Like It's Christmas Antología

By gabycabezut

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La época de navidad siempre es mágica, no solo porque es un momento de descanso y de unión familiar. También... More

Autores
PROMESA DE AMOR
Santa nevada
El chico del tren
Un regalo y un encuentro inesperado
No te vayas
El Globo de Nieve
Una simple Navidad
Leonilda

La cita más larga del mundo

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By gabycabezut

Cierro la computadora por el día, y dejo salir un suspiro. A mis espaldas suena la bocina con White Christmas, y doy las gracias porque en unas horas salgo oficialmente de vacaciones. Después de la tortura de la fiesta de navidad, claro está.

Hago una mueca cuando me imagino a Beatriz, mi compañera de contabilidad, a la que le encanta recordarme que soy una soltera empedernida y que, de nuevo, voy a la fiesta de trabajo sin cita. Somos pocos los solteros en la oficina. De verdad que no lo entiendo, pero es nefasto como nos aíslan en la repartición de asientos, como si desearan que, al compartir mesa, alguno de nosotros se juntara.

No es broma. Hace un par de años Mateo, de sistemas, que siempre se sentaba con nosotros, decidió invitar a Cindy de recursos humanos, y ahora están felizmente casados. El siguiente año, Beatriz se pasó medio año quejándose y acomodando la mesa de solteros. No sé, fue como si a partir de ese momento su meta del año era buscarte pareja. Juraría que Beatriz planea la fiesta de navidad con la mente clavada en la mesa de solteros. Es la primera que organiza. Me consta porque somos vecinas de escritorio.

Ruedo los ojos. Por lo menos sé que me voy a ver bien. Hace unas semanas me compré un vestido rojo. Ok, ok. Rosa, mi hermana mayor, me obligó a comprarlo, pero la verdad es que tenía razón, sí se me ve bien. No siempre encuentro un vestido que me haga sentir como una princesa moderna, sin el tul ni los adornos empalagosos, sino, como a una mujer hermosa y exitosa que lo tiene todo. Menos novio, claro está.

Rosa me ha estado insistiendo que invite a Max, pero por una cosa u otra, no he podido hacerlo. Miro el reloj. Faltan tres horas para la fiesta, y Max siempre está ahí para mí cuando lo necesito, no creo que me diga que no. Sin embargo, me ha dado... pena invitarlo. Lo cual es absurdo. Max y yo somos mejores amigos desde hace más de diez años. Aun así, me da algo de pena que me vea en el vestido y me diga que parezco cereza o alguna burrada de esas que acostumbra.

La canción cambia a All I Want for Christmas Is You, que es una de mis favoritas, y miro hacia la ventana. El apartamento de Max está del otro lado de la calle y su luz se ve encendida. Sonrío porque comienza a nevar, y sé que mis sobrinos estarán felices de tener una blanca navidad, por fin.

Tomo mi teléfono y le escribo a Max.

Yo: ¡está nevando!

Veo una silueta a lo lejos acercándose a la ventana y mi sonrisa se ensancha.

Max: qué genial!! quieres salir a caminar??

¡Bingo! No tiene nada que hacer.

Yo: me encantaría, pero tengo que prepararme para la fiesta de navidad de la oficina :S

Yo: si no tienes planes, ¿quieres venir?

Max: a la fiesta de tu oficina?

Yo: sí!!

Max: creía que solo puedes llevar a tu pareja

Yo: ¡O sea, nadie tiene que saber que no somos pareja de verdad!

Max: Cristina. ¿Me estás pidiendo que actúe como tu novio falso? ¿De verdad crees que vamos a engañar a Beatriz?

Tiene un punto. Ella lo conoce como mi amigo, porque me ha ido a recoger varias veces. Y es la que puso la estúpida regla de que solo pueden ir parejas a la fiesta. No sé si es porque le sale más barato a la empresa si es así, pero es como aumentar la tensión al mil. Para los solteros, al menos.

Empiezo a escribir que igual podemos venderle la idea. Pero eso significa que me tome de la mano, que seamos cariñosos, etc. Y todo mi cuerpo se enciende. Es claramente una mala idea. Es literalmente el peor cliché del tipo de las novelas que me gustan leer en Wattpad. Borro todo lo que escribí.

Yo: Tienes razón, a esa mujer no se le puede engañar. Será mejor que vaya sola.

Mi teléfono comienza a vibrar porque Max me está llamando.

—Max, en serio, no pasa nada. Ya estoy acostumbrada a escuchar los malos chistes de Germán de servicio al cliente.

—Sí voy contigo, pero con dos condiciones —dice con ese tono grave que siempre me ha encantado. Nunca pude convencerlo de ser locutor de radio.

—¿Dos?, ¿qué tengo que hacer? —rio.

—La primera es que vengas por tu regalo antes de ir a fiesta, y la segunda, te la digo aquí.

Hago una mueca. Con tanto trabajo, no me había dado tiempo de ir a comprarle nada. A nadie, de hecho. Es lo primero que pensaba hacer mañana.

—No he comprado mis regalos —digo con tono suave.

—Cris, ya sabes que no importa. Pero yo sí quiero darte mi regalo.

—Ok, ok. Tú ganas. Solo porque me gustan los retos, y esto suena como uno.

Escucho a Max reír del otro lado de la línea.

—Sí, lo sé. ¿Nos vemos en hora y media?

—Va, muchas gracias por ayudarme con esto.

—No me agradezcas aún —dice con un tono... distinto.

Siento que suena nervioso, pero... es Max. La persona más segura de sí misma que conozco. No le doy muchas vueltas porque me tengo que apurar así que colgamos y me apresuro a alistarme para la fiesta.

El vestido me queda como si lo hubieran hecho a la medida. Y lo dice alguien que no tiene ni una sombra de la confianza que tiene Max. Soy algo llenita y tengo el cuerpo en forma de pera, entonces es realmente raro que me guste como se me ve un vestido, y más rojo. Siempre me he visto con colores cero llamativos, e inclusive lo busqué en otro color, pero mi hermana me convenció de que se veía genial así. Y creo que tenía razón. Paso una mano por el talle de mi cintura. Hacer algo de ejercicio ha dado sus frutos.

Me alacio el cabello después de intentar enchinarlo como lo he visto mil veces en TikTok, pero no me sale bien, y me desespero, así que termino alaciándolo, como siempre. Termino de maquillarme y me tomo una selfie antes de mandársela a mi hermana. Porque me mataría si no lo hago. No espero su respuesta, y tomo mi abrigo antes de salir.

El viento está helado. Tal como me encanta. Los copos de nieve siguen cayendo, y es de esas pocas veces en las que son tan pequeños que puedes ver de verdad sus intrínsecas figuras cuando aterrizan sobre mi abrigo gris. Después de cruzar la calle, me quedo un momento observando los pequeños copos antes de recordar que mi peinado seguramente se está estropeando más que con el gorrito que no me quise poner.

Toco el número de Max e inmediatamente, sin preguntar quién es, suena el pequeño timbre que me indica que ya puedo entrar. Paso y tomo las escaleras en vez del elevador. Mi corazón sigue bombeando fuerte por el frío y se me antoja caminar un poco más antes de llegar a casa de Max.

Confieso que me da mucha curiosidad saber qué está tramando. Conozco a Max, esto ya lo había planeado hasta el cansancio. Digamos que la espontaneidad no es lo suyo.

Antes de que llegue a su puerta, ya me está esperando afuera con una sonrisa. Trae un traje oscuro y una camisa blanca. Trago saliva. No debería decir esto de mi mejor amigo, pero se ve bastante guapo. Se ha dejado un esbozo de barba y se le ve bastante bien, la verdad. Pero bueno, como buena amiga, puedo admirar a mi amigo, ¿no?

—Muchas gracias, te ves muy bien.

Sus ojos color avellana, normalmente apacibles, me miran con una intensidad que no reconozco.

—Te ves hermosa, Cris.

Siento que las mejillas se me encienden, y miro hacia abajo por un momento.

—Gracias.

Levanta la mano y acaricia mi cabello, deshaciendo un copo de nieve, seguro. Tiene una sonrisa en los labios, pero no puedo dejar de notar que sus manos tiemblan un poco. No se ve tan seguro como siempre.

—¿Estás bien? —le pregunto, inclinando la cabeza.

—Sí —dice, indicándome que entre a su departamento.

Tiene la calefacción puesta, así que me quito el abrigo y lo dejo recargado en su sofá. Camino hacia su árbol de navidad. El mismo que le ayudé a poner yo la semana pasada. Escucho en el fondo la melódica voz de Sam Smith cantando Have Yourself a Merry Little Christmas. Tiene un par de velas encendidas. Su casa huele a pino fresco, como si estuviéramos a la mitad de un bosque. Me encanta.

—Quedó súper bonito —digo, levantando un ornamento plateado, que tintinea con el reflejo de las luces de navidad.

Max no me contesta, así que vuelvo a verlo, juntando mis cejas. Me está mirando de una manera muy extraña, y me muevo, algo incómoda por la inesperada atención.

—Max, de verdad, si no te sientes bien, no tienes que ir. Es más, yo tampoco —comienzo a balbucear, como siempre que me pongo nerviosa—, podemos ver una película o algo así. No es como que me gane nada en el sorteo. Aunque este año rifaban un coche. Pero bueno, seamos realistas, no tengo suerte.

Max se acerca lentamente, y me toma de la mano. Veo como traga saliva porque su manzana de Adán sube y baja.

—Creo que nunca te había visto en un vestido rojo. Te queda súper bien.

—Rosa me obligó a comprarlo.

Sonríe.

—Claro. —De la mano, me lleva hasta el sofá—. ¿Quieres algo de tomar?

—No sé —me toco el cuello— ¿tenemos tiempo?

—Sí —dice antes de soltarme y caminar hacia la cocina.

El departamento de Max no tiene puertas, solo necesitas caminar unos pasos y estás en la cocina/comedor. Su cuarto está en un tapanco arriba. Eso sí, tiene unos ventanales increíbles que dan hacia la calle y la vista es muy bonita. Fue lo que lo hizo comprar este departamento, aunque estaba chiquito.

—Cris, ¿sabes por qué me mudé aquí?

—Por la vista —murmuro, cuando abre el congelador y saca una botella dorada. Noto que tiene como cinco litros de helado del mismo sabor. Me levanto y camino hasta donde está. Ya ha cerrado la puerta, pero yo me quedo frente a ella, frunciendo el ceño—. ¿Por qué tienes tanto helado?

No lo dejo contestar y abro el congelador. Todos los litros son de mi sabor favorito: cereza con chispas de chocolate. Me volteo hacia él.

Max se muerde el labio. Deja la botella en la barra de la cocina y se vuelve hacia mí.

—Es tu helado favorito —dice, encogiéndose de hombros.

—O sea, sí, pero ¿por qué cinco litros?

—Te gusta mucho.

—Pero a ti no. ¿O sí?

Se queda callado.

Por un lado, siento una calidez en mi pecho, pero por otro, mi estómago se siente pesado, como si me hubiera tragado un par de piedras.

—Max, o sea, ahora entiendo porque Tatiana estaba celosa de mí.

Max junta las cejas.

—Tatiana no está en mi vida desde hace un año.

—¡Exacto! Yo soy la razón por la que tus novias se vuelven posesivas y terminan huyendo.

No dice nada y me da la espalda para sacar un par de copas en forma de flauta.

—Cris, lo pensé bien y no quiero ir como tu novio falso.

Sus palabras se sienten como una cubetada de agua fría. Y lo entiendo. No lo reprocho, yo misma lo acabo de decir, Max y yo somos muy cercanos. Igual y demasiado.

—Oh, lo entiendo —digo con un hilo de voz—. No te preocupes.

Me doy la vuelta y siento su mano en mi brazo, deteniéndome.

—¿No quieres saber por qué?

Miro hacia el refrigerador.

—Igual y necesitas espacio.

Él inclina la cabeza, estudiándome por un momento.

—No, Cris. No necesito espacio. Al contrario. —Da un paso hacia adelante y su mano se desliza por mi brazo hasta mi hombro. Su toque deja una estela de descargas sobre mi piel—. No quiero pretender ser tu novio falso, porque quiero serlo de verdad.

Abro la boca. La cierro. Mi corazón comienza a martillar contra mi pecho. Vuelvo a abrir la boca y la vuelvo a cerrar.

—¿Qué? —logro soltar.

Max se acerca aún más y yo me hago hacia atrás, pero estoy atrapada entre la barra de la cocina y él.

—Tengo tu helado favorito porque me encanta que vengas a mi casa por él. Salgo a caminar contigo en las noches nevadas, aunque odio el frío porque quiero estar contigo. Y desde el momento en el que me di cuenta de lo locamente enamorado que estoy de ti, dejé de salir con alguna otra mujer, con la esperanza de que te fijaras en mí.

Trago fuerte. Trato de hacer sentido de lo que dice, pero no puedo hacerlo.

—¿Qué? —repito de nuevo y quiero darme de topes en contra del refrigerador.

Suelta una pequeña risa, me toma de la mano y me lleva a la sala. Sin soltarme, se asoma al árbol y toma una cajita pequeña. Es de terciopelo y mi mente ya va a mil por hora, casi tan rápido como mi corazón. Y mira que siento que estoy a punto de que me de un ataque al miocardio. O como se diga, soy contadora, no médica.

Antes de abrirla, me lleva hacia el sillón y se sienta junto a mí.

—Creo que estoy enamorado de ti desde que nos conocimos, y no me había dado cuenta. —Cierra los ojos un momento y juro que en mi vida lo había visto más vulnerable como en este momento. Y tan, tan guapo—. Pero hace un año estabas empezando a salir con Toby, y no quise entrometerme.

Se llamaba Tomás. Pero algo me dice que lo sabe bien. Aunque siempre le dijo Toby.

—Toby, digo, Tomás, era un idiota —digo. Aunque la que se siente idiota en este momento, soy yo.

Max abre la cajita. En ella hay un anillo plateado con el diamante más grande que he visto en mi vida.

—Llevo cargando este anillo seis meses. Y no me había animado a hablar contigo, hasta que mencionaste lo de ser tu novio falso y supe que era mi oportunidad para decirte cómo me siento.

¿Seis meses?, ¿a dónde lo ha llevado?, ¿en qué momentos pensaba dármelo?

—Max, no sé qué decir —suelto en un suspiro. De verdad que no lo sé.

—No digas nada. O sea, si no lo quieres, puedes decirlo. Me vas a partir el corazón y voy a tener que mudarme al otro lado del mundo y volverme un ermitaño, pero está bien —bromea. Espero—. En serio. Piénsalo bien. Yo sé que te amo, y estoy casi seguro de que tú también estás enamorada de mí, pero te da miedo admitirlo. Eres mi mejor amiga y la única mujer con la que me veo en la vida. He esperado diez años para decirte esto y puedo esperar diez más si es necesario.

—¿Solo diez? —sonrío tímidamente antes de ver hacia mis manos.

—Lo que sea necesario —dice, levantando una mano, y llevándola a mi barbilla, para alzarme el rostro y que lo pueda ver—. Te amo. Ya que lo dije, no me voy a cansar de decirlo.

Siento la boca seca. Pero también me siento como en las nubes. Porque nunca le dije que me gustaba, que la razón por la que las cosas nunca llegaron más allá con alguno de los chicos con los que salí fue porque siempre los comparaba con él. Y nadie le llegaba a los talones.

—Max, es que ni siquiera hemos salido de verdad.

Suelta una carcajada.

—¿De qué hablas?, ¿no hemos tenido la cita más larga del mundo desde hace diez años? Todas las salidas al cine, a los parques, a cenar, a desayunar, las películas en casa, las caminatas...

—Ya, ya —lo interrumpo. Sí salimos. Mucho. Pero como amigos—. ¿Y qué pasa si nos besamos y te das cuenta de que beso horrible?

Max me mira intensamente.

—Sinceramente no creo que sea así, pero si fuera así, entonces aprendemos a besarnos como nos guste. Porque de eso se trata la vida, ¿no? De aprender, de echar a perder, de levantarse y de volver a aprender. Y sé que eso solo lo podría hacer contigo.

Miro el anillo y lo vuelvo a mirar a él.

—¿Estás seguro de que de verdad estás enamorado de mí?

Siendo sinceros, si algo sale mal, la que se tendría que ir a vivir al fin del mundo sería yo.

Max mira hacia el ventanal por un momento.

—Me vine a vivir aquí, al departamento más pequeño de Chicago, no porque está cerca de un parque, ni porque me quede lejos de mi oficina y me quería alejar de ella, y tampoco porque tiene una vista hermosa. Me vine aquí porque tú estabas aquí. Porque te necesito en mi vida, y porque estaba dispuesto a ser el tío soltero si es que te hubieras casado con el imbécil de Toby.

Se me llenan los ojos de lágrimas y me inunda algo entre alegría, miedo y emoción. Alargo la mano para que me ponga el anillo y veo cómo abre la boca, como si se quedara sin aliento.

—Si tienes cinco litros de mi helado favorito en tu congelador solo por mí, sería una tonta si no te dijera que sí.

Max traga fuerte. Toma el anillo de la cajita y lo desliza por mi dedo.

—No se te olvide que camino en el frío infernal por ti también.

Suelto una risa, pero se ahoga a la mitad e igual se me sale una lágrima. Se me desbordan todas las emociones sin que sepa bien qué está pasando. Bueno, sí sé qué está pasando. Me voy a casar con mi mejor amigo, con la única persona que más me importa en este mundo.

—Yo también estoy enamorada de ti, tonto. Y quiero casarme en invierno.

—Nos casamos mañana, si quieres —su sonrisa se engancha y se inclina hacia adelante hasta que sus labios tocan los míos.

No sé si beso bien, pero sí puedo decir que él sí lo hace. Sus manos se enredan en mi cintura, y su beso se siente como un fuego que me recorre desde donde se tocan nuestros labios hasta el fondo de mi vientre.

Cuando nos separamos, los dos estamos sin aliento, pero definitivamente, no necesitamos modificar nada. Ha sido el beso perfecto. Acaso necesitamos practicarlo más. Me parece que Max piensa lo mismo porque se inclina hacia mí de nuevo, pero pongo una mano sobre su pecho y sonrío.

—No me quiero perder la cara de Beatriz cuando le muestre mi anillo y se entere de que tiene que reacomodar la mesa de solteros de nuevo.

Max se ríe y antes de que pueda decir algo, nos estamos besando de nuevo escuchando Let It Snow en el fondo.

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