Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]

By srtaflequis

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«Nosotros Nunca» ya está disponible en PAPEL y puede ser vuestro 💫 esto es una primera versión de la histori... More

Nota de autora
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El monstruo de las pesadillas (1)
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4
El monstruo de las pesadillas (2)
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6
El monstruo de las pesadillas (3)
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8
El monstruo de las pesadillas (4)
9
10
El monstruo de las pesadillas (5)
11
12
El monstruo de las pesadillas (6)
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El monstruo de las pesadillas (7)
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El monstruo de las pesadillas (8)
17
17. 1
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El monstruo de las pesadillas (9)
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El monstruo de las pesadillas (10)
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El monstruo de las pesadillas (11)
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El monstruo de las pesadillas (12)
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El monstruo de las pesadillas (13)
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El monstruo de las pesadillas (14)
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FINAL

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By srtaflequis

Dylan.

Me gustaría decir que no les he echado de menos, pero mentiría. Sólo por esto, las risas, esas que se vuelven heridas en el momento en el que Ulises, uno de los gemelos Jones, saca una bolsa de cocaína en el baño del bar en el que llevamos dos horas y arma una raya de polvos blancos sobre el lavabo. Nick le observa con ansia. Se frota las manos con nerviosismo y se relame los labios, mientras enrolla un billete haciendo un tubo con él.

Ulises se agacha y a la que va a esnifar me mira, sonríe y por cortesía pregunta:

—¿Quieres probar, Brooks?

Tres palabras son suficientes para recordar la noche en la que me alejé de todos ellos. Las bolsas llenas de pastillas. Los polvos blancos. La marihuana. Los litros y litros infinitos de alcohol. El miedo. La rabia. El dolor. La pena.

Enfrente de mí tengo a mis amigos, pero no los reconozco. Entonces sé que ya no son mis amigos, por lo menos no los que conocí. Me quema el pecho. Tengo los oídos taponados. Ni siquiera escucho la música del garito. Y todo se vuelve negro. El ambiente me envuelve y la cabeza me explota. No puedo presenciar esto. No quiero ser cómplice de la muerte en vida de las personas que quise.

De un zarpazo tiro al suelo las dos rayas de cocaína que hay sobre el lavabo. Había.

Rápidamente meto las manos en el grifo y salgo del baño ignorando los gritos de esa panda de mononeuronales. Me voy del bar sin pagar mi última copa. Los camareros gritan. En la calle, justo en la entrada, siento cómo alguien tira del cuello de mi camiseta y me estampa contra la pared de ladrillo del edificio. En cuestión de segundos una mano aprieta mi cuello con fuerza.

—¿Pero que...? —enfoco la vista y veo a Nick bufando en frente de mí, hecho una furia—. ¡Pégame! ¡Vamos, pégame! ¡Lo estás deseando!

—¡Pues sí! ¡Te mataría, Brooks! —grita. Y me suelta, después de permanecer unos segundos en el aire—. ¿Sabes lo que has hecho? ¡Era lo último! ¡No tenemos nada más! ¡Por tu culpa, joder!

—¿Te estás escuchando? Me quieres matar por una puta raya de cocaína, Nick —mascullo. Me froto la cara y me echo el pelo hacia atrás—. Necesitas ayuda —miro a los demás y niego con la cabeza—. No estáis bien, ninguno.

—Eh, a mí no me mires así. Estoy perfectamente —dice Pelirrojo, con los ojos rojos de fumar marihuana.

—Cállate, tío —Ulises le da un golpetazo en el brazo. Se acerca hasta mí y repite la misma respiración profunda hasta en tres ocasiones. Como si necesitara calmarse. Como si estuviera reprimiendo sus emociones, esas que le dicen que debe pegarme. Acabar conmigo. Algo así como lo que está haciendo la droga con él—. Esto no se va a acabar aquí. Nos debes una.

El ambiente se vuelve cargado, tenso, imposible de respirar. Un silencio ensordecedor se adueña de la situación. Mi rostro va evolucionando a medida que los segundos corren en el tiempo.

—¿Estás de coña?

—No.

—¿A quién le debéis dinero?

—Promete que no te enfadarás —dice Nick.

Tiene que estar de broma.

—¡Hace dos minutos estabas a punto de pegarme! ¡Di lo que sea que tengas que decir de una puta vez y déjate de tonterías!

—Al padre de tu novia —se adelanta Ulises, con rostro serio—. Bueno, no sé si a él. Pero sí a la organización criminal en la que está involucrado —se saca un papel del bolsillo y me lo tiende. No me salen las palabras. En el papel, hay dos frases amenazantes hechas con recortes de revista, como si esto fuera una jodida película de ciencia ficción. De la presión dejo escapar una carcajada—. No tiene ni puta gracia, Dylan.

Me gustaría afirmar que me da igual, pero duele. Casi tanto como la primera vez que me fallaron. Casi tanto como todas las veces que he decidido volver a confiar en ellos. Incluida esta.

Me esfuerzo. Los miro. Una y otra vez. Joder. No sé quiénes son. Y no sé qué me produce más miedo, si que ellos no sean las mismas personas o que yo ya no sea el niño bueno que por no estar solo estaba por cualquiera.

Río con sarcasmo. No parece que les haga la misma gracia que a mí.

—Por esto querías que viniera ¿No? No os importo yo, nunca lo he hecho. Tonto de mí que hayan tenido que pasar tantos años para darme cuenta del tipo de escoria que estáis hechos —me paso la mano por la cara, no puedo dejar de hacerlo. Se ha convertido en un acto reflejo de mi ansiedad—. ¡Habérmelo dicho antes! ¡Vosotros hubierais ganado tiempo y yo no lo hubiera perdido!

—¿Nos hubieras dado cincuenta mil dólares? —pregunta Pelirrojo, sorprendido. Casi agradecido. Viene a darme un abrazo, pero me aparto. Abro los ojos, no pestañeo—. Bueno, tampoco es para que pongas esa cara...

—¿Os habéis vuelto locos?

Nick me pone una mano en el hombro.

—Seguro que tu novia puede hacer algo. Es su padre.

En un movimiento rápido le cojo por la mandíbula y ejerzo fuerza. Sus mejillas se deforman.

—No te vuelvas a referir a él de esa forma —mascullo. Le suelto y se acaricia la cara con gesto de dolor. No me voy a disculpar, no se lo merece—. ¿Cómo demonios llegasteis a él?

—En Europa nos hablaron de él. No sabíamos que era el padre de tu novia, nos enteramos con el tiempo, cuando quedamos con él para hacerle entrega de uno de los pagos y... joder, Dylan, ese tipo lo tenía todo controlado. Nos pinchó los teléfonos. En cuestión de segundos tenía todo tipo de información de nosotros y nuestras familias. Y de ti.

—¿De mí?

—Sí.

Algo cortocircuita en mi cabeza. Abro la boca para decir algo, pero la cierro al instante. Todo me da vueltas. No sé cómo he llegado hasta el suelo, pero he dejado de ver con claridad hace unos segundos. Me duele la cabeza. No sé si me he golpeado con algo. No sé nada. Sólo sé que ella no se puede enterar.

—Ulises —digo, con un hilo de voz desde el suelo. Él permanece en cuclillas a mi lado—, dime por favor que no me acabas de involucrar en una jodida encerrona.

Por lo poco que veo, Ulises traga saliva con dificultad y me mantiene la mirada.

—Lo siento, tío.

—¿Qué cojones has hecho, Jones?

—Lo sabía todo de ti, Dylan. Te lo he dicho. Nos dijo que nos perdonaría la cantidad que le debíamos sí te llevábamos hasta él.

—¡Somos amigos! —grito.

—No puedo fallar una vez más a mi padre, Brooks. Ni a mi hermano. Ni a mi madre. Tampoco a Sol. Todos ellos confían en mí. Creen que estoy en Italia desintoxicándome, no en Nueva York esnifando cocaína y vendiendo a mi amigo por no tener dinero con el que pagar mis vicios.

Cierro los ojos con fuerza y me levanto del suelo impulsando mi cuerpo con una mano. Los que decían ser mis amigos me miran con cautela. No sé qué se les estará pasando por la cabeza en estos momentos, pero yo trato de combatir las ganas de torturarlos con las de llorar. Camino hasta Ulises y pego mi frente a la suya. Gruño. Resoplo y le pego un empujón.

—Llévame hasta ese hijo de puta —mascullo.

Ulises me observa ojiplático. Abre la boca y le veo tragar grueso.

—¿Qué? ¿Pensabas que me iría corriendo?

—Sí. Es por eso mismo por lo que te lo he dicho. ¡Tenía la esperanza de que no fueras un gilipollas, Brooks! —se frota la cara con desesperación. Nick se encara con él, incluso le empuja por los hombros con fuerza—. ¡Vete a casa, joder! Tienes a tu novia allí, esperándote y tú quieres... ¡Ni de coña! Te vendí, claro que lo hice. Y me arrepiento, como nadie. Pero no puedo hacerlo.

—¿Qué cojones estás diciendo? —inquiere Nick—. Ya hablamos sobre esto. ¡Lo haríamos, pasara lo que pasara!

—Cállate —masculla Ulises.

—¿Qué? ¡No me voy a callar! Nos matarán por tu culpa —me señala, con odio.

—¡He dicho que te calles! —grita. Alarga el brazo con el puño cerrado y lo impacta en su nariz. Nick cae al suelo. Su camiseta, hasta este momento blanca, está manchada de sangre.

Pelirrojo, apoyado sobre la pared los observa con indiferencia.

—Llama a quién tengas que llamar. Dylan Brooks nunca ha sido un cobarde. Ulises, ve a mi casa Quédate en la puerta y vigila la zona —le digo. Ulises intenta decir algo, pero niego con la cabeza. La decisión está tomada. Por ella. Por mí. Por mi gente. Miro a Pelirrojo—. Déjame las llaves de tu coche y quédate aquí, quietecito. Estás lo suficientemente fumado como para decir una gilipollez que consiga que acabemos con una bala entre ceja y ceja —sin rechistar, me lanza el mando del coche—. Tú vendrás conmigo, Nick. Así, si me pasa algo vivirás el resto de tu vida con la conciencia manchada de sangre. Recordarás para el resto de tus días el poco valor que le diste a la palabra amistad.

—Lo siento —murmura Ulises, antes de entrar al coche. Le agarro por el brazo y acerco la boca a su oído.

—No quiero tus putas disculpas. Sólo haz que tu hermano me perdone.

—No puedo prometerte nada, Dylan. Sabes cómo es Eneko. Para él eras como un hermano y te acostaste con su novia.

—¿Te recuerdo quién me pidió por favor que me acostara con ella, Ulises? Tu hermano estaba colado hasta los huesos de Sol, le hice un jodido favor. Por ti. Porque querías verle feliz. Me comí la mierda que tú esparciste, tal y como está pasando hoy —monto en el coche, cierro la puerta y bajo la ventanilla. Sin mirarle, con el motor en marcha añado—: haz el favor y acepta el trato. Deja de intentar dar más pena de la necesaria, conmigo ya no funciona.

Bajo la ventanilla del asiento del copiloto, ocupado por Nick y este pone música en la radio. Comienza a sonar una canción de rock. Nos pasamos el trayecto en coche en silencio, para lo único que hablamos, y sólo lo hace él, es con el fin de atajar carreteras y caminos para llegar lo antes posible al lugar en el que ha quedado con Axel. Cuánto antes lleguemos, antes nos iremos y antes estaré con ella, abrazándola en la misma cama en la que tantas noches he llorado a la primera mujer que me rompió el corazón.

Cada edificio de esta ciudad me recuerda a mi madre. Me pregunto si a ella le pasará lo mismo, si, cuando visita la ciudad se acuerda de mí, de su hijo, de lo que vivimos juntos. Al pasar por delante de la comisaría de policía me quedo mirando la entrada, pierdo la noción del espacio tiempo y doy un frenazo. Nick grita alarmado.

Todavía puedo vernos, como si fuera real, como si fuera ayer. A mi padre. A mí. En esas mañanas en las que le acompañaba a su trabajo, en las que me sentía policía por un día, en las que soñaba con hacer todo eso que él hacía, fuera lo que fuese. Me arrepiento tanto. Tendría que haberle dicho lo orgulloso que estaba de él cuando pude. Cuando todavía no había ni rastro del rencor que sentí por ocultarme que no compartimos el mismo ADN. Es ahora cuando de él solo me quedan los recuerdos cuando entiendo que los «te quiero» son las dos únicas palabras que sólo tienen sentido en vida, nunca después de la muerte. 

De nuevo, arranco el coche y conduzco en silencio.

—Es por allí —indica Nick, señalando el desvío a mano izquierda. Giro el volante—. ¿No piensas decir nada?

—No.

—Eso es algo —dice. Lo fulmino con la mirada.

☾☾☾⋆☽☽☽

—¿Qué haces tú aquí? —espeto, con desprecio. Agus permanece inmóvil, con las manos en los bolsillos de la chaqueta y el rostro serio. Me fijo en el bulto de uno de los bolsillos. He visto demasiadas películas para saber que esto nunca termina bien—. ¿Y Axel?

—¿En serio, Dylan? ¿Pretendías enfrentarte a un puto psicópata a pecho descubierto? —niega con la cabeza, mientras ríe con aires sarcásticos. Frunzo el ceño y aprieto el puño. Baja la mirada hasta el final de mi brazo, dónde visualiza el puño americano que cubre mis dedos—. Veo que Nueva York te hace reencontrarte con tu verdadero yo.

—¿Dónde está Axel?

—Deja de hacer preguntas absurdas y escucha atentamente lo que te voy a decir —avanza dos pasos hacia nosotros, pero se detiene cuando me pongo en guardia, dispuesto a atacar. Asiente con la cabeza—. Aléjate de ella, Dylan.

La frase ataca mi vulnerabilidad y mis brazos caen a ambos lados de mi cuerpo por su propio peso. Nick me mira con el ceño fruncido y se acerca a asegurarse que estoy bien. Agus no se inmuta.

—Siempre ha sido así ¿verdad? Desde el principio. Siempre has sido un puto impostor. Un lobo con piel de cordero —me echo el pelo hacia atrás y dejo las dos manos sobre mi cabeza—. Lo tenías todo planeado, desde el principio ¿no es así? Desde el puto mismo día que me pediste que te ayudara con la mudanza. Dejaste a la vista las fotos con mi madre porque sabías que las encontraría, me enfadaría y verías la versión más oscura de mí. Y ahí entraría tu complejo de salvador del mundo ¿verdad? Enseñarme los libros de aquella escritora conocida... ¡Fue un puto regalo caído del cielo que su protagonista se llamara como yo! ¡Una casualidad convertida en bendición!

—Baja la voz, es tarde —masculla.

—Sabías que me obsesionaría con la historia que contaban esos libros. Que me enamoraría de ella, de la forma que tenía de ver el amor, la vida y el dolor —musito, ahogando las lágrimas. Nick me pone la mano en el hombro, pero le aparto con rabia—. De ahí tu interés porque no estuviéramos juntos. Sabías que prohibiendo a dos jóvenes con ganas de vivir el derecho de enamorarse los estarías incitando a saltarse las normas. Por eso cargarte el grupo, la película y nuestros sueños desde la confianza, desde la amistad. Por eso Lily y no Zack, Cat o Aron. Ella tenía suficiente mierda en su vida como para sentir pena por la de los demás. Sabías que era la única capaz de traicionarnos, porque fue la única que te contó su problema. De los demás nunca supiste nada ¡Nunca quisiste saber nada! ¡Sólo te importaba tu propio culo!

—Dylan, baja la voz. No te lo pienso repetir otra vez —brama, furioso. El bulto del bolsillo de su chaqueta se vuelve más prominente. Evito mirarlo, no quiero que sospeche.

—¿O qué? —le reto. Reduzco la distancia entre nuestros cuerpos y me detengo a escasos centímetros de él—. Dime ¿Qué me vas a hacer si no bajo la voz, papá?

Todo sucede muy deprisa. En un movimiento casi fugaz saca la mano del bolsillo y me pega con el canto de una pistola en la ceja. Giro la cabeza del impacto y Nick grita asustado. Gruño, envenenado por la rabia que me produce tener a una persona así delante. Agus respira agitado y vuelve a guardar la pipa en el bolsillo del que la ha sacado. No deja de mirarme la ceja. Y yo no estoy por la labor de limpiar el río de sangre que se desliza por mi cara como si de una cascada se tratara.

Quiero que lo vea y lo recuerde para siempre. Quizás, viendo que la persona que lleva su mismo ADN, ahora sí, es de carne y hueso. Sangra si le pinchan. Quizás así entienda que en vida todos somos valientes, pero que de la muerte no hay nadie que nos proteja. Que Rick, mi verdadero padre, se fue siendo sangre, pero que él, el día que se marche solo será polvo y cenizas.

—Lo diste todo por perdido ¿verdad? Hubo un punto de esta historia en el que tiraste la toalla. Y la suerte te volvió a sonreír, una vez más. Visteis el cielo abierto cuando una panda de adictos se acercó hasta vosotros en busca de una dosis con la que matar el mono y al saber de ellos descubristeis quiénes eran. Lo reconozco, sois igual de astutos que de hijos de puta —relamo de mis labios el afluente de sangre que llega hasta mi boca—. ¿Qué es lo que lleváis buscando todo este tiempo?

—¿Ni siquiera me vas a preguntar cómo conocí a Axel?

—Sí, claro —ironizo—. ¿Por qué no nos vamos a tomar una copa mientras me cuentas cómo te aliaste con la persona que quiere ver muerta a mi novia? ¡Quizás me enganche a la historia y decida escribir un libro!

Agus expulsa todo el aire de sus pulmones y me aparta la mirada. Saca una petaca de metal del otro bolsillo de su chaqueta y se la acerca a los labios. Nos ofrece. Veo a Nick dudar, pero es suficiente una mirada para que lo rechace.

—Fue tu madre quién me habló por primera vez de él. Su caso le atraía. Actuar de parte de la justicia. Acabar con el tráfico de armas, drogas y mujeres que se traía entre manos a niveles internacionales. Acabar con él empezaba por darle un nuevo comienzo a su hija. No tardamos en enterarnos que tenía denuncias por malos tratos. Fue cuestión de indagar.

—¿Ella lo sabe?

—¿Quién? ¿Tu madre?

—Sí. ¿Sabe que estás del lado de un...

—Ella es la persona que me ha mandado aquí, Dylan.

Creo que no puedo respirar. Me quedo mirándole con la mirada fija en sus ojos, que me observan con indiferencia. Me duele tener su figura en mi campo de visión, sólo me hace recordar lo tonto que he sido al confiar en él.

Ladeo la cabeza y me alejo unos metros para coger aire. Ahí está ella. En el coche, mirándonos. ¿Cómo no me he dado cuenta antes? ¿Cómo he podido volver a caer en su trampa? Ella. La primera mujer que me rompió el corazón tiene el poder de romperlo otra vez. De la forma más devastadora de todas.

—¿Nos podemos ir ya? —pregunta Nick—. Hemos traído a Dylan, es lo que nos pedisteis. Ya está ¿No? No más deudas, no más amenazas...

Agus lo fulmina con la mirada.

—Dylan, no lo hagas más difícil —dice este último.

—Lo dice el mismo tipo que me ha reventado la ceja con una pistola. Dime ¿Para qué la llevas encima? ¿Eres la persona que dices ser? O... ¿Tan sólo eres un policía corrupto con sed de dinero capaz de matar a su hijo porque su mujer salga en todas las noticias del país como una jodida superheroína?

Agus no responde.

—¿Cuánto os dan si conseguís meterle en la cárcel? —río sarcástico—. Mejor dicho ¿A cuánto os está pagando él vuestro silencio? Porque imagino que un mafioso de sus características no sabrá que tú y tu mujer sois dos infiltrados en ambos bandos ¿No? Pasarían cosas taaaaan malas si llegara esta información a sus oídos...

El hombre que dice compartir ADN conmigo frunce el ceño y entrecierra los ojos. No sé si cree estar en una película de vaqueros, pero no se le da nada mal. Tal es la comparativa que alcanzo a ver un movimiento extraño en el bolsillo de su chaqueta, en el que guarda la pistola. El bulto que sobresale intuyo que es la boca de esta. Si aprieta ese gatillo, estoy muerto. Literalmente.

—Aléjate de ella, Dylan —dice.

—No.

—Su testimonio en el próximo juicio es crucial para la investigación.

—¿Qué insinúas? No estarás pretendiendo que arroje a mi novia a la boca del lobo después de todo ¿verdad? Porque tú no eres así ¿No, papá?

—Tiene que volver a Madrid. Es la única que puede acabar con su padre.

—Tiene gracia, porque tú eres el único que podría acabar con su hijo —dejo los ojos fijos en el bolsillo de la chaqueta. Me froto la mandíbula con indecisión y vuelvo a caminar hasta él—. Por encima de mi cadáver. ¿Lo entiendes? Tendrás que pasar por encima de mi cadáver para que Natalia coja un avión a Madrid.

—Bien —responde con rapidez. Saca la pistola del bolsillo sin asegurarse de que la calle esté completamente vacía y la deja apuntando al suelo. Ríe. No le recuerdo hacerlo de esta forma. Nick no sé dónde cojones se ha metido, pero no está a mi lado. Ladeo la cabeza para buscarlo. Está detrás del coche. Menudo hijo de puta—. Que conste que te he avisado, Dylan. Una pena que no quieras llegar a un acuerdo por las buenas.

—Baja la pistola —mascullo, retrocediendo pasos a ciegas. Él avanza los que yo retrocedo—. ¿Qué cojones estás haciendo?

Tengo el corazón en la boca. No es capaz ¿No? Quiero pensar que no lo es. Que no me va a disparar. Que mi madre, o sea, que Serena Evans no va a dejar que esto suceda. Es policía. Está del lado de la justicia. No va a permitir que disparen a su hijo ¿Verdad? Porque, a las malas, lo sigo siendo ¿no?

Busco la mirada cómplice de mi madre, pero cuando nuestras miradas chocan pierdo e contacto y se distrae observando la pantalla del teléfono.

El móvil de Agus comienza a sonar. De reojo veo a mi madre con el teléfono en la oreja. Agus reproduce el gesto antes de tenderme el móvil y Nick aprovecha la distracción para huir.

—Estás a cinco metros. ¿De verdad no eres capaz de venir a hablar con tu hijo? —es lo primero que digo. Desde lejos, observo sus movimientos. Ella evita cruzar miradas conmigo a través de la ventanilla del coche. Suspira—. ¿Qué quieres?

—Estamos vigilados, Dylan. No hables. Solo escucha —vuelve a suspirar—. Tu novia tiene que volver a Madrid, quieras o no. Es cuestión de tiempo que le llegue la notificación del juzgado para acudir a declarar en calidad de víctima y testigo. Esta gente es peligrosa.

—Ah ¿Sí? ¡No lo sabía! —ironizo—. Sois vosotros los que estáis aliados con ellos. ¿Por qué tendría que creerte?

—Soy tu madre.

—Mi madre me abandonó —concreto. Agus me mira fijamente—. No estoy para hablar del pasado y menos contigo. Dice mucho de ti que uses la palabra madre cuando te conviene y no cuando tu hijo lo necesita. Pero me da igual. No eres tú quién me preocupa. Sino ella.

—Nunca tomaría una decisión que pudiera dañarte. Otra vez no.

—Ahí está el problema, mamá. Ella no soy yo. Con ella no tendrás piedad, no la has tenido en este tiempo y no espero que la tengas esta noche. No seré yo el que te haga ganar dinero. Ni ella. Encontraremos la forma de que no tenga que declarar. Ahora está lejos, fuera del foco. No va a volver allí. No porque yo lo diga, sino porque ella no quiere. Sino ya lo habría hecho ¿no crees?

No puedo dejar de mirarla y contemplar los rizos dorados que caen sobre sus hombros, la oscuridad de su mirada, la frialdad con la que evita dirigir la cabeza hacia mí, el gesto de su boca, la posición de sus manos sobre el volante. Parece tan real.

Ella siendo la sal y yo la herida.

Agus camina hacia mí con decisión y me arrebata su teléfono de un movimiento rápido. Es el último contacto que tengo con él, porque, sin decir palabra se acerca hasta el coche y abre la puerta del copiloto. Se monta y arranca sin abrochar el cinturón de seguridad. Por la ventanilla veo a mi madre ladear para mirarme. No dice nada. Y yo tampoco. Hacerlo sería una estupidez. Pero sobran las palabras cuando sus ojos pronuncian un adiós. El último.

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