Cuestión de Perspectiva, Ella...

By csolisautora

270 13 0

Han pasado veinte años desde la última vez que lo vi. Esteban Quiroga fue el hombre a quien lastimé cuando ér... More

Veinte años
Enamorado
Solamente una vez
Flor sin retoño
Las tres cosas
Camino de espinas
Reminiscencias
Si nos dejan
Piel canela
Novia mía
Cuando el destino
Nocturnal
Una copa más
Cruz de olvido
La martiniana
La muerte del palomo
Fresa salvaje
Ódiame
Tres regalos
Debut y despedida
Mi último fracaso
Viejos amigos
Rondando tu esquina
Adoro
El feo (Nanga ti feo)
Niégalo todo
Contigo
Caminemos
Cielo rojo
Por amor
Me duele el corazón
Perdón
Que lo nuestro se quede en nuestro
EPÍLOGO - 30 años después
¿Nos tomamos un cafecito?

Poquita fe

5 0 0
By csolisautora

Por tanto tiempo soñé que tenía a ese hombre en mi cama, lo anhelé en mis peores noches, y también en las mejores. Y cuando se cumplió lo contemplé anonadada, encantada disfrutando de cada pliegue relajado de su rostro y los cabellos sueltos que caían sobre su frente.

Nos encontrábamos cubiertos con un cobertor. Debajo eran dos cuerpos desnudos, libres de mostrarse como eran.

Ante Nicolás jamás permití que me viera de esa forma, ni siquiera en la intimidad porque le pedía que apagara todo tipo de iluminación.

Eran las seis de la mañana. Apenas y dormí un poco. La emoción era mayor que las ganas de descansar.

Él despertó, pienso que debido a mi constante admiración. Abrió despacio los ojos. Lo primero que hizo fue sonreírme.

Esteban debía regresar a la capital a la brevedad, por eso solo le ofrecí de desayunar y se preparó para irse.

El martes que tocaba vernos no lo haríamos porque era Noche Buena. Nuestras celebraciones impedían que coincidiéramos. Amé que por lo menos la espera de volver a encontrarnos no se extendiera tanto.

En el pasillo que daba a la sala, él jaló de mi brazo antes de que avanzara.

Quedamos cara a cara y sentí sus dedos sobre mi nuca.

—Te robo un beso de despedida. —Pegó suave sus labios a los míos.

—Usted róbeme lo que se le antoje. —Comencé a agitarme al tener su cuerpo pegado al mío—. Un beso, una caricia. —Toqué su mejilla—, el saludo, la mirada, el corazón.

Mi interior gritaba que lo amaba, quizá se lo dije sin pronunciarlo. En mí no existía duda, pero en él no lo sabía.

«¡Dígame, don Selso, que me ama y seré siempre suya!», supliqué por dentro.

Necesitaba que su boca confirmara lo que me transmitían sus acciones.

Íbamos a fundirnos en otro beso, cuando un tronido nos interrumpió.

—¿Escuchaste? —preguntó Esteban.

No sé bien qué cara puse, pero sé que fue de susto.

Tal vez se trataba de un vecino o vendedor. En el peor de los casos podía ser que alguno de mis hijos regresaba.

—¡Dios mío! —Llevé ambas manos a la cara y vi que todo pasaba más lento. Tuve que hacer un enorme esfuerzo para reaccionar—. Iré a abrir. Entra a mi cuarto. Si es un vendedor no hay por qué preocuparnos, pero si no, sal por la puerta de enfrente. Lo llevaré a la cocina.

Esteban vaciló en ceder, pero un nuevo toque más desesperado lo convenció. Entró a mi habitación y entrecerró la puerta.

Respiré hondo, acomodé mi blusa y fui a abrir.

La silueta me parecía conocida y ningún vendedor se atrevía a ser tan insistente con su llamado.

Antes de mover la puerta para darle el paso, supe quién era.

—¡Mamá! —De nuevo me faltó el aire, pero esta vez fue por un motivo distinto—. ¿Ese milagro? —fue lo primero que se me ocurrió preguntarle.

Mi madre tenía a los pies dos grandes maletas que parecían pesadas.

—¿Como que qué milagro? —Resopló, irritada—. Sabes que paso la Navidad con la familia. —Me hizo a un lado—. Además, me empecé a sentir mal, busqué un doctor cualquiera y dijo que debía descansar.

Levanté ambas maletas. Sí eran de verdad pesadas.

El temblor en todo el cuerpo me atacó cuando la vi avanzando dentro.

—Ves por qué ya no debes andar sola —le dije detrás—. Te lo he dicho muchas veces.

—Se me pasará. Sabes que siempre se me pasa. —Manoteó, desestimando lo que el doctor indicó—. Mientras, prepárame la cama, voy a dormir.

Un detalle que era urgente cambiar, era que mi madre solía usar mi recámara. Le parecía cómoda por ser la más cercana a la cocina y porque era la más alumbrada.

¡Necesitaba desviar su objetivo ya!

—Debes venir hambrienta.

Ella negó con la cabeza.

El sudor empezó a correr por mi frente y el corazón se aceleró más.

—No tanto. Prefiero dormir un rato.

Interrumpí su trayecto, poniéndome enfrente de ella. Ni el peso de las maletas me detuvo.

—Al menos déjame prepararte un té verde. Sabes que te hace bien.

Mi madre lo pensó un instante aterrador.

—Bueno, si insistes, también hazme unos huevos revueltos. —Desvió el paso hacia la cocina—. Estoy tan mal que hasta la vista me falla, creí que el carro de afuera era de Alfonso, o de su padre. Ya no recuerdo bien.

No tuvimos el cuidado de estacionar el coche en otro lado. ¡Tremendo despiste de parte de los dos!

—A lo mejor es el mismo modelo —traté de hacerla confundirse.

—Sí, a lo mejor.

Entramos a la cocina.

El alivio se asomaba.

Dejé a mi madre acomodada en una silla, prendí la estufa para poner el agua y luego me apresuré a levantar de nuevo su equipaje.

—Las llevaré al cuarto.

—Te apuras.

Aceleré el paso hacia la recámara, rogando que mi madre no se levantara.

Encontré a Esteban merodeando en la puerta.

Le hice una seña para que saliera.

Fuimos con cuidado hasta la salida.

Una vez en la acera, lo estreché rápido.

—Maneja con cuidado —le recordé. A pesar de las gafas, todavía no le tenía tanta confianza a su "estilo" de conducir.

—Lo tendré.

Un beso veloz en la mejilla fue nuestra despedida.

Solo un par de meses más y eso terminaría. Seríamos libres de demostrarnos lo que sea que sintiéramos sin reservas y sin miedos de lo que los demás opinaran.

La Noche Buena llegó. Sabía que Coni no la pasaría con nosotros porque le tocaba estar con la familia de su marido. Esmeralda también eligió irse con sus suegros. Ni siquiera Nicolás estaría en la ciudad porque se llevó a Guadalupe a su pueblo. Para mi sorpresa, Angélica siguió a su padre. Según me explicó, extrañaba a sus abuelos y ansiaba verlos. Le di permiso, aunque me dolió más de lo que demostré.

Esteban llamó temprano para felicitarme y conversamos unos minutos. Así logré calmar la tristeza de las ausencias.

Solo Uriel, Onoria, mi madre y yo nos reunimos en casa de Lucas. Por suerte no fue una celebración pequeña porque la familia de su esposa era grande y animada. Aun así, extrañé esos tiempos en los que mi familia seguía completa. Para mí era como arrancarme pedazos que se repartían en cada uno de mis hijos.

Todavía no terminaba de aceptar que ya habían volado del nido.

Esa Noche Buena rezamos, mecimos al Niño Dios, le cantamos, lo adoramos, y luego procedimos a festejar.

Frente a la iglesia disfruté la quema del torito con una cerveza en la mano. Se trataba de una figura de papel de colores, alambre y envuelto en juegos pirotécnicos. Lucas era tan atrevido que fue uno de los que bailó con él, ya prendido.

El humo que salía del torito provocó fuertes gritos de los niños, jóvenes y hasta de varias señoras temerosas.

En casa de mi hermano hubo banda, baile, cervezas de a montón, comida variada y fuertes risas dignas de rememorar.

A pesar del ruido, Onoria se quedó dormida en un sillón pasada la medianoche. Trabajó tanto ese día que terminó agotada. A las damas que la contrataban les gustaba lucir impecables en eventos como esos.

A Uriel lo noté menos animado que otras ocasiones. Sus bajas calificaciones eran preocupantes, por eso, Lucas me hizo el favor de hablar con él para indagar qué le estaba ocurriendo.

Ya entrados en la fiesta logró que hablara.

Lucas me contó después que mi hijo se encontraba decepcionado por el rechazo de una señorita que pretendía.

Lo comprendí.

El dolor de corazón muchas veces nos lleva a dejar de lado aspectos importantes de la vida porque te enajena, te ciega, y te hace fallar sin que te des cuenta.

—Hay muchos peces en el mar —dijo Lucas—. A su edad las muchachas bellas y solteras abundan, encontrará a una que sí lo quiera.

En realidad, no coincidía del todo con mi hermano.

En sus tiempos él fue un seductor que terminó casado con una mujer religiosa poco agraciada, pero que supo controlar sus rebeldes instintos. Lo atrapó sin ser una jovencita que resaltara.

Yo estaba segura de que, si el amor era en verdad grande, ni mil muchachas bonitas y casaderas harían que mi hijo cambiara de opinión. Sufrí al saber que pasaba por algo así.

Esa noche se volvió madrugada, mañana y tarde sin que nos preocupáramos por el desvelo. Si algo sabíamos hacer los de mi pueblo, era armar grandes y largas celebraciones. Ni siquiera el cambiante clima nos detuvo.

Me hubiera encantado tener a Esteban como compañero, aunque me convencí de que sería la última Noche Buena en la que no estaría conmigo.

El siguiente martes tampoco podríamos vernos. Era fin de año. Iba a tener que ser paciente, muy paciente.

Pero él no lo fue tanto.

El viernes temprano el teléfono sonó. Era Alfonso. Me avisaba que decidieron estar en Año Nuevo con nosotros. Noticia que regocijó mi alma. Luego me pasó a su padre porque quería desearme buen año. Oír aquella voz causó que el corazón se me acelerara. Después de sus buenos deseos para toda mi familia, Esteban dijo discreto que no resistía las ganas de verme y que se preparaba para salir de la capital. Yo tenía trabajo en la tarde, solo tendríamos oportunidad de estar juntos unas cuatro horas a lo mucho. Cuatro horas que planeé disfrutarlas.

Llegué primero, como era de esperarse por las distancias. Aproveché y le di una rápida limpiada a los muebles. Lavé las sábanas y preparé de comer. Me gustaba recibirlo como merecía.

Esteban estuvo ahí casi a la una de la tarde. ¡Qué grata sorpresa fue que me sorprendiera en el lavadero!

—Adivina quién es.

—¿El repartidor de leche? —hice burla al caso de Sebastián.

Sus manos me condujeron para girarme.

Quedé recargada sobre el lavadero de granito.

—El frutero. —Pegó sus labios a los míos, pasionales y húmedos—. Te espero en el cuarto. —Se alejó y comenzó a quitarse el cinturón.

Rápido desaté el mandil. Opté por darme un baño primero porque había sudado demasiado con la limpieza.

Entré con la bata de baño puesta. Algunas de mis cosas estaban en esa casa, como ropa, prendedores, cepillo de dientes, de cabello... Después de todo, se trataba de nuestra guarida que nos aislaba de las críticas, los señalamientos y la desaprobación.

Hallé a Esteban sentado en el banquito del tocador. Tenía abierto a un lado el contenedor redondo del talco. Descubrí que inspeccionaba la esponja.

—¿Por qué hueles mi talco? —pregunté conmovida.

Él le dio una olisqueada, cerrando los ojos por un instante.

—Es relajante. Me gusta.

Fui hacia donde se encontraba.

—Por eso es mi favorito.

Usaba el mismo talco desde que era joven. Su dulce aroma era irremplazable.

Él me atrapó en cuanto estuve próxima.

—Serás una de esas viejitas que huelen rico.

Recargué el brazo sobre su espalda y mi rodilla quedó reposada en su pierna.

—¿Te gusta andar oliendo viejitas?

Una tímida sonrisa se asomó en sus labios.

—Solo lo haré con una. —Acercó mi cara para para besarme.

Antes de que se me olvidara, interrumpí sus intenciones. Abrí el cajón del tocador y saqué un paquete pequeño envuelto en papel dorado. Se lo entregué.

—¡Feliz navidad atrasada!

Esteban lo recibió. Por sus cejas alzadas supe que no se lo esperaba.

—¿Para mí?

Volví a inclinarme, le dio un beso más y luego me senté sobre sus piernas.

—Para el amor de mi vida.

Él sonrió.

—Gracias.

Esperé que confirmara que yo también era su amor, pero se mantuvo concentrado en el obsequio. Cuidadoso rompió el moño y el papel. La caja era de un medicamento. La abrió. De ella salió un objeto plateado y redondo. Daba la impresión de ser un reloj.

—Es una brújula —aclaré—. La compré en una tienda de antigüedades. —Concentré la vista en él—. Para cuando te sientas perdido, revisa donde señalan las flechas.

—Contigo ya no me siento perdido jamás.

Sus cálidos dedos desataron la bata, y el resto lo seguimos en la cama.

Como contábamos con poco tiempo, nos dimos prisa. Aunque bastó para gozar el estar entre sus brazos.

Lo siguiente que hicimos fue comer. Nada como retozar para abrir el apetito.

Durante la comida, hice un comentario que al principio pensé que fue casual.

—Tu hijo quiere pasar el fin de año en mi casa.

Esteban tragó el bocado más rápido de lo normal.

—Sí, ya me dijo.

Decidí prestarle atención porque su gesto fue extraño.

—¿Qué opinas? —continué.

Él calló un instante.

—Si no te molesta, lo pienso acompañar. Catalina está en la casa y también quiere ir. —Fijó los ojos en mí, dudoso—. ¿Te parece bien?

¡De ninguna manera estaría mal que él estuviera en la celebración de Año Nuevo!

—Sí, por supuesto. —Sentí un espasmo en el vientre—. Recibiremos el nuevo año juntos.

Todavía no terminábamos, pero ninguno continuó con el platillo. De un momento a otro, a Esteban se le borró la sonrisa.

—Amalia, hay un tema que tenemos que platicar. Quería que fuera después, pero creo que mejor aprovecho la ocasión.

Me levanté de golpe y me mecí. Supuse que él buscaba terminar conmigo, que siempre no se había enamorado, o que no basté para complacerlo.

—¿Qué pasó? —salió como un murmuro.

Él hizo a un lado el plato y los cubiertos. Con la servilleta de tela se limpió el contorno la boca. Luego se recargó en la silla.

—Siéntate —me pidió.

Le hice caso.

—Durante años, Gerónimo ha sido quien ayuda a revisar las cuentas del local de ropa. Es bueno para eso —Esteban dio inicio con un tono grave inesperado—. Desde que Celina murió, Coni las lleva.

—Sí, estoy enterada. —Una responsabilidad que desde el comienzo me pareció demasiada, pero mi hija la aceptó gustosa.

—Mi hermano tuvo la cortesía de ayudarle hace unas semanas porque los exámenes en la escuela tenían a Constanza demasiado cansada. —Tomó aire despacio y no fue capaz de verme directo—. Resulta que se dio cuenta de que falta dinero.

Incliné el cuerpo hacia adelante y apreté las manos en tensos puños.

—¿Les robaron?

Él se apresuró a negar con un lento movimiento de cabeza.

—Primero pensó que sí. Sospechó de una empleada, la caja queda al cuidado de una de ellas, pero luego se dio cuenta de que los retiros eran constantes y cada quince días exactos. Estamos hablando de cantidades que no representan una gran pérdida, aunque fueron aumentando cada vez más. Gerónimo fue más allá y descubrió que esto lleva pasando años, Amalia. —Hizo una mueca de desasosiego—. Casi desde que nuestros hijos se casaron.

Uno de mis puños impactó sobre la mesa de vidrio. Esta vibró.

—¿Insinúas que Constanza les roba?

Esteban se puso de pie.

—Celina amaba su local como no tienes idea...

También me levanté.

—Sé directo —le exigí molesta.

Era obvio que le avergonzaba proseguir, pero mi presencia que se acercaba lo llevó a retroceder y a animarse a hacerlo.

—Ya se lo pregunté a Coni. —Liberó un respiro—. Ni siquiera lo negó. —Me miró de reojo—. Asegura que te lo da a ti como ayuda, porque no puedes con los gastos.

Di media vuelta, incapaz de encararlo, y coloqué una mano temblorosa sobre la boca.

—¿Eso te dijo?

—Tal cual.

Dolía aquella noticia, dolía en lo más hondo, pero no iba a acusar a mi hija sin antes conocer su versión.

—Platicaré con ella —le dije, sin voltear.

Escuché los pausados pasos detrás.

Esteban alcanzó a sostenerme los hombros.

—¿Es cierto? ¿Es para ti ese dinero? —en su tono de voz no se percibía reclamo alguno.

Demoré en responder porque planeé bien lo que pronunciaría:

—No. Lo que sí te aseguro es que Constanza debe tener un motivo muy importante para haberte dicho eso. —Me giré al fin—. Permite que se lo pregunte en privado. A mí me dirá la verdad. Tú serás el siguiente en saberlo, lo prometo.

Él asintió y nos abrazamos.

—Te agradezco.

Creo que Esteban se libró de una carga que le incomodaba porque sentí que soltaba el cuerpo.

Tenía claro que, si mi hija se atrevió a tomar dinero que se ganaba con el negocio de la difunta Celina, era porque considero que era en serio muy necesario.

Durante tres largas noches en vela le di vueltas al asunto. ¿Por qué Constanza necesitaría dinero si su marido podía dárselo? ¿Por qué mintió al decir que era para mí? ¿Por eso Gerónimo se comportó como lo hizo cuando nos visitó? ¿Qué le insinuó él a Esteban?... Fueron solo algunas de las tantas dudas que me abordaron. Dudas que demorarían en ser respondidas porque no iba a perturbar la alegría de la fecha.

Onoria y Uriel llegaron desde el sábado. Angélica, Constanza y Alfonso lo hicieron el martes temprano.

La cocina era un caos para ese momento.

Desde las cinco de la mañana la pasé preparando lomo relleno. Quería lucirme frente a nuestros nuevos invitados.

Mis hijas ayudaron a enrollar la carne. Bueno, menos Esmeralda. Ella no pudo porque se encerró con sus hijos en el cuarto del segundo piso.

Uriel y Alfonso prendieron el fogón en el patio.

La vida empezaba inundar los rincones de mi casa, y con ella se avivaba mi emoción.

Esteban y Catalina tocaron a las cinco de la tarde. Me apresuré a abrirles.

Llevaban consigo una docena de vinos y una caja grande de uvas.

—Pasen —les ofrecí.

Catalina dejó sobre el suelo la caja, después alzó los brazos y rodeó mi cuello.

—Gracias por abrirnos las puertas de su hogar —lo dijo cariñosa.

Por la expresión de Esteban, sospeché que ella ya tenía conocimiento de lo que pasaba entre su padre y yo.

Ambos entraron.

La muchacha era bellísima. El vestido anaranjado corto con mangas acampanadas hacía un buen juego con las botas altas blancas que portaba.

Una vez más lo confirmé, mientras más maduraba, florecía mejor. Supe que por mérito propio obtuvo varios papeles secundarios en películas nacionales y cada vez escalaba más.

Catalina tuvo la atención de ofrecerse a integrarse como las demás mujeres.

Si fuera menor, ahora sí animaría a Uriel a cortejarla.

Pasé a Esteban a la sala para que se sentara a beber unas cervezas con Lucas, Uriel, Felipe, Alfonso y el vecino Adalberto; los invité a él y a su mujer porque sabía que no tenían más planes.

Antes despejamos el lugar para que tuviéramos más espacio. Adorné lo mejor que pude. Incluso perfumé con unas esencias de vainilla que compré en el mercado.

Aunque les insistí, Lucio y Leopoldo rechazaron mi invitación. Lisandro seguro corrió la voz, y lo detesté por no haberme dejado la opción de hacerlo yo misma.

Por su parte, mi madre se dedicó a rondar la casa, criticando cada mínimo detalle que le pareciera desagradable.

Alfonso y Felipe metieron a la cocina la olla de la comida una vez que terminó de cocerse. Eran más de las siete.

Onoria revisaba los frijoles, pero la mandé a bañarse. Casi era hora de empezar.

Mis otros hijos ya se encontraban arreglándose.

Acostumbrábamos recibir el Año Nuevo con nuestras mejores galas.

Estaba a punto de retirarme para hacer lo mismo, pero preferí darle la última probada al lomo. Partí un cacho y le di dos bocados. Lo saboreé. Sentía que le faltaba algo, pero no terminaba de decidir qué.

Noté que mi madre entró y se paró cerca de mí.

—A ver, dame —pidió, arrancándome el tenedor.

—¿Qué tal?

Ella arrugó la nariz y frunció los labios. Después aventó con desprecio el tenedor.

—Odio el lomo relleno. —Hizo un sonido de asco—. Sabe a mierda.

El desdén con el que se expresó sirvió para darme la claridad que tanto me hacía falta.

Ella continuó quejándose del pésimo sabor por otro minuto, listando "mejores opciones para cenar".

Yo no lograba concentrarme en la queja.

«¡Por supuesto! ¿Cómo no me di cuenta?» me reprendí. Las ganas de llorar aparecieron en mis ojos.

Toda la rabia que contenía salió sin cuidado.

—¿Ya probaste la mierda? —le pregunté firme.

Mi madre no me miró.

—A mí prepárame otra cosa.

Ella estaba a punto de irse, pero volví a hablar:

—¡Prepáratela tú!

Vi cómo se daba la vuelta despacio. Sus escleróticas se enrojecieron en un tiempo demasiado rápido.

—Obedece, estúpida —dijo, gruñéndolo.

La orden no me alteró.

—¡No! —alcé la voz.

Mi madre avanzó más.

No temía a su reacción. Estaba dispuesta a defenderme.

—¿No? —alargó la última letra.

Quedamos a menos de medio metro de distancia.

—Lo que oíste. Dije que no. —Aunque en el pecho cargaba un violento latido, no me retracté—. Estoy harta de ti. Eres abusiva hasta con tus nietos.

—¿Abusiva por qué? —Fingió ignorar el origen de mi reclamo.

Resoplé con una sonrisa tan amarga como la misma hiel.

—No lo niegues. Fuiste tú. —La apunté. Mi garganta ardía con las siguientes palabras que dije—: Tenía que haberlo sabido. Tú le has estado sacando dinero a Constanza. Te descubrí y no se te ocurra negarlo.

—Nada más fue para unas medicinas.

Tal descaro fue demasiado. Ya no iba a verme doblegarme ante ella ¡jamás!

—¡Deja de engañarme! —lo grité—. Como ya te acabaste lo que dejó mi padre, buscaste exprimir a Coni. ¡Todo para andarte paseando! ¡No tienes idea del problema en el que la metiste!

Para ese punto estaba segura de que los demás oyeron los alaridos, pero mi coraje fue más fuerte que todo.

—¿A poco se pusieron briosos los Quiroga?

Busqué recobrar la calma. Masajeé mi frente y respiré profundo.

—Es su dinero.

—Si no hubiera sido por esa gente, ni tu tío ni tu padre habrían muerto. Nos lo deben.

—No, no nos deben nada. Esa familia también perdió a personas importantes. ¿Hasta cuándo terminará esta pelea? —Dos gruesas lágrimas rodaron traicioneras—. Ha sido demasiado odio.

A mi madre eso fue como lanzarle un valde de agua helada.

—¡Hasta que yo lo diga!

—¡Se acabó! —Más lágrimas siguieron fluyendo—. Me voy a encargar de que no vuelvas a sacarle ni un solo peso a ninguno de mis hijos, ni a mí.

Ella se rio. Al fin era consciente del nivel de malicia que cargaba. Tanto fue mi amor que la excusé en cada golpe y cada insulto que dirigía a mí o a mis hermanos. Eso se había terminado.

—¿Me amenazas? ¿A esas vamos? —Mantuvo la oscura sonrisa—. Sabes que llevas las de perder. —De pronto, se apoderó de mi muñeca—. Vente para acá, que los demás sean testigos.

Mi madre tuvo la suficiente fuerza para llevarme a jalones hacia la sala.

Yo portaba todavía puesto el mandil, estaba despeinada, sudada, olía a ajo y pimienta, y tenía las manos cubiertas por la grasa de la comida.

Logré liberarme con un fuerte tirón.

Fue demasiado tarde para ocultarlo. Los hombres nos vieron, dejaron sus cervezas y se levantaron. La vecina Rosana también lo hizo. De inmediato mis hijas y Catalina se unieron, alarmadas.

—No me importa que busques ridiculizarme. ¡Estoy harta! Me cansé de solaparte.

Ella se mofó.

—¿Tú me solapas a mí? ¡Sinvergüenza! Yo he escondido tus puterías para que tus hijos no sepan la clase de madre que tienen. —Aguardó a que le rebatiera, pero no pude—. Ah, ya no dices nada. ¿Te comieron la lengua o qué?

Cada rostro que observé dirigía su atención a mí.

—Mami, ¿qué pasa? —preguntó Onoria, asustada.

Mi madre se le acercó directo.

—Tu mami, querida nieta, tu dulce mamita, la que no rompe ni un plato, la que se espanta porque quieres ser una quedada, se ha estado revolcando con el padre de su yerno —lo dijo en voz alta para que todos se enteraran.

—¿Qué? —volvió a preguntar Onoria, y se quedó pasmada.

—Sí, como lo oyes. —Mi madre avanzó hasta el centro de la sala y extendió los brazos—. ¡Como lo oyeron todos!

—Eso no es verdad, abuela. —Uriel salió en mi defensa—. Lo que pasa es que nunca has querido a nuestra madre. La tratas como tu sirvienta.

De nuevo mi madre rio.

—Ah, ¿no me creen? Entonces, pregúntenle a él. —Su dedo apuntó a Esteban—. Ándele, defiéndase. —Después volteó para verme, sin dejar de señalarlo—. Niega frente a tus hijos que tú y este no han tenido sus queveres.

Traté de hacerlo, de refutar tales afirmaciones y continuar como si nada con la celebración. Juro que luché por lograrlo, pero mis labios se mantuvieron sellados. Cada parte de mi cuerpo sufría un espasmo doloroso.

—¿Mamá? —dijo Coni, con una preocupación evidente.

—Yo... yo... —nada más logró salir.

—¡No puede ser! —Constanza se tapó la boca y abrió los ojos de par en par. —¡Oh, no, no puede ser!

—Hija... —Tuve la intención de calmar su aflicción, por desgracia, a mi madre se le ocurrió interponerse.

—Por tu culpa ya me mareé. Necesito acostarme. —Inclinó su cabeza hacia mí—. Avísame cuando esté mi comida —exigió. Luego caminó hacia Esteban—. Y usted, señor, no le crea si le dice que lo adora, es una chismosa a la que le gusta explotar a los hombres con los que se mete.

Él recibió inexpresivo el "consejo".

Sentí unas inmensas ganas de correr hacia Esteban y rogarle que ignorara la afirmación de mi madre.

Un silencio incómodo gobernó.

Yo era blanco de varios señalamientos mudos.

—Por eso la fotografía. —Aunque se encontraba apartada cerca del inicio del pasillo, reconocí la voz de Angélica—. ¡Tú misma se la diste al suegro de Coni!

Mi hija se equivocaba en el peor momento.

—¿De qué fotografía hablas?

—No te hagas, mamá —siguió convencida de la acusación.

Me le acerqué, harta de su rebeldía.

—No me haga ¿qué? —Alcé la palma de la mano, dispuesta a reprenderla—. ¿Te atreves a dirigirte a mí de esa manera? Irrespetuosa, insolente.

Angélica se cubrió con los brazos.

Constanza salió en su defensa antes de que descargara el golpe.

—Es cierto. Eres tú, de joven.

—¿Qué fotografía? —me dirigí a Coni—. No le di ninguna fotografía a nadie. Ni siquiera tengo de cuando era joven.

Angélica salió corriendo hacia la habitación del segundo piso. Regresó veloz con la imagen consigo.

—Entonces ¿quién es? —La extendió hacia mí.

Recibí la fotografía. No demoré en confirmar que sí era yo.

—¿Por qué la tienen? —Mantuve la atención en esa imagen que mostraba a la jovencita que fingía estar de pie.

—La encontré en los libros que él me regaló. —Angélica señaló a Esteban.

Lo contemplé suplicante. Si tenía en su poder una imagen mía, debía explicarse ¡ya!

Lucas empezó a adoptar una postura tensa. Sabía que se le acababa la paciencia. Su reacción me preocupó, aunque me preocupaba más la pasividad de Alfonso, quien se quedó a un lado de su padre, sin hablar ni moverse.

—¿Lo que dice la abuela es verdad? —nos cuestionó Esmeralda, para mi sorpresa resultó ser la más controlada—, ¿se acostaron?

Esteban dio un paso hacia adelante. Lo que él confesara, sin duda lo apoyaría.

—Sí, tenemos una relación, pero les aseguro que mis intenciones son las mejores.

Evité sonreír.

De inmediato se soltaron susurros entre algunos.

—¿Relación? —Coni chilló—. ¿Tanto así? ¿Desde cuándo mantienen esta "relación"?

Iba a responderle, a pesar de que definirlo con exactitud sería complicado.

—Yo sé —por fin intervino Alfonso. Apretaba fuerte la mandíbula—. Ni siquiera lo puedo creer. —Sus ojos brillaron de rabia—. Mi madre tenía poco de haber muerto y ya estaban juntos. ¡Por Dios! —Llevó una mano a su cabeza, la movió de lado a lado, luego se dirigió a mí—. Usted tuvo el descaro de consultarme sus malestares. ¡Fue con mi padre con quien mantuvo relaciones sexuales! —Se percibía su asombro—. Por eso sentía tanto miedo de estar embarazada. Y yo que me tragué el cuento de que lo cuidaba porque éramos familia.

Cada par de ojos que había ahí me inspeccionó enseguida.

—¡No, no! Te confundes.

El que más me importaba era Esteban, y me lastimó confirmar que él también me juzgó.

—¿Le consultaste a mi hijo algo así? —preguntó directo. Parecía ofendido.

Darle una detallada explicación en esas circunstancias era imposible, y aunque estuviéramos a solas no podría hacerlo.

—Me sentía enferma —apenas logré responderle porque la voz fallaba.

Desconocía cuánto sabía él sobre la desafortunada relación que tuve con Joselito.

En un segundo plano ubiqué a mis vecinos, ellos conocían de sobra cómo terminó todo con su familiar. Quizá serían de ayuda para esclarecerlo.

—¿Enferma de un bebé de quién sabe qué hombre? —me echó en cara.

Imaginé que forzaba a Esteban a creerme e ignorar las ideas que formaba en la mente.

Alfonso fue hacia Constanza, cosa que llamó mi atención.

Mi hija trató de abrazarlo, pero él lo evitó.

—¡Tú ya sabías! —La mantuvo alejada, sosteniéndola de los brazos—. Mi propia esposa me escondió la verdad.

Coni aumentó la intensidad de su llanto.

—¡Mi amor! —Seguía empeñada en estrecharlo.

—¡Déjame! —La agitó un poco—. Ahora entiendo muchas cosas. Desde que mi familia se enteró de que salía contigo me di cuenta de que no les cayó en gracia, pero no presté oídos. —Fue subiendo el tono de voz—. Me tenías tan atontado que no me di cuenta de la clase de persona que eres. ¡Embustera! —Otra sacudida más—. Pero una cosa sí te digo, a mi padre no le van a quitar lo que construyó con mi mamá. Los dos se esforzaron por tener lo que tienen, no se lo van a quedar.

Cuidaba atenta Lucas, tanto, que no alcancé a advertir que Uriel decidió meterse.

—A mi hermana no la tratas sí, ¡imbécil!

—¡Hijo, no!

Uriel soltó un puñetazo que iba directo al rostro de Alfonso, pero Lucas fue ágil, los tenía más cerca que yo, y se colocó en medio. Fue él quien recibió el golpe.

—No te metas donde no te llaman —le ordenó severo mi hermano. Luego miró a Alfonso—. Y tú, vuelves a tocar a mi sobrina y vas a saber lo que es el dolor.

Catalina condujo a Coni hacia un lado.

Alfonso demoró en reaccionar.

Lucas no se andaría con golpecitos si terminaba exasperándolo.

—Me largo —decidió mi yerno—. No quiero estar ni un minuto más aquí. —Cuando se dio cuenta de que Constanza dejó a Catalina, la señaló—. No me sigas. No te quiero cerca de mí.

—¡Alfonso! —vociferó llorando—. ¡Mi vida, quédate conmigo!

Esteban recogió sus llaves, le hizo una seña a Catalina y fue detrás de su hijo.

Lo seguí.

Los cinco salimos apresurados.

Traté de retenerlo. Me urgía que escuchara.

—Por favor, ¡hazme caso! Lo que mi madre dijo fue solo para joderme.

Alfonso se subió a su carro, lo arrancó y abandonó a su esposa en plena calle.

Esteban no se detuvo a prestarme atención. Abrió la puerta para que Catalina entrara. No me decía nada y eso avivó mi urgencia.

Se dispuso a subirse, pero me coloqué entre él y el automóvil.

—Después de todo, mi madre tenía algo de razón. A lo mejor sí eres una interesada más.

Aquella frase laceró profundo mi corazón.

—Estás entendiendo mal todo. Tú y yo no empezábamos nada cuando eso pasó.

Él negó con la cabeza.

—Deja las explicaciones para otro día. Tengo que cuidar que mi hijo no se mate.

Esa débil esperanza de atenderme no era suficiente para calmar mi angustia.

Aun así, permití que se subiera.

El motor resonó y lo vi marcharse a una preocupante velocidad.

Si de Esteban Quiroga dependiera, su versión de lo sucedido tal vez me dejaría como una mujerzuela abusiva. Tan poquita era su fe en mí que se quebró con un solo golpe.

Fui a consolar a Coni. Ella también sufría los daños de una pelea marital. El desprecio con el que me evadió fue lacerante.

Resultó que mi madre logró su cometido: destruirme de todas las formas posibles.

La comida no se sirvió, las risas se esfumaron, el año nuevo llegó en soledad porque todos mis hijos buscaron el refugio en casa de Nicolás. Sabían dónde escondía la llave.

Lucas fue el último en irse. Quería que me fuera con él, pero ya bastantes contratiempos les provoqué como para seguirlo molestando.

Terminé por quedarme sola, con el lobo durmiendo en mi propia cama.

Continue Reading

You'll Also Like

290K 23K 21
Originalmente el mundo de Harry Potter es de J.K Rowling, pero yo tan solo le agregue a un personaje mas, un personaje que dara grandes cambios a la...
325K 14.6K 51
En algún oculto rincón de Rusia estaba ella, rodeada de otras siete almas que al igual que la protagonista esperaban anhelantes que los encontraran...
136K 3.5K 22
Emma una chica con serios problemas de adicción, odiada por sus padres Matt un chico popular que lo tiene todo, menos la atención de Emma Esta his...
271K 14.5K 38
Esta es la segunda temporada de "Una Novia Para El Príncipe" :)