Cauterio #PGP2024

By XXmyfutureXX

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Alexia lucha por superar el fracaso y convertirse en una bruja cuando una muerte inesperada pone en peligro s... More

Sinopsis
Capítulo 1: Un cadáver sin ojos
Capítulo 2: Frustración
Capítulo 3: La desconocida del espejo
Capítulo 4: El Inked
Capítulo 5: Sin salida
Capítulo 6: La conspiración
Capítulo 7: Evocaciones
Capítulo 8: El grupo de investigación de Elisa
Capítulo 10: Los que esperan
Capítulo 11: Antepasados
Capítulo 12: Las pruebas en contra
Capítulo 13: El almuerzo
Capítulo 14: Amigos del pasado
Capítulo 15: El fracaso negro
Capítulo 16: Sospechosos
Capítulo 17: Nacyuss solo hace intercambios
Capítulo 18: Conversaciones espirituales
Capítulo 19: Los días felices
Capítulo 20: La moneda
Capítulo 21: La venganza
Capítulo 22: Peso muerto
Capítulo 23: Repercusiones
Capítulo 24: Lo que pudo haber sido y lo que es
Capítulo 25: Vi mi futuro y te vi a ti
Capítulo 26: Gatos
Capítulo 27: Asfixia
Capítulo 28: La confesión
Capítulo 29: El tercer subsuelo
Capítulo 30: Los tres caminos
Capítulo 31: Las memorias de Aradis
Capítulo 32: Aquello de lo que no se habla
Capítulo 33: Cacería
Capítulo 34: Lo que pasó ESE día
Capítulo 35: Invasores
Capítulo 36: La mano amiga
Capítulo 37: Decir adiós
Capítulo 38: Ceguera parcial
Capítulo 39: El juicio
Epílogo: La hoguera y la muerte

Capítulo 9: La advertencia

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By XXmyfutureXX


La visita de Colman al Inked no se hizo esperar. Había pasado religiosamente en frente de la tienda todos los días desde la reunión en el bar de Paco. Cada mañana dejaba su auto en la esquina e iba caminando hasta el Inked. No se molestaba en disimular que buscaba observar el interior del local a través de la vidriera. Cuando el brillo del vidrio le dificultaba la visión, se acercaba y usaba sus manos para hacer sombra, de manera que pudiera ver a Martina sentada sola en su escritorio. La chica le devolvía la mirada, y en más de una ocasión, estuvo a punto de llamar a Julia para que saliera a ver qué quería aquel hombre. Ciertamente lo hubiese hecho, si Colman permanecía un tiempo apostado allí, pero como en el Inked no estaba la persona a la que buscaba, se iba como los demás días. Hasta que llegó el viernes y a Colman no le hizo falta ni acercarse al vidrio para notar desde afuera la presencia de Alexia por la cabellera naranja que salía debajo de su gorro de lana.

Dentro del Inked, Martina le estaba contando a Alexia sobre lo bien que le hacía la terapia homeopática de la que le había comentado unas semanas antes. Ella hablaba y hablaba, y Alexia escuchaba pacientemente resistiéndose a matar sus ilusiones e informarle que la estaban estafando. Su cara debió de parecerle extraña a Martina porque detuvo su relato y le preguntó:

—¿Pasa algo?

—No, para nada —Alexia negó con la cabeza y se acomodó en su asiento.

—Como te decía, en una semana la piel se mejoró considerablemente...

—No entiendo por qué crees necesitar todas esas cosas —se decidió a decir Alexia—. Estás obsesionada con tu cara, pero no tienes nada extraño. Al contrario, te ves bien.

—¿Estás segura que no eres miope, querida? —le preguntó Martina con una sonrisa.

—Estas igual que siempre y pierdes el tiempo con todo eso que no sirve. Si el Círculo no fuese tan cerrado, te prestaría algún libro para que entiendas como son las cosas. Podría pedirle a Helena que te enseñe algo...

—¿Helena? ¿El personaje de tu cuadro? Ella no existe, ¿verdad?

Martina había conocido a Helena unos años antes y la vio un par de veces cuando ella visitó Mistrás en las vacaciones de verano. La intención de Alexia fue decirle que era una amiga de la universidad, pero Helena llegó y mezcló todas las cosas. «Podemos hablarle de todo, total no va a recordar nada después», dijo divertida. Acto seguido, procedió a actuar con toda naturalidad y hacer magia en su presencia como lo hacía dentro de la Academia. Por supuesto, Martina olvidó todo lo referente a ella, excepto el retrato a lápiz de Helena que Alexia había pintado ese mismo año y colgado en la pared del Inked. Martina lo veía todos los días, pero no tenía forma de establecer ninguna conexión entre la pintura y una persona real.

—Sí, solo es un invento mío —murmuró Alexia—. Olvida que la mencioné.

La orden fue inútil, porque ya antes de que la pronunciase, Martina había olvidado.

—¿Que olvide qué? —preguntó ella a tiempo que se levantaba e iba hasta el dispenser de agua.

Martina estaba llenándose un vaso, cuando se oyó abrirse la puerta. Alexia volteó, y ni bien lo hizo, se dio cuenta de que ya había visto aquella imagen desde el mismo ángulo. Era una visión que tenía olvidada, probablemente le había llegado en estado de duermevela y permanecido fuera de su conciencia hasta el momento de unirse con la realidad.

El hombre desconocido atravesó el umbral de la puerta. Era tan alto que podría haber tocado el techo del Inked con la mano sin la necesidad de estirarse. Estaba a contraluz, por lo que Alexia no pudo distinguir sus facciones con claridad hasta que lo tuvo más cerca. Los ojos negros e inexpresivos, la nariz grande y medio chueca, las arrugas al rededor de la boca de tanto sonreír, los labios finos torcidos en una mueca de disgusto y el flequillo bien peinado hacia un costado. Había visto esa cara cientos de veces, en la televisión y en la calle, mostrando sus dientes ultra blancos en una sonrisa estática. Su nombre se escribía en letras azules debajo del slogan «El cambio está en tus manos».

Alexia se levantó para hacerle frente; sin embargo, todo el valor que la reacción impulsiva le había dado, se extinguió cuando se vio empequeñecida y debilucha frente al gigante. Se refugió en el futuro para no desmoronarse de forma lamentable. Sabía que ese hombre no saludaría, sino que directamente diría: «Busco a la bruja»; que cuando Martina le preguntara quién era, él respondería «Jeremías Colman» con cierta sorpresa; y que a ella se le erizarían los vellos de los brazos al oír el apellido.

—Busco a la bruja.

—Yo soy la bruja, Colman. —Alexia habló al mismo tiempo que él. Por un segundo, había pensado que buscaba a Julia, pero los clientes de su tía no aparecían allí con semblante tan altivo y, por supuesto, no le hablarían de ese modo a Julia si no querían llevarse una maldición gratis.

Tomó a Colman por sorpresa y, aunque se esforzó por ocultarlo, hasta Martina se dio cuenta de ello.

—¿Tú quién eres? —le preguntó ella después de beber el último trago de agua de su vaso.

—Colman —se presentó sin sacarle los ojos de encima a Alexia—. Jeremías Colman. ¿Cómo lo sabías? —Esto último se lo preguntó sólo a Alexia.

—Adiviné. —Se encogió de hombros despreocupada— ¿Qué es lo que quieres?

Alexia se esforzó por evocar cómo seguiría dándose la conversación, pero le costaba hablar en el presente y concentrarse en el futuro al mismo tiempo.

—¿Eso no puedes adivinarlo? —inquirió Colman que había regresado a su actitud desafiante habitual luego del desconcierto.

—Para hacer preguntas sobre adivinación primero tienes que pagar. Si no vas a darme el dinero, mejor no me hagas perder el tiempo. —Amagó a sentarse de nuevo para seguir con el dibujo que hacía un rato había dejado a medias.

—No, yo jamás requeriría tus servicios. Vine por otra cosa. Tú lo sabes, ¿no? —preguntó, cuando Alexia comenzó a negar con la cabeza—. ¿No te acuerdas de lo que hiciste el viernes pasado?

Alexia sintió como se le empezaba a entrecortar la respiración y como la fachada de seguridad que había logrado recomponer estaba a punto de caer de nuevo.

—¿Quiéres un vaso de agua? —le ofreció Alexia pensando que unos tragos de la poción de Julia le harían perder el hilo de la conversación, cuando menos.

—¿Me crees tonto? No tomaría nada que me ofrecieras por más que me estuviera deshidratando. —Y después exigió—: Responde.

Alexia se tomó un segundo para pensar qué le convenía decir.

—Hice muchas cosas ese día, pero no lo que crees.

—Porque tú no intentaste matar a nadie.

—No. Ni siquiera... Él estaba bien vivo cuando se lo llevaron —dijo casi en tono de pregunta.

—Enzo tiene un brazo roto en tres partes. ¿Sabías eso?

Alexia negó con la cabeza.

—No, claro. Para tí no debe ser más que un cualquiera sin importancia, igual que todos nosotros. No tienes consideración ni por un niño. ¿Te pusiste a pensar en ello cuando intentaste matarlo? En que él tenía una vida más allá del día trágico en que se cruzó contigo. —Suspiró—. No voy a ponerme a contarte nada a ti, que poco te importa.

—Me encantaría que me contaras que lo que se le partió en tres fue la cabeza. —A Alexia le temblaban las manos—. Ojalá hubieses venido a traer tan buenas noticias.

Lo decía porque debía mantenerse fuerte y creía que hacer comentarios burlones cubrirían que por dentro se estaba desmoronando ante la mirada acusadora de Colman. En realidad, no se detuvo a pensar en cuánto le había gustado ver al chico tirado en la calle, lo poco que le habría importado en ese momento que se muriera, ni que nada cambiaba que el niño ahora tuviese un nombre. Lo único que sentía era como, a cada segundo que pasaba, se desinflaba y se volvía más y más chiquita. Necesitaba terminar con esa conversación, esconderse en su habitación y no regresar ningún otro viernes al mundo exterior.

—Eres la basura que esperaba encontrar —soltó Colman.

—Yo no tuve nada que ver. Fue un accidente, alguien más lo arrolló. El chico no miró al cruzar...

—Porque te estaba viendo a ti, porque te tenía miedo. —Colman avanzó un paso—. Los otros dos dijeron que los atacó una pelirroja loca que salió de este lugar. Eso es suficiente para asumir que fuiste tú.

—¿Te dijeron qué hicieron ellos?

—Son unos niños —los justificó y continuó con su discurso—: Toda la ciudad sabe que este es un nido de brujas. Cosas horribles le han sucedido a la gente porque ustedes están aquí, por años, antes de que tú nacieras. Estamos cansados.

—Yo no tengo la culpa de nada de eso.

—Pero tú eres lo mismo que todas las demás. —La miró de arriba a abajo y arrugó la nariz—. Con solo mirarte uno se da cuenta. Tú y la otra son la última reminiscencia del cáncer que tú familia representó para esta Mistrás.

Colman avanzó otro paso lo que obligó a Alexia a retroceder hasta chocar con la mesa para mantener la distancia.

—Tú no viniste hasta aquí para hablarme de la historia de mi familia. ¿Qué es lo que quieres?

—Que dejes de molestar. Tú y todas las mierdas como tú. Quiero... queremos, todos, que desaparezcas. Vete de aquí y deja de fastidiarnos.

—¿Quién te crees tú para pedirme eso?

—Yo soy quien va a dirigir esta ciudad en breve. Estoy comenzando a limpiarla...

—¿De qué estás hablando? —inquirió Alexia que, como vivía en una burbuja en relación a cualquier cuestión local, comenzaba a sospechar que ese loquito podía tener mucha más influencia de la que se había imaginado.

—...Esfúmate, metete debajo de una piedra, mátate, me da igual. Pero no te acerques a nadie más o vamos a ir a buscarte y vamos a hacer que lo lamentes...

Alexia cortó el discurso de Colman con una carcajada que pretendía ser burlona pero que se oyó más bien como una risa nerviosa.

—¿Que lo lamente? Te ves tan amenazador pero suenas ridículo.

Colman salvó la distancia que lo separaba de Alexia. De un zarpazo le sacó el gorro y lo tiró sobre el escritorio donde apoyó una de sus manazas con un fuerte golpe. Alexia, que ya no se reía, buscó con la mirada a Martina a través del hueco que quedaba entre el brazo y el cuerpo de Colman. Cuando logró cruzar miradas con ella y la chica vio su rostro suplicante, no dudó en ir a buscar a Julia en la otra habitación.

—¿Cómo se te ocurre hablarme así a mí? —estalló Colman.

Tenía la cara tan cerca de Alexia que, cuando habló, unas gotitas de saliva salieron volando de su boca y fueron a parar a la frente de la chica.

—Aléjate o haré que te tragues la lengua y después te coseré la boca.

—Si supieras hacer eso, no me amenazarías, lo harías. He visto las formas en que otras pueden matar. Tú, aparte de ser tonta, estás verde.

Colman esperó unos segundos para ver si Alexia se decidía a atacarlo. Ella permaneció inmóvil y en silencio, no había advertencia alguna que pudiera servir.

—Lo suponía. Eres igual de insignificante que la puta de tu mamita.

Por puro impulso, Alexia le tiró un puñetazo que hubiese dado en la nariz de Colman, de no ser porque él la interceptó justo antes de que llegara a su cara. Cerró su mano sobre el puño de Alexia y lo aplastó. Ella se retorció para que la soltara, pero no lo logró.

Su intento por lastimarlo había sido estúpido, no podía hacer nada contra él. No tenía la fuerza necesaria para entrar en una pelea física, ni el conocimiento para sacárselo de encima con magia. Una vez más se veía ahogada en la impotencia por ser insuficiente.

—Suéltame —imploró Alexia cuando ya no aguantó más la presión sobre sus articulaciones.

Y Colman la soltó. Sus dedos se fueron estirando uno por uno y su mano permaneció alzada frente a su cara de espanto. Acto seguido salió volando, como si alguien lo hubiese empujado y dio de lleno en el vidrio del escaparate, rebotó en él y cayó al piso despatarrado.

Parada en el otro extremo de la tienda estaba Julia, tan fría e impertérrita como nunca, con su rostro calculador medio tapado por sus cabellos negros. Por primera vez en la vida, Alexia se alegró de tenerla a su lado.

Julia solo le sacó los ojos de encima a Colman cuando se agachó para juntar el muñeco vudú que había usado contra él y se lo guardó en el bolsillo.

—¿Estás bien? —preguntó Martina e hizo un intento de avanzar hacia Colman pero Julia se lo impidió agarrandola del brazo.

—Tú te quedas aquí.

—Vas a romper el vidrio —le reclamó Alexia a su tía mientras agitaba su mano para que se le pasara el dolor.

—Cierra el pico —ordenó y luego se dirigió a Colman—. Te doy cinco segundos para desaparecer de mi vista y no regresar nunca más, o no te quedará ninguna duda de que las peores historias que te contaron sobre mí son ciertas.

Colman se levantó con dificultad. No estaba lastimado ni nada, pero a Alexia le pareció que le costaba manejar sus extremidades excesivamente largas. Cuando levantó la cabeza, su rostro estaba cruzado por el miedo. No volteó a mirar a Julia, como si creyese que el mero contacto visual con ella lo fuera a reducir a cenizas.

—Uno —dijo Julia con voz monótona—, dos, tres...

—Esta es la advertencia —le dijo Colman a Alexia—, le sigue el escarmiento.

—Cuatro. —Julia elevó la voz—. Déjate de estupideces. Nadie aquí te tiene miedo.

Antes de que Julia dijese cinco, Colman había cruzado la puerta y salido a la calle. Las brujas lo observaron volverse a mirarlas, con su expresión intranquila, a través del vidrio. Y por fin Colman emprendió su camino de vuelta a su auto, donde lo esperaban sus amigos.

—Ves, estas cosas pasan si no los espantas lo suficiente como para que el miedo sofoque la saña.

—¿Me pides que le dé un susto de niños o que los aplaste?

—Algo en el medio. No leíste el libro que te di.

—Sí...

—No era una pregunta. No lo leíste, sino sabrías que no se trata de «sustos para niños». Ese tipo va a regresar de alguna forma, así que por una vez en tu vida, no seas como tu madre y hazles saber que tú eres superior a todos ellos.

Julia no se quedó a oír si Alexia tenía algo para decir. Fue de vuelta hacia su oficina.

—Está bien. Pero, ¿me prestas también uno de tus muñecos? —le pidió Alexia.

—No —dijo y cerró la puerta tras de sí.

Cuando su tía se fue, Alexia se sentó en su lugar de nuevo. Antes de volver a trabajar le preguntó a Martina:

—¿Tienes alguna forma de averiguar dónde viven los tres chicos que ensuciaron mi vidriera?

El libro que le dio Julia estaba esperándola en su cómoda cuando regresó a la casa, entre el maquillaje, que llevaba tirado allí una eternidad, y un osito de peluche lleno de polvo. Alexia acarreaba la urgencia de emprender algo y el total desánimo por hacer cualquier cosa más allá de respirar. La presencia del libro no iba a dejarla en paz, así que lo agarró y se tiró en la cama. Empezó con la Introducción, la juzgó inútil y la saltó; se aburrió en el Capítulo 1 y lo dejó por la mitad; lo hojeó buscando las ilustraciones; lo cerró. Lo abrió en una página al azar, leyó hasta que recordó que twitter existía y decidió tomarse un descanso, solo por cinco minutos.

Una hora después, cuando ya no quedaban memes por ver, tiró su teléfono en la mesita de luz y cerró los ojos. Con suerte se dormiría y olvidaría que tenía cosas que hacer. Esperaba sumirse en la nada, pero en su cabeza encontró más que eso. De repente veía una figura alta y negra que se mezclaba con la oscuridad de la noche. Hubiese creído que no era más que un simple árbol, de no ser por el par de ojos brillantes que la miraban desde arriba. Podía sentir su respiración agitada y una sensación de triunfo desconocida para ella. La quemazón repentina en la pierna la trajo de vuelta al presente, y así como había aparecido, desapareció.

Agarró el libro de nuevo y viajó entre sus páginas hasta que encontró el ser de su visión dibujado con trazos temblorosos y descuidados de tinta negra. El título rezaba: «Entidad de tipo seis», y lo seguían párrafos eternos. Dobló la esquina de la página del dibujo. Ya era lo suficientemente tarde como para que todos estuviesen durmiendo, así que cerró el libro y atravesó el espejo.

Helena dio un respingo al verla aparecer. Cerró el cajón antes de tragarse una pastilla.

—¿Qué es eso? ¿Estás enferma? —le preguntó Alexia.

—Las cosas han empeorado desde que te fuiste. Necesito estar despierta, tengo examen con Paula en treinta horas y todavía me falta meter todo este libro en mi cabeza.

—¿Cuánto hace que no duermes?

—Lo suficiente como para aprobar.

—Déjalo y copiale a alguien —sugirió Alexia mientras se golpeaba la sien—. Quisiera tener las ventajas de tus poderes.

—Quédate con los tuyos —suspiró—. Lo mío es un martirio.

Alexia dejó el libro sobre el escritorio, se acercó a abrazarla y Helena dejó descansar la cabeza en su hombro. El cabello de la chica le hizo cosquillas en la nariz.

—He intentado —dijo Helena—. Estuve todo este tiempo dando vueltas entre las mismas seis personas y ahora la casa está llena de brujas que me aturden y tengo que estudiar esa porquería inservible y-y... —Su voz se quebró y empezó a llorar.

—Y, a pesar de todo eso, nos vamos a morir —completó Alexia. Podría haberle dicho que tenía que calmarse o que había oportunidad de que se tomara un tiempo afuera. Todo sería mentira.

La mano de Helena que tenía sobre su hombro se enroscó en un mechón de su pelo y lo apretó con fuerza. Alexia creyó que iba a tirar de él, pero solamente lo aplastó. Helena suspiró y la empujó para separarse.

—No me digas eso. No quiero volver a escucharlo.

—Lena, tienes miedo.

—¿De qué? No. Este momento va a pasar y voy a...

—Yo tengo miedo. Miedo hasta de tener esperanzas y que el resultado sea el mismo de siempre.

Helena levantó una mano en señal de que se callara, pero Alexia continuo:

—Es muy probable que suceda, hay que ser realistas y admitirlo.

—Pero quizás tengamos una posibilidad si la buscamos, en lugar se ahogarnos en los pensamientos negativos. —Helena se masajeó las sienes—. La tendremos, estoy segura que la tendremos. Solo tengo que pensar más. Tiene que haber un hilo suelto. No puede ser el asesinato perfecto.

Alexia negó con la cabeza. Se estaba arrepintiendo de haberle contado lo que iba a pasar.

—¿Estás segura de que no quieres escapar?

—No puedo —Helena parecía molesta—. No tengo donde ir si no es el Círculo y lo sabes. No sé por qué insistes con eso.

—Te lo digo porque quiero verte bien. Bueno... en realidad ya no te vería, pero prefiero no verte más por el resto de mi vida y saber que estás bien, a que enloquezcas de a poco encerrada aquí y que después nos maten a las dos.

—Alix. —Helena volvió a abrazarla y le acarició el pelo de la nuca mientras hablaba—. No quiero que las cosas sean así. No puedo dejarte, ni dejar a mis padres ni a los demás del Círculo. Son mi familia... Eres mi familia. ¿Qué soy yo sin ustedes? —Se aferró más fuerte a ella—. Es por eso que tengo que seguir.

«El maldito Círculo», pensó Alexia. Estaba tan arraigado en Helena que anulaba todo su instinto de supervivencia. ¿Hasta dónde llegaría Helena por cumplir con los mandatos del Círculo? Así como existían brujas que odiaban a Bina, Alexia conocía otras tantas que hubiesen hecho cualquier cosa que ella les pidiera. Si Bina se hubiese despertado un día con la noticia de que el mejor rumbo que podría tomar el Círculo sería el suicidio masivo de todos sus miembros y les hubiese ofrecido cantarella a montones junto con la promesa de la trascendencia a otro plano, más de uno la hubiese seguido hacia el ataúd, no tenía dudas. La pregunta era: ¿sería Helena una de esas personas? ¿Tan poco valdría su vida como para tomar el veneno? ¿Se dejaría morir con los otros, o su inteligencia le permitiría soportar estar sola en el mundo, pero al menos, con vida? Esas idea le rondaban por la cabeza a Alexia hacía ya mucho tiempo.

Si tan solo supiera cómo sacarle el Círculo de adentro, separarlos uno del otro, quizás ella la escucharía.

—¿Te quedarás esta noche?

La pregunta pilló a Alexia desprevenida.

—Dijiste que debías estudiar...

—Sí, qué sé yo. No quiero estar sola. Quédate y hazme compañía mientras leo, como en los viejos tiempos.

Alexia sonrió.

—Está bien. Ya estaba extrañando mi cama aquí.

—Ya no es tu cama. Ahora es el sillón de Chiara cada vez que está mortalmente aburrida y viene a verme.

—¡Agh! Podrías haberle dado un mejor uso. ¿Esa te molesta seguido?

—Ey, es mi mejor amiga.

Alexia enarcó las cejas.

—Un par de veces a la semana —confesó Helena—. Y se quedaba hasta tarde. Ahora la echo antes de las nueve, por si acaso aparezcas por aquí.

—¿Me esperas? —Mientras hablaba se le dibujó una sonrisa.

—A veces. Pero solo vienes cuando necesitas algo. —Helena señaló con la cabeza el libro que Alexia había dejado sobre la cama.

—¿Cómo...?

—Intuición. —Helena se levantó y tomó el libro. Ni siquiera lo abrió, bastó con que leyera la portada para alarmarse—. No, no, no —dijo—. ¿Qué planeas hacer con esto?

—Evocar. ¿No es obvio?

—Ni siquiera yo podría hacer algo de esto si lo quisiera.

—Ambas sabemos que es mentira. Solo lo estás diciendo para no ayudarme.

—Vas a arruinarlo todo y vas a conseguir que nos encierren, o peor, que nos quemen más rápido. No puedo ayudarte con esto.

—¿Ah?

—No puedes usar una evocación para que tuerza el juicio a nuestro favor.

—En ningún momento pensé hacer eso. Tengo otros problemas también. Aunque ahora que lo pienso, no me parece mala idea matar dos pájaros de un tiro.

—Ni lo sueñes. —Comenzó a hojear el libro de atrás hacia adelante—. ¿Para qué ibas a usarlo?

Alexia se tomó un segundo para pensar, pero le costó encontrar una mentira que Helena aprobara.

—Julia quiere que... haga algo. Estuvo cerca de descubrir que he venido aquí y ahora estoy metida en este lío de las evocaciones. Por favor no sigas preguntando...

—¿Cómo es que permitiste eso? —le reprochó Helena, y Alexia creyó que le daría con el libro por la cabeza.

—Lo bueno es que ahora puedo venir las veces que quiera y ella no se preocupará.

Helena entrecerró los ojos y negó con la cabeza.

—No es para nada gracioso. —Pasó las páginas con rapidez y se detuvo casi al principio del libro—. Yo usaría una entidad de tipo siete o seis y bajo ninguna circunstancia una de tipo cuatro o menos. Podrían servir para detener a las entidades menores si cometes algún error y alguna de estas cosas intenta matarte. —Despegó los ojos del libro y miró fijamente a Alexia—. Trata de no hacer que te maten, ¿si?

—Lo voy a tener presente.

—Elígelo según la finalidad que sea que tengas. El resto es seguir las indicaciones al pie de la letra...

—Como siempre.

—...o te saldrá mal.

—Como siempre.

Helena rio.

—Creo que puedo lograrlo con éxito.

—Qué bien —comentó Helena, que se alegraba más de que Alexia confiara en sí misma que de que vaya a hacer una evocación—. Puedo conseguirte algunos de los ingredientes que piden en el almacén de la Academia

—En casa hay muchas cosas, no te preocupes.

—Prométeme que vas a tener mucho cuidado con lo que le pidas a la entidad.

—Prometido.


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