Cauterio #PGP2024

By XXmyfutureXX

1K 403 234

Alexia lucha por superar el fracaso y convertirse en una bruja cuando una muerte inesperada pone en peligro s... More

Sinopsis
Capítulo 1: Un cadáver sin ojos
Capítulo 2: Frustración
Capítulo 3: La desconocida del espejo
Capítulo 4: El Inked
Capítulo 5: Sin salida
Capítulo 6: La conspiración
Capítulo 7: Evocaciones
Capítulo 8: El grupo de investigación de Elisa
Capítulo 9: La advertencia
Capítulo 10: Los que esperan
Capítulo 11: Antepasados
Capítulo 12: Las pruebas en contra
Capítulo 13: El almuerzo
Capítulo 14: Amigos del pasado
Capítulo 16: Sospechosos
Capítulo 17: Nacyuss solo hace intercambios
Capítulo 18: Conversaciones espirituales
Capítulo 19: Los días felices
Capítulo 20: La moneda
Capítulo 21: La venganza
Capítulo 22: Peso muerto
Capítulo 23: Repercusiones
Capítulo 24: Lo que pudo haber sido y lo que es
Capítulo 25: Vi mi futuro y te vi a ti
Capítulo 26: Gatos
Capítulo 27: Asfixia
Capítulo 28: La confesión
Capítulo 29: El tercer subsuelo
Capítulo 30: Los tres caminos
Capítulo 31: Las memorias de Aradis
Capítulo 32: Aquello de lo que no se habla
Capítulo 33: Cacería
Capítulo 34: Lo que pasó ESE día

Capítulo 15: El fracaso negro

16 9 0
By XXmyfutureXX

La abuela la había perseguido por toda la casa para intentar sonsacarle lo sucedido ante el Tribunal. Alexia terminó cediendo, pero se guardó los detalles y se enfocó en lo anecdótico. Obviamente mencionó la Mano. ¿Cómo no hablar de ella? Sobre todo porque necesitaba saber más de eso y creyó que la abuela soltaría un discurso explicativo sobre el asunto. No fue así. Dijo que no sabía nada, que nunca había leído más que su nombre por ahí y que tenía que ir a bañar al abuelo, así que después hablaban. A Alexia le sonó a evasivas y supo que no serviría de nada intentar sonsacarle más información.

Perdida su principal guía para saber algo de la Mano, se adentró tardes enteras en la biblioteca privada de la familia, un lugar que le sería por completo desconocido de no ser porque tenía que quitarle el polvo a toda la sala una vez a la semana.

De su exploración obtuvo un par de páginas útiles, y sobre todo, tiempo para retrasar la evocación. Por más que el Juicio parecía haber captado la atención de todo el mundo, Julia estaba en casa y al pendiente de sus actividades nocturnas. La madrugada anterior se la había cruzado en la puerta del baño común cuando salía en pijama, lista para ver dormirse viendo una película de terror malísima; y estaba segura, que mientras descansaba, Julia se mantenía atenta a su cuarto.

Cuando ya no le quedaba alternativa, Alexia escapó por la ventana de su habitación a hurtadillas, aunque en la casa no había nada que la fuera a retener realmente, salvo ella misma. Bajó por la enredadera que había estado pegada a la pared por tantos años, que sus gajos eran uno con los ladrillos, y no se la habría podido arrancar sin dañar la casa. Más temprano, había escondido entre los arbustos una bolsa que envolvía una olla robada de la cocina y unos cuántos ingredientes provenientes del almacén, y los que le faltaban, de la pequeña oficina de Julia en el Inked mientras su tía aún se encontraba de viaje.

Salió a la vereda mirando para atrás en busca del rostro atento de la abuela a través de la ventana, pero ella no estaba allí. Solo encontró la casa que se erigía en el final de la calle, nostálgica, hundida en la añoranza de los tiempos en que no le faltaban tejas, la pintura no estaba ennegrecida, las persianas no lucían agujeros de pedradas y la maleza permanecía rala a su alrededor. Al igual que la familia Graf, había tenido tiempos mejores, o al menos, no tan malos.

Alexia se volvió justo a tiempo para esquivar a Hilda, la vecina de la casa de al lado. La mujer saltó hacia atrás por miedo a llevarsela puesta. Era vieja y, en los recuerdos de Alexia, siempre lo había sido, así que asumía que pasaba los ochenta. Tenía el cabello canoso y electrificado y su pijama estaba lleno de pelos de gato, justo como el resto de su ropa siempre. Llevaba una bolsa de basura negra que se balanceó hasta casi golpear a Alexia cuando la mujer trató de alejarse.

—Buenas noches —murmuró Alexia tratando ser cordial.

Hilda frunció el ceño, sin mediar palabra, la rodeó y dejó la bolsa en el basurero. Mientras seguía caminando, Alexia escuchó como cerraba la reja de su casa.

Solía ver a la vieja barrer la calle cuando salía al mundo exterior y la escuchaba llamar a sus veintiocho gatos al tiempo que sacudía un platito lleno de comida cada vez que iba al jardín. Un par de veces, la había visto, por encima de la medianera, mantener extensas conversaciones con la nada misma, pero no era algo habitual. Mucho más común era oír el alboroto que armaba el resto de los vecinos cada vez que desaparecía un perro de la cuadra y el olor a asado que provenía de su casa en los días posteriores. Habían pasado años desde la única vez que Alexia interactuó con ella cuando trató de pegarle un escobazo por andar en bicicleta a toda velocidad por la vereda. A pesar de eso, le caía bien.

Las escasas veces que Julia le dirigía la palabra, solía decirle que terminaría como la vecina: sola, amargada y víctima de un posible delirio, una auténtica vieja de los gatos. Alexia no estaba segura de que aquella mujer estuviese amargada, al menos no lo parecía. La soledad le aterraba, pero creía, más que nunca, que le era inevitable. En cuanto al resto, no le parecía tan mal, es más, hasta podía visualizarlo. Llevar una vida apacible, silenciosa, y de tanto en tanto conversar con una entidad invisible. Hasta esa podría ser su vida allí en Mistrás, si el Círculo y aquellos pueblerinos molestos se olvidaran de su existencia. Después de todo, no estaba tan lejos de ello.

Esa madrugada, el movimiento en las calles era mínimo. Cualquiera hubiese encontrado algo incómodo en la serenidad de aquellos lugares que, a la luz del día, se acostumbraba ver llenos y en movimiento. La ciudad parecía dormida, pero si uno miraba con cuidado entre las sombras, se daría cuenta de que no lo estaba del todo. A pesar de ello, Alexia no temía, llevaba en la cintura de sus jeans un cuchillo de cocina, por si acaso, y sabía correr. Con todo eso, tenía la convicción de que ninguna entidad humana salida de las sombras lograría hacerle daño.

Siguió el mismo camino que hacía todos los viernes hasta llegar a la calle comercial, después se desvió a la derecha. El sur de Mistrás había sido pensado como el patio trasero incipiente barrio rico que se estaba formando junto al centro de la ciudad. Pero eso fue cosa de otros tiempos. Los terrenos arbolados se convirtieron rápido en pequeños basurales y eventualmente se construyeron casas austeras, todas iguales, diferenciadas solo por las fachadas pintadas de diferentes colores. Cada vez que Alexia pasaba por ahí, tenía la seguridad de que si se desorientaba, no encontraría ninguna referencia para salir de allí.

Lo único que quedaba en Mistrás del sueño verde era un parque semi abandonado con un lago artificial. El agua estaba sucia y, a veces, maloliente, pero aún sobrevivían en ella unos cuantos patos y algunos peces que Alexia solía alimentar de pequeña. Los arbustos estaban crecidos y los árboles, demasiado juntos. Era el ambiente ideal para las reuniones de adictos anónimos y sus dealers. Mientras caminaba entre los árboles, Alexia los veía moverse entre las sombras, tal como los había visto más temprano en su bola de cristal.

Cuando llegó al agua y caminó a su alrededor para rodearla sintió el peso de un par de miradas de ojos enrojecidos en su espalda.

—Eh, rubia —murmuró Alexia.

—¡Eh, rubia! —gritó una de las sombras drogadas que la vigilaban.

—Daltónico —dijo no lo suficientemente alto como para que la oyeran y, simulando no darse por enterada, siguió caminando.

Ese no era su destino final, había demasiada gente y corría el riesgo de que presenciaran su fracaso, o peor, su éxito. Cruzó al otro lado del lago por un puentecito curvo.

Frente al agua, al otro lado de la calle, había un edificio público cuya terraza funcionaba como mirador. La rampa externa que subía al techo solía estar abierta; sin embargo, esa noche se encontraba cerrada con una puerta de reja que a Alexia le llegaba a la altura de la cadera, y que tenía atornillado un cartel que rezaba «Clausurado».

—No para mí —dijo aliviada de saber que no se encontraría a nadie allá arriba.

Se trepó calzando los pies en los barrotes horizontales y, con poco esfuerzo, saltó al otro lado. Subió por la rampa hasta arriba sin toparse con ningún otro obstáculo. Una vez en lo alto, corrió hasta la barandilla, como lo había hecho tantas veces antes, y se asomó apenas para apreciar la vista. Las copas de los árboles le tapaban la mayor parte de la visión, pero aún se podían observar unas cuantas farolas reflejadas en el agua calma. Se apoyó aún más sobre la baranda para contemplar la calle desierta y la vereda. Se preguntó a qué altura estaría. ¿Tres metros? ¿Cuatro, quizás? No era una gran altura, suficiente solo para un par de huesos rotos y un traumatismo craneal.

El viento le dio en la cara y, de repente, se imaginó precipitándose hacia abajo. El vértigo la obligó a alejarse de la barandilla. Se sentó en el piso hasta que le pasó el mareo. Después, sacó de la bolsa el paquete de sal. Comenzó a trazar un círculo, lo suficientemente grande como para estar cómoda dentro, cuidándose de que sea una línea continua, sin el menor hueco. Cuando terminó, se apartó y lo observó. Era más bien un óvalo, pero igual serviría. Se sentó en el centro.

El libro decía que tenía que mezclar todo en un caldero, pero no tenía de esos y le parecían muy poco convenientes para el transporte, por lo que se había llevado la olla. Armó el calentador y la puso él. Le echó agua porque recordaba que era el primer paso, pero igual tuvo que tener el libro abierto a su lado para constatarlo por si acaso. «Vierta 500 ml de agua y caliente hasta que empiece a hervir», decía el libro. Alexia observó el agua atentamente y en cuanto vio la primera burbuja, le echó una cucharada de bicarbonato. Después sacó un tupper y rascó de su interior un poco de su propia sangre que había puesto a secar al sol por tres días. El procedimiento no especificaba de dónde tenía que salir la sangre, pero tampoco tenía alguien más a quien robarle un poco. Guardó el resto del contenido reseco, por si acaso. Metió una ramita pelada de sauce en la mezcla. La hizo girar cuatro veces en sentido del reloj y tres veces en el contrario. Lo que seguía era 500 gramos de grafito en polvo y un trozo de carbón mediano. Alexia le echó a su mejunje toda una botella de grafito para cerraduras y un poco de las últimas reservas para el fuego de los asados que nunca comían.

Encendió el cronómetro y esperó los doce minutos que debía esperar. Cuando el contador llegó a cero, volvió a meter la ramita en la mezcla y la revolvió. Esta vez le fue más dificultoso, lo que fue un líquido, se había tornado inexplicablemente espeso. Contó las vueltas hasta llegar a treinta y seis, como decía el libro. El contenido hirviente de la olla borbotó. Alexia se inclinó con cuidado sobre la olla para ver que un millar de burbujas se formaban sobre el líquido negro que crecía hacia arriba. Una pequeña explosión la obligó a apartar la cara y unas gotitas de la mezcla cayeron sobre el piso y ardieron en él hasta desaparecer dejando una mancha negra allí donde habían estado.

Alexia se aclaró la garganta. Una nube de humo salió de su boca y, para cuando pronunció las palabras, ya se había desecho en el frío del aire.

—Por el poder que me regaló la Diosa, desconocido, te pido que cruces el velo entre nuestros mundos y te manifiestes frente a mí.

Mientras hablaba, una brea negra se alzó por encima de los bordes de la olla. Unas fibras gelatinosas se enroscaron en el aire y se fueron elevando ante ella. Poco a poco comenzó a tomar la forma de un cuerpo negro brilante. Alexia contempló estupefacta cómo se formaban los dedos de una mano bestial y cómo aparecían los rasgos de una cara lobuna.

—¡Sí! —dijo en tono triunfal—. ¿Qué seguía?

Desvió la mirada hacia el libro para leer la siguiente instrucción. En ese mismo momento la figura que permanecía de pie se derritió. Cayó como un baldazo de agua sobre la cara de Alexia, sobre su ropa, y se esparció por todo el piso. La mezcla se le metió en la boca, aún estaba caliente, pero no lo suficiente para quemarla y tenía un gusto terrible. La escupió mientras se restregaba los ojos con las manos lodosas en un intento inútil de sacarse aquella brea de los ojos. A ciegas, tanteó su campera en busca de una porción de tela que estuviese limpia, sin embargo, no fue necesario. Sintió un cosquilleo, y después solo le quedó una sensación de resequedad en la piel. La mezcla había desaparecido y en todos los lugares que tocó había ahora una mancha negra. Alexia se restregó los dedos con fuerza para ver si la mancha se salía, pero no hubo caso.

—Maldita inútil —se dijo a sí misma—. ¿Ahora, cómo voy a quitarme esto?

A su ropa negra no se le notaban las manchas, pero había quedado acartonada, al igual que los mechones de pelo a los que le llegó la suciedad. No quería ni imaginarse cómo le había quedado la cara.

Se puso de pie y, a pesar de que deseaba tirar todo por la cornisa del mirador, empezó a juntar lo que quedaba de su experimento. A medida que guardaba las cosas, más se enfurecía consigo misma por fallar y más deseaba tenerlo fácil como el resto. Cuando cerró la bolsa, se dejó invadir por la certeza de que nunca lo lograría. Tal vez, la noche en que vio la evocación no había tenido más que una chispa de talento repentino y efímero que logró torcer por unos segundos el futuro y automáticamente la regresó a la mediocridad. Sí, debió de ser eso.

Ya no le quedaba nada por hacer allí, así que bajó la rampa y volvió a atravesar el parque con la cabeza gacha, para que nadie notara su rostro lloroso ni la gran mancha negra en la que se había convertido.

Mientras caminaba entre los árboles, recordó la existencia de la dirección que Martina le había conseguido. No tenía idea de dónde la sacó, ni si era correcta, pero con intentar solo perdía tiempo, nada más. Desvió el camino a casa un par de cuadras y no tardó en encontrarla. Era un edificio pequeño con un cantero en el frente y una ventana enorme al resguardo de rejas negras. Las luces estaban encendidas y Alexia podía ver el interior a través de las cortinas: una o dos personas estaban sentadas en un sillón mirando la televisión, incluso podía oír la voz del conductor de la última edición del día del canal de noticias. Entrecerró los ojos para intentar encontrar una figura humana pequeña sentada por allí, pero no logró ver nada y no le apetecía arriesgarse demasiado acercándose a la ventana.

Al costado de la casa, había una entrada ancha de césped que parecía conducir al patio trasero de la casa. Se adentró en él a paso rápido cuidando que los cacharros de la bolsa no tintinearan. A pesar de que no hizo ningún ruido, el perro del vecino debió de haber sentido su presencia de algún modo y comenzó a ladrar desde el otro lado de la medianera.

No tardó en llegar a la primera ventana lateral que era demasiado alta y pequeña como para entrar por ella. Se asomó para ver dentro. Las luces estaban apagadas, pero por el reflejo que se filtraba desde la sala de enfrente, pudo distinguir que era la cocina y que no había nadie allí.

Se agachó por si alguien la veía pasar desde adentro y fue corriendo hasta la ventana siguiente. Tenía la persiana a medio bajar así que debió de ponerse en cuclillas para ver dentro.

La luz naranja de una lámpara iluminaba a los dos niños acostados en camitas bajas. Uno de ellos estaba sentado con las piernas cruzadas sobre la cama. El otro yacía acostado boca arriba, muy tieso, con el brazo en lo que parecía ser un cabestrillo. Eran dos de los tira caca, el casi muerto y el más cauto, hermanos, tal como le había adelantado Martina en su extenso e innecesario mensaje sobre ellos.

Entre los ladridos del perro del vecino, Alexia consiguió oír algo de la conversación que mantenían:

—... y después estábamos en el medio de la clase que era... de matemáticas —relataba el niño sano, en un tono que buscaba generar expectación—. El ventilador de techo hacía un ruido raro, pero nadie le prestaba atención. Con Agus, le tirábamos papelitos con la cerbatana en el pelo a Rocío. Entonces, de la nada, se le salió una paleta y viste que esas son de metal debía estar filosa. Salió volando con todo para el lado de la vieja de matemáticas, y ¡zas!, le cortó la cabeza. No sabes el chorro de sangre que le salió del cuello. Y la paleta quedó clavada en el pizarrón. Quisimos sacarla con Agus, pero no pudimos.

—Eso nunca pasó. La escuela no es tan divertida —dijo Enzo, el del cabestrillo—. ¡Agh! Esto no deja de picar.

Alexia no había estado segura de reconocerlo por la acotada visión que tenía de sus caras, pero cuando el niño habló con su irritante voz caprichosa, supo con seguridad que era él.

Los tenía al alcance de la mano, indefensos y, esta vez, sin público. No sabía qué debería hacer y, si lo pensaba en profundidad, tampoco tenía idea de por qué había ido hasta allí. Aún así, se encontró esperando a que ambos se durmieran. ¿Qué iba a hacer cuando sucediera? ¿Meterse por la ventana y hacerles cosquillas en los pies? ¿Romperle un brazo al niño sano para que no desentonara con su hermano? ¿O degollarlos a ambos sin darle la oportunidad de proferir ningún sonido? Inconscientemente sus dedos rozaron la empuñadura del cuchillo en su espalda. Podía hacerlo, solo tenía que esperar. Cerró la mano alrededor de la madera pulida y lo sacó de la cintura de su pantalón. Podía imaginarlo enterrándose en la garganta del niño atropellado. Podía imaginarlo desgarrando la piel del otro. Podía imaginar sus manos empuñándolo...

Un escalofrío le recorrió el cuerpo y la mano firme que sostenía el cuchillo, empezó a temblar. No, no podía hacerlo.

—Ese perro no se calla —refunfuñó uno de los niños.

—¡Oreo! ¡Cállate! —gritó su hermano.

Como el perro seguía ladrando saltó de la cama y fue hacia la ventana para hacerlo callar de nuevo. Se detuvo a medio camino cuando se encontró con la cara renegrida de Alexia y el cuchillo en su mano. El chico abrió mucho los ojos y apretó los dientes. Alexia estaba segura de haber tenido la misma expresión de sorpresa que él antes de apartarse de la ventana.

Mientras corría por el pasillo donde había entrado, ya sin preocuparse por la cautela, escuchó el llamado a gritos de los niños. No se detuvo a mirar atrás. Nunca había sido muy rápida y el peso de la bolsa la ralentizaba, por lo que le llevó una eternidad salir de ese pasillo. El pánico la alcanzó cuando le pareció oír una puerta abrirse y pasos a su espalda, pero siguió sin voltear y aceleró. El miedo al padre de esos niños le pesaba más que cualquier cosa, incluso la bolsa que llevaba en la espalda.

Corrió cuadras y cuadras con la sensación de que en cualquier momento alguien la alcanzaría y la derribaría. Había hecho medio camino hasta su casa, cuando tuvo que bajar la velocidad porque la respiración se le cortaba y las pantorrillas le ardían. Se apoyó en una pared para tranquilizarse y cuando se repuso siguió caminando. Las manos invisibles que la perseguían nunca la atraparon. 

Continue Reading

You'll Also Like

24.2K 2K 59
T/n una chica que odia el colegio más que a su propia vida, ella vive con su madre y hermano (Su-hyeok), ella estudia junto a su hermano algo que a e...
4.3K 284 52
Está es la continuación de secreto al fandom,está es otra cuenta ya que la otra la perdí,espero que les guste.
883 75 68
Y cada día, el bully y la víctima se hacían más cercanos. yoonmin :) historia no seria ‼️ lean la explicación pls ;)
16.3K 410 13
Bueno kbros, este va a ser el primer "libro" que voy a escribir, y tengo ganas de escribirlo sobre "consejos"o que les voy a dar a ustedes. Esto va a...