No acercarse a Darek

By MonstruaMayor01

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Meredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Adelanto
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Carta recibida por Darek
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Adelanto
Conociendo a Darek
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
¿Crees en los monstruos?
Adelanto
Capítulo 24
Adelanto
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Dae
Capítulo 30
La chica
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Piano, sangre y amor
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Adelanto
Capítulo 38
Un pasado marcado
Capítulo 39
Ese «te quiero»
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
NOTA
El cerezo
Capítulo 43
Capítulo 44
Ajedrecista
El villano
Capítulo 45
Antes de todo
Capítulo 46
Capítulo 47
Ella
Capítulo 48

Capítulo 25

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By MonstruaMayor01

Hay cosas que jamás hubiese imaginado vivir. Como ver a mamá ahogarse en alcohol y medicamentos para dormir, desesperada por encontrar un poco de paz entre el caos que se desata en su interior día tras día. O ver como hace un año el hombre al que ella le profesa amor la engañó con una mujer mucho más joven, sexy y risueña (ese fue un tema que no se volvió a tocar en casa). O estar aquí, sentada, junto al chico más misterioso del pueblo, y no solo eso, sino que él me consuele cuando nadie más lo ha hecho.

Contengo el aliento, y con íntima timidez me vuelvo hacia él para apreciar cómo el fulgor de la luna mezclada con la amarillenta luz de la bombilla encima de nuestras cabezas pintan de plata las facciones de su rostro. Darek sigue aquí, inmóvil, con sus ojos fijos en algún punto indefinido entre el ahora y un vago recuerdo.

Tras un breve recorrido por su rostro, mis ojos se detienen en las profundas ojeras que circundan sus ojos, señales inequívocas del agotamiento que lo consume. Es como si por largas noches no hubiera logrado conciliar el sueño, dejando una pincelada de morado, un tono pesado y frío que habla de desvelos que llevan nombres. Al enfocar la vista aún más noto el juego de destellos de un tono rojo que se cuelan en ellas, como pequeños ríos de lava que intentan abrirse paso a través de su piel que se asemeja a un paisaje desolado.

Desde que conozco a Darek siempre he sentido que tiene algo que llama la atención, así él no lo quiera o no lo busque, termina por conseguir que todas las miradas se vuelquen hacia él. Quizás si hace tres años me hubiesen preguntado cuál era su mayor atractivo, seguro hubiese respondido que sus ojos. Si lo hubiese hecho hace un año, habría respondido que su particular forma de sonreír. Sin embargo, si hoy, en este instante, me pregunta cuál es su mayor atractivo, no dudaría en contestar que sus ojeras.

Sus ojeras son una mezcla de colores que ningún artista desearía, pero que a él le confieren una belleza turbadora, una vulnerabilidad que antes no se había permitido mostrar. Su mirada continua en una gélida dureza, desafiante, sin querer sucumbir; y sin embargo sus párpados parecen demandar a gritos el alivio de la oscuridad y del silencio, aunque solo sea por unos minutos.

—¿Por qué vienes aquí tan seguido? —pregunto sin dejar de verlo.

Él, no me voltea a ver.

—Porque aquí puedo respirar.

Bajo la luna y la lánguida bombilla, su rostro se transforma en un cuadro viviente de contrastes y emociones que el silencio nocturno parece entender a la perfección.

—¿Siempre vienes aquí? —sigo interrogando.

—Cada noche.

Con las manos me seco los rastros de llanto que quedan en mis mejillas. Un soplido del viento de la noche toma una frialdad invernal al deslizarse por mi cara. De forma casi inconsciente arrastro aire hacia mis pulmones y el proceso comprendo de lo que habla, porque con solo una inhalación siento que mi respiración ha regresado a su curso.

Pongo mi mirada al frente para luego ser arropados por un silencio, al que le sigue el meneo de las hojas de los árboles y los alaridos de una que otra ave nocturna.

Siento como él se recarga por completo en el espaldar del banco antes de dirigirme una mirada. Aún y cuando no lo estoy viendo directamente puedo sentir su pesada mirada hundirse en mi perfil.

—No fuiste a la cita con el soso de Adán.

Que traiga esto a colación me hace fruncir el ceño levemente. Esperaba que me preguntará sobre el motivo de mis lágrimas o que en el mejor de los casos se interesará en cómo me siento. Por un segundo he olvidado que es Darek, el chico más impasible de la faz de la tierra.

—No iba a ser parte de un plan tan... loco.

«Loco» ha sido la palabra más educada que he encontrado para describir su enfermizo, retorcido y maquiavélico plan.

—Entonces, no estás tan enamorada de Adán —concluye. Su sonora afirmación hace que gire mi cabeza hasta chocar con sus ojos, los cuales me retan con una ceja arqueada. Entonces, al estar a punto de responderle, él agrega —: estar enamorado es lanzarse al vacío sin paracaídas y tú no haría eso por Adán.

Contraigo los labios al contener una risa.

—¿Tú sí lo harías?

Aunque mis palabras salen como una pregunta, mi intención es que se escuchen como una burla.

Darek no se ríe, en vez de eso me mira directo a los ojos. Me trago mi risa en el acto. Su mirada lo dice todo: haría eso y más.

Suspira, sonriendo con una sonrisa divertida.

—Por Adán no daría ni un paso, pero por la chica de la estoy enamorado haría cosas inimaginables.

Una punzada cargada de curiosidad se asienta en medio de mi pecho, es una punzada que he venido reprimiendo desde el primer momento que supe que él está enamorado de alguien. Pero ya no puedo contenerla más. Las palabras escapan de mis labios como pájaros en busca del amanecer:

—¿Quién es la chica que te gusta?

Sus ojos parecen dos gotas de rocío.

—¿Por qué quieres saber eso?

Busco una rápida salida al embrollo en el que me estoy metiendo.

—Porque tú sabes quién me gusta a mí, es justo que yo sepa quién te gusta a ti.

La sonrisa desaparece de su rostro para ser reemplazada por una expresión de incomodidad.

—Tú me lo dijiste porque así lo quisiste...

—No entiendo por qué eres tan cerrado —lo corto antes de que me dé una cátedra de superioridad —, no entiendo por qué desde siempre te has cerrado a la posibilidad que la gente se acerque a ti.

—No quiero que la gente se acerque a mí.

—No mientas —lo desafío —. Nadie puede ser feliz en soledad absoluta y tú lo sabes. Y es que, desde que somos niños no has permitido que nadie entre a tu vida aún y cuando algunos se han acercado a ti.

Me he calentado de tal manera que sin darme cuenta estoy soltando todo lo que pienso, sin restricciones, sin obstáculos ni temores. Lo digo con tanta verdad porque yo fui una de esas personas que quiso ser su amiga en esos días de primaria y él lo único que hizo fue apartarme con crueldad, fue por esa razón que desde entonces decidí que me alejaría de él.

Noto cómo aprieta su mandíbula a la vez que sus pupilas no me pierden de vista siendo dos brasas entre la brisa. Respiro hondo, buscando en su mirada una señal que me ayude a descifrar el enigma que es él.

—Quiero ser tu amiga —continúo, mi voz ahora sale apenas en un susurro.

Hay una pausa tan larga que temo que él se levantará del banco y se irá sin querer volverme a ver nunca más. Pero, de repente, su voz grave quebranta el silencio.

—Nunca he tenido ningún amigo —dice, desviando su vista hacia un punto lejano. Luego, como si las palabras le costaran salir, añade —:No sé cómo... no sé construir una amistad.

Su confesión cae entre nosotros y en ella encuentro la llave a un dilema que me ha rondado en mi cabeza desde siempre. Quizás Darek no es el chico más peligroso del pueblo, sino el más incomprendido.

—Entonces —digo, ofreciéndole una sonrisa —, puedo ser tu primera amiga.

Le tiendo la mano y no solo en sentido figurado. Él lo duda, alterna la vista entre mi mano y mi cara y una sombra de miedo cubre sus ojos.

—Ya hasta te puse un apodo, Gris. Eso hacen los amigos —le recuerdo sin dejar de ofrecerle la mano.

Tras tragar saliva, extiende su mano hacia mí y advierto a divisar que ella tiembla un poco antes de estrechar la mía. Esos pozos de ámbar líquido que ahora albergan un brillo cauteloso me miran, su piel toca la mía. Sus dedos son ásperos, curtidos por luchas de una vida que al parecer no ha sido amable con él. Y es la primera vez que Darek me mira de cerca, realmente me mira, no a través de su ego o de mi timidez, sino directamente a mí. En un instante, lo veo: delante de mí está el niño que poco a poco fue perdiendo la necesidad de ser visto, ser reconocido, ser amigo.

Suelta mi mano y siento la ausencia de su calor de inmediato. Observo cómo su expresión se suaviza, aunque sea solo por un brevísimo instante, y un atisbo de sonrisa parece jugar en la esquina de su boca.

—Amigos, entonces —murmura.

Sonrío.

—Amigos.

—¿Qué se supone que se hace luego de ser amigos?

Lo pienso y una respuesta clara aparece en mi cabeza.

—Sentirte en casa.

Así es como me siento estando con Abril y Éber: en casa. Y pese a que no se los he hecho, ellos me han salvado en más de una ocasión.

—¿En casa? —inquiere él.

Asiento.

—Sí, podrías empezar diciéndome quién es la chica que te gusta.

Mi comentario provoca una risa en él.

—Te hablaré de ella, pero no te diré quién es.

Me cruzo de brazos al tiempo que finjo molestia.

—Bueno, te escucho.

Hay un breve silencio.

—Ella es de este pueblo, la conozco hace un par de años —hace una pausa e intuyo que busca medir sus palabras —. Y nunca se fijaría en alguien como yo.

Lo que dice cuelga en el espeso aire, inesperadamente honesta y cruda. Hay en su confesión una tristeza profunda. Esa chica sin rostro que habita en su corazón es un sueño demasiado lejano para él, una estrella a la que no se atreve a alcanzar.

—¿Cómo dices eso? —me esfuerzo por impregnarle diversión a mi voz —. Todas las chicas de la preparatoria quieren una oportunidad contigo...

—Pero ella no es todas, ella no es igual a ninguna —me interrumpe.

—¿Ya se lo dijiste? Que estás enamorado de ella.

Él desvía la mirada, perdidos en pensamientos que parecen tallados en la misma oscuridad que nos rodea. Arrastra los dedos por su alborotado cabello y humedece sus labios.

—Ya me dejó claro que no soy lo que quiere, lo hizo desde hace mucho.

Una duda latente me carcome la cabeza al recordar lo que dijo hace unos minutos: «pero por la chica de la estoy enamorado haría cosas inimaginables».

—¿Morirías por ella?

Morir por alguien es lo más retorcido que se me ocurre.

En sus labios aparece una sonrisa, luego sacude la cabeza.

—¿Morir? Ella se merece más que eso.

¿Más? ¿Qué podría ser más importante que tu vida?

—¿Qué se merece?

—Que viva. Viviría por ella.   

◇◆◇◆◇

NOTA DE AUTORA:

DIOS MÍO, YO SOLO TE PIDO UN DAREK.

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