Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]

Por srtaflequis

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«Nosotros Nunca» ya está disponible en PAPEL y puede ser vuestro 💫 esto es una primera versión de la histori... Más

Nota de autora
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El monstruo de las pesadillas (1)
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4
El monstruo de las pesadillas (2)
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6
El monstruo de las pesadillas (3)
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El monstruo de las pesadillas (4)
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10
El monstruo de las pesadillas (5)
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El monstruo de las pesadillas (6)
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El monstruo de las pesadillas (7)
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El monstruo de las pesadillas (8)
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El monstruo de las pesadillas (9)
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El monstruo de las pesadillas (10)
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El monstruo de las pesadillas (11)
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El monstruo de las pesadillas (12)
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El monstruo de las pesadillas (13)
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El monstruo de las pesadillas (14)
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FINAL

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Por srtaflequis

Natalia.

He vuelto a ceder.

He vuelto a mentir.

No sé qué piensa Dylan que estoy haciendo una vez me ha visto salir de casa dando un portazo sin decir adiós, pero voy de camino a reunirme con Serena. He caído en sus redes, en sus mentiras, en sus amenazas. Necesito que esto pare. Darle cuanto necesite. Hacerle sentir que ha ganado, que conmigo ya ha acabado su papel de tipa mala. Quiero vivir. Y si no le doy cuanto me pide, nunca lo haré.

Hoy cuando me he despertado y me he mirado en el espejo, me ha costado no derramar ni una sola lágrima. Me ha dado auténtico pánico mirarme en el reflejo y comprobar si los golpes, marcas y cicatrices eran tan solo fruto de las pesadillas. Casi grito de emoción al comprobar que tan solo eran imaginaciones.

Me he resbalado por la puerta del baño hasta el suelo y he permanecido abrazada a mis rodillas treinta y tres minutos y veinte segundos. La música se reproducía en bucle. Siempre Fine Line, continuamente. Hacía mucho tiempo que no me sentía ese equilibrista que no tiene sentido del equilibrio, pero hoy vuelvo a enfrentarme a la cuerda floja. Y esta vez no hay agua, como decía Dylan. Hoy hay piedra y si caigo estaré jodida. No habrá nadie que pueda socorrerme.

Dylan no podría abrazarme.

Mamá no podrá curar mis heridas.

El abuelo ya no está aquí para plantar cara a mis miedos.

Estamos solos el miedo y yo. Y hacía mucho tiempo que no me veía las caras con él. Este último tiempo no he tenido instantes de soledad o, si los he tenido, han sido más bien pocos. Si no estaba Zack desayunando en mi casa, estaba Dylan cenando y si no estábamos grabando... Yo hacía videollamadas con Lara, escribía y me sentaba a charlas con mis personajes, Aron me escribía constantemente para actualizar su romance o Cat estaba ahí para sacarme sonrisas con sus diferentes chismes.

El momento tenía que llegar. Más pronto que tarde, pero era necesario.

Y esta vez puedo decir que le he ganado la batalla, porque he conseguido mirarme en el espejo sin ropa y no derramar ninguna lágrima. Y aunque ha sido difícil no imaginar las marcas, las manos de Tyler manchando mi piel o las cicatrices que dejaba el monstruo de las pesadillas a su paso por mi vida, he resistido. Quizás no sea un logro que celebrar, pero después de mucho tiempo puedo decir que estoy orgullosa de mí, aunque vencer al miedo hoy solo signifique autoconvencerse de que enfrentarme a Serena y ceder ante sus exigencias no es un paso atrás en mi camino hasta la felicidad, si no una alternativa hasta llegar a la meta, de una forma u otra, pero sobreviviendo.

Es la cuarta llamada que tengo de Dylan. ¿Qué quiere? Su madre podría aparecer en cualquier momento, no quiero que piense que él lo sabe. ¿Tendrá sospechas? 

Me muerdo el labio con indecisión, hasta que consigo hacerme sangre y tengo que contener un aullido de dolor en plena vía pública. A la mierda.

—Hola mi amor —digo nada más descolgar.

—Ven al aeropuerto.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Lara se marcha.

—Eso no es posible.

Dylan no responde, coge aire y lo suelta. No sé si está fumando o le cuesta respirar.

—Natalia, ven —masculla. Y cuelga.

El mundo entero se derrumba bajo mis pies.

Los seres vivos no estamos hechos para el cambio. Algunos dicen que es algo que se entrena con el paso de los años, yo soy fiel creyente que nunca nadie está preparado para decir adiós por última vez. 

Nunca he llevado bien alejarme de lo que me hace bien.

Lara fue una de las primeras personas que tapó con maquillaje mis moratones, sin necesidad de usar cosméticos, porque con estar a su lado me bastaba y me sobraba. Con ella todo son risas, anécdotas y adrenalina. Mucho chocolate, pero también muchas carreras por la vida, esquivando las piedras que nos ha ido poniendo.

Qué le den a Serena. Estuve a punto de morir por su culpa.

Tengo que ver a mi mejor amiga, ella siempre ha estado ahí. Me salvó.

Paro el primer taxi que pasar por la calle y le indico que me lleve hasta el aeropuerto,

Si ella se va, también lo hace un trozo de mí.

—¿Te vas a ir así? —grito, provocando que Lara frene su recorrido. Dylan me mira ojiplático. Creo que lo último que Lara esperaba era encontrarme allí, porque deja de arrastrar la maleta, echa la cabeza hacia atrás y voltea a verme. Cuando lo hace ya estoy en frente de ella—. Responde.

Lara inspira profundamente y suelta todo el aire de golpe, como si le costara respirar.

—¿Así cómo, Natalia?

—Como si pedir ayuda fuera un favor y quisieras superarlo todo tú sola. No sé qué es lo que ha pasado, Lara. Pero no tienes porqué irte, puedes contarme qué es lo que ha ocurrido. Juntas buscaremos la solución.

—Me voy Natalia. Así, de esta forma tan espantosa. Tal y como tú has hecho tantas veces a lo largo de tu vida —masculla, con rencor. Me aparta la mirada y continúa andando, pero no dejo que se vaya así como así. La persigo—. ¡Déjame en paz! ¡Dylan, llévatela! —grita, mirando hacia atrás, buscando a Dylan.

Al girarse una vez más, por fin clava sus ojos en los míos.

Aunque no sé si ha sido la mejor de las ideas. En sus ojos veo el miedo. Miedo a lo desconocido. A lo que está por venir. La incertidumbre. Las dudas. El remordimiento. La ira. La rabia. El rencor. Las ganas de huir. Los ojos cristalizados, a punto de llorar. Hinchados, de tantas lágrimas como han derramado. Rojos, irritados del llanto.

Sé que sabe que lo he visto, porque tengo que hacer un esfuerzo por no llorar yo también.

—Lara respóndeme una sola pregunta —le pido, con dificultad para hablar—. ¿Estás embarazada?

Al principio, abre los ojos sorprendida. Después frunce el ceño y esboza una sonrisa sarcástica.

—¡No, joder! ¿Cómo voy a....? ¡De ese orangután!

—Hablo en serio.

Hace una breve pausa para mirar la pantalla de embarque y regresa a mis ojos.

—Ya vale Natalia, está bien por hoy. Ni estoy embarazada, ni el problema por el que huyo de esta ciudad te incumbe, por muy amiga mía que seas —dice, con frialdad. Dylan me pone la mano en el hombro y lo estruja como muestra de cariño. Antes de irse, añade—: Si quieres ayudarme, asegúrate que Zack no vuelva a ponerse en contacto conmigo en su vida. Que no me busque, que no me escriba, que no me llame. Por favor.

—¿Qué ha pasado, Lara? —musito, como última opción. Ella contiene las lágrimas y cuando una de las lágrimas está a punto de caer por su rostro, desliza el brazo por encima de sus ojos y sonríe.

—Tendrás que vivir siempre con la duda, Natalia.

—¿Zack tampoco va a ser capaz de contármelo? —alzo la voz, mientras la veo marchar por la terminal. Ella vuelve a frenar en seco, abandona su maleta y corre hasta mí. Se para a unos centímetros de mis pies y comienza a llorar. Al instante, sus brazos me aprietan contra su cuerpo. Tengo el cuello lleno de lágrimas, pero las mejillas también. No quiero que se vaya. No se puede ir. ¿A dónde lo hará?—. Lara, déjame ayudarte.

—Con el tiempo lo entenderás, Natalia. O eso espero.

—¿Qué tengo que entender? ¡Dímelo!

—El único que puede decírtelo es él. Y nunca lo hará. Zack nunca será sincero con él mismo, así que tendrás que averiguarlo tú solita. O esperar a que el universo te dé de bruces con la realidad.

Bajo la mirada hasta el móvil al sentir su vibración. Tengo un mensaje de Serena.


Serena

No me gusta la gente impuntual.


Entro en su chat y tras pensarlo bien, bloqueo su contacto.

De vuelta a casa, la vida pesa un poco más que de costumbre. Me he hecho a la idea de volver a tener a mi mejor amiga a diez minutos de mi casa ¿Qué voy a hacer sin ella ahora que no está? Nunca he visualizado un futuro tan incierto. Tengo mil preguntas en la cabeza y ninguna tiene respuesta.

A veces, la soledad ayuda a aclarar la mente. Le he pedido a Dylan que no me espere despierto. Desde que le he dicho adiós en el aeropuerto, mi mente trabaja más deprisa que de costumbre. ¿Qué habrá pasado? ¿Volveré a verla? ¿Estará bien?

Me mata la idea de pensar que no soy tan buena amiga como pensaba. Su mirada... esa mirada...¿Qué cojones me decían sus ojos? No recuerdo nada... Es todo tan extraño, tan repentino, tan poco común en ella...

Cuando llego a casa, entro con una bolsa de plástico llena de tarrinas de helado de chocolate, chuches y decenas de emociones que no caben en mi cuerpo. Siempre he sido fiel creyente de que en la vida, como en los libros, las personas vienen y van, pero nunca imaginé que esta regla se fuera a aplicar también con ella. ¿Dónde quedan nuestras promesas? ¿Nuestros planes futuro? ¿Las locuras que pospusimos y nunca hicimos? ¿El viaje que nunca realizamos? ¿Las cosas que no pudimos decirnos? ¿Los consejos que no nos vamos a poder dar?

Dylan me recibe con los brazos abiertos. Yo abrazo su torso con fuerza y hundo mi rostro en su cuello. Me queda lejos, pero consigo llegar. Aún así, él hace fuerza hacia arriba y me coge en el aire. Mis piernas se aferran a su torso y él se deshace de mis botas. Las deja caer al suelo y toma asiento en el sofá. Yo caigo justo encima de él, sentada a horcajadas sobre su cuerpo.

No quiero mirarle a los ojos. Una vez lo haga no habrá vuelta atrás. Dylan me retirará un mechón de pelo de la cara, sonreirá y besará mis labios de forma fugaz. Después vendrá un abrazo. Otro. Y alguno que otro más. Me quedaré pegada a su cuerpo y dirá algo así como «Todo irá bien», a sabiendas de que nada está bien. Y no quiero que se repita el mismo círculo vicioso.

Los hechos transcurren tal y como imaginaba, pero en vez de recurrir a la única frase que puede calmar mi ansiedad aun siendo consciente de la mentira que eso significa, dice:

—Se ha fugado con Aron.

Libero mi rostro de su cuello y lo miro con una ceja arqueada.

Tiene que estar de coña.

—¿Con Aron? —me aseguro.

—Se acostaron, Natalia.

—¿Con Aron? —no ha respondido mi pregunta.

—Sí ¿Qué pasa?

—¡Aron! —grito, de forma irónica. Me pongo de pie y comienzo a dar vueltas por el salón. Camino de un lado a otro. Dylan me sigue con la mirada—. ¡ARON!

—¡Sí, joder!

—Dylan, mi vida —guardo sus manos entre las mías—, Aron es gay.

—¡Que sí! ¡Qué te he dicho que sí! ¡Aron! —según grita una última vez el nombre, se queda pensativo—. Espera ¿Qué has dicho?

—Le gustan los chicos, Dylan. Tiene novio o... bueno, tenía. Es imposible que haya tenido algo con Lara, por mucho que te cueste creerlo. Lara también sabe que le gustan los chicos. Solo lo sabíamos nosotras. Aron me lo contó a mí y el otro día en la playa cuando apareció Marc... Lara escribió a Aron más tarde para preguntarle qué tal estaba y se lo confesó.

—¿Y por qué...? ¿No confía en mí? —Comienza andar de un lado hacia otro por el salón, con las manos en la cabeza—. Quizás todo este tiempo he tenido más relación con Zack que con él, pero ambos eran mis amigos. ¡Son mis amigos!

Vuelve a sentarse en el sofá, esta vez con la mirada fija en el suelo.

—Me hubiera gustado aprender a valorar su amistad antes de que se marchara.

La frase cae sobre mí como una maldita jarra de agua fría. Me siento en el suelo, apoyo la espalda en el sofá y coloco la cabeza en la pierna de Dylan.

—A mí también, macarra.

Solo hay una persona que puede sacarnos de dudas.

Mientras cenamos, saco el móvil, pulso el contacto de Aron y me lo pongo en la oreja. Descuelga al instante, pero no responde. Le escucho suspirar.

—¿Esperas que me crea todo esto? —es lo primero que se me ocurre.

—¡Calma!

—Zack piensa que uno de sus mejores amigos y su novia se han enrollado ¿Cómo pretendes que me calme?

Tras unos segundos de un agonizante silencio, por fin habla.

—Zack no es ningún santo. Tiene motivos por los que callar.

—¡No me mientas! ¡Conmigo no funciona! —grito. Dylan me observa ojiplático, incluso se asusta—. Espera ¿Qué? ¿De qué hablas?

Aron no responde al instante. De fondo se escucha barullo y una voz metálica, como si estuviera en un aeropuerto.

—Aceptadlo y pasad página, nos hemos fugado.

—No sé qué coño está pasando, Aron, pero más te vale cuidar bien de mi amiga.

—Tu amiga ya es mayorcita para cuidarse sola. Yo estoy aquí para acompañarla en la locura que otro no han querido cometer. O, mejor dicho la llevan cometiendo desde que puso un pie en nuestras vidas. ¿Quién sabe?

El pitido al colgar la llamada se cuela en mi tímpano y me alejo rápidamente el teléfono de la oreja. Dylan me mira expectante, pero no deja de comer. Suelto el tenedor sobre el plato y me llevo las manos a la cabeza, literalmente. Recojo mi pelo en una coleta alta y continúo con la cena como si no hubiera pasado nada.

—¿Y bien?

—No hay nada que hacer —sentencio.

—¿Estás de broma?

Lo miro con rostro serio.

—¿Me ves cara de broma?

—La verdad que no. Pero estás igual de guapa.

Sonrío tímidamente.

—Tenemos que hacer que Zack se olvide de Lara. No va a volver.


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