Un refugio en ti (#1)

By ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... More

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
7. La convivencia
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
13. Duelo en el Lejano Oeste
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
26. No es tu culpa
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
33. Es mucho lío
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
42. Reflejos
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
49. OH. DIOS. MIO.
50. ¿Cómo sucedió?
51. Capitana Gómez
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
57. El último tren
58. Final
EPÍLOGO
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
72. Lunes
FINAL 2
📢 Aviso 📢

Especial Navidad 🎄💝

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By ladyy_zz

La víspera de las navidades eran agotadoras. Aunque parezca que hoy en día la gente le ha perdido el interés a la lectura, la librería se llenaba en estas fechas buscando el regalo perfecto para ponerlo bajo el árbol.

Además de ser una época de alegría, no lo era para todo el mundo, también eran fechas de echar de menos a seres queridos y bien lo sabía ella, que cada año echaba de menos a su madre. Por ello, a Luisita le suponía casi imposible ayudarla en la librería, porque como psicóloga, tenía a muchos pacientes a los que ayudaba a lidiar con esas ausencias.

Por ello, Amelia volvía a casa agotada, más tarde de lo habitual, porque había estado sola todo el día atendiendo a los clientes.

Sin embargo, en cuanto entró por la puerta, todo ese cansancio desapareció y una sonrisa se dibujó en su cara.

La luz estaba apagada y Luisita estaba incorporada sobre la mesa del comedor mientras encendía unas velas. Había una bandeja tapada en el centro de la mesa y todo estaba decorado a la perfección.

– Vaya, ¿y esto?

Luisita levantó la vista para mirarla y la misma sonrisa que tenía Amelia se dibujó en su rostro.

– ¿No puedo hacerle una cena especial navideña a mi mujer?

– ¿Cena especial navideña romántica? – preguntó Amelia mientras se acercaba a ella a besarla.

– Ajá.

Se besaron, pero no se alejaron, sino que se abrazaron por la cintura.

– ¿Tú y yo solas? ¿Dónde está Eva?

– En casa de Victoria.

– Mm, no sé yo si me gusta mucho esa amistad.

– ¿Por?

– Es muy... intensa.

Luisita se rio y volvió a besarla.

– Mi amor, tienen quince años. Si no son intensas a esa edad, ¿Cuándo?

– También es verdad.

– Además... así tenemos la casa sola para nosotras.

La besó una vez más y a Amelia no le hizo falta nada más para olvidarse completamente de todas las preocupaciones.

– Eso me gusta más.

Luisita sonrió victoriosa.

– Vamos, que se enfría.

Amelia asintió siendo ella la que ahora la besara por última vez y ambas se dirigieron hacia la mesa. Luisita le apartó la silla para que la ojimiel pudiera sentarse y esta negó con una sonrisa ante el detalle.

Podían pasar todos los años que fueran que el romanticismo de Luisita nunca moría, sobre todo cuando ambas se encargaban de cuidar la llama con cariño.

– Qué bonito todo, ¿no?

– Es que no sé, ya sabes que a mí las fiestas de navidad me ponen nostálgica, así que he querido recrear nuestra primera cita. – dijo la rubia encogiéndose de hombros algo sonrojada.

– Pero si nuestra primera cita fue en una pizzería.

– Me refería a nuestra primera cita no oficial.

Destapó la tapadera que ocultaba el contenido de la fuente que ambas tenían en frente y al verlo, Amelia volvió a aquella cena como un flashback en su mente

– Eso no fue una cita, cariño. – dijo riéndose viendo la lasaña y la mesa decorada con dos velas. – Fue la peor cena de mi vida.

– ¿Qué? –preguntó confusa. – ¿Por qué?

– Porque no podía parar de mirarte. – confesó haciendo que Luisita sonriera aliviada. – Sólo quería levantarme y besarte. Y a ti siempre te ha gustado jugar con fuego.

– ¿A mí?

– ¿Te vas a hacer la tonta ahora?

Luisita se rio y se mordió la sonrisa.

– No jugaba con fuego, sólo quería que me vieras.

Amelia sonrió con cariño y cogió su mano sobre la mesa para entrelazar sus dedos.

– Lo hacía a todas horas. Eras lo único que veía.

– Ya, y luego decías cosas como que me veías como una hermana.

Suspiró sintiéndose culpable, porque había dicho eso durante mucho tiempo sin sentirlo, porque Luisita dejó de ser una hermana para ella mucho antes de querer admitirlo.

– Pero era todo mentira. Más bien era la mentira que me contaba a mí misma, que intentaba creer. Joder, pero es que me sentía tan culpable... Se notaba tanto la diferencia de edad.

– Lo sé, de hecho, he estado pensándolo mucho últimamente por Eva. Tiene quince años, que es la edad a la que yo empecé a ser consciente de lo enamorada que estaba y viéndolo ahora, claro que me parece una niña. Claro que me parecería erróneo que saliera con una chica de diecinueve.

– Y te reirías de ella si juraría el mismo amor eterno que tu jurarías que sentías por mí.

– Pues sí, la verdad. – admitió riéndose, haciendo que Amelia también lo hiciera. – Pero es que contigo se sentía tan real... siempre lo ha sido.

***

Las Navidades en casa de los Gómez podrían describirse de muchas maneras, y una de ellas, era caos. El Asturiano estaba hasta los topes de clientela durante esas fechas y se pasaban la mayoría del tiempo ahí. Por ello, Luisita estaba sola en casa.

Se había tirado todo el día con sus padres trabajando en aquel bar familiar, pero su hermana había ido a sustituirla para que descansara. Y ahora, en vez de salir con sus amigas, había preferido pasar lo que quedaba de tarde probando recetas para renovar un poco el menú de El Asturiano para las fiestas hasta que prácticamente se había hecho de noche.

No es que tuviera muchos planes igualmente, a sus diecisiete ya había dejado atrás aquella fase de adolescente rebelde y fiestera. Seguía saliendo, pero era diferente. Había madurado y aunque seguía deseando encontrar el amor, ya no lo buscaba. Sobre todo, porque para ella el amor ya lo había encontrado hacía tiempo en la mejor amiga de su hermana, aunque fuera un amor imposible.

Sin embargo, a veces, los milagros navideños ocurren. Porque cuando pensaba que iba a cenar sola en casa, la puerta de su casa se abrió y entró en la cocina aquella persona que ocupaba constantemente su mente.

– Hola. – dijo Amelia con aquella sonrisa que hacía que Luisita a veces creyera en imposibles.

– Ey. ¿Qué haces aquí?

– He venido a traerte esto. – le enseñó la bolsa que llevaba en la mano, poniéndola sobre la mesa de la cocina. – He pasado por el Asturiano y tu madre me ha pedido el favor de traértelo.

– ¿Tú no deberías estar descansando en casa?

Amelia puso una mueca sabiendo que era cierto.

Habían pasado dos semanas desde aquella noche.

Aquella noche en la que Luisita se encontró a Amelia malherida en el portal de su casa. Aquella noche en la que Tomás le rompió una costilla a su hija.

Aquella noche en la que ellas estuvieron a punto de besarse.

Había intentado olvidar lo último, ambas lo habían hecho, y aunque se comportaban como si nada hubiera pasado, ahora había cierta tensión entre ellas que antes no estaba. Sobre todo, cuando estaban a solas como ahora.

Aunque Amelia hubiera denunciado a su padre por ello, no tuvo muchas consecuencias más allá de una noche en el calabozo y un antecedente por violencia doméstica. Él seguía tan borracho como siempre y Amelia ahora estaba de baja laboral por culpa de aquella costilla que aún estaba sanando.

– En mi casa no descanso mucho. – dijo encogiéndose de hombros, quitándole importancia como siempre hacía.

– Estás de baja, Amelia. Descansa.

– Que sí, pitufa.

Luisita puso los ojos en blanco, pero terminó sonriendo como lo hacía siempre que la llamaba así, como también sonreía Amelia cuando lo decía.

– ¿Qué estás haciendo? – preguntó Amelia acercándose a ella.

– Probando recetas navideñas. Mi padre quiere incorporar algunas especiales para el menú de estas fiestas y como ellos están muy liados trabajando, estoy intentándolo yo. Estoy haciendo albóndigas con salsa de almendra y patatas al horno.

Amelia se acercó hasta ella y vio en la sartén cómo estaba preparando una especie de salsa que hizo que su estómago rugiera sólo con el olor.

– ¿Puedo?

Luisita se giró para mirarla y su pulso se aceleró cuando se dio cuenta de su proximidad.

– Claro. – murmuró.

Amelia cogió una cuchara y se la acercó a la boca bajo la atenta mirada de Luisita.

– ¿Y?

La ojimiel se tomó unos segundos para contestar, y cuando lo hizo, Luisita podía jurar que hubo algo diferente en su mirada.

– Está delicioso.

Tanto su voz como sus ojos desprendían cierta intensidad que hicieron que Luisita se quedara embobada mirándola, deseando estar tan cerca como lo estuvieron hacía unas semanas, con sus bocas sólo a unos centímetros.

Y como siempre, sus ojos tan expresivos hablaron por ella, y Amelia se dio cuenta de todo lo que le estaba pasando por la mente a la rubia. Por mucho que a ella le encantara ceder ante sus deseos, no podía.

Agachó la mirada rompiendo el contacto de sus ojos y carraspeó haciendo que Luisita también se diera cuenta de que aquel momento, fuera lo que fuese, había acabado.

– Bueno, esto... Creo es mejor que me vaya.

Empezó a girarse hasta que Luisita la llamó.

– Espera, Amelia. – dijo cogiéndole de la muñeca para que no se separara más de ella. – ¿Quieres... quieres cenar conmigo? No sé, voy a cenar sola y he hecho mucha cantidad.

– No sé, Luisita...

– Sé que estás de baja laboral aun por la costilla y también sé que tu madre está en la asociación, así que lo más seguro es que vuelvas al Asturiano. Pero... tienes que descansar y yo no quiero que vuelvas a tu casa.

Quería decirle que no, que no sabía si podía mantener la compostura una cena entera, pero era navidad y la rubia iba a estar sola en casa. Había pocas cosas que tuvieran tanto efecto en Amelia como la mirada de Luisita. Odiaba que consiguiera de ella siempre lo que se proponía.

– Está bien.

Luisita amplió completamente la sonrisa y cogió una fuente para empezar a llevar la comida al comedor. Amelia le ayudó a poner la mesa y cuando por fin se sentaron, un silencio cómodo se instaló entre ellas mientras se miraban de reojo con pequeñas sonrisas.

Se sirvieron en sus platos y en cuando Amelia dio el primer bocado, soltó un pequeño gemido que hizo que el cuerpo de la rubia reaccionara de mil maneras.

– Dios, Luisita, con esta receta vas a triunfar.

La rubia se mordió el labio inferior ante el halago.

– Lo tendré en cuenta para mis citas.

Era una pequeña prueba para ver la reacción de Amelia y sonrió levemente victoriosa cuando se dio cuenta de que la ojimiel se había tensado levemente.

– Creía que ya no salías con tantas chicas. – murmuró Amelia mirando su plato fingiendo estar concentrada con la comida.

– Que no me enrolle con la primera chica que me sonría en la discoteca no quiere decir que me haya vuelto monja.

Amelia carraspeó y levantó la mirada para fijarla en sus ojos.

– ¿Y hay alguien especial? ¿Estás viendo a alguien?

– ¿Por?

– Sabes que tengo que darle mi aprobación.

Luisita la estudió y terminó cediendo, chasqueando con la lengua antes de admitir la verdad.

– No estoy viendo a nadie.

Amelia sonrió levemente, aunque intentó ocultarlo, y el pecho de Luisita se llenó de esperanzas.

– ¿Y tú? ¿Ha habido alguien después de Sara?

– Estoy tomándome un descanso para mí misma.

Luisita no ocultó la felicidad que le dio escuchar aquellas palabras.

– Bueno, pues al menos sé que esto funciona. – se le escapó y Amelia la miró con el ceño fruncido. – Digo, para cuando tenga una cita.

Amelia se encogió de hombros intentando quitarle importancia, dirigiendo de nuevo su mirada hacia su plato.

– Sí, no sé. Quizás con unas velas para ambientar.

Luisita la estudió unos segundos antes de levantarse para abrir un cajón y, ante la atenta mirada de Amelia, sacó dos velas largas y las colocó en la mesa. Las encendió con un mechero y después, apagó la luz del comedor para que la única iluminación que hubiera fueran las velas.

– Ya sabes, por practicar. – dijo Luisita guiñándole el ojo.

Amelia no pudo evitar reír ante aquella excusa. Sin embargo, su risa cayó ante la imagen que tenía delante. Y es que, Luisita iluminada sólo por la luz de las velas, con aquella sonrisa que cada vez la volvía más loca y esos ojos que cada vez tenían menos de niña.

Normalmente cuando la veía así, tan atractiva, tan irresistible, se sentía contra las cuerdas. Sin embargo, en ese momento, se sentía tan relajada que ni si quiera se acordaba la última vez que se sintió así.

– ¿Qué? – preguntó Luisita tímidamente, al darse cuenta de que Amelia la estudiaba.

– Cada vez estás más adulta. – admitió Amelia, haciendo que la rubia ampliara su sonrisa.

– ¿Eso quiere decir que ya no soy tu pitufa?

– Tú siempre serás mi pitufa.

– Qué halagador. – puso los ojos en blanco, haciendo reír a Amelia.

– Ya sabes que para mí eres como una hermana.

La sonrisa flaqueó en el rostro de Luisita, haciendo que Amelia se sintiera horrible por herirla de esa manera. Porque sabía que lo hacía, sabía que cada vez que hacía alguna referencia a sus diferencias de edad o a que el amor que sentía por ella era puramente fraternal, la hería.

No era tonta, sabía de sobra que Luisita la miraba como se mira a un tesoro que quieres cuidar y mantener para siempre, y aunque el sentimiento era recíproco, no podía dejar que la rubia lo descubriera. Ni ella ni nadie, por eso hacía ese tipo de comentarios, aunque no los sintiera.

Lo suyo era imposible, y siempre lo sería.

– Pero no somos hermanas... – murmuró la rubia, con un evidente cambio de humor.

– Sabes que es algo bueno, ¿no? Quiere decir que te tengo cariño y que eres parte de mi familia.

Aunque no fuera cierto que la veía como una hermana, si que era cierto que la sentía como de la familia, y eso hacía que todo aquello fuera más incorrecto.

Luisita bajó la mirada momentáneamente mientras asentía, pero cuando volvió a mirarla, sus ojos habían cambiado.

– Siempre me tratas como una niña chica. ¿Y si, aunque sea por esta noche, me tratas como una adulta?

Y ahí estaba de nuevo, pidiéndole algo con esos ojos a los que no podía decirles que no. Quizás, por una vez, no pasaba nada si bajaba la guardia.

Al fin y al cabo, era Navidad.

– Puedo intentarlo. – le sonrió. –Al fin y al cabo, este año acabas el instituto y ya trabajarás en el Asturiano como una más.

Luisita se removió incómoda y se mordió el labio insegura.

– ¿Puedo contarte un secreto?

– Claro.

– Sé que el año pasado dije que no quería seguir estudiando, que no iría a la universidad y que me quedaría en el Asturiano para que el negocio siguiera más generaciones. Pero... yo quiero hacer algo más. No digo que la hostelería no sea un trabajo digno, es sólo que no es lo que quiero.

– ¿Y qué es lo que quieres?

– Ayudar a la gente, marcar vidas. Siento que... Bueno, es igual.

– No, cuéntamelo por favor.

Amelia parecía realmente interesada en lo que decía. Era la primera vez que se sentaban como dos adultas a hablar con normalidad y se sentía... bien. Se sentía muy bien. Lo suficiente como para abrirse.

– Es sólo que siento que hay mucha gente que necesita ayuda incluso sin saberlo y no sé, hay mucha maldad en el mundo y yo sólo quiero que sea un sitio mejor. Sé que es una chorrada...

– No lo es.

– Pero es utópico.

– Y también bonito. – le sonrió haciendo que Luisita también lo hiciera.

– No sé, hay demasiada injusticia en este mundo, gente buena que les ha tocado vivir una vida que no merecen y quiero estar ahí. Aunque sólo sea decirles que estoy ahí, y que estoy dispuesta a tenderles la mano si lo piden. O incluso aunque no lo pidan. Que sientan que me tienen y que soy un apoyo para lo que sea.

Fue tan obvio que hablaba con segundas de la situación familiar de Amelia que hasta ella misma se dio cuenta de que la ojimiel lo había captado. Era cierto que pensaba todo aquello, que quería ayudar a gente en esa situación. Pero también era cierto de que hablaba de Amelia en concreto. Quería que supiera que ella estaba allí, que la viera. Que supiera que la iba a tener siempre y que lucharía a su lado si fuera necesario.

– Estoy segura de que podrías marcar la vida de una persona si lo necesita. – dijo finalmente la ojimiel con cierta intensidad en su voz, haciendo que la rubia se sonrojara.

– Bueno, no sé si podré, pero al menos quiero intentarlo.

– Eres una buena persona, Luisita. No dejes que nadie te haga sentir lo contrario nunca.

Y sin ser consciente de lo que estaba haciendo, Amelia alcanzó la mano que tenía la rubia sobre la mesa y la cubrió con cariño. Se perdieron en la mirada de la otra hasta que la ojimiel salió de la ensoñación, dándose cuenta de lo que estaba haciendo y retiró su mano.

Luisita carraspeó e intentó calmar sus latidos para poder hablar.

– El caso es que como ya me comprometí con el negocio familiar, ahora no sé cómo decir que sí que quiero ir a la universidad. No quiero decepcionarles.

– Tus padres sólo quieren que seas feliz y que hagas lo que te pide el corazón. Tampoco creo que sea una gran decepción que sigas estudiando.

– Ya, bueno. Igualmente, por ahora es sólo una idea.

– ¿Y qué te gustaría estudiar?

– No sé, quizás Magisterio y ser profesora, pero me gustaría ayudar de una forma más activa.

– ¿Quizás psicología? – preguntó haciendo que la rubia se lo planteara seriamente.

– Sí, quizás.

Amelia sonrió sabiendo que conseguiría todo lo que se propusiera.

– ¿Y tú? ¿Vas a estudiar teatro?

– ¿Cómo sabes...?

Ni si quiera se molestó en terminar la frase. No le había contado a nadie que había empezado a desarrollar interés por el arte dramático, pero no le extrañaba que Luisita se hubiera enterado. La rubia la conocía mejor de lo que ella se conocía a sí misma.

– Estudiando no se pagan deudas.

– ¿Deudas? – preguntó Luisita confusa.

Estaba tan cómoda hablando con ella que se le había escapado sin darse cuenta. Que la gran parte de su sueldo trabajando en el King's se fuera en pagar las deudas que su padre dejaba por su paso sólo lo sabía su madre y las dos estaban de acuerdo en dejar al margen a los Gómez. Demasiado había hecho aquella familia por ellas como para meterlos en sus temas económicos también.

– Es una forma de hablar.

– ¿Estás segura?

Odiaba mentirle, pero era por el bien de todos.

– Si, sólo me refería a las facturas. Ya sabes, un alquiler y comida.

Sabía que Luisita no había terminado de creerla, pero tampoco parecía querer indagar más.

– Yo creo que tendrías mucho éxito.

Amelia se rio negando con la cabeza, porque estaba completamente segura de que la rubia lo decía en serio.

– Bueno, ¿Qué vas a regalarle a tu madre para navidades?

– Pues quería regalarle una escapada de fin de semana. Siempre ha querido ver el mar y he ahorrado un montón para ello, pero... sé que va a ser imposible. Aun así, quiero intentarlo, quizás ocurra un milagro navideño y diga que sí.

Luisita sonrió con una sonrisa, pero escondía una pequeña mueca seguida de un silencio nada habitual en ella.

– ¿Qué?

– Nada.

– En serio, ¿Qué pasa?

Luisita la miró y se mordió la mejilla por dentro, sin saber muy bien si debía decir lo que pensaba o no. Sin embargo, Amelia la trataba por primera vez como una adulta que le interesaba su opinión, y tampoco iba a dejarlo pasar.

– Creo que a tu madre le encantaría poder hacerlo, pero también creo que tienes razón y que es un poco imposible que lo haga. No porque no quiera, sino porque no puede. Así que creo que, si le regalas eso, vas a hacerle más mal que bien, porque por supuesto que querría hacerlo. Por ella y por ti, por hacerte feliz, pero se sentirá muy triste por no hacerlo, por decepcionarte, por no poder.

Esta vez fue la rubia la que se incorporó un poco en la mesa para alcanzar la mano de la ojimiel, cuya sonrisa había decaído.

– Eres una buena hija, Amelia, y es evidente tus buenas intenciones. Pero... creo que sólo le recordaría lo que desearía hacer pero que no puede.

La ojimiel suspiró, sabiendo que tenía razón, pero notar el dedo pulgar de Luisita acariciando el dorso de su mano, hacía que aquella verdad doliera un poco menos.

– Sé que no es el mar, pero puedes prepararle una escapada al Retiro, solas las dos. Así disfrutareis un día las dos alejadas de casa y tu madre no se sentirá mal por no poder daros una vida que merecéis.

Amelia lo meditó, y finalmente, sonrió levemente.

– Creo que algún día serás una buena psicóloga. – dijo haciendo que la rubia sonriera ampliamente.

– ¿Te gusta entonces la idea?

– Me parece muy buena idea.

– Yo te ayudaré con el picnic.

– Bueno, si lo haces igual de delicioso que esto, no diré que no. – dijo señalando su plato con una sonrisa, haciendo que la rubia cogiera confianza en sí misma.

– Puedo volver a hacerte de cenar cuando quieras. – dijo, haciendo que Amelia la mirara con intensidad.

– No me consientas.

– No me importaría. – admitió con aquella intensidad que estaba cargando el ambiente, haciéndole cosquillas en la boca del estómago a la ojimiel.

– Ni a mí. – confesó Amelia, mordiéndose la sonrisa.

Ambas siguieron mirándose con aquella intensidad y con sus manos aún unidas, pero ninguna de las dos pareció querer ser la primera en retirarla.

– ¿Y tú? ¿Qué vas a regalarle a tu familia por navidad?

– Pues no sé, la verdad. Supongo que haré como todos los años y le pediré a María compartir el gasto de sus regalos así va por parte de ambas.

Amelia se rio y la rubia no pudo evitar contagiarse.

– Eres de lo que no hay.

– A ti sí te he comprado algo.

Amelia negó con aquella sonrisa aun puesta, mientras notaba como la rubia seguía acariciando el dorso de su mano.

– No tenías que gastar tu dinero en mí, Luisita.

– Lo sé, pero también estoy segura de que tú también me has comprado algo y tampoco tenías por qué gastarte tu dinero que ganas trabajando en el King's hasta las tantas, así que...

Chasqueó la lengua al haber sido pillada y Luisita se rio.

Finalmente, separaron sus manos para terminar la cena y cuando terminaron, Amelia ayudó a recoger todo entre pequeños empujones y risas para hacer hueco para lavar los platos.

– Bueno, tengo que ir al Asturiano a ayudar un poco. ¿Quieres acompañarme?

– Claro, así también ayudo un poco.

– Tú estás de baja.

Amelia puso los ojos en blanco y ambas dejaron todo recogido antes de salir de ahí.

Cuando pisaron la calle, el frío de la noche de diciembre las sacudió, lo que hizo que Amelia se girara hacia la rubia e instintivamente le subiera la cremallera del abrigo, porque sabía que la rubia siempre lo llevaba desabrochado.

– Al final cogerás un resfriado. – refunfuñó.

– Que sí...

Terminó de abrochárselo y ambas se quedaron muy cerca, con una sonrisa en sus caras.

– Gracias por esto. – confesó Amelia haciendo que Luisita se sonrojara

– Sabes que la comida ya estaba hecha.

– No me refería sólo a la comida, sino a la cena en general. Necesitaba descansar, y no siempre descansar significa tumbarse y no hacer nada. Necesitaba...

– Despejarte. – adivinó con una sonrisa. – Lo entiendo.

Amelia asintió agradecida y ambas caminaron hasta El Asturiano entre risas, hasta que se acercaron lo suficiente como para que a Amelia se le cayera la sonrisa al ver lo que había colgado en la puerta.

– ¿Eso es un muérdago?

– Sí... Mi padre, que acaba de descubrir lo que es y para lo que se usa, y ahora quiere ir de cupido o algo así. – dijo Luisita riéndose.

– Para lo que se usa. – repitió Amelia, como si estuviera procesándolo.

– Ya sabes, para quienes pasen por debajo se besen. Según él hay mucha gente que se calla sus sentimientos y que navidad es una época de amor y felicidad.

– Y nosotras vamos a pasar por debajo.

El corazón de Luisita se detuvo unos segundos al darse cuenta de a lo que se refería la ojimiel.

Iban a pasar por debajo, iban a besarse.

Bueno, no tenían que hacerlo, pero era la tradición.

– Supongo que sí.

Reanudaron el paso y conforme avanzaban, el corazón de Luisita latía con más fuerzas, impaciente. Pero cuando miró a Amelia, su rostro era muy diferente. Estaba tensa, su mandíbula estaba apretada y su rostro estaba completamente serio, haciendo que toda la ilusión de Luisita cayera de pronto.

Amelia había estado relajada toda la noche, sonriente, siendo ella misma. Era la primera vez en semanas, desde antes de ingresar en el hospital por la rotura de la costilla, que no la veía reírse y Amelia merecía eso. Amelia merecía sentirse siempre cómoda.

No sabía si algún día llegaría a cumplir el sueño de besarla, pero no sería aquella noche.

En cuanto se pararon bajo el muérdago, Luisita se acercó a ella y le dejó un beso en la mejilla, notándola cómo la ojimiel se relajaba ante su tacto.

Cuando se separó de ella, la sonrisa que había llevado toda la noche la ojimiel había vuelto, y eso hacía que hubiera merecido la pena dejar pasar esa oportunidad.

– Feliz Navidad, Amelia.

– Feliz Navidad, pitufa.

***

Como hicieron aquella noche, ambas recogieron la cena entre risas, pero esta vez acabaron entrelazadas en la cama, sin ropa y sin contenciones. Con más arrugas, pero con el mismo amor en sus miradas. Sin muérdago que les sirva de excusas para comerse a besos

– Feliz Navidad, mi amor. – susurró perezosa la rubia tras recuperarse de su orgasmo.

Amelia sonrió y la besó con ternura.

– Feliz Navidad, pitufa.

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