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A medida que se acercaba la Navidad, Laín comenzaba la tradición anual de decorar el apartamento.
Laín disfrutaba de todo eso; vivir con él en esas épocas era como vivir con Santa Claus. Lo malo era que yo me sentía como su duende.
El apartamento era un reflejo de nuestras personalidades: él, amante de la Navidad y decoraciones extravagantes; yo, más aficionada a lo tranquilo y reservado, sin luces parpadeantes ni adornos en cada rincón.
Después de ver de lo que era capaz, tuvimos que tener horas de discusión hasta llegar a un acuerdo.
Decidimos decorar sin que nada fuese tan llamativo, pero esa tarde que llegué y vi la sala, entendí que Laín y yo teníamos un concepto diferente de esa palabra.
—Laín, ese pino abarca prácticamente toda la sala, ¿no crees que es un poco extravagante? —dije mirando de arriba abajo el árbol verde que desentonaba con la estética del entorno.
Laín se alejó un poco, ladeando la cabeza y haciendo algunas muecas.
—Tienes razón —dijo, cruzándose de brazos y asintiendo con la cabeza. Segundos después, me miró—. Creo que deberíamos vender los sillones.
Arrugué el ceño y coloqué las manos en la cintura.
—Yo no me refería a eso —dije mientras ponía unas bolsas con regalos en el pequeño espacio libre del sillón—. Además, sabes que yo ya había comprado un pino navideño...
Laín me miró fijamente un momento; una sonrisa se asomó en su rostro, esperando que lo que había dicho fuese una broma.
—Bueno, pequeña. No pretendo hacerte sentir mal, pero ese pino del que hablas mide 60 cm... quizá desde tu perspectiva lo ves enorme...
En este punto de la relación, ya me había acostumbrado a que Laín hiciera bromas sobre mi estatura; no me importaba en lo absoluto.
—Sabes que no me gusta celebrar...
—Lo sé, Sofí, lo tengo muy presente, y te agradezco que me permitas llenar la casa con árboles enormes y decoraciones pomposas —dijo acercándose a mí, abrazándome y dándome un beso en la frente.
Me dirigí a la cocina cuando el timbre sonó y al acercarme a abrir, me encontré en la puerta con Naím, trayendo más esferas y luces.
—Creo que ya hay muchas de esas —dije señalando la bolsa que traía.
—Nunca son suficientes —me guiñó un ojo y se unió a su hermano.
Los observé un momento, eran tan parecidos... pero tan diferentes a la vez.
—Mañana tendremos que empezar con la decoración navideña en la librería —dijo Naím mientras colocaba una esfera morada.
A pesar de tener el espíritu navideño a todo lo que daba, sus gustos para árboles y decoraciones no eran los mejores. Mi pino de 60 cm se veía más estético que el de ellos.
Me acerqué a la estufa para calentar un poco de leche y hacer chocolate caliente con bombones, el manjar favorito de Santa (Laín).
Mientras esperaba, logré escuchar cómo Naím le susurraba algo a Laín.
—Él dice que lo perdones, que no estaba del todo cuerdo cuando ocurrió aquello.
—No quiero hablar de eso. No aquí.
Quería tratar de seguir escuchando la conversación, pero Naím se percató y guardó silencio.
La leche empezó a hervir; tomé una tableta de chocolate y la introduje en la olla, revolviéndolo constantemente.
En ese momento, mi celular vibró, lo tomé de la mesa y contesté.
—Hola, mamá.
—Sofí, hablé con tu padre y dice que pueden pasar Nochebuena aquí; también Laín puede traer a su hermano y a su amiga sin problema.
—Está bien, mamá, les avisaré.
—Los esperamos, te quiero.
—También yo.
Colgué y terminé de hacer el chocolate, saqué tres tazas, lo vertí y con cuidado se las acerqué.
Me senté en el sillón y observé cómo Laín batallaba con una guirnalda.
—No pensé que fueses el grinch, Sofí —dijo Naím.
—Falta poco para que me convierta —respondí, dando un sorbo a mi chocolate—. Por cierto, dice mi madre que no hay problema que vengan a la casa para la cena de Nochebuena.
—Voy a llevar un postre que amarán.
—Oh no, no hagas ese dulce apestoso —intervino inmediatamente Laín—. Con tu presencia basta, no te preocupes.
Estuvimos platicando hasta terminar el chocolate. Después, Naím se puso a barrer la basura que habían hecho tras la decoración.
Observé la sala y la cocina; no podría explicar lo navideño y desentonado que estaba todo.
—Hicimos un buen trabajo —dijo Laín con una sonrisa de oreja a oreja.
—Sí, así es—quise alentarlo, dándole una sonrisa que se esfumó cuando añadió—. Ahora nos falta el baño y la habitación.
¡Oh, por Dios!
Esto terminaría pareciendo Villaquien.
...
En Nochebuena nos dirigimos a casa de mis padres para la cena, Naím y Kia se unieron a nosotros como lo habíamos planeado.
Tomamos un Uber y al llegar a la casa, mi madre nos recibió a todos con efusividad; mi hermana, al ver a Laín, corrió a darle un abrazo.
Sentía que lo quería mas a él que a mí.
Coloqué los regalos bajo el pino y nos sentamos en la mesa.
La mesa estaba llena de platos tradicionales de Navidad: desde pavo asado, tamales, hasta ensaladas festivas y una variedad de postres caseros. Contando con el que Naím llevó a escondidas.
Mientras saboreábamos la comida, la conversación fluyó libremente. Hablamos sobre los recuerdos de Navidad de la infancia (aunque los de Naím y Laín no fueron del todo agradables), compartieron anécdotas graciosas y discutimos planes para el próximo año.
Era el momento del postre y mi madre abrió el tupper donde Naím puso su dulce.
A Laín casi se le salen los ojos al verlo, se levantó de su silla rapidamente y se lo arrebató a mi mamá. Desconcertada, ella lo miró.
—Lo siento, suegra, pero este no es comestible.
—¿De qué hablas? —dijo quitándoselo de las manos—Lo hizo tu hermano, es un buen gesto... —dijo dedicándole una sonrisa a Naím.
Al momento de destaparlo, la sonrisa de mi madre se esfumó.
—Dios mío...
Un olor peculiar empezó a esparcirse. Kia se levantó de inmediato y lo cerró de nuevo.
—Naím no sabe cocinar. Una disculpa —dijo retirando el tupper de la mesa y regañando a Naím por lo bajo
Mientras ayudaba a mis padres a recoger, Laín y ellos se instalaban en la sala para los juegos navideños.
Después de convivir un rato, y repartir los obsequios regresamos a nuestro hogar. Caminamos por las calles iluminadas, envueltos en un silencio reconfortante.
—Oye, Sofí. Entiendo que la Navidad no es lo tuyo, pero sabes, ver tu sonrisa esta noche me vale más que cualquier decoración perfecta. Gracias por compartir esto conmigo —me tomó la mano mirándome con ternura.
Le sonreí y le di un cálido abrazo.
—Ver lo feliz que te pone esta época es lo que más me importa, siento que esta noche ha sido especial, ¿no?
Laín asintió, un brillo de amor en sus ojos se reflejó.
—Feliz Navidad, mi pequeña.
—Feliz Navidad, Laín.
Juntos entramos a nuestro hogar dejando atrás las luces brillantes y el caos navideño. Sumergidos en la noche con la promesa de un futuro lleno de amor y armonía.