Alas chamuscadas

Von BeatriceLebrun

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¿Serías capaz de poner tus manos al fuego por amor? ... Mehr

Nota de autora
1: Párpados transparentes
2: Estrella fugaz
Feliz San Valentín!

3: Luciérnagas escondidas

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Von BeatriceLebrun

Después de dudarlo por un segundo, Aldara decidió entrar.

Con precaución, retiró la fina telaraña que cubría sus ojos y se adentró en la estancia. La habitación era pequeña y estaba construida con paredes de terciopelo y asientos de cachemira. Se sintió aliviada al darse cuenta de que el peligro había pasado, y aprovechó para inspeccionar detalladamente el lugar.

Al entrar, quedó impresionada ante la decoración exquisita.

Las elegantes lámparas de araña colgando del techo parecían joyas, proyectando un cálido resplandor que iluminaba todo el espacio. Pinturas delicadas adornaban las paredes, cada cual una obra maestra en sí misma. La combinación de los cristales en las lámparas y las pinturas creaba una atmósfera cautivadora que era a la vez acogedora y refinada, convirtiendo el sitio en una experiencia verdaderamente inolvidable.

Ni ella ni yo habíamos visto jamás algo comparable.

Lo que más le llamó la atención fueron las numerosas muñecas que la rodeaban, cada una de ellas intentando imitar su belleza y majestuosidad. A pesar de sus intentos, ninguna de ellas podría nunca igualar su elegancia y porte únicos que la hacían destacar entre todas las demás.

Mariposas, mantis y libélulas mirándose entre sí con expresiones nerviosas. Pude ver sus rostros en el instante en el que Aldara entró, como poco a poco la certeza de que no eran nada en comparación con ella. Ninguna polilla, ninguna muñeca tan perfecta.

¿Cómo se habrían sentido?

Sonreí para mis adentros, orgulloso, aunque ninguna pudiera verme.

Al frente de todas se encontraba un enorme escenario de cristal con un único individuo de pie en medio de él. Respiré profundo, calmando a mi preciosa mientras el resto mordía sus labios o sus uñas. Después de todo, yo solo tenía ojos para ella.

La persona en el escenario comenzó a hablar y noté como mi adorada se ponía nerviosa y su estómago se enredaba en un nudo de miles de hilos. Continué con mis intentos de calmarla, soplándole al oído un aire tibio y tranquilizador. Con el tiempo, se sintió más cómoda y decidió tomar asiento para contemplar silenciosa el espectáculo que apenas iniciaba.

La presión en sus sienes fue aumentando gradualmente mientras observaba a cada una de las presentes tratando de danzar con más gracia que la anterior. Mientras tanto, su mente se llenaba de dudas y su cuerpo se tensaba, sintiendo que la punta de sus dedos ardían y latían como si cada uno tuviera una vida propia. Era increíble como podía ver la temperatura de su cuerpo cambiar frente a mis ojos, lo mucho que me ayudaba eso a entenderla.

A pesar de esto, ella se mantenía allí sentada, tratando de resistir la presión sobrenatural que la obligaba a permanecer en el mismo lugar durante horas. Vi como, en su mente comenzó a cuestionarse qué podría estar causando esta extraña sensación y si había alguna forma de liberarse de ella. No era la primera vez que ocurría, incluso Aldara era propensa a dejarse llevar por la tentación de la independencia, el pecado de ir contra su destino. Por suerte, yo era su aliado. No todas podían decir lo mismo.

Trató de concentrarse en su respiración y en relajar su cuerpo, pero las chispas de indecisión seguían atormentándola, impidiéndole encontrar la paz que tanto anhelaba.

En una milésima de segundo, sus pupilas se ensancharon. En ese momento, yo estaba demasiado ocupado llenándome de valor para no apoyarla en salir huyendo despavorida, por lo que no le di tanta importancia. Pero luego, comencé a notar otros signos en ella: el interior de su boca se llenó de saliva, como si alguien hubiera dejado abierta una manguera, y su corazón latía con fuerza, estrellándose contra las paredes de su caja torácica.

Debió haber sido evidente para mí, pero en ese momento, atribuí sus reacciones a los nervios que cargaba encima. Todavía me arrepiento de no haberlo notado.

Pero, ¿cómo habría podido sospecharlo? ¡Ella jamás se había comportado de ese modo!

Tan irreverente, tan fuera de control. Tan... desafiante.

Cuando escuchó su nombre, su cuerpo se tensó y caminó hacia el hombre con una mezcla de ansiedad y miedo. La sensación de desorientación se apoderó de ella, como si el suelo debajo de sus pies se estuviera resquebrajando. Sintió aire caliente dentro de su cerebro y una nube de humo escapando de su nariz. Trató de mantener su compostura y sonrió, aunque se sentía mareada y aturdida. Quizás el hombre no notó su malestar en ese momento, pero en caso de haberlo hecho no mostró signos de que eso influyera en su decisión.

Un segundo después los pies de Aldara rozaron el suelo de cristal, y el pánico desapareció. Volvió a ser la misma princesa encantada de siempre.

Mi princesa perfecta.

De sus manos brotaron estelas de luz plateada que se enredaban con sus cabellos. Describía curvas en el suelo y bailaba despidiendo un suave perfume de amapolas. Aldara me confió su alma en ese momento, mientras yo con esmero la guiaba, galopando sobre el viento que se acumulaba para verla danzar.

Su mundo se volvió de ensueño, de nuevo no existía nadie más.

La preciosísima Aldara extendió sus alas formadas por sombras y polvillo, y comenzó a surcar las corrientes de aire que despedía la brisa matutina sin pensar en más nada. En el fondo yo sentía que aquel despliego de magnificiencia era para mí, esa mano invisible que la acompañaba. El único verdadero merecedor de poder verla en ese estado. Su sonrisa me decía que ella también lo sabía, que aunque jamás me hubiera visto me regalaba esos momentos como agradecimiento por velar por su bienestar.

Siempre supe que ella me amaba tanto como yo lo hacía.

Sus movimientos fluidos y precisos llenaban el aire con una magia palpable. Cada paso, cada giro dejaba a todos los presentes cautivados. Sus manos se deslizaban en el aire, trazando líneas invisibles que parecían dibujar la música en el espacio. Su cabello atado en dos largas coletas, flotaba a su alrededor, con un movimiento casi etéreo. Por minutos que parecieron una eternidad perfecta siguió maravillando a los presentes. El hombre dirigiendo el concurso tuvo que sentarse y cubrir uno de sus ojos a modo de respeto, quizás sintiendo que el despliegue de emoción era tan hermoso, tan privado, que estaba irrumpiendo en él.

Una por una las demás muñecas comenzaron a llorar, sus antenas se apagaron al darse cuenta de que jamás llegarían a su altura. De que todo estaba perdido para ellas.

Yo no podía hacer más que hincharme de orgullo mientras con cuidado manejaba sus pasos. Me cercioraba de que no se doblara el tobillo ni cayera contra la luna transparente que tenía bajo sus pies. Me preocupaba por su bienestar físico e interno, y como ella se sentía feliz, yo también lo hacía.

Sonreí.

Entonces sus pupilas se dilataron de nuevo y el compás de su corazón se convirtió en una melodía efervescente. A pesar de que mis dedos seguían provocando sus movimientos, ella había dejado de prestar atención a lo que estaba haciendo. Sus ojos, los únicos órganos que jamás había tenido permitido tocar, se abalanzaban sobre los de alguien más.

Experimenté una sensación de repulsión que amenazaba con desbordarse.

Náuseas.

Una muñeca menuda y simplona la contemplaba desde una esquina, tiritando de ansiedad, envuelta en una capa de lana gruesa. Para mí era poca cosa, incluso algo deforme, un bicho raro y famélico. No tenía gracia, sus dientes chocaban contra sus labios y de seguro era horrenda. ¿Por qué, si no, estaría escondiéndose bajo tanta tela? Estaba toda vestida de amarillo chillón y rojo, los ojos ardían incluso con el mero reflejo de su sombra. No comprendía qué veía mi preciosa muñeca en ese adefesio.

Pero para mi Aldara, ese nuevo descubrimiento era una princesa perdida, una hechicera mítica de hacía cientos de años y una huérfana con poderes mágicos.

Veía en ella miles de pequeñas luciérnagas danzándole entre los dedos y un farol iluminándose cada vez que abría la boca. Sentía una atracción electromagnética cuando la miraba, y no hizo falta pronunciar una palabra para conocer el nombre de quien le había quitado el habla.

Kamaria.

Como la luna que le hablaba cada noche antes de dormir.

Como la estrella más potente en el firmamento.

Y en ese momento el día cegador se transformó en la noche más perfecta que ella podría haber soñado.

Y la peor tortura que habría podido imaginar.

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