Like It's Christmas Antología

By gabycabezut

834 76 45

La época de navidad siempre es mágica, no solo porque es un momento de descanso y de unión familiar. También... More

Autores
PROMESA DE AMOR
Santa nevada
Un regalo y un encuentro inesperado
No te vayas
El Globo de Nieve
La cita más larga del mundo
Una simple Navidad
Leonilda

El chico del tren

43 9 6
By gabycabezut

Escrito por Kathwriter

Los viajes en tren tenían un encanto clásico, contaban incluso aunque fuera el metro de Nueva York, al menos era así en opinión de Jing Li, quien, de todos modos, no había hecho un viaje en un tren real jamás en su vida.

El metro era su único punto de referencia y para algunos eso no contaba.

El chico del tren había dejado de ser solo el chico del tren dos meses atrás, pero le gustaba ese apodo largo.

La primera vez que lo vio, estaba leyendo un libro, ella llevaba un montón de bolsas de comida y, al verla, se puso de pie y le cedió su asiento.

—Gracias —había dicho Jing tímidamente y él sonrió, ajustándose los anteojos, concentrándose nuevamente en un libro de economía.

A veces coincidían en las escaleras mecánicas, otras, cruzando las puertas o en la entrada de la estación, esas eran sus veces favoritas porque podían hablar más, "¿cómo ha ido tu día?", "¿qué tal todo?", eran sus preguntas habituales. Una de esas veces le había dicho su nombre, antes de que ella se bajara del tren.

Jing siempre era la primera en bajar.

—Por cierto —dijo mientras ella salía— ¡me llamo Harry!

Ella se rio sin saber exactamente por qué.

—¡Jing Li! —respondió a gritos mientras las puertas se cerraban, pero supo que la había escuchado porque sonrió tanto que se le marcaron los hoyuelos.

En ocasiones, Harry leía libros contables, pero más de una vez, lo había visto leer revistas de moda, libros de patronaje, corte y confección.

Llena de curiosidad, se atrevió a preguntarle sobre esos, él se puso colorado, sonrió y sus ojos se achicaron.

—Estoy estudiando economía por mis padres, pero en mi tiempo libre me dedico a aprender más sobre moda, es mi sueño. ¿Tú tienes algún sueño, Jing?

Jing, le gustaba cómo sonaba su nombre cuando él lo decía. Lo meditó un segundo, mientras el tren se detenía y la gente se apresuraba a salir o entrar.

—La cocina —dijo—, me encanta cocinar.

—Eres afortunada, entonces, estás en Nueva York, haciendo lo que te gusta en la vida.

Jing asintió, sin entrar en demasiados detalles como que, por ejemplo, tendría que regresar a San Francisco el año siguiente porque el restaurante de su familia se caía a pedazos y todos sus hermanos estaban haciendo algo para ayudar, lo que ella podía hacer era dejar la escuela de cocina y usar ese dinero para arreglos y deudas aunque Ming Li, su madre, no quería.

Conversaron largo rato hasta que llegó su turno de bajar del tren, caminaba deprisa porque iba tarde al trabajo. Era ayudante de cocina en el restaurante Peony de la Quinta Avenida.

Escuchó pasos tras ella y, cuando se dio la vuelta, Harry corría a toda velocidad, con el pelo revuelto y el abrigo en el brazo, ondeando a causa del viento.

—¡Jing Li! —gritó con una sonrisa y corrió más aprisa hasta llegar hasta ella.

—¿Qué ocurre? ¿Me he dejado algo en el tren?

Él negó con la cabeza y respiró con dificultad, con las manos en las rodillas.

—¿Te gustaría salir conmigo? —dijo casi sin resuello—. En una cita, es decir, es encantador hablar en el tren o en la estación, pero me gustaría conocerte un poco más.

Nunca nadie había corrido tras ella para pedirle una cita y tampoco había tenido tantas citas.

—Está bien si no quieres —agregó casi de inmediato, pero ella asintió, le ardían las mejillas.

—Sí, claro que sí —se oyó decir, con una voz tan alegre que parecía de otra persona.

La primera cita fue en Central Park, un pícnic organizado por él, aunque ella llevó algo de comida. La segunda vez, fueron al parque de diversiones de Coney Island y se besaron en la rueda de la fortuna.

Fue él quien la besó primero, aunque no era como si no se lo esperara, le pasó el brazo por el hombro y automáticamente ella se giró para mirarlo, su rostro parecía brillar en medio de las luces de colores del parque, la miró durante un segundo, resultaba sencillo entenderlo sin necesidad de palabras, entonces se inclinó hacia ella y la besó, haciendo que su corazón explotara de alegría como los fuegos artificiales del año nuevo chino.

—Lo que siento por ti es especial, Jing —dijo cuando bajaron de la rueda, tomados de la mano—, es... real, no sé si me explico.

—Lo sé, lo entiendo perfectamente, porque me sucede lo mismo contigo —se oyó decir mientras se ponía de puntillas para darle otro beso.

Salieron unas cuantas veces más, tantas que había comenzado a perder la cuenta aunque no quería, fueron a Chinatown, a Broadway, dieron paseos en la calle, hicieron visitas a restaurantes, fueron su pastelería favorita en Brooklyn, también fueron al cine, a museos y al encendido del árbol de Navidad en Rockefeller Center.

Habían salido muchas veces, así que no había motivos para estar nerviosa por otra cita, pero lo estaba, probablemente porque tenía que irse a San Francisco y no se lo había dicho.

Jing no solía celebrar la Navidad, no era exactamente una costumbre de su familia, cenaban, pero no era una cuestión religiosa, a Harry parecía encantarle, no paraba de hablar de regalos, decoraciones y de las cosas que amaba hacer en esas fechas. La invitó a cenar ese día y ella había aceptado, su hermana Fei, sin embargo, había encontrado raro que ella no se quedara en casa y como Jing no quería le dijera a su madre que iba a salir con un chico, le contó y le suplicó que le guardara el secreto.

—¿Por quién me tomas, lah? ¿Crees que tu hermana es una chismosa, es eso? —Jing la abrazó.

—Ya sabes cómo es nuestra mama, te juro que Harry es un buen chico.

Mama siempre ha querido lo mejor para todos nosotros, pero tú tienes que ser feliz y ese Harry te hace feliz, ¿no? —Ella asintió—. Bueno, eso es lo que importa entonces. Feliz Navidad, Jing-Jing. No hagas nada que yo no haría y no llegues temprano.

Le guiñó un ojo.

Decían que el color rojo era para la suerte, así que ella se había puesto un abrigo de color rojo cereza y botas de tacón alto, aunque no le gustaban demasiado los tacones.

Harry había enviado un taxi por ella, y de pronto se vio envuelta en el espectáculo Navideño que era el Upper East Side. Cada edificio tenía una decoración particular, coronas de Adviento gigantescas en cada ventana, cascanueces gigantes apostados a cada lado de unas puertas dobles, ángeles de Navidad dondequiera que miraba y muchas luces brillantes.

El taxi se detuvo en un edificio de color marfil con decoraciones sobrias, pero ostentosas de todos modos, y Harry la esperaba en la entrada. Lucía bien, llevaba puesto un sencillo abrigo negro y guantes de cuero.

—Bienvenida —dijo con una sonrisa—, ¿tuviste algún inconveniente con tu hermana?

Ella tomó su brazo y tragó saliva, confundida.

—No —respondió en un susurro—, ¿a dónde vamos exactamente?

Harry se aclaró la garganta.

—A mi apartamento.

Pensó que irían a algún restaurante, aquello era completamente inesperado, en el buen sentido. El apartamento de Harry era lujoso, suponía que tenía una posición privilegiada por sus modos, pero un apartamento en el Upper East Side era otra cosa.

Había un árbol de Navidad en una esquina, decorado con luces blancas y adornos dorados, todo sencillo, pero bonito. Montones de libros en una gran biblioteca, cuadros y souvenirs y también muchos adornos alusivos a las fiestas.

—Quería presentarte a mis padres hoy —dijo sonriendo con timidez—, pero no van a poder llegar hasta el veintiocho de diciembre, su vuelo se retrasó por el clima.

Jing estaba pasmada, ¿sus padres? Conocía sus nombres, claro, Greta y Jon, pero no sabía que Harry quería que los conociera.

—Si vives aquí, ¿por qué usas el metro? —fue todo lo que alcanzó a decir.

Harry sonrió y dejó su abrigo en el respaldo de una silla.

—Porque quería hablarte y me propuse hacerlo —respondió con practicidad, tomando su mano para llevarla al comedor.

Cenaron, y charlaron de todo y de nada, cuando los fuegos artificiales iluminaron el cielo, Jing Li se acercó al balcón, para verlos. Harry la rodeó con el brazo y le tendió una cajita de color rojo oscuro.

—Feliz Navidad, Jing —le besó la mejilla y ella abrió el regalo.

Dentro había una delicada cadena de oro con un dije de jade. Era redondo, bordeado en oro y con un agujero en el centro, sencillo, bonito y sin adornos.

—Gracias, es perfecto —dijo y lo besó, apartándose el cabello para que le pusiera el collar en torno al cuello.

—Tiene nuestros nombres grabados —continúo Harry abrochando el collar—, en el aro que rodea la piedra. Para verlos necesitamos una lupa de joyería, pero no se me vino a la mente ese pequeño detalle cuando pedí que lo hicieran.

Depositó un beso en la base de su cuello.

Ella regresó al salón, en busca del regalo que había comprado para él. Harry lo abrió, con la emoción de un niño cuando ve en el árbol los regalos de parte de Santa, Jing moría de nervios, pensando que de todos modos su regalo era algo que ya tenía, no iba a ser tan especial.

—¿Un cuaderno para bocetos? —dijo con una sonrisa sacando el libro con páginas blancas empastado en cuero color terracota.

—Te gusta la moda —contestó con una sonrisa—, y tiene tus iniciales grabadas por si lo pierdes.

La miró intensamente.

—Gracias, también es perfecto. —La abrazó y miró su reloj—. ¿Quieres que te lleve hasta tu casa? ¿Tendrás problemas con tu hermana?

—De hecho —sintió las mejillas arder—, Fei me pidió expresamente que no llegara temprano.

—Supongo que en ese caso tenemos toda la noche.

Se quitó los anteojos de montura redonda que siempre llevaba y la besó.

La mañana de Navidad, Jing despertó envuelta en sábanas de seda, con el cabello hecho un lío. Harry no estaba allí, pero olía a ¿quemado? Se levantó deprisa, tomó lo primero que encontró, se lo puso y corrió hacia la cocina, que era casi invisible a causa del humo.

—Quería hacerte el desayuno —dijo Harry, que estaba moviendo un trapo de cocina en el aire como si fuera un helicóptero, para evitar que el humo activara la alarma de incendios. Estaba completamente vestido, lucía adorable con ese pijama azul claro y la cara llena de harina—. Era una sorpresa.

—Estoy muy sorprendida, créeme —se limitó a contestar ella, sin poder parar de reír—. No me esperaba que quemaras la cocina.

—¿Te estás burlando de mí?

—La torpeza es adorable, con cierta medida. En tu caso resulta un tanto peligrosa, pero no por eso menos graciosa.

Harry se rio y ella se acercó a ayudar, sacando las tostadas del horno y llevándolas al fregadero.

Un poco más tarde, ese mismo día, cuando Jing logró arreglar el desastre y preparar un desayuno de verdad para los dos, estaban sentados en el sofá, envueltos en una manta mientras miraban una película navideña sobre un perrito y un concurso de suéteres feos, no es que estuviera prestando demasiada atención porque Harry trazaba círculos en su hombro y jugaba con su pelo.

—Tengo algo que decirte —dijeron al unísono, y se rieron.

—Tú primero —dijo Jing, acobardándose, todavía no le había dicho que debía volver a San Francisco en enero por todo el asunto del restaurante y no estaba segura de poder hacerlo aunque debía.

Harry dudó.

—He estado meditando algo —comenzó—, mi padre me prometió apoyarme en el asunto de la moda, como él lo llama, si acepto estudiar en serio —tragó saliva—, eso implica que debo estar lejos de todas las posibles distracciones fashionistas. El asunto es que, lo pensé y me dije que si no me aceptaban en ninguna universidad, tendría que dejarlo estar, pero me aceptaron en Berkeley y eso implica que tengo que mudarme a California. Haremos que esto funcione, te lo prometo, Jing, te lo estoy contando porque me importas, no había encontrado el momento indicado...

—¿Cuándo? —preguntó ella sin poder creerlo, ¿en serio estaba pasando lo que creía que estaba pasando? Esa era su señal, él era el bueno, él...

—El próximo año, pero te prometo qu... —lo interrumpió con un beso apasionado.

Cuando se separaron la miró, extrañado.

—Tengo que volver a California el año que viene, en enero —dijo ella con un hilo de voz—, y tenía miedo de perderte y de contarte, pero...

Harry le acarició la mejilla, con cariño.

—Debe ser el destino —dijo para luego sellar sus labios con otro beso.

Y sí, fue el destino, en parte.

El chico del tren ya no era más el chico del tren, pasó a ser el chico del piso de arriba. Las Li necesitaban dinero y alquilar el ático era una gran idea, Harry le ofreció dinero a Jing, pero ella se negó, así que tuvieron la genial idea de que él alquilara el ático mientras iba a la universidad.

Era una relación a escondidas, la madre de Jing no iba a aceptar a un chico que no fuera chino, jamás, pero durante ese año no les importó. Sin embargo, Harry no parecía feliz.

Jing le preguntó, mientras charlaban en el tejado del restaurante.

—No es por nosotros, soy feliz contigo —contestó recostándose en su regazo—, es la universidad. No puedo soportarlo, Jing, no me apasiona, no me gusta, no es lo que quiero en mi vida. Despierto cada día deseando que termine la jornada para venir al ático y hacer mis diseños. Papá dice que es porque soy joven y no sé lo que quiero en la vida, que tengo espíritu soñador y que no se vive a base de sueños, pero tengo veinte años, casi veintiuno, soy un hombre.

—¿Por qué no me dijiste esto antes?

—Tienes suficiente con el restaurante —le besó la palma de la mano—, y con nuestra relación clandestina como para que también tengas que preocuparte por eso.

Quiso preguntarle por qué no regresaba a Nueva York, pero prefirió guardar silencio, tenía miedo de su respuesta.

El tiempo hizo lo suyo y en un abrir y cerrar de ojos ya había pasado un año, y era diciembre, otra vez. Para Jing, las Navidades tenían un color distinto desde que estaba Harry, pero se sentía triste por él, por no poder ayudarle y sentía que solo se quedaba en California por ella.

No era justo.

Esa madrugada, luego de que las luces se apagaran y de que Ming, la madre de Jing, se fuera a la cama, ella se escabulló al ático a ver a Harry.

No se parecía en nada al Harry de Nueva York, vivaz, alegre, con ilusión en la mirada, era un Harry diferente, uno frustrado y triste, aunque con ella era siempre un encanto.

Jing se acercó, lo abrazó por la espalda y él entrelazó sus dedos con los de ella.

—Quiero preguntarte una cosa —le dijo, apretando su mano—. Si decido dejar la escuela de negocios, ¿te gustaría venir a Nueva York conmigo? No es una decisión definitiva, es algo que deberíamos conversar los dos y no tienes que responder de inmediato.

La pregunta la tomó por sorpresa. ¿Qué podía decirle?

Estaba el tema del restaurante, habían hecho reparaciones y ahora quedaban las deudas, si iba a Nueva York con Harry, ella podía trabajar en el Peony si todavía estaba el mismo gerente y enviar dinero, eso hacía su hermano Yong, enviaba todo el dinero que podía, Nini todavía iba al instituto y Fei trabajaba duro para ayudarlas, no podían perder el restaurante. Era lo único que tenían y había pertenecido a la familia Li desde que su tatarabuela, Mei Wang se había mudado desde China sin nada más que una maleta llena de sueños.

Claro, algo que Harry no sabía y que era, de hecho, uno de sus inconvenientes eran sus suegros que no veían con buenos ojos esa relación. Él se los había presentado en verano y la trataron como una cazafortunas, pudieron ocultar su menosprecio delante de él, fueron cordiales, pero cuando se daba la vuelta era otra cosa.

Luego de la cena, cuando Jing fue al baño, Greta, la madre de Harry, la interceptó en el pasillo y ella se detuvo a conversar, no era como si tuviera alguna otra opción.

—Harry no tendrá un futuro mientras esté contigo —le había dicho sin más—, espero que no estés planeando embarazarte para atarlo a ti para siempre, porque no lo permitiré jamás.

Ella no le había contado eso a Harry, no podía hablarle mal de su madre y no podía ir a Nueva York con él sin que creyeran que se estaba aprovechando de la situación.

Suspiró, tenía que hacerlo, debía decirle.

—Deberías ir a Nueva York, Harry, pero sin mí. Mi vida está aquí, no puedo marcharme sin más.

—Lo entiendo, no es una decisión para tomar a la ligera, solo estoy evaluando la posibilidad. Haremos que funcione —se inclinó para besarla y ella se apartó—. Jing...

Se armó de valor, no quería herirlo, pero esa era la única forma de que no se quedara estancado con ella, estancado en un lugar en el que no quería estar.

Había planeado esa conversación en su cabeza para luego de Navidad, pero ¿qué más daba si lo decía el día de Navidad?

—Creo en ti —comenzó—, creo en tu sueño y es por eso que creo que deberías irte, ve a Nueva York, trabaja en moda si es lo que te gusta hacer, pero no iré contigo. No puedo hacerlo.

»Sé que crees que va a funcionar porque así eres tú, tienes una fe inquebrantable en que todo lo bueno puede suceder, pero yo soy realista, y la realidad es esta: no podré ir contigo, no sé si podré hacerlo ahora o en el futuro y está situación no puede continuar. Besos robados mientras mi madre no mira, roces de mano bajo la mesa, encuentros furtivos aquí cuando todos duermen o aventuras en cuartos de hotel, mentiras y más mentiras, no podemos hacerlo.

—Podemos decirle a tu madre, Jing, podemos casarnos y mudarnos juntos, eso acabaría con las mentiras, pero no quieres hacerlo.

—¡Mi madre no aceptará a un chico que no sea chino!

—¡Esa es una estupidez, Jing! Estamos en el siglo veinte, por el amor de Dios.

—¡Tu familia tampoco me quiere!

—¿Qué dices? Mi madre te adora, ella dijo que eres encantadora y mi padre también.

Jing se rio ante la ironía de todo aquello, ¿en serio se estaban peleando? ¿Así era entonces?

—No me quiere, no viste cómo me miraban. No les gusté para nada, deben pensar que solo me estoy fijando en los ceros de tu cuenta bancaria.

—¡Es tu madre la que tiene una superstición ridícula, Jing! Y solo lo usas de excusa porque tienes miedo.

—No, eres tú el que tiene miedo, miedo de cumplir tu sueño, miedo de tu padre, miedo a lo que puedan pensar los demás. ¡Eres un cobarde!

Oh, no. No lo había dicho.

—Harry, lo siento, yo... —se retractó de inmediato.

La apartó y comenzó a recoger sus cosas.

—Me voy. Si eso es lo que quieres, bien, eso haré. Tú mandas.

Guardó cada una de sus pertenencias en cada maleta que tenía, pero todo era un caos porque Harry era increíblemente desordenado. No le dirigió la palabra y ella no sabía qué decir más allá de «lo siento» mientras él se movía de un lado al otro de la habitación.

—Feliz Navidad, Jing —le dijo antes de irse y ella rompió a llorar.

¿Qué había hecho? ¿Habían roto de verdad? No podían estar rompiendo de verdad, se arreglarían por la mañana, la llamaría y hablarían al respecto.

Harry no llamó a la mañana siguiente.

Un par de días después, otro choque de realidad la sacudió. Se había estado sintiendo mal, pero luego de lo de Harry pensó que era lo normal, tras pasarse todo un día vomitando, se armó de valor y se hizo una prueba de embarazo. Ahí estaba su respuesta, había una personita creciendo dentro de ella.

¿Qué iba a hacer ahora? Llamó a Harry a su apartamento de Nueva York, pero nadie le contestó, no podía contarle algo así por mensaje de voz, pensó en ir hasta allá; sin embargo, recordó las palabras de Greta y le dio miedo.

La Navidad era especial para Jing en muchos sentidos, por Harry, por la noticia de que tendrían un hijo y por los nuevos comienzos, aunque a simple vista el panorama no siempre fuera el más alentador.

Era víspera de Navidad, otra vez, pero todo era distinto. Las Navidades en San Francisco eran ligeramente diferentes a las Navidades en Nueva York y los fuegos artificiales no tenían el mismo encanto sin Harry.

Jing había intentado encontrar el valor para llamarlo, sin éxito, había pasado tanto tiempo que pensó que no tenía sentido, ya no, no después de cinco años.

Al menos tenía a su hija Rose, ella era el recuerdo más bonito de toda su historia.

Había nacido dos meses antes de lo esperado, se suponía que nacería en verano, pero se adelantó y llegó al mundo en primavera. Nacer en el cuarto mes del año era de mala suerte según su madre, y nacer con treinta semanas de gestación era peligroso según los médicos, pero de algún modo habían logrado superar la mala racha y Rose había crecido bien, sana y feliz.

También era un recordatorio andante de Harry, en todo el sentido de la palabra.

Era alegre y positiva, como Harry, desordenada, como Harry, amante de la moda, como Harry, y muy torpe, como Harry. Tenía fe en el mundo como él, y hasta tenía los mismos hoyuelos cuando sonreía. Jing esperaba que al crecer al menos le gustara un poco cocinar, aunque físicamente era más como ella, con el cabello grueso y oscuro y los ojos rasgados, Ming solía decir que se parecía mucho a la bisabuela Liling, y era un poco cierto, por los pocos retratos que había de ella en casa, se notaba el parecido.

La Navidad siempre generaba en Jing sentimientos encontrados, sentía nostalgia porque habían pasado muchas cosas bonitas en su vida, precisamente en esa época, y tristeza por todas las pérdidas y las situaciones inesperadas.

—Ya sé lo que le pediré a Santa, mama —decía Rose mientras Jing le trenzaba el pelo con una cinta color fucsia con brillos y lentejuelas.

Todos los días tenía un deseo nuevo para Santa.

—¿A ver?, cuéntamelo, ¿qué vas a pedirle?

—Que me diga el nombre de baba.

Jing suspiró. Rose estaba en esa época en la que no hacía otra cosa que preguntar por él y ella se sentía terriblemente culpable por haberle negado la posibilidad de conocerlo.

Al ver que no respondía, Rose continuó:

—En la escuela preguntaron por nuestros papás, dije que el mío era militar y que estaba en la guerra de las dos Coreas desde que nací.

Pero, ¿qué pasaba con esa imaginación?

—Mentir no está bien, Rose —la reprendió—, ¿y cómo es que sabes sobre Corea?

Ella se encogió de hombros.

—Lo oí en la tele, y algo tenía que decirles, mama, soy la única niña sin un papá y no me gusta que se rían de mí.

—De todos modos, no está bien que mientas.

—¿Y qué pasa si alguien se burla de mí?, ¿me dejarás usar mi llave mortal? —Jing casi se rio, Rose había escuchado eso en una película y pensaba que era literalmente una llave.

Suspiró y la abrazó, dándole muchos besos en la mejilla.

—Harry —le dijo entonces—, así se llama tu baba.

La niña se volvió, radiante de felicidad.

—¿Harry como Harry Potter? —preguntó con ojos soñadores.

—Sí, pero no es un mago.

Rose hizo una mueca de decepción y comenzó a juguetear con el collar de jade que, en su tiempo, Harry le había dado a ella. A Jing le pareció correcto que Rose lo llevara.

—¿Y dónde vive?

—No lo sé, Rosie.

—Uhmmm... ¿Y por qué se fue?

Jing suspiró.

—¿Qué te parece si escribimos esa otra fabulosa carta a Santa y le pedimos una Barbie estrella del pop?

—No, mama, una Barbie fashionista. Esa es la que quiero. —Torció el gesto—. A nadie le gusta la Barbie estrella del pop, ya pasó de moda.

—Vamos, pues, hagamos la última carta a Santa.

—¡Aiyah, solo hemos hecho tres! Ya se llevó dos, pero Santa necesita opciones, lo sabes mama.

Mientras madre e hija hacían otra carta para Santa, y Rose no paraba de parlotear sobre una Barbie fashionista china que no existía, Harry miraba al cielo desde su balcón pensando en lo que hubiera pasado, si hubiera atendido el teléfono o si hubiera llamado.

Ese año, el balcón de Harry no era el balcón del apartamento de Nueva York en el Upper East Side, el chico del tren miraba desde su balcón en una habitación de hotel de San Francisco.

Había ido hasta Chinatown y había estado a punto de llamar a la puerta de la familia Li, pero se acobardó cuando escuchó la voz de una niña llamando a su madre y, pensando que Jing había hecho su vida, había optado por marcharse.

Las Navidades de Jing, Harry y Rose estaban llenas de desencuentros, pero a veces solo era cuestión de fe.

Al día siguiente, precisamente el día de Navidad, Harry regresó a Chinatown, llamó a la puerta y Jing la abrió.

—Hola, Jing... Feliz Navidad —dijo al verla, estaba como siempre, los años parecían no haber pasado y se seguía viendo como la chica de veinte años que lo cautivó en el metro de Nueva York.

Ella lo miró, evidentemente sorprendida.

—H-hola, Harry —contestó, con voz temblorosa.

Él tomó aire.

—¿Podemos hablar? —Ella asintió y lo hizo pasar al vestíbulo.

Mientras ellos hablaban, Rose estaba en su rincón secreto en el ático de su casa, había encontrado un viejo cuaderno de color terracota que estaba lleno de dibujos sin pintar y estaba debatiéndose entre buscar o no su caja de lápices de colores para arreglarlos.

Continue Reading

You'll Also Like

17.6K 1.7K 11
En medio de su batalla más dura hasta la fecha, Son Goku acabó en un lugar completamente diferente, donde la magia, los mitos, las leyendas y seres a...
222K 10.1K 36
¿Te imaginas ser una espia el FBI sin conocer a tu nuevo Agente y que en un operativo tengas que ir a hacer un privado sin saber a quien se lo haces...
8.2K 677 11
¿Solo estara jugando conmigo? Creo que es la forma más dolorosa que tienes para desquitarte con los demás
85.7K 12.1K 49
Taehyung es un Omega que nunca tuvo una vida fácil. Junto a su padre Jin, deciden mudarse para comenzar de nuevo, pero a Tae le cuesta socializar y J...