta ni que abriera la boca.

—Te odio aún más por hacerme esto —soltó Alexia antes de darle lugar a quejarse por su irrupción.

Julia la observó con los ojos entrecerrados e hizo una mueca de disgusto.

—Eso debería decir yo.

—¿Por qué lo hiciste?

—Me despiertas para hablar de lo obvio —suspiró—. Y eso que mi padre insistía en que te avivarías con los años.

—No es eso... Es que yo... ¡Agh! —Se puso roja por la frustración. Tenía tantas cosas que quería decirle y lo único que conseguía sacar de su boca eran frases inconclusas y tartamudeos.

—¿Qué hacías otra vez fuera? —inquirió Julia que de no estar tan adormilada le hubiese parecido gracioso su incapacidad para formular dos oraciones de corrido.

—La evocación —dijo Alexia como si fuera obvio—. No esperabas que llamara a la casa a una entidad que no conozco y en la que no confío. No soy tan tonta.

—¿Y lo conseguiste?

—Sí, pero tengo la sensación de que esa cosa me robó.

Julia meneó la cabeza de un lado a otro e iba a cerrar la puerta de nuevo pero Alexia se lo impidió. Julia apretó los dientes y levantó una ceja. De pronto parecía más que despierta.

—¿Vas a quejarte por algo más o puedo volver a dormir?

—Al menos podrías haber ordenado el desastre que causaste.


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